La Especulación, el Desenfreno y la crisis del 90     
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

URUGUAY UN DESTINO INCIERTO


Jorge Otero Menéndez

 

 

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Capítulo III. La Especulación, el Desenfreno y la crisis del 90     

Veamos otra faceta de lo referido al final del capítulo anterior, en la que el contaminación nacional vía la Argentina fue importante y el sistema inmunológico uruguayo no estaba, por cierto, en su mejor forma dado el funcionamiento del sistema político vigente entonces, las políticas instrumentadas desde nuestro cupular gobierno y la situación en la subregión.

Cuando el sábado 1 de marzo de 1890 recibe Julio Herrera y Obes (1846-1912)[i] la banda presidencial[1] de manos de Máximo Tajes, quien en ese momento dejaba de ser jefe de Estado, la crisis argentina - que abarcaba tanto la vida económica, como la social y la política – tiene un escalón importante en las vicisitudes que sufre el presidente Miguel Juárez Celman (1844-1909).

En este 1890, la profunda adversidad que vivimos también se originó en el barrio. Y lo hizo directamente. Esto es, siendo su fuente y su nutriente.

Los orígenes de lo sufrido en aquella época parecen haber sido calcados por los gobiernos actuales del vecino país. Pero ésta sorprendente circunstancia no fue suficiente para nuestras elites políticas. Nada aprendieron de la primera crisis – la de 1868 -, ni adoptaron los debidos resguardos cuando la segunda – la de 1890, que anida y se desarrolla con Roca, y se profundiza y explota con Juárez Celman; ni en el presente. Fue, si se quiere, una densa noche constelada de claridad desperdiciada.

Diversos grupos políticos entonces y en la actualidad han defendido y defienden (aún hoy en plena crisis) - siendo lo único llamativo esa pasión por el error - las mismas posiciones económicas que el gobierno argentino de aquella época, con idénticos argumentos, sin proponérselo, ni saberlo. Más aun: sin importarle lo ocurrido antes. Tal la fuerza del histórico dogma, meticulosamente vestido con soltura de desprolija modernidad privatizadora. Obviamente, se llegó al mismo resultado.

En aquél período de “plata dulce” todo lo ofrecido a la venta le parecía a la gente barato y al alcance de lo que consideraban, inexplicablemente, su natural poder adquisitivo. Las actividades económicas más intensamente practicadas, con vocación de costumbre, fueron la especulación y el gasto.

La política de privatizaciones indiscriminadas e incontroladas como imposible palanca del crecimiento nacional tuvo allí más que un ensayo: recibió una aplicación plena.

Se ha escrito al respecto: ”La pasión privatizadora de Miguel Juárez Celman fue tal que obligó a su antiguo aliado y concuñado, el ex presidente Julio Roca (1843-1914), a precisarle: ‘A estar de las teorías de que los gobiernos no saben administrar llegaríamos a la supresión de todo gobierno por inútil, y deberíamos poner banderas de remate a la Aduana, al Correo, al Telégrafo, a los Puertos, a las Oficinas de Rentas, al Ejército y a todo lo que constituye el ejercicio y deberes del poder”[2].

Todo ello pasible de ser reducido en términos modernos por los hacia chamanes que son sin percibirlo los economistas de Chicago, a una mala administración de las políticas monetarias y fiscales. Como dirán habitualmente: lo de más, es lo de menos. Y lo siempre perjudicial, la autonomía de la política, cuando la creen posible. Ni hablemos de la influencia negativa que para ellos tienen la elección y las responsabilidades que le caben a la extensión del sufragio, y al sentido común. Su principal adversario en la vida corriente.

Mientras tanto, en los diarios de diversos países del mundo, principalmente en los ingleses, se refería a la exageración que suponía la política implementada por el gobierno argentino, el daño que causaría y el constatable incremento de la corrupción que había significado, en un país que era incapaz de ser ganado por la perplejidad en materias de esa naturaleza.

