EL VIAJE COMO CONSTRUCTOR EPISTEMOLOGICO EN LAS CIENCIAS SOCIALES



Maximiliano E. Korstanje (CV)
maxikorstanje@arnet.com.ar
Universidad de Palermo


RESUMEN

Históricamente, los viajes han sido empleados por las ciencias sociales para construir escenarios que de otra manera serían difíciles de crear, la historia ha usado a la crónica de viajeros como fuente primaria de generación de conocimiento. No obstante, la ruptura se da con el advenimiento de la Escuela de Sociología Americana que observa que el viaje moderno, por turístico, no puede ser un mecanismo generador de conocimiento. En perspectiva, el presente ensayo no solo explora las raíces del viaje etnológico, y sus posibilidades de producir identidad, sino también, su contralor el viaje turístico.

PALABRAS CLAVE: Viajes, Historia, Ciencias Sociales, Epistemología, turismo.

ABSTRACT

Historically, travels have been employed by social sciences to reconstruct the empistemological setting of realities which are almost imposible to recreate, as a formo of generating knowledge. Nonetheless, a radical shift is given by the advance of American School of sociology, which sees that modern travel (tourism industry) is unable to be a mechanism of knowledge, as trips in former centuries. In perspectiva, the present essay review not only explores the roots of travels as they have been conducted by the first ethnologists to produce identity and reflexibility, but also the opposite, the tourist journey.

KEY WORDS: Trips, history, Social science, Epistemology, tourism.

INTRODUCCIÓN

Todos los mitos explican la naturaleza humana desde lo extraordinario y el sentimiento de ejemplaridad; se nos enseña que los seres humanos somos criaturas únicas, las cuales  una vez creadas decidimos partir en busca de nuevas oportunidades. Aun cuando la historia de las migraciones nos explica que durante muchas centurias fuimos bastante sedentarios, no menos cierto es que de los animales que conforman la naturaleza, sólo el hombre viaja, consciente de lo que genera. Todos venimos de algún lado que no es el espacio donde moramos. La cultura como ethos queda construida acorde a un viaje primero, que funda los valores de cierta civilización, bautiza el espacio con un nombre o un código con fines de posesión. Siguiendo esta explicación, no es extraño notar que el primer viaje fundador de cualquier cultura nos remite, nos lleva al mundo de los héroes primigenios. Esta narrativa sobre los obstáculos que el padre fundador de la cultura ha atravesado, deja una lección a las generaciones sucesivas (Korstanje, 2011). Sin ir más lejos nuestra propia cultura como latinoamericanos proviene de los viajes realizados por los colonos españoles, y organizados por Cristóbal Colon. Se nos enseña desde pequeños que ese viaje ha abierto la puerta entre dos civilizaciones, entre dos mundos.

Lo que subyace en el texto de todo mito fundador es el mensaje oculto, casi ideológico que transmite. El descubrimiento de América deviene de sí mismo en conquista, expropiación y convivencia pacífica (Korstanje, 2006). Por ese motivo, sostenemos que las estructuras sociales no facilitan ningún viaje sino que éstas son la consecuencia directa del “hommo viatores”. Todas las prácticas del quehacer cotidiano, permiten replicar los valores fundantes del primer viaje originario. Intentamos construir un espacio ejemplar al cual llamamos “cielo” y cuando lo hacemos, iniciamos sin querer el proceso de conquista. La idea pastoral ha estado presente en la forma en la cual Occidente ha colonizado al mundo (Marx, 1964).

Por otro lado, es conveniente mencionar que los viajes y los textos que de ellos derivan, han sido un terreno fértil para la construcción epistemológica del otro, un otro diferente, por momentos peligroso, por momentos necesario para la construcción dialéctica de la mismidad.   Ha sido así que entonces, los viajes conformaron un nuevo, hasta entonces, desconocido relato sobre el nuevo mundo que, funcional a los intereses imperiales, ha creado un nuevo sujeto epistemológico. Las ciencias sociales han utilizado históricamente las narrativas de los viajeros para construir sus respectivos objetos de estudios, conformando de esta forma reglas y saberes específicos. Sobre la factibilidad de los relatos de viajes, y la desconfianza actual de la sociología respecto del turismo para generar historias verdaderas, deviene en tópicos importantes de discutir en el presente ensayo. 

