La noción de independencia y de política de independencia nacional

François Perroux

 

De F. Perroux, 'Independencia' de la Economía Nacional e Interdependencia de las Naciones. Versión española en Ed. ICE. 1972.

A Francia, nación «media», ¿le interesa practicar una política de independencia?

La independencia se ha presentado, oficialmente, desde 1958, como uno de los objetivos principales de la política nacional. Un vistazo a la historia del país o al estado actual del mundo basta para convencerse de que una cierta independencia es deseada por cualquier gobierno: un margen de libertad de las decisiones colectivas de la nación es ardientemente reivindicada por los países satélites y por los países cuya estructura es muy inferior a otras en eficacia y en potencia; si hay más de una superpotencia, una cierta independencia es buscada por cada uno de ellos con respecto al otro.

¿ Por qué se afirma con insistencia y llamativamente el objetivo de la independencia si es consecuencia inseparable de la idea y del ejercicio de la soberanía nacional?

Tal vez porque la independencia de una potencia «media» está amenazada en un mundo de superpotencias, sobre todo cuando su cohesión política y moral ha sufrido indudables pruebas en serie.

El tema de la independencia moviliza el poco patriotismo que todavía actúa sobre las conciencias y lo liga a numerosos y potentes intereses económicos. Sería mejor, quizá, practicar la independencia sin hablar demasiado de ella; pero es preciso hablar de ella en voz alta ante una opinión dividida, para dar coherencia a las decisiones e intentar aclarar las cuestiones para el público.

Comprobémoslo seguidamente: el tema de la independencia es acogido con desconfianza por una gran parte de la opinión, incluso bien informada, que es víctima de seudoargumentos.

La Francia independiente se condenaría a vivir «por encima de sus posibilidades». Este fue durante mucho tiempo uno de los peores errores en la opinión de los pequeños burgueses; actualmente, en los grupos en los que el confort debido a las ventas de bienes de consumo y los gastos irreflexivos son prácticas corrientes, se teme que si la nación vive «por encima de sus posibilidades» se pueda llegar a comprometer la «buena vida» de los ciudadanos.

Los gastos militares y la force de frappe hacen imaginar fantasías ruinosas: sin decirlo, unos aceptan ser protegidos y otros ser invadidos con tal de que tengan un nivel de vida elevado y «tiempo libre». La especialización de la force de frappe francesa entre los otros armamentos atómicos, la importancia de una cierta dimensión estratégica como argumento final de toda negociación, la capacidad de impulso por el sector público y por las industrias científicas, la relación entre la investigación militar y la económica, son factores que son mal comprendidos porque exigen reflexión.

La verdad es que los indicadores estadísticos simples son impotentes, incluso en el orden económico, para efectuar una clasificación de las naciones en grandes, pequeñas y medianas; es de las estructuras económicas y sociales de donde deriva la fuerza o la debilidad relativa de una nación respecto a un conjunto de operaciones determinadas.

Todas las naciones se encuentran en un medio vital que las desborda y que tiende, actualmente, a adquirir dimensiones universales; políticamente, toda nación vive en una red de alianzas y coaliciones. En un momento dado y durante un período medio, medio siglo, por ejemplo, constelaciones y configuraciones características establecen el campo de lo posible para la política nacional.

Algunos seudoargumentos oscurecen el tema y la realidad de la independencia.

Se asimila, por ejemplo, independencia con autarquía, sin observar que ninguna nación es autárquica ni puede serlo. Más insidiosa y sutilmente se colocó sobre el tema de la independencia la etiqueta de nacionalismo. Es preciso declararlo: la independencia no debe oponerse solamente a la dependencia, más bien es contraria a un concepto inconscientemente equivocado de la interdependencia. Este último concepto transforma una verdad evidente en un arma de la diplomacia y de la política. ¿Quién piensa contradecir a Henry Wriston (1) cuando escribe: «La soberanía nacional sin restricciones no tiene ningún sentido actualmente, salvo como slogan político.» Pero las naciones son desiguales, como las potencias políticas, como las estructuras económicas. Estas desigualdades tienen consecuencias: se comprobará respondiendo a las preguntas siguientes: «Quién impone la restricción? ¿A quién? ¿Cómo? ¿Con qué fin? El examen concreto de los «intereses comunes» en un grupo de naciones y el efecto de la distribución des igual de los beneficios que resultan de una sola restricción son expresivos. (2)

La cooperación en la igualdad es un slogan de la política exterior de los Estados Unidos: las desigualdades cumulativas entre naciones, que no conducen si quiera a una competencia efectiva, económicamente justificable entre sus industrias, constituyen la trama de la historia contemporánea de los Estados industriales.

