Katia Cruz Cuevas
 katiacc@uci.cu 
  Universidad de las Ciencias Informáticas  
                  
                                 
		      
			
			
			
Resumen
El presente trabajo aborda sintéticamente los rasgos fundamentales del comportamiento de la intelectualidad húngara frente al sistema socialista desde su instauración hasta 1980, profundizando en dos acontecimientos fundamentales: 1956 y 1968, como momentos importantes del quehacer de este grupo social. Abarca también un análisis de la década de los ochenta hasta la caída del sistema socialista en 1989. En este se explica cómo las transformaciones acaecidas en este período incidieron en la manera de pensar de los intelectuales, lo cual conllevó al recrudecimiento de la crítica al sistema y al auge de las fuerzas de la oposición. Se abordará además las diferentes posiciones asumidas por la intelectualidad ante el proceso de derrumbe del Socialismo húngaro.
Palabras claves: Intelectualidad, Oposición, Democracia, Partido político.
Introducción
La caída del Sistema Socialista Europeo marcó, según algunos  historiadores, el fin de un siglo histórico que comenzó en 1914 .  Éste  estuvo caracterizado por la  existencia de un régimen social que propugnaba la igualdad entre todos los  individuos y la satisfacción de sus necesidades espirituales y materiales.  Conocido como Socialismo, se instauró en una parte considerable del mundo,  principalmente en Asia y Europa del Este. El Socialismo parecía estar llamado  a  superar al capitalismo, no solo desde  el punto de vista económico, sino también por considerársele un sistema más  justo; sin embargo, para finales de la década de los ochenta se produjo su derrumbe  en Europa del Este con el apoyo de amplios sectores de la sociedad. 
    Este suceso tuvo gran repercusión a nivel internacional determinando un  nuevo orden mundial sustentado en el predominio del capitalismo y contribuyendo  al auge de las ideas más reaccionarias que intentaban demostrar la  inconsistencia del Socialismo. Además, determinó la entrada a un período de la  historia donde fueron rechazados por la mayoría los valores y paradigmas hasta  entonces establecidos.
    Hungría fue el primer país del  bloque socialista en iniciar la reforma de su sistema político y económico. A  partir de 1989 comenzaron las negociaciones tripartitas en Mesa Redonda con la  oposición, las organizaciones de masas y los dirigentes del Estado y del  Partido. Como resultado se introdujeron enmiendas a la Constitución vigente  para eliminar todo su contenido socialista. Se proclamó la República de Hungría, la  cual representaba la esencia del cambio, declarando la sustitución de la  gestión económica centralmente planificada por la economía de mercado, la  propiedad privada y la democracia multipartidista. De este modo se ponía fin al  sistema socialista. 
    Esto fue posible, entre otros  factores, gracias a la acción de un sector fundamental de la sociedad: los  intelectuales. Desde la   Revolución de 1956 quedó demostrado que la mayor parte de  este grupo social estaba interesado en reformar el modelo de socialismo existente,  pero vieron frustradas sus aspiraciones al imponerse, con el apoyo de la URSS, el gobierno de János  Kádar. Para la década de los ochenta existía una conciencia generalizada de que  el Socialismo debía ser reformado y los intelectuales fueron los principales  promotores del cambio, aunque no se mostraron como una fuerza con intereses  homogéneos. En ellos predominaron divergencias según sus concepciones y  métodos, por tanto, no asumieron las mismas posiciones. 
    Vale destacar que existen muy  pocos trabajos que analicen la participación de este grupo social en los  diferentes procesos; aun cuando a través de la historia se ha demostrado su  capacidad para dirigir los procesos políticos y sociales.  En el caso de Hungría se presenta como un  tema de importancia medular, pues según las encuestas el noventa por ciento de  la población no participó en el proceso. Por tanto, fue la intelectualidad, la  que asumió el papel de vanguardia durante el cambio político en Hungría.
    Partiendo de esta problemática  el presente trabajo se propone como objeto de investigación: la actuación de  los intelectuales húngaros frente al sistema socialista. Para lograrlo se  proponen los siguientes objetivos: 
El presente trabajo está estructurado de la siguiente manera una primera parte que aborda sintéticamente los rasgos fundamentales del comportamiento de la intelectualidad húngara frente al sistema socialista desde su instauración hasta 1980, profundizando en dos acontecimientos fundamentales: 1956 y 1968, como momentos importantes del quehacer de este grupo social; mientras que una segunda parte abarcará la década de los ochenta hasta la caída del sistema socialista en 1989.
