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La Nueva Fase de Desarrollo Económico y Social del Capitalismo Mundial

José de Jesús Rodríguez Vargas

 



VI. CONCLUSIONES GENERALES



1.- Por primera vez una onda larga depresiva llegó acompañada de un fenómeno indeseable: la inflación.
La onda depresiva anterior a la que empezó en la década de los setenta, comprendió el periodo de la Gran Depresión productiva en Estados Unidos, acompañada de un fenómeno más familiar históricamente: la deflación de precios. Esta situación, es la que explica en gran parte el surgimiento del keynesianismo como teoría de la demanda y, también, su éxito como política económica antideflacionaria y anticíclica. Las ideas de Keynes y de sus discípulos fueron rápidamente propagadas y aceptadas, o mejor dicho aceptadas y ampliamente propagadas; el libro de Keynes, de 1936, fue notorio e influyente desde su publicación, porque ofreció una explicación racional sobre lo que estaba sucediendo en la década de los treinta en Inglaterra y en Estados Unidos.
En muy poco tiempo las nuevas ideas demostraron su utilidad y funcionalidad: contribuyeron a resolver los problemas del capitalismo. Y lo hicieron aún en contra de las mismas clases beneficiarias; es decir, el keynesianismo se tuvo que abrir paso rompiendo la resistencia de los gobernantes y de un fuerte sector burgués arraigado a las viejas ideas, a las únicas que concebían como herramientas para enfrentarse a los problemas cotidianos del capitalismo, sin embargo, la llamada Gran Depresión y la persistente deflación no era un problema menor, por tanto, se requería de nuevas y más eficaces herramientas.
El gran crecimiento y desarrollo del capitalismo en Estados Unidos y en Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, se le ha atribuido –en un análisis inmediato y superficial- a las políticas keynesianas. Yo no tengo reparo en reconocer el importante papel que jugó para el desarrollo de la onda larga expansiva de 1945/1950-1973 en el mundo capitalista. Aunque reconozco un conjunto de factores estructurales, sociales y políticos (la guerra, la destrucción, la derrota de las masas, el fascismo, el nazismo, la revolución tecnológica) que en última instancia cumplen un papel más determinante, reivindico la enorme influencia de las ideas, de las políticas económicas, de los policymakers, de las instituciones, del Estado para modificar o amoldar la realidad económica y social de acuerdo a lineamientos generales.
El predominio de una teoría en la academia y más tarde como política económica tiene que ver con la necesidad del sistema, y con el interés de sus clases dominantes, en primer lugar, y con el interés del resto de la sociedad en segundo lugar. Una política que obedece este principio se arraiga como una ideología nacional, porque después las masas son educadas en las ideas de la clase dominante. El keynesianismo, en cualquiera de sus variantes, se convirtió en la teoría del desarrollo, y el Estado del Bienestar, también en cualquiera de sus variantes, en el ejecutor de las políticas que llevaron a la sociedad de consumo, al alto crecimiento, al pleno empleo, la creación de las multinacionales y transnacionales, es decir, a una etapa considerada de gran progreso económico y social.
Sin embargo, tal situación entró en crisis a fines de los sesenta dando origen a un nuevo ciclo largo de Kondrátiev y, por tanto, se debilitaron cuantitativamente los indicadores económicos y sociales, que tanto se presumía unos años antes. Con excepción de los precios. Estos no disminuyeron como en la onda recesiva anterior, por el contrario se multiplicaron.
El problema, el nuevo, el inconcebible nuevo problema, no fue inmediatamente comprendido por parte de los gobernantes y tampoco por sus ideólogos. Y esto es lo que profundizó la crisis productiva y la aceleración inflacionaria de los setenta. Tuvo que pasar alrededor de una década para que decidieran emprender una batalla contra el peligro inflacionario; para llegar a esta determinación se tenía que desechar el viejo instrumental teórico y de política económica. Las inercias y los fuertes intereses arraigados de los sectores sociales pesan en la actitud dubitativa y confusa durante los años de crisis, pero seguramente el instinto de sobrevivencia de la burguesía, la sensibilidad, el olfato y los nuevos conocimientos definen el problema principal del sistema y obliga a combatirlo.
