LAS RELACIONES FAMILIARES EN EL CONTEXTO DE LA CRISIS EN LA CIUDAD DE ROSARIO
LAS MUJERES EN LAS ESTRATEGIAS DE SOBREVIVENCIA

LAS RELACIONES FAMILIARES EN EL CONTEXTO DE LA CRISIS EN LA CIUDAD DE ROSARIO LAS MUJERES EN LAS ESTRATEGIAS DE SOBREVIVENCIA

Ana María Ciancio

Volver al índice

 

 

 

 

VII. EL ANÁLISIS DE LAS ENTREVISTAS:

VII.I.- POBRES ESTRUCTURALES:

Para la mayoría de las mujeres pertenecientes a este sector poblacional, la experiencia de sus familias de origen ha dejado profundas huellas en su subjetividad, lo que ha tenido consecuencias sobre su propia valoración del matrimonio, la familia y las expectativas que ponen en la misma.

La muerte temprana de la madre (caso que analizaremos más adelante con el testimonio de LAURA II, para diferenciarla del de LAURA) ha determinado que durante la niñez o la adolescencia hayan sido recogidas por otros parientes que las han tratado con rigor o las han explotado. Es el caso de EVA cuando manifiesta: ”...servíamos a nuestros parientes”.

Otras se han visto sometidas al maltrato de su propia familia de origen. En estos casos el matrimonio ha sido una “vía de escape”, mediado por un embarazo a edad temprana, con una persona no bien recibida por los padres biológicos, lo que ha determinado la pérdida del contacto con los mismos, incluido el resto de los otros integrantes.

Dicho embarazo “utilizado” como una manera de lograr el proyecto familiar propio, ha sido a veces realizado en condiciones totalmente precarias y con el hombre “inadecuado” (algunos mucho mayores, con una familia anterior y hay casos en los que ya estos varones eran adictos al alcohol o adquirieron dicho hábito como consecuencia de la marginilización a la que se ven sometidos)

Estas circunstancias determinan la discontinuidad del vínculo o la supervivencia del mismo, pero en condiciones que se caracterizan por la ambivalencia: por un lado el afecto, pero al mismo tiempo, la falta de deseo.

Si bien son uniones consensuadas, no tienen demasiada trascendencia para las protagonistas:

“Me fui con Daniel y me fui a la casa de la madre de él”. (SANDRA).

“Nos hicimos una pieza, es de chapas, cocina, comedor y baño”. (LAURA).

La categoría ocupacional más frecuente es la de changarín, el cirujeo, que se caracteriza por la baja calificación y por ser generadora de ingresos escasos y discontinuos. En su mayoría no poseen recursos educativos suficientes como para poder competir en un mercado laboral que, a la par que eleva constantemente las exigencias profesionales, ofrece pocas oportunidades para la inserción laboral. Pero son conscientes de que para desempeñarse en el oficio que aprendieron no es imprescindible poseer un determinado grado de educación formal; esto se evidencia en el testimonio de YOLANDA:

“El otro día vino enojado porque dijo que no era necesario haber terminado el secundario para rebocar una pared”

En general se trata de familias numerosas, con hijos en edad escolar. La ausencia de planificación familiar obedece a dos aspectos íntimamente relacionados, como lo son la miseria y la ignorancia y que en estos casos se traducen, por un lado, en la falta de acceso a los métodos anticonceptivos, y por el otro, a la inexistencia de la información en lo referente a las pautas reproductivas.

Lo anterior pone de manifiesto que, si bien la fecundidad es un hecho biológico, no es ”natural”, depende de una serie de factores que combinan comportamientos individuales (el bajo grado de educación formal determina menor información) y los que corresponden a la esfera socioestatal en materia de “salud reproductiva”: servicios sanitarios deteriorados, sobrecargados, que funcionan a un nivel mínimo y no aseguran ni siquiera las prestaciones más elementales.

Si bien estas mujeres carecen de un “capital educativo”, suelen tener más “empuje” que sus esposos/compañeros, en cuanto a la posibilidad de generar recursos:

”...hago roscas y las vendo”. (SANDRA).

