COMPORTAMIENTO PSICOLÓGICO DEL MEXICANO, DESDE LA ÓPTICA DEL MARKETING.

Adolfo Rafael Rodríguez Santoyo
Germán Rodríguez Frías
Eduardo Barrera Arias

Cholos

Entre los punks y las bandas, a fines de los años setenta en la costa suroeste de Estados Unidos aparecieron los cholos, herederos directos de los pachucos, cuya huella se hizo cada vez más nítida en los jóvenes que vinieron después de ellos. Cuando, en los años sesenta, surgió el movimiento chicano, que tuvo como fin la reivindicación de la dignidad y los derechos usualmente pisoteados de los mexicano-estadunidenses, los pachucos fueron reconocidos, con razón, como antecedente directo del movimiento chicano. Éste no fue una forma de contracultura, pero su necesidad de afirmarse en una sociedad explotadora y discriminadora los hizo albergar numerosos rasgos de oposición al sistema, empezando, claro, por su identificación con los pachucos.

Los primeros cholos eran chícanos y por tanto no es de extrañar que muchas señas de identidad chicana pasaran al cholo, especialmente el barrio como territorio sagrado. También la reverencia por el pasado mítico: Aztlán, los aztecas y, finalmente, una religiosidad profunda cuyo centro era el culto a la Virgen de Guadalupe. De los chícanos también se heredó el gusto por la expresión a través de pintura mural, que derivó en la práctica de los placazos, grafítis o pintas, como se les conoce en el sur de México. Estos murales representaban su simbología básica y eran marcas cholas en los barrios. Los cholos también usaban el paliacate en la frente, casi cubriendo los ojos, o sombrero, y pantalones muy guangos.

Los cholos surgieron con fuerza en los momentos en que se daba el movimiento punk en Inglaterra y en otros países europeos, y la influencia de éste se reflejó entre los cholos en la violencia, en el hermetismo de la grafía de sus pintas, en el consumo de drogas (la pobreza impidió que el cholo se aficionara a la heroína, pero tuvo el alcohol, la mariguana, los inhalantes y las pastillas). Por otra parte, los cholos aportaron un espanglés sensacional, fronterizo, rico en coloquialismos inéditos y en giros idiomáticos.

Los cholos chícanos, como suele ocurrir, pronto extendieron su influencia, por lo que en poco tiempo hubo cholos en Tijuana, Ciudad Juárez, Culiacán, Mazatlán y Guadalajara. No llegaron a la capital de México porque allá se habían dado ya las bandas, pero los cholos vinieron a ser un punto de enlace entre las culturas alternativas de México y las de Estados Unidos. El cholismo evidentemente representó un punto de identidad y estabilidad de muchísimos jóvenes pobres, por lo que, con sus variaciones, en los noventa aún había cholos.
 
Como todos sus hermanos contraculturales, los cholos padecieron  incomprensión y desprecio por parte de la cultura institucional, así  como represiones incesantes. Los arrestos por la mera apariencia, las  razzias, las golpizas y las humillaciones eran incontables en todas  partes donde había cholos. Su presencia era muy visible y por tanto  las autoridades tuvieron que buscar formas para lidiar con ellos; por  lo general se buscaba despojarlos de sus rasgos e integrarlos en el  sistema. Esto ocurrió en los años ochenta en Ciudad Juárez, donde  el entonces presidente municipal Francisco Barrio salió con su programa "Barrios Unidos con Barrio", con el que quiso manipular a los  cholos para que lo apoyaran a él y al PAN, a la vez que seguía reprimiéndolos.

Sin embargo, los cholos representaron una manifestación contracultural hasta cierto punto menos intensa, pues, como las bandas y los punks, carecían de un gran mito de transformación que canalizara la  creatividad y la expresividad artística hacia un fin mayor, trascendente. Al no disponer de una mística, los cholos le dieron un enorme énfasis a la ropa y a formas superficiales de identidad, como era el caso de los lowriders y sus coches brincalones, que implicaba una mayor enajenación al consumismo. Se explicaba entonces que la música preferida de muchos cholos fueran las viejas rolitas de los cincuenta y sesenta, las oídles but goodies, o, si no, canciones románticas, convencionales, desprovistas de la mínima densidad expresiva.

