COMPORTAMIENTO PSICOLÓGICO DEL MEXICANO, DESDE LA ÓPTICA DEL MARKETING.

Adolfo Rafael Rodríguez Santoyo
Germán Rodríguez Frías
Eduardo Barrera Arias

El perfil del hombre y la cultura en México

 Samuel Ramos

 

Notas para una filosofía de la historia de México

 

Si tratamos de representarnos la serie de acontecimientos políticos del siglo pasado dentro de una lógica concatenación, descubriremos que no hacen historia.  Los hechos que adquieren rango histórico son aquellos que aparecen determinados por una profunda necesidad social.  Entonces la sucesión temporal de los hechos se alinea en un desarrollo continuo en el que la situación actual añade siempre un elemento nuevo al pasado, de manera que éste nunca se repite igual en el presente.  En suma, si concebimos la historia como debe concebirse, no se nos aparecerá como la conservación de un pasado muerto, sino como un proceso viviente en que el pasado se transforma en un presente siempre nuevo.  En la historia cada momento tiene su fecha y no vuelve a repetirse jamás. En nuestra vida –dice García Calderón, refiriéndose al conjunto de la historia hispanoamericana-, hay un recurso que vuelve a traer, por sucesivas revoluciones, los mismos hombres con las mismas promesas y los mismos métodos.  La comedia política se repite periódicamente; una revolución, un dictador, un programa de restauración nacional.  Esta periodicidad de nuestra historia parece obedecer a la intervención insistente de la misma fuerza ciega del individualismo que trastorna una situación sin más objeto que el de afirmarse. Cuando se emprenda una revalorización de la historia de México a la luz de una mejor conciencia crítica de su sentido, la monótona narración de los ricos quedará reducida a una exposición de pocas líneas, como un fenómeno marginal que no emana de una necesidad profunda del pueblo mexicano, cuya revolución se manifiesta en otros acontecimientos que sí tienen valor histórico. México –dice Justo Sierra tratando del siglo XIX-  no ha tenido más que dos revoluciones, es decir, dos aceleraciones violentas de su evolución, de ese movimiento interno originado por el medio, la raza y la historia, que impele a un grupo humano a realizar perennemente un ideal, un estado superior a aquel en que se encuentra...  la primera fue la independencia, la emancipación de la metrópoli, nacida de la convicción a que un grupo criollo había llegado de la impotencia de España para gobernarlo y de su capacidad para gobernarse; esta primera revolución fue determinada por la tentativa de conquista napoleónica en la península.  La segunda revolución fue la Reforma, fue la necesidad profunda de hacer establecer una Constitución política, es decir, un régimen de libertad, basándolo sobre una transformación social, sobre la supresión de las clases privilegiadas, sobre la distribución equitativa de la riqueza pública, en su mayor parte inmovilizada; sobre la regeneración del trabajo, sobre la creación plena de la conciencia nacional por medio de la educación popular; esta segunda revolución fue determinada por la invasión americana, que demostró la impotencia de las clases privilegiadas para salvar a la patria, y la inconsistencia de un organismo que apenas podía llamarse nación.  En el fondo de la historia, ambas revoluciones no son sino dos manifestaciones del mismo trabajo social: emanciparse de España fue lo primero; fue lo segundo emanciparse del régimen colonial; dos etapas de una misma obra de creación de una persona nacional dueña de sí misma.

El círculo vicioso que acabamos de diferenciar en la masa de nuestro pasado constituye, pues, un elemento más bien antihistórico, un obstáculo que ha retardado la acción de las fuerzas históricas positivas.  Al considerar a ese elemento como accidental e innecesario para la comprensión de nuestro destino, no desconocemos sus efectos reales.  El papel que desempeña en nuestra vida es comparable al de las enfermedades, que nunca podemos considerar como parte integrante del destino de un hombre, porque no provienen como éste de la raíz interna del carácter, aunque suelan interponerse accidentalmente en la ruta y alternar la marcha de aquel destino.  Es cierto que la historia         –dice J. Sierra-,  que en nuestro tiempo aspira a ser científica, debe vedarse la emoción y concentrarse en la fijación de los hechos, en el análisis y en la coordinación de sus caracteres dominantes, para verificar la síntesis; pero abundan los periodos de nuestra historia en que las repeticiones de los mismos errores, de las mismas culpas, con su lúgubre monotonía comprimen el corazón de amargura y de pena.

