BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


LA DIMENSIÓN INMATERIAL DEL PAISAJE. UNA PROPUESTA DE DOCUMENTACIÓN, CARACTERIZACIÓN Y GESTIÓN DEL PATRIMONIO CULTURAL INMATERIAL

Juan Martín Dabezies Damboriarena


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PATRIMONIO CULTURAL INMATERIAL

SOBRE EL PATRIMONIO.

El concepto de patrimonio nos refiere a algo que ha sido heredado, a “la herencia de los pueblos”. Pero esta herencia, en el Estado Nación de hoy, compuesto por una multiplicidad de agentes sociales, ¿es herencia de todos o de una parte de los conjuntos sociales que componen el Estado Nación? ¿Qué es patrimonio para quién? (GARCÍA CANCLINI, 1993)

El Patrimonio Cultural (PC de aquí en más) está compuesto por bienes o entidades tangibles e intangibles significados colectivamente por el hombre y con un valor diferencial sobre el resto. Tales entidades forman parte de la memoria social, en tanto que sirven para identificarse positiva y negativamente por nosotros y por los otros.

Analizaré la relación patrimonio/identidad/memoria en el contexto del Estado Nación manejando el concepto de “comunidades imaginadas” expuesto por Benedict Anderson (1991). Según este concepto las naciones o los colectivos sociales son comunidades imaginarias, entidades en cuyos miembros la imagen de su común unión es el cimiento de su identificación colectiva (CAETANO, 1992).

La memoria social o colectiva es una memoria compartida, son conjuntos de memorias individuales superpuestas, entretejidas en un marco social de códigos comunes. La relación entre memoria e identidad es espacio-temporal: el núcleo de cualquier identidad individual o grupal está ligado a un sentido de permanencia y pertenencia a lo largo del tiempo y del espacio (JELIN, 2002).

Los sujetos seleccionan ciertos hitos de su existencia espacio-temporal, ciertas memorias, que sirven para fijar los parámetros (compuestos por elementos invariantes que son los organizadores, los referentes) con los cuales alguien se identifica y diferencia con los otros. Así, a diferentes escalas, las memorias establecen los marcos sociales de la identidad (JELIN, 2002).

La selección de los elementos que serán los referentes de la memoria y por lo tanto de la identidad, está dirigida por las estructuras de saber-poder dominantes. Estos referentes pueden ser considerados como el patrimonio cultural de un Estado Nación (CRIADO, 2001).

Cuanto más personas tengan acceso a la conformación y al uso simbólico del patrimonio cultural, mejor será su percepción y más posible su apropiación colectiva. En ese sentido Bonfil Batalla señala que “lo nuestro” es el universo próximo, son maneras de hablar, de compartir y de relacionarse, vinculadas a experiencias y memorias compartida: “las cosas tienen un significado para nosotros y tal vez no para otros” (Batalla, 1991:135). En términos de patrimonio implica que nosotros compartimos los significados que atribuimos a un conjunto de bienes culturales, sean tangibles o intangibles. “Hacemos los objetos y al mismo tiempo le otorgamos un significado, en el contexto propio de nuestra visión del mundo.” (BATALLA, 1991:135).

De esta forma se presenta un debate sobre la construcción social de la memoria en los Estados-Nación modernos, aquellos que devienen en “Historia” y los otros que operan como formas de resistencia, clasificados como “mitos”. La dramatización ritual presenta ceremonialidades constructoras de mitologías que integran colectividades en narraciones autónomas de la historia local. Formas de resistencia o de integración de las localidades en los proyectos modernizadores que pretenden abarcar todos los sectores de la sociedad bajo un mismo paraguas. Los dramas sociales fragmentan y acotan respecto a situaciones no armónicas particulares el fluir constante de la vida social (DÍAZ CRUZ, 1997).

Las historias locales constituyen el ejemplo de cómo un conjunto de dramas sociales fueron transformados en narrativas regionales incorporadas y recicladas en los grupos insertos en los nuevos procesos globales. Estos dramas sociales producen y cristalizan símbolos o tipos simbólicos (personas, lugares, momentos, acciones) que contribuyen a legitimar un modo de existencia social y ofrecen referentes para la acción. Entran en operación un conjunto de nominaciones que clasifican y ordenan el mundo en luchas simbólicas para configurar lo real.

El Estado aparece como responsable y garante de la “nominación legítima” (Bourdieu, 1996), el “patrimonio cultural funciona como un recurso para reproducir las diferencias entre los grupos sociales y la hegemonía de quienes logran un acceso preferente a la producción y distribución de los bienes” (GARCÍA CANCLINI, 1991b:11).

En términos de capital cultural, ese PC hegemónico debería poder ser utilizado por todos por igual. Pero esto no es así ya que existe una jerarquía que regula la apropiación del capital cultural. Esta construcción de la jerarquía del capital cultural, es producto de una concepción de la cultura como algo superior: vale más el arte que el artesano, la medicina científica que la popular, la cultura escrita que la oral (GARCÍA CANCLINI, 1993).

Esta idea de la cultura como algo superior tiene su origen en la concepción de que lo humano debe aspirar a productos paradigmáticos de cultura-espíritu como las “bellas artes” o “las bellas letras” (DE GIORGI, 2002).

Esta concepción de cultura ha sufrido un doble movimiento de ampliación y acercamiento, que ha generado un cambio en la concepción del patrimonio cultural. Por un lado se ha ampliado el concepto de cultura, ya no se trata solamente de cultura-espíritu, ahora se conciben las culturas populares o las hibridaciones. Por otro lado se han acercado los extremos de la jerarquía: ya no hay culturas más “altas” que otras, es simplemente cultura (DE GIORGI, 2002).

Este cambio en el concepto de cultura, ha ampliado el concepto de PC, y por lo tanto ha tenido implicancias en las políticas culturales y en las diferentes estrategias de patrimonialización (DE GIORGI, 2002; BALLART, 1997; GARCÍA CANCLINI, 1993; GONZÁLEZ MÉNDEZ, 2000).

El dar lugar otras culturas, ha dado un lugar a otros patrimonios, lo cual se ve reflejado en la legislación internacional. Por otra parte, la propia fragmentación del concepto hegemónico de patrimonio, dando lugar a patrimonios minoritarios, silenciados, es un claro reflejo de la pérdida de control que está sufriendo el Estado sobre la Historia que debe profetizar. Estos nuevos patrimonios constituyen las bases de las categorías referenciales de nivel cultural a las cuales se refiere Touraine (1994), como terreno de subjetivación.

Este fenómeno de ampliación del concepto de patrimonio, queda claramente reflejado en la normativa internacional, lo cual refleja esta búsqueda de diversidad cultural y pretende servir de instrumento a tales efectos. Pero no está claro si “la cura es mejor que la enfermedad”.


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