DISCUSIÓN PRELIMINAR

Uno de los padres fundadores de la psicología, Ralph Linton, comentaba que cualquier persona demuestra curiosidad por las nuevas culturas, por lo novedoso. Cuando un viajero regresa, lo primero que hace circular entre sus seres queridos, son regalos y todo tipo de recuerdos sobre sus experiencias fuera del hogar (Linton, 1989). Ciertamente lo fascinante de toda travesía es el acopio de datos que se vuelcan al regreso. Esta forma de recordar el viaje abre el canal a dos epistemologías específicas en donde lo desconocido se hace conocible, la otredad y la mismidad. Es por ese motivo, que la literatura de viajes se ha consolidado como una rama importante dentro de la literatura misma. Por su parte, las experiencias de Chateaubriand (1944) por América nos recuerdan que existen dos tipos de viajeros, los que van por mar y por tierra. Empero, por sobre todo es necesario trazar una geografía de la experiencia que debe ser transmitida a quienes no han tenido la oportunidad de viajar.

En perspectiva, los viajes pueden ser clasificados acorde al objetivo que persiguen, pero por sobre todo por el contexto en el cual se desarrollan. Rachel Irwin (2007) alude al viaje como una construcción liminar de encuentro entre dos tipos de códigos. Cuando esos códigos son incompatibles, el sujeto entra en un estado de crisis existencial. Los viajeros no solo atraviesan profundos cambios identitarios en el encuentro con otra cultura, sino que comienzan un proceso indefinido de aprendizaje en donde su estadía dependerá de cómo se resuelvan las cuatro fases comprendidas como, luna de miel, crisis, recuperación y ajuste. Si bien el turismo, por ejemplo, promueve viajes de encuentro cultural, la profundidad de la relación no toma la dimensión necesaria para entrar en crisis. Por ese motivo, el turista que vive siempre en una dimensión de “luna de miel” con el otro, adquiere una imagen positiva del lugar que visita, en claro contraste con el etnólogo o el oficial de colonia. El sentido de ser de la antropología se encuentra anclado en el siguiente axioma moderno, el sujeto desarrolla una estructura cognitiva del mundo sensible. Estas construcciones se encuentran sesgadas por los propios prejuicios del observador. Cada persona es el mundo que sobre él ha construido el mundo social. Para poder observar las propias normas, valores, escondidos por la propia ideología, es necesario un desplazamiento que primero es normativo, y en segundo lugar identitario. La etnología y la antropología permiten esos desplazamientos con el fin de observar que otros grupos humanos, funcionan como verdaderos espejos de nuestras propias prácticas. Estar ahí, en el campo, depende no solo de la reflexivilidad con ese otro diferente a nosotros, sino además de una negociación constante que sucede incluso luego de que el observador ha retornado a su hogar. El viaje permitiría activar verdaderos diálogos culturales entre los pueblos en pos de un conocimiento que subyace en el encuentro.

Como mencionábamos, el viaje depende del conocimiento que genera. Algunos adquieren una naturaleza orientada a retratar paisajes y situaciones en un contexto de institucionalidad, o de estabilidad política, mientras otros aluden a explicar las razones de grandes cambios sociales o institucionales. Los estudios que nacen de la primera tipología son funcionales a mantener el estatus-quo. La crónica que deriva de todo viaje espitemológicamente tan importante como cualquier otra forma de recolección de datos, como son la entrevista, o la encuesta dirigida. El observador estuvo ahí, en un espacio que no puede ser reconstruido por el investigador. Entre el escritor que piensa en su gabinete, y el mundo real existe un abismo que debe ser habitado. La familiaridad del hogar representa un gran problema para el pensador europeo y occidental. Uno de los primeros problemas metodológicos a vencer, a la hora de interpretar una crónica de viajes, se vincula primero a los prejuicios individuales que pueda tener el observador. Para ello, se torna necesario acopiar la mayor cantidad de información que se pueda sobre el autor, si se quiere examinando en profundidad biografías autorizadas y no autorizadas. Segundo, es importante comprender las ideas centrales de la época en la cual el autor se encuentra inserto. Estos estereotipos permiten la construcción del otro al cual se está describiendo.

