ENSAYOS SOBRE LA HISTORIA, LA FILOSOFÍA Y LA SOCIOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN

Carmina García de León

CAPITULO III
Cambio, movimiento, evolución: Charles Darwin

El orden celestial jerárquico, estático e inmutable, no sólo se aplicaba  al cosmos y a la sociedad, sino también a la naturaleza. Las diferencias entre los organismos se atribuían a condiciones jerárquicas, se consideraba que la creación divina había formado los organismos superiores y los inferiores, en forma inmutable, no temporales, rechazando cualquier idea de evolución, cambio o movimiento.


A pesar de estas creencias, algunos investigadores, comenzaron a pensar en la vida de la naturaleza como una vida progresiva,  en movimiento, semejante a los procesos de la historia. En 1859, año en que Darwin publicó “El origen de las especies”, figuró como el primer libro que informó a todo el mundo, que se había abandonado la vieja idea de la naturaleza como sistema estático y jerárquico. La concepción de la naturaleza como un sistema inmutable donde todas las especies eran creaciones especiales, había sido superada, por la concepción de las especies que surgen a la existencia, en un proceso evolutivo.


Llegar a estas conclusiones le tomó a Darwin casi toda su vida, formular la teoría del origen de las especies, estudiar la evolución de la naturaleza fue una labor que inició desde niño, como lo relata Ernest  Trattner, en su libro “Arquitectos de Ideas”: “Los primeros informes que tenemos de la propensión de Darwin a investigar la naturaleza nos refieren que a la edad de diez años advirtió la gran variedad de tipos de insectos que dedicaba a coleccionar. Su entusiasmo por ese trabajo se enfrió un poco debido al incidente que le ocurrió un día, cuando sujetaba a dos escarabajos y  descubrió otro ejemplar de una especie rara e interesante,  no podía abandonar las dos presas que tenía en las manos, y sin embargo, necesitaba apoderarse de la tercera; con rápida decisión, se puso uno de los escarabajos entre los dientes, sosteniéndolo de la mejor manera posible. Con su mano derecha alcanzó el tercer ejemplar ya lo tenía  entre sus dedos cuando el escarabajo que sujetaba entre los dientes lanzó desconsideradamente un chorro de ácido en su boca y se escapó con sus dos compañeros, mientras el joven entomólogo corría desesperadamente en busca de un vaso de agua para refrescar el ardor de su garganta.


La profesión de naturalista le interesaba mucho al joven Darwin, su padre creyó que la afición del muchacho era un simple capricho y deseaba que su hijo fuese médico como él y como el viejo Erasmus Darwin. Pero Charles mostró muy poca inclinación por la medicina. La próxima e inevitable sugestión fue el sacerdocio. El problema quedó sin resolverse mientras Darwin estuvo en Edimburgo y en Cambridge, donde continuó su vida dedicado a la observación de la vida de las plantas y de los animales, familiarizándose con los hechos de la geología, encontrando su mayor placer en el estudio de los seres que viven al aire libre. Cada día mostraba menos entusiasmo por la vocación de sacerdote. Cuando cumplió los veintidós años, en medio de la melancolía, le hicieron una oferta importante que decidió su vida: la designación como naturalista en un buque del gobierno, el Beagle, que iba a realizar un extenso viaje por la mitad meridional del Nuevo Mundo. Ansiosamente, sometió la oferta a la aprobación de su padre. No fue concedida inmediatamente; el señor Darwin pensaba que semejante viaje no estaría de acuerdo con la dignidad de un futuro clérigo. Temiendo que la oferta fuese rechazada, el joven naturalista rogó una rápida respuesta. Al fin se le dio el consentimiento, pero solamente después de haber intercedido en su favor el tío de Charles, quien declaró que en su opinión “el estudio de la Historia Natural, aunque no ciertamente de una manera profesional, es muy conveniente para un sacerdote”.


