Tesis doctorales de Economía


MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES

Rodrigo Hugo Amuchástegui




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A la luz de Foucault

Pero volvamos a Foucault. Él ciertamente se interesó por las cuestiones de la tecnología política cristiana. Es así que afirma:

“Se ha dicho frecuentemente que el cristianismo creó un código de ética fundamentalmente diferente del código que prevalecía en el mundo antiguo. Pero en general se insiste menos en el hecho de que el cristianismo propuso y difundió en todo el mundo antiguo nuevas relaciones de poder”. (1982c: 229)

Recordemos también que el tema de la confesión aparece en su Historia de la sexualidad I (1976: 78-96]). Más aún, reconoció explícitamente, al cristianismo “como formador de la individualidad y de la subjetividad occidentales” (Foucault 1978c: 593). Pero no puso, sin embargo, el acento en los aspectos arquitectónicos de la época de las catedrales. Su acercamiento al gótico medieval solo aparece en el breve texto de 1967, “Las palabras y las imágenes”, sobre Panofsky y sus Ensayos de Iconología y Arquitectura gótica y pensamiento escolástico. Sus análisis se detienen allí en la problemática de las relaciones entre las palabras y las formas, sin desarrollar las cuestiones político-pedagógicas que allí es posible reconocer.

Sin embargo, no es difícil establecer paralelismos. Consideremos, por caso, el funcionamiento lumínico del Panóptico y la catedral en relación al vitral. Recordemos que el Panóptico es dependiente de la distribución de la luz. De forma que “por el efecto de la contraluz se pueden percibir desde la torre, recortándose perfectamente sobre la luz, las pequeñas siluetas cautivas en las celdas de la periferia” (Foucault 1975 1978: 204). Destaquemos de esta descripción el efecto de contraluz. El prisionero es visto por dicho efecto. Pero su visibilidad es la de una silueta. No es su identidad específica lo que interesa, ella no puede además ser vista. Anonimato del prisionero en sus rasgos personales, pero identificación precisa por las coordenadas de su celda. La luz sin embargo no solo ilumina al prisionero sino también a la torre, esta vez de frente. Pero allí también se esconde otro anonimato. La plena visibilidad de la torre no permite sin embargo identificar al vigilante. Doble anonimato del mismo. No sabemos quién está en la torre, si es que hay alguien. Las ventanas especiales impiden dicho reconocimiento. Pero esa es la clave para el funcionamiento. Comparemos con la catedral. El vitral también actúa por el efecto de contraluz. No es significativa su visión exterior. Los vitrales no han sido hechos para ser vistos desde el exterior. Y lo que dicha luz ilumina es la figura que en el vidrio se encuentra dibujada. No es sin embargo una simple silueta. Su plenitud colorida es resaltada por la luz vital. El creyente sabe adónde mirar y su mirada se llena de colores y de significaciones. Entre uno y otro momento podemos marcar paralelismos y distancias. En la catedral el que mira es el que se está formando en la fe. En el Panóptico, por el contrario, el educando es el mirado por la mirada oculta.

No es en modo alguno nuestra intención el exagerar las correspondencias. De la documentación que nosotros hemos analizado no encontramos, como ya indicamos, ninguna afirmación de una intencionalidad vigilante en la catedral sugeriana, aunque obviamente el control del ojo de Dios sea un lugar común de las tradiciones religiosas. Esa tradición ciertamente se continúa en el Panóptico gracias a la arquitectura de visibilidad que presenta.

Pero sí es importante destacar, creemos, que si se acepta que ambos edificios pueden ser pensados como máquinas pedagógicas dependientes de tecnologías lumínicas, no ejercen su poder por algún tipo de violencia. Reiteremos que Foucault no considera al surgimiento de la prisión panóptica como un progreso humanitarista frente al dominio del suplicio en la época monárquica. Y, si tenemos en cuenta que, por un lado, en el ámbito específico de las tecnologías de la luz se han producido progresos con el desarrollo de los anteojos, las lentes, la fundación de la física y la cosmología, por otra parte, permítasenos reiterar la cita:

“Ha habido las pequeñas técnicas de las vigilancias múltiples y entrecruzadas, unas miradas que deben ver sin ser vistas; un arte oscuro de la luz y de lo visible (que) ha preparado en sordina un saber nuevo sobre el hombre, a través de las técnicas para sojuzgarlo y de los procedimientos para utilizarlo”. (Foucault 1975 1978: 176)

Por nuestra parte, y a diferencia de Foucault, creemos que hay un saber medieval del empleo de la luz como herramienta pedagógica. Ese saber está traducido especialmente en las vidrieras medievales y su continuidad contemporánea en tanto vidrio luminoso podemos encontrarlo en las cajas no tan bobas de nuestros hogares.

Por último, reiteramos que Suger con su catedral inaugura no sólo un estilo arquitectónico sino un edificio de formación de convicciones que inundará el territorio católico. Y su iglesia, que fue la traducción en piedra, vidrio y luz, como ya dijimos, de un guión escrito por un oscuro teólogo, el Pseudo Dionisio Areopagita, marcó la no tan oscura época medieval. Por su parte, el filósofo utilitarista Bentham, cuyo modelo arquitectónico fue repetido en innumerables geografías, incluso la nuestra (García Basalo 1979: 44), representó también, según la perspectiva de Foucault, una época disciplinaria de la cual aún no hemos terminado de considerar sus efectos sobre nosotros.

En síntesis, si el Panóptico y el panoptismo, entonces, pueden ser entendidos como la expresión de una organización arquitectónico-espacial que da cuenta de una época llamada disciplinaria, en términos de Foucault, nosotros creemos que la catedral gótica, y en particular Saint Denis, funcionó estrictamente como un elemento necesario, aunque no suficiente para la construcción de los valores e imaginarios cristianos. En ella coagulan diferentes líneas que se ligan a acontecimientos políticos, a estrategias de difusión, a problemáticas de la imagen, a transmisión de la luz, a posesión de objetos. La repetición de un programa iconográfico bastante similar en amplios territorios nos permite introducir este supuesto. Los aspectos cuantitativos sirven claramente para reforzar nuestra tesis. Pues sólo en Francia se construyeron “entre 1050 y 1350 ochenta catedrales, quinientas grandes iglesias y varias decenas de miles de iglesias parroquiales” (Bayard 1995: 60) habiendo una iglesia cada 200 habitantes. Esta densidad no es un dato superfluo. El dispositivo visoespacial catedralicio, si se acepta nuestra tesis, es en términos de acumulación de indicios que permiten justificar el carácter formativo y pedagógico, un acontecimiento de la relación poder-saber. Las formas arquitectónico-visuales, como lo indica Vigilar y castigar, ya lo sabemos, no son ingenuas.


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