En cuanto a los otros procesos, los que constituyen la columna dorsal de nuestra historia, haya que distinguir bien en ellos la genuina situación real que determina un movimiento de la ideología con que se disfraza, por lo general reflejo de la historia europea.  Esta dualidad altera un poco la fisonomía de los hechos trascendentales del pasado, que pierden su naturalidad y toman el aspecto de un simulacro de la historia europea.  Tal es el efecto del procedimiento mimético ya descrito.  Este vicio ha impedido que nuestros hombres, contando con los elementos de la civilización europea, realizarán, si no obra creadora, al menos una obra más espontánea en la que se revelara con toda sinceridad el espíritu mexicano.  Si algo tenemos que lamentar de nuestra historia, es ese temor de nuestros antepasados –tal vez por efecto de la auto degeneración- de no haber sido ellos mismos, sinceramente, con sus cualidades y defectos, sino de haber ocultado la realidad bajo una histórica de ultramar.  Por fortuna, este es un error que en nuestra historia contemporánea se tiende a corregir, con un sano afán de sinceridad que debe alentarse dondequiera que se encentre.  Estas observaciones dan idea de los que pudiera ser, con más amplitud y detalle, una filosofía de la historia de México.

 

El espíritu español en América

Afirmamos, casi al comenzar este ensayo, que nuestra cultura tiene que ser derivada; pero es claro, después de las anteriores observaciones, que no consideraremos como cultura mexicana la que se derive por medio de la imitación.  ¿Existe, acaso, otro procedimiento mejor para derivar de un modo natural una cultura de otra?  Sí, desde luego; es lo que se denomina asimilación.  Entre el proceso de la imitación y el de la asimilación existe la misma diferencia que hay entre lo mecánico y lo orgánico.  Aquí también la observación de la historia nos permitirá descubrir si, tras de la obra más aparente de la imitación, se ha realizado algún proceso de íntima asimilación de la cultura.

No sabemos hasta qué punto se puede hablar de asimilación de la cultura, si, remontándonos a nuestro origen histórico, advertimos que nuestra raza tiene la sangre de europeos que vinieron a América trayendo consigo su cultura de ultramar.  Es cierto que hubo un mestizaje, pero no de culturas, pues al ponerse en contacto los conquistadores con los indígenas, la cultura de éstos quedó destruida. Fue –dice Alfonso Reyes- el choque del jarro con el caldero.  El jarro podía ser muy fino y hermoso, pero era el más quebradizo.

 En el desarrollo de la cultura en América debemos distinguir dos etapas: una primera de trasplantación, y una segunda de asimilación.  No todas las culturas se han creado mediante el mismo proceso genético.  Algunas de ellas, las más antiguas, han germinado y crecido en el mismo suelo que sustenta sus raíces.  Otras, las más modernas, se han constituido con el injerto de materiales extraños que provienen de una cultura pretérita, la cual, rejuvenecida por la nueva savia, se convierte en otra forma viviente del espíritu humano. Para que podemos decir que en un país se ha formado una cultura derivada, es preciso que los elementos seleccionados de la cultura original sean ya parte inconsciente del espíritu de aquel país.  Entendemos por cultura no solamente las obras de la pura actividad espiritual desinteresada de la realidad, sino también otras formas de la acción que están inspiradas por el espíritu.  Desde este punto de vista, la vida mexicana, a partir de la época colonial, tiende a encauzarse dentro de formas cultas traídas de Europa.  Los vehículos más poderosos de esta trasplantación fueron dos: el idioma y la religión.  Fueron éstos los dos objetivos fundamentales de la educación emprendida por los misioneros españoles que, en una hazaña memorable, realizaron en el siglo XIX la conquista espiritual de México.

Esta obra fue seguramente facilitada por cierta receptividad de la raza aborigen, que era tan religiosa como la del hombre blanco que venía a dominarla.  Era un terreno muy bien preparado para que la semilla cristiana prendiera en el Nuevo Mundo.