“Hago pan casero y lo vendo por el barrio”. (LAURA).

“Si me sacan los l00 pesos voy a buscar otra cosa”. (EVA).

A diferencia de ellos tienen expectativas que les permiten proyectarse en un futuro. Han sido los varones los más golpeados por la recesión económica; si bien los efectos de la misma han incidido negativamente en el nivel de vida de todos los integrantes del grupo familiar, ellos se han visto además privados del cumplimiento de su rol genérico -social y culturalmente asignado- que es el de ser los únicos o principales generadores de ingresos, con la carga material y simbólica que esto conlleva. Situación ésta que se repite en los otros sectores que iremos analizando.

A pesar de que las actividades desempeñadas por las entrevistadas guardan una estrecha relación con la pertenencia al género femenino (cocina, costura), lo destacable es que estos oficios aprendidos “fuera” del ámbito doméstico, refuerzan la autoconfianza que sienten.

La mayoría prefiere quedarse en la casa, la excepción está dada por SANDRA, para la cual la “salida” al trabajo es una vía de escape. Esto también responde a una cuestión genérica: la creencia de que la presencia de la mujer madre-ama de casa es indispensable e insustituible para el buen funcionamiento del grupo familiar y para mantener la cohesión del mismo y que se desprenden de sus testimonios:

PATRICIA: “...me quedaría en mi casa, me dedicaría a hacer cosas en mi casa, atender más a los chicos”.

YOLANDA: ”...no me gusta la idea de que estén en una guardería”.

Hay sentimientos encontrados como el caso de EVA:

”Me siento que tengo capacidad...”. pero, al mismo tiempo, de culpabilidad: ”...cuando recibí una mala nota de mi hijo y pensé que yo tenía la culpa”.

También se evidencian fuertes lazos de solidaridad vecinales, como una especie de “hermandad genérica” (esto lo retomaremos más adelante) para hacer frente a la crisis: LAURA manifiesta:

”...pondría el costurero y ayudaría a la gente, a veces los vecinos me dan y no les cobro nada, somos muy solidarios, me dan masitas”. ”Prefiero estar con los vecinos, con mi familia me veo poco, saben que mi marido está sin trabajo, están mejor que yo”.

Algunas han logrado un reconocimiento de intereses y espacios propios que devienen de la autoconfianza a partir de poder generar un ingreso obtenido por fuera del ámbito doméstico:

”Me di cuenta de que me podía independizar”. ”Ahora aprendí, antes le hacía más caso a él”. (SANDRA)

“Yo soy la jefa, me siento más fuerte porque nunca bajé los brazos”. “La plata la manejo yo y si no quiero no le doy”. (EVA).

En el caso de LAURA hay un desplazamiento de roles: él se queda “adentro” y ella “sale” a trabajar, no sólo administra el presupuesto, sino que se transforma en una especie de guía, como si fuera la madre: ”Prefiero que se quede ahí (se refiere al hogar) porque tengo miedo que si sale se junte con alguien y robe”.

No obstante, su responsabilidad en las tareas del hogar y el cuidado de las/os hijas/os no ha sufrido modificaciones sustanciales. La presencia numerosa de niñas/os en edad escolar determina que deban apelar a una amplia gama de estrategias para el desempeño laboral, tales como buscar horarios compatibles con los de sus hijos, trabajar cerca del hogar, llevarlos con ellas o apelar a las redes vecinales:

“...la vecina me los mira a los chicos”. (LAURA).

Fundamentalmente la ayuda más importante la reciben de la hija mayor. La ”inclusión” del esposo/compañero en la división intradoméstica de las tareas y el cuidado de las/os hijas/os es mayormente esporádica, eventual, subsidiaria y recibe el carácter de “ayuda”:

“Cuando él está en la casa me da una mano”. (YOLANDA).

”El limpia si está en la casa”. “El me lava la ropa”. (PATRICIA).

“La limpieza la hago yo...” (EVA).

