LA ECONOMÍA MEXICANA. CRISIS Y REFORMA ESTRUCTURAL. 1984-2006

LA ECONOM?A MEXICANA. CRISIS Y REFORMA ESTRUCTURAL. 1984-2006

Hilario Barcelata Chávez

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LA CRISIS AGRÍCOLA

1990

Cada día que pasa nuestra realidad se parece menos a lo que queremos ser y, sin percibirlo o por ser consecuencia del deseo de hacer para lograr algo, alejamos nuestros pasos del rumbo para construir el país moderno productivo y justo que queremos tener.

En las ciudades, en cualquiera que uno elija. La misma capital de nuestro estado, muestran con terrible contundencia la veracidad de lo dicho. Los problemas del medio urbano se acrecientan sin que parezcan tener solución a corto plazo. Por desgracia, esto seguirá, en aumento a pesar de los refuerzos a que se hacen por resolverlos. La razón es muy simple: Los problemas de las ciudades, como la excesiva concentración poblacional, la falta de servicios adecuados en cantidad y calidad, la falta de terrenos para la urbanización la invasión de las aceras, de las calles, de vendedores ambulantes, niños, mujeres y ancianos limosneros. No tienen su origen en la ciudad, sino que son producto de la invasión silenciosa de los hombres del campo.

El crecimiento explosivo desproporcionado y anárquico de las ciudades no es sino el reflejo de las circunstancias adversas que se viven en el área rural. La escasez de alimentos en las ciudades es una de las importantes consecuencias de la crisis agrícola, pero otra, también fundamental, es ese incesante éxodo del campo a la ciudad, y nadie parece reparar en ello.

Existe la conciencia de que no hay presupuesto que alcance para atender las crecientes necesidades de las ciudades ¿Pero acaso se hace algo para detener su crecimiento?

La creciente ganaderización de las tierras cultivables del estado; la falta de seguridad en la tenencia de la tierra; la falta de seguridad de los propios campesinos; la falta de apoyos y estímulos a su actividad provocan que se vuelva insostenible su permanencia en el medio rural y la solución inmediata es la emigración . Sin embargo, las ciudades están agotando su capacidad para recibir a esa inmensa cantidad de hombres, mujeres y niños que día a día llegan a descargar en ellas su miseria.

La ciudad capital del estado es un ejemplo vivo de ello. Basta hacer un recuento del número de colonias nuevas que se han ido formando; de la cantidad de personas que no cuentan con servicios de agua, drenaje, alcantarillado, luz eléctrica, transporte adecuado. Basta ver las incesantes manifestaciones frente al Palacio de Gobierno exigiendo servicios o terrenos para construir viviendas; basta ver la fenomenal carencia de vivienda digna para los pobladores de esta ciudad. Suficiente es recorrer los alrededores de la ciudad convertidos en cinturones de miseria que antes sólo se veían en las grandes metrópolis como el Distrito Federal. Basta caminar por el centro de la ciudad para tropezar con lo que se ha convertido en el símbolo de la “economía informal” : el comercio ambulante.

Y no será con un mayor presupuesto municipal como se erradicarán los problemas de los comercios urbanos. Tampoco con medidas reubicatorias o intimidatorias para el desalojo de los indeseables y estorbosos mercaderes en la calle. No, porque, paradójicamente, en la medida en que la ciudad encuentre la posibilidad de satisfacer las necesidades de los que hoy reclaman el derecho de asilo, en esa misma medida crecerá el número de nuevos demandantes, y así hasta el infinito. Desde luego, aunque las autoridades no atiendan las demandas, igual la migración persistirá, pero el hecho concreto es que finalmente nunca se acabarán de satisfacer las necesidades de una población que nunca acabará de crecer.

Paradójicamente, pues, la solución de los problemas de la ciudad se encuentra, precisamente fuera de ella, es decir, en el campo.

La disyuntiva de permanecer en el campo o emigrar a la ciudad no se le presenta al campesino como mero problema existencial o como una cuestión de conseguir o afianzar un status. La disyuntiva es seria y dramática: medio morir en el campo o medio vivir en la ciudad.

Antes que la escasez de alimentos en la ciudad, la invasión silenciosa ha sido la principal consecuencia de la crisis de la economía rural y la que hizo su aparición con mayor anticipación.

El modelo de desarrollo hizo crisis y se agotó. Las ciudades se comieron al campo en el afán industrializador. La constante y brutal transferencia de recursos de los ejidatarios y pequeños productores a las grandes empresas agrícolas y a las ciudades, sin una reciprocidad para mantener el sostenimiento y expansión de su producción, violentó la quiebra del agro mexicano y hoy el campo parecer querer comerse a la ciudad en una patética revancha histórica.

Así, no habrá modernidad que saque de la crisis al campo, mientras no se vuelva al campesino la posibilidad de hacer producir sus tierras. Mientras se siga pensando que todo fue producto del fracaso del ejido como instrumento para impulsar el desarrollo rural. Bajo esa premisa, la modernidad agrícola sólo producirá más miseria urbana, pues el impulso a la propiedad privada y principalmente a la gran propiedad deja desvalido e inerme el pequeño productor. No habrá más modernidad que saque de la crisis al campo y no produzca más migración campesina que aquélla que contemple la necesaria integración de los campesinos, sin capacidad para seguir produciendo, a programas de desarrollo agrícola que le aseguren no sólo su subsistencia, sino además la posibilidad de encontrar en su actividad productiva un medio para tener acceso a una vida mejor.

La extendida creencia de que el campesino no progresa porque es un holgazán ha quedado sepultada por ser más que una romántica falacia creada por los que nunca se han visto frente a la circunstancias de tener en sus manos un machete, un arado y el sol quemando en la piel día tras día. De quien nunca ha sabido que arrancarle a la tierra su fruto año tras año, generación y tras generación, sin ver ninguna señal de mejoría en sus condiciones de vida y más bien sintiendo como cada día vale menos la pena el sacrificio de hacer producir a la naturaleza.

Hoy más que nunca sería bien válido decir, aunque suene a slogan publicitario, “hagamos algo por la ciudad: apoyemos al campo”, de otra forma no habrá manera para que tanto el campesino como el citadino tengan la posibilidad de acceder a una vida digna y en constante mejoría. De otra forma no habrá modernidad que detenga la debacle económica y social. Valga esta conclusión final, aunque suene parcial y egoísta (muy a modo por cierto con el sentido común clasemediero que priva en la mente urbana): O apoyamos al agro para sacarlo de la crisis en la que se encuentra, o en ciudad pagaremos las consecuencias.