Desarrollo
La posición de los intelectuales húngaros ante el sistema socialista (1948-1980)
Después de finalizada la Segunda Guerra  Mundial,  Europa del Este quedó en una  situación desoladora. La mayoría de estos países fueron de un modo u otro  víctimas del fascismo, entre ellos Hungría, que a pesar de haber sido aliada,  sufrió tanto o más sus nefastas consecuencias. Ante esta situación se presentó  para los húngaros un dilema: ¿se retomaría la posición de antes de la guerra o  se implantaría un gobierno de corte progresista bajo la tutela de la Unión Soviética? La Conferencia de Yalta  fue la solución. Los soviéticos se reservaban como esfera de influencia toda la  región y se crearon las condiciones para la instauración de un gobierno  democrático popular que transitaría inevitablemente hacia el Socialismo.
    Los húngaros se caracterizaban por un fuerte sentimiento de rechazo hacia  los rusos, un conflicto que se remonta desde la época de los zares. Sin  embargo, el hecho de haber sido liberados por el Ejército Rojo, constituyó un  elemento significativo para que prevaleciera el agradecimiento. El Socialismo  se presentó como la solución idónea a la situación existente. Sus principios se  adecuaban a las necesidades de los nuevos tiempos, donde se pedían a gritos  garantías de seguridad y protección social. Prometía eliminar la opresión y la  desigualdad nacional frente a la injusticia, los prejuicios raciales y la  intolerancia de los gobiernos que lo antecedieron. Además, la propuesta económica  que ofrecían los soviéticos -planificación estatal centralizada, encaminada a  la construcción ultrarrápida  de las  industrias básicas y las infraestructuras esenciales de la sociedad industrial-  parecía la solución a la crisis de la posguerra; sobre todo en una época en que  los países capitalistas vivían la era de las catástrofes y buscaban una manera  de recuperar el desarrollo económico .   
    El sistema soviético ofrecía una alternativa viable al tremendo retraso  de la región, y esto atrajo a una parte considerable de la población. La idea  de construir un nuevo mundo sobre las ruinas totales del viejo, inspiraba a  muchos jóvenes e intelectuales, aún cuando el partido comunista, hubiese  llegado al poder gracias al apoyo del gobierno soviético y en detrimento de  otras fuerzas políticas tradicionales que fueron desplazadas.  La mayoría de estos partidos carecieron de  justificación moral para hacer frente u oponerse a la URSS (Unión de Repúblicas  Socialistas Soviéticas), pues unos habían sido cómplices de Alemania, mientras  que otros mostraron incapacidad para hacerle resistencia. Se creaba así un  vacío de poder  que permitió el ascenso del  partido comunista,  aún cuando no contaba  con la mayoría electoral. La URSS  forzó la unión del partido comunista con los socialistas y con la izquierda del  partido campesino; dando paso a la creación del Partido de los Trabajadores  Húngaros (PTH)  que proclamó el régimen socialista con  Mátyás Rákosi al frente del gobierno.  
    Unido a esto se manifestó cierto malestar por la dureza del trato que la URSS le dio a Hungría en su  condición de aliada de Alemania.  Se  vieron obligados a pagar al gobierno soviético cuantiosas reparaciones; aún  así, por impopulares que fueran el  partido y el gobierno, la propia energía y determinación que éstos aportaban a  la idea de reconstrucción de la posguerra tuvo una  amplia   aunque reticente aprobación por parte de los intelectuales .
    El nuevo régimen disfrutó de una legitimidad temporal y durante cierto  tiempo de un genuino apoyo popular. Con la nueva estrategia económica, el país  avanzó significativamente, superando incluso, los resultados de los países  capitalistas. No obstante, se les impuso una copia exacta del modelo soviético,  basado en el desarrollo extensivo de la economía que priorizaba la industria  pesada. Muchos de los planes quinquenales que se formularon no lograron  verdadero éxito. La industria básica quedó relegada a un segundo lugar y se  produjo una explosión de la demanda de productos de primera necesidad. 
