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EL TERRITORIO Y LOS LÍMITES DEL CRECIMIENTO

 

Como se ha visto en el epígrafe anterior, las aproximaciones económico – espaciales  tratan de analizar, sobre todo, la contribución del territorio a los procesos de crecimiento y acumulación de capital. Pero, siendo así, habría que plantearse los efectos que sobre el espacio tienen estos procesos. Los procesos de crecimiento no son espacialmente neutros. Esto ya era reconocido por el propio Alfred Weber. Por el contrario, los procesos de crecimiento modifican profundamente el carácter y el uso de los territorios en los que este tiene lugar.

 

Los procesos de crecimiento, como consecuencia de una serie de convenciones dominantes en la ciencia económica, se analizan sobre la base del estudio de una serie de agregados monetarios que, por tanto, no tienen en consideración los flujos de materiales y energía (Naredo, 1987). Se trata, por tanto, de una visión cerrada de los procesos económicos donde éstos se reducen a la creación de valores de cambio, sin entrar a considerar las transformaciones en la base natural inducidos por estos procesos. En este sentido, esto se corresponde con:

 

“...la perspectiva que de la vida económica tiene el hombre de negocios y ello porque, si solamente se contempla el dinero, lo único que puede verse es que éste va precisamente de una mano a otra: excepto en el caso de un accidente lamentable, nunca sale del proceso económico” (Georgescu – Roegen, 1996, pag 46)

 

Sin embargo, los procesos de crecimiento tienen su correlato en la existencia de flujos de materiales y energía que entran y que salen del sistema económico. En este sentido, la consideración de las implicaciones físicas de los procesos de crecimiento y acumulación de capital modifica por completo la visión “cerrada” de la dinámica de reproducción capitalista (Georgescu – Roegen, 1996 ). Estas modificaciones afectan a la distribución espacial de la población, de las actividades económicas, a la forma de explotación de los recursos naturales (es decir, en definitiva del espacio) por parte de las sociedades humanas etc. El problema sería el siguiente: ¿existen límites físicos que puedan suponer un freno al crecimiento de los valores monetarios tal y cómo hoy día tienen lugar estos procesos? ¿y si existen cómo se manifiestan?

 

En principio, lo primero que hay que afirmar es que la existencia de un espacio físico, un territorio es una limitación a los procesos de acumulación de capital. Estos se basan en una expansión de la actividad mercantil para la que la presencia de un espacio físico supone una restricción para la circulación de las mercancías.Por tanto, ya en los primeros estadios del capitalismo se produjeron una serie de “revoluciones en el transporte” que modificaron sustancialmente las relaciones económico espaciales existentes. D. Harvey lo define del siguiente modo.

 

“el capitalismo se encuentra necesariamente orientado al crecimiento, es dinámico tecnológicamente hablando y tendente a entrar en crisis. Puede caer temporalmente y superar parcialmente crisis de sobreacumulación ... A través de la expansión geográfica. Existen dos facetas de este proceso. En primer lugar, la exportación de capital ... En segundo lugar,  las relaciones espaciales pueden ser revolucionadas a través de cambios tecnológicos y organizativos que “aniquilan el espacio a través del tiempo”. Estas revoluciones (el impacto de   canales, ferrocarriles, automóviles, transporte aéreo o telecomunicaciones) modifican el carácter de los lugares...en cada caso, se desarrollan nuevas redes de relaciones entre diferentes lugares y alrededor de las mismas nuevas divisiones espaciales del trabajo, nuevas concentraciones humanas y de fuerza de trabajo, nuevas actividades de extracción de recursos y nuevas formas de mercado” [1]

 

Pero por estas mismas razones, el aumento de las necesidades de transporte que permiten la “aniquilación del espacio a través del tiempo” significa un crecimiento del consumo energético a escala mundial. Hablar hoy día de espacio, supone hablar de estas grandes obras de infraestructuras. Por ejemplo P. Veltz (1995) realiza un análisis muy brillante de la dinámica espacial de las economías contemporáneas, proponiendo para ello un concepto, las “economías de archipiélago”. Éste se refiere a las relaciones privilegiadas mantenidas entre determinados territorios, normalmente grandes regiones metropolitanas, sobre la base de la existencia de importantes infraestructuras (terrestres, aéreas, de telecomunicaciones) que los relacionan. Las economías de archipiélago son el resultado de una transformación continua del espacio a partir de las sucesivas revoluciones de las comunicaciones. Por tanto, son indisociables de los patrones de consumo inducido por esta forma de concepción del transporte. Es decir, cualquier restricción en la existencia de fuentes energéticas abundantes y baratas tendría un impacto muy significativo sobre la forma de utilización del espacio y sobre las relaciones entre los distintos territorios. El problema fundamental desde esta perspectiva es doble:

 

·        Por un lado, los procesos de crecimiento industrial y la consecuente transformación del espacio que multiplica las actividades de transporte de personas y mercancías, suponen un consumo creciente de energía que se encuentra más allá de la capacidad de absorción por parte del entorno físico en el que estas actividades se desarrollan.

 

·        Por otra parte, las actividades de transporte y el resto de actividades industriales, fuertemente consumidoras de energía, en la actualidad, se sustentan sobre un conjunto de fuentes energéticas agotables. Al mismo tiempo, los procesos industriales precisan de una serie de materias primas que tampoco son producidas, como ingenuamente supone la economía convencional, sino que son extraídas. Forman, por tanto, parte de un “stock” de materias primas existentes en el planeta. Generalmente, se considera que las mismas pueden ser objeto de una perfecta sustituibilidad por otro tipo de materiales. No obstante, algunos autores han demostrado la imposibilidad de sustitución infinita de materiales con características cualitativamente distintas (Georgescu – Roegen, 1996).

 

Adicionalmente, la distribución en el consumo de estos recursos naturales no es ni mucho menos igualitaria. Los países centrales y, dentro de ellos, las principales áreas urbanas, consumen una gran parte de los recursos energéticos y no energéticos existentes a escala mundial. De este modo, hoy día crecer significa “echar más leña” a ese proceso. Es decir, aumentar las necesidades de transporte, los consumos energéticos per cápita, etc. Cuanto más capacidad de producir este tipo de gasto tenga un país tanto más elevado será su producto interior bruto.

 

En el caso de las sociedades periféricas la situación es muy distinta. La desfavorable posición de estos territorios en la división internacional del trabajo los hace exportadores de producciones naturales con un bajo nivel de entropía, es decir, los hace exportadores de “entropía positiva” necesaria para el funcionamiento de los cuerpos sociales del norte del planeta. Es decir, los procesos de crecimiento urbano – industrial de los países centrales se basan en flujos de materiales y energía procedentes en su mayoría de regiones periféricas. Por ello, la reproducción de sus cuerpos sociales no puede asegurarse sino a través de la gestión de flujos de materiales y energía mucho más modestos.

 

Por ello, los actuales patrones de consumo energético no pueden mantenerse a largo plazo. Esto, a su vez, limita la continua modificación del carácter de los lugares, característico de la organización capitalista de la producción y, por tanto, las actuales relaciones entre distintos entornos espaciales que, como se ya se ha afirmado, aparecen en la actualidad mediatizadas por la competencia.


 


 


[1] Traducción personal del autor.