LAS RELACIONES FAMILIARES EN EL CONTEXTO DE LA CRISIS EN LA CIUDAD DE ROSARIO
LAS MUJERES EN LAS ESTRATEGIAS DE SOBREVIVENCIA

LAS RELACIONES FAMILIARES EN EL CONTEXTO DE LA CRISIS EN LA CIUDAD DE ROSARIO LAS MUJERES EN LAS ESTRATEGIAS DE SOBREVIVENCIA

Ana María Ciancio

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IV. MARCO TEÓRICO.

l. PUNTO DE PARTIDA HISTÓRICO:

Los años ochenta han sido considerados como la “década perdida” para América Latina y el Caribe por la profundidad y la duración de la crisis económica que representó un retroceso de magnitud para los países de la región.

A principios de la década de los ochenta la economía mundial entró en un período en el cual la inflación se aceleró como consecuencia de la marcada alza en los precios del petróleo y otros productos básicos. Los países desarrollados reaccionaron ante esta amenaza mediante políticas monetarias contraccionistas que restringieron el crédito y elevaron las tasas de interés real.

América Latina inicia la nueva década seriamente afectada por la sobrevaluación de la moneda y una pérdida de competitividad en los mercados mundiales. El financiamiento externo fue contrarrestado por la “fuga de capitales”: la deuda externa se convirtió en un problema de gravedad, no sólo por su volumen, sino por el destino de su financiamiento. Esta situación pone de manifiesto la hipoteca a la que se ven sometidas sus economías porque es la principal restricción de su crecimiento.

Los crecientes déficit del sector público y las exigencias salariales originaron presiones inflacionarias las que alcanzaron índices del 25% anual para l990 y que no pudieron neutralizarse solamente a través de políticas monetarias y cambiarias.

Las crisis externas ocurridas en los centros industriales del mundo pusieron en evidencia la vulnerabilidad económica latinoamericana: las extremadamente altas tasas de interés internacionales se vieron sacudidas por la recesión industrial y la caída de los precios de los productos básicos.

El decreciente valor en dólares de las exportaciones de la región y las mayores obligaciones por el pago de intereses al exterior, condujo a la crisis del servicio de la deuda que hizo eclosión cuando en 1982 México renunció al pago de dicha deuda. La subsiguiente disminución de los préstamos de la banca comercial afectó a todos los países y originó una transferencia de recursos internos disponibles para la inversión, tanto pública como privada. Estos factores se tradujeron en una disminución significativa del ritmo del crecimiento económico.

Existen un conjunto de indicadores que se utilizan para definir la situación social de los individuos y sus familias, los cuales se derivan de la tasa de crecimiento de la economía y las condiciones del mercado laboral.

Según estimaciones de la CEPAL (1990) a fines de 1989 el producto bruto interno per cápita en América Latina fue inferior en un 8% al registrado en 1980; esto demuestra que la economía en su conjunto no logró generar las oportunidades de empleo requeridas para satisfacer las necesidades de la creciente fuerza laboral que se vio incrementada por las tasas de crecimiento demográfico y por una mayor incorporación femenina al mercado de trabajo formal. Esto condujo a una regresión de los salarios como consecuencia del debilitamiento del mercado laboral y una proliferación de actividades en el sector informal.

Bustelo, E. Minujin,A (1998) , refiriéndose al empleo informal urbano determinan que el mismo “pasó del 40,2% en 1980, al 47,0%en 1985 y al 52,l% en 1990. El salario real sufrió un descenso significativo. En 1990 era un 31% más bajo que en 1980 y el industrial un 13%. El sector público fue uno de los sectores más afectados por la baja salarial”. Esto adquiere además una significación especial ya que, siguiendo a los mismos autores, el 74% de la Población Económicamente Activa en América Latina es urbana.

