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La Nueva Fase de Desarrollo Económico y Social del Capitalismo Mundial

José de Jesús Rodríguez Vargas



II LA FASE RECESIVA Y LA TRANSFORMACIÓN ESTRUCTURAL Y SOCIOINSTITUCIONAL

SÍNTOMAS: CRISIS DEL SISTEMA MONETARIO INTERNACIONAL
 



En la historia monetaria de los sesenta Inglaterra e Italia se ubican como lo primeros países desarrollados que van a expresar mayor debilidad. En 1964 la libra esterlina fue rescatada por los banqueros centrales de Estados Unidos, Francia y Alemania a través de un préstamo de tres mil millones de dólares (16 mil mdd), lo que mostraba el grado de dificultad y de temor del resto de los gobiernos. Claramente, no era un problema sólo de Inglaterra. El gobierno laborista de Harold Wilson, se había salvado, por esa ocasión, pero la moneda británica, y la economía, no tenía la fortaleza para mantenerse como dinero mundial a la par que el dólar; hacía tiempo el imperio inglés había perdido la supremacía en el mercado mundial, y en el desarrollo posterior a la segunda guerra mundial se había sostenido –al igual que Europa- con base a una importante participación del Estado, las concesiones a los sindicatos de trabajadores y el apoyo monetario de Estados Unidos.
La debilidad monetaria en 1964 era un problema –en última instancia- de la capacidad productiva y de la productividad del trabajo de Inglaterra, pero no era un fenómeno aislado, sino el primer acto de una obra que continuaría. En 1967, la libra no se sostuvo más y fue devaluada; el gobierno de Wilson –presionado por las huelgas y por la caída de la producción e inflación- no se atrevió a resolver el desequilibrio de la balanza de pagos, con una lucha antiinflacionaria y de reducción de costos, que fomentara las exportaciones para sanear el déficit comercial.
En el mismo periodo, en febrero de 1965, el General De Gaulle propuso volver al patrón oro; días después tomó –ante el temor de otros países- la decisión unilateral en saldar con oro su déficit de balanza comercial. El gobernante antinorteamericano desafiaba a Estados Unidos, pero, también, cuestionaba al sistema monetario internacional, basado en el dólar, y demandaba regresar al viejo sistema del laissez faire, el capitalismo liberal. Quizá, esta fue una de las primeras manifestaciones importantes, a nivel de gobierno, contra la intervención del Estado –paradójicamente por parte de uno de los principales gobiernos dirigistas- y a favor del automatismo del patrón metálico y de una lucha frontal contra la inflación. La cura era peor que la enfermedad, por tanto, no todos los librecambistas y monetaristas estuvieron de acuerdo, con excepción de Jacques Rueff, principal consejero de De Gaulle. Fue una respuesta a la debilidad –cada vez más evidente- del dólar norteamericano combinado con la postura antiestadounidense del General De Gaulle y de Francia. No sólo preso de las críticas del gobierno estadounidense, sino de las contradicciones propias de Francia, muy pronto el franco francés entraría en crisis, en 1967-68, y en devaluación en 1969. La revuelta estudiantil y obrera de 1968, los aumentos salariales arrancados y las presiones inflacionarias provocaron un proceso especulativo -con fuga de capitales- que aceleró la devaluación de la moneda. No se volvió a tocar, oficialmente, el regreso al patrón oro.
La enfermedad monetaria se expandía. Tronaban los tipos de cambios fijos oficiales con relación al dólar, por tanto, se cuestionaba al sistema monetario internacional regulado por el Fondo Monetario Internacional (FMI). El FMI estaba desarmado ante semejantes contingencias puesto que no tenía una política de préstamos-puente y condicionalidad para restablecer el equilibrio, por tanto fueron los gobiernos y los banqueros de los países desarrollados los que acudieron al rescate, tratando de protegerse de la competencia internacional. La devaluación significa perjudicar a los competidores con precios más bajos, aunque temporalmente, porque la raíz del problema no se resuelve con medidas cambiarias.
El país líder veía con preocupación el fuego alrededor, y, a pesar de su fortaleza productiva, no estaba protegido. Estados Unidos, desde la mitad de los cincuenta, tenía una balanza de cuenta corriente deficitaria, pero no fue preocupante porque era el país productivamente más poderoso, que repartía el suficiente circulante para que siguiera funcionando el mercado mundial capitalista. Todos aceptaban las reglas establecidas en Bretton Woods: el sistema monetario se rige por el dólar, una paridad de 35 dólares por una onza de oro, y la paridad fija de todas las monedas con el dólar. Pero, se fue reduciendo la hegemonía absoluta de Estados Unidos, a medida que se recuperaban y se desarrollaban los países europeos y Japón. Para 1967-68, se presenta la primera crisis del dólar con la aparición del mercado dual: el oficial y el de la mano invisible, que alcanzaba precios superiores a los 35 dólares la onza. Sin duda, el mercado especulativo –si no se resolvían las causas reales- tendría que predominar; lo que significaba la inconvertibilidad del dólar en oro, y, por tanto, la devaluación y una nueva paridad fija o un sistema flotante del tipo de cambio . De cualquier manera ya no era lo mismo.