En las memorias del Presidente Julio Argentino Roca, cuenta Félix Luna, queda plasmada no solo su admiración por el Imperio Británico, luego de su visita a Londres en 1886, sino su propia concepción política de lo que representaba la civilización. Roca añoraba replicar los valores industriales del trabajo inglés al suelo argentino, y en sus descripciones pueden notarse como trabajan los estereotipos de toda una clase terrateniente específica. Construir al otro implica hablar de uno mismo. Otros ejemplos de viajeros que han descrito contextos de estabilidad social, nos remite a Max Weber, quien en sus viajes por Estados Unidos, había quedado maravillado por el rol que cumplía la religión en la organización social del nuevo mundo.  Todo su desarrollo sobre el concepto de la predestinación, nace en parte de sus viajes a América. En forma textual, el profesor de Friburgo escribe «en el curso de un largo viaje por ferrocarril, por un territorio estadounidense todavía dominado por los indios, estuve sentado al lado de un viajante de comercio dedicado a la venta de artículos de hierro para funerarias; mencioné de modo casual la gran preocupación religiosa imperante en los estados unidos. El viajante comentó `señor, a mi no me importa que crean en esto o en aquello, pero no le daría ni cincuenta centavos de crédito a un granjero que perteneciese a ninguna iglesia». (Weber, 1978. Pág. 111)

Lo mismo sucede con Montesquieu cuya influencia puede observarse en otro sociólogo, Emile Durkheim. Ambos suponían que los climas moldeaban una especie de comportamiento o moral colectiva en los pueblos que albergaba.  En uno de sus viajes, Montesquieu había observado que la hostilidad del clima inglés coadyuvaba para aumentar la cantidad de suicidios (Montesquieu, 2004), tema que es retomado por Durkheim, en su obra El Suicidio, cuando retoma la explicación de Montesquieu sobre la propensión al suicidio en climas fríos. Empero, Durkheim reconoce que esta hipótesis debe ser desechada pues asume que la “norma” es la pieza fundamental por la cual la persona adopta una postura definida hacia el suicidio (Durkheim, 2004. Pág. 103-115).

Aquellos relatos escritos en contextos de cambio social, en donde prima la incertidumbre, representan un gran peligro para el investigador. Escribir cuando sucede una revolución, durante una guerra civil o un golpe de estado implica que el escritor gane credibilidad en sus argumentos pues su contenido adquiere un valor especial.  Si cualquier viajero que pondera su seguridad personal puede hacer una observación actual en alguna ciudad estadounidense, creemos, pocos pueden y se arriesgan a viajar a Medio Oriente con el objetivo de escribir un libro sobre el terrorismo. El investigador debe tener cuidado de no sumarse a las histerias editoriales del momento, clasificando el material acorde a lo producido y no al contexto en el cual se crea. Una crónica sobre viaje a una ciudad segura puede ser mucho más fidedigna, que las observaciones de un corresponsal de guerra.

Desde el momento en el cual un arqueólogo encuentra una pieza y/o utensilio, no sabe si lo que tiene entre sus manos es genuino o falso. Puede, ayudado por las técnicas del carbono catorce validar la edad cronológica del objeto, pero nada se revela sobre su funcionalidad y uso para la cultura que se está estudiando. De hecho, podría tratarse de una broma, o una parodia de alguien que haya enterrado el objeto hace miles de años. Para poder conocer la función de ese objeto, es necesario recurrir al andamiaje de la disciplina y de todo un trabajo anterior de archivo que le dará sentido a ese objeto. La validez científica, en estos términos, deriva de la comparación. El arqueólogo conoce si se han encontrado objetos similares en otras civilizaciones, o si estamos en presencia de un primer objeto. También, de la lectura de los documentos y textos sagrados el investigador ubica el objeto en el contexto de su producción. Lo mismo puede decirse de las crónicas de viajes.