Según fuente de la CEPAL (1990) la sustancial caída de los salarios contribuyó a incrementar la pobreza en la región que pasó de 112 millones de personas (35%) de los hogares en 1980, a 164 millones en 1986 (38%) de los hogares. Además la distribución del ingreso y la riqueza se caracterizan por la desigualdad y la concentración. Al respecto, Bustelo, E. Minujin ,A. (1998) indican: ”Informes recientes señalan que América Latina detenta el triste honor de tener la distribución más inequitativa de todas las del mundo en desarrollo Burkin Shadid, 1994)”. ”...la relación entre participación del ingreso del 20% más rico y el 40% más pobre de la población es significativamente mayor en América Latina y el Caribe que en cualquier otra región”.

Por otra parte, el enfoque económico neoclásico adoptado asignó al Estado un papel destinado a garantizar el funcionamiento del mercado y a proteger los intereses privados. De esta forma se operó un cambio en su rol de tradicional proveedor de bienes y servicios -tanto públicos, como privados- mediante el proceso de privatización de numerosas empresas del sector público, siendo las medianas y pequeñas las más perjudicadas, pues no han podido realizar su “reconversión”, debido a la falta de financiamiento.

Además, en el sector privado se ha producido un desmantelamiento de los esquemas laborales de protección a los trabajadores a través de los llamados “esquemas de flexibilización “, lo cual ha implicado -entre otros- aumentar la productividad a costa de la reducción del número de los trabajadores, afectando además el monto de sus salarios.

Bustelo, E. Minujin, A.(1998). mencionan las consecuencias negativas que ha tenido para la ciudadanía el pasaje operado entre un ”... Estado “productor” a un Estado verdaderamente “ausente”. Dicho pasaje “...ha dejado a los ciudadanos sin la existencia de un entidad arbitrariadora...”, cuya facultad más importante es la de crear relaciones sociales más equitativas en temas puntuales como lo son los empleos e ingresos.

En la actualidad se ha generado un nuevo patrón productivo caracterizado por relaciones sociales cada vez más polarizadas donde sólo unos pocos quedan incluídos,, mientras que un porcentaje cada vez más elevado de sectores medios se encuentran en una situación de alta vulnerabilidad y una proporción muy importante está sumida en condiciones de pobreza y exclusión. Es decir que la pobreza se generaliza, no sólo porque se hace más profunda en los niveles sociales donde ya existía, sino porque penetra en otros nuevos.

El Banco Mundial (1990) define a la pobreza como la “imposibilidad de alcanzar un nivel de vida mínimo”. De acuerdo a esto, dicho término no sólo nos remite a los desocupados o semiocupados, sino también a aquellos que aún teniendo un empleo ingresan al mundo de los pobres a partir del desfasaje entre la caída de sus ingresos y el costo de vida. Dicho proceso se caracteriza por el deterioro progresivo de la calidad de vida, a lo que se suma la incertidumbre frente al futuro.

En las últimas décadas ha aumentado la preocupación por dicho problema porque el mismo va unido al crecimiento demográfico -mayormente urbano- registrado en América Latina.

El Informe de Población y Pobreza en América Latina (1994) expresa: ”La población de América Latina ascendía a 352.900.000 de habitantes en 1980. Diez años después alcanzó 437.000.000 habitantes, lo que significó un aumento de 84.000.000 de personas. En el mismo período, la población bajo la línea de pobreza pasó de 135.900.000 (l980) a 196.000.000 (1990) con un incremento de 60.100.000”.Según datos proporcionados por la CEPAL (1992) “La población pobre se distribuye de la siguiente manera:

• Población total bajo la línea de pobreza: 196 millones, un 45,9% de la población total.

• Población pobre en zonas urbanas:l5,5 millones.

• Población pobre en zonas rurales: 80,4 millones..

• Población bajo la línea de indigencia (pobreza extrema): 93,5 millones (22% de la población

De estos estudios se deduce que uno de cada tres latinoamericanos vive en condiciones de pobreza crónica y uno de cada cinco en situación de indigencia o pobreza extrema, aunque se registren diferencias notables en el grado en que afecta a los distintos países del área e incluso a distintas regiones en el interior de los países.