    En el plano político, se estableció el monopartidismo, donde el partido  comunista obtuvo la función rectora de la sociedad. El nuevo gobierno se  convirtió en un poder arbitrario que dictaba leyes que venían desde arriba y  que difícilmente podían ser cuestionadas. Esto contribuyó al arraigo en el  partido de fenómenos como el burocratismo y el formalismo. Se produjo una falta  de democracia y la verticalización excesiva de las decisiones políticas, donde  debía prevalecer el centralismo  democrático , que se sustentaba en la participación organizada de todos los individuos de la  sociedad. El predominio de la dirección casi unipersonal, sustentada en el culto  a la personalidad, unido a los juicios preconcebidos donde se condenaban a  miles de personas que manifestaran descontento hacia el sistema constituyeron  elementos característicos de la realidad húngara; lo cual generó una atmósfera  de miedo. Toda manifestación de oposición a la política del gobierno fue  reprimida, lo cual se extendió al partido y al Estado, así como a las organizaciones  sociales. Muchos dirigentes entre ellos János Kádar, fueron encarcelados, incluso  otros fueron ejecutados o acusados de revisionistas o titoistas .
    En el ámbito cultural, Hungría  al  igual que la mayoría de los países de Europa del Este, tuvo que imitar a la URSS hasta en cuestiones  mínimas como la estructura de la   Academia de Ciencias y la Asociación de  Escritores, así como también introducir el idioma ruso como segunda lengua  obligada en las escuelas . 
    Frente a este escenario, el partido fue perdiendo la base social con la  cual había contado desde principios de la instauración de este sistema.  Evidentemente esa situación estaba muy lejos de cumplir con las expectativas de  los húngaros, principalmente los intelectuales, que aunque no manifestaran abiertamente  su inconformidad, contribuyeron a crear un estado de opinión a favor de la  corrección de los lineamientos políticos del partido.  
    Sin embargo, la respuesta de la dirección del partido fue omisa,  justificando los problemas como causas de la acción de los enemigos políticos, la  existencia de una conciencia atrasada de las masas, la falta de la vigilancia  revolucionaria y el mal trabajo de los dirigentes estatales, entre otras. No  fue hasta la década de los cincuenta cuando se presentó la posibilidad de  reformar las condiciones políticas y económicas del país.
1.2. Primeras manifestaciones de los intelectuales húngaros contra el sistema. Antecedentes de las fuerzas de la oposición al Socialismo.
Tras la muerte de Stalin en 1953 y posteriormente, la celebración del XX  Congreso del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética)  en 1956, se abrió un proceso de cuestionamiento total de era estalinista.  Salieron a la luz todos los crímenes cometidos  por un personaje sacro que representó durante mucho tiempo al régimen cuando  aún no existía una elevación considerable del nivel de vida de la población.  Constituyó una dura crítica a un sistema que todavía no se había afianzado no  solo como estructura política y social, tampoco en la conciencia de todos los  individuos. El resultado fue descubrir verdades   a unas masas que no estaban preparadas para recibirlas, sobre todo,  porque estaban orientadas a desacreditar todo el período anterior, lo que  incluía la historia y por tanto la legitimidad del sistema. 
    Aunque en un primer momento el gobierno húngaro no tomó en consideración  los cambios, posteriormente fueron persuadidos por  Moscú para realizar transformaciones  políticas. Se determinó, entre otras medidas, que era necesario rejuvenecer el aparato del partido y  del Estado con nuevos cuadros, fundamentalmente con intelectuales jóvenes. Una  nueva generación de reformadores emprendió las transformaciones de la sociedad  húngara. Éstos se plantearon la necesidad de modificar la estructura deformada  de la economía y eliminar la dirección unipersonal, o al menos, limitar los  poderes de la dirección suprema del país. 
    Con la asesoría del gobierno  soviético se designó para la dirección del partido a Imre Nagy, entre otros  jóvenes representantes de la intelectualidad. Esto permitió en parte, que se reconocieran públicamente los errores cometidos por la dirección del  partido, tanto en su actividad práctica como en su estrategia para hacer  avanzar el país. Sobre todo se criticó fuertemente los juicios preconcebidos y  la condena de miles de comunistas en los años precedentes.
