ENSAYOS SOBRE LA HISTORIA, LA FILOSOFÍA Y LA SOCIOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN

Carmina García de León

CAPITULO II
"La señora de los sueños"
  de Sara Sefhovich
(fragmentos)

“Yo, pobre de mí soy una mujer que se aburre. Vivo en el hastío mientras las horas van limando los días y los días van royendo los años. Nunca hubiera pensado que este vacío pudiera ser tan fatigoso. Paso tantas horas sin quehacer ni ocupación, los minutos se me hacen eternos inventando con que llenar mi tiempo. Me sé de memoria mi mundo tan estrecho, ya no me emocionan sus ruidos y a ciegas encuentro sus rincones. Me da pánico pensar que llegará mañana y la otra semana, el siguiente mes y dentro de cinco años todo seguirá igual.
¿Habrá salida a esta aridez, a este ahogo, a esta asfixia?  ¿Se puede desear algo que no se sabe que es, añorar felicidad que quien sabe si exista, sentir nostalgia por lo desconocido?
Ama de casa, esa soy yo, ama y señora de mi hogar. Paso el día yendo de un cuarto a otro, aquí tiendo la cama, allá le doy vuelta a la sopa, ahora paso un trapo húmedo y después acomodo, una vez más los adornos. Esa soy yo la reina de la casa, la mujer libre para elegir si gasto mi tiempo en ordenar o en limpiar, si gasto mi dinero en jitomates o en pan, si gasto mi esfuerzo en mercado o en el salón.
Temprano suena el despertador y mientras mis súbditos abren llaves de agua, revuelven cajones, gritan prisas y cierran puertas, yo parto la fruta, frío los huevos, tuesto el pan y preparo el café. Y aunque esto sucede todos los días de mi vida, aun me sorprende la velocidad con la que ocurre y luego el silencio profundo en que quedamos sumidas las dos, la casa y yo.
Mías son todas las horas del mundo, desde las siete y media de la mañana hasta las siete y media de la noche. Es mi tiempo el que lleno con fatigas y obligaciones, con mis responsabilidades. En ese lapso todo debe de quedar listo, limpio y recogido, preparado y cocinado. Ya puse la lavadora, ya preparé la salsa, el pan de nuez crece en el horno, las verduras bien lavadas y desinfectadas esperan en el refrigerador, ya hice cola para pagar la luz y otra para cobrar un cheque en el banco, ya recogí el traje de la tintorería y la plancha de la compostura, ya conseguí un plomero y un cerrajero, ya hice esto, ya hice todo lo que tenía que hacer, esta soy yo y esta es mi vida día a día desde hace veinte años.
Mío también todo el silencio del mundo que apenas interrumpe el sonido de la aspiradora, del timbre, del cartero. Mío es todo el espacio del mundo de este hogar al que en cualquier momento alguno de sus habitantes puede llegar.
Yo, la mujer perfecta. En esta casa nunca falta pasta de dientes y nunca sobra polvo, jamás hay desorden y siempre hay postres. Yo la mujer perfecta, la que hace el guisado perfecto, que prepara todo tipo de sopas.
Esta soy yo y esta es mi vida, día a día desde hace casi veinte años. ¿Deprimirse de qué?, No lo sé. ¿Y por qué ahora? Tampoco lo sé. ¿Es que mi vida no tiene chiste? Hay veces en que me baja una tristeza, que no puedo parar, yo misma me pregunto qué me pasa, pero no lo sé, no sé porqué me siento así. En las mañanas me levanto y me veo en el espejo del baño y pienso que va a empezar otro día igual, lo mismo otra vez y así por todos los meses y los años que me queden de vida, yo dando vueltas por la casa, recogiendo, limpiando, cocinando. Y sola, encerrada y aburrida.