Las narrativas que denotan cambio social se insertan en una coyuntura en donde el relato ha sido dirigido, y escrito por un agente que no necesariamente estaba ahí para captar el hecho. La mayoría de ellos son misioneros, ayudantes de campañas o médicos solidarios que dejan la comodidad del hogar para adentrarse a pueblos que tienen una deficiente red sanitaria. En la mayoría de los casos, no son políticos, ni periodistas, sus posiciones ético-morales deben ser evaluadas y contempladas pues aun cuando sean subjetivas, no se encuentran viciadas por intereses foráneos. El misionero puede estar equivocado a la hora de retratar un ritual indio, puede juzgarlo, pero no altera el relato de cómo se desenvuelve el aborigen. El misionero se encuentra en el campo para otro fin que no es el retrato de sus memorias, no hay posibilidad de exageración voluntaria, a diferencia de un político como Julio Roca, o un comandante militar como Julio César.
Un ejemplo de lo expuesto, es el libro de las experiencias de la Congregación de Misioneros cristianos Maryknoll en Japón. En el año 1942 el padre Miguel Henry se encontraba en Manchukuo, Japón. A través de sus cartas privadas, puede reconstruirse la tensión que existía en ese país con los ciudadanos estadounidenses tras el bombardeo a la base naval de Pearl Harbor: «Después de la cena de las seis, hice la visita ordinaria a la Iglesia, para cerrarla durante la noche, y Pedro y yo tratamos de los himnos de Navidad y programamos el trabajo para el día siguiente… media hora más tarde, la casa era invadida por los policías y detectives. Entonces supe que algo serio había sucedido. Hice tomar asiento a mis visitantes, y les ofrecí cigarrillos. Entonces, el jefe me dijo que había estallado la guerra entre los Estados Unidos y el Imperio del Sol Naciente, y que había recibido ordenes de detener a todos los norte americanos».
La vida del padre Miguel no solo estaba en juego, sino que su misión era una totalmente diferente del acto que revela. El padre no tiene motivos para alterar los datos que describe, hecho por el cual la credibilidad de sus relatos es perfectamente útil para los cientistas sociales.

LA DISCIPLINA DEL VIAJE (LA ANTROPOLOGÍA)

El “haber estado ahí” toma un papel preponderante en la forma en que las Ciencias Sociales comienzan a construir el objeto de estudio a partir del siglo XVIII. No obstante, ha sido la antropología una de las primeras en afianzarse en la necesidad de desplazamiento para la producción de conocimiento. Si bien los datos que manejaban los antropólogos de gabinete eran importantes, había una manifiesta limitación en la forma de comprender los rituales y las estructuras religiosas de los pueblos no europeos.  Como bien sugiere B. Malinowski, el investigador debe desplazarse hasta la tierra del observado para verificar in situ, la correlación entre los discursos y su representación en la práctica. Sus primeros hallazgos fueron empleados por los oficiales de campaña para mejorar sus planes de conquista y control sobre el aborigen. Involuntariamente, la antropología, desde entonces, intenta desligarse por todos los medios de la complicidad colonial para la cual ha sido funcional (Busby, Korstanje & Mansfield, 2011; Korstanje, 2012a; Pratt, 2011; Teng, 2004; Korstanje, 2006; Palmer, 2004; Bandyopadhyay, & Morais, 2005).

Indudablemente, el texto colonial perseguía una lógica colonial donde el otro se subordinaba a los intereses del productor de conocimiento. En el proceso de marcación que lograba la antropología, se producía una demarcación evidente respecto a quienes podían monopolizar el sentido de lo que describían. Empero, de donde nace esta tendencia a desplazarse kilómetros, a trascender las propias costumbres para poder observar a la “alteridad”. En Ojos Imperiales, M. L Pratt (2011) explica que la tendencia nace del sistema de clasificación de Carl Linneo en el siglo XVIII, por medio de la cual se intenta una identificación y posterior clasificación de especies herbáceas en todo el mundo. La idea consistía en crear un gran diccionario donde estuviesen incluidas y clasificadas todas las plantas de los cinco continentes. Tanto literatura como otras formas culturales de representación (cine) juegan un rol importante en el vínculo colonial, relación que es tanto simbólica como material y económica.

