Tesis doctorales de Economía


MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES

Rodrigo Hugo Amuchástegui




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Las imágenes y la problemática del poder

Si bien hasta ahora nos hemos referido en forma varia y variada a la cuestión del poder, no hemos hecho referencias expresas a ésta, por lo que creemos adecuado detenernos un momento, previa vinculación con las imágenes.

Por cierto que la obra de Foucault es, sin duda, una de las que más ha contribuido a la reflexión sobre la problemática del poder. Su concepción de los micropoderes ha abierto a la discusión teórica un campo de temáticas novedosas frente a los enfoques tradicionales. En particular, su tratamiento de la correlación vigilancia-disciplina ha funcionado como multiplicador teórico. Gran cantidad de textos, que tematizan la pedagogía, la criminalidad, el asilo, la psiquiatría, la territorialidad, etc. han encontrado, en los escritos de este filósofo, su punto de partida. Ya no se entiende, o ya no se entiende solamente, el poder desde sus grandes polos tradicionales, gobiernos, clases sociales, estructuras de producción. Ya no se lo busca como una sustancia o un atributo de determinado sujeto. Hoy se sabe que cambiar una forma de gobierno no es cambiar una forma de poder. El análisis debe darse a nivel de microestructuras y microestrategias, debe bucear en las formas de la existencia cotidiana. Estrictamente Foucault, como ya vimos, no tiene un texto único donde desarrolle sistemáticamente su concepción del poder, sino que ésta se encuentra expuesta y articulada en sus investigaciones histórico-filosóficas, en particular en Vigilar y castigar y en Historia de la sexualidad. La voluntad de saber (1976 [1977]), pero también se puede encontrar en los libros anteriores, como mostramos en relación a la Historia de la locura y El nacimiento de la clínica, así como en numerosos escritos menores y entrevistas.

Frente a las concepciones tradicionales que son dependientes de modelos jurídicos o estatales que se preguntan qué es lo que legitima el poder, Foucault prefiere hablar más que del poder, de relaciones de poder, de las que se pueda “ver dónde se inscriben éstas, descubrir sus puntos de aplicación y los métodos que utilizan” (1982c: 225), es decir, analizar sus estrategias. Introduce la sospecha de que el Poder, con mayúsculas, no existe y que es más útil partir de la pregunta por el cómo se ejerce que por su esencia u origen. Sus análisis no se centrarán sólo en las acciones que se establecen sobre las cosas para modificarlas, utilizarlas, consumirlas o destruirlas y que tienen que ver con aptitudes o capacidades, ni con las relaciones de comunicación que se ocupan de la transmisión de información a través de la lengua o de cualquier sistema simbólico, aunque también puedan involucrar relaciones de poder. Estrictamente, las relaciones de poder, que ponen en juego relaciones entre personas o grupos, tienen una especificidad que Foucault trata de circunscribir.

El poder no existe más que en su ejercicio, es decir, “el poder existe únicamente en acto, incluso si éste se inscribe en un campo de posibilidad disperso que se apoya en estructuras permanentes”(1989: 28). Una relación de poder no es una relación de violencia que actúa sobre cosas ni para la obtención de consentimiento, aunque éstos sean instrumentos inevitables. El correlato no es la pasividad. Foucault no reduce la cuestión del poder a los juegos de la violencia extrema o dulce, como la seducción publicitaria:

“Por el contrario, una relación de poder se articula sobre dos elementos que le son indispensables para que sea justamente una relación de poder: que el otro (aquél sobre el que se ejerce) sea reconocido y permanezca hasta el final como sujeto de la acción; y que se abra ante la relación de poder todo un campo de respuestas, reacciones, efectos, invenciones posibles”. (1989: 29)

Es decir, el principio básico es que donde hay poder hay resistencia. El ejercicio del poder tiene que ver más con conducir que con enfrentamiento, y lo relaciona con el significado que tenía en el siglo XVII en que se lo utilizaba, no sólo unido a cuestiones de la política y del estado, sino con el “gobierno de los niños, de las almas, de las comunidades, de las familias, de los enfermos” (1989: 30).

El otro polo de su concepción del poder es, como se puede deducir de lo anterior, la libertad: “El poder sólo se ejerce sobre sujetos libres y mientras son libres” (1989: 31). Es por eso que diferencia la coerción del poder. Sobre un hombre encadenado, que no podría ni siquiera intentar escapar, sólo hay coerción física. Esto introduce una relación necesaria entre poder y libertad: “La libertad aparece ... como condición de existencia del poder ... pero, al mismo tiempo, la libertad tiene que presentar una oposición a un ejercicio del poder que en última instancia tiende a determinarla enteramente” (1989: 31). Por eso es que prefiere hablar de un agonismo de una relación que es de lucha y de incitación recíproca al mismo tiempo que de un antagonismo esencial; de una provocación permanente, que de una oposición que los aísla en su enfrentamiento (1989: 32).

