BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

MIGRACIÓN INTERNACIONAL Y POLÍTICAS MIGRATORIAS

Julieta Nicolao




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IV. 2. a. Dinámica migratoria y evolución de la inmigración limítrofe.

El Censo Nacional de Población, Hogares y Vivienda del año 2001 arrojó una cifra de 1.531.940 extranjeros viviendo en el país, de los cuales 923.215 eran originarios de países limítrofes. La proporción de éstos últimos sobre el total de inmigrantes ascendió este año al 60,2%, lo cual denota el mantenimiento de las dos tendencias mencionadas precedentemente: la progresiva disminución del volumen de población extranjera en el país (4,2%) y el incremento de la importancia relativa de la población oriunda de países vecinos .

La comunidad paraguaya continúa siendo la más importante (35,2% de los limítrofes), ahora superando a todo grupo inmigrante proveniente de cualquier parte del mundo. Asimismo, los años 90’ constituyeron el decenio de mayor crecimiento de la colectividad boliviana, la cual arribó a las 233.464 personas en 2001 (25,3% de los inmigrantes fronterizos). Tal incremento les permitió desplazar a los chilenos al tercer puesto, quienes junto a uruguayos y brasileños experimentaron una disminución en números absolutos y relativos, siendo la reducción más notable la del caso chileno (ver cuadro 11).

En lo que concierne a la situación de los países de origen, durante los años 90’, desaparecen en Chile las condiciones expulsoras de las décadas precedentes, a partir de la restauración de la democracia y de la estabilización de la economía que entra en una senda de crecimiento más sostenido. De hecho, desde mediados de los 80’, las brechas de PIB per cápita se han ido ensanchando a favor de Chile respecto a la mayoría de los países de la región y acercando al nivel de Argentina, para lograr superar su nivel de ingresos en los últimos años. Sin lugar a dudas, esta constituye una de las razones centrales que explica por qué el país trasandino ha dejado de ser el segundo país limítrofe en aportar inmigrantes al nuestro.

De igual modo, el regreso de las instituciones democráticas y el crecimiento económico en Uruguay, hacen que la inmigración de este origen continúe, pero a un ritmo mucho menor que en épocas anteriores, recuperando su histórica estabilidad. No obstante, a partir de 1998, comienza un nuevo ciclo económico recesivo en este país que acompaña y no puede contrarrestar la crisis regional (primero en Brasil –1999- y luego en Argentina –2001- ) hasta llegar al histórico 2002 . Como consecuencia, a partir de 2003, se desarrollará un nuevo pico emigratorio pero ahora caracterizado por desplazamientos de larga distancia (fundamentalmente hacia Estados Unidos y España). La colonia residente en Argentina seguirá siendo la más numerosa pero descendiendo en términos absolutos (Taks; 2006).

Bolivia y Paraguay, por el contrario, no experimentan un mejoramiento notable en el desempeño de sus economías y el menor desarrollo económico relativo respecto a Argentina se traduce entonces en el mantenimiento e incremento del flujo de inmigrantes hacia nuestro país. Las brechas de PBI per cápita de estos países en relación al nuestro se mantienen altas: durante los años 1990-2000, el nivel de ingresos de Bolivia y Paraguay representaron en promedio el 28,8% y 39,8% del de Argentina, respectivamente. (Ver cuadro 12).

Tal como se señalara en el Capítulo 2º, en el marco de la diversificación internacional de los flujos migratorios, y de la multiplicación de países emisores, los años 90’ se van a caracterizar por un incremento extraordinario en el arribo de inmigrantes peruanos a la Argentina, quienes quintuplicaron su presencia, pasando de representar 15.939 en 1991 a 88.260 en 2001, cifra que duplica a los brasileños asentados en Argentina para ese mismo año .

Tomando a Chile como país de tránsito, los peruanos ingresaron mayoritariamente a través de la Provincia de Mendoza, radicándose algunos allí, aunque un porcentaje mucho mayor se dirigió hacia Capital Federal y Gran Buenos Aires, así como también a la ciudad de La Plata. El pico más alto de esta inmigración se registró durante los años 1993-1995 y su desarrollo se vincula a la crisis económica que a fines de la década del 80’ dejó a aproximadamente tres cuartas partes de la población económicamente activa desocupada o subempleada. Fue la incapacidad de la economía peruana para absorber la oferta nacional de trabajadores la que jugó un rol central en la huida de nacionales hacia Europa, Japón, Estados Unidos, y también hacia la Argentina, quizá encontrando como mayor atracción el tipo de cambio más favorable (Benencia; 2003).