    Se consideró que la estrategia económica aplicada había forzado el  desarrollo de la industria pesada sin tomar en cuenta las condiciones concretas  del país, relegando la agricultura y  los  bienes de consumo de la población. Además, estas decisiones erróneas habían  contribuido al no crecimiento del nivel de vida de la población, empeorando las  condiciones económicas de todos los sectores de la población, tanto de la clase  obrera como de los intelectuales. 
    A pesar de las críticas se designó como secretario general a Mátyás  Rákosi y como presidente de los Consejos de Ministros a Imre Nagy. 
    En el plano económico plantearon el ritmo acelerado de la construcción  del socialismo  y la implementación del  modelo económico de autoabastecimiento, así como también aumentar el monto de  las inversiones asignadas a la rama agrícola y elevar el nivel de vida de la  población .
    Los intelectuales dieron todo su apoyo a este gobierno reformador; y  crearon,  junto a los obreros y los  campesinos, los llamados “consejos”: órganos de poder que tenían como función controlar  a las diversas instituciones del gobierno.  No obstante, este nuevo gobierno se convirtió  en una especie de fantasma, cuyas funciones consistían en cumplir con lo que  disponía con anterioridad el partido. Se crearon fuertes divisiones en  la dirigencia   y una falta de apoyo creciente de los sectores intelectuales .
    Al ser destituido Imre Nagy, las reformas fueron paralizadas y un gran  número de escritores, periodistas, incluidos profesores universitarios y  algunos funcionarios, se proclamaron en contra de esta decisión y exigieron la  continuación del proceso reformador. Para ello realizaron sesiones de debate en  diversas instituciones culturales, sobre todo en las universidades, donde  criticaron agudamente el sistema.  
    Desde finales de 1955 por iniciativa del Comité Provincial de la Juventud Trabajadora  en Budapest se fue creando un foro de discusión de estudiantes universitarios y  jóvenes intelectuales, principalmente de las ciencias sociales.  Éstos se aglutinaron alrededor  de Imre Nagy y conformaron una especie de  grupo de oposición que tuvo como nombre Círculo Petőfi, en recordación del  poeta  húngaro Sándor Petőfi . 
    En los meses de septiembre y principios de octubre se creó un Foro de  Estudiantes de Budapest  que exigía  la ejecución de cambios profundos en la  dirección del partido y el gobierno, aún cuando Rákosi había sido destituido en  el mes de julio y accedieron al Buró político y al Comité Central figuras como  János Kádar. El foro estaba integrado por nuevas  organizaciones de estudiantes de Derecho, Economía, el llamado grupo 15 de  marzo de los estudiantes de Humanidades y el grupo Vasvari, los cuales participaron  en la rehabilitación de László Rajk,  llevada a cabo el 6 de octubre 1956. Para ello realizaron una representación  simbólica de su funeral. Todas estas acciones formaron parte de lo que  constituyó una manifestación general, que devino en una sublevación contra el  modelo de socialismo que se había impuesto en Hungría. 
    La sublevación de 1956, comenzó precisamente con una manifestación  estudiantil pacífica que fue convocada por los estudiantes de la Universidad de  Budapest, quienes desde el 16 de octubre realizaron una Asamblea General, donde  aprobaron la formación de una organización estudiantil independiente de la Federación Juvenil  Democrática y formularon fuertes críticas a la dirección partidista. Posteriormente  el 23 de octubre  llevaron a cabo una  manifestación general en la que participaron aproximadamente 20 mil manifestantes que se  reunieron en torno a la estatua de Bem, donde  Péter Veres, presidente del sindicato de  escritores, leyó un manifiesto a la multitud. 
    El principal objetivo de estas manifestaciones era perfeccionar el  sistema socialista, pero no su disolución. El descontento que predominaba en la  población urbana, dígase los estudiantes, intelectuales y una parte de los  obreros, se manifestó en aspiración por la renovación del sistema; aunque en  estas se infiltraron grupos extremistas que utilizaron las circunstancias para  revertir la manifestación pacífica en lucha armada.
    Además, la variedad de los participantes condujo al desarrollo de una  sublevación bastante compleja donde los estudiantes, obreros, adolescentes,  intelectuales, las personas ofendidas, los que cumplieron condenas  injustamente, excomunistas y familiares, las miles de personas deportadas,  religiosos, o sea, todos aquellos que se sintieron afectados por el régimen, se  aglutinaron formando una compleja heterogeneidad social con intereses y  objetivos diferentes.