Agrega J. McGonagle (2013), no es extraño que luego de una ruptura independentista por parte de cualquier colonia, el cine como la literatura intenta reapropiarse de lo perdido invocando una situación poscolonial. Por ejemplo, en el caso de Algeria diversos trabajos filmográficos tuvieron lugar entre 1990 y 2005. En perspectiva, lo simbólico opera creando una narrativa que explica los problemas de la colonia y a la vez deslinda al imperio de cualquier responsabilidad.  Ewa Mazierska explora, en esta misma línea, la epistemología de los viajes históricos para ejercer una critica radical en la matriz cultural actual. Es posible, ella adhiere, que el turismo sea una industria hedonista con vistas a una consumo explotador sobre el otro, pero por si mismo no representa alienación sino es por su proximidad al capital. En otras palabras, el turismo no es ni bueno ni malo sino que es la explotación comercial del turismo moderno lo que se observa como disfuncional. Todo viaje abre un canal de exploración en donde converge la necesidad de descubrimiento y de control. El estado nación impuesto sobre el lema cultural del patrimonio ha dominado a varios grupos que nada tienen que ver entre sí, el capitalismo por su parte los ha transformado en productos consumibles desde lo visual. El capitalismo ha modificado todas las viejas instituciones, incluyendo el turismo y la recreación (Mazierska, 2013).

C. Mansfield sugiere, por último, que el viaje produce diversos textos como el turismo produce souvenirs, ambos intentan detener el tiempo y que la experiencia no duerma en el salón irreversible de lo efímero. El paso del tiempo, gran enemigo del hombre moderno, abre la puerta entre la existencia y la nostalgia con el fin de transformar la distancia en cercanía, y la indiferencia en compromiso. La praxis creativa de la literatura de viajes permite la convergencia entre los valores del observador y sus rituales cotidianos, y lo que observa del mundo que le rodea. La ciencia moderna ha sido un resultado de la profundización en el modelo de visualización, clasificación y producción de conocimiento. El viaje de descubrimiento comprende los tres elementos esenciales de toda ciencia, a) la necesidad de capturar al mundo sensible por medio de lo visual, b) el esfuerzo cognitivo de interpretación de los hechos, y c) la extensión de las formas médicas que ayudan a extender la vida, producto del miedo a la muerte. Como el archivo que representa un hecho siempre pasado, la literatura de viajes intenta ser un dispositivo de control del tiempo, de apropiación de lo desconocido. No obstante, uno puede preguntarse ¿cuál es el rol del viaje en la era posmoderna en la cual vivimos?, ¿sigue por ejemplo el turismo siendo una forma de construcción epistemológica del otro como en su época lo fue la antropología?.

LOS VIAJES EN LA ERA POSMODERNA

La industrialización de las formas productivas, como lo presagiaban los padres fundadores de la sociología, trajo serios problemas sociales que van desde el abuso de drogas hasta la fragmentación social. Si bien el viaje genera una relación de autenticidad entre viajero y poblador local, la realidad parece ser que el turismo, en tanto actividad comercial, subordina esa relación entre iguales a formas estereotipadas de dominación y subordinación (Mbaiwa, 2005; Maccannell, 2003; Britton, 1982; Urry, 2002; Virilio, 2007; Freitag, 1994; Edensor, 2000).