El Beagle zarpó de Inglaterra el 27 de diciembre de 1831, recorrió la costa europea hasta África y llegó a Tenerife el 6 de enero. Por temor al cólera la expedición no bajó a tierra, pero diez días después desembarcaron en Santiago, la isla principal del Archipiélago de Cabo Verde. Durante aquellos primeros días de viaje el mar había estado encrespado y Darwin comenzaba a sentir síntomas de indigestión y mareo que le abandonó raras veces durante el resto del viaje de cinco años. Otras incomodidades le iban a acosar durante el viaje –el calor, el mal tiempo, los insectos pestíferos, las expediciones fatigosas y una creciente nostalgia-, pero todas ellas las soportó por su gran  deseo de conocimiento por medio de la observación de la naturaleza. Hacia mediados de febrero el Beagle cruzó el Atlántico y finalmente los pasajeros desembarcaron en el Brasil. Allí comenzaron las verdaderas investigaciones de Darwin. Cada vez que anclaba el buque en su lento viaje a lo largo de la costa de la América del Sur, hacia el Estrecho de Magallanes, y más tarde por la costa del Pacífico, hacia Valparaíso y las Islas Galápagos, el joven Darwin se hallaba entre los primeros que saltaban a tierra con su red para cazar mariposas, su martillo geológico, sus vidrios de aumento y otros implementos de naturalista. Entre los puertos, a pesar de los repetidos ataques de mareo, observaba los pájaros y animales marinos que se podían ver desde el barco. Fue anotando todo lo que veía en su ahora famoso Journal (Diario) durante las largas noches en que su mente bullía con toda clase de hipótesis y de explicaciones posibles en el intento de llegar a una teoría lógica que hiciese comprensibles las relaciones entre los muchos fenómenos que había presenciado.


Un punto particular le preocupaba persistentemente. Si las diversas especies que encontraba habían sido creadas especialmente por una mano divina. ¿Por qué había tantas diferencias  entre los individuos de cada especie?  ¿Por qué no podía encontrar dos miembros de una misma especie exactamente iguales? ¿Sería que cada individuo había sido creado separadamente? ¿Qué otra razón podía haber de semejante variedad?


Además tenía que resolver el arduo problema de distinguir las especies de las variedades. ¿Qué es lo que constituía una especie? ¿Qué constituía una variedad? Hasta entonces el consenso de la opinión entre los naturalistas había sido que la cuestión de la cantidad debía ser el criterio principal, es decir que si el número de individuos de una variedad era lo bastante grande constituía una especie. Pero Darwin encontró que las variedades y las especies estaban tan relacionadas entre sí que era difícil discernir los detalles que las diferenciaban.


Al año siguiente, durante una expedición a las montañas de los Andes, descubrió que los ratones del otro lado de la cordillera eran completamente distintos. No se le ocurrió entonces y en aquel lugar que la explicación era algo como la mutabilidad de las especies. ¡Pero se hallaba ante un problema difícil! ¿Qué era lo que motivaba la variación? ¿Por qué los ratones de un lado de los Andes variaban de un modo y la especie del otro lado de otro modo? Había allí un problema importante que no podía ser resuelto con los escasos hechos que tenía a su alcance. Debía dejar la solución del problema de las variaciones en suspenso hasta que pudiera reunir el material necesario para apoyar una hipótesis.


Más tarde, en 1835, el Beagle dejó las costas del Perú para realizar una excursión al Archipiélago de Galápagos, que se halla alrededor de seiscientas millas de distancia del Oeste de la América del Sur. Allí estuvieron varios días que aprovechó Darwin para reunir datos sobre las nuevas especies que encontró. Sentado en su escritorio por las mañanas, comparando aquellos ejemplares con los que había coleccionado en el Continente, se quedó sorprendido por la notable semejanza entre ellos. Aquellos pájaros y reptiles de las islas Galápagos, miembros de las mismas especies, ¿habían sido creados simultáneamente en las islas y en el Continente? No, eso no podía ser cierto puesto que la semejanza no se extendía a todos los detalles, sino que residía solamente en la forma general. ¿Pero por qué habían sido creadas las especies tan semejantes entre sí y sin que fueran sin embargo las mismas? Si los pájaros y reptiles de las islas eran idénticos a los de la tierra firme (o si eran completamente diferentes) entonces la doctrina bíblica convencional de la creación especial sería la razón de ello ¡Pero no era ése el caso! Las formas de las islas parecían aisladas de las del continente, pero no eran ni idénticas ni distintas.