En Italia, y valga como ejemplo concreto de lo dicho, La Stampa de Turín señaló: “En los contactos con los poderes públicos la propina es una institución. Tiene un nombre solemne, de resonancia griega: coima. Todos coimean: desde quienes desempeñan cargos superiores hasta el último inspector”[3].

Para entonces, el Financial Times de Londres ya había precisado: “Aparte de los políticos corruptos, el mayor enemigo de la moneda argentina sana han sido los estancieros. ..... Su noción del paraíso está constituida por buenos mercados en Europa y mala moneda en el país, por que de este modo el oro les provee de tierra y mano de obra baratas.”

Observación que poco le importó al capital británico que en 1889 destinó a la Argentina casi el 50% del total de su inversión externa, considerada récord[4] hasta ese momento.

Nada de lo hecho en desmedro del interés público, sin embargo, le pareció suficiente a Juárez Celman. Se otorgaron, además, permisos para ganarle espacio al mar, en una ciudad en la que sobraba tierra, y concesiones para la construcción de un palacio de justicia que debió ver pasar impertérrito casi sesenta años para que pudiera ser utilizado y que conoce, como se ha señalado, ventanas que dan a parte alguna, escaleras que llegan lentas a ningún destino, puertas que abren sitios ciegos. Lo de la explotación de agua corriente fue otra maravilla: Nunca terminaron de pagar los concesionarios por ella, ni el servicio era, obviamente, el adecuado. Todavía hoy Buenos Aires, además, padece de un serio déficit de saneamiento.

El Unicato se le llamaba a la concentración en una persona de la Jefatura del Estado y de la del círculo del poder político, el Partido Autonomista Nacional. Era el caso de Juárez Celman. Esa convergencia se producía, en un régimen que denominamos coimioligárquico[5], que evolucionará a la coimidemocracia cerrada, exclusiva, de nuestros días.

La prensa extranjera insistía en que resultaba imposible creer que quienes habían participado en el vaciamiento nacional estuvieran en libertad. Más aún, que nunca se les hubiera pedido alguna explicación por lo acontecido. La sorpresa transigió con la credulidad cuando los imputados de los más diversos delitos pasaron con el tiempo a integrar las Cámaras y a dictar discursos y conferencias sobre el perjuicio que provocaba el Estado para el desarrollo nacional.

La devaluación del peso argentino seguía rauda, la fuga de capitales parecía una palabra de orden y el retiro de depósitos realizado en el sistema bancario argentino y en el uruguayo dejó de ser noticia, así como los incidentes sociales provocados por esos hechos. La Banca extranjera, por su parte, fue la primera en despegarse de los problemas y las responsabilidades.[6] De ahí que sin conflictos consigo mismo el ahora librecambista Pellegrini vuelve a sus tesis originales, y el Gringo establece impuestos a las sociedades de capitales extranjeros, a los depósitos en bancos extranjeros, a la revisión de las concesiones a extranjeros.

[1] La banda presidencial fue instituida por el general Máximo Santos para distinguir al primer Mandatario.

[2]Jorge Lanata. Argentinos. Tomo I. Buenos Aires. Ediciones B. Cuarta edición 2002.  

[3] Jorge Lanata. Op. cit. 

[4] En el período 1884-1890 el incremento anual de la inversión inglesa fuera de Gran Bretaña alcanzó prácticamente la cifra de 350 millones de libras.

[5] No le pasará inadvertido al lector que ese régimen coimioligárquico era heredero del coimicolonial. La historia del oficialismo porteño es única en el mundo. Nada hace pensar que ella pueda modificarse. Obviamente hubo excepciones relevantes. Muchas fueron rápidamente sumidas en el olvido y/o desalojados del poder. Otros se suicidaron. Fue el caso de Leandro Além o Lisandro de la Torre. 

[6] Desde luego que casi cien años después se recomendaba la internacionalización de la Banca y se destacaban sus bondades. Ninguna histórica.

[i] Solo treinta y cinco minutos llevó el trámite de la Asamblea General para votar tanto la asignación anual que recibiría el presidente de la República ($24 mil) como la elección del joefe de Estado.

