ENSAYOS SOBRE LA HISTORIA, LA FILOSOFÍA Y LA SOCIOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN

Carmina García de León

CAPITULO IV

Una brújula, una orientación para formar y educar por  medio de cuentos, narraciones, historias y sueños.

            “Cada palabra o mirada descuidadamente lanzada, cada pensamiento profundo o ligero, cada latido, cada movimiento del corazón humano, cada hoja de álamo que se desprende y vuela, cada polvo de estrellas sobre el charco nocturno, todos son  granitos de sueños dorados  Nosotros escritores, durante decenas de años extraemos estas millones de arenitas sin siquiera  darnos cuenta, las fundimos y luego de este metal forjamos nuestra rosa dorada: el relato, el ensayo, la novela, el poema, el cuento,  que sumerge en hermosos y dulces sueños”.
                                                                                 K Paustovski
            Los sueños y los cuentos se inician desde la niñez, desde los primeros años de vida, como  el niño que imagina ser cosmonauta, por lo que se despide de sus compañeros de juego, de sus parientes y vecinos, antes de abordar su cohete espacial. La fantasía, la imaginación, los sueños y cuentos, al mismo tiempo que estimulan las potencialidades creadoras, juegan un importante papel en la orientación, formación y educación del niño y la niña.
            Al nacer, el ser humano aparece como alguien  absolutamente frágil e indefenso, que requiere aprender todo lo necesario para orientarse en el mundo. Por medio de la educación le es trasmitida una tradición cultural, una filosofía, todo un universo simbólico en forma de relatos, historia y cuentos, con los  que forma sus conceptos, significados,  guías y mapas.
            La formación de nuestro  universo simbólico, como señala Paúl Ricoeur, es un aprendizaje al que somos introducidos e  iniciados por   los adultos por medio de una narración que es a la vez temporal y espacial. La  vida humana es temporalidad, pero no se trata sólo del tiempo cronológico, sino también del tiempo narrado, el tiempo que se hace humano a través del relato. “En este sentido el aprendizaje es una experiencia que tiene que ver con el tiempo;  pues se necesita tiempo para aprender y se necesita contar con el tiempo suficiente para  poder contar, es decir narrar. El tiempo de enseñar y aprender es un tiempo que se  narra; el tiempo que corre, que cuenta y que se cuenta. Por eso el tiempo de aprender es siempre una   narración del tiempo de la  formación, son los años del  aprendizaje”.
            En este proceso  pedagógico, los educadores, papás, abuelos, maestros, guían sus acciones sobre la base de sus tradiciones, de su saber formalizado, de sus creencias, filosofías y teorías. Su conocimiento personal nutre sus propuestas, con el deseo de orientar y formar el universo del educando.  La herencia cultural que le trasmite el educador es todo un tejido simbólico, una red, todo un imaginario que  configura su tradición  filosófica.
            El término tradición, como señala Luis Duch proviene de dos términos latinos, tradere y trasmitiere, que le otorgan al concepto unos peculiares matices. De un lado, una base o soporte material que se traspasa de uno a otro mediante un acto de “entrega” (tradere) y, por otra parte, una actividad dinámica de transmisión consciente en el que educador y educando se encuentran dispuestos a transmitir o recibir  algo
.
            La tradición filosófica, por tanto no es sólo el acto de transmitir un contenido tal y como previamente lo ha recibido quien lo transmite, sino que es un acto de participación, verdadera actividad dinámica, tanto de donación  o entrega, como de recibimiento o recepción en donde hay que estar atento, vivo. Es una relación de participación que pide  capacidad  de escucha pero no una aceptación acrítica e irreflexiva.

            El educador transmite su tradición y guía sus acciones sobre la base de lo que ha  aprendido, es un saber educativo el cual reconstruye constantemente, articulándolo en torno a  su filosofía personal. Por lo que cada relato  invita a consideraciones éticas, a la valoración moral,  razón por la cual no hay  relato éticamente neutro, sino que es un amplio
laboratorio moral donde se ensayan estimaciones,  valoraciones, aprobaciones o  rechazos, que son relevantes para la orientación de la existencia.
      En la niñez y en adolescencia es la época  en que nos vamos formando oyendo contar historias, es el momento en que tenemos una curiosa necesidad  de explicarnos o de que nos expliquen el mundo. Precisamente escuchando relatos, narraciones fantásticas ó reales, vamos aprendiendo.
      Los cuentos, las historias que nos cuentan los abuelos, los papás ó los maestros, están estrechamente relacionadas con sus filosofías personales, con sus gustos y pasiones. Tienen sus propios héroes, sus personajes, sus temas favoritos, con los que tratan de endulzarnos el oído, la imaginación, los sueños y la memoria; relatos que contienen una inolvidable brújula que  nos orienta guía e ilumina el camino. Cada uno  de nosotros recuerda con gran  emoción las historias que escuchó en la niñez y adolescencia, como las que mi papá me contó.