¡Problema difícil de resolver! Ni idénticas ni distintas. ¿Qué podía hacerse con aquello? Evidentemente, la respuesta no era la creación especial. Debían haberse producido variaciones. Aquellos pájaros debían haber emigrado en una época o en otra de la tierra firme y mediante alguna especie de modificación se habían diferenciado de su carácter original. O también, las islas habían estado alguna vez unidas con el Continente y luego habían sido separadas por las fuerzas geológicas, quedando con ello aislados los animales. No podía hallar otra explicación. Por esa razón no quedaba a Darwin más remedio que abandonar de una vez por todas la concepción de las especies fijas y aplicar la hipótesis de la variabilidad y evolución. En su diario anotó: “Es evidente que hechos como éstos, así como otros muchos, solamente pueden ser explicados suponiendo que las especies se modifican, cambian  gradualmente”.
Esta hipótesis de variabilidad, cambio y evolución resultó una fórmula de trabajo excelente. Las observaciones que durante tanto tiempo le habían mantenido perplejo parecían explicarse adecuadamente mediante dicha fórmula. Por ejemplo, allí estaban los ratones de los Andes. La naturaleza los había modificado bajo condiciones diferentes; de allí su carácter diverso. Recordó también que los animales y plantas de las islas de Cabo Verde, la escena de sus primeras observaciones durante el viaje, mostraban la misma peculiaridad que el grupo de las Galápagos, es decir que las especies se relacionaban entre sí, pero eran distintas de las del Continente. Una y otra vez estudió la gradación casi imperceptible que existía entre las diversas especies. Por dondequiera que pasaba en su viaje advertía que una especie se nivelaba con otra. Además de todo esto estaba su experiencia con las formas fósiles recogidas aquí y allí. Los grandes fósiles que había desenterrado en la Patagonia eran sorprendentemente similares a los ejemplares vivos. Evidentemente, los fósiles debían ser los antepasados de las formas vivas actuales.


Comenzó a conmoverle la viva alegría del descubrimiento. A su regreso al hogar ya no se discutía que su carrera debía ser la del naturalista. “El viaje del Beagle  -escribió Darwin en su autobiografía unos años más tarde- ha sido con mucho el acontecimiento más importante de mi vida y decidió toda mi carrera”. Y así fue.


El Beagle llegó de regreso a Inglaterra el 2 de octubre de 1836. Darwin invirtió muchos largos meses en preparar sus notas para la publicación. En realidad esas notas constituían un diario, un relato de sus observaciones hecho día por día, era ofrecido ahora a la humanidad con el título de Journal of Researches in the Natural History of Geology of the countries visited during the Voyage of H. M. S. Beagle around the World (Diario de las investigaciones en la historia natural y la geología de los países visitados durante el viaje del H. M. S. Beagle alrededor del mundo). La aparición del Diario dio al joven Darwin una posición destacada entre los hombres de ciencia.
En enero de 1839, se casó con su prima Emma Wedgewood, casi inmediatamente después comenzó a minar su salud, por lo que renunció a la idea de vivir en Londres y se estableció en el pequeño suburbio de Down, en el condado de Kent. Allí fue donde escribió el Origin of Species (Origen de las especies) después de veinte años de trabajo concienzudo en medio de una salud quebrantada que le obligaban a permanecer en el lecho durante semanas enteras.


A pesar de los largos períodos de dolor físico se las arreglaba para llevar adelante sus investigaciones en muchos campos de la ciencia, sin apartase del propósito central: la búsqueda de una causa natural que explicase el origen de las especies. Su pasión consistía en coleccionar los hechos que demostrasen la idea de la modificación, cambio, evolución.