Soy muy cuidadosa, mi casa es un espejo de limpia, hasta las ollas parecen siempre nuevas. Llevo orden en los cajones y armarios, también en los papeles, las chequeras, los estados de cuenta de la tarjeta de crédito, las boletas de mis hijos y sus certificados escolares, las recetas médicas, las radiografías y los análisis de laboratorio guardo, por si se ofrecen. Los pagos los hago en el día exacto, jamás me retraso, si algo se descompone, voy mil veces hasta que consigo que venga el plomero o el electricista. Bueno que puedo decir, y de repente se me quema una olla, se me quema la comida, se me desordena la vida.
Y todo fue a causa de un libro, cuando voy al súper, paso frente a una librería que está sobre la avenida, pero nunca me detengo, siempre llevo prisa y además no soy de las que compran libros. Pero el otro día estaban acomodando el aparador y me llamó la atención una portada en que se veía una mujer cubierta con velos, a la que  le asomaban unos enormes ojos, muy hermosos y muy tristes. No sé porque me quedé mirando como encantada. ¡Me dolía la expresión de ese rostro a pesar que era sólo un dibujo! Es una novela sobre los árabes, me dijo una voz de hombre, está llena de magia y poesía, ¿no le gustaría leerla? Me reí. Para empezar no tengo tiempo de leer le dije, estoy muy ocupada y, además a mí qué me importan los árabes. Pero él insistió, tal vez porque en mi cara vio que yo mentía, que lo único que no tenía era con qué llenar el tiempo.          Lléveselo me dijo, seguro encontrará un momento, si no le gusta me lo trae y le devuelvo su dinero.
Llegué a mi casa, puse el pollo con las verduras y en lo que se cocían, empecé a leer muy despacio, porque no tengo costumbre, pero desde el principio me atrapó y me sentí transportado a otro mundo, en pleno desierto, hasta con arena en la lengua. Y así estuve, leyendo durante mucho rato y cada tanto me detenía para imaginar cómo sería yo viviendo en ese lugar y en esos tiempos.
“Vivíamos en Taif, La Única, la amurallada, la fresca, la adornada con hermosas palmeras. Era el nuestro un oasis de verdor en medio del desierto, un lugar de montaña en la inmensa planicie, un lugar de viento entre el duro calor. Mi madre tenía un hermoso rostro de enormes ojos tristes y cantaba con voz dulce los versos de los poetas. Decían que había muchos, para todas las ocasiones y para todos los estados de ánimo. Se sabía uno de amor y otros que contaban las gestas famosas o que relataban la belleza de algún lugar. Yo los escuché desde siempre, cuando era muy pequeña, mientras ella me alimentaba de sus pechos, y con esa leche recibí una nostalgia que se me incrustó en la piel y en la lengua y me ha acompañado toda la vida.
Un día mientras peinaba mis largos cabellos, mi madre me dijo... (y así continuó la interesante historia).
No me reconozco a mí misma, paso el día limpiando y ordenando y parece que lo hago casi con gusto. Lleno la casa de flores y dulces y preparo comidas árabes muy extrañas pero muy sabrosas, que carne molida con trigo y hierbabuena, que pepinos con jocoque, higos en miel y cosas así, mi actitud es distinta mientras al tiempo que recuerdo las dulces palabras de los poetas: “mi lucero de la madrugada, mi estrella del desierto, mi perfume de jazmín”.
El otro día pasé por la librería y el dueño estaba parado en la puerta. ¿Cómo está? Me dijo, hace rato que no la veía, espero que le haya gustado lo que le recomendé. Muchísimo le dije, estoy agradecida con usted, pasé unos momentos maravillosos leyendo y luego hasta aprendí a preparar platillos árabes. Eso le dio risa, y luego me preguntó si no quería algo más. Pero no tengo tiempo, le contesté con la misma tontería de siempre, estoy segura que no se lo cree, en la cara se me nota el aburrimiento. Aunque sea despacio, me contestó, no hay ninguna prisa, pero debería seguir leyendo. Y sin decir más fue y me sacó unas novelas, son rusas, del siglo pasado. Yo no llevaba dinero pero me aseguró que no importaba, abrió un cuaderno, apuntó mis datos y me hizo firmar a crédito.
