Tesis doctorales de Ciencias Sociales

LAS DOCTRINAS POLÍTICAS DEL PARTIDO ACCIÓN NACIONAL: DEL FALANGISMO A LA DEMOCRACIA CRISTIANA

Héctor Gómez Peralta
 




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2.3 El Humanismo Político de Efraín González Luna.

Acción Nacional no puede estar ligada nunca a un episodio electoral. Acción Nacional no puede fincar, no puede arriesgar, mejor dicho, el tesoro inestimable de sus posibilidades de salvación futura de México, en el episodio efímero, contingente de la elección próxima.

Efraín González Luna

Efraín González Luna nació en 1898 en Autlán, Jalisco, en el seno de una devota familia católica, y al mismo tiempo una de las más acomodadas de la región. Estudió en el Colegio del Sagrado Corazón que se encontraba en su comunidad de origen, posteriormente en el Instituto San José en Guadalajara. De allí pasó a la Universidad Morelos y posteriormente al Liceo del estado donde terminó la preparatoria, para finalmente obtener el título de abogado en la Escuela de Jurisprudencia de Jalisco en 1920. En 1916, como miembro de la ACJM, conoció a Anacleto González Flores, uno de los principales líderes cristeros, el cual condujo a González Luna al “Círculo León XIII”, donde se aprendían las enseñanzas de la Rerum Novarum con lo que se convirtió al llamado catolicismo social. Sin embargo, González Luna rechazó la invitación de Anacleto de unirse a la rebelión cristera en 1926, arguyendo que no estaba de acuerdo con el uso de la violencia, pero mantuvo el apoyo hacia González Flores y a la ACJM (de la que formaba parte la CNECM-UNEC) .

Además del argumento de González Luna sobre su rechazo a la violencia para no participar en el movimiento armado de los católicos, él en lo personal tenía mucho que perder en caso de que se hubiera alzado en rebelión contra el gobierno de Plutarco Elías Calles, pues en 1923 había contraído matrimonio con Amparo Morfín, perteneciente a una de las familias más importantes de Guadalajara, volviéndose apoderado del Banco Refaccionario y del Banco Nacional de México en Guadalajara, así como abogado consultor de la Cámara Nacional de Comercio de Guadalajara y de la Arquidiócesis de la misma ciudad. También formó parte del Consejo de Administración del Banco Provincial de Jalisco. Desde su adolescencia, González Luna participó activamente en la ACJM dictando conferencias y como lector de los seminarios que la asociación organizaba, lo cual le granjeó un enorme prestigio dentro del mundo católico como intelectual respetado y admirado. En 1937 conoce a Gómez Morin, por medio de los ex-alumnos de éste último que militaban en la UNEC y la ACJM, el cual lo invitó a sumarse a su proyecto partidista, lo cual González Luna aceptó entusiasmado .

Consecuencia del abrumador liderazgo de Manuel Gómez Morin en los primeros años del partido, es un lugar común que su proyecto y pensamiento ocupe un lugar central al hablar del PAN y su doctrina. Pero conforme se fue eclipsando el proyecto de Gómez Morin al terminar la Segunda Guerra Mundial, las posiciones ideológicas de Efraín González Luna fueron convirtiéndose en la doctrina dominante entre los panistas, sobre todo en la cúpula del partido, lo cual significó un viraje hacia posturas más intransigentes que aislaron al panismo del resto del sistema político mexicano. Pero, ¿en qué consistía su doctrina?, ¿qué similitudes y diferencias tenía su doctrina con el proyecto de Gómez Morin?, y, ¿qué papel tuvieron los elementos que integraron su doctrina y acción política en el intento fallido de los nuevos militantes de los años 60, que buscaban que Acción Nacional formara parte de la Democracia Cristiana internacional?

El PAN nació con una naturaleza dual, por un lado la postura modernizadora y secular de Gómez Morin, y por otro la corriente social-católica cuyo liderazgo fue recayendo en la figura de Efraín González Luna.