El mayor número de pobres habita en las ciudades aunque es el campo donde los rigores de la pobreza muestran su mayor severidad. En general, puede señalarse que la mayor pobreza se localiza en la periferia de las ciudades y en las zonas ecológicamente más frágiles (altiplanos, selvas, zonas áridas, semiáridas,etc).

Se pondera a la pobreza como el problema más acuciante de la década. El fenómeno de los 1.000 millones de personas con un ingreso per cápita inferior a 370 dólares anuales ya es insostenible”.

Un informe de la CEPAL (2000) manifiesta que un contingente importante salió del sector agropecuario emigrando a las grandes ciudades, encontrando ocupación en actividades de escasa productividad y remuneración.

De esto se deduce que la pobreza se presenta como un fenómeno preferentemente urbano. Se trata de concentraciones fragmentadas en las que se produce un proceso de ghetificación social, ya que a las altas tasas de desempleo y subempleo -visible e invisible- hay que sumarles las deficiencias de cobertura en materia de salud, educación, alimentación, vivienda. Sin embargo, a pesar de las dificultades expresadas, es dable suponer que las condiciones de vida en general se desenvuelven en mejores condiciones en las grandes ciudades (tema éste que retomaremos más adelante).

En la Argentina el problema de la pobreza ha crecido como consecuencia de la crisis económica que se inicia a mediados de la década de los ‘70. El 24 de Marzo de 1976 se quiebra nuevamente el orden institucional instaurándose una de las dictaduras más sangrientas y represivas de nuestra historia.

Desde el punto de vista de la política económica, se impulsó un plan basado en los criterios del “liberalismo monetarista” que contaba con el aval de los organismos internacionales y de los bancos extranjeros quienes fueron los más beneficiados por los resultados de la transferencia de ingresos operados desde los sectores asalariados y los pequeños y medianos empresarios, lo cual ocasionó un aumento de la desigualdad económica y social.

Se produjo el quiebre de la industrialización por sustitución de importaciones y se buscó reinsertar a la economía argentina en el mercado mundial a partir de sus ventajas comparativas. Esta “apertura” determinó el liderazgo de las exportaciones destinadas al mercado externo, siendo el sector privado el que pasó a ocupar el papel más dinámico, eliminándose las empresas de menor productividad.

Fue la época de la “plata dulce” y de la “bicicleta financiera”. Se dieron de esta forma una serie de transformaciones de corte negativo: acelerado proceso de desindustrialización -lo que generó recesión y desempleo- siendo particularmente afectados los sectores manufactureros y de la construcción, mientras que los que lograron permanecer en el mercado laboral vieron reducirse significativamente sus salarios reales y beneficios sociales.

El llamado “Proceso de Reorganización Nacional” -consecuente con la adopción del pensamiento neoliberal-, produjo la contracción del Estado y el retiro de sus funciones redistributivas, lo que implicó la decadencia -tanto cualitativa como cuantitativamente- de servicios sociales como salud, educación, previsión social, vivienda, servicios de infraestructura urbana que han sido devueltos a una sociedad empobrecida para ser satisfechos de manera individual. De esta forma se le ha atribuído un rol central a la sociedad civil a través de la implementación de redes sociales de contención de la pobreza.

Dicho proceso condujo al paulatino avasallamiento de todas las conquistas sociales: los sindicatos perdieron su significación, se suprimió el derecho de huelga, con lo cual se produjo la desregulación y la “flexibilización” de las relaciones laborales. El resultado fue el aumento de los despidos, la contratación de obreros sin relación de estabilidad, la fijación de turnos y ritmos de trabajo, todo lo cual llevó a la depresión de la oportunidad de empleo y a la precarización laboral.Con estas medidas se logró la exclusión política de la clase trabajadora, el control social sobre los sectores populares y la creación de una sociedad extremadamente polarizada compuesta por una minoría cada vez más rica y la enorme mayoría de la población desocupada y/o subocupada, abandonada al desamparo y a la marginación.