Estados Unidos en los sesenta estaba conciente de los problemas de su balanza de pagos, a pesar de seguir siendo superavitario comercialmente, tenía problemas por el flujo de ayuda exterior, sobre todo de tipo militar. El gobierno estadounidense se propuso, en 1965, corregir el déficit de la balanza de cuenta corriente con medidas como el mantenimiento de la estabilidad de precios -al igual que en la primera mitad de los sesenta-, la promoción de las exportaciones y vincular las ayudas externas a la exportación, la revisión y el ahorro en los programas de defensa en el exterior, la restricción en salidas de capital privado -en búsqueda de mayores tasas de interés-, y la atracción de mayor inversión extranjera.
El gobierno de Estados Unidos, también, creía que no se repetirían los costosos errores del pasado (cuando los países rompieron con el patrón oro y devaluaron, perjudicando el comercio internacional), ya que el apoyo prestado a la lira italiana y a la libra británica en 1964 mostraba una fuerte cooperación internacional . En ese momento confiaban que mejoraría la situación internacional, era importante no perder la solidaridad entre los países. Pronto, se contrapondría dicha solidaridad con la ley de la competencia, y, entonces, cada cual trataría de salvarse a costa de otro país, como en las décadas de 1920-30. Si se repiten los “errores” del pasado
Las condiciones monetarias y de balanza de pagos en Estados Unidos se agravaban. La tasa de inflación de 3.5 por ciento en 1966 fue considerada “más grande de lo que se debe desear y tolerar” ; la política del pleno empleo con estabilidad de precios se empezaba a desequilibrar por el lado inflacionario. Durante los siguiente años ya no se regresaría a tasas menores al tres por ciento en el crecimiento del índice de precios, y, mucho menos, se acercaría al promedio anual de 1.2 de la primera mitad de los sesenta. La balanza de pagos había empeorado en 1967, como resultado de la devaluación de la libra esterlina y ataques especulativos contra el oro, que sólo fue calmado por el apoyo de los gobiernos por medio de un “gold pool”. No estaban dispuestos a cambiar el precio del oro, y, aún, seguía cierta cooperación internacional. Pero también sabían que los especuladores no se detendrían y se temía una crisis internacional. El problema de Estados Unidos era de liquidez, para cubrir el déficit de cuenta corriente; dicho déficit se cubría con reservas de oro y con deuda externa, pero los acreedores estaban preocupados de la calidad de la deuda (es decir, el medio de pago, los dólares) y el gobierno temía que los créditos a corto plazo no se extendieran o se negarán a renovarlos. Se podía producir una avalancha de reclamaciones por parte de los acreedores, y poner en peligro el valor del dólar-oro.
Es, entonces, que el rubro de gastos externos militares empieza a preocupar. En 1965, el presidente Johnson aseguraba que Vietnam aún “no impone una carga insoportable sobre nuestros recursos”, con miles de millones de dólares y 200 mil ciudadanos “comprometidos con la libertad” . En el periodo 1967-69 se nota en los Reportes Económicos del Presidente una mayor preocupación por los gastos militares , justamente, cuando escalaba la guerra, se incrementaba el gasto social en la guerra interna contra la pobreza llamada “Gran Sociedad”, a la vez que se reducía el superávit comercial, debido a las primeras señales de desaceleración económica en Europa; disminuía la entrada de capitales extranjeros, de los ingresos por turismo, y crecía el costo de la llamada oficialmente “defensa del mundo libre” . Dicha situación ya no mejoraría en los próximos años. Se pensó en medidas extremas como aumentar tarifas e imponer cuotas a las importaciones, pero sabían que habría represalias y agravaría las cuentas del sector externo y la situación de Estados Unidos. La posible reacción proteccionista mostraba el grado de desesperación a fines de los sesenta.
Estados Unidos tomó medidas de política económica para mejorar la situación inflacionaria y el sector externo: reducción de la demanda interna, por medio de aumento de impuestos y reducción del gasto público, fomento de las exportaciones y llamados de solidaridad a los países superavitarios para que “actuaran con responsabilidad”, ajustando sus tipos de cambio, como fue el caso de Alemania que reevaluó el marco en 1969 y favoreció las exportaciones de Estados Unidos; el gobierno también apeló a la responsabilidad de los empresarios y los trabajadores para restringir voluntariamente sus precios y salarios, y, cuando esto no funcionó impuso control de precios y salarios.
El problema que se diagnosticó en 1970, con una administración republicana y con asesores no keynesianos, fue que la inflación se encontraba desatada (full tide), con 6.2 por ciento en 1969, debido al crecimiento del gasto público y privado, acompañada por la declinación en la producción total e industrial, caída de las ganancias y la desaceleración en la tasa de productividad del trabajo (0.5), por primera vez en muchos años . Los objetivos claves como el crecimiento económico, la estabilidad de precios, el pleno empleo y el equilibrio del sector externo se contraponían, no era posible lograrlos simultáneamente.