González Luna era un intelectual y místico católico que consideraba que por medio de la acción política y la búsqueda del Bien Común, se podía conseguir la salvación del alma. Concebía al PAN como una organización política de católicos para católicos, es decir, con una doctrina y proyecto partidista con una explícita referencia en la doctrina de la Iglesia y herederos de la lucha histórica de los católicos contra las políticas liberales y socialistas; donde los católicos rompieran con la sumisión y resignación política que la Constitución mexicana les impuso . Pero su doctrina pertenecía a un humanismo bastante progresista, y muy cercano a las posiciones ideológicas del movimiento Demócrata Cristiano internacional sobre el poder político, el individuo, la economía, y la sociedad en su conjunto.

Expondré la doctrina que construyó Efraín González Luna en sus cuatro elementos clave: el personalismo, la hispanidad, el catolicismo y, por último, democracia y elecciones.

El personalismo católico y el Bien Común

Frente al individuo liberal, González Luna rescató de la tradición neo-tomista el concepto de Persona, con una referencia explícita en la obra de Jacques Maritain .

La característica del individuo de la doctrina liberal clásica es ser aislado y solitario. Como argumentó Rousseau, “el hombre es naturalmente solitario, pero puede ser solidario”. Dicha soledad es entendida como el hecho de que el individuo no puede tener vínculos que le vengan impuestos por el nacimiento o del exterior, sino simplemente los lazos que él ha contraído de manera “libre y voluntaria” para su propio beneficio.

La Persona en la doctrina de González Luna es, ante todo, un ser social y comunitario por naturaleza, no resultado de un frío cálculo racional para su propio beneficio. Pero a diferencia del pensamiento socialista de la época que consideraba al individuo un mero objeto de las fuerzas inexorables de la historia, y en muchos casos subordinado totalmente a los intereses del Estado, la Persona es un ser humano autónomo y subsistente en sí mismo.

La Persona no es ni un individuo aislado, ni un objeto de la comunidad política, sino un ser humano que, al ser hecho a imagen y semejanza de Dios, es individualmente valioso, merecedor de respeto y dignidad, sin importar la raza, el credo o lo humilde que sea su extracción social. No se plantea la eliminación de las desigualdades, sino el respeto entre los diferentes grupos.

En oposición tanto al homo economicus del laissez faire, que considera a la moral algo subordinado a la racionalidad del mercado, como al marxismo, que concibe a la cultura y la religiosidad como elementos subordinados al modo de producción históricamente existente, la Persona es un individuo integral, es decir, un ser humano que concentra en sí mismo todas las esferas de la vida social, sin separación de la moral con el resto de los aspectos de la vida, incluyendo la economía y la política.

La Persona tiene de manera natural e inalienable el deseo y el derecho de “buscar la realización de su destino y su salvación”, buscando superar el “bien temporal” y alcanzar el “bien absoluto” . Pero la Persona es un ser limitado e incapaz de lograr semejante objetivo por sí sólo, por lo que su inclinación natural es ampararse en ciertas instituciones. La primera de esas instituciones es la familia, la cual lo educa, lo protege y entrega a formas superiores de comunidad, a las cuales también tiene una inclinación natural y espontánea. Tal es el caso del municipio, y más tarde de la provincia, que es la organización municipal en forma regional; posteriormente las organizaciones para fines especiales, como son la Iglesia o los gremios laborales o de profesión, hasta llegar a la forma de organización social suprema: el Estado-Nación.

En el enfoque de esta doctrina, la relación entre la Persona como ser individual y el Estado como comunidad política, está completamente libre de todo antagonismo. Por el contrario, esta jerarquización orgánica de la sociedad permite la realización y perfeccionamiento de los seres humanos que la integran. Lo anterior se logra gracias a otro concepto tomado directamente de las Encíclicas sociales: el Bien Común.