Al finalizar el año 1983 el panorama era abrumador: la inflación se había desatado. Entre 1983-84 la tasa inflacionaria pasó del 200% anual a más del 600%. La amenaza de un proceso hiperinflacionario condujo al lanzamiento del Plan Austral que congeló los precios y los salarios por un período indeterminado y procuró establecer un tipo de cambio fijo entre la nueva moneda, el austral y el dólar estadounidense. Pero el fracaso del mismo se debió a la incapacidad del gobierno de eliminar el déficit del sector público.

El monto de la deuda externa había pasado de unos 7.900 millones a 43.600 millones. Al respecto, Minujin.A. (1997) sostiene: ”La deuda externa constituye otro aspecto decisivo en la situación de la Argentina, no sólo por lo abultado de su monto, sino también por su destino, pues a diferencia de lo ocurrido en otros países de la región, prácticamente no ha sido aplicada en inversiones productivas o de infraestructura sino que, transformada en capital privado, fue sacada del país”.

A pesar de que durante los años noventa la inflación fue desapareciendo, este proceso no fue acompañado de un crecimiento económico, lo cual determinó que esta etapa se desarrollara en el marco de una recesión persistente.

Según lo planteado por Minujin.A. .”.Los signos principales del proceso serían concentración económica, contracción del Estado y retiro de sus funciones redistributivas; modificaciones en el mercado laboral con aumento de la precarización y el desempleo, caída abrupta del ingreso; aumento de la pobreza con la incorporación de sectores medios o “nuevos pobres”, configuran un panorama que afecta profundamente las condiciones de vida de la población y que ha producido, seguramente fundamentales modificaciones en la estructura social de la Argentina”.

De acuerdo al INDEC. “...la tasa de desempleo rondaría el 15,5%. Esto significa que habría más de dos millones de desocupados. En octubre del año pasado, el desempleo fue del 13,8% -l.833.000 desocupados- y en mayo de 1999 habría sido del 14,5%, que es lo mismo que decir 1.871.000 desempleados”.Según la misma fuente “...este aumento de la desocupación habría sido acompañado de un crecimiento en el subempleo (gente que trabaja pocas horas aunque quiera trabajar más). En Octubre pasado, la subocupación fue del 14,3% y ahora rondaría el 16%. Así sobre una fuerza laboral urbana de 14 millones, unos 4,2 millones de personas tienen problemas de empleo, más de dos millones porque están sin trabajo y otros 2,1 millones porque sólo consiguen realizar changas o trabajos de pocas horas como el servicio doméstico o en los planes públicos como el “Trabajar”.

Además, la política social tiene un carácter meramente marginal, ya que continúa caracterizándose por un preocupación por “contener” la pobreza mediante la implementación de una función “subsidiaria”, asumiendo para ello un estilo asistencial-clientelista, pero esquivando el punto de lo que debiera ser su preocupación central: la existencia de la inequidad social y la generación de empleo productivo como condiciones indispensables para lograr una mayor inclusión social.

Dentro del contexto latinoamericano (y de acuerdo a lo expresado precedentemente), Argentina también se caracteriza por una mayor concentración de pobres en los centros urbanos, preferentemente en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires.

Al respecto, es interesante destacar los resultados del Censo Nacional de Población y Vivienda de 1991, el cual indica un total de 32.608.687 habitantes en todo el territorio argentino. El 85,6% de la población se clasifica como urbana, es decir, habita en ciudades de más de 2000 habitantes. La población rural representa entonces el 14,4% , siendo la de l980 del 17%. Siguiendo la información proporcionada por “La pobreza en la Argentina”, Minujin, A. expresa que el 51% de los hogares pobres se ubican en localidades de 50.000 habitantes o más.

