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La Nueva Fase de Desarrollo Económico y Social del Capitalismo Mundial

José de Jesús Rodríguez Vargas



III LA NUEVA FASE DE DESARROLLO ECONÓMICO Y SOCIAL

DERROTA DE LA CLASE OBRERA
 



Para Mandel la función “racionalizadora” o “purificadora” de la onda descendente debería crear condiciones económicas para un incremento brusco a largo plazo de la tasa media de ganancia y lo esencial es un “desempleo masivo crónico orientado, a la larga, a erosionar los salarios reales y la confianza en sí mismo de los trabajadores, su combatividad y su nivel de organización”.
La onda larga recesiva, durante el periodo 1973-95, muestra una duplicación en las tasas del desempleo y desempleo masivo y persistente, se observa también el deterioro de los salarios reales y de las condiciones de vida de la población, en primer lugar en Estados Unidos: Thurow lo plantea de la siguiente manera: “durante las dos últimas décadas los gerentes norteamericanos han exigido y obtenido de sus fuerzas laborales disminuciones de los salarios reales, incluso cuando aumentaban las ventas y los beneficios” ;
En la gráfica III.2 se observa la evolución del salario mínimo real, a precios del 2000; alcanzó el punto más alto (7.92 dls.) en 1968 –año simbólico- para caer consecutivamente los siguientes cinco años, después se estabilizó hasta 1978, y, enseguida, una caída libre hasta 1989 (4.65 dls.), y, finalmente, una nueva fase de estabilización con ligera tendencia ascendente. La caída del salario real en Estados Unidos de 1968 a 1989 fue de 41 por ciento, con una recuperación del 11 por ciento hasta el 2000. En el periodo 1968-1995 la depreciación real del salario fue de 39 por ciento; claramente es una diferencia, con la ganancia salarial del 65 por ciento en la etapa de ascenso de 1954 a 1968. Se reflejan la onda descendente y la ascendente respectivamente, en una hay pérdida salarial, en la otra ganancia -también- para los trabajadores.

En un estudio del FMI se dice que: ”desde mediados de los años setenta, han aumentado las diferencias en la distribución del ingreso en Estados Unidos, y una proporción cada vez mayor de hogares han cruzado el umbral de la pobreza” . La gráfica III.3 muestra el ascenso porcentual de las familias pobres en Estados Unidos; se ve un aumento a partir de 1975 hasta 1983, posteriormente un descenso hasta 1989 y un nuevo incremento hasta 1993. Durante la fase 1970-95 el promedio de familias por debajo del nivel de pobreza, como se dice oficialmente en Estados Unidos, fue de 11.1 por ciento, mientras que en los primeros años (1996-2000) de lo que es una nueva onda ascendente se ha reducido al 9.84 por ciento. Dichos promedios representan 13.8 millones de personas y 12.6 millones respectivamente . Hay una mejoramiento social en la incipiente onda ascendente.
Las primeras batallas de resistencia de los trabajadores se convirtieron en doblegamiento y desmoralización sobre todo en Inglaterra y en Estados Unidos en los periodos de Thatcher y Reagan. Situación que se ha extendido a países europeos que han cedido conquistas laborales de años anteriores para no perder el empleo, y es muy probable que en los próximos años pierdan una parte de su seguridad social. En Europa continua la resistencia a las reformas sociales, como la edad de jubilación y el monto de las pensiones, y a las reformas laborales, la flexibilidad en la contratación y despido de personal. Son reformas que el sistema las considera indispensables para salir del estancamiento económico Europeo. A pesar de los grandes cambios, Europa aún requiere de mayor cesión de derechos sociales.
El ataque a las organizaciones sindicales, la apatía, el progreso tecnológico, la disminución de la industria y el desarrollo del sector servicios han contribuido a una alarmante baja en la sindicalización de la clase obrera; la Organización Internacional del Trabajo lo describe de la siguiente manera: “Dado el descenso del índice de sindicalización en muchos países y la liberalización de las condiciones de empleo, ciertos observadores consideran que estamos viviendo el declinar de las relaciones laborales en una economía cada vez más competitiva y mundializada […] Nadie se atreve a negar que el movimiento sindical esté viviendo años difíciles […] casi todas las organizaciones de trabajadores tropiezan con problemas graves y padecen una sangría de afiliados. Algunos dudan incluso de su supervivencia. Todo parece indicar que el pasado decenio fue particularmente nefasto para ellas” . En Estados Unidos la membresía sindical ha disminuido marcadamente desde el 20.1 por ciento en 1983 al 13.2 por ciento en el año 2002 . En los últimos años, 4 de 10 trabajadores del sector gubernamental son sindicalizados, mientras que sólo uno del sector privado. En el cuadro III.2 se observa la tendencia declinante en el total de sindicalizados y en el sector privado, mientras que hay un aumento en el sector público.