El Bien Común es la idea de que el objetivo, tanto de los individuos como de todas las comunidades que integran a la sociedad, debe de ser la realización “temporal y definitiva” de cada una de las partes que integran al todo, sin exclusión ni preferencia hacia algún sector en particular. De esa manera se condenan tanto que el Estado beneficie al proletariado, como a la burguesía. Se clama por la colaboración de todos y cada uno de los sectores de la jerarquía social para alcanzar el Bien Común.

El concepto tiene su origen en una concepción de la sociedad como cuerpo humano, donde cada parte del organismo es diferente, cada una recibe recursos según su función, pero por muy elemental que sea su cargo, es importante para el correcto funcionamiento del todo. Cada una de las partes diferentes entre sí, buscan su propia realización, que sólo se puede lograr trabajando en conjunto. Las partes del cuerpo trabajando por separado (o peor aún, compitiendo darwinianamente) perecerían.

Se piensa que el bienestar colectivo no es la negación del bienestar individual o de clase, sino por el contrario, es la suma de la realización de “la salvación” y el “destino” de cada uno de los actores sociales, resultado de que la naturaleza moral del hombre se inclina hacia el amor y la solidaridad con sus semejantes .

En realidad, el pretendido conflicto entre el bien personal y el Bien Común no existe. Esa pugna dramática entre el hombre y la comunidad no existe en la doctrina: es desorden de hecho. Es el mismo bien humano al que persiguen el personal y la comunidad social. Porque el hombre no solo puede llegar a su bien personal, la naturaleza le ha organizado la convivencia social, y el Bien Común no es otra cosa que el conjunto de condiciones de la vida social que permitan al hombre personal realizar su destino, cumplir su naturaleza, perfeccionar su ser, es decir, alcanzar su bien. No puede haber entre ellos oposición .

En esa línea de ideas, aunque la propiedad privada es un derecho natural, no es un principio absoluto, sino que está condicionada por el concepto de “hipoteca social”, que se refiere a que Dios le da al hombre el derecho de poseer algo no para que sea usado para destruir o hacer un mal, sino para que, con responsabilidad social, se obtenga un beneficio para la familia, la comunidad, y por consecuencia, el resto de la humanidad .

Hispanismo, Panamericanismo y Nacionalismo

La peculiar idea que tenía Efraín González Luna sobre la Hispanidad, con diferencias con el concepto de Gómez Morin, se convirtió en la doctrina panista que condicionó la visión del partido en temas como las relaciones internacionales y el indigenismo.

La primera característica del hispanismo de González Luna, es hacer una notable diferencia entre la América “que aún reza a Jesucristo y aún habla en español”, sobre el resto de las naciones que integran a esa familia cultural llamada Hispanidad. Esa diferencia es el mestizaje, el cual es motivo de gran orgullo e “idea central de todo esfuerzo de salvación”, pues es la diferencia entre el hispanismo y el imperialismo moderno, protagonizado principalmente por las naciones anglófonas y protestantes, que no llega más allá de la “técnica de explotación económica”.

En la doctrina de González Luna, el mestizaje que se realizó entre España y las comunidades indígenas, “desde los Reyes católicos hasta la Independencia”, fue la realización práctica de las tesis cristianas de igualdad radical de la especie humana. Dicho mestizaje, lejos de ser un defecto o trauma de nuestra identidad nacional, para González Luna era un motivo de orgullo y, como no fue un mestizaje solamente biológico sino ante todo espiritual, ha sido una vía de salvación para el indígena, al entrar dentro de la cristiana familia de la Hispanidad, abandonando con ello la “brutal y sanguinaria” religión de Huitzilopochtli .