Siguiendo este razonamiento, Laura Rascaroli (2013) advierte sobre la ruptura entre placer y displacer en los viajes. Mientras el primero hace referencia a las formas improductivas que aceleran la destrucción del self, la segunda lleva al viajero a materializar su hedonismo en espacios establecidos de consumo. Las fronteras identitarias entre los antiguos centros de poder y sus respectivas periferias son comoditizadas y sintetizadas en destinos turísticos, cuyas alegorías dicen más por lo que silencian que por lo que abiertamente aceptan. Las relaciones asimétricas de dominación que ha propagado con éxito el colonialismo, expandiendo la opresión y el sufrimiento de ciertos grupos humanos, pueden en la actualidad ser retratados en un museo. Empero, ese discurso turístificado nada tiene que ver con el hecho histórico. En este sentido, escribe Florian Grandena (2013) la posición del turista se debate entre la curiosidad de ver algo diferente y el romanticismo, que es el narcisismo de lo propio. Los turistas intentan romper la hegemonía del capitalismo, pero sin asumir una identidad nueva. Es decir, el turista puede condenar las reglas de la opresión, aun cuando adopte el discurso ideológico que sustenta el sistema económico, que no es otro que trabajar para ser feliz. Por ese y otros motivos, para la sociología moderna, los viajes turísticos distan de ser generadores validos de conocimiento como lo eran los viajes de descubrimiento de centurias atrás (Boorstin, 1962). No obstante, esta forma de pensar propia de la sociología francesa no ejerce hegemonía en todo el aparato conceptual de las Ciencias Sociales.

Existen dos vertientes bien definidas respecto a la posición del “ser turista” en el mundo contemporáneo. La primera de las escuelas, denominada “escuela de sociología alemana” establece que el turismo (o la industria de los viajes) es una forma comercializada de un instinto primigenio en el individuo, el apartamiento de la norma. Para que la psicología del individuo pueda retornar a niveles tolerables a la salud mental, es necesario romper temporalmente con las normas dadas. El desplazamiento físico fuera de la certidumbre permite una renegociación con las propias pautas y conductas del sujeto. Si bien, la Escuela Alemana reconoce que “el viaje turístico” se encuentra monopolizado por el capital (es decir hablamos de un viaje rentado), el dinero no es un criterio que limita su definición. En primera instancia, no solo existen viajes modernos no rentados, sino que además las prácticas turísticas que distinguen a la actividad ahora, han sido llevadas a cabo en diversas civilizaciones a lo largo de los años. Viajar de manera recreativa o para acopiar conocimiento han sido dos de los más elementales canales para que el orden societal se mantenga funcionando.  Uno de los autores y exponentes más representativos de esta postura ha sido Jost Krippendorf (2009).

El turismo, en última instancia, satisface necesidades humanas básicas de escape hacia algo diferente, hacia lo nuevo que permite la re-formulación de las propias expectativas (desplazamiento profiláctico). Por el contrario, otra rama de la sociología encabezada por los americanos, (e influenciados por los trabajos de la filosofía francesa) asumen que el turismo es un viaje “fabricado” cuya conexión con el otro dista de ser genuina y real. El sentido impuesto de la “alienación” juega un rol importante en este proceso. Esta rama de la sociología, la cual se declara enemiga sustancial de la historia, no explora prácticas turísticas arcaicas como así tampoco la manera en que otras civilizaciones han viajado por placer o recreación. Su posición frente al turismo lo sitúa en el lugar de una industria “alienante” y comercial cuyas consecuencias quedan insertas en un proceso postcapitalista de consumo. Reducen la presencia del turismo al destino turístico. La infraestructura y los actores sociales son horizontalmente analizados siempre en tiempo presente. Lejos de abordar la evolución de las prácticas de viajes a lo largo del tiempo, la sociología estadounidense prefiere detenerse en las consecuencias de la industria turística actual. Uno de los representantes, aunque no el único, de esta postura es Dean Maccannell. A diferencia de la escuela germana, Maccannell sostiene que la autenticidad de un viaje queda sujeta al encuentro entre las dos partes. Partiendo de la base, que el turismo genera espacios donde el encuentro entre los actores es subordinado al capital, y entonces se transforma en asimétrico, la visión del turista queda invalidada por ser un dispositivo ideológico de control. El desarrollo del concepto de autenticidad en sociólogos como Maccannell, Urry y Goffman sugiere que existen dos polaridades, lo falso y lo genuino.  Para ésta rama, el turismo sería una construcción puramente posmoderna, imperceptible en épocas anteriores, que explota el signo con fines de apropiar sentidos de pertenencia, identidades y espacios a una maquinaria global. A diferencia del viajero medieval, el moderno no se desplaza para entablar lazos reales con otros (diferentes), sino para someterlos por medio de su poder visual (tourist-gaze). Por ende, sus crónicas (desprovistas de valor conceptual) operarían para reforzar los valores culturales del capitalismo tardío. Dos intelectuales fueron de capital influencia en este tipo de sociología, Emile Durkheim y Erwin Goffman. Ambos concebían a la modernidad como un aspecto negativo de la industrialización. 

