BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


LA DIMENSIÓN INMATERIAL DEL PAISAJE. UNA PROPUESTA DE DOCUMENTACIÓN, CARACTERIZACIÓN Y GESTIÓN DEL PATRIMONIO CULTURAL INMATERIAL

Juan Martín Dabezies Damboriarena


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POR UNA PRÁCTICA APLICADA: JUGANDO AL BRICOLEUR EN UN ESCENARIO DE CAMBIOS

Definiendo un escenario que demanda alteridades: la identidad uruguaya

Según Verdesio (2000), el actual imaginario social se remonta a los tiempos del descubrimiento de la zona de la Cuenca del Plata en el siglo XVI, en base al manejo discursivo-político de la toponimia. La presencia indígena en la zona no ocupaba lugar en estos mapas (en el mejor de los casos aparecían como salvajes y caníbales), siendo la mayoría de los nombres cristianos.

Esta forma de hacer caso omiso a la presencia indígena, sustituyendo los nombres guaraníes por una nomenclatura tranquilizadora ligada a la cultura y teología occidental, es una forma de llevar a cabo una acción de tipo política, que consistía en inscribir las nuevas tierras en la historia y cultura europeas. Más adelante, en plena época de la colonia, con la cartografización del Uruguay, continuaría esta estrategia de dominación (VERDESIO, 2000).

La consecuencia de este proceso es una concepción imaginaria del territorio que responde a un discurso del cual tomamos partido constante e inconscientemente. Cada vez que imaginamos el territorio como un lugar donde se desarrolló una sola tradición cultural y un único proyecto histórico, tomamos partido solo por una tradición cultural (VERDESIO, 2000).

Más adelante, en tiempos del surgimiento del Estado, el imaginario social aún no estaba consolidado. El primer imaginario nacionalista surge en las últimas décadas del SXIX, cuando adquiere vigencia un primer impulso modernizador de signo capitalista (Uruguay se incorpora a la economía de mercado internacional). Esto demandó algunas transformaciones: la estancia cimarrona pasa a ser una empresa capitalista, el gaucho se proletariza, la urbanización, las oleadas de inmigrantes, etc. (CAETANO, 1992; OLIVERA-WILLIAMS, 2000).

Con las generaciones del novecientos y del centenario, surge lo que se podría denominar el primer imaginario colectivo de los uruguayos. Era preciso generar espacios de autonomía respecto al dominio británico, lo cual desató una obsesión integradora, donde la política y la educación fueron los principales vehículos integradores (CAETANO, 1992). La mito praxis era controlada por intelectuales pertenecientes a la clase dominante, muchas veces vinculados a la política (TANI; ROSSAL, 2000) y su brazo ejecutor se vio consolidad con la escuela pública vareliana, la cual determinó que igualdad era sinónimo de homogeneidad, en un ejercicio mitopráctico general que no dejaba imaginar una alteridad posible (GUIGOU, 2000).

Este discurso identitario fue mantenido casi invariablemente hasta los 70`, cuando entra en crisis (dictadura militar mediante). Esto da lugar a replanteos de la identidad nacional, en cuanto a la europeidad de la población, a la indianidad y a la africanidad de la misma (PORZECANSKI, 1992).

Surge entonces la necesidad de ir contra el corsé homogeneizador y recuperar la base pluriétnica y plurireligiosa, para lo cual Porzecansky (1992) esboza los elementos reivindicativos de las incipientes nuevas mitologías de la identidad nacional. Según dicha autora, estos elementos son: reclamo de identidades propias (pobladores legítimos –indios, negros- vs. los que llegaron después –conquistadores-); búsqueda de una nueva estructuralidad de base étnico-religiosa; construcción de una narrativa épica de la indianidad, exaltando valores de resistencia a la aculturación europea; reubicación de la latinoamericanidad de lo uruguayo.


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