COMPETENCIAS EMOCIONALES Y RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS INTERPERSONALES EN EL AULA

Lucicleide De Souza Barcelar

EL PAPEL DE LA EDUCACIÓN Y LAS COMPETENCIAS EMOCIONALES DEL PROFESOR

La educación tradicional se ha interesado y centrado en enseñar conocimientos enfatizando lo cognitivo con olvido de la dimensión socio-afectiva y emocional. Actualmente la educación entiende que además de promover el desarrollo cognitivo debe completarse promoviendo el desarrollo social y emocional. Así pues la educación debe orientarse al pleno desarrollo de la personalidad del alumno: cognitivo, afectivo, social y moral. Ello es, además, garantía de prevención de problemas de violencia y psicopatologías que aquejan la sociedad (Tríanes y García Correa, 2002: 176).

De acuerdo al informe de Delors (1996) la educación debería guiarse desde 4 aspectos básicos:

• Aprender a conocer;
• Aprender a hacer;
• Aprender a ser;
• Aprender a vivir juntos.

El docente además de las competencias pedagógicas, debería poseer competencias para proporcionar el desarrollo personal del alumnado a través de los dos aspectos considerados fundamental: Aprender a ser (hace referencia  el desarrollo de las capacidades de la inteligencia intrapersonal) y  Aprender a vivir juntos (contempla el desarrollo de las capacidades de la inteligencia interpersonal).

La función esencial de la educación es conferir a todos los seres humanos la libertad de pensamiento, de juicio de sentimientos y de imaginación que necesitan para que sus talentos alcancen la plenitud y seguir siendo artífices, en la medida de lo posible de su destino (Delors, 1996: 107).

Es decir, en la actualidad cada vez más son los estudiosos e investigadores que proponen que la educación debe proporcionar el pleno desarrollo de la personalidad integral del individuo. En esta dirección Bisquerra (2003: 17)  afirma que el desarrollo puede distinguirse como mínimo desde dos grandes aspectos: el desarrollo cognitivo y el desarrollo emocional. Siguiendo esta dinámica el papel del profesor también cambia:

“El rol tradicional del profesor, centrado en la transmisión de conocimientos, está cambiando. La obsolescencia del conocimiento y las nuevas tecnologías conllevan a que la persona adquiere conocimientos en el momento que los necesita. En este marco, la dimensión de apoyo emocional del profesorado en el proceso de aprendizaje pasa a ser esencial. En el siglo XXI probablemente se pase de rol tradicional del profesor instructor centrado en la materia a un educador que orienta el aprendizaje del estudiante, al cual presta apoyo emocional” Bisquerra (2003: 17).

No obstante para la transmisión de conocimiento en el espacio formal educativo, son necesarias ciertas competencias emocionales, como ejemplo la empatía, la escucha activa, las cuales son pertinentes que posea el docente. En este sentido Codina (2003:30) apunta que cuando las emociones son determinantes para que una acción educativa sea eficaz, ha de tener prioritariamente en cuenta el bagaje emocional del alumno y del colectivo, así como también su gradual desarrollo.

Las criaturas deben sentir en las maestras y en los maestros la persona que hay en ellos para poder establecer relaciones positivas, claras, auténticas. Personas que les acogen, les quieren, les escuchan y también que les contienen y les limitan. Personas que deben caracterizarse por su disponibilidad corporal, afectiva e intelectual. Personas que creen que a partir de las relaciones positivas próximas se puede influir en ámbitos más generales porque se tiene esperanza optimista en la vida y, en definitiva, se tiene el convencimiento de que la educación emocional de nuestros pequeños contribuye a la madurez emocional de jóvenes y adultos” (Gómez Bruguera, 2003: 36).