Salí de allí alterada, me daba emoción nada más de imaginarme otra vez leyendo, sintiendo como esa primera vez, imaginándome a mí misma en otra vida. Me apuré a hacer mis compras y a dejarlo todo porque ya me moría de ganas de empezar.
La  mañana siguiente ya no veía a qué horas empezar, me urgía que se fueran. Cuando oí cerrar la puerta, que siempre es un momento en que me viene una enorme tristeza porque me quedo completamente sola en casa, por primera vez sentía al revés, un alivio. Corrí, desenvolví el libro y me puse a leer. ¡Qué barbaridad, que historias! Como amaban la naturaleza, como se entregaban a la música y a la poesía que le agitaban tan profundamente el alma.
“Nuestra finca se encontraba a tres días de camino de la vieja ciudad de Kiev, la primera capital del imperio. Estaba regada por el poderoso Dnieper, gracias a cuyas aguas y a la generosidad de la tierra negra, se extendían hasta el infinito, altos y dorados, el trigo, la avena, el centeno y la cebada, pues estas llanuras veían crecer los mejores y más abundantes granos. Y más allá, donde terminan los sembradíos, oscuros bosques tupidos de abedules, álamos y tilos con sus troncos blanquísimos y de olmos y avellanos con sus troncos muy negros. Pero lo que a mí más me gustaba eran los huertos umbrosos y húmedos en los que cantaban ruiseñores y se levantaban altos los manzanos y melocotoneros, con las ortigas enredadas a sus troncos y las telarañas a sus ramas.
Yo nací en el mes de abril, el de la primavera, cuando las aguas del Dnieper bajan a su nivel y las cigüeñas vuelven a sus nidos. Es un mes hermoso, de día brilla un sol tímido y de noche brilla la escarcha que aún no se derrite. Mi nyanya rusa, que me cantaba y me relataba hermosos cuentos llenos de hadas y enanos, decía que por haber nacido en esta fecha estaba yo destinada a ser...” (y así continuó la historia).
Estaba yo tan entretenida que ni me di cuenta de cómo se pasó el tiempo, y de repente vi la hora y empecé a correr de un lado a otro recogiendo y preparando los alimentos.
He llenado la casa con muchas plantas, las cuido mucho, a las que están junto al comedor les he llamado “mi jardín de invierno”, como recuerdo de Rusia, Aprendí a cocinar como lo hacen en tan remotos lugares: para empezar un salmoncito con alcaparras, con lo caro que es, todo de importación, luego una sopa de betabel o de fresas, si, sopa de fresas, siguen las carnes, así en plural porque en la misma comida hay pollo, pescado y cerdo, unas piernas bañadas, en salsas de sabores extraños y acompañadas de papas y col, y todo con vino, que un blanco bien frío para el principio, que un rojo para la carne, que un rosado para el pollo, que una cremita para el final. Durante la cena me parece como si estuviera escuchando la música que se tocaba allá en Kiev, donde nació la protagonista de la novela.
Después de la comida, empecé a salir a caminar, algo que no hacía antes y es que ahora hasta las tardes las veo hermosas, me gusta este mes cuando ya no hace frío pero todavía no hace calor. Lentamente sin prisa y muy convencida pasé por otro libro a la librería, emocionada pensando a qué mundo me llevaría, con qué mundo me encontraría.
Y así viajé a un lugar de belleza salvaje y sobrecogedora, que está situada a varios días de navegación del Ecuador y aunque está en pleno trópico tiene un paisaje de grises campos de lava, rocas y desiertos de cactus aunque la luz del sol es generosa e intensa, hay pingüinos y leones marinos, como si fuera una zona de hielos. Y todo porque hasta ella llegan corrientes de agua fría que chocan con los tibios mares de la región.
“En este extraño lugar hay tortugas, pelícanos, albatros, iguanas y montones de pájaros de plumaje multicolor, con una diversidad de picos. Hay playas y también colinas cubiertas de vegetación en cuya cima descansan grises nubarrones de niebla. Este es el sitio de los contrastes: desiertos y bosques, jungla y playa, humedad y resequedad, fauna de frío y fauna de calor, de montaña y de mar que habitan juntos y lo más increíble, que a pesar de ser tan distintos no chocan entre ellos y miran a los extraños sin el menor temor ni agresividad.
