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La Nueva Fase de Desarrollo Económico y Social del Capitalismo Mundial

José de Jesús Rodríguez Vargas

 

III TEORÍAS DEL LIBERALISMO Y EL MONETARISMO



LIBERALISMO CLÁSICO: SMITH

Es común considerar a Adam Smith como un vocero intelectual de la burguesía industrial, clase que se desarrollaría a partir de la Revolución Industrial Inglesa. Sin duda alguna, su teoría sería de gran utilidad para un sector burgués que hasta la década de 1830 se consolidaría como clase dominante. Sin embargo, en el momento de la publicación de La Riqueza de las Naciones predominaban la pequeña industria manufacturera, el taller del artesano y comenzaba la Revolución Industrial, en el último tercio del siglo XVIII, la que eliminaría a los productores, agricultores y comerciantes de la pequeña actividad mercantil. El modelo británico de la Revolución Industrial, dice el historiador Maurice Niveau, “evoca el capitalismo liberal y el predominio de la iniciativa privada”8.
Para Marx la “biografía moderna del capital” data del siglo XVI, pero no es sino hasta la primera mitad del siglo XIX, cuando se desarrolla y predomina el capital industrial en Inglaterra; “la gran industria salía apenas de su infancia, como lo demuestra el mero hecho de que el ciclo periódico de su vida moderna no es inaugurado sino por la crisis de 1825”9. Marx y Engels consideraban en el Manifiesto Comunista de 1848, que “la gran industria ha creado el mercado mundial […] El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de los medios de transporte por tierra”; la burguesía moderna “ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario” [...] “espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes” [...] “los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza”10. Era una manifiesto, también, de las hazañas de la burguesía, del librecambio, y del influjo avasallador del capitalismo industrial.
Fue necesario que pasara más de medio siglo para que las ideas de Adam Smith se retomaran y se diera auge a la economía clásica. Según Niveau: “la era victoriana (1837-1901) verá, a la vez, el desarrollo y el apogeo de la economía inglesa, arquetipo del sistema capitalista, que inspiró tanto a Marx como a Adam Smith, a Ricardo como a Malthus”11. El mismo Smith era escéptico en cuanto la aplicación de sus ideas: “esperar que en la Gran Bretaña se establezca en seguida la libertad de comercio es tanto como prometerse una Oceana o una Utopía. Se oponen a ello, de una manera irresistible, no sólo los prejuicios del público, sino los intereses privados de muchos individuos”12.
En 1786 un ministro inglés, declarado discípulo de Smith, firmó el primer tratado liberal con Francia, el Tratado de Eden. En 1838 se formó la Liga Anticerealista, liderada por los fabricantes textiles Cobden y Bright, para luchar por la derogación de la ley que impedía la importación de productos agrícolas; también se creó, por Cobden y Bright, en la primera mitad del siglo XIX, la Escuela de Manchester, que fomentaba la doctrina del librecambio y la no-intervención del Estado y representaba a la burguesía industrial. El 26 de junio de 1846 se derogan las Leyes Cerealistas y se asestaba un duro golpe a la aristocracia terrateniente y a los comerciantes proteccionistas. Posteriormente, en 1860, se firmaría el Tratado de Cobden donde se comprometían Inglaterra y Francia a disminuir o desaparecer los aranceles proteccionistas para fomentar el comercio.
Para el historiador Eric Hobsbawm fue en Gran Bretaña más que en ningún otro país donde “el liberalismo económico (fue) aceptado con tan pocos reparos”, después de la revolución industrial, para enseguida convertirse en “el emporio del mundo”, monopolizador virtual de la industria, de la exportación de productos manufacturados y de la explotación colonial13.
Smith, es reconocido ampliamente como el adalid del libre comercio, el crítico de la intervención gubernamental, de sus reglamentaciones y, particularmente, se le recuerda por la memorable -reverenciada, negada, satirizada- y multicitada expresión de la “mano invisible”; en un breve párrafo de, su obra cumbre, La Riqueza de las Naciones sintetiza el comportamiento del individuo que en búsqueda de su propio interés beneficia a la sociedad, y es el prototipo del hombre económico moderno. En cualquier manual de Economía se encuentra dicho párrafo y por su importancia también lo retomamos: “Ninguno -se refiere al inversionista- se propone, por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad económica de su país a la extranjera, únicamente considera su seguridad, y cuando dirige la primera de tal forma que su producto represente el mayor valor posible, sólo piensa en sus ganancias propias; pero en éste como en otros muchos casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios14.
