El Vecindario, la Casa y la Enredadera en la Cocina
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URUGUAY UN DESTINO INCIERTO


Jorge Otero Menéndez

 

 

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El Vecindario, la Casa y la Enredadera en la Cocina

A comienzos de 1868 ya se vislumbraba una fuerte sombra sobre nuestro incipiente sistema financiero, precedida de largo tiempo por algunas crisis comerciales, y la guerra civil.

Lo que nadie podía imaginarse es el número de desdichas que se le presentaría al país durante todo el mandato presidencial del general Lorenzo Batlle (1868-1872)[i]. Lo vivido ya a poco de su inicio parecía suficiente, incluso para quienes sostuviesen que el optimismo es la infancia del pesimismo.

Fue un período que le dio razón de existencia al personaje de la cultura guaraní que fundaba el respeto que se sentía por él en anuncios de desastres y denuncias de un permanente mal estado de la vida colectiva[ii].

La contundencia de las catástrofes, casi todas originadas en la Argentina, diluyó cualquier precaución: el cólera, la viruela, el descubrimiento de la aftosa[1] - cuya primera consecuencia fue una drástica reducción del stock ovino – y las corridas bancarias provocadas por el pánico financiero que rebotó desde Buenos hacia Montevideo, arrastraron a la casi totalidad de las instituciones financieras actuantes en la república.

A lo anterior se agregaron desgracias propias: duras inclemencias climáticas y graves accidentes de mar como el naufragio en la isla de Lobos de un barco que traía doscientos inmigrantes vascos, los cuales murieron todos ahogados[2] y el incendio del vapor de la carrera “América” en el que fallecieron alrededor de 70 personas; esto es, la mitad de sus pasajeros y tripulantes.

Esos años fueron particularmente difíciles para la vida marítima nacional si nos atenemos a lo informado[3]: “Nuestra estadística portuaria – expresa – anotó 44 naufragios en 1867, 44 en 1868 y 68 en 1869. De los buques – agrega – naufragados en este último año, 25 se perdieron totalmente, pereciendo ahogadas 56 personas. De los naufragios de 1869, 41 ocurrieron en el puerto de Montevideo, 6 en el banco Inglés, 3 en la Isla de Lobos, etc.”

Paralelamente, los levantamientos de diversos caudillos militares colorados, las revoluciones de los blancos, la continuación de la guerra del Paraguay, las actitudes de algunos de los llamados “principistas” y la crisis comercial a la que nos lanzaron los vecinos conformaron el sector áureo de esa suerte de goyesca pintura negra en que se constituyó el Uruguay durante esos años.

Una manifestación de lo señalado resulta de la circunstancia que, en el período comprendido entre 1868 y 1870, Uruguay pierde 54 mil habitantes, los que, fundamentalmente, emigran del país. Representa en porcentaje, aproximadamente, el 15% de su población. De 384.259 habitantes se pasó a 330 mil[4].

Pese a todo ello o por todo ello, pudo obtener el gobierno, en 1871, un empréstito externo. Pronto, sin embargo, se vio en la imposibilidad de pagarlo, renovándose sus servicios en 1878, cuatro años después de concretada la suspensión de estos.

La casa Thomson, Bonar y Cª propone un préstamo, que es aceptado, de 3.500.000 libras esterlinas que equivalían a $ 16.500.000.

Es esta la primera deuda contraída efectivamente en Londres, denominándose “The Consolidated Six per Cent Loan of 1871”. Su nombre puede llevar a confusión respecto al monto de los intereses que debían abonarse anualmente: fue colocada al 72% de su valor nominal. “Si a esa pérdida – por colocación o tipo de emisión – se le sumaba (comenta al respecto Nahum[5]) el costo por comisiones, corretajes, impresión de títulos, sellados,, timbres, etc., se llegaba a la cifra de $ 10.472.673 efectivos, que fueron los que recibió el Estado, $ 6.040.763 menos que el valor nominal ($ 16.450.000) por el que quedaba comprometido. Estas diferencias abismales ocurrían siempre. .... el país debió pagar por este Empréstito: 9.42%, en lugar del 6% estampado en los títulos”. Sin el acicate de un interés dos o tres veces superior al pagado en Londres por inversiones locales (3%), no había capitales disponibles para “países jóvenes” y poco seguros por su desorden permanente.