Dentro de la Provincia de Santa Fe la región del Gran Rosario se desarrolló como núcleo concentrador de una vasta zona productiva. Dos factores permitieron dicho proceso: por un lado, su situación geográfica a la vera del río Paraná facilitó su desarrollo como región puerto, transformándose en un nexo entre la demanda exterior de productos agropecuarios, y por el otro, el modelo agroexportador adoptado por nuestro país fue lo que permitió dicho crecimiento.

Se produjo el desarrollo de los transportes, así como también de emprendimientos industriales relacionados con la actividad agropecuaria, tales como los molinos harineros y frigoríficos.

Estos elementos posibilitaron el desarrollo industrial posterior, favorecido por la infraestructura de transportes y servicios. En una primera etapa alcanzaron una importancia considerable las ramas de la industria liviana: textil, mecánica, alimenticia y de bebidas. Además, la ciudad crecía con las migraciones rurales que venían atraídas por la gran demanda de trabajo, ya que las empresas predominantes eran medianas y pequeñas y se caracterizaban por la utilización de mano de obra intensiva.

A mediados de los años cincuenta comienza el desarrollo de una nueva etapa industrializadora, donde el papel dinámico está representado por las industrias pesadas y semipesadas: automotores, maquinarias y equipos químicos y petroquímicos. Las mismas se caracterizan por la utilización más intensiva de capital, con una mayor productividad del trabajo e instaladas preferentemente en los departamentos San Lorenzo y Rosario.

Los años de la década del ‘70 fueron los últimos de crecimiento de la economía argentina, aunque en forma lenta e irregular. Las sucesivas “políticas de ajuste” que se implementaron a partir de 1976 significaron un fuerte deterioro en lo referente a empleo, salarios y distribución del ingreso.

Según los datos proporcionados por el Censo Económico Nacional de 1985,existían en Rosario que ocupaban a casi 38.000 personas. Las ramas industriales que generaban cerca del 85% de la producción y ocupaban a casi el 80% del personal eran la metalmecánica, la de la alimentación, la de los productos textiles y confecciones y las industrias químicas, petroquímicas y del caucho. En general, se trataba de plantas de tamaño reducido, ya que aproximadamente el 84% de ellas ocupaban alrededor de 10 personas.

En la década del ‘80 los sectores manufactureros sufrieron un retroceso de magnitud, siendo reemplazados por los servicios, lo que significa que hubo un traspaso de la actividad elaboradora por una fase comercial y financiera.

Varias de las grandes empresas industriales radicadas en la zona del Gran Rosario como Frigorífico SWIFT, PASA Petroquímica, papelera Celulosa, químicas Duperial y Sulfacid se vieron afectadas por las transformaciones operadas en la estructura productiva dentro del marco de la llamada “reconversión industrial”. Los efectos que se tradujeron en despidos del personal, disminución de las condiciones de higiene y seguridad en el interior de las fábricas, ocasionaron un alto costo social.

De acuerdo a la Encuesta Permanente de Hogares, en los últimos años se han registrado tasas de desocupación abierta que en general se encuentran por encima del promedio del resto del país.

En su edición del 20 de julio de 2001 el diario La Capital informa que “...el desempleo llegó hasta el 20,2% en el Gran Rosario, ocupando el segundo registro más alto del país, después de Catamarca, lo cual significa que hay más de 110.000 desocupados. Comparado con el año pasado, hay casi 20 mil personas más sin trabajo”.

Entre1982-1992 dichas tasas muestran una tendencia creciente, alcanzando su pico más alto en 1989 con el 14,1%, coincidiendo con la hiperinflación. Al compás de dicho proceso se produjo una tendencia creciente de la subocupación y desocupación. El deterioro de la subutilización de la fuerza de trabajo está estrechamente relacionado con el fuerte decrecimiento de la economía local, lo que originó una menor demanda de trabajo.