Esta situación de la clase obrera, junto con la revolución tecnológica en proceso, ha elevado “la intensidad del trabajo”, como se refleja en los aumentos de la productividad del trabajo desde la segunda mitad de los noventa en Estados Unidos y, en menor proporción, en Europa: “Estudios realizados en el sector industrial indican que se han venido produciendo los aumentos de productividad previstos. Se han registrado notables aumentos de la productividad en la propia fabricación de equipo nuevo de alta tecnología; en todas las economías principales, la productividad del trabajo en el sector de máquinas de oficina y computadoras creció a una tasa media anual del 17 por ciento al 26 por ciento en el periodo comprendido entre 1980 y 1990. Además, en el sector industrial de los Estados Unidos en conjunto, entre 1991 y 1994 la productividad aumentó a una tasa media anual de 3.1 por ciento, resultado claramente mejor que el crecimiento del 2.6 por ciento registrado en el periodo comprendido entre 1980 y 1990” . En el cuadro III.3 se ve la recuperación de la productividad del trabajo en el total y en la manufactura; también, las tasas negativas de la compensación salarial (sueldos, salarios, y algunas prestaciones) y del costo de la mano de obra.


El cambio de relaciones de fuerzas entre el proletariado de los países desarrollados y la clase dominante empezó a germinar durante la década de los setenta; en el caso de Estados Unidos, el fortalecimiento de la clase obrera, por medio de los sindicatos en las principales ramas económicas, tuvo su cenit a fines de los sesenta y todavía en la primera mitad de los setenta.
Un importante empresario automotriz de la época lo reseña de la siguiente manera: “durante los años sesenta, siendo ya director general de la Ford, participé en la discusión de diversos convenios colectivos. En aquella época siempre tuve la sensación de que discutíamos con la parte obrera desde una posición ciertamente desventajosa. El sindicato nos tenía sentados sobre un barril de pólvora, y en su arsenal figuraba el arma más mortífera: el derecho de huelga. La mera amenaza de un paro laboral constituía motivo más que suficiente para echarse a temblar”; un ejemplo práctico de la fuerza sindical lo constituye la huelga de 1970 de 400 mil trabajadores de la General Motors (GM), que duró 67 días en Detroit, EU, y 95 días en Canadá; la huelga fue “calamitosa” tanto para la empresa como para los trabajadores porque se perdieron 760 millones de dólares (3,500 mdd) en prestaciones salariales, se agotó la caja de resistencia de los trabajadores, mientras que la empresa dejó de fabricar un millón y medio de autos y camiones, y dejó de ingresar más de 5 mil millones de dólares (23,200 mdd), “recuerdo que pensé que un sindicato capaz de doblegar a la GM tenía que ser muy poderoso...” .
La imagen que recuerda el empresario no es sólo la fuerza de la negociación sindical, sino las condiciones económicas tan favorables que permitían la concesión de mejoras salariales y sociales, por encima de la inflación, lo que fortalecía el poder adquisitivo: “Durante las décadas de 1950 y 1960 este punto (compensación por aumento del costo de la vida) jamás planteó la menor dificultad, puesto que eran épocas de vacas gordas. La industria norteamericana dominaba un vasto mercado en todo el orbe [...] la productividad alcanzó cotas muy altas [...] esto significaba que las compensaciones por carestía de la vida no eran realmente una causa de inflación, ya que los incrementos salariales quedaban más que compensados por el aumento del producto nacional”; incluso en esta prestación, -aclara Iacocca- la idea partió de los empresarios del sector, a propuesta del presidente de la GM, en 1946; en seguida se sumaron la Ford y la Chrysler, como era costumbre .
