EL OCASO DEL NEOLIBERALISMO EN MÉXICO (SÍNTOMAS, SUPERVIVENCIAS Y RENACIMIENTOS)

Jorge Isauro Rionda Ramírez

EL FASCISMO DEL ESTADO MEXICANO

La historia económica moderna de México parte desde sus antecedentes en el siglo XVII a sus rasgos más destacables a fines del siglo XX, donde el desarrollo se explica principalmente por el cambio de alicientes en materia de anhelos de crecimiento y desarrollo económico regidos primero por preceptos liberales, y en su fase de industrialización por los correspondientes a la social democracia.

En la revisión de las distintas fórmulas de fascismo estatal que desde el periodo independiente a la actualidad la nación mexicana ensaya para poder inventar, con éxito, el esquema económico que dentro de una lógica capitalista periférica, permita la realización de los anhelos nacionales.

En la fase independiente, estos intereses que se conjugan para culminar con la independencia de la nación mexicana, terminan por enfrentarse como bandos enemigos cuyos proyectos de nación son antagónicos e inconciliables.

La actual conformación institucional de la nación mexicana trata de conciliar lo inconciliable, de que convivan los intereses por un orden estamental basado en privilegios, con los de un orden liberal y democrático. De ahí devienen los actuales problemas de la nación pues este presenta una inconsistencia institucional y con ello, el proyecto de nación continuamente se ve truncado por la lucha de ambos raíces por preservarse en el desarrollo de una nación que arriba al capitalismo con un lastre de conservadurismos insalvables pero persistentes.

La herencia que México arrastra de instituciones estamentales, es un lastre que distrae la consolidación de un esquema de corte capitalista. Los intereses de los grupos que ven peligrar sus intereses y propiedades ante la instauración de un orden institucional de corte liberal, se patentan en constantes disrupciones entre los grupos hegemónicos. La nación sangra con guerras fratricidas y se desgasta su economía ante una esquizofrenia tanto institucional, como de regímenes de gobierno, donde las sucesiones entre liberales y conservadores, dan administraciones públicas pobres, corruptas e ilegítimas.

Las grandes disrupciones sociales en el país provienen de la profundización de las desigualdades sociales, del aumento de la injustita, de la enorme inequidad, la impunidad, los privilegios civiles a ricos y extranjeros, los grandes rezagos sociales existentes, la pobreza generalizada y extrema que convive con una opulencia altamente concentrada en una plutocracia que propiamente aparece como aristócrata. El fascismo de un régimen dictatorial y de una clase militar cuya prepotencia se patente en muertes civiles e intolerancia ideológica, y especialmente a los movimientos de los trabajadores del país, entre otros componentes, son los insumos que nutren la inconformidad que alienta al pueblo a la disrupción con el régimen.

En el caso de la revolución mexicana, la disrupción es efecto de la inclusión de su economía en la estructura económica internacional fordista o moderno, donde se rompe con las instituciones liberales utópicas o clásicas, se recrudecen las contradicciones de una sociedad que posee una constitución liberal, de jure pero no de facto, y un Estado fascista que ve por los ricos y extranjeros y se olvida de los pobres.

Tiempos anteriores, las reformas liberales de la última mitad del siglo XIX miopes del efecto social de la implantación de la propiedad privada como de la proletarización, inician reformas que no son viables, o bien lo son de forma traumática, para una sociedad que tiene un fuerte lastre atávico de instituciones estamentales.

El régimen post revolucionario enfrenta problemas ya no de tipo solo estructural sino de organización social. La existencia de caudillos, la presencia y pertenencia a extranjeros de sectores industriales claves para el desarrollo autónomo e independiente nacionales son un lastre que debe abatirse. La implementación de un solo partido como un único planteamiento de oferta política, como proyecto de nación, parte del corporativismo estatal, la impostura partidista y la postura ciega a un desarrollo endógeno y autónomo cuyo sustento o baluarte es la revolución mexicana.

Coyunturas favorables como la primera y segunda guerras mundiales dotan a la nación de reservas financieras suficientes como para promover un Estado fuerte. El término de los cacicazgos y la organización social del trabajo y la producción pertinentes a la modernización de la planta productiva nacional, otorgan al país paz social, bienestar y crecimiento con estabilidad a largo plazo.