    Aun cuando el gobierno de Imre Nagy intentó llevar a cabo varias reformas  políticas como declarar la neutralidad política, el pluripartidismo y pidió la  ayuda de la Organización  de las Naciones Unidas (ONU) para que reconociera el nuevo status, no se  lograron resultados positivos. De hecho, con la aprobación del multipartidismo  aparecieron partidos de marcado carácter burgués que cobraban auge frente al  Partido Comunista.
    Por ello el 3 de noviembre de 1956 se crea el gobierno de János Kádár, el  cual inmediatamente pidió la intervención soviética alegando que el anterior  gobierno había perdido el control del país. Petición que se consumó el 4 de  noviembre en un ataque masivo contra Budapest.
    La resistencia organizada  finalizó el 10 de noviembre, la revuelta fue aplastada y  comenzaron los arrestos en masa, lo que provocó que unos 20 mil húngaros  huyeran en calidad de refugiados. Para enero de 1957, el nuevo gobierno instalado por los soviéticos y liderado por János Kádár había suprimido toda oposición  pública. Con ello comenzó un período de represión y persecución, pues desde  mediados de noviembre se detuvieron a 6 380 personas de las cuales 860 fueron  deportadas a la URSS. En  total se estima que hubo 20 mil encarcelados, 380 condenados a muerte, 229  ejecutados, más de 10 mil deportados a campos de trabajo forzado y otros 100  mil expulsados de sus centros de trabajo, de la universidad e institutos  superiores . Estos resultados marcaron  profundamente a la sociedad húngara, incentivando mucho más el rechazo hacia la URSS  y  sobre  todo,  constituyó un elemento fundamental  para demostrar la ilegitimidad del gobierno de Kádár durante la década de los  80.
    Aún así, se pude afirmar que los dirigentes impuestos después de la  derrota de 1956 emprendieron un reformismo más auténtico y eficaz que en el  resto de los países de Europa del Este. Bajo la dirección de János Kádar se  llevó a cabo la liberación sistemática  del régimen, la reconciliación con las fuerzas opositoras y, en la práctica, la  consecución de los objetivos de la revolución dentro de los límites que la URSS consideraba aceptables .  
    Se realizó el  perfeccionamiento  del sistema de planificación y se recurrió a la elevación del estímulo material  como medio para legitimar el sistema. Para ello el gobierno comenzó la  aplicación de una línea política que le permitiera dar soluciones concretas a  las cuestiones económicas y culturales que influían en la vida cotidiana de las  masas trabajadoras, para evitar que se interesaran por la política o que llegara  a formarse una opinión acerca del sistema. En otras palabras, si la dirección  del partido era capaz de garantizar un crecimiento del nivel de vida aceptable,  entonces el pueblo no se dedicaría a la política. Se intentó realizar una  despolitización deliberada de la vida diaria. Por eso su política estuvo  encaminada en función de dos objetivos fundamentales: la elevación del nivel de  vida, de manera directa con el aumento de los salarios reales y el reconocimiento  de la necesidad de ciertos bienes de consumo “de moda” como por ejemplo el automóvil.  El principio fundamental de su gobierno era: las estrategias económicas no deben obstaculizar la pacificación  política, sino que las políticas económicas deben garantizar el buen funcionamiento  del sistema político sin disfunciones ni interrupciones espectaculares . 
    También se evidenciaron otros cambios que, aunque “cosméticos”, aliviaron  a la población como por ejemplo: el toque de queda desapareció; se pudo hablar  libremente, aunque no escribir, además, se pudo disponer de productos cada vez  más abundantes. Bajo estos preceptos comenzó la aplicación de una política  conocida como “dictadura blanda ”. 
    Aunque las medidas tomadas contribuyeron al mejoramiento de las  condiciones de vida de la población y al aumento de la eficiencia y la  productividad,  no constituyeron una  solución a los graves problemas que existían en la sociedad húngara. Sin  embargo, la mayoría de los intelectuales, aún cuando conservaron su recelo, a  veces incluso su odio  hacia el régimen  de Kádar  y exhibieron grados variables  de escepticismo, admitieron la posibilidad de colaborar con las aspiraciones  reformistas de este gobierno; mientras que un grupo más reducido de los que  conformaban la intelligentsia se desprendió de las estructuras oficiales de  poder para crear su propio espacio social y cultural, creando de este modo lo  que constituyó el germen de la oposición intelectual. 
