ENSAYOS SOBRE LA HISTORIA, LA FILOSOFÍA Y LA SOCIOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN

Carmina García de León

CAPITULO I.

  1. Los padres protestaban: “Es un atentado a la libertad”

      La enseñanza y el aprendizaje de la libertad, como señala Paul Fayerabend solo puede hacerse claro por medio de las mismas acciones que suponen libertad, entre ellas, una fundamental: el cuerpo liberado, con bienestar y comodidad.
      La libertad, gran valor ético y estético, no ha sido respetada en sus diferentes aspectos a lo largo de la historia de la humanidad; como en el siglo XVII y  principios del XVIII, en que las niñas y niños eran tratados con extremo rigor impidiendo su libertad corporal, al reducir con crueldad su movilidad física. Aproximadamente durante los primeros cuatro meses de vida se les envolvía con vendas, quedando inmovilizados por completo, como lo narra el historiador inglés Lawrence Stone.
“Como un bulto de ropa vieja, a la más pequeña molestia que surja, al pequeño lo cuelgan de un clavo, mientras la nodriza atiende, sin prisa sus asuntos, el infortunado permanece crucificado. Todas las criaturas que hemos encontrado en estas situaciones tenían la cara púrpura, el pecho estaba tan violentamente comprimido que no permitía que circulara la sangre. Se creía que el niño estaba tranquilo, pero al estar tan comprimido no tenía fuerza suficiente para llorar”.
      Una vez que crecían los niños quedaban libres, no así las niñas a las que se encerraba en corpiños y corsés reforzados con acero y ballena para asegurarse que sus cuerpos se moldearan de acuerdo con la moda  de la época. Vestidas en ropa de adulta en miniatura, se esperaba que se ajustaran a las formas y portes femeninos ideales y en especial que se mantuvieran en una postura recta y caminaran con lentitud y gracia. Los aparatos que utilizaban para estos fines a menudo las frustraban, provocando por el contrario la deformación o el desplazamiento de los órganos y algunas veces hasta la muerte.
      Cuando en 1665 murió Elizabeth de doce años, el doctor le dijo a su padre que el corpiño de hierro fue su tortura y había impedido que sus pulmones crecieran; el cirujano examinó el cuerpo y encontró que el hueso del pecho le presionaba, que dos de sus costillas estaban rotas y que la presión del corpiño sobre los órganos vitales habían ocasionado la dificultad para respirar y su muerte.
      William Law contaba la historia de una madre que vestía a sus          hijas  tan apretado como fuera posible,  a las que  privaba de sus comidas y a las que constantemente le daba purgas y enemas para que conservaran una complexión pálida, como era la moda. Como resultado, no solo eran  “criaturas, pálidas, enfermizas, débiles que se evaporan a través de la falta de ánimo, sino que la hija mayor murió a la edad de veinte años. En la autopsia se encontró que sus costillas habían crecido en su hígado y que sus otras entrañas estaban muy dañadas al estar comprimidas por el sostén, que la madre había ordenado que se le apretara tanto, que a menudo había lágrimas en sus ojos cuando la vestían.”
      El que se cultivara la debilidad femenina tenía el mismo significado simbólico que el estrujar los pies de las jóvenes chinas. Las familias de la clase alta creían que se perjudicaría seriamente la oportunidad de sus hijas en el mercado matrimonial a menos que tuvieran el cuerpo y figura correctos, la complexión débil y tuvieran aire de languidez y que estuvieran preparadas para desmayarse a la más pequeña provocación.
      A fines del siglo XVII se asociaba con el sexo femenino la frágil salud provocada en estos cuerpos limitados a dietas frugales. En general se estaba de acuerdo con que el ideal era una cara pálida y una lánguida y débil figura, ya que el “aire de robustez y fuerza es muy perjudicial para la belleza”. El doctor Gregory aconsejaba: “que una mujer prudente goce de buena salud en un silencio agradecido, pero nunca se jacte de poseerla”.
      Las muchachas competían entre si en un mercado abierto en el que los atributos físicos y personales ocupaban un grado parecido al papel que antes representaba el tamaño de la dote. Ahora se pensaba que una espalda recta era tan importante como una sustancial  dote en efectivo, en la lucha por atrapar al esposo más pudiente.
      Una víctima de estas creencias fue Mary Butt, hija de un pastor, quien creció muy rápido y a sus trece años tenía una tendencia a encorvarse. En esa época se pensaba que era absolutamente esencial crear los atributos físicos necesarios para que las jóvenes pudieran atrapar marido, por lo que Mary, como cuenta en su diario, fue sometida a una gran tortura: “Era entonces la moda de que las niñas usaran collares de acero alrededor del cuello, con un respaldo amarrado alrededor de los hombros, por lo que fui sometida a uno de ellos, de los seis a los trece años. Me lo ponían en la mañana y rara vez lo quitaban sino hasta muy tarde, en las noches y por lo general hacia mis lecciones de pie, en cepos con este duro collar, alrededor de mi cuello”.

