La Posición de El Día  
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URUGUAY UN DESTINO INCIERTO


Jorge Otero Menéndez

 

 

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La Posición de El Día  

Al día siguiente de la reunión de la Convención que aborda los dos temas (el “Alto” y la renuncia de Batlle), el domingo 13 de agosto de 1916 El Día comenta los hechos. Con el título El Acto de Ayer dice el artículo: La sesión celebrada ayer por la Convención Nacional del Partido Colorado definió, en un sentido que responde a las exigencias del actual momento político, la actitud de nuestra colectividad frente a los problemas que plantea el porvenir. Detenida, por decisión del electorado, la reforma de la Constitución del modo proyectado por nuestro Partido, era necesario hacer un alto, reorganizar nuevamente las fuerzas cívicas, aunar voluntades y eliminar obstáculos, a fin de presentarse ante el adversario, en los encuentros sucesivos del futuro, dispuestas para la lucha y para el triunfo.

Todas las decisiones adoptadas en la sesión de ayer están inspiradas en ese propósito. La Carta del doctor Viera precisaba los puntos fundamentales de ese nuevo programa partidario, concretando el sentir de la unanimidad de los colorados. Las manifestaciones de la Asamblea, durante la discusión y votación del asunto, revelaron que el espíritu partidario apoyaba aquellas declaraciones como expresión exacta de las necesidades del momento. El voto de confianza dado al doctor Viera significa que este prestigioso ciudadano interpreta los deseos generales del Partido y que su gestión inteligente, como hombre de partido y como gobernante, se basa en una exacta percepción de la realidad de los hechos y en una clara visión de la idealidad de los principios del Partido Colorado.

En el mismo criterio está fundamentada la aceptación de la renuncia del señor Batlle a la candidatura de la Presidencia de la República. El interés del Partido impone rectificar decisiones adoptadas con entusiasmo, cuando esas rectificaciones pueden facilitar soluciones más impersonales. El señor Batlle y Ordóñez, al presentar su renuncia, y la Convención Nacional, al aceptarla aunque declarando su adhesión a las ideas del renunciante, se ponen así en un plano elevado de sinceridad y de abnegación política, haciendo desaparecer de su plataforma cívica los hechos que pudieran obstaculizar el advenimiento de una conformidad de sentires en todos los correligionarios e impedir explotaciones apasionadas.

La Convención Nacional ha resuelto el problema partidario – que es, en realidad, un problema nacional – de un modo franco y decisivo, amplio y propicio, como corresponde a la autoridad de un Partido que se siente con fuerzas bastantes para multiplicar bríos cuando asoma un toque de atención. Los partidos que así viven, y así obran en los momentos de prueba, demuestran un empuje irresistible para la lucha y para la victoria!

Y eso se escribe en El Día ya en conocimiento del eco favorable que las manifestaciones de Viera provocaron en los sectores ultra conservadores del país. Más aun: Tal era la preocupación por la amenaza militarista de Viera, a mi parecer, que es la razón de lo expuesto luego por Brum al ser elegido presidente: “Continuaré la obra de mejoramiento del ejército, procurando que los cuadros se constituyan con los militares más aptos para la preparación de las tropas, propiciando las especializaciones de los oficiales tácticos, técnicos y administrativos, y estableciendo hasta donde sea posible la rotación periódica de aquellos en el mando, que es requerida por toda buena administración.” Y reestructura los mandos, en medio de una importante tensión política.

Comentando ese suceso, Acevedo – a quien por ahora nadie lo ha considerado un historiador sensacionalista – expresa: “El doctor Viera, que acababa de desempeñar la Presidencia de la República, conservaba una influencia considerable sobre la mayoría de las unidades del ejército de línea. Y para quebrar esa influencia resolvió el doctor Brum hacer cambios radicales en la jefatura de los batallones y regimientos. Pero los cambios se hicieron en forma reveladora de la extrema gravedad del momento. El Presidente Brum se presentó a media noche en uno de los cuarteles (el conocido como cuartel de Mendivil, por ser el cuartel de artillería – ubicado en la Unión - cuya jefatura desempeñaba el coronel Mendivil), acompañado de su Ministro de Guerra general (Guillermo) Ruprecht, y allí extendió varios decretos de destitución y de nuevos nombramientos que en el acto tuvieron cumplimiento. Las remociones y nombramientos continuaron en los días subsiguientes, quedando con ello solucionada la crisis política que en forma tan llamativa y alarmante se había planteado.[i] [ii]”

La actitud del presidente tomó por sorpresa a los destituidos. El coronel Marcos Viera – comandante del Regimiento de Blandengues - comenta el hecho de la siguiente manera el 24 de junio[iii]: ... antes de anoche, el aniversario de la batalla de Tupambaé[iv], la milicada se dedicaba con todo entusiasmo al baile y se disponían a hacer honor a nuestros 30 kilos de chocolate y tres mil masas que se iban a servir. Pero como las “chinas” fueron expulsadas del local y el batallón tuvo que formar, la fiesta quedó interrumpida y, posiblemente para nueva ocasión. 

La tarea, pues, de Batlle y Ordóñez en lo que respecta a la organización partidaria iba a continuar, y finalmente será derrotado. ¿O acaso se cree que a las cúpulas anti batllistas les bastaba con hacer desaparecer la posibilidad de despersonalización del Poder Ejecutivo? De ningún modo. Había que desmontar el modelo de país que alentaba Batlle. Pero no fue sustituido por otro. Simplemente se acordaron políticas encaminadas a hacerlo desaparecer. El camino: la búsqueda permanente de imposibles consensos. La despolitización de la ciudadanía. La desmovilización de los afiliados partidarios. Lo reclamado por Manini, pero ajustado al denominado “qualunquismo”[v]. Por otra parte, no se moderniza una ideología adoptándose in totum la de los adversarios.

La Casa del Partido Colorado a secas, podrá ser sede para conferencias, para homologación de posiciones o para reuniones en que ni siquiera lo denominado “interactivo” tiene lugar, en un mundo que quiere llevar esa posibilidad hasta los medios audiovisuales. Los electrónicos ya han logrado avances considerables en la materia... Bueno es precisar que ello no sucede por distracción.

Acontece que los puntos de contactos entre el Partido Colorado Batllista y lo que hoy se conoce como Partido Colorado son escasos y tenues, casi imperceptibles.

No se trata de un “aggiornamento” del pensar batllista. Simplemente se tomaron las ideas de los adversarios históricos de éste, dentro del lema colorado. Sector que integraba una de las familias del conservadurismo del país, como se dice en el léxico impuesto cuando el franquismo. Dentro de los que se llamaban colorados, la “familia” mayor es el “maninismo” – creador del Uruguay de medianías - en lo que hace al pensamiento político; al cinismo en las posiciones públicas; a la organización del partido que desarrollaron, donde lo importante no era la agregación de intereses sino darle volumen, mayor eco, al reclamo de los grupos afectados por la acción reformista.

A este respecto es ilustrativa la polémica ya citada entre José Batlle y Ordóñez y el secretario general del Partido Socialista, Celestino Mibelli, quien luego será el primer diputado comunista[vi]. Sucedió el intercambio de ideas, como dijimos, en El Día durante el año 1917[vii].

Batlle sostiene una postura firme contra el libre comercio, en defensa de una selectiva producción nacional. No era el suyo un proteccionismo ingenuo ni estaba en pos de la creación de industrias artificiales. Ello ocurrirá posteriormente, ya desaparecido él, con algunos sectores de su partido.

Escribe en El Día[viii]: “Es evidente, dice nuestro contendor, que los derechos de aduana reducen casi a la mitad el salario de los trabajadores, puesto que duplican el costo de todo lo que necesitan para vivir. No convenimos en que reducen tanto el salario; pero, sí, convenimos en que lo reducen algo; y, si la cuestión no tuviese más que este aspecto, gritaríamos también: que se suprima sin perder tiempo esos malditos derechos! Pero tiene otro aspecto: la casi totalidad de las industrias del país vive debido a la protección aduanera; sin ella, perecería; y, al perecer, dejaría sin trabajo a la casi totalidad de los obreros, exceptuados los de la ganadería. Se presenta así este dilema: o se suprime los derechos de aduana dando lugar a que disminuya el precio de una parte de los artículos de consumo, y entonces podrá ofrecerse al obrero esos artículos a más bajo precio, pero no tendrá con que adquirirlos, porque le faltará trabajo: o se conserva los derechos, y, entonces, los precios serán más altos, pero el obrero tendrá trabajo y podrá pagarlos. El elegir no puede ser dudoso en esta disyuntiva.