A pesar de lo anterior, Efraín González Luna no tenía en mente una restauración de la hegemonía económica y política de España. Si bien reconocía el carácter que “la madre patria” tenía como “centro de gravedad”, no pretendía que España tuviera algún tipo de derecho sobre América. González Luna concebía a la Hispanidad como una comunidad de Estados soberanos, unidos para preservar los valores de la civilización occidental frente a sus enemigos, principalmente el comunismo .

Para González Luna, no existía ninguna contradicción entre su nacionalismo antiimperialista y la búsqueda de la “hegemonía espiritual de España”, porque en su doctrina todos los pueblos que integramos a la Hispanidad, tenemos la misma esencia cultural, por lo que en lugar de ser un sometimiento, la “articulación con España” protegería a México “de la virulenta invasión de tendencias extrañas” que nos “condenarían a la imitación” :

En cambio, las fuerzas antinacionales, las que sirven a ideologías e intereses extraños, las que se manifiestan en explosiones de violencia y aclamaciones al Partido Comunista y a la Unión Soviética (…) en un episodio característico de esta situación el principio de alianza entre el PRM y el Partido Comunista, anunciado en ocasión reciente (…) para atacar el mal en su raíz, para ésta lucha, llama Acción Nacional a la conciencia y al corazón de los mexicanos.

Sobre la relación que debían de tener las naciones de la Hispanidad con los países con quien México se había aliado en la Segunda Guerra mundial, principalmente con Estados Unidos -país con quien el pensamiento católico ha sido muchas veces agresivo por ser protestante y liberal-, Efraín González Luna tenía una postura muy similar a la política del Buen Vecino, que en ese entonces impulsaba el presidente estadounidense Roosevelt.

El panamericanismo de González Luna consistía en lo que él llamaba “comunidad ecuménica”, donde se debía de renunciar “a pretensiones de hegemonía” por parte de Estados Unidos para con las naciones hispánicas, y en su lugar existiera una “amistad en el Nuevo Mundo” para preservar los valores de Occidente. Colaborar no sólo en materia comercial, sino en el asunto que más le preocupaba a González Luna, en lo referente a la cultura, formando un frente cristiano común frente la amenaza marxista .

A pesar de lo anterior, un sentimiento antiestadounidense pervivía en González Luna. Su idea sobre Estados Unidos era la de una nación con poder económico y militar, pero sin las “cualidades espirituales” de los pueblos hispanoamericanos, sobre todo porque en su imaginario, Norteamérica no era otra cosa que un “desplazamiento europeo a escenario americano”, sin contar con la riqueza del mestizaje “no es padre ni apóstol”, no construye ni mejora a la civilización, sino que es simplemente una nación que se mueve por la ambición. A diferencia de España y Portugal que todo lo que tocaban lo “engrandecían, civilizaban y evangelizaban”, para González Luna, Estados Unidos en su construcción como potencia mundial logró sus cometidos materialistas suprimiendo al “indio”, segregándolo, en lugar de fusionarse con él. “El norteamericano y su nación se aplicaron tenazmente a una obra que se define por una palabra sola: poder” .

El asunto religioso y la situación jurídica de las Iglesias en México

Este tema era toral para un partido con una doctrina de raíz católica, en medio de un contexto de amplio activismo político anticlerical.

Efraín González Luna, al igual que el resto de los panistas, consideraba que la base de la identidad nacional de México era el catolicismo. A pesar del apoyo que ha recibido el protestantismo norteamericano por parte de lo que llamó “gobiernos antinacionales”, el catolicismo sigue siendo la religión de la “mayoría abrumadora de los mexicanos, la sustancia tenaz de sus costumbres, el hilo de oro que salva la unidad del espíritu, la continuidad de las generaciones” .