Nos tocó el destino de ser conquistados por una teocracia católica que luchaba por sustraer a su pueblo de la corriente de ideas modernas que venían del Renacimiento.  Apenas organizadas las colonias de América, se les impuso una reclusión para preservarlas de la herejía, cerrando lo puertos y condenando el comercio con los países no españoles.  De manera que el único agente civilizador en el Nuevo Mundo fue la Iglesia Católica que, en virtud de su monopolio pedagógico, modeló las sociedades americanas dentro de un sentido medieval de la vida.  No sólo la escuela, sino la dirección de la vida social quedaron sometidas a la Iglesia, cuyo poder era semejante al de un Estado dentro de otro.  Salvador de Madariaga, sondeando el fondo del alma española, encuentra que su esencia es la pasión.  En España –dice- la religión es, ante todo, una pasión individual como el amor, los celos, el odio o la ambición.  Si se tiene en cuenta que con este tono pasional se vivía la religión, y además, las otras enseñanzas transmitidas por la Iglesia, se podrá apreciar la profundidad con que se grabó la cultura católica en el corazón de la nueva raza.  Designaremos a esta cultura con el nombre de criolla.  Ella ha fijado en el inconsciente mexicano ciertos rasgos que, aun cuando no sean exclusivos de los españoles, sí estaban íntimamente adheridos al carácter hispánico durante los siglos de dominación colonial.  Como esta acción de España a través de la Iglesia se ejerció con gran energía, y además, las primeras influencias que recibe un espíritu joven son las más perdurables, el sedimento criollo de cultura representa la porción más rígida del carácter mexicano.  La tenacidad del espíritu conservador en nuestra sociedad tiene este origen.  Cuando don Lucas Alamán fundó el Partido Conservador, bien entrado el siglo XIX, hacía consistir su política en aliarse con la Iglesia y volver al sistema español de la colonia.  La presencia de esa cultura tradicional puede advertirse todavía en los prejuicios morales y religiosos y en las costumbres rutinarias de nuestra clase media de provincia.  La fuerte resistencia que opone el tradicionalismo a los cambios exigidos por el tiempo, ha provocado una reacción igualmente vigorosa, que tiende a modificar el espíritu mexicano en un sentido moderno.  ¿Será originada esta reacción por algún elemento psíquico extraño al fondo español de nuestro carácter?  No lo creemos así, porque lo español en nosotros no está del lado de una sola tendencia parcial, sino que es una manera genérica de reaccionar que se encuentra en todas las tendencias, por divergentes que sean entre sí.  En efecto, encontraremos ciertos rasgos comunes entre la tendencia tradicionalista y la moderna, que deben ser manifestaciones hereditarias de esa unidad psicológica en que se condensa el verdadero carácter español.

 

El  pelado

Para descubrir el resorte fundamental del alma mexicana fue preciso examinar algunos de sus grandes movimientos colectivos.  Platón sostenía que el Estado es una imagen agrandada del individuo.  A continuación demostraremos que, en efecto, el mexicano se comporta en su mundo privado lo mismo que en la vida pública.

La psicología del mexicano es resultante de las reacciones para ocultar un sentimiento de inferioridad.  En el primer capítulo de este libro se ha explicado que tal propósito se logra falseando la representación del mundo externo, de manera de exaltar la conciencia que el mexicano tiene de su valor.  Imita en su país las formas de civilización europea, para sentir que su valor es igual al del hombre europeo y formar dentro de sus ciudades un grupo privilegiado que se considera superior a todos aquellos mexicanos que viven fuera de la civilización.  Pero el proceso de ficción no puede detenerse en las cosas exteriores, ni basta eso para restablecer el equilibrio psíquico que el sentimiento de inferioridad ha roto.  Aquel proceso se aplica también al propio individuo, falseando la idea que tiene de sí mismo.  El psicoanálisis del mexicano, en su aspecto individual, es el tema que ahora abordaremos.