No obstante, nuestro contendiente se decide por la supresión. Si su voluntad pudiera hacerse efectiva, o, si alguna vez, la idea que sustenta obtuviera una victoria electoral y fuese al Cuerpo Legislativo una mayoría de representantes y senadores dispuesta a convertirla en ley, todos los derechos protectores de nuestras industrias serían suprimidos, y de un día para otro, se verían estas frente a frente de las poderosas industrias europeas y norteamericanas, teniendo que vender artículos tan baratos como ellas o parar inmediatamente sus máquinas, despedir a sus obreros y cerrar sus puertas.

¿Qué razones animarían a los legisladores que pensaran como nuestro contenedor, a provocar este conflicto? Las que nuestro contenedor nos da no son muy claras y a veces parecen contradictorias. En su concepto, el flete que los artículos extranjeros deberían pagar constituiría una ventaja suficiente para que nuestras industrias pudieran competir con éxito. Ese flete es ínfimo, sin embargo, en épocas normales, y más bajo aún cuando se trata de artículos de mucho valor y poco peso y volumen. Mucho más alto sería el que tendrían que abonar las materias primas que fueran transportadas a las fábricas nacionales del interior del país.

Nuestro contenedor nos ha dicho en muy precisos términos que el movimiento industrial lleva a la absorción de las pequeñas fábricas por las grandes. El fenómeno se explica fácilmente; el establecimiento que fábrica y expende cien mil artículos, por ejemplo, tiene que recargar diez veces menos el precio de cada uno de ellos, para cubrir sus gastos generales y obtener alguna utilidad, que el fabrica y expende diez mil para cubrir los mismos gastos y obtener la misma utilidad. Cuanto mayor es la producción de una fábrica, más bajo puede ser el precio de su artículo. Es una ley indiscutible. Y, siendo así ¿cómo podrían competir nuestros establecimientos industriales, sirviendo solamente a los pocos habitantes de nuestro país, con los establecimientos del imperio británico, por ejemplo?...

Nuestro contenedor nos cita a ese mismo imperio, decretando el libre cambio sin que decaiga el poderío de sus industria. Pero esa cita confirma nuestra tesis. Inglaterra ha decretado el libre cambio después de haber engrandecido sus industria al amparo de la protección. Y, es claro, la doctrina le conviene. Si el mundo la aceptara, lucharía a fuerzas iguales con los países de poder industrial igual al suyo, y con ventajas inconmensurables con países como el nuestro. Pero ¿por qué, si Inglaterra es libre-cambista, no lo son los Estados Unidos, país más demócrata, donde la opinión pública se impone más decisivamente? Nuestro contenedor no lo podrá explicar de un modo satisfactorio. Nosotros sí: porque las industrias norteamericanas aún no sirven a tantos millones de hombres como las de Inglaterra y no pueden, por tanto, vender a tan bajo precio como ellas. No obstante, llegará pronto un día en que, dado el rápido aumento de su población, también convenga el libre cambio a los Estados Unidos y lo decreten.

El señor Mibelli se preocupa mucho de las ganancias que obtienen los empresarios de industrias nacionales con la protección aduanera; esto en unos párrafos. En otros, llama tísicas a nuestras industrias. Sea lo que fuere, el hecho es que si las industrias son débiles y no dan utilidades, pocos querrán encargarse de ellas, y tal circunstancia se traducirá en penurias para los obreros, mientas que, si ocurre lo contrario, la situación de éstos podrá ser mejor. Un ejemplo: la jornada de ocho horas. ¿Cree nuestro contenedor que, sin la protección aduanera, podría exigirse a nuestras industrias que sólo hicieran trabajar ocho horas a sus obreros, frente a las industrias de otros países que hacen trabajar a los suyos diez y doce y más? ¿Los empresarios uruguayos podrían hacer milagros?... Nosotros queremos que las empresas industriales del país sean prósperas y ricas, no para que se enriquezcan unos pocos empresarios, sino para que su prosperidad pueda reflejarse, mediante la ley, en sus obreros. ¿El señor Mibelli las quiere miserables? Pero, entonces, ¿de qué medios se valdrá para que la situación de los obreros sea holgada?.

No son los empresarios de industrias nacionales, quienes más ganan en el país; son los agentes de las industrias extranjeras, los comerciantes, el alto comercio, como aquí les llamamos. Y a ellos es a quienes, en primer término beneficiaría la supresión de los impuestos de aduana, dando un vuelo extraordinario a sus negocios. Son ellos los que constituyen, con los estancieros, nuestra aristocracia de la plata. Son ellos también, como los estancieros, los que efectúan tareas más simples y dan de vivir a menos gente. Sin quererlo, y debido a sus falsas ideas, nuestro contenedor, que desea defender a las clases menesterosas, se convierte en el adalid de la más opulenta.

Desde otro punto de vista defiende también, en este caso, los intereses de los más poderosos. No es a los pobres a quienes más gravan los derechos de aduana: es a los ricos. Son los artículos de lujo, en primer término los que pagan más cara su entrada al país. Por otra parte, el sombrero, el calzado, la ropa del obrero se muda con mucha menos frecuencia que la del rico; valen también menos, porque son de inferior calidad. Pagan, en consecuencia, mucho menos en la aduana. Lo mismo puede decirse del mobiliario: el del pobre no se importa: se fabrica muy fácilmente en el país y a poco precio. Es el mobiliario elegante y con aires de rico, aunque no lo sea, de que sirve la clase acomodada, el que paga el derecho.

En cuanto a los artículos de alimentación, la carne, el pescado, la grasa, no gozan de protección aduanera y su abaratamiento requeriría medidas que nada tienen que ver con la aduana. En el mismo caso están las aves, los huevos y muchas legumbres.

Resumamos: el impuesto de aduana al artículo extranjero tiene un objeto único: proteger a la industria y al trabajo nacional. Si se le suprimiera, se hundiría en la miseria a los pobres y se favorecería a los ricos.” 

Pero a esa altura, ¿quien podía negarle a Batlle su radicalismo contra el alta comercio, la incontrolada inversión extranjera, la Banca especuladora? Lo que ya hemos visto, en suma.a.a.

No ocurrió lo mismo con el Vierismo – división que se ubicó a la derecha del Batllismo, pero luego de contribuir a convertir en leyes parte sustancial del programa batllista como el propio Batlle lo reconoció en la Convención en el año 1924 – o del sosismo, cuya primera discrepancia - a estar a los sostenido por el sosista profesor Enrique Rodríguez Fabregat - se origina en el apoyo de Batlle a Baltasar Brum como candidato presidencial. A partir de ello pretendió Sosa profundizar en la posibilidad de ser la izquierda del Batllismo, perdiendo también – luego, ya como agrupación diferenciada - el rumbo hacia el país modelo que buscaba Batlle y Ordóñez.  

Feliciano Viera pretendió ser un importante contradictor de Batlle. Busca hacerlo, además, intentando retener las banderas del gobierno de la Defensa de Montevideo que era el estandarte original del Batllismo[ix], de los llamados antes colorados conservadores[x], tarea en la cual, naturalmente, fracasa[xi]. Con “El Indio” se instala el clientelismo y se busca inútilmente - si tenemos en cuenta los resultados finales para sí - el retornar al fraude electoral de los tiempos de Julio Herrera y Obes.

El miércoles 7 de mayo de 1919 en el diario "La Defensa", creado unos días antes para enfrentar al Batllismomo[xii], dirigido por el diputado por Salto y presidente de la Cámara de Representantes César Miranda y cuyos redactores principales eran el diputado por Artigas José G. Antuña y el senador por Flores Justino Jiménez de Aréchaga , Feliciano Viera – ya presidente del Consejo Nacional de Administración - publica su posición al respecto de la organización partidaria que sostenía Batlle y a otros temas en cuestión[xiii]. Asimismo se divulga en la ocasión un breve manifiesto que firman 52 legisladores colorados[xiv], que genera en varios dirigentes la fuerte idea de estar viviendo el comienzo del fin del Batllismo, que habría quedado relegado a una posición minoritaria, en el gobierno y en el Partido.

