Otra Punta de la Madeja 
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

URUGUAY UN DESTINO INCIERTO


Jorge Otero Menéndez

 

 

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El Rol del Partido Colorado

Con las precisiones del caso, las clasificaciones de los partidos a partir del modo cómo estos se organizan, realizadas por la sociología política europea, son útiles para nuestra América: la de partidos cerrados o abiertos, de notables o de parlamentarios y los populares permiten no solo marcar las etapas de su desarrollo y señalar sus características, sino también mostrar el funcionamiento de una sociedad, sus peculiaridades, sus tendencias, su estructura de poder.

En líneas generales es correcto destacar que es recién en el siglo XX y en los finales del anterior que los partidos comienzan a abrirse a una participación popular consistente. Y que son los partidos de fuera del poder quienes comienzan con esa reorganización.

En el Uruguay, sin embargo, ello no ocurrió así. Se inició por Batlle y Ordóñez en un partido con lazos muy fuertes que lo ligaban al poder. Incluso en la Convención Colorada que lo proclama candidato para la que sería su segunda Presidencia los delegados partidarios eran legisladores, secretarios de Estado, hombres de confianza del Poder Ejecutivo encabezado por Williman, y existían asimismo jóvenes de la izquierda liberal y hacendados.  

Si bien, como decía Duverger[i], el desarrollo de los partidos está ligado al de la democracia, don Pepe percibe que el desarrollo de la democracia, su fuerza y su estabilidad, depende de los partidos.

Es lo que observa posteriormente Burdeau[ii]: A la idea democrática fundada sobre el valor del hombre, se añade la democracia como técnica gubernamental.

Es menester para comprender los alineamientos políticos de aquellos tiempos la especificidad que tuvo el Partido Colorado.

A mi juicio ésta colectividad constituía el núcleo del propio sistema político. No era, como se ha dicho, el partido del Estado. Este último en el inicio del país independiente no podía tener ni sombra. Las instituciones vivían la debilidad de su reciente nacimiento, los dilemas que se le presentaban a la República eran de difícil abordaje, y no se contaba con la solidaridad necesaria de los involucrados para el cumplimiento de dicha tarea.

En medio de circunstancias que no actuaban como facilitadoras del despegue nacional era menester encontrar la “arena de decisiones” donde se plantearan las posibilidades de su superación. La defensa del campo de actuación resultaba crucial. En él se planteaban posiciones dispares, disputas intensas, polarizaciones que llegaban al extremo del enfrentamiento, pero nunca – y lo afirmo como tendencia y no como “ley” - era la propia “arena” lo que se ponía en juego.

Si adoptamos esa perspectiva se aclara el motivo de porqué el ministro de Guerra del Gobierno de la Defensa de Montevideo, el entonces coronel Lorenzo Batlle pone preso al general Rivera, casi sin resistencia por parte de éste.

Veamos otro ejemplo: Cuando don Pepe se opone a la revolución de 1897 no significa ello que apoyara al presidente Juan Idiarte Borda. Por el contrario, venía de una oposición tenaz al régimen colectivista – contribuyendo luego, eficazmente, a su caída - y al gobierno que lo representaba.

En su obra Los Partidos Políticos, Maurice Duverger señala que "del mismo modo que los hombres conservan durante toda su vida la huella de su infancia, los partidos sufren profundamente la influencia de sus orígenes".

El Partido Colorado sintió la presencia de aquellas costumbres contra las que combatió Batlle: la tendencia a la división y la ausencia de prácticas democráticas en su seno.

Frente a ellas busca Batlle y Ordóñez la mayor participación popular posible. Destaca casi dos décadas después de aquella reunión en que queda circunstancialmente unificado el Partido Colorado, el sábado 12 de abril de 1919: En una democracia bien organizada, los gobernantes son meros mandatarios del pueblo. Los mandatarios de los Partidos se deben a éstos y sin estos carecerían de mandato legítimo. Desaparecería la razón de ser de los partidos, si estos no tuvieran el derecho de imponer a sus elegidos las normas de conducta fundamental a que deben ajustarse en el desempeño de funciones que ocupan precisamente para realizar ideales y propósitos de sus electores. Cuando se crea una organización política es con fines determinados y estos fines son comunes a elegidos y electores: la separación de unos y otros desvirtuaría los fines de la representación.

Esta interpretación hace la diferencia con los partidos de representación individual que es la adoptada en el siglo XIX – que termina asentando la política cupular - y que sucede al rechazo que la propia idea de los partidos levantó incluso en “los padres fundadores” de los EE.UU.

Conjuntamente con lo anterior o por ello mismo entendía la democracia directa como el ideal. Y la consulta popular como el modo de acercar a la democracia representativa a aquél ideal. ;

Batlle se encontraba en la vanguardia de la interpretación de lo que es una colectividad política organizada, y el modo de cumplir con la agregación de demandas que estos suponen. Sostener que esa posición se originaba en el exclusivo afán por la creación de un nuevo centro de poder que compensase o permitiese superar su condición de inferioridad derivada de la situación política nacional es, simplemente, una manifestación más del desconocimiento del accionar de Batlle.

