ENSAYOS SOBRE LA LA SOCIOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN

Carmina García de León

CAPITULO VI.
 Valores éticos vitales para cultivar la amorosa amistad: benevolencia, creatividad, solidaridad, gratitud, compartir y dar.


            En sus obras “Ética y Psicoanálisis” “¿Tener o ser?”, “Del tener al ser”, “El arte de amar”, “El amor a la vida”, E. Fromm, concluye que la capacidad de relacionarse amorosamente, depende del desarrollo de la personalidad, presupone el logro de una orientación creativa, en que se ha adquirido confianza en si mismo, en las propias capacidades, superando la dependencia; rechazando la omnipotencia, la soberbia, el utilitarismo, la explotación a los demás, la avaricia, la codicia y el egoísmo.
            Es una personalidad en la que se han desarrollado como valores centrales de la acción amorosa: la benevolencia, la voluntad de dar y compartir solidariamente, como parte de sus ideales y convicciones éticas.
            E. Fromm señala que estos valores éticos, se remontan hasta los  antiguos cristianos: “la característica de los ideales cristianos primitivos era una plena solidaridad humana, a veces expresada en la idea de un reparto comunal espontáneo de todos los bienes terrenales”.
            Aquellos cristianos como afirma Buenaventura: “Habían renunciado a la mentira, a las truhanerías, a la codicia, al hurto, a la ira y a la maledicencia; deseando instaurar en su comunidad: la bondad, la justicia y la verdad.  Lo que tenían era común y se repartían entre todos según las necesidades”.
            La filosofía cristiana, que tiene como fundamento el amor: “Amarse los unos a los otros”, representó históricamente, una verdadera revolución amorosa,  afirma la antropóloga Marcela Lagarde. En la concepción cristiana, el amor se experimenta, se vive, se actúa y se demuestra.  No solamente se siente, sino que tiene que hacerse visible en las acciones.  No se trata sólo de sentir amor, sino de hacer amor, de ser benevolente con las personas que amamos, amar a alguien es hacer cosas por el bien de alguien.  El cristianismo asocia el amor a la voluntad y al deseo de hacer cosas buenas, considerando que el amor hace bondadosas a las personas.
             Esta forma de amor no nace de la carencia sino de la abundancia se da y se comparte amor porque se siente amor en abundancia y no porque se carezca de amor. La bondad, la gratitud, la solidaridad, la generosidad, son componentes  centrales en el amor cristiano; porque nada une  más que dar y compartir.
            ¿Pero qué significa dar en la amorosa amistad creativa?  Para E. Fromm este dar no significa renunciar a algo, privarse de algo, sacrificarse, dar posee un significado totalmente distinto: “Dar constituye la más alta expresión de potencia.  En el acto mismo de dar, experimento mi vitalidad me experimento a mi mismo como desbordante, pródigo, vivo y por tanto dichoso.  Dar produce felicidad, alegría, porque en el acto de dar esta la expresión de mi vitalidad. ¿Qué le da una persona a otra? Da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida.  Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que da de lo que esta vivo en ella, da de su alegría, de su comprensión, de su conocimiento, de su tristeza, de todas las expresiones y manifestaciones.  Al dar así de su vida, nutre a la otra persona, realza el sentimiento de vida de la otra, al exaltar el suyo propio.  Dar y compartir es una dicha exquisita, compartir el pan, una idea, una pintura, una celebración, una alegría y también una pena.  Algo nace en el acto de dar y las personas involucradas se sienten agradecidas por lo que mutuamente reciben”.
            La gratitud es el sentimiento correspondiente a la buena acción recibida.  Dar y corresponder, “es trocar benevolencia por benevolencia” dice Séneca.  “Es un amor reciproco” afirma  Spinoza.  Hacer el bien aquel que nos lo ha hecho, devolver el bienestar recibido, con enorme gratitud.  La gratitud designa un afecto benévolo hacia la persona de quien hemos recibido algún favor o prueba de estimación.  Gratitud es el sentimiento de recibir ese don inesperado y percibir que el otro es causa de nuestra alegría.  “La gratitud hace bueno a quien la siente, porque reconoce que existe el bien y que hay personas que lo hacen”.
            Madame de Lambert, en el siglo de las luces, enseñaba a su hijo que solo por medio de la amistad, la gratitud y la solidaridad, se alcanza la felicidad: “Si queréis ser feliz solo, no lo seréis nunca, si queréis que todos lo sean con vos, todos acudirán en vuestra ayuda”.