“Dicha división - expresa Viera - tuvo su origen en el proyecto del señor Batlle, sobre reuniones de los hombres de gobierno en la Casa del Partido, proyecto cuyo verdadero alcance sigo entendiendo que era el de que tales hombres procedieran inspirados o presionados - esto ocurriría fatalmente en la realidad de las cosas - por las autoridades partidarias.”

“Oigo hablar - dice en otra parte de sus declaraciones - del programa del Señor Batlle en todas las proclamas de sus adeptos. No conozco ese programa y en consecuencia no puedo opinar al respecto por mas que los hechos que se suceden ya nos indican alguna tendencia, sobre todo esa organización partidaria que va camino del "soviet"[xv].

El gobierno de los comités - señala - sería un gobierno socialista imitación de los Consejos de Obreros hoy en boga. Y el Partido no admite esas tendencias que en la actualidad son enteramente anárquicas dentro de su programa.”

A la luz de las posiciones expuestas y de la vida partidaria en la actualidad se puede decir que también en estos temas terminó derrotada la posición de Batlle y Ordóñez..

Las referencias de Viera, como las de otros adversarios suyos, al “soviet”, “Bolshevikismo” y a los Consejos de Obreros[xvi]” hacían pie, asimismo y entre otras circunstancias, en el hecho de una manifestación que se detuvo frente a El Día y vivó a don Pepe mientras reclamaban su presencia y la formación de comités de obreros y soldados. Ante ello, Batlle y Ordóñez salió al balcón de su diario y permaneció en silencio contemplando el mitin.

Asimismo, él intuía lo que mucho después advirtieron los estudiosos de la política: el formato partidario sigue habitualmente al diseño etático[xvii]. Podía depender hacia dónde se inclinara éste, además, el funcionamiento del partido de gobierno: la Presidencia del órgano ejecutivo[xviii] del Partido Colorado iba a consolidarse como rotativa y no existía ni siquiera la posibilidad de crear un secretario del partido que no cumpliera tareas meramente administrativas.

La idea concreta a que refiere Viera la consigna Eduardo Acevedo: “Pocos días después de realizadas esas mismas elecciones (las del 1 de marzo de 1919) se reunía la Convención Nacional del Partido Colorado y ante ella presentaba el señor Batlle y Ordóñez una moción por la cual se resolvía ‘que el Comité Ejecutivo invitaría al Presidente de la República, al Presidente y a los miembros colorados del Consejo Nacional de Administración, de las Cámaras, del Ministerio y de las Juntas Económico-Administrativas de la Capital, a concurrir a dos reuniones mensuales que tendrían lugar en la “Casa del Partido Colorado”.

‘Con el nuevo régimen constitucional, decía el señor Batlle fundando su moción, deben cambiar las costumbres. Las actividades partidarias se desarrollaban hasta ahora en torno del Presidente de la República, y en casa del Presidente se celebraban las conferencias y se desarrollaban las gestiones relativas a la marcha del Partido. Dentro de la nueva Constitución ningún miembro del Gobierno puede ser árbitro del partido o de la política de su partido, y su casa particular no puede constituirse en centro directivo de los negocios públicos. La “Casa del Partido” debe ser ahora el centro donde se reúnan, conversen y cambien ideas todos los hombres representativos de la agrupación a que pertenecen. Todas las cuestiones de interés público y partidistas deben ilustrarse y deliberarse en ese local ampliamente abierto a las aspiraciones generosas y patrióticas’.[xix]”

A esta moción refieren aquellos que juzgan la iniciativa de Batlle como una suerte de reacomodamiento táctico en el Partido para obtener un centro, una palanca o un punto de poder ante la pérdida de posiciones políticas cuando el inicio del funcionamiento de la nueva Constitución, cuya concreción absorbió sus desvelos. Olvidan que ella es derrotada en la Convención, como dijimos. Batlle se mantiene con la gente. Lucha por su vieja idea. Actualiza la representación partidaria. Y gana.

[i] Eduardo Acevedo. Op. cit. 

[ii] Al respecto, el distinguido investigador ya fallecido Göran Lindhal deja ver una visión diferente y contradictoria, fundada en suposiciones y no en hechos.

Sostiene Lindhal: “.... Los actos del presidente sugieren que temía un golpe de estado por parte de los vieristas.... Resulta difícilmente creíble que Viera pensase dar un golpe de estado. Era un político demasiado hábil como para no comprender que sus mejores posibilidades en ese sentido las había sacrificado al entregar la presidencia el 1 de marzo de 1919”.

Es de tomar en cuenta que dichas destituciones que incluyeron la del jefe de Policía de Montevideo, entonces un airado vieristas, Virgilio Sampognaro, se vieron precedidas por una interpelación al ministro del Interior en la Cámara de Representantes, fundada en la convocatoria que Brum había hecho de los jefes de Policía de diversos Departamentos. Brum fue acusado de violar la Constitución por parte de algunos nacionalistas, que hacían pie en una carta que le envió al presidente Brum el jefe de Policía de Minas, el vierista Fernando Aguirre y González, en el que presenta su renuncia indeclinable al cargo, y en la respuesta que formuló públicamente la Presidencia.

Ante las posiciones institucionales vieristas, la reacción nacionalistas manifestada en el llamado a sala del secretario de Estado fue percibida como el posible disparador que el vierismo necesitaba para, desde una supuesta legalidad, sustituir al presidente de la República.

Por lo pronto, y así lo manifestó Arena en ese momento, Brum temió el inicio de un juicio político. Su trámite lo enflaquecería políticamente – no siendo precisamente un líder de arraigo popular - dada la composición de la Cámara Baja. (La Defensa recoge “el balance político según Diario del Plata”, en su edición del jueves 26 de junio. Señala 40 diputados vieristas - colorados expresa La Defensa -, 23 batllistas, 3 riveristas - incluyendo al suplente Nieto y Clavera – 2 indecisos – Ramasso y Magariños – a los que agrega a Juan P. Bessio – que sería vierista, dice -, Juan Aguirre y González – que se desempeñaba como director de la Enseñanza Primaria y Carlos F. Muñoz. En cuanto a la Cámara de Senadores anota: 7 vieristas (se expresa colorados), 5 batllistas, un colorado, al que califica como “autónomo u opositor unipersonal, el doctor Manuel B. Otero”, y “un brumista, antes de la conversión presidencial, el doctor Javier Mendivil”. 4 nacionalistas. Los poderes del senador por Treinta y Tres estaban protestados, encontrándose a estudio del Senado.

Los problemas que Brum encontró en la Cámara se pusieron asimismo de manifiesto por la renuncia de su ministro del Interior, Javier Mendivil, que era quien venía siendo interpelado por la supuesta violación constitucional del Primer Magistrado, siendo el resultado hasta ese momento desfavorable para el secretario de Estado.

La renuncia de Javier Mendivil – al otro día (martes 24 de junio) se reincorporó al Senado en el que había sido electo por Paysandú cuando la elección de 1918 - no fue consecuencia de una oposición suya a las medidas dispuestas la madrugada anterior por Brum, sino un modo de “limpiar” el escenario político. Quien lo sustituye no es un batllista ni un vierista, Es Pedro Manini Ríos, un notorio e indiscutible anti batllista.

La posibilidad de un golpe se viabilizaba en la excusa: se hacía en defensa de la nueva Constitución. Y quien designaría al sucesor de Brum – en el caso de destitución de éste - era el Consejo de Administración en el que tenía mayoría Feliciano Viera Borges.

Como dice Lindhal, Viera era un político hábil. Y procede en consecuencia, de manera distinta a como el investigador sueco intuye que podría haber hecho. Un golpe de estado antes de entregar el poder presidencial hubiera sido una torpeza. Salir en defensa del orden constitucional, supuestamente alterado por Brum, a quien apoyaba Batlle no lo era. Ambos, Brum y Batlle, estuvieron reunidos antes – durante largo rato -, probablemente, dijo La Defensa, en la quinta de Arena.