Finalmente comprendieron que el keynesianismo, la llamada nueva economía de los sesenta en Estados Unidos, no sólo no resolvían los problemas económicos, sino los provocaba y lo reforzaba. La teoría del desarrollo, en nuevas condiciones, ya no era eficaz, ni útil, ni necesaria. No lo era para la burguesía como clase, ni para el sistema en su conjunto, como tampoco para las masas. Por esta razón dejó de ser una realidad.
El capítulo primero, muestra la lucha de las ideas en el último tercio del siglo XX. Finalmente triunfó en toda la línea en los países capitalistas desarrollados y después se extendió a otros continentes el nuevo paradigma: el liberalismo y el monetarismo. Éste, al igual que el anterior, tuvo que enfrentarse a los intereses, a la ideología, a la normalidad, de sectores burgueses, gobernantes y masas, para que fuera aceptado como un conjunto de ideas racionales, coincidentes con las necesidades del sistema.
Las ideas no se adoptan por los gobiernos con base a su estructura interna, a su lógica discursiva, a la claridad o complejidad de sus modelos. Se aceptan y se aplican como consecuencia de la necesidad del modo de reproducción del capital y se posicionan y dominan como políticas públicas, para fortalecer la nueva dinámica del capitalismo concreto; es decir, las teorías y las políticas son históricas, tienen validez en determinado momento.
El periodo que se estudia, en el capítulo primero, es un ejemplo de la competencia de ideas, de teorías y de políticas públicas; es una clara lucha por sobrevivir y dominar, y lo que predominó a fines del siglo XX fueron las ideas más fuertes, las más adecuadas, las más aptas, las más funcionales. No ganó la teoría del desarrollo sino la teoría de la reestructuración del capitalismo.

2. La inflación de fines de los sesenta era sólo expresión de problemas más graves. En términos marxistas: se presentan síntomas de una crisis de acumulación de capital, problemas en la reproducción del sistema, problemas de productividad y de tasas de ganancias. Se responde con una mayor ingerencia estatal, más gasto público, lucha contra la pobreza en Estados Unidos como medio de dinamización del capital, gasto militar en la entonces Indochina; la empresa privada recurre a mayores créditos y a la especulación. Los resultados, en pocos años: mayor inflación, problemas de balanza de pagos, crisis cambiarias e inestabilidad del sistema monetario internacional.
En la década de los setenta se presentan crisis productivas abiertas, no reprimidas ( a pesar de los intentos), profundas, generalizadas e inflacionarias. Crisis e inestabilidad monetaria y financiera que dan paso a la adopción del monetarismo y el liberalismo. No fueron estos los que crearon lo primero, aunque, después, lo agudizaron. Pasado el periodo de confusión inicial ante fenómenos económicos desconocidos, como la estanflación, se asume con vacilación y, más tarde, con firmeza la lucha contra la inflación y contra la intervención del Estado. Este último como causa inmediata de la desestabilización y de la crisis.
Se engarza rápidamente, en los ochenta, la arremetida antiinflacionaria con las llamadas, oficialmente, reformas estructurales; es decir, la burguesía se percató, claramente, de que el problema visible tenía como causa las estructuras económicas, políticas, estatales, sindicales, sociales, culturas de la posguerra, y se propusieron modificarlas. En otros términos, es una crisis del régimen de acumulación, del régimen de regulación, de las estructuras socioinstitucionales. Se presentaban las contradicciones, de las cuales hablaba Marx, entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción; enfrentamiento que los marxistas traducen como una crisis estructural y como una crisis general del capitalismo; es decir, no era cualquier crisis, como las recesiones de los cincuenta y sesenta, sino una grave crisis, incluso podía ser terminal, puesto que dichas contradicciones pueden dar origen a una revolución social, de acuerdo al principio marxista.
El capítulo segundo no es un análisis de la revolución social, ni de las rebeliones populares –que aunque las hubo localizadas en algunos países, no modificaron el panorama- es el análisis de la reforma burguesa para modificar al capitalismo. Los marxistas no fueron los únicos que diagnosticaron la gravedad del sistema, también lo hizo la burguesía. Y ésta la que se dedico a fondo a encontrar la cura para el paciente enfermo.