Aquí es mi patria, un paraíso y un laboratorio para alguien que como yo se dedica en cuerpo y alma, de día y de noche al trabajo de conocer la naturaleza.
Mi isla es una de las muchas que compone al archipiélago que algunos llaman Las Encantadas, otros las Galápagos y otras Colón. Hasta el día de hoy, después de tantos años de vivir aquí, me sigue fascinando y sorprendiendo la naturaleza de este lugar, cuando el cielo se tiñe de rojo al atardecer y cuando antes del amanecer el silencio se hace aún más profundo. Veo a los albatros que pasan el día planeando sobre el mar, subiendo y bajando rítmicamente con el viento, dedicados a pescar su alimento.
Durante horas pude observar sin cansarme, los enormes acantilados y el color del mar en algunas bahías. Me gusta mirar a las lagartijas que pasan corriendo. Me interesa el pinzón que se posa sobre el cacto, los cormoranes que hacen sus nidos de algas y guano desecado, las mariposas de alas blancas moteadas de rojo, los bancos de peces de colores vivísimos, los caracoles escondidos, los delfines brincadores, las plantas, las muchas variedades de conchas
Cada una de esos animales significa siglos en la historia de la naturaleza y tiene un importante valor para ella, lo mismo que las plantas, que se relacionan con ellos en un muy bien organizado ciclo de vida.
Leí mucho buscando en los libros no sólo datos sobre esta flora y fauna tan extrañas y desconocidas, sino sobre todo, indicios de teorías que me ayudaran a encontrar respuestas, porque mi trabajo estaba guiado por una pregunta que me obsesionaba: saber cuál es el origen de la vida, de las especies, desde que llegué a esta isla me dediqué a investigar para solucionar el enigma.
Un día echó anclas en una de las pequeñas bahías naturales un barco inglés enviado por el Almirantazgo de Su Majestad Británica con el fin de hacer levantamientos cartográficos. Inmediatamente nos dirigimos a darle la bienvenida, lo que más me llamó la atención es descubrir que a bordo y como parte de la tripulación venía un joven naturalista. Fue así como conocí a Charles Darwin.
Era un hombre alto y delgado, que hablaba en voz baja, señal de buena crianza y que vestía con ropa y botas muy gastadas que no por eso ocultaban su fina calidad. Tenía una hermosa sonrisa que le abría las puertas y los corazones.
Esa misma noche el gobernador organizó una cena para los visitantes… (y así continúa la historia).
Creo que me he vuelto la mejor cliente, paso largo rato platicando con mi amigo el dueño de la librería; me recomendó un libro sobre cómo se produce el grano, cómo se trabaja la tierra,  en los Kibutz en Israel.
…”Una de las historias que le gustaba relatar a la abuela, era la del abuelo Menajem que entendía los humores y exigencias de la tierra y supo enseñar a los del kibutz, de modo que cuando Keren Kayamet nos dio 35 dunamas más, se pusieron a sembrar en serio, guiados por él. Creo que desde entonces data la cara de felicidad de mi abuela, esa sonrisa alegre y esos ojos dulces de quien ve que poco a poco se iban cumpliendo sus sueños. Le gustaba mucho hablar de eso: de las necesidades básicas del ser humano, que son alimento, vivienda y vestido, no hay duda de que la alimentación es la más importante, nos decía. Y los cereales constituyen el alimento fundamental, pues le dan al organismo el combustible que es la energía que necesita para vivir. Y por supuesto no sólo al organismo humano sino también al de los animales, que a su vez nos dan sus productos como carne, leche y huevos que son la fuente de proteínas. Por eso no existe nada que pueda reemplazar a los cereales. A sabiendas de esto, Menajen y yo insistimos en abandonar los viñedos, de los cuales había más que suficiente en Eretz y en sembrar granos. Empezamos sembrando trigo porque el clima y el suelo de aquí son excelentes para este cereal. El trigo necesita agua pero no tanta como el arroz y necesita calor pero no tanto como maíz. Es una planta poco exigente, para crecer le basta con que esté frío y para madurar le basta con un poco de sol. Además tiene mucho valor alimenticio en relación con su volumen y peso, no se deteriora fácilmente y no se es complicado de almacenar. Por eso lo elegimos como nuestro primer cultivo.