Respecto a la nominación de Pedro Manini, pese a su interpretación, comenta Lindhal: “fue una jugada inteligente”.

Cuando la amenaza que incluía – según mi posición - lo que se conoce como el “Alto” el golpe también podía ser visto como una supuesta defensa de la voluntad popular.... Ahora tenía Viera, asimismo, una fuerte posición en la fuerzas armadas, un claro distanciamiento de Batlle y un presidente de la República débil. Asumir la condición de defensor de la supuestamente violada Constitución, siendo el Cuerpo que integra, preside y tiene la mayoría el encargado de nombrar el sucesor, no parece una situación cuyo aprovechamiento permita hablar de torpezas por parte de Viera, como lo hace Lindhal para descartar la posición golpista en nombre de la habilidad de “El Indio”.

¿Cuál si no la razón de la destitución de Virgilio Sampognaro, de los hermanos de Viera (Marcos y Oscar Viera Borges – jefes de los Regimientos de Caballería Nro. 1 y 4, respectivamente), del tío de ellos, el coronel Serapio Borges (jefe del Batallón de Infantería Nro. 4) y militares íntimos amigos suyos (como el teniente coronel Pedro Ríos Olivera, jefe del batallón de Infantería Nro. 2) todos con mando de tropa, esa madrugada del lunes 23 de junio de 1919? La de restarle posiciones en la Fuerza a Feliciano Viera. No hay otro motivo.

¿Cuál el motivo de las movilizaciones populares batllistas en apoyo de las medidas del presidente?

Por otra parte, toda esa situación indica que el Batllimo no podía dejar de revertir, también en su favor, la posiciones parlamentarias de Viera, cosa que hace en las elecciones de ese año, reduciéndolo sustancialmente en materia política. Por ello es equivocada la posterior afirmación del estudioso sueco: “Los batllistas, que hasta el momento sólo tenían una escasa mayoría dentro del coloradismo, obtuvieron una clara aunque prematura victoria al lograr casi duplicar sus bancas en la nueva cámara. Los vieristas, por su parte, se convirtieron en el más pequeño de los tres partidos colorados”. (el subrayado es nuestro). Prematura si tomamos en cuenta lo que ocurriría al continuar la normalidad institucional. Muy acertada, si consideramos las dudas que entonces existían respecto a la estabilidad institucional. Imaginemos los escenarios que se hubieran abierto si a la mayoría vierista en el Consejo le agregamos una reafirmación electoral de su posición reflejada en el Parlamento, habiendo sido humillado Viera por las abruptas modificaciones en la estructura de mandos de la Capital. 

[iii] Diario La Defensa de esa fecha. 

[iv] Batalla producida durante la guerra civil de 1904 los días 22 y 23 de junio. Las tropas gubernistas estaban dirigidas por el entonces coronel Pablo Galarza (1851-937) y las nacionalistas por Aparicio Saravia. El sitio, próximo al arroyo y cerro de ese nombre, se encuentra en el Departamento de Cerro Largo. 

[v] Una suerte de populismo desmovilizador sostenido por Gugielmo Giannini en la Italia de finales de los años cuarenta. Por él se sostenía la inconveniencia de la participación política permanente, la discusión ciudadana de las ideas de gobierno, las vacías invocaciones a hacer lo único que es lo correcto, es decir, lo sostenido por dicho movimiento que no buscaba serlo, pero si asentarse.... Decían representaban lo que luego se conoció como “la mayoría silenciosa”.

La publicación de la cual deriva el nombre y en la que exponían las entonces extrañas ideas, hoy vulgarizadas por sectores de nuestras cúpulas políticas, se denominaba L’uomo qualunque.

[vi] Por ese entonces, resulta innegable la adhesión al liberalismo político del socialismo uruguayo. Posteriormente, luego que Frugoni es apartado, la afiliación del Partido Socialista al autoritarismo se ha mantenido enhiesta. De ahí su adhesión – bajo los más diversos e insustanciales argumentos – a cualquier autócrata latinoamericano supuestamente de izquierda (fue el caso con el peruano Juan Velasco Alvarado (1910-1977) en su período presidencial (1968-1975) o al rosismo. Esta posición le permitió al socialismo acercarse a las posiciones de lo que se conocía en Uruguay como el Oribismo. Obviamente ese tránsito ideológico supuso la pérdida inmediata de posiciones (dejó de tener representación parlamentaria). Pero a largo plazo le permitió a una corriente iniciada por Lorenzo Carnelli a comienzos del siglo XX encontrar un desarrollo en el Frente Amplio a la salida de la dictadura uruguaya (1973-1985). No es casual que importantes dirigentes de esa colectividad provengan del nacionalismo oribista. Es posible decir que Lorenzo Carnelli tuvo el mérito sustancial de la difícil reivindicación histórica de Manuel Oribe. El cual sufrió trato análogo por los militares que sostuvieron el gobierno de facto (1973-1985). Es de recordar que el Partido Nacional – esto es, desde 1872 – no reivindicaba por cierto a Oribe. Y Herrera lo hace inicialmente de modo muy tímido. El gran referente de Herrera es Saravia. Y éste último, que se sepa, no tenía a Oribe como su guía ideológica. 

[vii] Milton Vanger. ¿Reforma o Revolución? La polémica Batlle-Mibelli. 1917. Op. cit. .  

El Día, 11 de julio de 1917  

Las cuestiones sociales

Libre cambio y proteccionismo 

Es inútil, dice nuestro contendor, que yo, por ejemplo, quiera comprar un sombrero de la Argentina porque me resulta más barato; se me dirá que no, que no debo gastar menos porque hay que proteger a los industriales del país. Y es verdad de que se debe decirle eso. Si compra un sombrero argentino paga al obrero argentino que lo fabrica, y deja sin trabajo al obrero del país. A nuestro contendor le importará poco el resultado; pero, si a él no, le importa al país, y la ley le dirá: es necesario que usted favorezca al artículo nacional; yo he arreglado las cosas por medio de la Aduana, de manera que al artículo extranjero le salga a usted más caro. Le conviene a usted, pues, hacer lo que yo deseo.

Pero nuestro contendor, pone el grito en el cielo: no se me perjudica a mí solo, sino a todos los consumidores del país; y todos deben protestar contra esa medida!.

Examinemos la cuestión; hay dos clases de consumidores: los que viven del trabajo diario y los que viven de un capital. Aquellos, trabajadores, pagarán más caro algunos de los artículos de su consumo; pero, mediante el derecho aduanero, podrán vender los artículos que producen, lo que les permitirá hallar en su industria una manera de vivir. ¿Pasa lao mismo con los rentistas?. No. Ellos pagarán más caro los artículos que consumen, sin compensación alguna directa, desde que, no produciendo nada, la protección aduanera en nada les favorece. Su compensación; puede consistir, solamente, en el progreso industrial y general del país, al que están vinculados por sus capitales, progreso que favorece a todas las clases.

Nuestro contendor parece no comprender que la suerte del obrero que trabaja, está vinculada a la de la industria que lo emplea, y cree que es indiferente para él la suerte de esta. El obrero, dice “vende trabajo”, como si esto no fuera vender la obra que ejecuta; y el precio de este trabajo, agrega, no lo regula el proteccionismo, sino l a abundancia o escasez de los trabajadores, en primer término. Parece ocultársele que esa abundancia o escasez proviene de la menor o mayor demanda de brazos de los establecimientos industriales y que está demanda la aumenta el proteccionismo y la anula, en los países nuevos como el nuestro, el librecambio!.

Nuestro contendor cree que se debería dar primas a la producción; pero esto sería favorecer también a los industriales, a quienes él cree que debería negárseles la sal y el agua. Además, ¿qué es la protección aduanera sino una prima que se paga asegurando al artículo nacional un precio más alto que el que podría obtener en competencia con el extranjero? Dirá nuestro contendor que la protección aduanera es un impuesto y una prima es una dádiva. Pero, el dinero de la dádiva ¿de dónde se saca?...¿no es del impuesto?...¿o tiene el Estado algunas fuentes misteriosas donde el dinero mana? Digamos de una vez que para nosotros lo mismo sería el impuesto de Aduana que la prima, con tal que una y otra se aplicaran con acierto; y digamos también, que siendo estas dos cosas realmente iguales en el fondo, no acertamos a comprender cómo nuestro contendor hace tanto alboroto en contra de uno y se declara partidario de la otra tan fácilmente.

