TEXTOS SELECTOS

CURSO DE ECONOMÍA SOCIAL

 

R. P. Ch. Antoine

 


 

 

ARTÍCULO IV: LA IGLESIA Y EL ORDEN ECONÓMICO

La Iglesia y los intereses materiales. Un error muy acreditado en el mundo de los trabajadores, explotado con habilidad por los apóstoles del socialismo, es pretender que la acción de la Iglesia y del catolicismo en la cuestión social, se limita a predicar la caridad de los patronos, la resignación a los proletarios y la vida eterna a unos y otros. No es ese el sentido de León XIII. En la Encíclica De Rerum novarum, afirma que la Iglesia no desdeña lo que se relaciona con la vida terrestre de los obreros; que favorece la prosperidad temporal de los trabajadores, indirectamente, promoviendo las buenas costumbres, la templanza y el ahorro; directamente, mediante innumerables instituciones destinadas al alivio de todas las miserias del cuerpo y del alma. Nos muestra el ejemplo de los primeros cristianos, el patrimonio de la Iglesia al servicio de los desgraciados y el sacrificio de las órdenes religiosas prodigado a los pequeños y a los débiles. Condena, en fin, la caridad legal en cuanto sustituye a la caridad cristiana (1). Leyendo este cuadro conmovedor se ve uno forzado a confesar que la solicitud de la Iglesia por el bien material de aquellos de sus hijos que sufren, es la de las madres más tiernas.

El orden económico se halla principalmente fundado en el trabajo y la propiedad. Veamos cuál es, en estas materias, la doctrina y la acción de la Iglesia (2).

La Iglesia y el trabajo. La ley del trabajo, impresa en la misma naturaleza del hombre, se ha elevado a la dignidad de un mandamiento divino.

Antes de la caída, nuestros primeros padres trabajaban para ejercitar sus facultades e imitar al divino Obrero, pero sin esfuerzo y sin dolor. Después de la caída, la sentencia divina: «Comerás el pan con el sudor de tu frente» da al trabajo, convertido en condición necesaria de la vida, un carácter de penalidad; pero hace de él una fuente de bendición y un título de honor. El pecado será expiado en la pena y el trabajo; pero al mismo tiempo el pecador será purificado y santificado (3).

En el cristianismo se ennoblece el trabajo: 1.° Por el ejemplo de Jesucristo. Escuchad el magnífico lenguaje de Bossuet hablando de Jesús obrero: «Todo su empleo y todo su ejercicio es obedecer a dos de sus criaturas. Y obedecer ¿en qué? En los ejercicios más bajos, en la práctica de un arte mecánico. ¿Dónde están los que se quejan, los que murmuran cuando sus empleos no responden a su capacidad, digamos más bien, a su orgullo? Vengan a la casa de José y de María y vean en ella trabajar a Jesucristo... Que los que vivan en un arte mecánico se consuelen y regocijen, Jesucristo es de ellos. Que aprendan, trabajando, a alabar a Dios, a cantar salmos y santos cánticos; Dios bendecirá su trabajo y serán ante El como otros Jesucristos (4)

2.° Con el ejemplo del trabajo de los apóstoles.

3:° Con la enseñanza tradicional de la Iglesia (5), y

4.° Por las instituciones monásticas de los monjes trabajadores. Bien conocido es el bello pasaje de Montalembert sobre el trabajo monástico: «Como dice un santo, las celdas reunidas en el desierto eran como una colmena de abejas; cada cual toma en ellas, en sus manos la cera del trabajo, en su boca la miel de los salmos y de las oraciones. Los días se distribuían entre la oración y el trabajo; el trabajo se repartía entre la labranza y la práctica de diversos oficios, sobre todo la fabricación de esas esteras cuyo uso es todavía tan universal en los países del Mediodía. Así, había entre los religiosos familias enteras de tejedores, de carpinteros, de curtidores, de sastres y de bataneros. En todos, el trabajo se acompañaba de un ayuno casi continuo. Todas las reglas de los patriarcas del desierto prescriben la obligación del trabajo y todas esas santas vidas la inspiraban todavía mejor con su ejemplo. No se cita ni se ha descubierto ninguna excepción a este precepto. Los superiores eran los primeros en el esfuerzo (6).

De la ley y de la necesidad del trabajo resulta, sir-viéndonos de las palabras de la Encíclica, que: «El primer principio que hay que poner por delante es el de que el hombre tiene que tener paciencia con su condición. Es imposible que en la sociedad civil se halle todo el mundo al mismo nivel. Eso es, sin duda, lo que persiguen los socialistas. Pero son vanos todos los esfuerzos contra la naturaleza; ella, en efecto, es la que ha dispuesto entre los hombres diferencias tan múltiples como profundas; diferencias de inteligencia, de talento, de habilidad, de salud y de fuerza; diferencias necesarias de donde espontáneamente nace la desigualdad de condiciones. Esta desigualdad, por otra parte, retorna en provecho de todos, lo mismo de la sociedad que de los individuos. Porque la vida social requiere un organismo muy variado y funciones muy diversas; y lo que precisamente lleva a los hombres a distribuirse esas funciones es, sobre todo, la diferencia de sus respectivas condiciones (7).