Con los 10 millones de pesos en efectivo se pagaron varias deudas del Estado y se retiraron de circulación 5 millones y medio de pesos en billetes de banco sin respaldo, faltando otro millón más para retirarlos todos. Así que el Empréstito tampoco sirvió para cumplir totalmente con la finalidad para la que había sido concertado.”  

Esa operación – consigna a su vez Acevedo -, que el contador general de la Nación don Tomás Villalba (1805-1886), llegó a calificar de “ruinosa y escandalosa”, fue explicada por su negociador, Alejandro MacKinnon, a mediados de 1872.

Luego de verse sometido a diversos descuentos, pagos de comisiones y otras intermediaciones adicionales, retenciones por adeudos anteriores y rescate de emisiones, el empréstito permitió un déficit para el Erario de $ 1.089.746.

Es decir, de acuerdo a lo señalado, nuestra primera presencia en el mercado londinense[iii] fue también el estreno de algo que veremos repetirse: pedir menos de lo que el país requería para satisfacer sus acuciantes necesidades.

No obstante, es de señalar que el gobierno de Batlle había intentado el año anterior una operación de esa naturaleza, pero la oferta resultó rechazada por la plaza financiera de Londres. Sucedió esto en octubre de 1970 y la firma intermediaria inglesa fue la misma que actuó al año siguiente: I. Thomson, J. Bonar and Co[6].

Cuando se replantea la posibilidad de endeudamiento se sube la tasa ofrecida y se aumenta el capital solicitado en la anterior oportunidad. Como quedó dicho: Igualmente resultó insuficiente.

Por su parte, la balanza comercial venía siendo desfavorable, agravándose la situación al resolver el gobierno de Brasil en 1870, unilateralmente, aumentar a un 55% los aranceles para nuestra exportación de tasajo (hasta diciembre de 1869 la tarifa era de un 10%), representando ese mercado el 60% de la producción uruguaya de carne salada. El comercio importador de Río de Janeiro presentó por ello sus quejas ante el Parlamento brasileño, logrando reducir sustancialmente el aumento dispuesto. Es decir, que la medida francamente contraria a nuestro país pudo revertirse en algo merced a un grupo de interés carioca que enfrentó la presión ejercida por los saladeristas de Río Grande, actuando directamente sobre el gobierno nacional, cuyo centro de decisión se encontraba a su alcance.

Es de destacar, como aspecto negativo, que desde mediados de 1867 el gobierno argentino ponía trabas al comercio regional y el brasileño no hacía en fecha los pagos correspondientes a las transacciones con Montevideo. Ambas actitudes generaron el comienzo de la retracción económica que culmina con el decreto de inconvertibilidad monetaria por seis meses, adoptado en diciembre de ese año, con el fin de resguardar el sistema financiero.

A partir de entonces podríamos habernos dado plenamente por enterados que el diseño de una política externa debe tener en cuenta los nervios de la adopción de políticas públicas de los países con los cuales mantenemos relaciones y aspirar a que estas, además, atiendan positivamente nuestra producción. Pero no ha sido así.

Los problemas que vivió Lorenzo Batlle y Grau (1810-1887) desde el principio de su gestión probablemente fueron los causante de las que podrían considerarse fugas de la realidad del primer mandatario.

Es el caso reflejado en la circular que el Poder Ejecutivo envió a todos los jefes políticos a principios de 1869, en que el país sufría o sufriría un sinnúmero de dificultades, amenazas de revueltas sociales, alzamientos militares e invasiones de caudillos militares blancos desde Entre Ríos: “ La lucha armada de los partidos que por largos años contristó la patria – dice -, parece haber cesado, para dar lugar al desarrollo de los intereses materiales y al afianzamiento de las instituciones que hemos poseído hasta ahora sin disfrutar de ellas. Hoy en la República no deben encontrarse sino orientales cobijados por una misma bandera .... “ Señalando más adelante que los esfuerzos del gobierno se encaminarían, en consecuencia, a “impulsar la educación popular” y “asegurar la libertad electoral”[7].

Poco después del forzado entusiasmo, la debilidad económica de la administración nacional llevó a que, en ese mismo año de 1869, no logrando el gobierno el crédito suficiente para enfrentar siquiera los compromisos de pago de salarios de los servidores públicos, se alzaran las Guardias Urbanas – en Paysandú y Salto - dejando libres a todos los presos recluidos en las cárceles situadas en los citados Departamentos.