Nuestro contendor divide las industrias nacionales en dos clases: las que son sanas y las que no lo son. Las primeras son las que pueden vivir sin que las proteja el impuesto de Aduana; las otras, las enfermas, son las que morirían si se suprimiese ese impuesto. Si lo interrogáramos, nos diría que son industrias sanas las que tienen en el país sus materias primas, y enfermas, las que no las tienen. Son ideas viejas, y corrientes...Bien. Es, según él, una industria sana la del portland, Tiene su materia prima en el país y no necesita protección, por tanto. Sin embargo, sus fundadores se guardaron bien de implantar su fábrica, antes de estar seguros de que la protección del impuesto de Aduana se le concedería. ¿Por qué? Dirá nuestro contendor: por avaricia; para ganar más. No lo negamos, podría suceder que los creadores de una industria capaz de vivir sin ayuda, la solicitasen, no obstante, deseosos de asegurar su éxito o de hacerlo mayor. Pero no creemos que sea ese el caso del portland. Por lo pronto, la fábrica, sin perjuicio de que la materia prima esté en el país, requiere una maquinaria enorme y costosísima y un gran personal para su funcionamiento. El consumo que hace de ese artículo la pequeña población de nuestro país ¿basta para pagar los intereses del capital empleado, los gastos de funcionamiento, los sueldos de los empleados superiores y los salarios de los obreros?. Bastará, desde que la fábrica se ha implantado; pero a condición de que no se emplee el portland extranjero; y es eso lo que nuestro contrincante no querría conceder. El artículo, sin tal condición, elaborado por fábricas con clientelas de muchos millones de habitantes, y que pueden venderlo, por tanto, muy barato, atravesaría los mares no obstante su peso y fundiría, con toda probabilidad, sin remedio, a nuestra fábrica.

El mármol; he ahí la base de una industria sana, según nuestro contendor. Antes de que Solís visitara nuestras playas, había, no lo negará nuestro contendor, mármol por todos lados en nuestro país. La industria, sin embargo, está aún por fundarse. ¿Por qué? ¿No se consume ese artículo entre nosotros? En todas las formas utilizamos el mármol transportado, a través de millares de leguas, del extranjero. ¿Acaso, entonces no se conocía su existencia en nuestro territorio? Hace más de treinta años, según nuestros informes, que se han fundado y fundido empresas de explotación de mármol del país; y, si su existencia hubiera sido ignorada por la generalidad, no ha podido serlo para los hombres ilustrados que han recorrido tantas veces nuestro país. ¿Por qué entonces, aún no se ha creado la industria?

Porque no ha habido suficiente consumo en el país para sostenerla; porque la industria extranjera nos envía, desde el otro hemisferio del globo, todo el mármol que necesitamos a precio mucho más bajo que lo que nos costaría a nosotros extraerlo de las canteras y elaborarlo.

Otra industria sana, aunque de menor importancia económica, podría ser la publicación de una revista semanal. Si bien habría que importar el papel, su contenido, su información ilustrada, podría ser exclusivamente uruguaya. La idea ha tenido sus entusiastas y se han fundado muchas revistas de ese género; pero otras tantas han fracasado, no dejando de ser molesto para nuestro espíritu nacional el no tener una manifestación de arte en ese género. ¿Por qué ese fenómeno? ¿No hay artistas entre nosotros? ¿No hay escritores? Si, los hay. Pero esa que podría ser una pequeña y agradable industria nacional, no tiene protección; y las revistas argentinas que disponen de un mercado mucho mayor que el nuestro; que pueden ser confeccionadas, por tanto, en condiciones muy superiores a las nuestras y a más bajo o a igual precio, pasado en una noche el río y acaban con ellas...

No nos parecería mal que nuestro contendor enumerara algunas de las industrias sanas del país.” 

El Día, 12 de julio de 1917  

Las cuestiones sociales 

Menudencias 

La protección produce los trusts, dice nuestro contendor. Y cita las fábricas de cerveza, que se han puesto de acuerdo para vender su artículo solamente un poco más barato que el extranjero. Cuando el número de productores de una mercancía es muy limitado, estos pueden ponerse de acuerdo para no entrar en competencia y no forzarse a rebajar los precios. Ocurre lo mismo cuando la industria goza de la protección aduanera; pero en ese caso, el precio del artículo tiene que ser siempre más bajo que el precio del artículo importado. Así, esta clase de trusts, que teme el señor Mibelli, no puede ir nunca más lejos que lo que la ley permita.

Y si, en algún caso, se cometiera un verdadero abuso, puede esta destruirlo con la mayor facilidad, reduciendo el derecho protector o suprimiéndolo del todo.

Sería, sin embargo, muy perjudicial para el país, y para sus hombres de trabajo, el disminuir la protección a las industrias o suprimirla, obedeciendo a simples presunciones de que venden sus artículos a precios demasiado altos y al deseo de comprarlos más baratos. Ese afán de baraturas que manifiesta nuestro contendor, es el más terrible enemigo de la clase obrera, pues la depreciación de los artículos que ella elabora, fuerza la rebaja de sus salarios y la reduce a la miseria.

Hemos dicho que los grandes establecimientos europeos, y especialmente los de modas, exportan los excesos de su producción a precios de pérdida para liquidar el negocio de cada año; y que, frente a esos excesos, toda competencia de nuestras industrias sería imposible. Nuestro contendor contesta con ligereza; no nos preocupemos de los artículos pasados de moda. Se equivoca! Nuestras estaciones alternan con las de Europa y los artículos que en aquel continente se pasan de moda son los que se ponen de moda entre nosotros.

También hemos dicho que las fábricas europeas y norteamericanas sirven a un número de personas incomparablemente superior al de las personas que sirven las nuestras; y nuestro contendor lo pone en duda.

No creíamos que las exigencias de la polémica lo llevasen a desconocer hechos tan evidentes.

“Si no es deseable comerciar con otros pueblos, siendo un ideal nacional el que el país reciba lo menos posible del extranjero ¿por qué hemos gastado tantos millones en nuestro puerto?”

Hemos trascripto expresamente las mismas palabras de nuestro contendor ya que, de lo contrario, podría dudarse de que las haya dicho. En efecto: ¿cómo puede creerse que tan suelto de pluma nos atribuya afirmaciones como la que no es deseable comerciar con otros pueblos y de que es un ideal nacional el que se reciba lo menos posible del extranjero? ¿De cuáles de nuestras palabras puede sacarse tan monstruosas consecuencias? De que sea conveniente que el país produzca la mayor cantidad posible de los artículos que consume ¿puede sacarse la consecuencia de que no existen productos innumerables de las industrias de otros países que nos convendría canjear con los nuestros? Si ¿por qué no hemos de importarlos del extranjero? ¿por qué no hemos de enviarle los artículos nuestros que él necesita? Y, saliendo de la esfera de las producciones de la Naturaleza, las infinitas obras de la industria y del arte ¿ no dan materia para un intercambio inacabable?

Reconozca nuestro contendor que ha reflexionado poco, al pensar que el proteccionismo destruiría el comercio y proponer que se coloquen minas explosivas a la entrada de nuestro puerto para hacerlo más eficaz.

Nuestro contrincante quiere pescarnos en una contradicción. Lo pescamos a él en tantas!... Y dice que ella consiste en que hemos afirmado que la conquista, introduciendo en nuestro país el libre cambio, arruinaría sus industrias, al mismo tiempo que se enriquecerían los conquistadores. Podría creerse que, en concepto del contendor, cuando unos se arruinan, otros no pueden hacerse ricos. Es, sin embargo, una forma común de hacer fortuna la de apoderarse, mediante hábiles especulaciones, de las fortunas de otros.