Pero, además, ¿cómo se ha ignorado esto por dirigentes que dicen acompañar la obra y el pensamiento de don Pepe retornándose a la situación previa a la aparición del Batllismo en la escena política del país? Esta es la interrogante, cuya respuesta facilitaría la comprensión de diversos dramas que han afligido al país. Y un tema que tendría interés para quienes se acercan al análisis político descargados de ideas de cómo debió desarrollarse la historia para ajustarla a una previa visión de las cosas.

De ese manera se evitarán conclusiones como las que alentó Irureta Goyena que, con total desconocimiento de las consecuencias de la aplicación del proporcionalismo - no tenía porqué saberlo - y de la muerte de los partidos de notables, sostuvo la creación de una singular readaptación del llamado Partido Constitucional, que ya había sido un “estado mayor sin ejército”. Y su fracaso se explica también, de alguna manera y con todas las precisiones que se quieran formular, porque de alguna manera y no necesariamente “en los grandes grupos (de interés), por lo menos si están compuestos de individuos racionales, no actuaran (estos últimos) en favor de sus intereses de grupo[iii]. “ 

Los partidos son el concierto, mas o menos permanente, de gente que coincide en el modo de apreciar una determinada solución de los problemas públicos que se plantean o de las decisiones que están o pueden estar a su alcance y que hacen al interés particular cuando no afectan el interés general. Y éste mismo. Pero, ¿qué entendemos por interés general?

No se nos escapan las dificultades que recordaba Pizzorno([iv]) para una definición de ese interés. Podemos decir, sin embargo, para aproximarnos a ella, que incluye los temas que afectan o pueden afectar directa o indirectamente al Estado y/o a la Sociedad como conjunto de valores y normas compartidos.

En la dependencia de los colectividades políticas al medio incluso podemos ver una aproximación de los diversos tipos de partidos permanentes (los socialistas o conservadores, de parlamentarios o de masas), hacia el partido “agarratodo”, que intenta incluir a “todo el mundo”, que responde a una baja de la tensión, de la temperatura, de la reducción de la distancia entre el poder y la percepción del ciudadano de la probable realización de sus demandas, en el ámbito de su resolución. Y por lo cual se enerva aquella estructura programática.

Dicho lo cual debemos realizar una precisión: Una cosa es la razón que puede explicar la demanda o el tipo de demanda que da lugar a la emergencia de partidos y otra, la extensión del campo de decisiones de políticas públicas o el modo como pueden organizarse aquellos. Se deben mirar dichos factores para una definición de los partidos. Pero un extremo de la última variable - la laxitud, por ejemplo - no invalida su presencia. Como tampoco lo hace la extensión referida, ni la ausencia de agregaciones trascendentes. Factores todos que sí son relevantes para el tema de la estabilidad de un régimen o para la calificación del régimen, en lo que hace al sistema de partidos.

Nuestras colectividades políticas supusieron, en sus inicios, una alianza de anteriores núcleos partidarios que reaparecen al reaparecer idénticas preguntas, el mismo clivaje si se quiere, significando las mismas respuestas, no necesariamente el mismo conjunto de respuestas (el "paquete" que implica hoy cada partido) pero los elementos prexistentes que se combinan son los mismos.

Esos partidos de notables o de comité que funcionaban antes de desarrollarse el tipo de organización que le permite a Duverger referir a los partidos modernos - también hubo organización partidaria focalizada en lo electoral en el inicio mismo de nuestra vida independiente. Eran partes de un todo por hacer. La organización electoral se la plantearon cuando hubo elecciones.

No queremos decir, sin embargo, que esas consecuencias se generen necesariamente por esas causas.

Ahora bien, volvamos a nuestro tiempo. Si el origen de los partidos es tributario de por lo menos una demanda, el medio condiciona de algún modo su existencia. Por lo tanto, en la medida en que el partido no canalice intereses de ese medio - y, en consecuencia, tampoco sea capaz de formular agregación alguna - es un partido condenado a desaparecer. Y ello necesariamente sucede cuando a la discontinuidad histórica de un campo de decisiones públicas – en el cual no permanecen partidos estructurados -, se añade el que a ese período corresponda la aparición de nuevas hendiduras.  

Es lo último, el caso de los acontecido en Venezuela, cuando la dictadura de Juan Vicente Gómez[v]. El anterior, es decir cuando el partido ni siquiera canaliza intereses, lo que pudo haber sucedido en Argentina con el Partido Conservador, luego de la Ley Sáenz Peña de 1912.

Es el momento en que los partidos vigentes hasta ese entonces dejan de incorporar, de agregar demandas o las demandas que dicen representar no tienen actualidad. Esto ocurre aún cuando exista una aparente suerte de polarización, esto es que ella no responda a clivajes reales. Los partidos, en esa situación, no son siquiera vehículos de intereses.