    Posteriormente, cuando se produjeron los sucesos de 1968 en  Checoslovaquia, los dirigentes kadaristas acariciaron la idea de una reforma  económica, incluso tenían planes para aplicarla, y contaron con todo el apoyo  de los intelectuales. Muestra de ello es que entre enero y junio de 1968 los  principales funcionarios húngaros y al menos la mitad de los intelectuales de  la oposición –que continuaban bajo sospecha, y en algunos casos, bajo  vigilancia policial– se interesaron en emprender nuevamente la reforma del  modelo de socialismo existente .  Por razones distintas, la intelligentsia y los tecnócratas, también  compartieron ese optimismo de los kadaristas en las primeras semanas de las  reformas en Checoslovaquia. La mayoría de ellos se proclamaron a favor de las  transformaciones que se estaban desarrollando en el país  vecino e hicieron intentos de extender las  reformas a Hungría. Defendían la idea de “democratización socialista” y  “renovación del marxismo”, pero tenían objetivos y expectativas disímiles en relación  con el curso de los acontecimientos.
    Los dirigentes kadaristas deseaban la simple duplicación de su propia  política; el “retorno a las normas leninistas de legalidad”, es decir, una  rehabilitación de las víctimas   comunistas, y quizás de otras ideologías de izquierda, de los juicios de  los años anteriores. Con ello reducirían las tensiones existentes y mejoraría  su capacidad de gobernabilidad. 
    Un segundo grupo, identificados como ideólogos del sistema, querían una  “democracia socialista” con fundamentos teóricos, aunque se encontraban en un  estado de confusión general. Entre sus peticiones figuraban la participación de  los ciudadanos y un cambio político considerable.
    Por último encontramos un tercer grupo que estaba conformado por  la tecnocracia no ideológica, es decir, por  intelectuales y directivos tecnócratas, interesados principalmente en una  racionalización económica y para quienes los aparato del partido y los  ideólogos románticos, era aliados dudosos y poco fiables. No obstante, se  adhirieron a la alianza pro-dubcekista. Puesto que carecían de poder político  autónomo y sólido podían expresar sus aspiraciones por boca de los ideólogos, a  quienes por demás miraban con recelo. Por otra parte, y puesto que el propio  programa de Dubcek  incluía la  racionalización económica, su única opción era negociar con la burocracia.  Además, los tecnócratas por su parte nunca habían visto con excesivo entusiasmo  la participación popular en asuntos que, en su opinión, debían dejarse a los  expertos, llevaron a cabo la alianza natural y espontánea con los kadaristas, a  quienes veían como un estorbo. Ellos consideraban que los expertos  checoslovacos, podían ser sus aliados fiables para la modernización de la  economía húngara. 
    Sofocada la sublevación en Checoslovaquia, quedaron selladas todas las  esperanzas de reformar el sistema. Los dirigentes habían capitulado aun antes  de las órdenes de los soviéticos. Sólo algunos de los intelectuales de la  oposición, entre ellos varios filósofos,   rechazaron la intervención de las tropas del Pacto de Varsovia mediante  declaraciones públicas de condena. La derrota de este proceso acabó con las ilusiones  de reformas políticas y económicas, pero también, había quedado claro para la  intelectualidad la negativa a cualquier regeneración en el ámbito cultural. 
    Entre 1956 y 1968 se hizo patente el sentir de la intelectualidad. Su  intención no había sido condenar el Socialismo, y mucho menos derrocarlo. Su  objetivo consistía más bien en pensar qué era lo que se había  hecho tan mal y proponer una alternativa  dentro de los términos del propio sistema. Para muchos de estos intelectuales  marxistas el estalinismo constituía una trágica parodia de esta doctrina y la URSS, un desafío permanente a  la credibilidad del proyecto de transformación socialista. Aún así, estos revisionistas,  continuaron colaborando con el Partido, a menudo desde dentro de él. Eso  obedecía en parte a la necesidad, pero en parte también a una convicción  sincera de su “misión de reformar el socialismo”.
