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La Nueva Fase de Desarrollo Económico y Social del Capitalismo Mundial

José de Jesús Rodríguez Vargas

 

I NEOLIBERALISMO MONETARISTA VS KEYNESIANISMO

ECLECTICISMO Y ACEPTACIÓN: DÉCADA DE LOS SETENTA





Inglaterra va a representar el laboratorio de cambios de estrategias económicas. A la caída del gobierno conservador de Edward Heat, en 1974, en donde Margaret Thatcher había sido ministra de Educación, le sucede el gobierno laborista de Harold Wilson, que aplica un programa de inspiración keynesiana el cual propugna una mayor participación estatal, un impulso de las inversiones, la reestructuración de la industria, la imposición del control de salarios y de ganancias, la nacionalización de las empresas constructoras de barcos, de la industria aeronáutica, de la principal empresa automotriz; en este gobierno se nacionaliza también la primera constructora de herramientas, y se crea un organismo para reestructurar y dirigir las empresas estatales. Todas son medidas en la mejor tradición keynesiana, que, finalmente, no levantaron la economía inglesa y, en cambio, si estimularon la inflación, hasta tasas del 25 por ciento.
En 1976 asume el poder el laborista James Callaghan. De inmediato firma un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el 7 de junio, por medio del cual se concedía a Inglaterra un préstamo de 7.9 mil millones de dólares (19.4 mmd), el más grande otorgado a un país miembro. A cambio, el gobierno se comprometía a seguir una política restriccionista antiinflacionaria. Ahora, la nueva política laborista se guiaba por los principios monetaristas neoliberales de reducción del gasto público, limitación del crédito y reducción del circulante monetario. El 28 de septiembre de 1976 el primer ministro Callaghan dijo ante el Congreso del Partido Laborista: “durante mucho tiempo hemos creído que cabría evitar la recesión e impulsar el nivel de empleo disminuyendo los impuestos e incrementado el gasto público. Sinceramente, debo confesar que tal opción no es defendible y que, mientras se recurrió a ella, sólo sirvió para inyectar mayores niveles de desempleo. Tal es la historia de los últimos veinte años” . Era la negación de las políticas económicas que aplicaban los gobiernos occidentales desde la Segunda Guerra Mundial.
Aunque la crisis del keynesianismo se manifiesta desde la segunda mitad de la década de 1960, no va a ser sino hasta fines del decenio de 1970 en que realmente se adopta una política monetarista neoliberal firme y cada vez más predominante. Antes, la situación inflacionaria y el desequilibrio de la balanza de pagos habían determinado medidas monetarias pero combinadas con las políticas fiscales que producían resultados contraproducentes, porque no resolvían los problemas principales . Un ejemplo, es el paquete de medidas económicas del gobierno de Richard Nixon en Estados Unidos el 15 de agosto de 1971, en el que se decidió la inconvertibilidad del dólar en oro, devaluando la moneda, y, posteriormente, en 1973 se adoptó el sistema de flotación del tipo de cambio; se aplicó una política restriccionista y de reducción del presupuesto, aunque, también la política keynesiana del control de precios y salarios.
Fue una política que no dejó contentos ni a los keynesianos ni a los monetaristas. La misma situación ecléctica continuaría en el siguiente gobierno; a fines de 1974, el gobierno de Gerald Ford determinó que la “amenaza mayor era la inflación”, y medio año después, cuando se incrementó el desempleo, bajó la producción y se niveló la inflación, cambió la política porque para ese momento la recesión era la amenaza mayor . Durante la gestión del republicano Ford (1974-1976) se confrontaron las dos estrategias, una impulsada por el Presidente y otra por la mayoría demócrata en el Congreso. Una dirigida para controlar la inflación, la otra para salir de la recesión .
En ese periodo el Banco de Pagos Internacionales (BPI) también daba orientaciones. En el Informe Anual de 1972-73 se quejaba de que “atender a la opinión pública ha obligado a los gobiernos a otorgar elevada prioridad al pleno empleo y a la expansión económica, y (por tanto) la persecución de otros objetivos sólo puede ser parcial e intermitente”, se refiere a la inflación; objetivo que fracasaba por la moderación de las políticas monetarias, según ellos mismos advierten. En la misma reunión anual, en voz del presidente del congreso de directores y presidente del BPI, se pidió a los gobiernos que acabaran con la inflación con “la única forma de lograrlo”, es decir con el respaldo de la opinión pública “de las medidas antiinflacionarias, no a intervalos y de modo parcial, sino en forma vigorosa y persistente” .
El Fondo Monetario Internacional en su reunión anual de septiembre de 1974 parte del reconocimiento de la caída profunda de la producción y ubica a la inflación como “el problema económico predominante en todo el mundo”. Desde tiempo atrás venía alertando sobre la posibilidad de que los precios se aceleraran y sólo recomendaba las medidas combinadas; todavía en el año de 1974 y 1975 propone medidas cautelosas, ya que “los esfuerzos para combatir la inflación tropiezan con la disyuntiva de obtener resultados significativos en el frente de los precios sin afectar en forma indebidamente severa el crecimiento y el empleo” .