 

 

 

CAPITULO VII.

  1. La amorosa amistad es el encuentro de dos mundos,  que son al mismo tiempo cercanos y distantes, con valores éticos semejantes y distintos

            La amorosa amistad surge de la afinidad, es elegida, motivada por el descubrimiento de estimaciones, aficiones y valores éticos semejantes; pero  también es al mismo tiempo, el descubrimiento de otro  mundo distante y distinto, con valores éticos desconocidos, con diferentes formas de relacionarse sentimentalmente, con otro lenguaje y otra educación.
            Los antropólogos, los sociólogos, los filósofos, los historiadores y por supuesto también los enamorados, observan, investigan tratan de comprender la educación de la persona con quien se relacionan sentimentalmente;  ya que la orientación y el contenido de la educación varía enormemente de una matriz cognoscitiva a otra de una cultura a otra. Por lo que con asombro han observado la gran diversidad de la condición humana, confirmando con perplejidad lo que a la antropóloga Margaret Mead humorísticamente señala: la antropología es la ciencia social que nos dice que cualquier costumbre que puede parecernos desconocida, rara, opuesta o extraña a la de una, es lo natural o normal para él otro.
            En cada época, en cada lugar geográfico, en cada estrato social y cultural se ha enseñado una variedad de modos de orientarse, de vincularse, de relacionarse sentimentalmente con el mundo, la comunidad, con el trabajo, con el conocimiento, con la naturaleza, con las mujeres, con los hombres, consigo mismo, con el cuerpo, etc.
            Bajo el mismo rotulo de educación se acogen formulas muy distintas de orientación, de guía, de brújula, de ideal de vida, de proyectos, de acuerdo a los diversas filosofías que nutren su universo simbólico,  su constelación de saberes, por lo que encontramos diversas orientaciones en la educación, muy distintas, coincidiendo simultáneamente en la misma ciudad.
            También podemos observar grandes diferencias entre una generación y otra, sobre todo cuando ocurren procesos de transición política y cultural, que se caracterizan por intensos cambios en la sociedad.  Así como en las transiciones en las que se dan acelerados cambios inéditos, en donde se requiere aprender los códigos, los signos de los nuevos tiempos, así sucede también, cuando arribamos no a nuevos tiempos, pero si a nuevos mundos desconocidos, nunca antes vistas, en que se requiere aprender de nuevo.
            Hay que “aprender de nuevo”, ya que las formas de relacionarse varían considerablemente, según la sociedad, la generación, el estrato social y cultural.  Por ello es importante aprender de los nuevos mundos sentimentales cuando arribamos a ellos, ya que de no ser así, como señala Agnes Heller: “No podemos movernos en el nuevo entorno, nos perdemos, hacemos el ridículo, como sucedió en la transición al renacimiento, cuando estaba en proceso de desintegración una sociedad guiada por las tradiciones medievales, en que una de las fuentes principales de conflictos trágicos y cómicos, era que la gente empieza a no comprender el significado de los signos sentimentales, ya que estos eran interpretados tradicionalmente.  Por lo que en esa época aparece en el drama, el teatro y la novela, una necesidad, un deseo por interpretar, por entender las nuevas formas de relaciones sentimentales que estaban surgiendo”.
En un mundo nuevo, se tiene dificultad para situarse, para orientarse, porque hay nuevas formas de relacionarse casi desconocidas, aparecen nuevos códigos, nuevos lenguajes, nuevos signos amorosos, que se interpretan erróneamente.  Hay confusión parece que todo estuviera de cabeza, y se interpreta al revés, en donde  el norte es el sur, el cielo es el agua, donde una se desorienta al arribar a ellos, porque todo se confunde, como le sucedió a la desconcertada paloma.