Es verdad que los panistas de esa época no hablaban de diversidad religiosa ni hacían referencia a otros credos que no fuera el católico, pero ni González Luna ni el resto de los panistas de primera hora propusieron, ni siquiera en su correspondencia personal, una restauración de privilegios ni el reconocimiento del catolicismo como religión oficial. Lo que se pedía era el fin del “jacobinismo anticatólico que de la pasada centuria fue recogido como una ‘vegetación adventicia’ por la Revolución”, y el reconocimiento jurídico de los derechos religiosos en México. Derechos religiosos que no se limitaban a la libertad de conciencia de la que hablaba la legislación vigente en ese entonces, pues la constitución decía que cada mexicano podía creer en lo que quisiera, pero imponía una serie de limitantes a esa “libertad de conciencia”, entre las que resalta la prohibición tanto del culto público como del establecimiento de órdenes monásticas , además del simple hecho de que la Iglesia era jurídicamente inexistente .

Pero el artículo constitucional donde González Luna enfocaba más sus ataques era el 3º, que versaba sobre el tema educativo. Ese artículo le otorgaba el monopolio del sistema educativo al Estado. Pero lo más grave a los ojos de de González Luna, era que la forma en que estaba redactado ese artículo daba pie a que en las escuelas sólo se impartieran los valores “antipatrióticos” de los gobiernos revolucionarios. El artículo decía que la educación que impartiera el Estado “(…) luchará contra los fanatismos y los prejuicios”. Pero, ¿quién determinaría que idea es o no un prejuicio o un fanatismo? Para González Luna ese papel no lo debería de asumir el Estado, ni siquiera la Iglesia, sino que les corresponde a los padres de familia el deber y el derecho de educar a sus hijos.

En ese sentido, se apelaba a los derechos ciudadanos frente a un Estado autoritario para defender posiciones contrarias a la educación sexual y la enseñanza del avance científico que chocara con la moralidad conservadora del catolicismo. Para González Luna, el Estado tendría el deber de proporcionar educación a todos los mexicanos, pero nunca el monopolio, y mucho menos erigirse como el único poseedor de una verdad que el resto de la población tiene que asumir de manera obligatoria.

Con base a lo anterior, González Luna preparó un artículo 3º alternativo que fue asumido por el PAN durante la Segunda Asamblea de su Consejo Nacional en 1941 (aunque desde luego no fue aprobado por el Congreso de la Unión controlado por el partido del gobierno), que versaba lo siguiente:

Corresponde a los jefes de familia el deber y el derecho de educar a sus hijos. El Estado tiene, en materia de educación, una misión tutelar y supletoria que se expresa en las siguientes obligaciones y facultades:

I. Señalar la extensión mínima de la enseñanza que sea obligatoria; garantizar la autonomía técnica y la libertad de investigación en las instituciones de enseñanza superior que el Poder Público sostenga y subvencione y, sin imponer uniformidad de estudios ni métodos de enseñanza, establecer un sistema nacional de equivalencias de estudios, así como los requisitos técnicos para comprobación de los conocimientos adquiridos fuera de los planteles oficiales;

II. Impartir gratuitamente, en cuanto hasta la iniciativa privada la enseñanza obligatoria; hacer accesible la de grados superiores a quienes carezcan de recursos y tengan comprobadas aptitudes al efecto, y fomentar la conservación y difusión de los valores culturales;

III. Asegurar, con intervención de los consejos de jefes de familia organizados conforme a la ley, en los establecimientos de enseñanza que el Poder Público dirija o sostenga, la rectitud de conducta y la competencia del personal y el respeto a la confesión religiosa de los educandos; evitar que las autoridades por razón de credo religioso o de convicción política, impidan la existencia o restrinjan la libertad de las instituciones educativas, y cuidar de que no impartan enseñanzas contrarias a la moral, a las buenas costumbres o a la unidad nacional .