En la primera cumbre de países industrializados (G-7) en Rambouillet, Francia, en noviembre de 1975, se discutió la situación recesiva e inflacionaria de la economía mundial y se resolvió “acabar con la inflación y el desempleo” . Posteriormente, en junio de 1976 la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) adopta una estrategia antiinflacionaria en la que “se trata de aceptar, a regañadientes, una reducción del desempleo bastante lenta, por el momento, mientras se apaciguan las expectativas inflacionarias, a fin de lograr más tarde tasas más bajas de desempleo en condiciones no inflacionarias” . Dicha estrategia fue recomendada por un grupo de expertos internacionales, presididos por el ex-Jefe del Consejo de Asesores Económicos, Paul McCracken; concluyeron que era posible alcanzar -a la vez- el empleo y la estabilidad de precios en el mediano plazo, y, que era deseable y posible volver a lograr las tasas de crecimiento previas a 1973 con políticas expansionistas, hasta que el crecimiento del sector privado empezara a acelerarse por sí mismo. Esta estrategia se conoció como el “enfoque de la locomotora” y fue apoyada por el FMI, pero finalmente provocó más la inflación que crecimiento y arrojo una mala reputación a la llamada coordinación de políticas o “síntesis de objetivos”, ahora contrapuestos .
Esta situación ecléctica y dubitativa de la primera mitad de los setenta obedece a una situación sin precedentes: la recesión acompañada de inflación. Se atacó el fenómeno primeramente, reacción inmediata y normal, con políticas keynesianas de gasto y déficit público que condujeron a una inflación intolerable. Se adopta ante esta situación una política monetaria restriccionista, que provoca más recesión y desempleo, y de nuevo se retoma la política keynesiana. Se tenía que romper con ésta vacilante política, se tenía que definir el problema mayor y decidir atacarlo con una política a largo plazo.
En la reunión anual de 1976 del FMI se decide romper con la cohabitación de políticas económicas antagónicas. Se pasa de varios años de combate simultáneo con políticas combinadas a priorizar el enemigo; ahora, ya no son dos enemigos al mismo nivel, ya no más dos flancos a la vez. La estrategia es acabar primero con uno y después con el otro. Dejar que la recesión y el desempleo crezcan hasta que la inflación baje y se controle. En la histórica reunión de 1976 se ponen en la balanza los dos problema y se subraya que “el costo económico y social de la inflación, aunque menos inmediato y obvio que el desempleo, puede resultar todavía más corrosiva” y había que detenerla porque “en las circunstancias actuales, la continuación de la recuperación se vería amenazada por políticas que causen más inflación”. Desaparecen las graves preocupaciones sobre el desempleo de anteriores informes, ahora se aconseja “dejar que durante un tiempo, la tasa general de desempleo fuera más alta de lo que ha sido la norma en el pasado” .
La nueva orientación de política económica queda muy explícita con la explicación que hace el director-gerente del FMI en su discurso del 14 de octubre de 1976: “Como se señala en el Informe Anual, actualmente se está de acuerdo en general en que sería erróneo basar las políticas en una hipótesis de una elección a largo plazo entre la inflación y el desempleo. Los resultados obtenidos últimamente indican claramente que los efectos de las políticas destinadas a estimular el crecimiento y el empleo pueden ser muy transitorias si no disminuye la elevada inflación actual de precios y se reducen en gran medida las expectativas inflacionarias. Sólo se podrá moderar la inflación si las políticas fiscal y monetaria logran moderar y mantener bajo control la expansión de la demanda agregada. Deben seguirse firmemente estas políticas y no deben disimularse sus riesgos como ocurrió a fines de la década de 1960 y principios de la de 1970 para forzar un aumento a corto plazo de la producción” .
Desde 1975, año de la recesión generalizada, se celebran reuniones cumbres de los siete países industrializados para analizar y tomar decisiones sobre la economía mundial. Es en el cónclave de Londres, en 1977, en la que se decidió hacer de –lo que yo llamo- la “revolución antikeynesiana” la doctrina oficial. Le correspondió al primer ministro laborista, Callaghan, en los mismos terrenos en donde surgió el keynesianismo, darle el golpe; dijo en forma sencilla y clara: “se decidió dejar de lado la fórmula de Keynes, consistente en alentar periódicamente la inflación bajo la cobertura de un ‘estímulo a la demanda’ ya que –prosigue- actualmente se admite que, a la larga, tal estrategia es la responsable de una situación que impide el pleno empleo” .
En el Informe de 1979 de las Naciones Unidas se reconoce que en el último período la política monetaria se colocó a “la vanguardia de las medidas antiinflacionarias”, acentuándose el control de la oferta monetaria más que el precio del crédito o tasa de interés, “además, -continúa el Informe- los gobiernos se propusieron, y siguen proponiendo, reforzar las medidas monetarias restrictivas reduciendo sus actuales déficit presupuestarios”. El mismo organismo reconoce “ineficacia de los instrumentos tributarios y monetarios tradicionales para hacer frente al empeoramiento de la interacción, entre las medidas antiinflacionarias y las destinadas a combatir el desempleo” .
Estas declaraciones y las primeras acciones acababan con la política del pleno empleo keynesiano y empujaban al primer plano a los teóricos monetaristas. Ahora coincidían los organismos internacionales y los gobernantes con las tesis monetaristas y neoliberales.
 


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