La relación empática que debe establecerse necesariamente en la escuela y en la clase para crear vínculos positivos y nutritivos con los niños y niñas, requieren una gran madurez emocional por parte de las maestras y de los maestros. Porque la empatía no es únicamente la capacidad de sintonizar emocionalmente con los demás, sino que requiere una actitud de saberse y sentirse como el otro pero sin confundirse con él. Es necesario el respecto por los demás y por uno mismo. Y esto requiere cierta distancia, que no significa frialdad, para saberse y sentirse como el otro y no confundirse con él (Gómez Bruguera, 2003: 36).

El profesor es un modelo de comportamiento a seguir. Un profesor empático generará empatía en sus alumnos, el ponerse en el lugar del otro, es un aspecto fundamental en las relaciones interpersonales. El profesor empático necesitará de habilidades necesarias para desarrollar esta capacidad en cada uno de sus alumnos.

Ibarrola (2003) comenta que educar desde la  inteligencia emocional  implica que el profesorado sepa identificar sus sentimientos y emociones, sepa controlar su expresión, no reprimirla sino ofrecer modelos adecuados de expresión sobre todo cuando se trata de emociones negativas que suelen ser más difíciles de comunicar de una forma respetuosa. Evidentemente la educación de las emociones requiere una formación inicial pero también una formación permanente. Este tipo de educación es además importante porque puede convertirse en una prevención in-específica, -prevención de estrés, de la depresión, de los conflictos interpersonales-, y a la vez potencia su desarrollo como persona.

La interacción del profesor con los alumnos es una fuente inagotable de oportunidades para trabajar el desarrollo emocional y en realidad aprovecharlas solo requiere una mejor comprensión del desarrollo emocional y el papel que tiene la escuela es fundamental (Sala, 2002).

En esta dirección, comprendemos que el profesor ejerce un papel de líder dentro del aula y como tal necesita tener determinadas competencias emocionales para que estas puedan servir de modelo a su alumnado. En este sentido el ejemplo que a continuación utilizamos de Goleman (2002), el cual hace referencia del líder y los subordinados en la empresa, pero que muestra la importancia de la emocionalidad (sobretodo de la empatía) y la gestión de los conflictos.

“La tríada formada por la Consciencia de uno mismo, la autogestión y la empatía convergen en la gestión de las relaciones, la última de las dimensiones de la inteligencia emocional, que incluye las herramientas más patentes del liderazgo, como la persuasión, la gestión de los conflictos y la colaboración. Esta es una habilidad que contribuye a la adecuada gestión de las emociones de los demás para lo cual, evidentemente, es preciso que el líder sea consciente de sus propias emociones y sea capaz también de sintonizar empáticamente con sus subordinados”(Goleman: 2002: 84-85).

La relación entre maestro y alumno es difícil, no se debe precisamente a un déficit de contacto. En la escuela de la comunicación hay problemas de incomunicación, algo que no ocurre por falta de intercambio, jamás se había hablado en clase tanto como ahora, sino por la falta de comprensión. Los alumnos y las alumnas son poco capaces de ponerse en el lugar del profesor, y el profesor por lo general, tampoco consigue ponerse en lugar de los jóvenes (Cardús, 2001: 61).

Conforme a lo afirmado por  Fabra y Doménech (2001), los alumnos perciben a los profesores con ciertas limitaciones o comportamiento desfavorable para la enseñanza. Veamos los principales puntos señalados por los alumnos:

Entendemos que los alumnos tienen juicios positivos o negativos hacia los docentes. En el escenario de la educación formal, tenemos el profesor como agente referente máximo de la educación de sus alumnos, no sólo es importante el profesor en la transmisión del saber formal (tecnificado), pero más bien si pone de relieve el saber a ser y a vivir juntos tal como menciona Delors (1996). En este caso  se hace evidente la importancia del manejo de las competencias emocionales del profesor en el aprendizaje de sus alumnos, como la motivación, habilidad social, comunicacional. Y sobretodo tener auto-control, ya que juega papel fundamental para la gestión de situaciones de estrés.

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