Los leninistas tenían claro que si las contradicciones fuertes del capitalismo no llevaban a una solución proletaria y socialista, entonces, la burguesía siempre tenía una salida. Esto es lo que pasó, resolvieron el problema de acumulación de capital, por medio de las reformas, por medio de “la revolución silenciosa”; un país tras otro fue adoptando un conjunto de medidas de política económica, que llevaron finalmente a cambios tan fundamentales, que acabaron con el problema inflacionario y abrieron el cauce a lo que hoy se llama globalización o mundialización, a una nueva fase del capitalismo, o a un nuevo Kondrátiev expansivo.
Se transformó la estructura productiva, perdió importancia el sector manufacturero, como hacía años lo había perdido el sector agrícola, a favor del sector servicios; se modificaron las relaciones de clases, predominó el sector financiero, se desplazó al productivo, se derrotó a la clase obrera; se modificó relativamente el Estado burgués: sin perder su esencia asistencialista e intervencionista con el gasto público, ya no lo fue en la misma magnitud que en el apogeo del keynesianismo; el Estado se modernizó, se adelgazó, disminuyó y racionalizó su presencia, estimuló al mercado y a los empresarios a ocupar el papel prioritario.
La crisis estructural del capitalismo se presentó con mayor gravedad en Estados Unidos y en Inglaterra; y fue en esos países, que representan el eje central de la acumulación capitalista mundial, en donde se dieron los principales cambios. El ejemplo irradió al resto del mundo.
En la segunda mitad de los ochenta el principal problema del capitalismo, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia había llegado a un punto mínimo, a su punto de inflexión. Enseguida empezó una tendencia creciente, misma que se ha mantenido. Era la expresión de la resolución de la crisis de acumulación de capital. El capital y la burguesía, principalmente de Estados Unidos, por enésima ocasión habían superado un fuerte escollo. El ascenso de la tasa de ganancia presagiaba, como indicador adelantado, que vendrían mejores tiempos, de acumulación, de crecimiento, de desarrollo social.
Parecía que el firme combate antiinflacionario y las reformas estructurales y socioinstitucionales en el periodo 1980-1990, es decir a una nueva onda expansiva.

3. La lucha entre las teorías y las políticas económicas, como, también, la reestructuración muestra finalmente una situación de estabilidad monetaria y de crecimiento económico en algunos países de la OCDE. Al igual que en los ciclos económicos, en donde las crisis son el punto de partida de un nuevo ciclo, la larga onda depresiva sentó las bases para una nueva fase de recuperación y expansión.
Este principio marxista es correcto, en el caso de las ondas largas, con la condición de que la crisis económica y las políticas públicas reestructuren la base económica y la superestructura, cambiando las relaciones de fuerzas de las clases sociales. Es necesario que confluyan factores que, en la polémica sobre las ondas largas, son considerados “endógenos” (propiamente económicos y tecnológicos) y “exógenos” (sociales y políticos).
Siguiendo las orientaciones teóricas y metodológicas, de varios expertos en el tema de las ondas largas, se demuestra en los capítulos tercero y cuarto, el papel fundamental que adquiere el despliegue de la revolución tecnológica, que empezó desde los primeros años de 1970, el fin del socialismo realmente existente y la ofensiva contra los trabajadores en los países industrializados, como, también, la descapitalización, mediante lo que Schumpeter llamó la destrucción creativa.
Sin embargo, la onda expansiva a fines del siglo XX no es de carácter mundial. Este es un hallazgo, porque al principio de la investigación se planteo la hipótesis de la nueva realidad en el conjunto. Los indicadores económicos demuestran que Estado Unidos liderea claramente los primeros años de una onda expansiva, y lo acompañan países considerados avanzados, miembros de la OCDE, pero que no están en el grupo de lo siete principales. Es decir, países como Alemania, Francia, Italia, Japón, se encuentran rezagados –en términos de indicadores como la productividad del trabajo y de su inserción en la revolución tecnológica.
Mientras que, otros países entraron a un proceso de producción, con base a las innovaciones de la llamada revolución en las tecnologías de la información y comunicación y consiguieron, por ende, duplicar las tasas de productividad del trabajo y lograron los efectos positivos en crecimiento del producto, en ganancias y en los ingresos de la sociedad. Se le llamó “nueva economía”, y es lo que realmente sucede en los últimos diez años.