Así, la canalización de demandas, de una supuesta y mentirosa agregación, muchas veces realizada en vacua invocación del interés general, la efectúan entonces los grupos de interés, culminando en particular, en demasiadas ocasiones, en uno de ellos: el ejército[vi]. Y este fenómeno, que muchas veces se conoce como originado en un vacío de poder, no es sino una solución de fuerza a la condensación de demandas no agregadas, ya para dar expresión a las que arbitrariamente consideran como legítimas – en términos de apoyo o “de la patria” -, ya, simplemente, para reprimirlas.

Pero lo que importa subrayar ahora es que la existencia de nuestros partidos implican, aún hoy día, preguntas cuyas respuestas indican sus orígenes. Algunas de esas interrogantes serían: ¿cómo nos organizamos en cuanto Estado? ¿cual la sociedad que queremos? Que algunas alternativas de soluciones hayan sido arrinconadas – hoy día - en sus posibilidades de conocer la realidad por el triunfo de sus adversarios (es el caso del batllismo) no significa que no haya una memoria histórica que las revitalice. Por lo menos es nuestra esperanza.

Los continuos planteamientos reformistas de lo jurídico institucional serían una prueba de lo afirmado. El funcionamiento cupular de los gobiernos la convocatoria de la necesidad de la existencia de partidos que actúen como tales. 

* * * 

Las crisis económico-financieras vividas por Uruguay – en consecuencia de lo expuesto - tuvieron en sus vecinos a fuertes protagonistas que coadyuvaron a la formación de las mismas o agregaron obstáculos a su superación que hicieron más difícil nuestra recuperación.

Ello ocurrió, habitualmente, cuando en Uruguay se presentaba un régimen político de funcionamiento cupular – una institución informal y ademocrática -, donde intereses particulares acceden con más fuerza y pueden conquistar fácilmente sus aspiraciones, en detrimento del interés general. Y en este caso la correlación tampoco es casual desde que un sistema político con esa característica es necesariamente débil cuando se trata de un régimen democrático. La posibilidad de un juego protorcoporativo crece y con él se puede dar inicio al plano inclinado que desemboca en autoritarismos. Lo importante a los efectos de lo que sostenemos en este trabajo es que el funcionamiento cupular de nuestro régimen político es incapaz – dados los datos de nuestra realidad, por lo pronto la histórica - de elaborar políticas de largo plazo que atiendan a la voluntad de las mayorías y el interés del país al ver limitado su campo de acción al propósito de aquellos de sus miembros que atienden sólo voluntarismos – más o menos demagógicos, o un interés concreto e inmediato de algún participantes del sector privado. El suyo.

En el contraste se visualiza mejor el error que supone dicho escenario. Batlle y Ordóñez enfrenta las crisis de modo radicalmente distinto, apoyando un nacionalismo económico y la activa participación de la ciudadanía en la vida política. Y logró superarlas rápidamente. Su afán por concretar “un país modelo” encontró una valla insalvable: la traición de algunos de sus allegados – que si bien no todos tuvieron un importante apoyo popular impidieron la superación definitiva de las políticas de cúpula. Fueron estos, coaligados con los adversarios, a la cristalización de lo que derivó hoy en el cártel de élites que nos gobierna desde la medianía, en innecesarios consensos. Elaborador de, al menos, curiosas políticas que denominan de Estado. Son “quietistas” como quería Pedro Manini. “Quietistas en lo que refiere a cumplir con el afán reformista del país. Porque el riverismo también era inquieto cuando se trataba de desandar el camino recorrido por el accionar batllista.

[i] Maurice Duverger. Los Partidos Políticos. Fondo de Cultura económica. 1965 

[ii] George Burdeau. La democracia. Ariel 1965, 

[iii] Olson, Mancur. Auge y decadencia de las Naciones. Ariel. 1986. Olson afirma en su trabajo que ”El argumento que defiende este libro comienza con una paradoja que se manifiesta en la conducta de los grupos. A menudo se da por supuesto que si todos los miembros de un grupo de individuos o de empresas tienen determinado interés en común, el grupo manifestara una tendencia a lograr dicho interés.... cabe apreciar que (la hipótesis) es básica e indiscutiblemente errónea” .... El hecho mismo de que el objetivo o el interés será algo común al grupo y compartido por éste lleva a que las ganancias conseguidas mediante el sacrificio que realice un individuo para servir esta meta común sean compartidas por todos los miembros del grupo. ... dado que cualquier ganancia se aplica a todos los miembros del grupo, aquellos que no contribuyen para nada al esfuerzo conseguirán tanto como los que efectuaron su aportación personal. 

[iv] Pizzorno, Alessandro I soggetti del pluralismo - classi, partiti, sindicati Il Mulino 1980. 

[v] Juan Vicente Gómez (1857-1935) desempeñó la Jefatura del Estado en los períodos 1908-1913;1922-1929;1931-1935. 

[vi] Jorge Otero. Algunas causas del autoritarismo. Op. cit.

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