“La paloma”
(Rafael Alberti-J.M Serrat)
Se equivoco la paloma
se equivocaba,
para ella el norte era el sur
creyó que el trigo era el agua
que el mar era el cielo
que la noche la mañana
se equivocaba,
que las estrellas roció
que la calor la nevada
Se equivocaba
ella se durmió en la orilla,
no en la cumbre de una rama
se equivocaba
para ella el norte era el sur
el mar era cielo
se equivocaba, se equivocaba

Esta confusión, para Carmen Villoro, es como un viaje de iniciación: “El amado es la puerta de entrada a un mundo desconocido, la visitante de otro cuerpo y de otra alma, mirará sorprendida, dudosa, a su paso se abrirán veredas singulares, atajos reveladores y corredores claros.  Se encontrara con senderos cruzados, que obstaculizan la llegada al centro, rutas obscuras, circulares, arterias dudosas que con suerte le mostraran la salida por los recodos de la sinuosa geografía, en donde convive al mismo tiempo lo extraño y lo conocido”.
Este viaje al mundo íntimo del otro, para la psicóloga Estela Troya es como la metáfora de migración, una nueva situación que exige un aprendizaje acelerado: interpretar el idioma, porque  aunque la lengua es la misma, los modismos son diferentes, algunas palabras habituales hay que cambiarlas, otras no significan lo mismo. Innumerables detalles que hay que aprender, costumbres de todo tipo, hábitos, horarios, reglas de cortesía, caminos, calles, rutas de transporte, nombre de los alimentos, de los utensilios.  Es inimaginable todo lo que parece igual, pero es diferente, y sino esta correctamente interpretado puede producir abismos de confusión, desencuentros y extravíos.


1.1 En la amorosa amistad para no extraviarse se requiere aprender a interpretar.


            Todo proceso de aprendizaje comienza con un primer momento de inexperiencia, de confusión y extravió.  El sabernos perdidas e inexpertas, es fundamental para poder aprender, si no hay atribución de ignorancia, no habrá posibilidad de aprender ni tampoco posibilidad de enseñar.  Para poder aprender tenemos que partir de un grado de  conciencia de que no sabemos, de que carecemos de experiencia.  Nuestro primer esfuerzo consiste en reconocernos como seres capaces de equivocarnos en nuestra capacidad para atribuir a los demás seres humanos determinadas costumbres, creencias, sentimientos, pensamientos.  Estos equívocos surgen porque ignoramos que aprender consiste en interpretar los signos que emiten las personas.
            Aprender es ser capaz de interpretar esos signos y aprender a singularizar a los seres por los signos que emiten.  Sin embargo en este proceso de interpretación de signos que emiten las personas hay inicialmente confusión, extravío.  Es la vez en que más agudamente nos enfrentamos a nuestra ignorancia, a nuestra incapacidad de distinguir el signo que cabe develar de quien lo emite.  Por eso en el aprender hay un momento de confusión, que se expresa como frustración ante el fracaso de nuestra interpretación  seguido de  otro momento en que se realiza  un nuevo intento de interpretación y de comprensión.
            Para Joan Carlos Mélich, aprender es considerar una materia, un objeto, un ser, como si emitieran signos por descifrar.  La tarea de aprender es una tarea de interpretación, una acción de desciframiento de signos o jeroglíficos.  El aprendiz de médico aprende a ser médico haciéndose sensible a los signos que emite el enfermo; la aprendiza de amante solo aprende haciéndose sensible a los signos que emite el amado.  Si no  hay sensibilidad, atención y consideración, no hay aprendizaje, sin tacto no podemos ser invitadas a conocer el mundo del otro.

    1. La amorosa amistad es una invitación para aprender y enseñar con “tacto”, que es lo opuesto a la invasión, la intolerancia y la dominación.