Se fueron dando de esta manera condiciones de sobreoferta de mano de obra; bajo estas circunstancias es común que las empresas establezcan requisitos de mayor exigencia para la incorporación del personal. Esto dificulta el ingreso de nuevos trabajadores, debido a su falta de experiencia previa o por el bajo nivel de preparación lo que los lleva a desempeñarse en puestos precarios.

Cuando se analiza la desocupación por rama de actividad, se verifica que los sectores productores de bienes son los más afectados que los que corresponden a los sectores de los servicios. Así ha ocurrido con la rama industrial y la de la construcción. El motivo estaría dado por la retracción experimentada en la actividad del sector productor de mercancías.

En cuanto a la composición de la fuerza de trabajo según el sexo, es posible observar que a partir del año 1988 la actividad laboral masculina comenzó a descender aceleradamente hasta la actualidad; para el año 1993 representaban el 33,4% de los desocupados. Esto estaría indicando que la tasa de desocupación ha afectado a los jefes de hogar con el consecuente deterioro de la situación socio económica de los hogares de la región.

Lo anterior ha determinado un mayor incremento de la participación de las mujeres en el mercado de trabajo formal e informal, como consecuencia de tener que aumentar los ingresos familiares. En general se concentran en el sector de los Servicios y en menor medida en el Comercio.

Según la Encuesta Permanente de Hogares, para el año 1992, un 82% de la fuerza laboral femenina ocupaba ambos sectores; en cambio su participación en el sector manufacturero se redujo en forma notable.

Estas redistribuciones implican cambios de creciente deterioro en las condiciones laborales: la menor demanda de trabajo en el sector industrial y la mayor importancia que toma el sector Terciario -sobre todo a través de la incorporación de la fuerza laboral femenina-, indicarían la precariedad de un alto porcentaje de ocupaciones marginales, de escasa rentabilidad y carentes de la legislación laboral.

Al analizar a la población, según la categoría ocupacional que desempeña, se evidencia un marcado incremento de trabajadores por cuenta propia, fundamentalmente en actividades como el cirujeo, la venta ambulatoria, la construcción y el servicio doméstico desarrollado por las mujeres. Todas ellas ponen de manifiesto el marcado deterioro que sufre un gran sector de la población ocupada.

En menor medida, encontramos ocupaciones como los taxistas, quiosqueros, comerciantes. Un elemento que contribuyó a aumentar el cuentapropismo fue la expulsión de miles de trabajadores de la rama de industrias manufactureras y empresas privatizadas que invirtieron el dinero de las indemnizaciones en dichas actividades.

La desocupación en los jóvenes afectó más a los comprendidos entre los 15 y 19 años. Si se consideran las actuales condiciones laborales se evidencian situaciones como reducciones de horarios, suspensiones parciales, trabajos ocasionales, rotación de turnos de trabajo en forma constante lo que impide, por ejemplo, la continuidad de una carrera. Estos elementos son también índices elocuentes de la enorme precariedad de su situación.

De acuerdo a los datos proporcionados por la Encuesta Permanente de Hogares, para el mes de mayo de 1993, la mitad de la población ocupada ganaba menos de $ 387. Este monto no alcanza a cubrir una canasta mínima de alimentos para una familia; más teniendo en cuenta que, según estimaciones elaboradas por la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE), en agosto del año anterior alcanzaba a $ 480. Estos datos muestran la pérdida del poder adquisitivo de la población asalariada y que constribuyen al achicamiento del mercado interno.

A pesar de la situación descripta, la población del Gran Rosario creció entre los dos últimos censos (80/91) en un 38%. Este aumento obedece a que nuestra ciudad sigue siendo aún un lugar de referencia para muchas familias procedentes en su mayoría de diversas localidades de nuestra provincia, como así también del Chaco, Formosa y Corrientes y que escapan de las crisis regionales, entre cuyas manifestaciones se pueden mencionar las inundaciones, la falta de trabajo y la crisis de las economías productoras.