Además, según él, un país no correría la aventura de una guerra para comerciar con el dos o tres por ciento de la población del país conquistado. Cree él que no se hace la guerra más que para comerciar con el enemigo vencido y parece ignorar que la paz no impide el comercio, sino que lo favorece. Ya hemos visto que la guerra tiene fines varios, desde el de comerciar con el enemigo vencido y parece ignorar que la paz no impide el comercio, sino que lo favorece. Ya hemos visto que la guerra tiene fines varios, desde el de comerse a los vencidos, hasta el de someter a la voluntad arbitraria de un mandón multitudes cada vez más grandes.

Una buena guerra contra nosotros podría tener por objeto, si no el de comernos, el de comerse nuestras vacas y trasquilar nuestras ovejas, encargándonos de su pastoreo.

Hemos dicho que el valor de la carne descendería si se aplicase un buen impuesto a su exportación. Y nuestro contendor bate palmas, y se queja de que se haya suprimido, hace poco, un gravamen que pesaba sobre esa exportación, y hace votos para que se restablezca. Pero él no puede aplaudir nuestro pensamiento, ni desear que se aplique. Se ha olvidado de sus ideas! Recuérdelas! El es libre-cambista! Y debe por tanto sostener la supresión de todo impuesto de aduana que trabe el cambio de los productos. Dice que el señor Batlle y Ordóñez realizó su teoría proteccionista en su gobierno para desgracia de los consumidores del país. Ha buscado mal ejemplo. La administración del señor Batlle fue particularmente favorable para las clases trabajadoras, cuya situación económica se hizo mucho más desahogada de lo que había sido hasta entonces.

Dejamos la palabra.” 

[viii] El Día, martes 10 de julio de 1917. CUESTIONES SOCIALES Libre cambio y protección 

[ix] Sin embargo, en la elección del domingo 30 de noviembre de 1919, La Defensa distribuye una carta – impresa en color magenta - dirigida por el general Rivera al ministro Manuel Herrera y Obes por su destierro, recriminándole la actitud que adopta el gobierno con respecto a su persona.  

[x] Conservadores de esas banderas, se entiende. Las que sostuvo el gobierno de Montevideo durante la Guerra Grande y, para el caso, de ellas, la que sostuvo contra los personalismos. Dicho grupo partidario se constituye cuando el fracaso del gobierno de Juan Francisco Giró (1851-1853) y la ilusoria política de fusión que intentó ser implementada. Pero el origen de dicha posición se remonta a los años del sitio a Montevideo, en que emergieron dos grandes tendencias coloradas en la ciudad. 

[xi][xi] La elección para miembros del Comité Ejecutivo de la Comisión Departamental de Montevideo del Partido Colorado realizada el sábado 21 de diciembre de 1918 dio lugar a una intensa movilización colorada. Pero las tres listas que se presentaron al sufragio de lo 620 delegados de los clubes seccionales del Partido Colorado tenían nombres de una y otra tendencia. La triunfante fue la “Joaquín Suárez”, que prestigiaba el diario El Día, por la que sufragaron 309 representantes, encabezada por José Batlle y Ordóñez, seguido por José Espalter, Manuel Stirling, Ricardo Vecino y Julio María Sosa. La lista que la siguió en número de adhesiones – 232 votos - y que El Día consigna como sin lema era apoyada por el Vierismo. Estaba encabezada por Ricardo Vecino, a continuación aparecían Atilio Narancio, César Miranda, Eugenio Martínez Thedy y Enrique F. Areco. La tercera lista era “Unión” la que era respaldada por Baltasar Brum en la que figuraba en primer lugar José Batlle y Ordóñez seguido por Ricardo Vecino, José Espalter, Atilio Narancio y Manuel Stirling. Obtuvo 16 sufragios. El escrutinio mostró 2 votos anulados. Hemos puesto los primeros cinco candidatos de cada lista aunque todas presentaron a 15 postulantes para llenar igual número de cargos. Le correspondieron 8 puestos a la Joaquín Suárez, 6 a la sin lema y 1 a Unión por resto mayor.

Una semana después, el sábado 28 de diciembre de 1918 se realizaron las elecciones internas para delegados de Montevideo a la Comisión Nacional de la cual eran miembros natos los legisladores del Partido.

En éstas, el Vierismo se presenta bajo el lema “Clubs Seccionales” y el Batllismo nuevamente con la leyenda “Joaquín Suárez”. Las dos listas, sin embargo, son encabezadas por José Batlle y Ordóñez. La primera empero incluía simpatizantes del presidente de la República, mientras que la Joaquín Suárez era contundemente batllista.

Al respecto comenta el diario El Siglo: “En esta lista (la Clubs Seccionales) que predominan ciudadanos de manifiesta preferencia por la política del Presidente de la República, ocupa el primer termino el señor Batlle y Ordóñez. Indica esto una significativa evolución de los leaders vieristas dentro de las filas de la Comisión Departamental. En el acto electoral de la semana pasada, aducían sus ciudadanos que la personalidad del señor Batlle era demasiado grande para un puesto de poco relieve partidario como son los del Comité Ejecutivo Departamental, mientras que ahora, esa razón valedera entonces, desaparece, no teniendo inconveniente en incluir en la lista que prestigian, el nombre del señor Batlle, que es bandera para los que patrocinan la lista de la otra fracción”.

La lista Joaquín Suárez llevaba por su orden en los quince primeros puestos – se disputaban 45 cargos - a José Batlle y Ordóñez, José Serrato, Luis J. Supervielle, Andrés Puyol, Francisco Torres Insargarat, Eduaro Biraben, Luis P. Ponce, Francisco Ameglio, Conrado Rücker, Eduardo Lenzi, Fernando C. Pereda, Augusto Turenne, Arnoldo Berta, Rafael Tabalombo y Lorenzo Mérola.

La Clubs Seccionales, a su vez, incluía en los quince primeros lugares a José Batlle y Ordóñez, Baltasar Brum, Juan B. Bado, Blas Patrone, Ricardo Zaballa, Antonio Gebelin, Manuel B. Medeiros, Fernando Pereda, Santiago Gustavino, Enrique O’Neill, Wenceslao Cassorotti, Antonio Ferro, Antonio Vieytes, Andrés J. Chiosa, Alberto Dutrenit..

“La de ‘Joaquín Suárez’ – dice El Siglo - sostenida por los batllistas quienes, para no dejar dudas en el ánimo de los votantes, colocaron en la entrada del local de la avenida 18 de Julio como un cartel concebido en los términos siguientes: “Batlle y sus amigos están en la lista “Joaquín Suárez”. (Y esto a pesar de que, la vez pasada, al sostener la tendencia vierista, aseguraron que todos eran unidos...); y la lista “Clubs Seccionales” en la que también figuraba el señor Batlle, fue prestigiada por los mismos que la semana pasada defendían la lista sin lema.”

“Esta vez – comenta - la lucha no fue tan vehemente como las que se trabó por la elección de Comité Ejecutivo Departamental.”

El triunfo le correspondió a la lista vierista por un estrecho margen. El lema Clubs Seccionales obtuvo 297 votos, mientras que el Joaquin Suárez, 279 sufragios.

El Siglo, en su edición del 28 de diciembre, deja constancia que la lista Joaquín Suárez no incluía a Baltasar Brum por ser éste delegado a la Comisión Nacional por el departamento de Salto.

Casi un año después – cuando Viera era presidente del Consejo Nacional de Administración, habiendo asumido la Presidencia de la República Baltasar Brum - en las elecciones de diputados y municipales del domingo 30 de noviembre de 1919 el Batllismo obtiene 40 escaños, 9 los riveristas, 7 los vieristas, y 7 los unionistas (correspondientes a la lista de Baltasar Brum) y 1 independiente, el general Pablo Galarza quien sale electo diputado por Soriano, no afiliado a ninguna corriente nacional. La lista por Montevideo estaba encabezada por José Batlle y Ordóñez, apareciendo a continuación Julio María Sosa. El sublema utilizado fue “Viva el Batllismo”.

La del Vierismo (con el sublema Bandera Colorada) tenía como primer candidato a César Miranda, siguiéndolo José G. Antuña y José F. Arias. La de Unión Colorada a Augusto Turenne acompañado por Luis J. Supervielle. El Riverismo llevaba en su lista a Pedro Manini y a Eugenio Lagarmilla. (Los citados son quienes resultaron elegidos, aunque es de señalar que renunciaron a sus bancas los titulares de la Unión Colorada por lo que suplentes ocuparon sus lugares: Alberto Mañé y Enrique D. Doria).

