LAS RELACIONES FAMILIARES EN EL CONTEXTO DE LA CRISIS EN LA CIUDAD DE ROSARIO
LAS MUJERES EN LAS ESTRATEGIAS DE SOBREVIVENCIA

LAS RELACIONES FAMILIARES EN EL CONTEXTO DE LA CRISIS EN LA CIUDAD DE ROSARIO LAS MUJERES EN LAS ESTRATEGIAS DE SOBREVIVENCIA

Ana María Ciancio

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II. INTRODUCCIÓN

Durante la década de los ochenta gran parte de los países de América Latina y del mundo enfrentaron una profunda crisis económica que se tradujo en altas tasas de desempleo, subempleo y precariedad laboral, derivados de una inadecuada absorción de mano de obra por parte del aparato productivo.

Las nuevas formas de organización económica han implicado transformaciones negativas en el mercado de trabajo, tales como expansión de ocupaciones por cuenta propia, puestos asalariados “en negro” o de baja productividad; actividades todas que se caracterizan por ser generadoras de escasos y discontinuos ingresos, por sus dinámicas de expulsión y marginación creando vastos sectores de desocupados y/o subocupados.

Si bien estos fenómenos se presentan a nivel mundial, en los llamados países “periféricos” -entre los que se encuentra la Argentina - se producen además en un contexto en el cual los seguros de desempleo son mínimos y poco extendidos; siendo ésto uno de los tantos efectos -aunque no el único - de los cambios operados en las políticas sociales prevalecientes en los años noventa con la adopción del modelo liberal de la economía de mercado, cuya consecuencia ha sido la “privatización” de numerosos servicios siendo sus costos cubiertos en forma individual por los individuos y sus familias.

La consecuencia más visible y acuciante de la situación que hemos descripto ha sido, no sólo el aumento, sino la profundización de los niveles de pobreza. La misma se presenta como un fenómeno preferentemente urbano y esto se produce debido a los desplazamientos unidireccionales de familias provenientes del medio rural hacia las grandes ciudades, asentándose en la periferia de las mismas, constituyendo en algunos casos enclaves de miseria extrema.

Se va dando un paulatino proceso de ocupación de hecho del suelo y de usufructo (clandestino) de algunos servicios.

Estos conglomerados se han ido acrecentando no sólo como consecuencia de la llegada de nuevos contingentes que apelan a las redes solidarias del parentesco o la vecindad de los que ya están instalados y se transforman en un referente para ellos, sino que - en la actualidad-, a dichos grupos, hay que sumarles los que pertenecen al medio local, y que- como consecuencia del grave deterioro de su situación económica y social- pasan a engrosar dichos asentamientos.

Dentro del contexto latinoamericano Argentina no ha quedado al margen de dicha problemática. A pesar de que nuestro mercado de trabajo se ha caracterizado por sus dinámicas de expulsión, subocupación y precariedad laborales; la magnitud y la persistencia que estas cuestiones presentan en la actualidad, justifican la relevancia que las mismas tienen para los propósitos de nuestra investigación.

Los altos índices de desocupación, subocupación, la precarización de las actividades, la depreciación de los salarios -y por ende de la calidad de vida de los que aún permanecen en el mercado laboral- y las dificultades para generar nuevas fuentes de trabajo, han pasado a ocupar un lugar primordial en los estudios sobre las condiciones de vida de la población, expresando las preocupaciones existentes por la emergencia de los nuevos fenómenos sociales que han ido acompañando a las transformaciones económicas de la última década.

Si bien es cierto que esta situación ha ido abarcando a un número cada vez más creciente de habitantes, los más afectados resultan ser los hogares que no disponen de una dotación suficiente de capital como para poder hacer frente a imprevistos, tales como enfermedad, pérdida de trabajo de alguno de sus miembros; estas situaciones ponen de manifiesto no sólo el alto grado de vulnerabilidad en el que se encuentran, sino la persistente incertidumbre acerca de la continuidad de la relación laboral, lo cual incide sobre el flujo de ingresos, elementos éstos que impactan significativamente en su calidad de vida.

Son los que soportan el mayor peso de las llamadas “políticas de ajuste”, pues se han hecho acreedores de una “deuda social” que no han generado. Pero dentro de este grupo las más afectadas son las mujeres quienes han compensado la desinversión operada a nivel estatal mediante el fondo social que proveen con la sobrecarga de sus trabajos domésticos y extradomésticos.

Por lo expuesto precedentemente, será necesario a lo largo del presente trabajo ir conceptualizando qué entendemos por pobreza, sus manifiestaciones y los parámetros utilizados para su medición.

Para poder llevar adelante las tareas relacionadas con el mantenimiento de sus integrantes en este contexto de recesión económica; las unidades domésticas deben contar no sólo con la provisión de recursos, sino con la posibilidad de poder mantenerlos.

A partir de las implicancias que traen aparejadas el cambio en las estrategias cotidianas de consumo y de trabajo, surge una nueva cotidianeidad ligada a la crisis.

El acceso a los recursos depende de una multiplicidad de factores, entre los que podemos mencionar la cantidad de miembros que pueden insertarse en el mercado de trabajo formal y/o informal (dependiendo esto de la etapa del ciclo familiar en que se encuentra la unidad doméstica), las transferencias operadas vía la acción estatal (sobre todo pensiones y servicios), la ayuda solidaria de las Organizaciones No gubernamentales, la capacidad de previsión y ahorro previos y las transferencias informales que provienen de las redes de ayuda mutua: familia, amigos y/o vecinos.