La sociología americana alude a criterios psicológicos a la vez que prefiere tomar distancia de la alemana respecto a la forma en que define al turismo como actividad productora de emociones, experiencias y viajes. El viaje turístico es antes que nada una actividad que lleva a ningún lado (Augé, 1998), un viaje que por naturaleza se presenta como imposible. Empero ¿cual es el criterio principal por el cual se puede definir así al turismo?. En uno de sus trabajos más ácidos, Paul Virilio (2007) establece que el turismo construye una idea de seguridad y placer que se imponen sobre los paisajes visitados. Entonces, todo desplazamiento lejos de representar un encuentro conflictivo y real, aduce a una construcción hedonista en donde el otro queda completamente anulado. ¿Cuando y como ha nacido el turismo?

Precisamente, una de las críticas que se le han dirigido a Maccannell (2001; 2003; 2007) y a Virilio respecto de su visión peyorativa del turismo no dependen de la agudeza de sus reflexiones, sino en su confusión sobre el objeto de estudio. La sociología estadounidense simplifica al turismo observando, o anteponiendo su consecuencia más directa, el destino, o la infraestructura turística. Maccannell no solo confunde al turismo como hecho social con Disney World (éste último un producto capitalista clásico), sino que ignora la forma en que grupos aborígenes no europeos había desarrollado sus propias formas de turismo y prácticas recreativas (Korstanje, b2012). Estableciendo un paralelismo polémico, Maccannell se hace eco de los errores de Durkheim pues asume que el turismo es la continuación del orden totémico de los pueblos primitivos.  Si la organización de la vida social primitiva se construye acorde a un ícono que es el tótem, la vida moderna hace lo mismo con el turismo. De esta manera, se confiere al turismo una naturaleza moderna.

Ahora bien, ello representa no solo un gran sesgo ideológico sino un error conceptual importante, desde el momento que clasifica culturas y pueblos acorde al grado de producción material. Para Maccannell como para otros representantes de la escuela de sociología americana, las civilizaciones y los grupos humanos desarrollarían formas específicas de producción, a las cuales llamaremos economías.   Estas economías darían como resultado culturas “fuertes y débiles”. Las primeras por sus condiciones se sobrepondrían a las segundas generando un juego de supervivencia del más fuerte (Maccannell, 1988). Lo totémico característico de economías en vías de desaparición quedaría subordinado a la maquinaria moderna. Reemplazado por una nueva producción, la cual se centra exclusivamente en lo turístico, permite que esa cultura en extinción sea reciclada para ser vendida como un producto a una demanda internacional y global de los centros industriales hegemónicos. El poder del signo quebraría y reformularía las lógicas de autoridad entre huéspedes y anfitriones. Por ende, los pueblos primitivos quedarían vedados para practicar el turismo de no ser por su rol pasivo como partes integrantes (commodities) y consumibles de la curiosidad occidental.