En estas elecciones, José Batlle y Ordóñez es candidato asimismo por Cerro Largo, conjuntamente con Julio María Sosa, Andrés F. Puyol, Carlos B. Bellini Hernández y Héctor Álvarez Cina. En este Departamento el Batllismo concurre con dos listas bajo el sublema José Batlle y Ordóñez. La otra lista, que obtuvo mayor número de votos, se encontraba encabezada por Armando Patiño, seguido por Benito J. Montaldo, José Florencio Lucas, José M. Gramajo y Ezequiel Silveira, resultando electos los dos primeros postulantes de ésta.

A su vez, Julio María Sosa es candidato además por Maldonado – banca por la cual opta desistiendo de la de Montevideo – acompañado por Máximo Halty, el cual es elegido -, Pedro Seco y Juan B. Solezzi.

Entre los 40 diputados batllistas electos se encuentran Rafael Batlle Pacheco (por Durazno), Andrés Martínez Trueba (Florida) y Luis Hierro (Treinta y Tres), abuelo del actual vicepresidente de la República.

El Partido Colorado logra 64 diputados en todo el país. El Partido Nacional alcanza las 56 bancas, el Partido Socialista 2 y el Partido Católico, 1. Montevideo significó casi un tercio de los representantes electos en el caso del Partido Colorado, un quinto para el Partido Nacional, el 100% para el Socialista y el Católico.

Los votantes montevideanos fueron casi un tercio del total nacional.

En la elección del Concejo de Administración de Montevideo – para el período 1920-1928 - se conformó una agrupación accidental formada por riveristas, radicales y católicos. Denominada esta coalición como Concentración Independiente no logró ser siquiera la minoría mayor. El Batllismo obtuvo cuatros cargos: Juan P. Fabini, César Batlle Pacheco, Juan Stella y Alberto Dagnino. El Partido Nacional asumió la totalidad de los cargos de la minoría, ocupándolos José Pedro Turena, José Domingo Cruz y Bernardo Larrayoz. Será recién en 1928 que una nueva alianza de riveristas y radicales, a la que se sumó el sosismo, permitió a un riverista acceder al Concejo de Administración de Montevideo. Fue Félix Polleri.

El triunfo en solitario del Batllismo contra el Partido Nacional se repitió en Artigas y en Maldonado. En Canelones, si bien los electos fueron todos batllistas, estaban estos apoyados por los riveristas canarios. En los demás departamentos en que triunfó el Batllismo lo hizo respaldados también por los riveristas, los cuales obtuvieron un cargo de concejal en los municipios de Rocha, Rivera, Salto y Soriano.

En el resto de los Departamentos triunfó el Partido Nacional. Incluso en Paysandú, lo que no había ocurrido en décadas.

Juan P. Fabini (1876-1962) que encabezaba la lista Batllista por Montevideo había integrado la Junta Económico Administrativa de Montevideo –1914 – y desempeñó luego la Presidencia del Consejo Nacional de Administración (1931-1933) e intendente de Montevideo (1943-1947).

Es considerado Fabini uno de los grandes estadistas del país, destacando entre sus iniciativas importantes obras en Montevideo y el puente de hormigón sobre el río Solís, el más largo del mundo en su momento. Fue presidente entre 1947 y 1950 de la ansiada empresa batllista ANCAP tan perseguida desde siempre por núcleos conservadores anti batllistas y fuertes hombres de negocios extranjeros. El proyecto de creación de ANCAP fue presentado al Parlamento el martes 5 de agosto de 1930 por Luis Batlle Berres – diputado por Montevideo -, habiendo sido aprobada la iniciativa del monopolio del Estado para la refinación de petróleo por los órganos del Partido en agosto de 1929, dos meses antes de fallecer José Batlle y Ordóñez. Entonces, la iniciativa la tuvo el ministro de Industria Edmundo Castillo, quien la presentó formalmente a la consideración del Consejo Nacional de Administración el viernes 9 de agosto de 1929. Pocos días después, el jueves 15 para ser exactos – es decir, el día anterior a la nueva reunión del Consejo con el ministro de Industria, El Día publica un editorial titulado ”La refinación del petróleo – Una gran iniciativa”.

Tratado el tema con dicho ministro, el 16 de agosto de 1929, Luis Alberto de Herrera (“de oposición sistemática” califica el diario de Batlle y Ordóñez su posición) se manifiesta contrario al proyecto, considerando además que la participación de los funcionarios en la discusión de temas referidos al Personal de la empresa, “importa – dijo – algo así como un ensayo del Comité de Obreros y Soldados”. Solicita en la oportunidad, además, el aplazamiento de la consideración del tema a la espera que se reintegre al órgano Martín C. Martínez con el cual había conversado sobre el punto, manifestándole éste tener ideas respecto a la refinación de combustible por particulares.

Acompañan el proyecto del ministro Castillo los consejeros batllistas, el vierista Luis C. Caviglia y los nacionalistas Arturo Lussich y Sánchez quienes destacaron que siendo convencidos anti estatistas y anti monopolistas consideraban que la excepción a esa norma de pensamiento era la refinación de combustible por el Estado, estando dispuestos a acompañar la iniciativa, cuya consideración es aplazada para su estudio por la Comisión de Hacienda a pedido nacionalista.

“El Batllismo - señalaba El Día dos años después, el 29 de agosto de 1931 - viene pidiendo desde el año 1913 que se le dé solución a estos asuntos que tienen relación con los combustibles y siempre sin éxito por la empecinada oposición nacionalista.”

La última importación de nafta resuelta por el Consejo Nacional de Administración correspondía al consumo del Estado por un año – 20 mil toneladas – y fue adoptada una semana antes de la creación de ANCAP. Votaron contra dicha forzada importación, por ese motivo – así lo dijeron, además -, los consejeros batllistas: Fabini – quien presidía el Consejo -, Brum – que lo había presidido en el período anterior (1929-1931) -, Berreta y Sorín; su votación fue empujada por Ismael Cortinas y apoyada enfáticamente por el vierista Caviglia acompañando a estos consejeros en la decisión, sus pares nacionalistas Estradé, Lussich y Martínez.

La Asamblea General, presidida por Juan B. Morelli y actuando como secretario Martín R. Etchegoyen aprueba la creación de ANCAP el 14 de octubre de 1931. El día siguiente, la ley es promulgada por el Consejo Nacional de Administración, firmando en la ocasión su presidente, Juan P. Fabini y los ministros de Industria y el de Hacienda, Edmundo Castillo y Javier Mendivil, respectivamente. 

[xii]  La Defensa apareció al público como diario de la tarde el viernes 2 de mayo de 1919. En su primer número publica una suerte de declaración de principios a los que ajustará su conducta, acompañada con una foto de Joaquín Suárez. La leyenda de la misma dice: JOAQUIN SUAREZ. –Nombre símbolo y bronce de epopeya, sintetiza la más pura tradición del Partido Colorado. – Su voluntad, su tenacidad y su energía salvó a la Patria. – Que la sombra ilustre del prócer vincule a todos los colorados, en estas horas decisivas para la causa.

Su afán por parecer continuador de las banderas de la Defensa de Montevideo no se limitó por cierto a ello. En la sección El Aniversario de Hoy se incluían recuerdos de aquellos años heroicos. Así: “ El 8 de Mayo de 1845 el Gobierno de la Defensa recibió una nota del Encargado de Negocios de su majestad Británica, anunciándole que el Plenipotenciario de Inglaterra en la Argentina, en unión con el Representante diplomático de Francia, estaban encargados por sus gobiernos respectivos, de mediar para tratar de obtener la terminación de la guerra.

Don Joaquín Suárez contestó agradeciéndole la mediación y manifestando que en términos honrosos y justos, que aseguraran la absoluta independencia de la República.

Los propósitos de los representantes de las potencias mediadoras se estrellan contra las ambiciones de Rosas y así terminó con un fracaso aquella tentativa de pacificación”.

Esta referencia de La Defensa podría estar equivocada. Si pretendió traer a colación la mediación del barón de Gros y sir Robert Gore ella se inició en marzo de 1848 y luego de tener la aquiescencia de ambas partes en pugna cuando la Guerra Grande, termina del modo que indica la publicación vierista.