4. Actualmente el mundo capitalista es muy diferente con relación a los primeros años de la década de los setenta del pasado siglo. En aquel momento, iniciaba una onda descendente del ciclo largo, y hoy, justamente, empieza una onda ascendente; también, finalizaba una revolución tecnológica para dar origen a una nueva; revolución basada en las tecnologías de la información y la comunicación, que en este momento se encuentra en la mitad de su ciclo de vida, comenzando a desplegar todas sus potencialidades en una realidad productiva.
Hoy el mundo está globalizado, liberalizado y con un sector servicios más fortalecido; se acaba de salir de una recesión generalizada, mientras que en los setenta se entraba a la primera y más grave, desde la Gran Depresión; la crisis de los años setenta fue diferente en relación con las recesiones del periodo 1940-60, porque fue larga y profunda, además, se combino con la inflación; dando impulso en la segunda mitad de la década a un fenómeno inflacionario desconocido desde el capitalismo industrial. La última recesión, también, fue generalizada, en Estados Unidos y Europa, aunque de corta duración, suave y con desinflación e incluso en algunos países con deflación de precios. Es decir, que no desaparecen las crisis, pero empiezan a mostrar menor gravedad y duración que durante la fase descendente del ciclo largo.
El mundo recesivo e inflacionario en el capitalismo desarrollado, e incluso en el capitalismo mundial, ha desaparecido y, en su lugar, existe una relativa estabilidad monetaria; además, el mundo desarrollado empieza a ser tan dinámico y productivo como lo fue al empezar los sesenta.
No sólo cambió el capitalismo de manera general; también, se modificaron radicalmente sus estructuras, su aspecto socio-institucional, político, cultural, ideológico. En términos marxistas hay claras modificaciones radicales dentro del capitalismo, en la base socioeconómica y en la llamada superestructura.
Consecuente con el materialismo histórico, sostengo que, en última instancia, las necesidades de la base económica y social determinan los cambios en la superestructura; de igual forma, acorde con este mismo método, la superestructura juega un papel importante en la base económica y social. En otras palabras, reconozco la participación decisiva que ha tenido la superestructura política -entendida como el Estado burgués nacional y los organismos multilaterales como el FMI, el BM, la OCDE- en los cambios mundiales.
He comprobado en mi investigación como el Estado, las teorías y las políticas económicas transformaron al capitalismo. Esta es una característica del periodo analizado, nunca antes el Estado ni los organismos internacionales jugaron un rol tan importante y decisivo. Ni siquiera en el periodo propiamente keynesiano.
Decir que estamos en el piso de la onda larga expansiva a nivel mundial, no es indicar que ya terminó, sino que no es posible que permanezca así por décadas. Las condiciones económicas, sociales, políticas, ideológicas están presentes para que se dé un relanzamiento a largo plazo de las economías avanzadas.
Se ha modificado la conciencia burguesa, de estabilizadora a impulsora del crecimiento, ya que se cumplió con la primera fase de la política económica fondomonetarista: “Nuestro principal objetivo es el crecimiento económico. Creo que ya no subsiste ninguna ambigüedad al respecto […] Hemos tardado demasiado tiempo en darnos cuenta de dos conceptos totalmente erróneos y peligrosos de los años setenta: por una parte, que la estabilidad monetaria y el crecimiento económico son antinómicos; por otra parte, que el financiamiento externo -el endeudamiento- es el verdadero camino hacia el crecimiento económico […] Entramos en el último decenio del siglo en momentos en que las tensiones internacionales se reducen, en que la democracia gana terreno; en que se logra el consenso sobre la mejor manera de alcanzar nuestro objetivo común” .
Actualmente, el objetivo consciente de la burguesía es cumplir con su misión histórica: el desarrollo de las fuerzas productivas, después del saneamiento económico, estatal y social. No hay obstáculos insalvables, los únicos son las contradicciones internas, que conducen a crisis cíclicas, pero que a su vez impulsan el desarrollo.
El FMI considera que, ahora que la economía mundial se caracteriza por una baja tasa de inflación, reducidos déficit fiscales, importantes reformas estructurales y un crecimiento de la producción, los países están en condiciones de emprender una “segunda generación” de política económica que asuma como objetivo fundamental el “crecimiento de alta calidad”, un crecimiento más dinámico que impulse el progreso y la equidad social. Esta nueva política, también, está enfocada para países en desarrollo que cumplieron con los objetivos de la “primera generación”, con base a la estabilización macroeconómica y las reformas estructurales .