Nuevamente constatamos que el fenómeno de la pobreza se manifiesta espacialmente en las grandes ciudades. En este sentido nuestra ciudad ha sido contenedora de grandes contingentes provenientes de otras provincias.

Si bien, en la mayoría de los casos, estos migrantes sólo logran insertarse en el sector informal de la economía - caracterizado por englobar actividades de baja productividad, por ser generador de escasos y discontinuos ingresos y por carecer de la protección de los códigos laborales -en cuanto a coberturas sociales adecuadas-; pueden acceder a ciertos beneficios (por cierto cada vez más “recortados”, debido a la desinversión social operada), como la existencia de comedores escolares, la atención médica gratuita, los centros educativos, el consumo (en la mayoría de los casos en forma ilegal) de servicios como la luz eléctrica y el acceso del suelo por medio de la ocupación de hecho.

Estos movimientos poblacionales, originados en la necesidad de buscar mejores condiciones de vida, determinan que -a la postre- sean los potenciales pobladores de los asentamientos marginales; ya que este fenómeno se produce además en una ciudad que atraviesa -según lo hemos analizado- un acelerado proceso de desindustrialización, con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo lo que ha provocado un alto índice de desocupación.

En síntesis: el peso de la deuda externa, la inestabilidad laboral, la tendencia creciente a la precarización del empleo, la expansión del mercado de trabajo intormal- caracterizado por su baja productividad e ingresos- , el aumento de las tasas de desempleo abierto, el deterioro de los salarios (y por ende de la calidad de vida), la ausencia del Estado en materia de política social (con la consiguiente pérdida de garantías y derechos de los trabajadores), la enorme disparidad en la distribución del ingreso y la riqueza lo que ha aumentado la desigualdad social; son todos factores que convierten a la desocupación y/o subocupación en un fenómeno policlasista.

Estos elementos se han conjugado para aumentar los niveles de pobreza, alcanzando los mismos a sectores de la población cada vez más extensos, dispersos espacialmente y con una composición caracterizada por la heterogeneidad social.

Abordar las implicancias que la crisis económica ejerce sobre los sujetos y sus familias nos remite a realizar un estudio de casos en el que cada grupo analizado pueda captar no sólo los comportamientos diferenciales genéricos/generacionales, sino también poner de manifiesto las relaciones existentes entre la dinámica de la organización familiar y la esfera económica de la producción y el consumo. Esto significa que la familia forma parte de un contexto social más amplio que incluye a las demás instituciones en la cuales sus miembros están insertos y se transforma en un punto de partida para indagar la presencia de lo social en la vida familiar

Lo expuesto pone de relieve la importancia de abarcar un espectro de situaciones familiares de acuerdo a variables tales como el tipo de inserción social previa, la fase del ciclo familiar en el que se encuentran, las características idiosincráticas, la capacidad de acumulación (vivienda, ahorros y su posibilidad de aprovechamiento), la valoración de ciertas pautas de vida y que lleva-fundamentalmente para los sectores medios- a tratar de mantener por todos los medios posibles un nivel de vida pautado socialmente (status quo); la división de roles preexistentes y el mayor o menor grado de asimetría que adoptan, la transmisión de normas de conducta, valores y creencias que a nivel de lo social construyen los sujetos y la forma en que los mismos son legitimados o negociados en el interior de cada grupo familiar.

De este modo, las interacciones familiares son intermediarias de los discursos sociales, si bien pueden reproducir, también son capaces de producir nuevos significados y esto nos remite al tipo de “cultura familiar” del que dábamos cuenta anteriormente. Por lo expuesto, se hace necesario hablar de familias y no de “familia” como si se tratara de una entidad estática y atemporal.

Dentro del punto anterior, se hace necesario incluir la multiplicidad de acciones que las mujeres realizan en distintos espacios sociales con vistas a la provisión de bienes y servicios que aseguren la reproducción en sus hogares, para lo cual deben articular y compatibilizar las demandas que impone la esfera doméstica y extradoméstica.