A través de todas sus investigaciones Darwin había adquirido la costumbre de catalogar y poner en índices metódicamente todas sus notas, y también todos los libros que contenían pasajes relacionados con el tema de la transmutación de las especies. Esa costumbre le resultó muy útil, pues podía manejar su material de trabajo con facilidad; le daba la oportunidad de revisar de un vistazo toda la labor de los veinte años anteriores.
A medida que se aproximaba a la conclusión de su libro se sentía una vez más abrumado por las potencialidades de su teoría, pensaba en la evolución, en la selección natural. Trató firmemente de evitar una discusión sobre si el hombre también era un producto más de las mismas fuerzas naturales que actúan por medio del principio de la selección natural. Comprendió que el origen del hombre está ligado con el mundo de los animales a los que consideraba como: “Nuestros compañeros en el dolor, la enfermedad, el sufrimiento, el hambre y la muerte, nuestros ayudantes en los trabajos más duros, nuestros compañeros en nuestras diversiones”. Temía hacer algo más que sugerir un origen común, puesto que sentía que la gente no se hallaba preparada para cualquier intento de ahondar demasiado en el tema del origen del hombre. Además, se hallaban comprometidas muchas santidades muy estimadas por lo que Darwin se contuvo por esa razón, eligiendo cuidadosamente sus palabras, escribió en la última página de su gran manuscrito: “Se arrojará mucha luz sobre el origen del hombre y su historia”.
Finalmente, el libro estuvo listo para la imprenta. Lyell sugirió que el editor podría ser John Murray, de Londres. A él le fue entregado el manuscrito y a principios de noviembre de 1859 salió al mundo la primera edición del Origin of Species.
Darwin apenas tuvo paciencia para esperar las críticas y los comentarios sobre su libro de tan ansioso que estaba por saber como recibiría el mundo su teoría. No tardaron en llegar esos comentarios. El gran naturalista había subestimado el gran interés que iban a suscitar sus teorías.


Nunca provocó una obra científica un interés tan general. La primera edición de más de mil ejemplares fue vendida el mismo día de su publicación; Darwin tuvo que preparar inmediatamente otra nueva. La gente pedía el libro en todas partes, asediando a los libreros, que no habían soñado que pudiera haber tal demanda de un tratado de biología.


Hooker fue el primero que anunció su conversión total. Lyell se apresuró a informarle que se proponía  incluir las ideas de Darwin en un nuevo libro que estaba escribiendo sobre la antigüedad del hombre. Comenzaron a llegarle cartas de todas partes: de Carpenter el fisiólogo, de Sir John Lubbock el zoólogo, de Jenyns el paleontólogo, de H. C. Watson el botánico. Todos ellos escribieron a Darwin expresándole su adhesión a la nueva teoría.
El clero no tardó en tomar nota de la teoría de la evolución y como era de esperar, se puso vehementemente en contra de ella, formando rápidamente un movimiento de oposición encabezado por Samuel Wilberforce, el obispo de Oxford. Puesto que la teoría de la selección natural invalidaba el relato bíblico de la creación, el clero sintió acertadamente que se trataba de un ataque peligroso al dogma de las especies fijas. Por esa razón, Darwin fue acusado ruidosamente; su obra fue tratada como un “tejido completamente podrido de conjeturas y especulaciones”. Hombres menos influyentes que Wilberforce preguntaron a Darwin como se atrevía a elevar sus doctrinas por encima de la enseñanza de la Biblia.


No todos los eclesiásticos de la época mostraron su antagonismo, mientras la inmensa mayoría se expresaron violentamente contra Darwin, ciertos teólogos liberales se encontraban inclinados a ver en la nueva teoría la revelación más grande de la divinidad.
Cansado por todo el trabajo y la excitación que le había producido la preparación de su libro para la publicación, Darwin decidió tomarse un descanso y   una cura de aguas en Ilkley. Antes de partir recibió   una nota de sincera apreciación de un reconocido y admirado joven y brillante zootecnista Thomas Huxley; ningún testimonio podía haber complacido más al fatigado naturalista que las cordiales felicitaciones que  recibió, junto con algunas observaciones,  que Darwin se apresuró a incorporar en su teoría.  Huxley le anunciaba su apoyo de todo corazón, ya que Darwin era objeto de una gran cantidad de injurias y tergiversaciones.