A fin de una mejor comprensión de este novedoso fenómeno, vale efectuar una apretada síntesis de algunas cuestiones centrales de la vida peruana en las décadas del ’80 y ’90. En 1985 es electo Presidente del Perú con el 46% de los votos Alan García, quien inicia un programa de reactivación de la industria (infrautilizada) y de inversiones para ayudar al desarrollo agrícola a pequeña escala. Luego de un breve auge de la economía peruana entre 1986-1987, se produce un importante déficit comercial atizado por el consumo que agotó las escasas reservas de divisas. Así, para 1988, “Perú se convirtió de repente en la piltrafa de América Latina. El producto bruto se desplomó un 30% en tres años, mientras la inflación remontaba el 3.000%. El desempleo masivo arrojó a millones de personas a la economía sumergida… Perú se había convertido en el país más en bancarrota de un continente en bancarrota” (Skidmore y Smith, 1996: 240).

En el marco de esa crisis, el grupo guerrillero Sendero Luminoso demostró una fuerza creciente, apelando el gobierno a una represión indiscriminada. A García le sucedió en 1990 Alberto Fujimori quien en abril de 1992 clausuró el Congreso e intervino el poder judicial, propiciando un autogolpe respaldado por los militares, convirtiendo a Perú en el primer país suramericano que recayó en el autoritarismo. Así, a la involución política se sumó el caos económico, las profundas divisiones sociales, la corrupción, el terrorismo de estado, el descrédito de los partidos tradicionales y la pésima imagen a nivel internacional.

La suma de estas cuestiones influyó en la formación del importante flujo de población hacia la Argentina, pues miles de peruanos se vieron obligados a dejar su país de origen y huir al exterior.

A pesar de que Perú no comparte fronteras con la República Argentina, el comportamiento de la migración procedente de allí registra un patrón similar al del resto de los flujos limítrofes. De ahí que a partir de los años 90’ se comience a emplear el término “inmigrantes regionales” en lugar de “limítrofes” de manera de incorporar a los extranjeros de nacionalidad peruana en los estudios sobre la temática que nos ocupa. Algunos autores reconocen una particularidad entre los peruanos relacionada al alto nivel de estudios que caracteriza a los miembros de esta colectividad, no obstante, este rasgo no se ha traducido en una mejor inserción laboral en el país de destino, incluso muchos han revelado encontrarse en peores condiciones que en su lugar de origen .

Por otra parte, es de destacar el desarrollo de una particular corriente migratoria procedente de países de Europa central y oriental que, si se la compara con el total de emigrados de esos países o con el número de inmigrantes residentes en Argentina (mismo con el gran salto de la inmigración peruana en este decenio), se torna insignificante; no obstante, si bien pequeña, tal corriente ha cobrado singular importancia por tratarse de una población de altas calificaciones.

La gran mayoría de estos inmigrantes, ucranianos en un 70%, ingresó a nuestro país bajo el amparo de un tratamiento migratorio especial, implementado a partir de diciembre de 1994, destinado a la facilitación administrativa migratoria a extranjeros nativos de veintiún países de Europa central y oriental. Lejos de tratarse de una política de promoción migratoria deliberada, se trató de una medida coyuntural vinculada fundamentalmente a cuestiones de política internacional , que implicó en la práctica la facilitación para la obtención del visado. Así, se inicio un flujo considerable de extranjeros que ingresaron a la Argentina escapando de las conflictivas situaciones que vivían en sus países de origen, como consecuencia del desmembramiento de la Unión Soviética y los problemas políticos y económicos que este acarreó. Entre 1994-2000 alrededor de 10.000 personas obtuvieron la visa temporaria (Marcogliese; 2003). Esta situación constituye otro ejemplo elocuente de la capacidad que detenta el Estado para determinar el desarrollo de corrientes migratorias, influyendo en su origen, tamaño o composición.

Finalmente, debe señalarse que en este decenio continúa la emigración de argentinos al exterior ahora vinculada a los problemas económicos que atraviesa el país. Calvelo identifica el quinquenio 1995-1999, como un período de renovado auge de la emigración a raíz del deterioro de las condiciones del mercado de trabajo en Argentina, principalmente, del aumento de las tasas de desocupación y subocupación (Calvelo; 2007).