    Por eso se plantea que a partir de los sucesos de Praga se marcó el punto  de inflexión en la historia del Comunismo, en mayor medida que los  acontecimientos de 1956 en Hungría. La ilusión de que este sistema era  reformable, de que el estalinismo había constituido una desviación equivocada,  un error que todavía podía corregirse, de que los ideales esenciales del  pluralismo democrático podían de alguna forma todavía ser compatibles con las  estructuras del colectivismo marxista, quedó aplastada bajo los tanques el 21  de agosto de 1968 y jamás volvió a recuperarse . 
1.3. Respuesta de la intelectualidad a la política cultural del gobierno kadarista.
Cuando la situación se normalizó, el gobierno de  J. Kádar emprendió las transformaciones del Nuevo Mecanismo Económico, lo cual  contribuyó significativamente al aumento del nivel de vida de sus pobladores. Estas reformas económicas impulsaron el  desarrollo del país que hasta principios de los setenta alcanzó una tasa de un  7% de crecimiento. Se puso énfasis en la autonomía de las empresas  y se autorizó la existencia de un sector  privado en diversas actividades y se estimuló la agricultura. Hungría se  convirtió en el primer país socialista en producción por habitante y en un  exportador de alimentos .
    Los sucesos de 56 habían evidenciado el  resurgimiento de fuerzas cuya base no era la defensa del socialismo, sino más  bien la restauración de la burguesía. Por ello el gobierno optó por dar  participación en la gestión de los asuntos públicos a estos elementos no  socialistas. Llevó a cabo una política de conciliación con todas las fuerzas  políticas sosteniendo como consigna: El  que no está contra nosotros abiertamente, está con nosotros . Era una revolución permanente subyacente que cedía un determinado margen de  acción al desarrollo del “hombre socialista” sin recurrir al terror, la  coacción y las purgas. De hecho, se reconoció tácitamente los grupos de  presión, aunque no de forma legítima. 
    Entre esos grupos encontramos la intelligentsia ideológica– principal  socio negociador de los dirigentes kadaristas- que se le consideraba de antaño  semillero de rebelión. Este grupo lo conformaban los dirigentes  archiconservadores de las iglesias, dispuestos a convertirse en defensores de  las decisiones y los intereses políticos del régimen en sus sermones y cartas  pastorales, así como en los consejos confidenciales y desde una posición de  autoridad que impartían a sus feligreses. También destacados tecnócratas, que con  independencia de su afiliación partidaria, poseían intereses materiales e  intelectuales claramente distintos al grupo anterior .
    Desde el punto de vista interno la censura fue más flexible,  se redujo el círculo de los bienes  intelectuales prohibidos y la política aplicada hacia los profesionales fue  mucho más tolerante. El esfuerzo del nuevo equipo consistía en establecer un  equilibrio de fuerzas sociales, pero con la posibilidad de incorporar al menos  una parte de los no marxistas al proceso de construcción del Socialismo.  
    La realidad evidenció  que la mayoría de los intelectuales  apoyaron al gobierno de János Kádar,  pues de una forma u otra, colaboraron con el sistema entre los años  sesenta y setenta. Ello se debió gracias a   la labor realizada por Aczél Gyorgyr ,  el cual aplicó una  política  conciliatoria en la esfera de la cultura durante un cuarto de siglo.  
    Esta figura  política no contaba con la aprobación de Moscú, pero tenía excelentes  relaciones con Kádar. Por sus orígenes, ambos poseían varios puntos en común, por  ejemplo, los dos fueron encarcelados   durante la época de Rákosi.  En 1954 como parte de  la amnistía otorgada  por el gobierno fue puesto en libertad, aunque al principio no quiso, luego  accedió a cooperar con el gobierno de Kádar.  Su labor administrativa se centró en crear una nueva política cultural  que se diferenciara totalmente  de la aplicada por József Révai durante  el gobierno de Rákosi. 
    Su principal  objetivo era integrar al mayor número posible de los intelectuales al sistema y  si esto no era posible, al menos, establecer una coexistencia pacífica. Por encima de todo intentaba calmar los ánimos de aquellos  intelectuales que habían desempeñado  un papel importante en los  sucesos del 56, y para eso necesitaba crear en ellos un compromiso con  el sistema, sin tener que silenciarlos ni recurrir al terror. Por eso consideraba necesario aplicar una política  cultural efectiva que le permitiera ganar el apoyo de la mayor parte de la  intelectualidad, teniendo en cuenta la   función clave de este grupo social en la formación de la opinión  pública. Trató de poner al servicio del sistema a intelectuales de fama  internacional, pues consideraba que si lograba su apoyo, éstos podrían influir  en el resto de la intelectualidad y con ese objetivo les  entregaba grandes privilegios. 