Lo anterior determina el acceso diferencial en cuanto a calidad y cantidad de bienes y servicios, lo que nos lleva a descartar la posibilidad de considerar a dichos sectores poblacionales como si se trataran de una categoría homogénea.

Es evidente que las respuestas que los actores sociales puedan ir articulando frente a situaciones histórico-concretas (como la que nos ocupa aquí) es ir poniendo en marcha una serie de estrategias- individuales y/o colectivas- destinadas a garantizar la reproducción en sus hogares. Reproducción que no sólo comprende el aspecto biológico, sino también el conjunto de actividades tales como alimentación, higiene, apoyo afectivo, socialización; siendo las mujeres quienes -como consecuencia de las relaciones de dominación que estructuran la división de tareas y funciones en base al sexo- asumen mayormente esta responsabilidad.

Dichas estrategias ofician de nexo entre la organización social de la reproducción de los agentes sociales y las unidades responsables de la misma y que movilizan una serie de recursos humanos para tratar de asegurarla. Su implementación dependerá (como hemos visto) del tipo de inserción social previa (es decir la capacidad de acumulación, en cuanto a vivienda, ahorros y la posibilidad de aprovechamiento), las características idiosincráticas ( valoración de ciertas pautas de vida) y el capital cultural (el grado de educación formal).

De acuerdo a lo anterior, se pone en evidencia la permeabilidad de los límites de la vida familiar y las superposiciones evidentes (y existentes) entre esta esfera considerada como lo íntimo, personal, ”privado” y la dimensión social más amplia, ”lo público”. No se trata entonces de una distinción absoluta, sino de una construcción cultural e ideológica.

Si bien la desocupación -con la incertidumbre resultante- afecta el nivel de vida de todos los integrantes de la familia, es necesario explorar de qué manera es experimentada diferencialmente por sus miembros, de acuerdo a su ubicación -según sexo y edad- dentro de la estructura familiar. Por lo tanto, los comportamientos diferenciales de mujeres y varones (incluyendo las diferencias generacionales), pueden y deben ser analizados como resultado de una compleja trama de relaciones genéricas que, si bien se hallan en un proceso de transformación, en general no se han alterado en su conjunto ya que la participación masculina en la esfera doméstica es eventual, esporádica y selectiva (no incluye todas las actividades).

A pesar de que no se pueda concluir que exista una relación causal/unidireccional entre desocupación (sobre todo cuando la misma afecta al “jefe de familia” y desplaza su rol de principal “proveedor económico” a otros integrantes: esposa, compañera, hijas/os) y desequilibrio de la autoridad parental, sí se puede constituir en un agente catalizador de tendencias preexistentes en cada familia y favorecer la ruptura de su antiguo “equilibrio”, cuestionando la “naturalidad” de la autoridad única centrada en el varón.

Lo anterior pone de manifiesto la construcción ideológica-cultural de la familia y su carácter histórico cambiante. En este sentido es importante tener en cuenta las relaciones genéricas/ generacionales que se estructuran dentro del grupo doméstico y el grado de asimetría que las mismas adoptan. Aspecto éste que nos remite al tipo de cultura familiar vigente y se impone como criterio hablar de familias y no de “familia”, poniendo en “tela de juicio” a la familia nuclear “tradicional” como modelo cultural idealizado, ya que la misma ha sufrido cambios significativos.

Por lo expuesto, consideramos que el análisis debe basarse, por un lado, en las estructuras histórico-materiales de nuestro país (poniendo especial énfasis en la ciudad de Rosario), porque las mismas nos permiten visualizar cómo impactan el desempleo y el subempleo en el interior de las unidades domésticas y en los diversos mecanismos reactivos que los sujetos generan como instancia defensiva; y por el otro, se hace necesario incluir las imágenes y representaciones que se vinculan a la definición cultural de los géneros a la que tanto mujeres como varones ajustan -en mayor o menor grado- su conducta. Así lo imaginario, los sentimientos y los valores cumplen en el ordenamiento de las relaciones sociales un papel tan importante como lo real.

Las cifras que iremos analizando nos indican que los cambios operados en el mercado laboral han producido una mayor incorporación femenina en el mismo. Pero dichos cambios no han permanecido ajenos o al margen de la influencia de factores ideológicos y culturales a través de los cuales se mantiene una concepción estereotipada de los roles sexuales. En consecuencia, hay que buscar en dicha participación la forma en que la misma se realiza; es decir, indagar el cómo lo que nos permitirá determinar el grado de incidencia que las distintas etapas del ciclo vital femenino tienen en el acceso diferencial al mundo del trabajo extradoméstico y no solamente en cuántas son las que lo logran.

Para el abordaje de esta temática creemos necesario partir de un enfoque global, cuya unidad de análisis sea la sociedad en su conjunto donde se analizarán las diferentes estructuras y procesos sociales que afectan al grupo familiar. Pero, al mismo tiempo, un enfoque particular que se centra en el actor individual como protagonista de los hechos sociales (en este caso las experiencias, actitudes y valoraciones de las mujeres) y parte de él para lograr una articulación con el contexto más amplio.