No es posible, para Foucault, pensar una sociedad sin relaciones de poder: “Una sociedad sin relaciones de poder no es más que una abstracción” (1989: 33). Entender una relación de poder es entender su situación y formación histórica, las condiciones para que unas relaciones se mantengan, se transformen o desaparezcan.

Una analítica de las relaciones de poder debe considerar las siguientes cuestiones:

1. El sistema de diferenciaciones, sean de estatus y privilegio, económicas, lingüísticas y culturales, de conocimiento y aptitudes.

2. El tipo de objetivos, que pueden apuntar a conservar privilegios, aumentar beneficios, establecer autoridades, etc.

3. Las modalidades instrumentales, que suponen el ejercicio del poder por la amenaza, por las diferencias económicas, por la vigilancia, etc.

4. Las formas de institucionalización, que pueden ser tradicionales, jurídicas, por ser dispositivos cerrados y con estructuras jerárquicas, complejas como en el caso del Estado.

5. Los grados de racionalización, que dependen de la eficacia de los instrumentos y de la certeza del resultado, del costo en términos económicos o de las reacciones que pueda provocar (1982c: 240).

Con lo anterior queda claro por qué Foucault no limita la cuestión del poder a una instancia puramente política o institucional, sino que su estudio considera que

“las relaciones de poder se arraigan en el conjunto de la trama social ... Las formas y los lugares de gobierno de unos hombres por otros son múltiples en una sociedad: se superponen, se entrecruzan, se limitan, a veces se anulan y en otros casos se refuerzan”. (1989: 35)

El Estado, si bien aparece como el centro de interés de estas relaciones, sólo tiene este lugar preferencial porque “las relaciones de poder han sido progresivamente gubernamentalizadas, es decir, elaboradas, racionalizadas y centralizadas en la forma o bajo la protección de las instituciones estatales” (1989: 35), pero, es ya evidente, no es el único lugar para el análisis.

Consideraciones sobre las imágenes

Por otra parte, son numerosas las referencias que hay en la obra de Foucault a las imágenes. En especial es la relación texto e imagen la que aparece como centro de sus insistencias. La Historia de la locura presenta, especialmente en la relación entre el cuadro del Bosco “La nave de los locos” (Figura 9) y el texto de Sebastián Brant (1494 [1998]) (Figura 10), uno de los primeros ejemplos de esta articulación, que debe situarse históricamente.

Fig. 9. La nave de los locos de Jerónimo Bosco Fig. 10. Nave de los locos del libro de Sebastian Brant

La discusión se centra en la problemática de la representación. Ésta ya no es obvia y no puede, por tanto, afirmarse de un cuadro que ilustra al texto o viceversa: “Entre el verbo y la imagen, entre aquello que pinta el lenguaje y lo que dice la plástica, la bella unidad empieza a separarse; una sola e igual significación no les es inmediatamente común” (1964 [1986: 34]). Hay un plus de la imagen que el texto no puede dar cuenta; más aún, cuando ese texto es el texto de la locura:

“La palabra y la imagen ilustran aún la misma fábula de la locura en el mismo mundo moral; pero siguen ya dos direcciones diferentes, que indican, en una hendidura apenas perceptible, lo que se convertirá en la gran línea de separación de la experiencia occidental de la locura”. (1964 [1986: 34])

Este interés por la relación imagen-texto se repite en varios otros lugares. Tal es el caso de “Las Meninas” de Velásquez, en Las palabras y las cosas. Allí se pone en juego “una representación de la representación clásica” (1966 [1984: 25]) y se muestra la desaparición del sujeto fundador. La exploración de la relación entre palabra e imagen está continuada en su texto sobre Magritte (1968c).

Pero también aparece la inquietud foucaultiana por la imagen en varias otras direcciones, en donde su palabra juega con la espacialidad y sus metáforas, para intentar dar cuenta de los cuadros, fotografías, películas de conocidos, amigos, amantes como los pintores Maxime Defert, D. Byzantios, Paul Rebeyrolle, el fotógrafo Duane Michals, los cineastas Werner Schroeter, Rene Allio, entre otros.


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