Frente a esa actitud, los amotinados recibieron de los vecinos la suma de cinco mil pesos, que representaba el monto de sus sueldos impagos de varios meses, con el fin que se retiraran hacia Entre Ríos y pudiera dársele fin al alzamiento. El gobierno, mientras tanto, se encontraba paralizado ante esos hechos.

En medio de una explicable desesperación y una comprensible y extendida angustia, el ministro de Gobierno e interino de Hacienda, Fernando Torres[8], expone su análisis y presenta algunas aparentes soluciones que son elocuente manifestación de lo que se vivía: propone como garantía del financiamiento del déficit previsto en las cuentas públicas, el mercado viejo (evaluado en $ 1.200 mil), la casa de Gobierno ($ 500 mil), el fuerte de San José, los cuarteles de Dragones y Libertad y las acciones del Ferrocarril.[9]

Luego del sorprendente optimismo presidencial se produjo el levantamiento del comandante general del Ejército del Norte, general Francisco Caraballo (1798-1874) y la renuncia del ministro de Guerra, general Gregorio Suárez (1813-1879). Después siguieron otras revueltas y, finalmente, la invasión del coronel Timoteo Aparicio (1814-1882) que precede a la del veterano general Anacleto Medina (1788-1871) [iv]quien se suma a las huestes de aquél y muere en la batalla de Manantiales, el 17 de julio de 1871.

Antes de éste último enfrentamiento había ocurrido el sitio a Montevideo[10] y la batalla del Sauce[v], el domingo 25 de diciembre de 1870, cuyo resultado causó un grave impacto y un profundo abatimiento en la opinión pública capitalina debido a lo sanguinario que se mostró Gregorio Suárez en la victoria – no hizo casi prisioneros -, el cual tenía siempre presente el degüello, del que pudo salvarse, cuando el final de la batalla de India Muerta, la ocurrida el 27 de marzo de 1845 y, posteriormente, de la Hecatombe de Quinteros (2 de febrero de 1858) .

Por entonces se inicia una negociación promovida por el gobierno argentino y concretada en el nombramiento de una comisión que integraban Andrés Lamas (1817-1891) como “agente confidencial” del presidente Batlle, y José Vázquez Sagastume, Cándido Juanicó, Camino, Salvañach y Palomeque, entre otros, por los revolucionarios. Las gestiones, sin embargo, no tuvieron éxito.

[1] El Consejo de Higiene Pública de la Argentina, logra finalmente entonces identificar la epizootia como fiebre aftósica, la que venía atacando severamente su stock animal.

[2] En 1842 y frente a las costas de Rocha, en la Barra de Valizas, naufragó otro buque, el Leopoldina Rosa, que transportaba igual número de vascos. De ellos, sin embargo, sobrevivieron 150. - Martha Marenales Rossi y Juan Carlos Luzuriaga- Vascos en el Uruguay. Editorial Nuestra Tierra. Colección Nuestras Raíces. Montevideo 1990.

[3] Eduardo Acevedo. Anales Históricos del Uruguay. Casa A. Barreiro y Ramos S.A. 1933.

[4] Datos de Adolfo Vaillant recogidos en la obra de Eduardo Acevedo ya citada

[5] Benjamín Nahum. La Deuda Externa Uruguaya 1864-1930. Ediciones de la Banda Oriental. 1994.

[6] A los efectos correspondientes fue acreditado como Comisionado Espacial del gobierno uruguayo Alejandro Kendall Mackinnon, quien estaba al frente de la Dirección General de Obras Públicas.

[7] Circular recogida por E. Acevedo. Op. cit.

[8] De actuación militar destacada durante el gobierno de Joaquín Suárez era fuertemente anti florista. Fue legislador en diversas ocasiones (diputado por Canelones – entre 1854 y 1855 -, por Montevideo –1855 -, por Paysandú – entre 1880 y 1882 -, senador por Tacuarembó en el período 1888-1893 y presidente de la Cámara Alta en 1888 y 18889). Ocupó también la Presidencia de la República. Lo hizo interinamente mientras era presidente del Senado y viajó a Buenos Aires Máximo Tajes devolviendo la visita que realizó a Uruguay el presidente argentino Miguel Juárez Celman. Personaje éste, como veremos en el próximo capítulo, será un ejemplo de la historia del vecino país.