En el medio de los economistas empezaba a predominar la explicación monetarista de la inflación y de los problemas del sistema monetario internacional; a nivel del gobierno, el primer signo fue el Reporte Económico del Presidente Nixon de 1970, asesorado por Paul W. McCraken, Hendrik S. Houthakker y Herbert Stein . Posteriormente, el gobierno de Estados Unidos tendría un comportamiento contradictorio, bandazos en la política económica, de monetaristas a keynesianos, y viceversa. A pesar de que se pretendió evitar el colapso del sistema monetario internacional con medidas como la creación de los Derechos Especiales de Giro, emitidos por el FMI, como una moneda mundial que complementaría al dólar y le quitaría presiones, o el intento de los ministros de finanzas y banqueros centrales por construir un nuevo sistema de tipos de cambio fijo , todos los intentos, por mantener el pasado, fracasaron. La devaluación del dólar en 1971 y la adopción del régimen de tipo flotante en 1973, dieron el banderazo para que las principales monedas se fijaran de acuerdo a la oferta y la demanda; era otro objetivo monetarista de libre mercado. No se implementó la propuesta de Rueff –la vuelta al patrón metálico-, pero sí se consideró más adecuada la de Milton Friedman, el sistema de cambio flexible .
Para los gobiernos la explicación del desequilibrio monetario y financiero de fines de los sesenta y principios de los setenta se encontraba en niveles –digamos- superestructurales o al nivel de la economía monetaria, pero, también, se daban cuenta que era producto de problemas estructurales, de la economía real. Mas como gobernantes apremiados por el corto plazo, respondían a la presión de la coyuntura, atacando los síntomas, ya fuera la sub-sobrevaluación del tipo de cambio, la inflación, o el desempleo. Pasarían todavía algunos años para que decidieran concentrarse en atacar el síntoma más importante –desde el punto de vista de los intereses del capitalismo desarrollado en su conjunto- y a la vez, con un pequeño retraso, las causas más profundas de la crisis de la década de los setenta.
Con otras palabras, los marxistas explicaron también los graves problemas, no coyunturales del capitalismo; Michel Aglietta y los regulacionistas los vieron como la crisis del fordismo, una crisis del modo de acumulación y de regulación del capitalismo, de la organización del trabajo y de la reproducción de la relación salarial. La inflación -como fenómeno particular- era la manifestación de la crisis orgánica del fordismo; la inestabilidad financiera la vieron como la expresión de la crisis de la realización del valor de cambio, de la sobreacumulación de capital, de la caída de la tasa de ganancia y como la ruptura del proceso de acumulación.
Aglietta plantea que para superar la crisis orgánica del capitalismo, el sistema tiene la necesidad de transformar las estructuras y lograr una nueva cohesión social, compatible con una nueva relación salarial, que provoque una nueva baja a largo plazo del costo social de la reproducción de la fuerza de trabajo. Prevé la gestación del neofordismo -como la respuesta a la crisis de la reproducción de la relación salarial-, el predominio de la política monetaria con relación a la fiscal, una ofensiva general de los capitalistas para reducir los gastos sociales y una época de perturbaciones financieras para los organismos públicos. El sistema sólo podía salir de la crisis adaptándose a la ley de la acumulación –el núcleo del capitalismo-, creando nuevas condiciones de producción e intercambio que provocara una elevación duradera y masiva de la tasa de plusvalor. La crisis no significaba -para Aglietta- la desaparición irremediable del capitalismo .
Ernest Mandel ve el fin de la edad dorada del llamado capitalismo tardío o neocapitalismo -en la mitad de los sesenta- cuando el ejército industrial de reserva comenzó a disminuir estructuralmente, cuando los obreros comienzan a exigir y a recibir una mayor parte del pastel de la prosperidad, cuando los salarios reales aumentan más rápido que la producción física y la tasa de plusvalor comienza a bajar, mientras, sigue aumentando la composición orgánica del capital, la tasa de ganancia se “flexiona peligrosament”, y el ritmo de acumulación disminuye, el crecimiento capitalista se asfixia, y con ello, el margen de concesiones sociales. Entonces, se desencadena la lucha por aumentar la tasa de explotación por todas partes. Se produce una crisis de las relaciones de producción capitalista.
Mandel ve en esta crisis el rasgo dominante de los setenta, y signo de que el sistema social capitalista, en su “etapa decadente”, estaba maduro para desaparecer y ser reemplazado por otro sistema, el de los “productores asociados”. También, tenía claro que no existían “situaciones sin salida” para la burguesía imperialista, aunque fuera confrontada durante un largo periodo con situaciones de marasmo y crisis. Salida que podía encontrar si el proletariado no aprovechaba la ocasión para derribar “el reinado del capital” y tomar el poder, entonces su misma derrota se convertiría en un factor económico que fortalecería al capitalismo. Mandel no preveía derrotas históricas de la clase obrera, no le veía capacidad al sistema de reestructurarse a largo plazo y superar sus problemas .


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