Gracias al tacto podemos acceder a la experiencia y al mundo del otro, porque es un modo suave de aproximación de acercamiento sosegado y plenamente receptivo, que nos aproxima al otro con lentitud, con quietud y hermosa calma; por medio del tacto podemos interpretar los signos que emite el amado. En su libro “La educación como acontecimiento ético”, J.C Mélich nos dice que el “tacto” (en la amorosa amistad) produce una auténtica relación de aprendizaje.    
            El tacto, del latín “tactus”, que significa “tocar”, es un término relacionado con aquello que no se quiere dañar, sino dejar intacto”.  Deriva también de “contacto”, “contingere”, que significa “tocar estrechamente”, “estar conectado”.  El tacto implica un tocar pero en sentido sensible y estético, se toca por así decir, “acariciando”, como notando el “tono”, la “textura del alma”, las cualidades internas de lo tocado. 
El tacto implica una forma de proceder que esta “atento” al espacio del otro, que busca preservar y no violentar.  El tacto es un proceder desde la paciencia, desde la no invasión, desde una cierta finura del espíritu, que mantiene una cierta distancia, inspirada en el respeto al otro, pero que al mismo tiempo provoca y produce una profunda cercanía.  Como el tacto es el lenguaje de la caricia, acerca y convoca la capacidad de respuesta. 
            Lo opuesto al tacto es la intolerancia, la invasión y la dominación, como señala José Antonio Marina, en su diccionario de los sentimientos, en el que  define al intolerante como “exaltado, impaciente, intemperante, intransigente y altanero con las peculiaridades ajenas.  Alguien que rechaza con una seguridad exagerada las creencias distintas a las suyas, los gustos o las conductas.  Carece de flexibilidad, tiene listos para disparar los sistemas de ataque y defensa.  Se irrita o cierra sus líneas de comunicación ante él o la diferente.  Juzga con el mismo juicio severo y sumarísimo con que ejerce la antipatía.
            Joan Carlos Mélich, señala que para el intolerante, su pensamiento es el único válido, fuera de este, lo otro no existe o es irrelevante.  Por lo que es un pensar que no mira a los ojos del otro, sino que ordena desde la prepotencia del que todo lo sabe, lo organiza y lo decide, es un pensar sin el otro, incluso contra el otro.  Es un pensamiento que tiene pretensiones de control, modelamiento, deseos de dominar e invadir al otro, exactamente lo opuesto a la amorosa amistad.
            La amorosa amistad, afirma el filósofo Julián Marías, no es invasora, está hecha de sutileza y prudencia, que busca una distancia considerada y atenta, para poder aprender, interpretar, traducir y comprender.


1.3 En la amorosa amistad se requiere traducir para comprender.


            Agnes Heller señala que el que aprende a traducir, a leer el lenguaje del otro, está adquiriendo un sensible conocimiento de los seres humanos.
            En este esfuerzo de traducción, nos dice Esther Seligson, se requiere que el traductor empatice y no solo simpatice con el sujeto de su traducción.  Es decir, que no fuese únicamente cuestión de “sentir con” (del griego simpatheia, estado afectivo compartido con), sino también tratar de “sentir desde”, su traducción cultural, su filiación simbólica, desde sus propios conceptos, imágenes y lenguajes.
David Le Breton en su libro “Antropología de los sentimientos”, nos dice que no se puede traducir ni comprender a una persona si se le aísla de su contexto, impensable cercenar un aspecto sin perder de vista su estructura de conjunto.  No se puede captar el movimiento de su lenguaje sin vincularlo estrechamente en una situación precisa, ponerla en su perspectiva concreta, que da valor y sentido a sus formas, que refleja sensiblemente esa mezcla social y cultural con que ha constituido su historia personal.  Biografía íntima donde se manifiestan sus hábitos del corazón, derivados de un determinado tipo de educación, que expresan una forma específica de comunicación sentimental.
            Traducir al otro, como afirma Esther Seligson, es indagar, descifrar, leer por detrás del signo, del símbolo, sus polivalencias, las resonancias que revelan su lenguaje como un todo en constante transmutación.  Un mundo de palabras que trascienden lo concreto y su representación, un universo poblado de una ancestralidad compleja que constituye su personalidad actual.
            Aprender a leer, a traducir al otro, el que ahora es un niño más viejo, es penetrar en su ancestral cultura, a su infancia, su adolescencia, a la educación que lo guió, que orientó su alma, la que alimentó su expresión, las líneas de su rostro, su comunicación sentimental, su estilo, la que moldeo sus movimientos, expresado en el lenguaje más intimo de su ser, es lo que nos permite comprender.
            Para el filosofo Julián Marías, la amorosa amistad es el más fino instrumento de educación mutua, en el sentido que los amigos se descubren e interpretan, permitiendo el conocimiento de dos mundos con realidades profundamente distintas, que se comunican, se comprenden, se nutren y se enseñan.