[9] Eduardo Acevedo. Op. cit.

[10] Timoteo Aparicio había derrotado al ejército gubernamental en Paso Severino y al sitiar Montevideo, toma la Fortaleza del Cerro.

[i] Fue electo Lorenzo Batlle el 1 de marzo de 1868 por la unanimidad de presentes en la Asamblea General convocada a los efectos de designar al nuevo presidente de la República. Faltaron con aviso a dicha sesión dos legisladores: el diputado por Montevideo Antonio Rodríguez Caballero y el diputado por Florida Juan Pedro Castro. Y sin que se dejara constancia de sus ausencias lo hicieron el diputado por Minas, Blas Vidal, el senador por el mismo Departamento, Manuel José Silva y el senador por Florida, Pedro Varela quien presidía la Cámara Alta.

Votan afirmativamente los senadores Santiago Estrázulas y Lamas (Cerro Largo), Manuel Acosta y Lara (San José), Adolfo Rodríguez (Canelones), Daniel Zorrilla (Paysandú), Carlos Reyles (Durazno), José María Plá (Maldonado), Alejandro Chucarro (Tacuarembó), Alejandro Magariños Cervantes (Montevideo), José Cándido Bustamante (Salto) quien presidía la Asamblea General por no encontrarse presente Pedro Varela. El senador por Colonia, Manuel Flores había fallecido el 18 de febrero de ese año y sus suplentes renunciaron a ocupar la banca.

Lo hicieron del mismo modo, es decir, sufragaron por Lorenzo Batlle, los diputados: Carlos Marquez (Montevideo), Camilo Vila (Salto), Juan R. Gomez (Montevideo), Emeterio Regúnaga (Montevideo), José M. Vilaza (Maldonado), Javier Laviña (Durazno), Eduardo Martínez (San José), J. Felipe Pérez (San José), Juan A. Zorrilla (Canelones), Fermín Ferreira y Artigas (Florida), Manuel Solsona (Cerro Largo), Héctor F. Varela (Montevideo), Manuel Solsona y Lamas (Canelones), Ezequiel García (Minas), Felipe Lacueva (Canelones), Francisco Tezanos (Paysandú), Juan Francisco Rodríguez (Colonia), Francisco Moran (Montevideo), Constantino Lavalleja (Colonia), Donaldo Mac-Eachen (Paysandú), Manuel A. Silva (Minas), Juan José Acosta (Maldonado), Lino Herosa (Tacuarembó), Conrado Rucker (Montevideo), Martín Jimeno (Tacuarembó), Alejandro V. Chucarro (Montevideo), Francisco Vidal (Cerro Largo), Manuel Vidal (Montevideo), Eusebio Cabral (Canelones), Elías Regules (Durazno), Mario Perez (Canelones), Juan Antonio Magariños (Montevideo).

[ii]Entre los Tupí-guaraníes existían personajes que tenían paso franco entre las diversas tribus – aún cuando estas estuvieran en guerra entre sí – y eran, precisamente, los anunciadores de desastres. No eran hechiceros, ni chamanes. Eran profetas y se les conocía como Karai. Respetados por todos, no estaban adscriptos, por propia definición, a ningún conglomerado – familiar o tribal - en particular. Su misión era denunciar los males de la Tierra que habitaban y los que sobrevendrían. Ver Pierre Clastres. Investigaciones en antropología política. Gedisa. 1981.

[iii] Es de señalar que, formalmente al menos, el primer empréstito concretado en Londres habría sido el denominado Empréstito Montevideano-Europeo, de conversión de la Deuda Interna 1ª serie en Deuda Externa, aunque no se habría concretado en los hechos. El decreto del 30 de enero de 1864 establece:

“Habiéndose participado al Gobierno que el señor Barón de Mauá ha realizado la conversión de títulos de la Deuda Interna. El Poder Ejecutiva acuerda y decreta: art. 1 Apruébase en todas sus partes la conversión de la Deuda Interna en Deuda Externa Nacional, de la cantidad correspondiente á un millón de libras esterlinas, por cuya suma fue autorizada, en virtud de la ley de 14 de Noviembre de 1863 y decreto de 16 de Diciembre del mismo año, el señor Barón de Mauá á emitir y firmar en nombre del Gobierno de la república Oriental del Uruguay en la plaza de Londres, diez mil bonos de cien libras cada uno, con intereses de 6 por ciento y uno de amortización acumulativo al año.