La interdependencia regulada por el más fuerte, que consiente concesiones, pero se reserva un margen de seguridad a su favor, está disimulada por el concepto teórico de la interdependencia; éste es el único que aceptan las teorías neoclásicas de lengua inglesa. De acuerdo con ellas, las relaciones exteriores de las naciones se reducen a intercambios comerciales. Las empresas intercambian, pero no las naciones en cuanto tales. La competencia completa (pura y perfecta) existe. Los precios y el precio mundial reparten de la mejor manera posible los productos y los servicios, teniendo en cuenta las restricciones respecto a la inmovilidad de los factores o al aprovisionamiento relativo de factores. A escala mundial tiende a establecerse un equilibrio general de precios y cantidades. Tiende a darse una optimización general, caracterizada por la igualación de los precios de los productos y del precio de los factores de la producción. Esta teoría no es científica no porque las tendencias tarden en confirmar los resultados, sino por motivos ocasionales, en razón de accidentes o de imperfecciones de las estructuras y del funcionamiento que podrían ser eliminados; pero ocurre al contrario porque las heterogeneidades y las desigualdades de los agentes económicos y de sus grupos proceden de los rasgos humanos que la observación revela como insuperables. Las hipótesis sobre las que se ha construido artificialmente la teoría del mercado internacional (3) no deben ser revisadas, sino abandonadas. Estas hipótesis, tal como se las repite, suponiéndose, más o menos conscientemente, que son apologéticas, implícitamente normativas y favorables a los grandes comerciantes, no son imperfectas, sino más bien imposibles.

Usando de una teoría que, por definición, elimina al Estado, se está seguro de no enfrentarse jamás con las potencias relativas que suponen los órganos públicos. Aceptando un análisis que, de entrada, excluye los monopolios y todas las formas de competencia monopolística, se prohíbe atender jamás a las prácticas de los monopolios y de sus grupos.

Tales eliminaciones parecen realmente extravagantes a los responsables de la política económica que no están abrumados por las inercias y los temores mantenidos por las potencias dominantes y sus intérpretes ingeniosos.

Se puede aceptar, en un debate, hablar un lenguaje equívoco a condición, sin embargo, de no ser víctima de él.

Intuitivamente, y al nivel de la reflexión corriente, se comprende ya que una nación mediana que aceptase equilibrar su balanza exterior por el turismo y por las exportaciones de perfumes, de licores finos y de frutos tempranos, entregando a las empresas extranjeras sus industrias científicas y su industria pesada podría ser muy bien escenario de realizaciones técnicas y económicas considerables, pero perdería su carácter mismo de economía nacional. Que esta nación tenga aptitudes «naturales» indudables y superiores a todos sus rivales para el turismo y las exportaciones de lujo, no cambiaría casi nada esta conclusión.

A pesar del análisis que la reduce a empresas, a pequeñas unidades de producción y de consumo, la nación existe y subsiste como un hecho de organización. No se niega que esta organización se establezca y despliegue sus efectos por un deseo más o menos claro de potencia y por los medios que da la potencia. Pero se desea señalar, en este momento, que, habida cuenta de las circunstancias históricas determinadas, el conjunto nacional posee una eficacia económica propia, consecuencia de su organización; dicho de otra forma, es una estructura organizada.

Comprende la proximidad local y social de una población, de un conjunto de recursos naturales y huma nos y de un mecanismo de producción. Una solidaridad fruto de esta proximidad se ha forjado en el curso del tiempo y constituye una realidad más o menos sólida. Como la empresa o más que ella, la nación tiene organización y conjunto estructurado, es una «anomalía» en un mercado supuestamente constituido de pequeñas unidades ligadas entre ellas por intercambios y sometidas a la misma ley del precio de competencia.