En la controversia sobre la teoría evolucionista, que cada día se hacía más dura, Huxley representaba a Darwin y Wilberforce al clero. En todas las iglesias del país se pronunciaban sermones contra el nuevo monstruo y sus asociados. Darwin fue denunciado desde todos los púlpitos como un enemigo de Dios y del pueblo.
La teoría de la evolución demostraba  que los seres humanos y los monos tienen un origen común en las remotas profundidades de los tiempos y que ambos han surgido de un  progenitor común del pasado prehistórico. De ese antepasado, que no era ni hombre ni mono, ha descendido el hombre a lo largo de una línea de desarrollo y el mono a lo largo de otra línea.
El obispo Wilberforce, de Oxford, el enemigo más implacable que tuvo Darwin entre el clero, escribió que la cristiandad “era completamente irreconciliable con la degradante noción del bruto origen de aquel que había sido creado a la imagen de Dios”. La esposa del obispo de Worcester lo expresó de manera más ingenua: “¡Descender del mono! ¡Qué barbaridad! Esperemos que no sea verdad, pero si lo fuera, debemos rezar para que no se vuelva del dominio público”.


La lucha fue llevada al campo de los diarios de todo el país. La mayoría de las revistas se manifestaban contra la nueva teoría, aunque los opositores no aducían argumento alguno, claro o convincente. Pues Darwin en su “Origin of Species” había expuesto tan clara y contundentemente sus  argumentos y teorías que era muy  difícil  oponerse. No obstante, Darwin sabía demasiado bien que su libro iba a ser objeto de una larga campaña de tergiversaciones y de injurias. Las críticas acusaron a Darwin de haber realizado el intento loco de destronar a Dios inventando una selva de suposiciones fantásticas. Tal era el tono empleado por los opositores, que ejerció muy poca influencia en aquellos hombres de ciencia que conocían a Darwin y sabían que era un investigador concienzudo, cuidadoso y absolutamente honesto.
Era difícil de encontrar una exposición correcta del punto de vista Darwiniano en alguno de los diarios más antiguos, ya que prácticamente todos eran conservadores. Todo el mundo hablaba ahora de la teoría de la evolución, en su mayoría denigrando a Darwin. Y sin embargo, parecía sentirse en el mismo aire de la controversia,   la verdad de la nueva teoría y lo inevitable de su triunfo.


Después de la publicación del “Origen de las Especies”, Darwin continúo trabajando en su teoría de la variación doméstica, expuesta  en una obra monumental sobre las orquídeas, en la cual pudo demostrar que cada arruga y cada saliente de sus capullos elaborados, tenían su función propia en la lucha por la existencia.
En febrero de 1867, debido a su salud muy quebrantada  tuvo un periodo de descanso. Ansioso de escribir acerca de la aplicación de la teoría de la selección natural en el ser humano, esbozó un capítulo; tras algunas interrupciones se entregó a un trabajo continuo y en 1871 apareció The descent of man (El origen del hombre).
Esta publicación despertó un interés enorme en todo el mundo, en el último párrafo de su libro Darwin afirmaba:”Podemos reconocer que existen hombres excepcionales, con todas sus nobles cualidades, con la simpatía que sienten por sus semejantes, con su benevolencia, que se extiende no solamente a los otros hombres sino a las más humildes criaturas vivientes,  que poseen un su intelecto divino, que ha penetrado en los movimientos y en la constitución del sistema solar;  sin embargo con todos esos poderes elevados, el ser humano lleva todavía en su estructura corporal el sello indeleble de su humilde origen”.
Cada año  Darwin era objeto de mayor número de consultas con respecto a todas las materias de la historia natural. Los científicos jóvenes le enviaban sus libros, la correspondencia enviada por sus lectores adquiría proporciones asombrosas.
Posteriormente Darwin hizo un agregado a  su obra original del “Origen de las especies”: “No veo ninguna razón plausible para que las opiniones expuestas en este libro ofendan los sentimientos religiosos de nadie. Basta como demostración de lo pasajeras que son estas impresiones, al recordar que uno de los  mayores  descubrimiento que ha hecho el hombre, o sea la ley de la gravedad, fue también atacada como subversiva de la religión natural y, por consiguiente, de la revelada. Un famoso teólogo me ha escrito que es una concepción igualmente noble de la divinidad, creer que ella ha creado un corto número de formas primitivas capaces de transformarse, modificarse, evolucionar, cambiar…”

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