En el capítulo II del libro primero, Smith, en otra cita conocida, también se refiere al interés, al egoísmo y a la generosidad de los hombres: “No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas”15. Percibió en los albores del capitalismo industrial el espíritu y el verdadero interés del empresario, y, también se percató de la necesidad que tenían los individuos emprendedores de actuar sin la interferencia del viejo Estado: “El gobernante que intentase dirigir a los particulares respecto de la forma de emplear sus respectivos capitales, tomaría a su cargo una empresa imposible, y se arrogaría una autoridad que no puede confiarse prudentemente ni a una sola persona, ni a un senado o consejo, ya nunca sería más peligroso ese empeño que en manos de una persona lo suficientemente presuntuosa e insensata como para considerarse capaz de realizar tal cometido”16.
De igual modo, fustigó el “maldito espíritu de monopolio” de los comerciantes y los manufactureros, los que tenían mayores ventajas del monopolio del mercado doméstico. Reconoce las “ventajas naturales o adquiridas” de un país con respecto a otro; ve absurdo y costoso producir una mercancía que se puede conseguir más barata de otro país: “Cuando un país extranjero nos puede ofrecer una mercancía en condiciones más baratas que nosotros podemos hacerla, será mejor comprarla que producirla, dando por ella parte del producto de nuestra propia actividad económica, y dejando a ésta emplearse en aquellos ramos en que saque ventaja al extranjero”; la misma idea es para los individuos: “siempre será máxima constante de cualquier prudente padre de familia no hacer en casa lo que cuesta más caro que comprarlo”, el zapatero a sus zapatos, el sastre a sus vestidos, el labrador al campo. Son a veces tan grandes las ventajas que todo el mundo reconoce que resulta en vano luchar contra ellas, afirma18.
La libertad de comercio, que se cree comúnmente que Smith la define de manera ilimitada, tiene sus excepciones; define dos casos principales en donde puede ser ventajoso para la industria del país establecer algún gravamen a las importaciones: el primero, cuando cierto ramo de la industria es necesario para la defensa del territorio, y el segundo, cuando en el país exista un impuesto a la manufactura doméstica, “parece entonces razonable que se imponga otro igual sobre el articulo de la misma especie de procedencia extranjera”. Reconoce que la libertad de comercio, sin restricciones y una rápida apertura del mercado interior, puede hacer que algunos empresarios nacionales se vean obligados a abandonar la empresa y sufrir perjuicio, por tanto recomienda, por equidad, que no se introduzca la liberación “de una manera precipitada, sino gradualmente, poco a poco, y después de repetidas advertencias”. También tiene una respuesta en caso de ser afectados el empresario y sus obreros, una parte del capital encontraría acomodo en otros ramos de la actividad, lo mismo deberá suceder con los empleados, “aunque es innegable”, reconoce, que sufrirán algunas incomodidades y perjuicios19.
En el capítulo III, examina las restricciones a las importaciones con países que tienen una ventaja comercial; considera “absurda” la doctrina mercantilista que define la situación de un país a partir del equilibrio o desequilibrio de su balanza comercial, en el primer caso ningún país pierde, en el segundo uno pierde y el otro gana. Para Smith, estos supuestos son falsos, considera que el comercio que se “desarrolla de una manera normal entre los dos pueblos es siempre ventajoso, aun cuando la ventaja no sea la misma para las dos partes”, porque la ventaja o ganancia, no la ve en el aumento de la cantidad de oro y de plata “sino en el valor anual de la tierra y del trabajo del país, o el aumento del ingreso de sus habitantes en el curso del año”20.