Este conjunto organizado posee una vida de relaciones con otros conjuntos organizados. Las unidades individuales obtienen una parte de su eficacia económica y de su poder económico de su medio nacional; ellas logran ahí sus «economías externas». El conjunto de las empresas (4) ligadas unas con otras no sólo mediante el intercambio, sino por redes específicas de economías externas, constituye esa entidad llamada nación. Para beneficiarse sus miembros de las economías externas, que les ponen en buena situación de competencia internacional, es necesario, evidentemente, que la organización nacional subsista, que persevere en su ser, que sea capaz de resistir a las acciones sobre las estructuras y a las influencias exteriores; si cediese en todo esto se convertiría en un conjunto de economías externas, organizado por el extranjero en beneficio de éste.

Lo mismo que ante toda competencia la empresa debe mantener su cohesión, lo mismo la nación, que existe en cuanto tal, ha de subsistir antes de ser competitiva en el aspecto económico.

Ningún economista niega la conveniencia de la competencia extranjera sobre el territorio nacional y fuera de sus fronteras. Ninguno tampoco, si es riguroso, afirmará que actualmente los precios cambian las estructuras actuando sobre los precios como dice el análisis neoclásico, sino que son los grupos organizados los que cambian las estructuras para actuar sobre los precios: puede comprobarse en innumerables ejemplos sacados de las políticas nacionales de Europa y del mundo, lo mismo que de las tentativas de integración de varios conjuntos nacionales.

La dinámica de la economía nacional es la dinámica de un conjunto estructurado; por poco partidaria que sea de las técnicas de los programas y de los planes, la nación las utiliza, sin decirlo; establece un proyecto respecto a la estructura preferida para el futuro e intenta realizarla:

a) en y por las competencias individuales entre pequeñas unidades;

b) en y por las competencias colectivas en las que intervienen los conjuntos organizados.

La política de independencia (5) está integrada por dos componentes principales: cada uno tiene un rendimiento económico aunque no sea solamente de naturaleza económica. Lo mismo se dice de su combinación duradera. Son los siguientes:

— La búsqueda colectiva de un estilo de vida propio, para una población.

— El esfuerzo para ejercer influencia sobre la historia.

Para el Occidente civilizado es difícil admitir una forma de organización que debe excluir la libertad de los individuos; lo es también concebir una libertad efectiva de los individuos sin una búsqueda libre y colectiva de un estilo de vida en común.

Por sus decisiones, sus instituciones, sus creencias colectivas, la sociedad nacional es una escuela: ella ejerce sobre sus partes y en total influencias sobre los individuos que, en la medida de su «intensidad» y de sus medios, forman y deforman a su vez los subconjuntos y el gran conjunto nacional.

En la libertad, la búsqueda del estilo de vida en común es una fuente de emulaciones potentes que ponen en comunicación activa y recíproca los centros creadores en todos los campos: científico, técnico, artístico, político y económico.

En el orden económico, la búsqueda libre de un estilo de producción proporciona beneficios eventuales elevados en el interior y en el exterior; es más fecunda que la imitación servil de los procedimientos extranjeros; la imitación no da todos sus frutos, salvo que sea creadora. Es decir, que adapte el procedimiento y el producto a los gustos y a las disposiciones de los nacionales.

La búsqueda libre de un estilo de consumo está ligada a la protección y a la valoración de la personalidad del consumidor.

Si ella se combina con las iniciativas del productor, representa el conjunto de las comunicaciones recíprocas o la adaptación de las innovaciones extranjeras y puede ir a la par con una capacidad potente de innovación nacional, por la acción de individuos ligados por la comunidad de lengua y de destino.

La teoría pura no conoce nada más que anónima y abstractamente los gustos y los obstáculos, las cantidades y los precios. Pues bien, las estructuras de la producción y del consumo y los dinamismos de estas estructuras han recibido de la historia poderosas actuaciones nacionales; para sacar partido económicamente hay que reconocerlas, hay que evitar que las estructuras y los dinamismos no sean destruidos por la invasión irresistible de los bienes de capital y de consumo impuestos por el extranjero. Es casi superfluo añadir que esta postura no implica ninguna indulgencia con el cierre de fronteras ni con la cerrazón de los espíritus: la historia y la observación contemporánea nos han enseñado el papel que lo extranjero tiene en la formación y el progreso de las economías modernas.