Para comprender el mecanismo de la mente mexicana, la examinaremos en un tipo social en donde todos sus movimientos se encuentran exacerbados, de tal suerte que se percibe muy bien el sentido de su trayectoria.  El mejor ejemplar para estudio es el <pelado> mexicano, pues él constituye la expresión más elemental y bien dibujada del carácter nacional.  No hablaremos de su aspecto pintoresco, que se ha reproducido hasta el cansancio en el teatro popular, en la novela y en la pintura.  Aquí sólo nos interesa verlo por dentro, para saber qué fuerzas elementales determinan su carácter.  Su nombre lo define con mucha exactitud.  Es un individuo que lleva su alma al descubierto, sin que nada esconda en sus más íntimos resortes.  Ostenta cínicamente ciertos impulsos elementales que otros hombres procuran disimular.  El pelado pertenece a una fauna social de categoría íntima y representa el desecho humano de la gran ciudad.  En la jerarquía económica es menos que un proletario y en la intelectual un primitivo.  La vida le ha sido hostil por todos lados, y su actitud ante ella es de un negro resentimiento.  Es un ser de naturaleza explosiva cuyo trato es peligroso, porque estalla al roce más leve.  Sus explosiones son verbales, y tienen como tema la afirmación de sí mismos en un lenguaje grosero y agresivo.  Ha creado un dialecto propio cuyo léxico abunda en palabras de uso corriente a las que da un sentido nuevo.  Es un animal que se entrega a pantomimas de ferocidad para asustar a los demás, haciéndole creer que es más fuerte y decidido.  Tales reacciones son un desquite ilusorio de su situación real en la vida, que es la de un cero a la izquierda.  Esta verdad desagradable trata de asomar a la superficie de la conciencia, pero se lo impide otra fuerza que mantiene dentro de lo inconsciente cuando puede rebajar el sentimiento de la valía personal.  Toda circunstancia exterior que pueda hacer resaltar el sentimiento de menor valía, provocará una reacción violenta del individuo con la mira de sobre ponerse a la depresión.  De aquí una constante irritabilidad que lo hace reñir con los demás por el motivo más insignificante.  El espíritu belicoso no se explica, en este caso, por un sentimiento de hostilidad al género humano.  El pelado busca la riña como un excitante para elevar el tono de su “yo” deprimido.  Necesita un punto de apoyo para recobrar la fe en sí mismo, pero como está desprovisto de todo valor real, tiene que suplirlo con uno ficticio.  Es como un náufrago que se agita en la nada y descubre de improviso una tabla de salvación: la virilidad. La terminología del pelado abunda en alusiones sexuales que revelan una obsesión fálica, nacida para considerar el órgano sexual como símbolo de la fuerza masculina.  En sus combates verbales atribuye al adversario una femineidad imaginaria, reservando para sí el papel masculino.  Con este ardid pretende afirmar su superioridad sobre el contrincante.

Quisiéramos demostrar estas ideas con ejemplos.
Desgraciadamente, el lenguaje del pelado es de un realismo tan crudo, que es imposible transcribir muchas de sus frases más características.  No podemos omitir, sin embargo, ciertas expresiones típicas.  El lector no debe tomar a mal que citemos aquí palabras que en México no se pronuncian más que en conversaciones íntimas, pues el psicólogo ve, a través de su vulgaridad y grosería, otro sentido más noble.  Y sería imperdonable que prescindiera de un valioso material de estudio por ceder a una mal entendida decencia de lenguaje.  Sería como si un químico rehusara analizar las sustancias que huelen mal.