Smith le atribuye a los prejuicios nacionales y a los intereses de los comerciantes el que se impongan restricciones y trabas comerciales entre las naciones, que llevan a enemistarlas y a mirarse como enemigas, a envidiar la prosperidad de otros pueblos, y a considerar las ganancias, de los demás, como si fueran pérdidas propias, en vez de tener un comercio libre y franco que fuera un vínculo de amistad y de camaradería, ventajoso para ambos. “La caprichosa ambición de algunos príncipes y ministros no ha sido tan fatal para la paz de Europa, en el siglo presente y en el anterior, como el impertinente celo de comerciantes y manufactureros”, sentencia21.
Enjuiciados y condenados los sistemas mercantil y agrícola de la época, para el autor “no queda sino el sencillo y obvio –sistema- de la libertad natural, que se establece espontáneamente y por sus propios méritos. Todo hombre, con tal que no viole las leyes de la justicia, debe quedar en perfecta libertad para perseguir su propio interés como le plazca, dirigiendo su actividad e invirtiendo sus capitales en concurrencia con cualquier otro individuo o categoría de personas”22.
Adam Smith es el teórico del Estado o gobierno liberal, que no interfiere en la búsqueda del interés del hombre económico. En su época el Estado de tipo feudal, representante de los intereses de la realeza, de los terratenientes y de la iglesia, se caracterizaba por obstaculizar o limitar el “cauce natural” o la “espontaneidad” de las actividades económicas, por medio de regulaciones, prohibiciones e impuestos. Eran gobiernos “improductivos” que representaban a sectores sociales improductivos, que no aportaban a la riqueza nacional por medio del trabajo, sino que consumían y dilapidaban las finanzas públicas en perjuicio de los trabajadores “productivos”, de los artesanos, de fabricantes, de obreros manufactureros y de los comerciantes. El liberal critica los gastos gubernamentales excesivos, ve que en “casi todos los países, la totalidad o la mayor parte de los ingresos públicos se emplean en el sostenimiento de manos improductivas”, refiriéndose a las cortes reales, a los estamentos eclesiásticos y a los grandes ejércitos y flotas23.
Enaltece la sobriedad y la parsimonia, como causas inmediatas del aumento del capital; señala que la laboriosidad nunca podría lograr engrandecer el capital, sin el concurso de la parsimonia. Para Smith todo hombre “pródigo es un enemigo de la sociedad, y todo hombre sobrio, un benefactor de la misma”. En ese sentido, la prodigalidad y la disipación de los gobiernos han retardado la marcha del progreso y pueden conducir a una nación a la pobreza. Pero, confía en que existe en la mayoría de la población la sobriedad y la buena conducta que compensa no sólo los dispendios excesivos de algunas personas, sino incluso los de la disipación del gobierno: “Aquel esfuerzo del hombre, constante, uniforme e ininterrumpido para mejorar de condición, que es el principio a que debe originariamente su opulencia el conjunto de una nación y en particular de sus individuos, es capaz, por regla general, de sostener la propensión natural de las cosas hacia su adelanto, a pesar de los gastos excesivos del gobierno y de los errores de la administración; al igual que el desconocido principio vital restituye casi siempre la salud y vigor, no sólo a pesar de las enfermedades, sino de las equivocadas prescripciones de los doctores”24.
¿Cuál es, entonces, el papel de Estado? Para Smith el Soberano sólo tiene tres deberes muy importantes: el primero, es “defender a la sociedad contra la violencia e invasión de otras sociedades”, el segundo, “proteger en lo posible a cada uno de los miembros de la sociedad de la violencia y de la opresión […] estableciendo una recta administración de justicia”, y el tercer deber del gobernante, es “erigir y mantener ciertas obras y establecimientos públicos cuya erección y sostenimiento no pueden interesar a un individuo o a un pequeño número de ellos, porque las utilidades no compensan los gastos que pudiera haber hecho una persona o un grupo de éstas, aun cuando sean frecuentemente muy remuneradoras para un cuerpo social”25.
Son estas algunas de las principales ideas del pensamiento librecambista smithiano, recogidas y desarrolladas por los posteriores liberales, con la notable excepción de Malthus. Con el tiempo, en su momento de decadencia, dichas ideas fueron sintetizadas y caricaturizadas, a tal grado que mucho de lo que se dice del liberalismo económico no corresponde con las ideas básicas de Smith. Por eso creo conveniente rescatarlas, en una época en que se estima que de nuevo dominan la escena.
 


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