“Demasiado Amor”
(fragmento)
Sara Sefchovich
“Y te ame porque me enseñaste tu país, con toda su alegría y todo su amor, con sus colores tan vivos y sus artesanías, con sus edificios y sus comidas.
Por ti empecé a querer este país, porque tu me llevaste por ruinas prehispánicas y por edificios coloniales, por construcciones del siglo pasado y de este siglo también.  Te detuviste en cada poblado y en cada rincón para explicarme, enseñarme, comprarme y regalarme todas las artesanías que se hacen en este país.
Contigo conocí sus frutas, flores y árboles, me enseñaste sus bosques que olían a pino, los bosques de encinos, ahuehuetes, guayacanes, tabachines y jacarandas.  Vimos palmeras llenas de cocos, palmeras llenas de plátanos y palmeras datileras en San Ignacio y San Isidro.  Me enseñaste ceibas en Tabasco, sauces en Michoacán, eucaliptos en Durango, magueyes en Apan.
Recogimos flores silvestres en San Miguel Regla que durante días conservaron su olor a campo.  Cortamos flores azules en los árboles de Guadalajara y rojas en los de Jiutepec.  Vimos flores amarillas el día de muertos en Janitzio, arcos de flores de muchos colores afuera de las iglesias y otros arriba de las chalupas en Xochimilco.
Un mes de agosto vimos tapetes de flores en Huamantla, un día de no se que mes vimos lluvia de flores en la Iglesia del Chico, un cirio de flores en San Martín Texmelucan y tres lirios solitarios en el estanque de una hacienda de Amatitlán.  Había flores en patios, en cestas, en latas.  Azaleas y geranios, rosas y claveles, mercadela y orquídeas, alcatraces y cempazúchitl, crisantemos y nubes, nardos y violetas, gladiolas y tulipanes, flores de azar, flor de huele de noche y flor de nochebuena.
Disfrutamos la cascada de Uruapan, los lagos de Pátzcuaro, Chapala, Zirahuén y Cuitzeo, las lagunas de Jalapa y Villahermosa.  Estuvimos a orillas de Tamiahua, de Necaxa y de Tequesquitengo, en San Miguel Regla y en Guelatao que parecía estanque. Y en todas partes las lagunas se llamaban de las Ilusiones, Ensueño, Encantada.
Tú detienes el auto y sacas un libro grueso con pastas de color verde para leerme la historia de Maximiliano y Carlota.  Así me leíste la de Sor Juana, metidos en una tina enorme de una casa de Cuernavaca, entre el agua vaporosa y recargados contra un vidrio que dejaba ver plantas muy verdes.  Me llevaste a Ixcateopan para contarme de Cuauhtémoc, a Guelatao para hablarme de Juárez y a Veracruz para recordar al músico poeta Agustín Lara.  Me enseñaste en Jerez la casa de López Velarde, en Tepic la de Nervo y en Yucatán me contaste la historia de amor de la Peregrina y Carrillo Puerto.
  En todas partes comíamos frutas: mandarinas y mangos, guayabas y guanábanas, mameyes, capulines y tejocotes, jícamas y papayas, zapotes de tres colores y chicozapotes de color café, membrillos y limas, naranjas y manzanas, plátanos, sandias, piñas y melones.
Enamorada de ti y de la comida de tu país, enamorada los tres días en Puebla y el día y medio en Tehuacan, enamorada mientras comíamos chiles en nogada en los portales.
Enamorada mientras me enseñabas los tres colores del pozole; los cuatro tipos de mole; enamorada cuando me enseñaste todas las variedades de tortillas, peneques, tostadas, sopes, enchiladas y quesadillas.
Me diste a probar: chongos zamoranos, cajetas de Celaya, cocadas, ate, natillas y capirotada.  Así dulcemente estuve contigo, deleitándome, viviendo sin tiempo, siempre abrazada, enamorada de tu sonrisa, de tu mirada, de tu palabra, y también del cielo, el agua, el clima, los sabores y los colores de tu país”.

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Por: Miguel Ángel Sámano Rentería y Ramón Rivera Espinosa. (Coordinadores)

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