La nota dirigida al barón Gros firmada por el ministro Villademoros el 17 de mayo de 1848 señalaba “ que no ha creído el Excmo. Gobierno de la Confederación Argentina ver llegado el caso de retirar las tropas auxiliares argentinas”. Se precisaba asimismo en la rectificación de Villademoros que “nada podía hacerse sin el previo acuerdo con el Excmo. Gobierno de la Confederación Argentina”.  

En ese primer número de La Defensa no aparece Justino Jiménez de Aréchaga como uno de los redactores. Su integración se producirá el 5 de mayo.

La posición anti batllista de esta publicación no es declarada expresamente en la oportunidad. Así se entendía, sin embargo, en la opinión pública, como lo consigna el Diario del Plata el sábado 3 de mayo de 1919. Y lo confirmaron luego los hechos.

Entre sus posiciones divulgadas originalmente La Defensa destaca: “Del Pensamiento político de éste diario, debemos decir que él está concretado en la acción cívica de sus redactores.

Vinculados con la obra de patria realizada por los últimos gobiernos, convencidos que éstos, aún en medio de inevitables errores, han procedido con honestidad ejemplar, - procurarán con su prédica consolidar las conquistas alcanzadas y propender a su mejoramiento en los posible.

“La Defensa”, órgano colorado, estará siempre al servicio de los intereses del partido, concordantes con los del país; pugnará por la unión partidaria y luchará por ella cerrándose a toda inspiración de círculo o de logia. Su política será absolutamente impersonal.

En materia social se solidarizará con la obra realizada en los últimos años, por entender que ella a nadie ofende y a todos escuda.

 Rápidamente La Defensa pasó a denominar a El Día como el diario disidente. Y en la misma condición calificaban a los batllistas: colorados disidentes. 

[xiii] En la ocasión Viera señala, entre otras cosas: “Durante mi gestión como presidente ...... me esforcé por realizar el programa colorado, especialmente en su parte constitucional, aceptando para este efecto todo aquel conjuro de pasiones provocado en nuestra contra por los puntos esenciales del programa reformista: el Ejecutivo múltiple y la separación de la Iglesia y el Estado.

Aceptamos y contribuimos en idéntico grado a su éxito – muchas leyes sociales. La Jornada Obrera, el Trabajo Nocturno, las Pensiones a la Vejez, el Derecho a la Vida, todos estos problemas de inaplazable solución, por requerirlo así el interés de las clases humildes, fueron resueltos durante mi gobierno. La acción legislativa propendió además al perfeccionamiento de nuestra legislación sobre el divorcio, a mejorar la suerte de los hijos naturales, a aplicar un interés más humano y científico en las soluciones penales de nuestra época, abogando a este respecto porque la condena condicional fuese instituto de nuestra organización jurídica.” 

[xiv] El breve manifiesto que dice: Al País y a sus correligionarios. Los legisladores colorados que suscriben, en presencia de los hechos en política partidaria que son de pública notoriedad, declaran ante sus correligionarios y al país, que su acción parlamentaria se concreta a la realización del programa liberal del Partido Colorado y que no responden ni responderán en consecuencia a tendencia personal alguna.

Firman originalmente esta declaración 50 legisladores: 1) senador por Rocha y presidente del Senado José Espalter, 2) diputado por Salto y presidente de la Cámara de Representantes César Miranda, 3) senador por Flores Justino Jiménez de Aréchaga, 4) senador por Tacuarembó Alberto F. Canessa, 5) senador por Río Negro Manuel Stirling, 6) diputado por Rivera Julio Abella y Escobar, 7) senador segundo suplente por Paysandú Juan Pivel (ocupa el escaño por tres meses ya que su titular, Javier Mendivil, retorna a la banca luego de renunciar como ministro del Interior, en junio de 1919), 8) senador por Soriano José A. Ramasso, 9) diputado por Montevideo Luis M. Otero, 10) diputado por Artigas José G. Antuña, 11) diputado por Colonia Horacio Jiménez de Aréchaga, 12) diputado por Colonia José Salgado, 13) diputado por Cerro Largo José V. Carvallido, 14) diputado por Treinta y Tres Juan Ramasso, 15) diputado por San José Carlos Ameglio, 16) diputado por Montevideo Ambrosio L. Ramasso, 17) diputado por Paysandú Pablo Blanco Acevedo, 18) diputado por Montevideo Ramón Mora Magariños, 19) diputado por Montevideo José F. Arias, 20) diputado por Montevideo Pedro F. Albuquerque, 21) diputado por San José Carlos Albin, 22) diputado por Tacuarembó Alfredo Costa Guriérrez, 23) diputado por Rocha Julio E. Bonnet, 24) diputado por Montevideo Mateo Magariños Veira, 25) diputado por Canelones Juan M. Aubriot, 26) diputado por Montevideo Amadeo Almada, 27) diputado por Montevideo Ventura Enciso, 28) diputado por Durazno José Repetto, 29) diputado por Flores José Infantozzi, 30) diputado por Rivera Joaquín D. Fajardo, 31) diputado por Maldonado Juan Samacoitz, 32) diputado suplente por Montevideo Manuel Pacheco (médico de profesión que renunciaría en octubre de ese año a la banca, casado con una de las hijas de Ricardo J. Areco (Lilina) sería el padre de Jorge Pacheco Areco), 33) diputado por Tacuarembó Arturo G. Pintos, 34) diputado por Montevideo Alfonso Bazet, 35) diputado suplente por Montevideo Leopoldo Peluffo, 36) diputado por Rivera Antonio Pan, 37) diputado por Paysandú Simón B. Amighetti, 38) diputado por Salto Aníbal Semblat, 39) diputado por Salto Eduardo Martínez García, 40) diputado por Artigas Servando Mier Velázquez, 41) diputado por Colonia Lauro A. Olivera, 42) diputado suplente por Paysandú Manuel Vázquez Ferreyro, 43) diputado por Montevideo Felipe Schelotto, 44) diputado por Minas Justino Martínez, 45) diputado por Rocha Eduardo Caballero, 46) diputado por Montevideo José Foladori, 47) diputado por Cerro Largo Santos Icasuriaga, 48) diputado suplente por Rocha Teodosio B. Lezama, 49) diputado por Florida Eduardo O’Neill y 50) diputado suplente por Montevideo José Carnelli. Al día siguiente se incorpora a dicha lista – y es ubicado en primer lugar – el senador por Maldonado Florencio Aragón y Etchart. Y el lunes 5 de mayo lo hace el diputado por Rivera (cargo que desempeña durante tres meses) Camilo E. Magariños a quien se ubica cerrando la misma. 

[xv] Citado en La larga marcha de la organización partidaria. Jorge Otero. La Semana de El Día. Enero 1981. De dicho artículo he tomado otros pasajes referidos a la vida del Partido Colorado. 

[xvi] La acusación que buscaba implantar un régimen comunista en el país era de uso casi corriente por los sectores ultra conservadores que tuvieron en el autor de nuestro Código Penal, José Irureta Goyena, su más esforzado fogonero así como fue su continuador, tiempo después desde una posición de más fuerte demagogia, Benito Nardone quien se desempeñó como consejero nacional en el período 1959-1963.  

[xvii] Hugues Portelli. La proportionelle et les partis. Étude de cas. Pouvoirs 32. Revue Française d’études constitutionelles et politiques. 1985. Sostiene Portelli: “Dans un système politique où la séparation entre pouvoir d’Etat et système partisant est fortement accentuée et où l’essentiel du puvoir est concentré entre les mains du Président de la République, il est inévitable que tout parti de gouvernement (ou aspirant à l’être) soit amené à se structurer en fonction du modèle étatique. » 

[xviii] El Comité Ejecutivo es conformado por 15 integrantes. Ese número de miembros da lugar al que luego distingue la lista de la corriente que respaldada por Luis Batlle Berres. Sus adversarios internos, recurriendo a la emoción en la disputa de legitimidad partidaria, señalan que un puesto de los reclamados debía estar reservado a la memoria de José Batlle y Ordóñez, y adoptan como número el 14. 

[xix] Eduardo Acevedo. Op. cit.

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