Aún cuando el pelado mexicano sea completamente desgraciado, se consuela con gritar a todo el mundo que tiene muchos huevos (así llama a los testículos).  Lo importante es advertir que en este órgano no hace residir solamente una especie de potencia, la sexual, sino toda clase de potencia humana.  Para el pelado, un hombre que triunfa en cualquier actividad y en cualquier parte, es porque tiene muchos huevos.  Citaremos otra de sus expresiones favoritas: Yo soy tu padre, cuya intención es claramente afirmar el predominio.  Es seguro que en nuestras sociedades patriarcales el padre es para todo hombre el símbolo del poder.  Es preciso advertir también que la obsesión fálica del pelado no es comparable a los cultos fálicos, en cuyo fondo yace la idea de la fecundidad y la vida eterna.  El falo sugiere al pelado la idea del poder.  De aquí ha derivado un concepto muy empobrecido del hombre.  Como él es, en efecto, un ser sin contenido sustancial, trata de llenar su vació con el único valor que está a su alcance: el del macho.  Este concepto popular del hombre se ha convertido en un prejuicio funesto para todo mexicano.  Cuando éste se compara con el hombre civilizado extranjero y resalta su nulidad, se consuela del siguiente modo: Un europeo –dice- tiene la ciencia, el arte, la técnica, etc., etc.; aquí no tenemos nada de esto, pero... somos muy hombres.  Hombres en la acepción zoológica de la palabra, es decir, un macho que disfruta de toda la potencia animal.  El mexicano, amante de ser fanfarrón, cree que esa potencia se demuestra con la valentía.  ¡Si supiera que esa valentía es una cortina de humo!

No debemos, pues, dejarnos engañar por la apariencia.  El pelado no es ni un hombre fuerte ni un hombre valiente.  La fisonomía que nos muestra es falsa.  Se trata de un camuflaje para despistar a él y a todos los que lo tratan.  Puede establecerse que, mientras las manifestaciones de valentía y de fuerza son mayores, mayor es la debilidad que se quiere cubrir.  Por más que con esta ilusión el pelado se engañe a sí mismo, mientras su debilidad esté presente, amenazando traicionarlo, no puede estar seguro de su fuerza.  Vive en un continuo temor de ser descubierto, desconfiando de sí mismo, y por ello su percepción se hace anormal; imagina que el primer recién llegado es su enemigo y desconfía de todo hombre que se le acerca.

Hecha esta breve descripción del pelado mexicano, es conveniente esquematizar su estructura y funcionamiento mental, para entender después la psicología del mexicano.

  1. El pelado tiene dos personalidades: una real, otra ficticia.
  2. La personalidad real queda oculta por esta última, que es la que aparece ante el sujeto mismo y ante los demás.
  3. La personalidad ficticia es diametralmente opuesta a la real, porque el objeto de la primera es elevar el tono psíquico deprimido por la segunda.
  4. Como el sujeto carece de todo valor humano y es impotente para adquirirlo de hecho, se sirve de un ardid para ocultar sus sentimientos de menor valía.
  5. La falta de apoyo real que tiene la personalidad ficticia crea un sentimiento de desconfianza de sí mismo.
  6. La desconfianza de sí mismo produce una anormalidad de funcionamiento psíquico, sobre todo en la percepción de la realidad.
  7. Esta percepción anormal consiste en una desconfianza injustificada de los demás, así como una hiperestesia de la susceptibilidad al contacto con los otros hombres.
  8. Como nuestro tipo vive en falso, su posición es siempre inestable y lo obliga a vigilar constantemente su “yo”, desatendiendo la realidad.

 

La falta de atención por la realidad y el ensimismamiento correlativo, autorizan a clasificar al pelado en el grupo de los introvertidos.

Pudiera pensarse que la presencia de un sentimiento de menor valía en el pelado no se debe al hecho de ser mexicano, sino a su condición de proletario.  En efecto, esta última circunstancia es capaz de crear por sí sola aquel sentimiento, pero hay motivos para considerar que no es el único factor que lo determina en el pelado.  Hacemos notar aquí que éste asocia su concepto de hombría con el de nacionalidad, creando el error de que la valentía es la nota peculiar del mexicano.  Para corroborar que la nacionalidad crea también por sí un sentimiento de menor valía, se puede anotar la susceptibilidad de sus sentimientos patrióticos y su expresión inflada de palabras y gritos.  La frecuencia de las manifestaciones patrióticas  individuales y colectivas es un símbolo de que el mexicano está inseguro del valor de su nacionalidad.  La prueba decisiva de nuestra afirmación se encuentra en el hecho de que aquel sentimiento existe en los mexicanos cultivados e inteligentes que pertenecen a la burguesía.


México y su Evolución Social. Tomo I, pág. 225.

México y su Evolución Social.  Tomo I, pág. 200.

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