Es decir, en las excelentes condiciones económicas de la posguerra, las condiciones de vida y laborales de los trabajadores de Estados Unidos mejoraron no sólo por la lucha sindical y política, sino por el propio interés capitalista, se dio una sinergia entre los polos que los favoreció: “el capitalismo se adaptó al movimiento obrero y éste, a su vez, se amoldó a la libre empresa...” ; se construyó un mundo en donde importaba el bienestar obrero y el empresarial, y no chocaban radicalmente dichos objetivos.
Pero la edad de oro del capitalismo norteamericano, para la clase obrera y para la población en general, mostró signos de agotamiento en los sesenta y explotó como estanflación en los setenta. El mundo era otro, las condiciones económicas cambiaron y las relaciones obrero-patronales tenían que cambiar. Como es natural, los trabajadores no estuvieron dispuestos a cargar con la crisis del capitalismo, y los empresarios tampoco podían -y no quisieron cargar- con el costo, y se abre una época de luchas, que dejó una estela de empresas, de ciudades, pueblos y trabajadores del viejo orden industrial fuera del camino.
Como se ha analizado en otra parte (ver II.2.5) la crisis capitalista estructural significó el cierre y la desinversión en la “capacidad productiva básica”, -industrias como la automotriz, acerera, petrolera, aérea, eléctrica, textil, confección, etc.- que es conocido como “desindustrialización”, porque se cerraron empresas industriales, otras se trasladaron fuera del país, a otras regiones, o también se expresaba como disminución de las inversiones, o subcontrataban con menores costos, o los capitales se mudaban al sector servicios buscando mayor rentabilidad, a la especulación financiera y accionaria, a las fusiones y adquisiciones, a la vilipendiada industria del fast food.
Los trabajadores que perdían sus trabajos en las industrias básicas, ya, nunca más, alcanzaron los mismos niveles salariales y sindicales, en caso de volver a conseguir otro trabajo. Bluestone y Harrison recogen estudios que muestran que trabajadores de la industria automotriz dos años después de perder su trabajo, ganaban 43 por ciento menos, y seis años después, el 83 por ciento en promedio. Los mismos investigadores calculan que se perdieron entre 32 y 38 millones de empleos durante los setentas como resultado directo de las desinversión privada .
Para los marxistas Bluestone y Harrison la salida de capitales ha sido un táctica empresarial para “disciplinar” a la clase obrera y asegurarse un clima de negocios favorable; la sistemática desinversión en las industrias básicas durante los setenta, fue una estrategia necesaria -desde la perspectiva empresarial- y además -debido al cambio tecnológico- una estrategia posible. Explican la actitud generalizada de los capitalistas industriales por la incapacidad de seguir manteniendo altas tasas de ganancia y, a la vez, hacer concesiones a los trabajadores organizados: “las corporaciones no se quejaron tan amargamente a principios de los sesenta cuando estaban ganando una tasa anual de retorno del 15.5. Sus actitudes cambiaron dramáticamente, cuando las ganancias empezaron a disminuir al fin de la década, cuando la tasa de ganancia de las corporaciones no financieras había declinado al 12.7 por ciento. Más adelante, como resultado de la incrementada competencia internacional, a principios de los setenta, la tasa promedio había declinado al 10.1 por ciento, y después en 1975, ya nunca creció por encima del 10 por ciento” .
Los empresarios ya no pudieron mantener los contratos laborales, y buscaron evadirlos pero chocaron con la oposición obrera; sin embargo, encontraron mecanismos para desarmar a los trabajadores, la “movilidad del capital”: “si el trabajador no estaba dispuesto a moderar sus demandas, la receta fue el movimiento del capital o por lo menos la amenaza de hacerlo”, para algunas empresa dicha estrategia supone una desinversión, pero “cuando la industria entera adoptó la estrategia, el resultado fue la desindustrialización”. Cuando se extendió la movilidad del capital y la desindustrialización -debido también a las condiciones favorables de las nuevas tecnologías- “cambió el poder de negociación a favor del capital a un grado sin precedentes”, los industriales tuvieron el poder de hacer la proposición de “tómelo o déjelo” .