Una brújula inolvidable.

    Mi papá me decía que jugar con las matemáticas era muy divertido, un juego que se disfrutaba mucho; por lo que  entre los personajes  de los cuentos, de las historias que me contaba se encontraban astrónomos y matemáticos: Copérnico, Galileo, Descartes, Einstein y Bertrand Rusell. El siempre estuvo entusiasta y apasionadamente dedicado a dar clases de matemáticas y algunas veces de cosmografía.
      Le gustaban las ciencias, la historia y la filosofía, por lo que uno de sus personajes favoritos que alegremente se  paseaban entre los cuentos, era Voltaire, que se burlaba de los tontos y malos de los cuentos, los horribles inquisidores, que se dedicaban a regañar, censurar y castigar.
      Me contaba que en la época de Voltaire en el Siglo de las Luces, en Francia, las relaciones sentimentales eran muy divertidas, además de que ahí se escribían los libros prohibidos, los que en forma clandestina llegaban al Nuevo Mundo para deleite de Miguel Hidalgo, el que según me decía mi papá, era muy simpático porque había aprendido mucho de las ideas de la Ilustración.
      Mi papá continuamente me narraba el mundo, por lo que se entre mezclaban los relatos con la comida y los paseos. Viajábamos a Morelia cuando menos dos veces al año, en donde al igual que pasábamos a saludar a mi tía Margarita, a mi tío Calichito y a otros primos que vivían en la misma calle, así también siempre visitábamos a Miguel Hidalgo, en el Colegio de San Nicolás, actualmente la Universidad Michoacana, donde estudió mi papá, el cual fundó Vasco de Quiroga, que era otro de sus personajes preferidos, al que también saludábamos cuando íbamos de paseo a Patzcuaro.
Pasábamos antes por la población que lleva el nombre de Tata Vasco, como le decían de cariño los indígenas, donde podíamos admirar toda la artesanía que el impulsó. Ahí en Quiroga comprábamos el ajedrez y también toda la vajilla para el pozole que hacia mi mamá para el cumpleaños de mi papá.
También íbamos a saludar a Morelos a la isla de Janitzio en el Lago de Patzcuaro, donde está una enorme estatua, que se puede visitar por dentro y subir hasta su mano.
      Por la tarde regresábamos a pasear por Morelia, a caminar por lo que antes se llamaba la Calle Real, donde se encuentran preciosas y silenciosas construcciones coloniales, en que sus azules techos, están hechos con pedazos de cielo.
      Nos deleitábamos también con los riquísimos antojitos, así como del rompope, los chongos y los buñuelos. Por las mañanas desayunábamos camote o calabaza con leche, más tarde comíamos huchepos y corundas, y por la noche cenábamos enchiladas estilo Michoacán.
   Otro día nos íbamos a visitar iglesias, catedrales, mercados y plazas muy bonitas. No se nos olvidaba visitar a Melchor Ocampo, aunque a él lo saludábamos todos los días en una pintura que teníamos en la casa.
   Viajábamos también de Morelia a Zinapecuaro y a Cointzio donde nadábamos y comíamos unas exquisitas carnitas de lechoncito. Durante el camino mi papá nos enseñaba los ejidos y nos iba contando con gran entusiasmo y alegría como se habían repartido las tierras a los campesinos. Mi papá junto con todo un equipo de ingenieros y dibujantes las entregó personalmente en Michoacán en la época de Lázaro Cárdenas, al que los indígenas llamaban Tata Lázaro. Así iba aprendiendo y comiéndome el mundo.
      En época de clases iba con mi papá al centro, a la librería Porrúa a comprar libros de texto para la escuela, pero también comprábamos cuentos adaptados para niños, como los de la biblioteca juvenil Porrúa, que eran los mismos que mi abuelito le compró a mi papá cuando era chico. Leíamos las Comedias de Shakespeare y nos reíamos mucho con la “Comedia de las Equivocaciones”, también leíamos la Odisea, los Argonautas, los cuentos de Grimm; todos me gustaban porque salían sirenas, hadas, magas, princesas, príncipes encantados. Mi papá conservaba de cuando era niño un teatrito de cartón con sus personajes, entre ellos el enanito sin nombre que se apellidaba Trasgolistos, personaje de un cuento, con el que preparábamos un pequeño guión, y distribuíamos los papeles, a mí siempre me tocaba el de princesa, por lo que cuando era chiquita pensaba que todas las niñas eran princesas.
     Mi mamá me contaba en la noche antes de dormir dos cuentos que me gustaban mucho, el de la Cenicienta y el cuento de cuando iba a nacer, me decía que estaban esperando que fuera niña porque ya había cuatro hermanos hombres mucho mayores que yo, por lo que se alegraron mucho cundo nací.  Desde pequeña no conviví con mis hermanos, ellos se fueron a estudiar a otro lado, por lo que siempre me consideré hija única, mucho muy unida a mi papá y a mi mamá, siempre los tres juntos.