2. Comuníquese, etc.

AGUIRRE

Eustaquio Tomé.”

Al respecto, Nahum – La Deuda Externa Uruguaya 1864-1930 op. cit – precisa: “Esta suposición de una inexistencia de venta de bonos en Londres, o por lo menos, de una venta escasa, parece confirmarse con lo aseverado por Manuel Cañizas en su tesis doctoral de 1892: ‘....aunque la operación fracasó, Mauá y Ca. habían hecho entender que se había llevado efecto con toda felicidad, quedándose éste con la casi totalidad de los títulos del empréstito Montevideano-Europeo, el que fue contraído para extinguir la deuda interna existente en la época; títulos que más tarde pasaron a manos del gobierno, cuando éste se hizo cargo de la emisión fiduciaria del Banco Mauá”. (Manuel Cañizas: Amortización e la deuda pública. Montevideo, 1892.

[iv] Anacleto Medina fue soldado de Artigas, asistente del Supremo entrerriano Francisco Ramírez, teniente coronel del Escuadrón Escolta de Carlos de Alvear y su jefe cuando se convirtió en el Cuerpo de Coraceros participando en las batallas de Ombú (16 de febrero de 1827) e Ituzaingó (20 de febrero de 1827). Fue larga su carrera militar al lado de Fructuoso Rivera quien lo nombra brigadier general, comandante general de Armas de la Capital y jefe de Estado Mayor. Es designado jefe de la Vanguardia del Ejército de Urquiza en la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852) y comandante en jefe del Ejército en 1855 por el presidente Flores. Finalmente fue el ejecutor directo de la Hecatombe de Quinteros, producida el 2 de febrero de 1858. Es a quien se dirige César Díaz, el jefe revolucionario luego ejecutado, al violar Anacleto Medina el compromiso de respetar la vida de todos los derrotados que entregaran sus armas: ¡Carajo! Medina. ¡Ya no se puede creer en la palabra de un general oriental!

Nació en Las Víboras localidad ubicada en el actual departamento de Colonia (donde puede suponerse que también lo hizo José de San Martín, mal que le pese a la historia oficial argentina, prolijamente iniciada por Mitre) y era hijo de un santiagueño y una criolla, Petrona Viera, que no era pintora como su homónima, la hija de Feliciano...

Anacleto Medina es quien rescata de manos enemigas a la mujer de Francisco Ramírez (1786-1821), la portuguesa conocida como “La Delfina”, que acostumbraba usar chaqueta federal, es decir. colorada, pantalones azules, botas de caña alta y chambergo con la pluma de avestruz popularizada por los montoneros.

El Supremo entrerriano murió a los 35 años, en julio de 1821, en Río Seco (Córdoba) cuando pretendía, herido, recuperar precisamente a su mujer, La Delfina.

[v] Si nos atenemos a la versión de Abdón Arózteguy (La Revolución de las Lanzas. Enciclopedia Uruguaya Nro. 19 Editorial Arca – 1968), la derrota blanca se debió más que nada a las indecisiones de Timoteo Aparicio y a la resolución del general Lucas Moreno (1812-1878), en la que no estaría involucrado el general Anacleto Medina, presente también en el frente de batalla. “El General D. Lucas Moreno, según el testimonio de personas que están bien al corriente de aquellos sucesos, fue el único responsable de que se diera batalla en aquellos pésimos campos; siendo injustos por consiguiente, y más que injustos gratuitos, los cargos que se han hecho y se le hacen todavía al General Aparicio por aquel hecho desgraciado, que fue el primero de los desastres que desde ese día habían de sufrir los revolucionarios del 70”.

Es de tener presente que el campo de batalla estaba conformado por tierras aradas, trigales y matorrales, entorpeciendo también el movimiento de la caballería, los alambrados. De esos alambrados que algunos sostienen fueron introducidos después, cuando la dictadura de Latorre.

Lucas Morenos fue el secretario de Lavalleja cuando la revolución de éste en 1834. Cuando el triunfo de la revolución constitucional de Fructuoso Rivera se refugia en Entre Ríos entrando a formar parte del ejército de esa provincia. Posteriormente sirvió a las órdenes del general Manuel Oribe.

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