Cuando el panismo de ese entonces hablaba de “enseñanzas contrarias a la moral, a las buenas costumbres o a la unidad nacional”, se refería al marxismo y a la educación socialista. Lo anterior se muestra más diáfano en la respuesta que un orador panista dio al discurso de Efraín González Luna en un mitin de Acción Nacional:

Juro ante Dios y ante los hombres, por mi patria, por mis hijos y por mi madre, desobedecer abiertamente lo ordenado por el artículo tercero y su reglamentación, porque van contra la Constitución de nuestro estado y porque es anti-mexicano, porque hiere de muerte a los más sagrados principios libertarios que sirven de sostén a la estructura de la República Mexicana, y pretenden convertir a mis hijos en personas mentalmente deformes, socialmente inútiles y moralmente perniciosas, gente sin dignidad y sin sentimientos, sin espíritu, sin conciencia y seres sin Dios, sin patria y sin familia .

Democracia y elecciones:

Hasta este punto, el pensamiento de Efraín González Luna contenía muchas similitudes con la doctrina de los partidos Demócrata Cristianos de su época. Pero en lo que respecta a su posición frente al régimen político liberal-democrático y el proceso electoral, las diferencias son extremadamente marcadas, en gran parte consecuencia de la particular situación de marginalidad en que se encontraba la oposición en México, así como la manera en que se practicaban las votaciones en el sistema de partido hegemónico del PRI.

Efraín González Luna tenía una cultura política de escepticismo hacia la democracia y los procesos electorales. Al igual que sus contrapartes Demócrata Cristianas, demandaba y luchaba por el respeto al voto, pues estaba convencido de que al tener México una abrumadora mayoría católica, en un contexto de elecciones libres y limpias, sería obvia la victoria sobre sus adversarios liberales y socialistas. Pero al no vislumbrar posibilidades reales de acceder al poder por la vía del sufragio, pues a sus ojos los procesos electorales en México eran fraudulentos y un “lodazal”, González Luna prefería abstenerse de participar en ellos, pues consideraba que solamente legitimaría la “farsa democrática” del partido oficial.

La postura abstencionista de González Luna no quería decir que deseaba que Acción Nacional fuera solamente un club de debate político o intelectual, o que estuviera resignado a que el PAN nunca iba a tener el poder, sino que consideraba que la aplicación de su doctrina en México era un proyecto de trabajo a muy largo plazo:

No estamos persiguiendo que, por años, por décadas o por siglos, sistemáticamente haya abstención electoral del Partido. Lealmente reconocemos que no sabemos cuándo esta intervención electoral será decorosamente posible; pero sí aseguramos que en esta elección presidencial que se avecina no podemos participar (…) tampoco somos partidarios sistemáticos del aplazamiento, ni tenemos una alianza firmada con el tiempo. Exigimos solamente la necesaria preparación y la indispensable madurez para la acción .

Aunque la postura abstencionista se refería a la entonces próxima elección de 1940, González Luna tuvo la misma postura en las siguientes elecciones hasta 1952, cuando él mismo se postuló como el primer candidato panista a la presidencia de la República. Pero aún en 1952 su idea sobre la inviabilidad del proceso electoral como método para la obtención del poder seguía invariable. González Luna aceptó ser el candidato a sabiendas de que no tenía posibilidades reales de ganar.

Lo anterior no se debía únicamente a que el gobierno manipulaba las elecciones. El panismo de esa época, por su doctrina y proyecto aristocrático de “minorías excelentes”, fue incapaz de atraer para su causa a los sectores populares, como lo eran los obreros y los campesinos, cuya fidelidad estaba dirigida hacia el PRI.

Ante ese escenario, lo que González Luna quería era utilizar a las campañas electorales para divulgar la doctrina panista, con ello soslayaba el principal objetivo de todo partido, convertirse en gobierno, y en su lugar buscaba un propósito más acorde con la situación política que entonces prevalecía: hacer del PAN un organismo para la construcción, a muy largo plazo, de ciudadanía de acuerdo a los valores de su doctrina.

La elección de 1940 fue un claro ejemplo de la lucha interna del partido sobre lo que el PAN debería de ser según Manuel Gómez Morin y Efraín González Luna.