   Otro de los personajes favoritos de los cuentos que escuché desde la infancia era Montaigne, el que decía que a los niños hay que enseñarles sin coacción ni reprimendas, con dulzura y libertad, estimulándolos a aprender como si fuera un juego muy divertido. Por lo que mi papá me indicaba que estuviera alerta, que desconfiara de lo que no fuera divertido, sino aburrido, porque seguramente se trataba de algo antipedagógico. Por lo que entre las historias que me contaba, mencionaba la palabra “sibarita”, que significa una persona que disfruta mucho de la vida, como mi papá. El me decía que siempre se había divertido, como si nunca hubiera trabajado, porque el trabajo que se hace con gusto, como dar clases, se convierte en una diversión, como afirmaba Fourier.
            Estar contenta y no estar aburrida ni aburrir a los demás, era uno de los propósitos más importantes en la vida, para eso había que seguir el ejemplo de “Los Arquitectos de Ideas”, un libro con pequeñas biografías, de personajes que a mi papá le parecían formidables, porque siempre estaban estudiando, pensando, investigando, inventando, escribiendo libros. Me contaba de Darwin y la evolución, de Copérnico y el universo, de Marx y la “plusvalía”, una nueva palabra, un concepto muy importante que mi papá me explicaba.
       Me contó que también existían unos personajes que eran los más feos de los cuentos, entre ellos estaban los que  querían mandar, ser jefes y tratar a las personas como sus súbditos, sus siervos, haciéndoles creer que ellos eran superiores. Mi papá afirmaba que todas las personas somos iguales, nos contaba que cuando el tuvo algún puesto directivo, siempre trató a los demás con igualdad, como compañeros. Siempre decía que nosotros éramos personas libres y anárquicas.
      Además de los feos, había unos horribles personajes que inventaban castigos, asustaban y amenazaban a los niños para domesticarlos y obligarlos a obedecerlos y servirlos.
   Junto con lo que quieren mandar, asustar y castigar estaban otros personajes lo más malos de todos los cuentos, estos eran lo que se apropiaban del mundo y no permitían que lo que existía fuera para el disfrute de todos, como lo deseaba Tomás Moro, Tata Vasco, R. Owen, Fourier, Marx y Engels. Mi papá me decía que el dinero no debería existir, y que todo se tendría que repartir igualitariamente.
      En sus historias también me indicaba que era necesario observar a otros personajes, como son algunos médicos y maestros de escuela, porque podrían ser buenos, pero también podían estar equivocados, por lo que siempre estuviera alerta para rechazar aquello que me pareciera  ilógico.
      Uno de los temas centrales de los cuentos era “el amor”, mi papá me contaba que era lo más hermoso,  deleitoso, generoso y cristiano en la vida. Por lo que nosotros aunque no éramos religiosos compartíamos con los cristianos su filosofía de “amarse los unos a los otros”, dar y compartir el pan y las fiestas los unos con  los otros.
      Aunque no profesábamos religión alguna y no éramos católicos, cuando una muy querida amiga de mi mamá me quiso bautizar, mi papá aceptó, pero  haciendo la aclaración que no era por devoción a los santos sino a Copérnico y a Voltaire.  A la edad de un mes, decidieron bautizarme un martes de carnaval por la noche, en Morelia donde nací, festejando con una cena a los invitados. Me pusieron dos nombres, uno era “Carmina”, como le decía mi papá a mi mamá, nombre que tomó de una novela española “La casa de la Troya”, en la que el personaje principal se llamaba como mi mamá, María del Carmen, pero le decían Carmina. Y el otro el nombre de mi madrina Angelita, por lo que me pusieron Carmina Ángeles García de León Campero Calderón. Pero mi madrina Ángeles Abascal y los regalos que siempre me daba, me duraron hasta que cumplí los nueve años, porque mal aconsejada mi madrina, por sus parientes, las muy conocidas familias Abascal, le llamaron la atención sobre su estrecha amistad con  Porfirio García de León  González  que  es un “hereje con ideas socialistas”, por lo que mi madrina Angelita no volvió nunca a la casa. Mi papá tuvo que explicarme que había personas que pensaban distinto a nosotros y que desafortunadamente no aceptaban las ideas, ni la historia de los demás y a los que pensaban  diferente les llamaban “herejes”, como a él,  a mi abuelito y a mi tío.