Como el trabajo, tampoco el derecho de propiedad escapa de la solicitud de la Iglesia. Esta influencia se manifiesta especialmente en el uso de la propiedad y en la equidad en los contratos.

La Iglesia y la propiedad. Aunque sostiene resueltamente que la propiedad individual es el fundamento de la familia y de la sociedad, la Iglesia afirma, con no menos energía, y no cesa de proclamar, en su enseñanza y en su legislación, los deberes sociales y las obligaciones de caridad que incumben a la propiedad mueble o inmueble. De orden de Dios, dispensador de la riqueza, los privilegiados de la fortuna deben usar de lo superfluo en favor de la comunidad, y principalmente de los desgraciados (8).

Como consecuencia de esta doctrina se han establecido numerosos derechos en provecho de los pobres. El derecho de espigadero y de pasto, los bienes comunales, las propiedades de los gremios y las fundaciones de utilidad pública, serán respetados como el patrimonio colectivo de los pobres, al mismo título que la propiedad de los particulares y de tal manera que venga a ser su contrapeso (9).

En fin, el derecho canónico impondrá a los clérigos y a los monjes la obligación de gastar una gran parte de las rentas eclesiásticas en obras de misericordia.

Si de una parte la Iglesia ampara la libertad de los contratos y ordena su leal ejecución, por la otra vela cuidadosamente para que los contratos no puedan convertirse en un medio de opresión para los débiles, en una ocasión de ruina para la sociedad. He ahí por qué prohibe la especulación sobre las necesidades de uno de los contratantes; rechaza el préstamo a interés usurario; sin perjuicio de aceptar los títulos de renta legítima conocidos con dos nombres de damnum cessans, lucrum emergens y periculum sortis, y condena el principio de algunos juristas Res tanti valet quanti vendi potest, sin que por eso deje de reconocer en su teoría del justum pretium la influencia de la fluctuación del mercado, de la oferta y de la demanda (10).

Testimonio de la historia. Para quien la estudie sin prejuicios, la historia de los siglos pasados da un testimonio brillante de la influencia de la Iglesia en el orden social: «No hay duda, dice León XIII, que la sociedad civil de los hombres se ha renovado radicalmente por las instituciones cristianas; que, en efecto de esta renovación, se ha levantado el nivel del genero humano o, por decir mejor, le ha llevado de la muerte a la vida y elevándole a un tan alto grado de perfección que nada semejante se vió ni antes ni después, ni se verá en todo el curso de los siglos (11).

Se precisaría un volumen para exponer detalladamente el papel civilizador de la Iglesia en los siglos pasados. Nos contentaremos con llamar la atención sobre dos puntos: la emancipación de los esclavos y de los siervos y la organización del trabajo.

Emancipación de los esclavos y de los siervos. Se ha reprochado a la Iglesia el haber favorecido la esclavitud. Este reproche es injusto, porque la Iglesia no tenía el poder de efectuar de un golpe un cambio político tan considerable que hubiera acarreado una terrible crisis política y social. Amiga de la paz y del orden, la Iglesia no hubiera recurrido al poder de los gobiernos ni a la sublevación de los pueblos; pero comenzó por despojar a la esclavitud del caracter horroroso y repugnante que le había impreso el paganismo; el esclavo ya no fue considerado como cosa sino como un hombre; después trabajó en la abolición de la esclavitud por la introducción pacífica y la aplicación prudente del gran principio de la igualdad de los hijos de Cristo. ¿Convenía exigir de una manera inmediata y simultánea la emancipación de los esclavos? Sólo la ignorancia puede contestar afirmativamente (12).

«Los esclavos constituían la mayoría de la población. La esclavitud se hallaba mezclada con todas las instituciones, con todos los intereses, con todas las tradiciones, con todos los detalles de la vida pública y privada. Toda la organización económica de la sociedad reposaba en la servidumbre. Desde hacía siglos el esclavo era el instrumento de la producción de riquezas, la parte esencial y principal o patrimonio del Señor. Invertir bruscamente los papeles, exigir un nuevo reparto de la propiedad, llamar a una libertad inmediata a esas multitudes de alma degradada, con el corazón ulcerado por la venganza y el odio, hubiera sido provocar un espantoso cataclismo (13). Basta recordar las ruinas físicas y morales que fueron resultado de la emancipación general y súbita da los esclavos en las colonias francesas y en la América del Sur.