El costo para los trabajadores y las comunidades que perdieron las plantas industriales fue enorme. Como si fuera una guerra civil ganada por los patrones, dicen dramáticamente los autores. Pero el proceso descrito estaba aún a mitad de su camino, porque a principios de los ochenta se había elegido al presidente Reagan y la “guerra civil” se elevaba a un nuevo nivel: “para reindustrializar Estados Unidos, el gobierno federal está insistiendo en crear un buen clima de negocios a través de disminuciones extremas en los impuestos corporativos, reducciones drásticas en la red de seguridad social, y en la virtual desregulación del sector privado. Washington se ha unido al sector corporativo en declararle la guerra de clases a los trabajadores y a sus comunidades”, advertían en 1982 .
No sin resistencia, los trabajadores, finalmente, a fines de los setenta y durante los ochenta fueron perdiendo una gran parte de lo ganado; la fortaleza sindical y la confianza de la clase obrera fue duramente reducida, incluso doblegada. Hay un acontecimiento laboral en Estados Unidos que marcó, simbólica y realmente, la etapa de derrotas de la clase obrera; en agosto de 1981 el presidente Reagan invocó una vieja ley que prohibía la huelga a los trabajadores gubernamentales, ley que nadie antes se había atrevido a usar; Reagan la aplicó y despidió a 11 mil trabajadores de control aéreo. Greenspan años después evaluaría dicha medida como uno de los “más importantes legados” de Reagan, porque le dio “fuerza al derecho legal de los patrones, previamente no ejercido completamente, para usar la discrecionalidad en contratar y despedir trabajadores” . Fue una medida semejante a la derrota de los trabajadores mineros en Inglaterra por Margaret Thatcher y su implicación fundamental fue incrementar la preocupación entre los trabajadores -dice Greenspan-, porque temen el despido, temen el aumento del desempleo y, esto, “amplia la sensación de la inseguridad en el trabajo”.
Durante la recuperación cíclica de los noventa hubo un mejoramiento relativo de la clase trabajadora estadounidense, sin embargo de acuerdo al balance del académico, sindicalista y editor asociado de Montlhy Review, Michael D. Yates, los trabajadores no fueron capaces de revertir las pérdidas inflingidas sobre ellos durante el periodo de la ofensiva capitalista, después de 1973, cuando los políticos viraron hacia la derecha y las empresas abrazaron el lean production con el consecuente despido de trabajadores. Para Yates y por tanto para una fuerte corriente de marxistas y sindicalistas de Estados Unidos el resultado fue: “el nivel de vida de la clase obrera cayó en picada, y el trabajo organizado fue completamente derrotado. Los diez años de prosperidad entre 1991 y 2001 ayudaron a los trabajadores y a los sindicatos a ponerse sobre sus pies, pero no se acercaron a recuperar el poder perdido durante los años 1973 y 1991” .
La reindustrialización es sobre nuevas bases productivas y contractuales. La desindustrialización y el desarrollo del sector servicios tienen una importante implicación en la situación de los trabajadores y su relación con la empresa. Ya no es posible que el sindicalismo juegue un papel fundamental como en la etapa anterior –con sindicatos nacionales en las ramas básicas y en el sector público. Viendo retrospectivamente, fue más fácil la sindicalización con base a la industria centralizadas y rígida, porque actualmente es una cuesta muy empinada pretender la organización laboral en condiciones de los nuevos métodos de administración toyotista y de flexibilidad laboral, sobre todo, en el sector servicios.
 


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