 

Bandas

 

En México, desde principios de los años sesenta desaparecieron las pandillas; al parecer, la rebeldía juvenil se canalizó sin problemas a través de los movimientos estudiantiles y de la onda. Sin embargo, quince años después, la inconformidad juvenil ya no se hizo sentir tanto entre la clase media sino entre los más pobres, los que vivían condiciones de extrema marginación en los cinturones de miseria de las grandes ciudades; las carencias, la inestabilidad de la familia y la estrechez de oportunidades se habían vuelto más difíciles de soportar para estos jóvenes, porque si no eran conscientes sí intuían que su condición de parias nunca iba a desaparecer y todo conspiraba para  que no pudiesen desarrollar sus talentos y capacidades. Ya ni  siquiera quedaba el sueño del amor y de la paz. Aunque hubo gente  que logró expresarse muy bien a través de la literatura y la plástica  (como los chavos de Tepito Armando Ramírez, Gustavo Masso, Enrique Aguilar, el grupo Tepito Arte Acá), en general al joven muy pobre el sistema le deparaba explotación, desprecio y represión. No importaba que sufriera "porque ya estaba acostumbrado". Además, todo esto ocurría en medio de la llamada "abundancia petrolera", cuando el gobierno hablaba de "administrar la riqueza", presumía de que "ya sonaban las arcas" y pedía a los mexicanos "una mística de esperanza".

Precisamente en 1977, cuando se iniciaba "la abundancia" los jóvenes más jodidos volvieron a formar pandillas, sólo que para entonces les llamaban "bandas" porque eran más numerosas y mucho más violentas. En un principio la más célebre y devastadora fue la de los Panchitos, chavos de Santa Fe y Tacubaya que se hicieron famosos por sus pleitos, escándalos, atracos y violaciones. Se cuenta que la banda fue iniciada por dos chavos que se llamaban Francisco, los Panchos, y que funcionaron bien un rato hasta que se pelearon y uno de ellos tomó el control. En todo caso la banda creció con cha vitos adolescentes de Santa Fe, se conoció como los Panchitos y después, cuando sus violaciones aterrorizaron la zona, como Sex Panchitos, y con ese nombre se hicieron célebres. La prensa los tomó de cancha para ejercitar su amarillismo y durante un tiempo se oyó mucho de ellos, hasta que la policía los metió en la cárcel, no sin antes dejarlos como tapete de tantos golpes. Su fama fue tal que en su honor surgió la expresión "no hacer panchos", esto es, no armar broncas muy desagradables.

Los Sex Panchitos fueron liquidados, pero ya era tarde. Nuevas, numerosas y feroces bandas aparecieron en los barrios pobres de las ciudades, especialmente las de México y Guadalajara. Se llamaban los Verdugos, los Salvajes, los Lacras, los Mierdas Punk o las Capadoras, una banda de chavas gruesas. Como los punks ingleses de mediados de los setenta los chavos banda ya no creían en nada, ni en la familia, la escuela, el trabajo, la religión, el gobierno, los medios de difusión. No es de extrañar entonces que en los ochenta se vieran pintas con el lema de Johnny Rotten: "No hay futuro." En el México  de la madridista de los ochenta, los años de la crisis, se desplomó el viejo mito estudia-trabaja-y-sé-feliz. Si todo se les cerraba, si se les deparaba el último escalón social, las bandas canalizaron su energía juvenil en una extrema violencia. Ya no se trataba de navajas, cinturones y cadenas, sino que abundaban las pistolas y en las grandes broncas de las bandas no faltaban los muertos.

Las bandas, como antes las pandillas, tenían al barrio como territorio sagrado, las calles era lo único que poseían y muchos de los pleitos ocurrían a causa de las expediciones invasoras de otras bandas, usualmente del mismo barrio. Las bandas estaban compuestas por muchos chavitos, por lo que sus bases eran amplias; había diversos gustos y clases de chavos: rockers, metaleros, punks y salseros con sus correspondientes tipos de música. Casi todos venían de familias miserables con incontables problemas y mucha violencia, por lo que los niños salían de casa lo antes posible. Todos compartían un fuerte resentimiento hacia los demás, especialmente hacia los ricos y la clase media, pues éstos encamaban la vida inalcanzable que la televisión les restregaba en la cara como suplicio de Tántalo. Dentro de la banda había que probarse a chingadazos y aprender a atracar. Volverse el machín, y aquí el término no significaba tanto "macizo", sino el jefe de la banda, que era eminentemente machista. Todos recibían un apodo, lo que equivalía a una iniciación, una nueva identidad (yo soy la banda). Todos se ponían locos. Con cemento, tíner, mariguana, cervezas, pastillas para arriba y para abajo, lo que hubiera. Les gustaba cruzarse. También, como los punks, se erizaban el cabello, lo teñían o lo oxigenaban; usaban aretes, pantalones pegados, chamarras negras, y las chavas se maquillaban con untuosidad fellinesca. En realidad lo punk era una presencia fuerte entre las bandas. Su lenguaje venía directamente del de los sesenta, pero la banda le añadió términos clave que lo hicieron suyo. Su baile favorito era el eslam, o baile de los caballazos, que transmutaba la violencia en relajo puro.