      Aproximadamente durante el mismo periodo Lucy Aikin sufrió la misma experiencia: “Había respaldos, collares de acero, cepos para los pies y una espantosa clase de columpio para el cuello en que se nos suspendía cada mañana, mientras que una de nuestras maestras abrochaban nuestro corsé; artefactos todos ideados e imaginados para mejorar la figura y el porte. Se pensaba que no había nada más vulgar y torpe que el encorvarse. “Levante la cabeza, señorita”, era el grito constantemente. Me sorprende que cualquiera de nosotros conservara su salud”.
      No solo se imponían corsés y aparatos a las muchachas para que estuvieran a la moda, sino que además del ideal de belleza femenina que era la delgadez extrema y  la complexión pálida, se les exhortaba a tener lentos y lánguidos movimientos, todo esto se inculcaba en forma deliberada en los internados más costosos.
      Cuando la querida hija de Arthur Young  enfermó, su padre responsabilizó a la directora del internado por el inadecuado régimen de alimentación, a la carencia de aire fresco, a la prohibición de correr o de realizar movimientos rápidos, lo que además era imposible con los corsés,  por lo que protestó enérgicamente condenando esas costumbres como “un atentado a la libertad”.
      John Locke  protestó  también en forma vigorosa contra el encierro de los jóvenes cuerpos en apretados corsés reforzados con metal y hueso de ballena.
Posteriormente a mediados del siglo XVIII, se hizo una severa crítica a las diferentes prácticas tradicionales de educación y crianza, que  representaban “un atentado a la libertad”. El escritor británico Richardson, en su novela Pamela, atacó directamente estas prácticas, mientras que en Francia, Rousseau en Emile y Buffón en  su Historia Naturelle de L´Home, difundieron una fuerte crítica que se prolongo durante todo el siglo. “Solo se puede pensar que este abuso que se lleva en Inglaterra a un punto inconcebible, causará al final la degeneración de la raza. No es grato ver a una joven encerrada en un corsé, partida en dos como una avispa”.
      Entre otras de las crueles costumbres que estaban siendo cuestionadas por los filósofos, intelectuales y médicos en Inglaterra y América, era la de envolver al niño como momia, práctica que data desde los tiempos de la Roma Antigua. Se objetaba con firmeza el que los niños permanecieran fuertemente atados y se tenía dudas al respecto a que estuvieran envueltos en pañales. “Apenas ha dejado el niño vientre de su madre y comienza a mover y estirar sus miembros, cuando se le priva de esta libertad.  Se le enreda en bandas de pañales, se le acuesta con su cabeza fija, las piernas extendidas y los brazos a los lados y se le envuelve en ropa y vendas de todo tipo, para que no se pueda mover”.
      El doctor Buchan denunció esta práctica con términos que no dejaban la menor duda: “al pobre niño, tan pronto llega al mundo, se le aplican tantas envolturas en su cuerpo, como si se hubiera fracturado todos los huesos al nacer. Es necesario dejar a un lado la práctica de enrollar a los niños con tantas vendas”. Observación que también apoyaba Jonas Hanway en 1762.
      Para fines del siglo el consejo común era dejar a los niños pequeños que ejercitaran y utilizaran sus piernas desde temprana edad. No es muy clara la rapidez con que se siguió en Inglaterra este nuevo consejo. En 1767, Mme. de Maintenon expresó su aprobación al hábito inglés de quitar las vendas después de tres meses. Al parecer se admite generalmente que la práctica ya estaba pasando durante el tercer cuarto de siglo. En 1762, Rousseau señaló que en Inglaterra ya era “casi obsoleta” y en 1785 The Lady´s Magazine pensaba que la mayor parte de sus lectoras ni siquiera sabían como hacerlo.
      Al parecer Inglaterra se puso a la vanguardia del resto del continente al abandonar una práctica que había sido común por milenios, gracias a la gran influencia de algunos trabajos muy populares sobre el cuidado del niño, por el doctor William Cadogan, publicado en 1748 (diez ediciones en los siguientes 25 años) y el doctor William Buchan, publicado en 1769 (veinte ediciones en los siguientes cincuenta años) y el de William Law, cuyo manual sobre crianza de niños llegó a diez ediciones entre 1729 y 1772. Todos estos textos tenían la intención de liberar a los pequeños.
      En 1784, Von Archenholz se sorprendía al encontrar que en  Inglaterra “no se envuelve en pañales a los niños, se les cubre con ropa ligera, lo que les da libertad de movimiento”. Y un año después, un doctor ingles admitía que la bárbara costumbre de envolver al niño como momia viviente casi  había desaparecido. Por fin a los pequeños se les dejo respirar y  moverse con dulce libertad.

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Por: Miguel Ángel Sámano Rentería y Ramón Rivera Espinosa. (Coordinadores)

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