En efecto, las salidas se incrementan hacia fines de los años 90’ a medida que se agrava la crisis del modelo económico neoliberal y, en los años 2000, 2001 y 2002 se produce una explosión emigratoria que, según los datos oficiales, llevó en tan solo dos años -2000 y 2001- a que abandonen el país 118.087 argentinos. Si se compara esta cifra con el stock estimado de residentes argentinos en el exterior –alrededor de 600.000 para el año 2000-, se halla que en dos años se fue del país la misma cantidad de gente que habitualmente lo hacía en diez . Como las causas que motivan los desplazamientos se modifican respecto a las décadas precedentes (ya no se trata de exiliados políticos), sucede lo mismo con la composición de estas corrientes emigratorias que comienzan a masificarse y reducirse en cuanto a selectividad.

Mientras que en los decenios de 1960, 1970 y 1980, la emigración argentina se concentró en siete destinos que juntos concentraron el 70% de los argentinos en el exterior (Estados Unidos, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay e Israel); en la última oleada emigratoria, se consolidaron como destinos importantes España, Italia e Israel; aunque Estados Unidos siguió siendo el principal receptor de argentinos (Calvelo; 2007).

A su vez, la crisis determina el retorno a sus países de origen de una cantidad importante de inmigrantes limítrofes que, a juzgar por la prensa, constituyeron unos 30.000 entre diciembre de 2001 y enero de 2002 (Esteban; 2003). Así, entre los años 1990 y 2000 la tasa de migración neta (inmigración menos emigración) en Argentina fue en promedio de -2.155,3 personas por año . Definitivamente, si el último Censo Nacional de Población hubiese contenido un año más, los resultados obtenidos serían completamente diferentes, acentuándose los saldos negativos.

Ahora, bien, no caben dudas de que en la década del 90’ existió un elemento coyuntural clave vinculado a la política económica del gobierno de Menem que jugó un papel de primer orden en la determinación de la migración de personas provenientes de países vecinos y de Perú: la Ley de Convertibilidad. La misma impactó fuertemente sobre el mercado de trabajo y sobre los salarios relativos de los países limítrofes e incluso de la mayor parte de los países de América Latina (Buccafusca y Serulnicoff; 2004). El período de diez años en el cual existió el denominado “uno a uno” representó un elemento de atracción primordial para los migrantes de la región, para los cuales un salario de $500 podía intercambiarse por U$S 500 y los trabajadores extranjeros podían reservar parte de sus ingresos y enviarlos a sus familiares en los países de origen. La década de los 90’, se caracterizó, precisamente, por la relevancia de las transferencias de dinero de los inmigrantes hacia el exterior, coincidiendo con el auge de la participación de las remesas en la economía mundial.

No obstante, como señalan Velásquez y Gómez Lende, en realidad, la situación de los años 90’ fue contradictoria: por un lado, las reformas estructurales fomentaron la creación de una superpoblación relativa de fuerza de trabajo, promoviendo el ingreso al territorio nacional de mano de obra migrante y estableciendo una discriminación salarial contra ella; por otro, el desempleo estructural, la precarización del mercado de trabajo y la caída de los salarios reales -en suma, la falta de oportunidades para la mayor parte de la población- se configuraron en los detonantes por excelencia del proceso emigratorio de argentinos hacia países industrializados (Velásquez y Gómez Lende; 2004).

En otro plano, las redes sociales de ayuda constituyeron, como lo han hecho tradicionalmente, otro elemento central en el sostenimiento en el tiempo y reproducción de los flujos migratorios limítrofes, y la Encuesta Complementaria de Migraciones Internacionales (ECMI) del Censo de 2001 aporta, por primera vez, datos que comprueban la importancia que han asumido. Estas redes tienen un mayor impacto en aquellas colectividades de mayor tamaño, observándose que, de un relevamiento de 556.022 inmigrantes limítrofes, el 63,1% (350.894) declaró tener compatriotas conocidos de su ciudad o pueblo al arribar a la Argentina (fue el caso del 71% de los bolivianos, el 68% de los paraguayos, y más del 50% de los chilenos y uruguayos encuestados); el 5,6% (31.513) tenían compatriotas conocidos que no eran de su ciudad o pueblo y 30,9% (171.644) no tenían compatriotas conocidos cuando ingresaron a nuestro país .


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