Gómez Morin, como hombre de acción, buscaba convertir a Acción Nacional en un partido que buscara el poder e influyera en la planeación y práctica de las políticas públicas; González Luna, como intelectual y místico católico, trató de que el PAN fuera sobre todo un órgano de difusión de la doctrina encargada de la “salvación” (en el sentido religioso del término) de México.

Durante la primera Convención Nacional del PAN, Manuel Gómez Morin habló al pleno de la asamblea de la necesidad de apoyar a un candidato externo para enfrentar al PRM . Previo a la convención, Gómez Morin ya se había entrevistado con el General Juan Andrew Almazán como potencial candidato panista, pero el resultado de ese encuentro fue que el fundador de Acción Nacional se construyó una opinión desfavorable sobre aquel militar, pues a pesar de querer liderar un frente anti-cardenista, Almazán concentraba en su persona varios de los vicios que Gómez Morin siempre criticó de los militares revolucionarios: corrupción y ambición inmoral desmedida .

Importantes miembros de la asamblea, incluyendo a Gómez Morin y González Luna, no querían apoyar a Almazán como candidato presidencial, pero la decisión fue tomada por votación luego del debate. Ante ese hecho, Gómez Morin inmediatamente propuso a Efraín González Luna como candidato panista. Durante el debate, González Luna, en lugar de defender su candidatura, argumentó a favor de abstenerse de participar en todo proceso electoral:

No nos espante, señores, la visión de una tarea de no sabemos cuántos años; de la tarea modesta, callada, pero enormemente eficaz, radicalmente definitiva, de orientación y organización, sin la cual no existe actividad política seria, responsable, capaz de triunfar definitivamente. Mientras en México no existan conciencia política, hábitos políticos y doctrina política y organización política permanente, las calenturas políticas no nos llevarán a ninguna parte.

Sabemos, por otra parte, que ni siquiera va a haber elecciones. Dado el estado incipiente de nuestra organización, si las hubiera, no seríamos, francamente lo digo, capaces todavía de dar al problema una solución de Acción Nacional; no tenemos aún la fuerza suficiente para ello; pero, no habiendo elecciones, nuestro punto de vista queda indiscutiblemente corroborado .

Esa indecisión y ambigüedad por parte de la dirigencia panista hizo que el resultado de la votación fuera: 89 votos a favor de apoyar a Almazán frente a 40 votos en contra. La resolución decía que el partido no tendría a Almazán como candidato oficial, pero lo apoyaría mientras él aceptara los principios de Acción Nacional. Pero en cuanto él abandonara al Programa Mínimo de Acción Política del PAN para buscar sus propios intereses, el partido lo abandonaría a él . Los militantes del entonces joven partido mostraron su desesperación por participar políticamente en un régimen que los excluía, y Almazán era el único candidato de oposición que para ellos tenía posibilidades de hacerle frente al PRM.

Con el tiempo, la doctrina abstencionista dejó de ser la opinión personal de Efraín González Luna para convertirse en las posiciones oficiales del PAN hasta 1962. Convirtiendo al partido durante ese tiempo en una organización aislada, no solamente por el “partido aplanadora”, sino por una explícita decisión del panismo de esa época de autoexcluirse. Esa doctrina idealista y temerosa del contagio que suponía el contacto con el poder rechazaba las alianzas, la negociación y el compromiso. Pero para los panistas, sobre todo para González Luna, eso era motivo de orgullo, pues su intransigencia los mantenía políticamente inmaculados, capital político que en las décadas de los 70 y 80 les sería bastante útil.

Es falso que las posiciones equivocadamente calificadas de idealistas estén destinadas al fracaso; es falso que las posiciones doctrinales puras, intransigentes, incontaminadas, sean ineficaces, infecundas desde el punto de vista de los resultados prácticos. Afirmo, por el contrario, la incomparable, la fundamental eficacia práctica, el infinito valor de las posiciones doctrinales, defendidas a toda costa, sin transacciones y sin compromisos oprobiosos, como el estímulo más insustituible de progreso, como el arma más segura de la libertad y como la posibilidad más indiscutible de transformación social .

