GASTO PÚBLICO Y DESARROLLO HUMANO EN LOS MUNICIPIOS DE VERACRUZ
1995-2004
LOS CASOS DE CÓRDOBA Y ORIZABA


Miguel A. Mastroscello

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Capítulo 1: Reconfiguración del concepto de Desarrollo

1.1Introducción

A partir de la década de los cuarenta del siglo pasado, uno de los principales retos de la economía mundial ha sido encontrar los mecanismos propicios para que los países, estados, municipios y localidades se desarrollen económicamente, buscando que este desarrollo llegue a toda la población.

En la teoría económica el desarrollo se asoció al crecimiento económico, se pensaba en el desarrollo económico como un proceso continuo de aplicación de excedentes en nuevas inversiones que expandieran la actividad productiva, logrando con esto la generación de empleos que harían, a través del poder de compra de los asalariados, expandir la economía de manera sostenida generando un círculo virtuoso de crecimiento económico que poco a poco abarcaría todas las actividades productivas y a todos los sectores de la sociedad.

Durante décadas, el desarrollo fue concebido como sinónimo de crecimiento y el Producto Interno Bruto (PIB) agregado y el PIB per cápita fueron las medidas más comúnmente utilizadas para medir el nivel de desarrollo de países, regiones, localidades y ramas de actividad.

Fue hasta finales de la década de los sesenta que el economista británico Dudley Seers provocó una reflexión profunda en los círculos académico y político en materia de desarrollo, al afirmar que copiar la senda de crecimiento de otros países difícilmente tendría el éxito esperado en los países pobres, por que cada país tiene diferentes condiciones, recursos y potencialidades. 4 4 Seers, Meaning, 1969, p. 3-15.

Además, era necesario ser realistas y puntualizar que la visión del desarrollo como crecimiento económico era limitada, ya que el auge de algunos sectores específicos no se traducía en crecimiento de los demás sectores y el dinamismo del empleo sólo se daba en ciertas zonas, lo que generaba mayor desigualdad social tanto por regiones como por ramas de actividad al interior de los países.

En la década de los setenta, la teoría del desarrollo económico se abocó a buscar mecanismos para que el crecimiento se tradujera en bienestar social con programas de ajuste macroeconómico y mecanismos de compensación a las desigualdades regionales, partiendo de la idea de que el crecimiento económico es una condición necesaria para el desarrollo, pero no suficiente.

Surge en esta década la visión estructuralista latinoamericana, en el seno de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) sobre el desarrollo desigual y la teoría de la dependencia (modelo centro-periferia), esta interpretación teórica indica que el mercado mundial favorece el reforzamiento de las desigualdades y que es necesaria una acción decidida del Estado para regular la actividad económica y para compensar las desigualdades intrínsecas al modelo de desarrollo capitalista.

En la década de los ochenta, a la par de los procesos de descentralización fiscal y administrativa emprendidos por la gran mayoría de los gobiernos, surgen nuevos enfoques del desarrollo, entre los que se encuentra el desarrollo local, cuya perspectiva reconoce en primera instancia que el desarrollo económico como tal no contempla las diversas heterogeneidades al interior de las regiones sociales, culturales, naturales y políticas, que deben ser consideradas en una concepción más integral de la potencialidad y capacidad local.5 5 Tolentino Martínez, “Desarrollo”, 2005, p. 46.

Un elemento crucial desde esta perspectiva tiene que ver con el aporte y valor que pueden agregar los actores locales al desarrollo económico y a las políticas tanto locales como nacionales. De hecho, las políticas de desarrollo local ayudan a generar propuestas e ideas que incentivan el compromiso de la población local y que pueden ser utilizadas como catalizadores para el desarrollo.6 Todas las perspectivas enunciadas líneas arriba tienen en común que consideran al desarrollo como mejoría en el ingreso; el avance se ha dado en la perspectiva territorial, al considerar no sólo los países, sino también regiones y localidades, pero el reduccionismo económico con el que se aborda el tema no permite entender la verdadera naturaleza del fenómeno ni diseñar formas eficaces de intervención.

Al considerar a la población como objeto a desarrollar, se olvida que el desarrollo tiene componentes políticos, sociales, culturales, geográficos y que estamos en un contexto de diversidad, en el que los sujetos activos del desarrollo son las personas, ante esta reflexión en la década de los noventa el Programa de las Naciones Unidad para el Desarrollo (PNUD) adoptó las ideas de Amartya Sen y Mahbub ul Haq en la introducción de una nueva acepción del desarrollo y de una nueva forma de medir el desarrollo a través del Índice de Desarrollo Humano.7

El paradigma del Desarrollo Humano considera que además del componente de ingreso, las personas valoran la libertad de movimiento y expresión, la ausencia de opresión y violencia, la seguridad personal y patrimonial, la participación política, la cohesión social, el derecho a afirmar sus tradiciones y creencias, en suma, el derecho a una vida digna en la que puedan ejercer efectivamente sus libertades y potencialidades humanas.

El objetivo de este capítulo es reflexionar sobre la construcción del concepto de desarrollo, haciendo un breve recorrido por las diferentes etapas de la evolución del concepto, desde la noción de “progreso económico” de Mill hasta las últimas formulaciones teóricas del Desarrollo Humano, buscando sustentar la idea de que justamente en el ámbito local, en los municipios mexicanos, el gasto público en Desarrollo Humano tiene la potencialidad de incidir efectivamente en el bienestar de la población.


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