            Me contó que mi tío bisabuelo Porfirio García de León Trujillo, había participado en Morelia en el movimiento de Reforma en la época de Melchor Ocampo y Benito Juárez, cuando luchaban  por la separación de la Iglesia y el Estado y por  la reforma de la educación.  Me dijo que todos los que tenían estas ideas, que apoyaban activamente la lucha por la causa liberal y además que no profesaban religión alguna, les decían “herejes” y los señalaban “con el índice de fuego, excomulgando a toda su descendencia hasta la quinta generación”
            Otra de las historias que mi papá me contó, es que ser mamá era algo realmente heroico, por eso las mamás tenían su Monumento a la Madre, al igual que lo tenían los Niños Héroes, porque realizaban grandes hechos de entrega y de sacrificio. Me decía que ser mamá era un trabajo muy duro y muy esclavizado; por lo que era  mejor ser maestra que ser mamá y en vez de tener hijos, se podían tener alumnos o libros.
            Mi papá también me narraba historias sobre el significado del cuerpo desnudo como algo tan natural, como lo expresaba Montaigne en sus “Ensayos”, en el que afirmaba que “le hubiera gustado pintarse con placer de cuerpo entero y completamente desnudo con la dulce libertad de la primitiva naturaleza”. Al igual que el cuerpo desnudo es algo tan natural, así también me decía mi papá, las relaciones sexuales entre los jóvenes son muy naturales.
            También me enseñaba que era importante mantener la salud del cuerpo, cuando estaba  pequeña le decía a la gente “no le den besos a la niña,  porque le transmiten microbios”,  tampoco usaba chupón porque me decía que era “antihigiénico,” otra palabra nueva que aprendí desde niña, junto con la palabra “antipedagógico”.
            Otra historia que me contaba mi papá, era que mi abuelito Porfirio  no le daba importancia al matrimonio religioso, pero si al amor que le tenía a su novia, mi futura abuelita. Pero los papás de ella, así como sus compañeras de clases, de una escuela religiosa, decían que como se iba a ir con un “hereje”, sólo lo permitirían si el novio se casaba por la Iglesia; por lo que con tal de no causarle problemas a la novia mi abuelito aceptó de inmediato. Así también mi papá que consideraba el amor lo más importante, que no necesita de pactos ni contratos, también aceptó boda civil y religiosa, para que mis abuelitos maternos le concedieran la mano de la novia (María del Carmen Campero Calderón Madrigal), así mi mamá estaría contenta.
            Uno  de  sus personajes consentidos  de las historias que me contaba era Federico Engels, por lo que siempre tenía a la mano su libro “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, en el que leíamos como el origen del matrimonio y la familia, no tenía nada que ver con el amor, sino con arreglos económicos y alianzas políticas y en el que a las personas se les consideraba como cosas para apropiarse. Mi papá me decía que el amor no tenía nada que ver con contratos civiles, religiosos o mercantiles; que no había que confundir una relación amorosa, con una negociación o una relación mercantil.
       Otro personaje que le gustaba mucho a mi papá era la Güera  Rodríguez, leíamos una novela sobre la historia de su vida, escrita por Artemio del Valle Arizpe, que era muy divertida y nos hacía reír mucho.
       Muchos años después, pasada la niñez  y la adolescencia, como a los treinta y un años, ya en la edad adulta, de acuerdo a esa época de mi vida habría una segunda educación, continuación de nuestra inolvidable tradición simbólica, con la cual ampliaría mí universo de conocimientos, de  conceptos,  mapas, guías, mis brújulas inolvidables. Enseñanzas que continuarían orientándome  dando sentido a mi mundo como un libro abierto que se relee y reinterpreta una y otra vez, narraciones que a lo largo de mi vida se convertirían en filosofía, en lógica,  dialéctica, en  una ética  estética de la existencia. Y que aún ahora después de muchos años de la desaparición física pero no amorosa de mi papá, me siguen acompañando. El diálogo y la narración, al igual que su apoyo y su siempre entusiasta confianza hacia mí, siguen en mi memoria. Los relatos continúan y a pesar de la desaparición física, yo le sigo contando imaginariamente lo que aprendo en la vida y ahora  él también aprende de mí.

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