El esfuerzo para ejercer una influencia sobre la historia, a primera vista, debería situarse en el dominio del poder político y no ligarse sino artificialmente con la racionalidad económica. Un momento de reflexión disipa ahora todo malentendido. En un momento dado y en una situación concreta se acusan relaciones de fuerza que no tienen ni origen ni justificación económicas. La reconstrucción de Francia a partir de 1947, la desmovilización de la economía americana después de la segunda guerra mundial, la construcción de nuevas naciones como consecuencia de un tratado de paz en el que jóvenes naciones consiguen la independencia, son ejemplos ilustrativos.

En cualquier caso, únicamente las instituciones y las reglas de juego internacionales forman los marcos en los que se ejercen las actividades económicas: una nación para alcanzar un mejor rendimiento económico puede desear con toda racionalidad económica modificarlos. No es preciso que una integración de naciones medias sea o no justificable económicamente por referencia a una tasa de crecimiento del producto real o a un incremento de la productividad, por ejemplo. No importa que una política de independencia nacional sea condenable con respecto a los mismos indicadores o a indicadores análogos.

Como este género de discusiones se acompaña frecuentemente de elementos de confusión, subrayemos claramente que ahora no se trata en ningún grado del rendimiento económico eventual de groseros imperialistas armados, de las tesis sobre los grandes espacios o de cuasiimperialismos sutiles fundamentados en un liderato técnico revestido de la ideología de la libertad. Nosotros suponemos que existen unas fronteras sin cambios y aceptamos el estatuto jurídico de las soberanías nacionales. Evocamos, por ejemplo, en el seno de la Europa de los «Seis», la influencia de la política de independencia relativa de una nación o de varias naciones por oposición a una interdependencia desigual pro puesta vigorosamente por una potencia exterior directamente o por intermediarios.

En el caso francés los dos componentes de la política de independencia toman un aspecto preciso y urgente.

Cuando se firmaron los dos grandes tratados que establecen el estatuto del continente y del mundo: el tratado de Yalta y los tratados europeos, Francia se levantaba de entre los escombros. Era, pues, inevitable que aceptase reglas de juego sin relación con la racionalidad económica: es natural que ahora se discuta su contenido y haya oposición a su aplicación.

Francia ha vuelto a encontrar a lo largo del mundo amistades que su larga tradición le había conseguido. Por su acción política en el Oriente Medio, en Asia, hacia el Este europeo y la América latina, no menos que por exportaciones juiciosamente elegidas de productos y de servicios, le es lícito y posible ejercer acciones complementarias o correctoras que sería difícil a priori sostener que sirven a la racionalidad económica en la dinámica de la distribución mundial de los recursos y de la reducción de los estrangulamientos de las economías en desarrollo.

En cuanto a la búsqueda libre de un estilo de vida que implica un estilo de producción y de consumo original, se establece muy Claramente —sin la menor americanofobia— reaccionando contra la invasión de los mercados y de los espíritus por los bienes de capital, los bienes duraderos de consumo, los bienes de consumo, los «productos culturales» extendidos gracias a la influencia omnipresente de una estructura predominante. Supuesto que una estrategia de independencia propiamente dicha sea severamente limitada, resulta entonces que la estrategia de adaptación para conseguir la eficacia deberá implicar una dosis de resistencia de los productores y de los consumidores.

De todo lo anterior se deduce fácilmente la proposición central que fundamenta todas las interpretaciones de hechos y los análisis particulares que se especifican a continuación.

La nación es un conjunto organizado y una estructura.

La preferencia de estructura que forma el núcleo de su política de independencia no se define más que como un subconjunto más amplio de estructuras organizadas.

Ni la nación ni la agrupación de naciones donde se forman sus colaboraciones y sus competencias «localmente próximas» pueden ser descritas sino en la red mundial de competencias, y de apoyos.

Teniendo en cuenta estas condiciones, se comprende, especialmente en el caso de una nación media como Francia, la acción sobre las estructuras a que está expuesta y la política de realización de una estructura de independencia que le permita subsistir.

(1) Citado en el discurso de M. Christian Herter, en Amsterdam, el 4 de febrero de 1965, en el que apoya con insistencia la interdependencia.

(2) Véanse más adelante los análisis referentes al Kennedy Round.

(3) Competencia pura y perfecta, rendimientos constantes, ausencia de inversiones directas, etc.

(4) En el análisis económico, este término designa, como se sabe, los individuos y las unidades de producción.

(5) «Relativa» tanto como se quiera, pero la independencia «mínima» o la autonomía «mínima» es una exigencia.  

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