 Hasta el día de hoy mi cuerpo tiembla al recordar el momento en que salieron los primeros brotes de nuestro trigo, luego cuando se elevaron los tallos rectos y por fin salieron las espigas con sus hermosos granos, era un prodigio. Fui siguiendo paso a paso su crecimiento, me quedaba horas sentada junto a las plantas viendo cuando se extendían las hojas, cuando salían los nudos, cuando empezaba la floración. Sentía gran impaciencia por ver madurar los granos, vigilaba que no les atacara ningún bicho o que no les salieran hongos, lesiones o manchas que son señal de enfermedad. Me ocupaba en desmalezar y quitar toda la hierba que naciera junto a ellas y que pudiera robarles su sol, sus nutrientes o su agua. Estaba pendiente de los roedores, de los pájaros, hasta del cielo esperando que no hiciera demasiado calor o demasiado frío para que no se echaran a perder. Los compañeros se sorprendían porque en lugar de ir a dormir a casa, Menajen y yo nos quedábamos en el campo a acompañar al trigo;  entre las amadas plantas y sobre la madre tierra que tan noble se portó con nosotros… (Y así continuó la historia).
Ya acondicioné un espacio con una mesa junto a la ventana, adornada con macetas, con un pequeño librero, donde me pongo a estudiar, a reflexionar a escribir sobre todo lo que he  leído, pero sobre todo de cómo he cambiado. Sentí  una gran transformación, aprendí a leer y mi soledad encontró compañía, el silencio se pobló de voces y el vacío se llenó de fantasías.
En los libros encontré lo que necesitaba, ahora es mío el mundo y hasta una porción de la eternidad. Poseo dragones y dioses y lunas. He podido vivir de todo, he podio andar y desandar el tiempo al derecho y al revés, subir y bajar por los paisajes y las islas, conocer a los humanos con sus secretos, sus palabras, sus miedos.
Fui filósofa, me hice preguntas y supe por dónde buscar las respuestas. Me dejé arrebatar por la música que perturbó mi alma. Pude trabajar la tierra nutricia y sacar de ella los sagrados alimentos y supe también lo que es vivir en la naturaleza virgen, dejándose acariciar por el viento y quemar por el sol. He vivido el encierro, separada del mundo y también supe lo que es recorrerlo al antojo sin echar raíces.
He vivido en donde he querido; en la India y en Rusia, en Nueva York, a la orilla del mar y en pleno desierto, en las calles de las ciudades y entre las espigas de los campos, he vivido cuando he querido en los siglos anteriores y los años de éste que corre.
He probado manjares de extrañas especias, frutas y dulces de inexplicable sabor. He sentido sobre mi piel aceites, perfumes y telas que ni sabía que existían; aprendí palabras en idiomas que no podía pronunciar. He recorrido el país donde florece el naranjo y el país de las montañas azules, he estado donde la nieve cae sobre la Sierra y allí donde el cielo es más claro. He dormido al pie de un abedul blanco y junto al mar verde y transparente. He caminado por pueblos muy viejos y he esperado en los cafés apenas iluminados. Construí casas, puentes, moví piedras.
Muchas han sido mis noches de insomnio, mis noches desnudas, mis tardes con las manos vacías. Pero me salvé del naufragio, sentí arder el fuego, cambié mi destino de hastío por el de la locura, mi vida tibia por la del exceso, la del extravío, el misterio, la magia, la ilusión el infinito.
He recorrido los caminos y buscado las profundidades. He tenido días de tempestad, días de calma y otros en los que todo vertiginosamente cambió...”

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