El punto culminante de la lucha entre los proyectos de Gómez Morin y González Luna fue en la década de los 60 cuando se hicieron los primeros intentos para que el PAN formara parte de la Democracia Cristiana internacional. González Luna apoyaba la idea mientras Gómez Morin la rechazaba. La descripción detallada de esos acontecimientos, así como la explicación de por qué se abortó ese primer proyecto Demócrata Cristiano es tema del siguiente capítulo.

Conclusiones:

El primer cuerpo doctrinario panista cuenta claramente con todos los elementos de un ideario conservador de acuerdo a los indicadores que definí en la introducción del presente trabajo. Tiene una visión orgánica de la sociedad integrada por diversos grupos sociales cuya estratificación social es considerada natural e incluso deseable. Su hispanismo consideraba como indisoluble y natural el vínculo entre mexicanidad y catolicismo. Además, el plantear que el elemento definitorio de la cultura nacional era nuestro vínculo natural con España, representó un claro enfrentamiento ideológico con el nacionalismo revolucionario, que rescataba la raíz indígena como parte integral de la construcción histórica de lo que es México.

El personalismo de los primeros documentos de Acción Nacional -concepto tomado de Maritain- ha sido la piedra de toque en la cual se ha construido todo el andamiaje doctrinal panista hasta el tiempo presente. Ese concepto concibe al ser humano con vínculos dados por Dios y, por lo tanto, ajenos a su voluntad individual. Además, el personalismo va vinculado al concepto de Bien Común, que implica una visión del tejido social que, en la versión de González Luna, niega la existencia de todo antagonismo entre los diversos grupos sociales, planteando la colaboración entre ellos, oponiéndose tanto a la acción individual que no toma en cuenta los intereses colectivos, como a la acción estatal que suprime los derechos de los grupos locales o intermedios.

Además de los enemigos en común -los gobiernos posrevolucionarios, los valores liberales y el comunismo-, las facciones que integraban a Acción Nacional, representados por las figuras de Gómez Morin y González Luna, compartían la defensa de un proyecto doctrinal que en ese momento histórico se presentaba como una alternativa viable y de vanguardia: los regímenes corporativos de inspiración social-católica. No obstante, conforme fue pasando la década de los 40, fue siendo cada vez más clara la división en el partido de dos grandes corrientes que terminarían por determinar la fisonomía del PAN en las décadas siguientes. El primero de ellos fue el grupo de Gómez Morin cuya característica era un perfil secular y elitista, lo cual se tradujo en el inicial carácter aristocrático del partido de “minorías excelentes” que desconfiaba de la participación de las masas en la política. El segundo grupo fue el liderado por González Luna, que planteó la innovadora idea de la participación ciudadana. Era una idea vanguardista en ese momento porque, sin alejarse de su visión orgánica y jerarquizada de la sociedad, consideraba que los grupos sociales más cercanos a los problemas, son los que deberían de tener prioridad para su solución. Llevando ese tema al ámbito educativo, el grupo familiar debería de tener prioridad sobre el Estado para instruir a los individuos.

En esa línea de ideas, se combate la idea del Estado autoritario que invade las esferas “naturales” de acción de los demás grupos que integran al cuerpo social. Por ello, a pesar del perfil anti-sistémico del partido, desde una doctrina conservadora y anti-liberal, se plantea la lucha por abrir espacios de participación a los ciudadanos en la decisión e implementación de las políticas gubernamentales. La participación ciudadana en el discurso panista era utilizar una herramienta originalmente liberal para defender un proyecto conservador: frenar la secularización en el terreno educativo que el Estado posrevolucionario aplicaba a una sociedad mayoritariamente católica .


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