”Cuando él está me los cuida...” (LAURA).

”A los chicos me los cuida él, pero cuando hace changas nos arreglamos... (PATRICIA)

“La que más me ayuda es la más grande...” (YOLANDA).

Se trata de hogares en los que predomina una clara violencia manifiesta: alcoholismo, castigos físicos y psíquicos, abandonos temporarios por parte de los varones. Se utiliza además la amenaza:

”...me tendría que ir de mi casa, porque él no se va a querer ir...” (SANDRA).

”A veces pensé en abandonarlo, pero me decía que me fuera sola”. (PATRICIA).

Pero, al mismo tiempo, las mujeres reclaman la falta del cumplimiento del rol de “proveedor económico” de sus esposos/compañeros:

”A veces las discusiones las empezaba yo...” (YOLANDA).

“...violencia de parte de él y mía”... (EVA)

Para estas familias la crisis económica se percibe como una situación terminal y total; esto deviene del hecho de tratarse de una pobreza heredada que la convierte en una situación histórica- y en consecuencia se asume como tal- pero, en el caso de los varones, se transforma en una especie de resignación.

Hay una erosión de la autoconfianza masculina que se tansmite al resto del grupo familiar (tanto en lo material, como en lo emocional) y que se evidencian en expresiones que se repiten:

”está deprimido, le da vergüenza pensar de que sea yo la que lleve la plata”. (YOLANDA).

“El entró en un estado depresivo, estaba muy triste, decía que no servía para nada. Se dedicó más a tomar, no quería que yo saliera a trabajar, no le gustó” .(SANDRA).

“Trato de no pelear porque sé cómo está la situación. A veces nos ponemos mal, nos da bronca...” (LAURA).

“...creía que yo lo provocaba...”. ”...y yo le reclamaba”. (EVA).

La educación de los hijos es vista como movilidad, como ascenso social, existe la creencia de que el estudio “per se” lo garantiza. La falta de capital económico se trata de compensar con el cultural, no pasa solamente por la dimensión económica (“salirse de pobres”), sino también simbólica: a mayor estudio, mejor trabajo y mayor prestigio social; de allí que la esperanza puesta en la obtención de un título o en la práctica de un deporte, se convierten en un recurso valorado.

Confían en la inversión educativa en la medida en que no disponen de otras formas alternativas para lograr las aspiraciones personales. Es común en casi todos los testimonios encontrarse con la frase: ”no quiero que pasen lo que pasamos nosotros”.

Sin embargo, los datos de la realidad demuestran que la mayoría quedará excluida de las formas más complejas del saber, y a la par, al margen del poder, y eventualmente, de la riqueza que se asocia a este recurso.

Los chicos pertenecientes a estas familias se ven expuestos a situaciones de violencia manifiesta y/o encubierta: insultos, golpes, ausencias temporarias del padre, depresión, el hecho de apelar al consumo del alcohol- y eventualmente a las drogas con el riesgo tanto físico, como psíquico que tales adicciones provocan-, la mayor posibilidad de caer en el delito; lo cual demuestra el alto grado de vulnerabilidad al que estos grupos familiares se ven expuestos.

Estas situaciones repercuten en el rendimiento escolar: algunos son alumnos repitentes, las carencias afectivas inciden en lo emocional y las deficiencias alimentarias (la mayoría de ellos son desnutridos crónicos) afectan su capacidad intelectual. Es evidente que la asistencia escolar obedece fundamentalmente al plato de comida -a veces único- que reciben durante todo el día.

El síndrome característico que presentan es el bajo peso al nacer: la falta de asesoramiento de la madre (recordemos que la mayoría han sido mamás en la pubertad) determina, entre otros, el incumplimiento del esquema vacunatorio, los controles durante el embarazo, la inexistencia de una alimentación adecuada. A esto hay que sumarle el hecho de que los hospitales públicos están cada vez más saturados, con recursos humanos y materiales afectados en cantidad y calidad, todo lo cual implica que tanto el acceso como la dedicación de los mismos sean cada vez más “recortados”.