Para operar gradualmente la emancipación de las clases populares, había ante todo necesidad de organizar el trabajo libre, hacerlo estimable, porque la antigüedad pagana asociaba una idea de menosprecio a la de trabajos manuales. Esta rehabilitación del trabajo manual, fue en gran parte la obra y el beneficio inmenso de las órdenes monásticas. Michelet reconoció lealmente esta verdad cuando escribía: «La orden de San Benito dió al inundo antiguo, estropeado por la esclavitud, el ejemplo del trabajo ejecutado por manos libres. Esta gran innovación del trabajo libre y voluntario constituirá la base de la existencia moderna (14).

La organización del trabajo. En uno de los siguientes capítulos describiremos la organización gremial del trabajo, que reinó en el mundo económico hasta la Revolución francesa. No pretendemos que la primera fundación de estas asociaciones del trabajo sea debida a la inspiración y al impulso de la Iglesia; pero no por eso deja de ser cierto que la influencia religiosa y moral, ejercida por los gremios en el mundo del trabajo, se debe a la Iglesia católica. Este hecho lo afirman escritores protestantes como Schönberg (15), Enríen (16) y Hüllman (17). Sin duda los gremios no se han visto libres de graves abusos. ¿Ni por qué negarlo, cuando las causas de ello se encuentran en la naturaleza humana abandonada a sus pasiones, la concupiscencia, la ambición, el deseo de lucro, el espíritu de casta, etc.? Pero lo que está fuera de duda, lo que resalta del testimonio de la historia, es que los gremios constituyeron una fuente de dicha y de prosperidad todo el tiempo que permanecieron fieles a la dirección de la Iglesia.

Seria con todo una ilusión considerar el orden social europeo durante la Edad Media corno un estado de paz absoluta. Bajo el reinado de Luis el Benigno hubo conjuraciones de siervos en la Frisia: en el siglo x una revolución sangrienta en Normandía; luego, en tiempo de San Luis, la agitación de los pastorcitos; en el siglo XIV, la Jaquería en Francia, y en varias ciudades de Italia, trágicos motines populares. Pero la sociedad de la Edad Media salió victoriosa de estas luchas, porque conservaba fuertemente arraigados los principios de vida y de regeneración social: el espíritu de fe, el respeto a la autoridad, la sumisión al poder religioso, la fuerza de expansión de la caridad y de abnegación cristianas.


(1) § Neo tamen putandum.

(2) Lehmkuhl, Die sociale Noth un der Kirchliche Einfluss, p. 26.

(3) Méric, les Erreurs sociales, ch. VII. Albertus, Die sociale politick der Kirche, lib. III, seco. II. P. Félix, l'Economie sociale devant le Christianisme, 5.a conferencia. ---Sabatier, l'Eglise et le travail manuel.

(4) Elévations, semana XX. Meditacion VIII.

(5) Ch. Périn, la Richesse dans las societés chretiennes, t. I, liv. II, ch. X y XI.  Abate Méric , loc. cit.-De Decker, l'Eglise et l'Ordre social chrétien, ch. II.---Janssen, Die alle gemeinen Zurtünde des deutschen Volkes, t I, 3.a liv. De Champagny, De la charité chrétienne dans les premiers siécles, p. 280 y sig.

(6) Les moines d'Occident, t. I, p. 70.-- Gorini, Defense de l'Eglise, t. II, p. 160. Guizot, Histoire de la civilisation en France. - A. Thierry, Essai sur l'Histoire du Tiers Etat, eh. I. Levasseur, Histoire des clases ouvriéres en France, liv. II, ch. IV.

(7) Encycl. De Rerum novarum, § Illud itaque.

(8) Claudio Jannet Revue cath. des Inst., Enero y Febrero de 1893.-De Pascal, L'Eglise et l'Economie sociale des peupies, Ass. cath. Enero de 1896.

(9) Claudio Jannet, Réforme sociale, 1891. t, I. p. 77.

(10) Périu, De la richesse dans les Sociétés chrétiennes, t.I, liv. II, ch. II. H. Pesch. L'Eglise et la civilisation, Stimmen, Febrero de 1895.

(11) Encycl. De Rerunz novarum, § Denique nec satis,

(12) Wallon, Histoire de l'esclavage. De Champagny. De la Charité chrétienne, 2.e partie, chap. XX. Hurter, Tableau des institutions de l'Eglise au moyen áge p. 120. Möhler, Christianismeet esclavage; de l'Abolition de l'esclavage par lé christianisme.

(13) Thonissen, Quelques considerations sur la théorie du progrés indefini.-- Godofredo Kurth, les origines de la civilisation.. Krótz. S. J., L'Eglise, et l'esclavage dans le hau moyen age, Zeitschrift für Kath, Theol, 1895, págs. 273 y 589.

(14) Histoire de France, t. I. p. 112.-Agustín Thierry, Bistoire du Tiers Etat, ch. I. Dutilleul, Histoire des corporations religieuses en France, p. 108.

(15) Handbuch, t. II, p. 477.

(16) Geschichte der Staat Köln. Bd. III, p. 78.

(17) Deutsche Finanzgesc des Mittelalters, Bd.III, p. 149.--Janssen, Histoire du peuple allemand, t. VII, liv. III.


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