Votaron por Julio Herrera y Obes como jefe de Estado 47 legisladores, veinti uno lo hicieron por el general Luis Eduardo Pérez (1827-1898), senador por Florida, 1 por el senador Manuel Herrera y Obes(1806-1890) y otro por el diputado Juan Alberto Capurro (1838-1906).

Luis Eduardo Pérez fue asimismo candidato presidencial derrotado en 1886 y en 1894.

Faltaron con aviso lel senador por Maldonado Hermógenes Formoso - que se encontraba de licencia desde 1886 siendo el suplente de Ruperto Fernández quien había renunciado a la banca - y el senador Luis Eduardo Pérez. No estuvo ausente del acto ningún diputado en ejercicio.

Los senadores que se pronunciaron por Julio Herrera y Obes fueron: monseñor Pedro Irasusta (Artigas), Javier Laviña (Treinta y Tres), Camilo Vila (Minas) - suplente de Saturnino Álvarez quien había renunciado para asumir como miembro del Superior Tribunal de Justicia de Segundo Turno -, Jaime Mayol (Cerro Largo), Carlos de Castro (Montevideo), Juan Lindolfo Cuestas (Flores), Joaquín Santos (Canelones), Amaro Carve (Soriano), Tulio Freire (San José), Duncan Stewart (Durazno), Agustín de Castro (Salto) quien presidía la Asamblea General.

Los diputados que procedieron del mismo modo eran: José A. Tavolara (Florida), Eduardo Lenzi (Canelones), César Augusto Pastore (Artigas), José Isidro Marfetán (Soriano), César A. Velazco (Río Negro), Antonio María Rodríguez (Montevideo), Enrique Kubly y Arteaga (Maldonado), Martín A. Usabiaga (Canelones), Jaime Johnson (Canelones), Luis Melián Lafinur (Montevideo), Luis Peña (Río Negro), Lucas Herrera y Obes (Montevideo), Felipe H. Lacueva (Paysandú), Abel J. Pérez (Salto), Angel R. Méndez (Arftigas), José Díaz (Canelones), Joaquín F. Fernández (Colonia), Rufino T. Domínguez (Durazno), Liborio Echeverría (Tacuarembó), Juan Alberto Capurro (Montevideo) que presidía la Cámara de Representantes, Perfecto Giribaldi (Colonia), José Modesto Irisarri (Soriano), Pedro Pallares (Durazno), José E. Zavalla (Flores), Juan Augusto Turenne (Rivera), Lucidoro Maciel (Canelones), Jeremías Olivera (Flores), Nicolás Granada (Maldonado), Juan José Segundo (Cerro Largo), Remigio Castellanos (Treinta y Tres), Carlos A. Berro (Minas), Martín Aguirre (Cerro Largo), Juan Zorrilla de San Martín (Montevideo), Pedro Bustamante (Canelones), Juan Idiarte Borda (Montevideo), Eduardo Chucarro (Florida). 

La candidatura de Luis Eduardo Pérez fue apoyada por los senadores Laudelino Vázquez (Rocha), José L. Terra (Paysandú), Fernando Torres (Tacuarembó), y los diputados Domingo Mendilaharzu (Tacuarembó), Francisco Bauzá (Montevideo), Máximo Fleurquin (Soriano), Manuel B. Otero Bertrán (Salto), Marcelino Izcua Barbat (Rocha), Aureliano Rodríguez Larreta (Montevideo), Pedro E. Carve (Minas), Andrés Crovetto (Minas), Juan Antonio Magariños Cervantes (San José), Fructuoso Pittaluga (Rivera), Juan José de Herrera (Montevideo), Eduardo Mac-Eachen (Paysandú), Carlos Sáenz de Zumarán (Rocha), Carlos María Ramírez (Treinta y Tres), Manuel Herrero y Espinosa (Montevideo), Pablo V. Otero Soto (Montevideo) Luis Carve (San José).

Manuel Herrera y Obes, senador por Colonia y padre de quien resultaría elegido, sufragó por el diputado Juan Alberto Capuro. Mientras que el senador por Río Negro, Tomás Gomensoro, lo hizo por el senador Manuel Herrara y Obes.

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