¿Significa esta segunda generación, que se abandona el monetarismo y el liberalismo?, ¿Regresa el keynesianismo? Con la nueva propuesta del FMI lo que se concluye es que sus políticas monetaristas liberales, antiinflacionarias y antiestatistas van a pasar a un segundo plano en los países que ya tuvieron éxito, y que los gobiernos se enfocarán a una fase consecutiva, la del crecimiento y el desarrollo social, que huele o sabe a política de tipo keynesiana.
Para la “nueva” estrategia se requiere de un Estado activo en la promoción del crecimiento y en el mejoramiento social, sin el intervencionismo ni el sustituismo del pasado. El Estado seguirá siendo inferior a la empresa privada, aunque más efectivo y de mayor calidad en las funciones acotadas que goza en el momento. Será un órgano que reconozca y acepte la globalización, el predominio del mercado libre, los movimientos de capital, la inversión extranjera, la revolución tecnológica en marcha, persistirá en la aplicación de políticas macroeconómicas sanas, de reformas estructurales, adelgazando y complementándose con la empresa privada, será en pocas palabras un mejor impulsor de la acumulación del capital..
Continuará siendo un Estado como el de Felipe González, el de Bill Clinton, el de Tony Blair, el de Gerard Schröeder. Gobiernos que aplicaron políticas saneadoras, como el socialista González en España, o se montaron en una economía ya saneada, como el de Estados Unidos e Inglaterra, para continuar con la siguiente fase . A la política económica de estos gobiernos se le llamó, la tercera vía, como si fuera distinta al keynesianismo, y, sobre todo, al monetarismo neoliberal, siendo en realidad la consecuencia de la política saneadora y reestructuradora pero con “rostro humano”, con más seguridad social, etcétera. Justamente esta política de “nuevo tipo” coincide con la propuesta del FMI.
No hay un regreso al keynesianismo clásico ni hay un abandono del liberalismo, sino la ampliación de éste último y la atenuación del monetarismo en la medida que no exista inflación; no obstante, sí habrá un incentivo inflacionario de tipo keynesiano cuando exista una deflación persistente y dañina en varios países industrializados. El caso de Japón es ilustrativo, puesto que, se propone para el una política monetaria expansiva, además, de una política fiscal “irresponsable” (Krugman) . No tiene que ver con la clásica política monetarista de la época inflacionaria.
Habrá una política fiscal expansiva para enfrentar una recesión, siempre que se parta de condiciones de estabilidad macroeconómica y de superávit, utilizando los recursos monetarios existentes y no la creación primaria tan recurrente en los sesenta y parte de los setenta. Es el caso de Estados Unidos con la gestión del presidente Bush. La lección se aprendió: el keynesianismo expansivo es coyuntural, el déficit público es necesario a corto plazo, pero no a costa del crecimiento y de la estabilidad futura, esto último es lo que importa a largo plazo.
Las dos fases del FMI estaban contempladas en la teoría y en la política cuando planteaban que primero se debía conseguir la estabilización y los cambios estructurales como base del crecimiento y la distribución social, pero se alargó tanto tiempo la primera fase, que hizo incrédulos a muchos de que llegaría el momento de la segunda. Por eso el Fondo y sus recomendaciones eran sinónimos de austeridad y crisis; pese a ello, esto no es –no fue- el fin del sistema capitalista y es claro que la “terquedad” fue una firmeza en la estrategia que hacía que hasta sectores burgueses se desesperaran de los lentos avances.
Se debe reconocer que la lucha del FMI tuvo fuertes resistencias que, finalmente, fueron abatidas en gran parte. La “segunda generación”, como continuación y superación de la primera, es la demostración de que el Fondo y la burguesía mundial emprendieron desde principios de los ochenta una estrategia de saneamiento y equilibrio para después relanzar la economía.
Desde los noventa hasta principios del nuevo siglo, la economía de los países avanzados está en equilibrio macroeconómico y lo que sigue, históricamente, es un crecimiento mayor, más empleo y atención social. Se conjunta la nueva estrategia con el fin de la onda larga depresiva y el principio de una onda ascendente. El cambio ideológico de la burguesía mundial de antiinflacionaria y austera a promotora del crecimiento y el desarrollo social, es una característica sistémica, siguiendo a Maddison, que puede ayudarnos a ver con más claridad el futuro.


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