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TEORÍA DEL CENTRO Y LA PERIFERIA

 

Otro intento por comprender la relación entre economía y territorio fue el realizado a finales de los 60 y principios de los 70 por la Teoría del Intercambio Desigual [1](Amin, 1974, Enmanuel, 1975). El objetivo de estos teóricos era entender el funcionamiento de las economías subdesarrolladas (que ellos denominan periféricas) a partir de la consideración de los principales rasgos constitutivos de las mismas. Para ello, era necesario, en primer lugar, la realización de un análisis histórico. Con él se pretendía indagar en la génesis y modo de funcionamiento de las principales relaciones y actividades económicas en la periferia. Es decir, se buscaba identificar las estructuras socioeconómicas más importantes de la realidades analizadas, así como estudiar su evolución[2]. Esto, a su vez, propiciaba el desarrollo de un marco diferenciado que servía al análisis de las sociedades periféricas sin la servidumbre que suponía compararlas continuamente a las economías capitalistas más avanzadas En este sentido, se considera que las economías periféricas tienen una forma de funcionamiento radicalmente distinta a las economías centrales.

 

La razón fundamental de esta diferencia estriba en que los procesos de acumulación a escala mundial se dirigen desde los espacios centrales, mientras que se proyectan, sólo de forma deformada, en los espacios periféricos. En los mismos, consecuentemente, las decisiones de los agentes productivos se encuentran muy condicionadas por el funcionamiento global del sistema económico. En concreto, la posibilidad de un desarrollo industrial autocentrado[3] en economías periféricas no es factible. Por ello, la industria local, sometida a intensos procesos de competencia para los que no se encontraba preparada, ha visto truncado su acceso a la “modernidad”, convirtiéndose en un residuo sin capacidad competitiva en mercados capitalistas. Por otro lado, se produce, en estos espacios, un proceso de implantación de modernas industrias, como consecuencia de la “deslocalización” de algunas actividades industriales tradicionalmente producidas en los países centrales. Pero las mismas se constituyen en enclaves aislados sin conexión con el tejido económico local[4] (Amin, 1974).

 

De esta forma, la Teoría del Centro y la Periferia ve los patrones de localización de las actividades industriales en las sociedades periféricas de forma muy distinta a la Teoría Neoclásica de la Localización. Las industrias poco eficientes, herencia de un artesanado de tipo tradicional, tienden a encontrarse localizadas de forma muy dispersa y, en ocasiones, muy cerca de las materias primas que son la base de su funcionamiento. Por el contrario, las industrias modernas se sitúan en enclaves concretos, en ocasiones, también cercanos a los puntos de abastecimiento de materias primas o, por el contrario, cercanos a zonas bien comunicadas con el exterior. En este sentido, no es que se niegue todo lo dicho por la Teoría de la Localización, sino que se considera, sencillamente superficial (Amin, 1974).[5]

 

Las Teorías del Centro y la Periferia se han utilizado igualmente para explicar los patrones de localización en el interior de las economías de los países centrales (Keeble, 1976, Veltz 1995). En este sentido, se ha partido de consideraciones similares. La dinámica económico – territorial es generada por unos pocos territorios (en el caso de Inglaterra el Sureste, en Francia la región parisina) quedando el resto supeditada a los patrones de difusión industrial generados por los mismos. De esta forma, durante el período de expansión postbélico se asiste a la concentración de la actividad económica en ciertos territorios. Simultáneamente, se produce una difusión de la actividad industrial de determinados sectores hacia ciudades pequeñas (“capitales de provincia”) de regiones tradicionalmente agrícolas que, con todo, poseen un escaso nivel de arraigo en las regiones en las que se implantan. Estas aproximaciones también tienen una serie de limitaciones:

 

¨      En primer lugar, la propia utilización de los conceptos de centro y periferia. La diversidad en el interior de ellos, aunque reconocida, tiene una importancia menor en el análisis. Esto es especialmente grave cuando, sobre todo, en las realidades “periféricas” existe una gran heterogeneidad que hace que su evolución histórica presente claras diferencias.[6]

 

¨      En segundo lugar, la negación de la posibilidad de rearticular los patrones de acumulación y, por tanto, de localización en las realidades periféricas, independientemente de la heterogeneidad existente en la misma. Es decir, estos autores, tras realizar un análisis histórico, identifican una “trayectoria”, un modelo de transformación de las realidades económicas y sociales, pero son muy “pesimistas” a la hora de considerar que esta senda pueda ser modificada a partir de adecuadas políticas públicas, de la movilización social o de cualquier otro mecanismo de intervención. Esto casa mal con una realidad tremendamente heterogénea donde las diferencias en su evolución son importantes y, por tanto, su evolución futura mucho más dispar de lo que estos autores reconocen.

 

La diferente evolución de distintas realidades tanto “centrales” como “periféricas” en los años siguientes va a poner de manifiesto la necesidad de avanzar en el estudio de la diversidad espacial, pero también social y cultural del capitalismo contemporáneo.


 


[1] Realmente, estos autores toman la mayor parte de los conceptos utilizados de los trabajos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Lo que ocurre es que se trata de análisis referidos fundamentalmente a la realidad latinoaméricana. La aportación de autores como S. Amín y A. Emmanuel es precisamente teorizar un cuadro de análisis aplicable al conjunto de realidades periféricas.

 

[2] Esta es, simplemente, una muy breve descripción del método histórico – estructural.

[3] Es decir, realizado de forma socialmente análoga al existente en las Economías centrales.

 

[4] De ahí la afirmación del carácter dual de la industria en las sociedades periféricas y la ausencia de rasgos comunes entre una industria tradicional, poco competitiva y socialmente muy arraigada y una industria moderna, muy competitiva, pero con una escasa relación con el tejido económico del entorno que la rodea.

 

[5] Realmente, aunque ambas tienen un substrato espacial, la problemática analizada por una y otra son muy diferentes. La teoría de la localización estudia la determinación de patrones de localización óptimas dados una serie de datos. Pero algunos de los elementos que se consideran dados, como por ejemplo, los lugares de residencia de la población son, en realidad, variables que cambian con el tiempo. Las teorías del intercambio desigual hacen un análisis mucho más a largo plazo y, por tanto, se interesan por el cambio de muchos de los elementos que desde la visión neoclásica se consideran como constantes. Por eso se afirma que la teoría de la localización en relación a las aproximaciones centro – periferia es simplemente superficial.

[6] Quizá sea una limitación comprensible en el momento histórico en el que estas aproximaciones se desarrollan, ya que como indica S. Amin, durante el período que va desde finales de la 2ª guerra mundial hasta finales de los 70, el mundo se rige por tres modelos: el Fordismo en Occidente, el Sovietismo en la URSS y sus satélites y el Desarrollismo en el Sur. Este último genera la conciencia de existencia de una serie de problemas comunes, que pueden y deben ser afrontados a partir de una serie de iniciativas. En este sentido, las teorías del intercambio desigual no serían más que un reflejo de ese estado de cosas.