Al tener menos recursos para afrontar la crisis, las estrategias que se implementan para satisfacer las necesidades más elementales como alimentación, salud y educación se inscriben en el espacio público barrial/comunal.

En este sentido, si bien el accionar de la iglesia -canalizada a través de las parroquias cercanas o insertas en los asentamientos- siempre ha brindado asistencia inmediata a través de comedores y establecimientos educativos-, el incremento de dichas acciones tienen dos consecuencias: por un lado, que el nivel de pobreza se ha extendido y profundizado; y por el otro, que el Estado a nivel nacional, provincial y municipal, sólo ofrece paliativos y respuestas a situaciones más urgentes, como por ejemplo, los llamados bolsones de comida, lo cual demuestra que son acciones tendientes a contener o mitigar más que a solucionar en forma integral dicho problema.

Otro tipo de medidas es acudir a las redes vecinales:

“...a veces los vecinos me dan y no les cobro nada. Somos muy solidarios, me dan masitas”. (LAURA).

En la mayoría de las familias existen acciones dicotómicas y que tienen que ver con las distintas actitudes que asumen sus miembros. Por un lado los vínculos familiares se fortalecen para hacer frente a la crisis; pero, al mismo tiempo, se quiebran como consecuencia del peso de los conflictos cotidianos. Es necesario aclarar que dichas acciones las encontraremos en los otros tipos de familias que analizaremos luego.

“Nos unimos más cuando él se quedó sin trabajo, antes él trabajaba de 7 a 10 de la noche y ahora estamos más juntos”. ”La relación se enfrió, no quiero que me toque...”. ”No me atrae tener una relación”. (SANDRA).

“Dejó la salida y está más en la casa, ahora podemos hablar más que antes”.”A veces pensé en abandonarlo, pero me decía que me fuera sola” (PATRICIA).

“Hubo cambios en la intimidad, en la relación sexual de parte de los dos”. ”El respeto no se lo perdí...”.”Hace un año la relación mejoró”. (EVA).

De acuerdo a lo expuesto, se observan tendencias encontradas en cada familia y no una clasificación estática que nos lleve a categorizar familias fortalecidas versus familias erosionadas.

Lo que predomina en estos hogares es el hacinamiento, ya que en todos ellos hay más de tres personas por cuarto. Otra característica es la capacidad de subsistencia, dada por lo bajo de los ingresos:100$ mensuales más la comida diaria- exceptuando los sábados y domingos que el comedor no funciona- y en general hay un solo miembro ocupado con bajo grado de educación formal.

Las viviendas se caracterizan por su precariedad, algunas son de material. Hay ocupación ilegal del suelo y usufructo clandestino de servicios como la luz. Predominan las actividades en el sector informal de la economía.

Se han encontrado sólo dos mujeres que participaron de movimientos barriales: el caso de SANDRA: ”Una vez participé de reclamos para que bajaran los impuestos y la cuota de la casa y pedir bolsones de comida”. Luego aclara que los varones no participaron porque “...somos nosotras las que estamos en la casa”.

A pesar de que esta participación se produce en un contexto caracterizado por la inmediatez al hogar (y hasta a veces considerado como una prolongación del mismo), como lo es el barrio, y si bien los motivos se inscriben por y desde su condición genérica, lo importante es la capacidad de trascender por “fuera” del ámbito “privado” del hogar.

El testimonio de LAURA se inscribe también desde la condición genérica: la “necesidad” de afiliarse a un partido político bajo la promesa de la “ayuda” para tapar un pozo ciego:

”Me metí en la política, en el Partido Peronista porque pensé que me iba a dar algo. Tengo un pozo ciego para tapar, nos prometió y no nos dio nada. Lo que quería era hacer los votos.” Aquí se evidencia una vez más la manipulación que se hace de la pobreza, basada en la necesidad que estos grupos -ya de por sí vulnerables- tienen de encontrar alguna resolución eficaz frente a la variada gama de las múltiples carencias que soportan.