Precisamente, ello crea diferencias de rango y estatus entre los seres humanos, los cuales son ubicados en una matriz cultural que los define acorde a su acceso a las formas económicas de producción. Formular la premisa, tan difundida, que el turismo es una forma productiva exclusivamente “moderna y/o industrial” inexistente en épocas anteriores o pueblos no europeos, pues se asume producto de la aceleración tecnológica y de regulaciones de tiempo ocioso (revolución industrial), implica una construcción etnocéntrica por dos motivos principales.  Por un lado, anula la posibilidad de que otros grupos humanos produjeran viajes turísticos aduciendo un supuesto grado de superioridad y ejemplaridad de posmodernos respecto a otros. Por otro lado, clasifica y recrea una jerarquía étnica acorde a la maduración técnico-productiva de un grupo. Las economías tienden a avanzar para adelante, por ende las formas productivas modernas son superiores a las antiguas. Pero en esa superioridad, aquí el romanticismo, el moderno sacrifica su propia libertad. En consecuencia, los turistas, vistos como los agentes con mayor cercanía en la piramidal jerárquica, representan una reificación capitalista superadora, única de una época que también es ejemplar. El lema es como sigue, “porque el trabajo es bueno y permite el descanso y el progreso (respecto de quienes no pueden vacacionar), es que el turista moderno es la vez signo de admiración y rechazo”. La miopía conceptual de la sociología americana ignora que el viaje y sus respectivos conocimientos dependen del rol del viajero, o turista y no de la infraestructura económica que lo determina, y clasifica. Toda cultura comienza con viaje primigenio, con un discurso que nos explica como debe construirse la mismidad y la otreidad.

CONCLUSIÓN

Hasta aquí hemos debatido sobre la validez de la crónica de viajes en la construcción del objeto epistemológico de las Ciencias Sociales. Hemos establecido dos tipos de documentos que resultan de la observación: experiencias que describen hechos de cambio social o ruptura, y relatos vinculados a legitimar el estatus quo de una sociedad. Cada tipo remite a ventajas y limitaciones propias de las expectativas y prejuicios del observador. Es importante recodar además, que el viaje científico ha nacido como una consecuencia del colonialismo que obligaba a los cientistas a “estar ahí” para clasificar, diagnosticar y estudiar diversos temas, a la vez que por otro lado, proponía un discurso unívoco de superioridad de Europa sobre otras formas de vida (Clifford, 1997; Rubíes, 2007). Este discurso, por diversos motivos, ha sido adoptado por la sociología estadounidense al momento en que ve en el turismo, la muerte orgánica propia de la cultura indígena. Ciertas culturas aborígenes en vías de extinción deben ser protegidas y clasificadas en pos de un proyecto más amplio. El turista, definido como actor social exclusivamente moderno no solo anula antiguas formas de practicar el turismo, bien documentadas por el latinista Ugo E. Paoli en el Imperio Romano, sino que también demuestra su ejemplaridad sobre otros viajeros. Quien protege a otros se asume superior, ya que su infinita benevolencia es la parte aceptable de su poder, el cual radica en lo que conserva y no en lo que destruye.  La raíz epistémica del verdadero poder occidental radica en que a pesar de su superioridad técnica para arrasar culturas, las preserva, las clasifica, y las adormece en dispositivos de control anclados en la caridad.

Por último pero no por ello menos importante, la supuesta superioridad del ser turista “moderno” permite la adopción de una perspectiva “romántica”, introducida por la etnología y la antropología, en donde se le confiere al salvaje atributos vinculados a la pureza moral y a la libertad de consciencia. Este dispositivo discursivo permite legitimar un paternalismo colonial iniciado por la antropología, y aceptado por las Ciencias Sociales; que es la doctrina de que el otro no europeo, en tanto buen salvaje vulnerable al avance industrial debe ser protegido. Por ese motivo, muchos sociólogos estadounidenses y británicos consideran que el turismo es una actividad superflua, insensible a la necesidad del otro, efímera en donde el viajero explota sus posibilidades hedonistas al máximo, pero al hacerlo, se sumerge en el poder alienador de la ideología. Esta postura ignora que todo viajero es un transmisor de ideología (sin excepción), ya sea turista o explorador. La literatura especializada, por desgracia, no ha deparado en las funciones políticas del turismo. El viajero es un actor político. Sus crónicas, textos y experiencias son tan válidas hoy como ayer, en calidad del paisaje que intentan reconstruir.

REFERENCIAS

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Fecha de recepción: 06 de noviembre de 2013
Fecha de aceptación: 11 de marzo de 2014
Fecha de publicación: abril de 2014



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Directora: Dra. Blanca Torres Espinosa; revista.tlatemoani@uaslp.mx
Editor: Juan Carlos Martínez Coll

ISSN: 1989-9300

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