Por supuesto, la policía los combatió con la misma ferocidad irracional de las bandas. Las redadas se volvieron comunes en las fiestas de los barrios pobres, pues en ellas los granaderos golpeaban a los chavos para descargar el resentimiento por el encuartelamiento previo, el maltrato y los bajos salarios, además de que por unos momentos sentían el delirio del poder aunque fuese en su forma más elemental. Después de repartir golpes y de su acostumbrada práctica de picarles las nalgas con alfileres, los policías saqueaban las escasas pertenencias de los chavos, los montaban en autobuses urbanos y los llevaban a la delegación policiaca, donde, para empezar, los acusaban de haberse robado los mismos autobuses en que los acababan de transportar; naturalmente, unos no salían hasta que alguien llegaba con la multa y/o mordida; otros eran consignados y tenían que salir bajo fianza, si es que no los acusaban de delitos contra la salud. Como no lograron contener la erupción de bandas, Arturo Durazo, el entonces director de la policía capitalina, amigo del presidente y notorio narcotrafícante, cambió de táctica y propuso a los chavos banda que se volvieran soplones, o que de plano se enrolaran en la policía, pero los chavos banda eran virulentamente antiautoridades, y la propuesta no prosperó. Más adelante, a Sales Gasque, otro jefe policiaco, se le ocurrió organizar partidos de fútbol (Tiras contra Bandas), supuesta-mente para fraternizar y establecer comunicación, pero más bien para la promoción personal, y no muy brillante, de Sales Gasque. Se hicieron algunos juegos, pero no sirvieron de nada, ya que se hubieran necesitado muchos equipos de policías para cascarear con todas las bandas de la ciudad de México. Por tanto, continuó la brutalidad policiaca.

En la primera mitad de los años ochenta se formaron consejos de bandas para unir fuerzas y coordinar la defensa ante la ofensiva policiaca, los insultos de la prensa y la incomprensión de la sociedad. Esto representó un paso decisivo porque tuvieron que salir cuadros de entre las bandas que se informaran sobre leyes, derechos y obligaciones, lo cual propició el inicio de un proceso de ensanchamiento cultural que permitió la salida a sus necesidades de expresión. Algunos políticos o funcionarios del gobierno, que era sumamente heterogéneo, trataron de comunicarse con las bandas sin autoritarismo, aunque sin dejar un tono paternalista o condescendiente. Sin embargo, la verdadera causa de las bandas, la miseria sin posibilidades de superación, empeoraba paulatinamente. De cualquier manera, poco a poco las bandas le bajaron un poco a la violencia y, sin perder su  carácter de feudo, se fueron convirtiendo en "la banda", algo mucho  más amplio que abarcaba a todos los chavos lumpen que oían rocanrol  y se agrupaban para sentirse más fuertes.

La disminución de la violencia fue perceptible en el devastador  terremoto de 1985, cuando, para sorpresa de muchos, las bandas no  aprovecharon el caos de la catástrofe para el saqueo, sino que, por el  contrario, participaron en los extraordinarios actos de auténtica solidaridad con los que la sociedad civil rebasó totalmente al gobierno.  "A la hora de la verdad", dice Elena Poniatowska en su libro Nada,  nadie, "los chavos banda están dispuestos a jugarse la vida, no le  temen a nada y son mucho más generosos que muchos que se creen  ejemplos a seguir... Mostraron con creces su calidad humana" e  hicieron ver "que su organización, siempre marginal, siempre rechazada por la sociedad, sirve para algo”.

Las bandas han sido un fenómeno urbano que muestra la aguda  descomposición y deshumanización del sistema y que fluctúa entre la  contracultura y lo antisocial. Rechazaban la sociedad al punto en que  necesitan manifestarlo con una violencia ciega y casi suicida que con  frecuencia los ponía fuera de la ley. Compartían una identidad común,  la de la banda, que a su vez forja y marca la del individuo. Por lo  general, las bandas están compuestas por niños y adolescentes que  después de los veinte años buscan acomodarse en la sociedad en lo  que sea, a no ser que hayan caído en la cárcel y graduado en la universidad del crimen. Por lo mismo, las bandas no duran mucho tiempo, pero cuando unas se desintegran otras están surgiendo, y este desolador espejo sigue reflejando a la sociedad entera.

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