El término del liberalismo abre un nuevo horizonte en el desarrollo nacional ante la creación del Estado del bienestar, cuyo principal acción es la proletarización de la fuerza de trabajo, bajo instituciones que resguarda un Estado social conciliador, mediador, regulador, que lleva un fuertes sesgo ideológico social demócrata.

Con el arribo de las tesis keynesianas se deja en el pasado el bagaje ideológico burgués de la democracia y la libertad. Ahora lo que se tiene es un Estado Fascista, promotor de los intereses de las clases trabajadoras, pero finalmente garante del grupo de empresarios que promueven el crecimiento del aparato productivo nacional, dentro del propio proyecto de desarrollo nacional bajo el emblema de un único partido.

El ascenso industrial y urbano de la nación parte de los acomodos institucionales como organizacionales de una organización social y del trabajo moderna. Nuevas fuerzas organizan a la nación y nuevos baluartes son basamento para erigir a los mexicanos en un creciente anhelo nacionalista.

La socialdemocracia, que más que representar los basamentos ideológicos de la clase trabajadora, funda las bases de la proletarización bajo la fórmula del salario mínimo, que es un pilar importante en la explotación capitalista industrial urbana y moderna.

De la década de los años 40 hasta 1970 la economía logra un crecimiento constante y sostenido. Es el llamado Milagro mexicano, donde queda patente el éxito del programa revolucionario iniciado en los años 30, en la modernización del país, y el ascenso industrial y urbano. No obstante, el movimiento estudiantil de 1968 deja en claro que no obstante el éxito económico del régimen, la nación no ha ingresado a la democracia, ante una dictadura de partido – Estado, que deja en entredicho al sistema político que es abiertamente fascista.

El control político de la sociedad, con respecto a su papel en el reparto económico, es parte de la estrategia de la inducción del crecimiento. El Estado a su vez orienta el desarrollo atendiendo los intereses en razón de los intereses tanto de las clases empresariales, como de extranjeros, pero sobre todo, en la búsqueda de sostener el régimen de dictadura partidista.

El fascismo en México transita de militares a civiles, en fórmulas que inventa momento a momento el partido revolucionario institucional. El éxito del esquema económico moderno, con un régimen de regulación keynesiano, causa que el aumento de los sindicatos explique el por qué a la par se da el crecimiento constante del sector público.

La desigualdad social crece a la vez que los monopolios van tomando los mercados nacionales. El Estado del bienestar, subsidiario, inyecta dinero al amparo del salario real de los trabajadores. Mantiene políticas proteccionistas para los empresarios, y contradictoriamente, este proteccionismo se traduce en el fortalecimiento de los monopolios dentro del país y con ello, el aumento en la desigualdad social. Más subsidios implican a su vez, mayor participación del sector público en la economía. El Estado moderno se robustece con una economía que logra de 1940 a 1970 un crecimiento estable y sostenido.

No obstante, la expansión del Estado rebasa los límites de financiamiento interno con base impositiva. Resulta un Estado demasiado propietario, demasiado subvencionador y en sí, demasiado grande. En la crisis del fordismo marcada por la crisis de las instituciones financieras establecidas desde 1944 en Bretton Woods, se revela la insuficiencia del ahorro interno para poder mantener un sector público de tales dimensiones. La situación de las clases trabajadoras se extrema con la devaluación de 1976 y las insurrecciones campesinas vuelven a ser una realidad en el país.

Es entonces que el Estado (autoritario), en la búsqueda de legitimarse, ostenta un discurso de extrema ideología populista, y en gran medida demagógica. El control político de los trabajadores, tanto del campo como de la ciudad, es fundamental para poder mantener en el partido a la clase política de la nación, amparado bajo la institucionalización de la revolución mexicana.

Dada la comprensión de la evolución histórica de los modos de producción, como parte de la formación económica capitalista, y la tesis de que el Estado finalmente es una forma de regulación y control que obedece a los intereses de la reproducción capitalista, estableciendo un orden institucional garante de la acumulación, la historia de los movimientos sociales en México, como de las formas históricamente específicas que toma el Estado, es una manera de revisar las metamorfosis fascistas que el Estado mexicano expresa.

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