    Su política  cultural respondía al interés del gobierno de buscar la conciliación entre distintas fuerzas. Sobre la base de este  objetivo Aczél trazó como línea  directriz apoyar la heterogeneidad de la vida cultural, pero estableció los límites implantando  una especie de sistema  de censura conocido como "sistema de  las tres T" (támogatás, tures,  tiltás), o sea, apoyo, tolerancia  y prohibición. 
    Este sistema se  convirtió en la práctica en la política cultural del gobierno. Con él se  categorizaba cuidadosamente lo que era permitido decir y lo que no, aunque esas categorías quedaban  sujetas a la situación política que imperara en el momento. De ahí que  en ocasiones fuera más flexible y en otras más restrictiva. Al crear este tipo de clasificaciones Aczél pudo establecer una definición más  específica de lo que se consideraba literatura “no  hostil” y “claramente  hostil”. Entre las condiciones que estipulaban era que si los escritores se comprometían a  no meterse en política y observaban los límites políticos aceptables, en ese  caso el estado, desechando la imposición de los límites estilísticos, les  publicaría y les mantendría generosamente, casi lujosamente. Los límites nunca  se definieron claramente, pero la suerte de cualquier libro, ensayo o película  fronteriza dependía de este jefe supremo .  
    Desde finales  de los años 50 en adelante  se redactó el reglamento de este sistema de censura . Su primer  comentario oficial al respecto fue el informe titulado: “Sobre el estado de  nuestra literatura” (Az helyzetéről irodalmunk),  cuya fecha de publicación fue el 6 de agosto de 1957. Este hecho se identifica  como el nacimiento del sistema de las tres T. En este informe  se exponían las definiciones generales de su política, y  se exhortaba a que los escritores manifestaran su compromiso político a través  de sus obras literarias. La sección más importante del  informe, sin embargo, fue la formulación de los  principios de las tres T. 
    En primer  lugar se planteó que el Partido y  el gobierno promovían la adhesión a la doctrina del realismo socialista, pero admitían otras tendencias,  siempre que fuesen compatibles con los principios  oficiales, o sea, siempre y cuando no entraran en contradicción  con la Democracia Popular e intentaran socavar  el orden social existente. Aunque se  plantea que éstas últimas serían controladas debidamente por la “censura”.
    En septiembre  de ese mismo año fue publicada la estrategia del Comité  Central del POSH donde se exponía que la  vida literaria en Hungría había  estado prácticamente estancada hasta ese momento y que no existía aún una  estrategia adecuada para canalizar la literatura política. 
    Otra señal  temprana del nuevo enfoque de la  política cultural  fueron los “Lineamientos de la política cultural” (Művelődéspolitikai irányelvei), que se publicó en  agosto de 1958. En este se deja claro el abandono de la  vieja retórica y la necesidad de la unidad de los  socialistas y del Partido para la  construcción de la vida cultural  socialista. Se expone que el partido no solo permitiría,  sino que promovería activamente la diversidad cultural.  Además, se señaló la tolerancia de obras  que no fueran  realistas, pero que  al menos fueran de corte humanista  y que no amenazaran el  orden social.  De acuerdo con esta decisión  se les dio la oportunidad a muchos escritores de  publicar sus obras; sin embargo, otros libros fueron  considerados perjudiciales y por tanto, prohibidos.  
    Aunque los  principios del sistema de las tres T se perfilaban desde años antes no fueron  perfeccionados hasta 1959. Su anuncio oficial constituía un  paso trascendental hacia la consolidación de la vida literaria y cultural. Esta consolidación significaba  esencialmente su despolitización.  El gobierno quiso resaltar que había aprendido de  los errores de la anterior política cultural (dirigida por Révai) y que no estaba a favor de ningún grupo en particular, sino  que el principal  fundamento de su política sería la diversidad cultural  del modo más amplio posible. 
    Para muchos  críticos de la época, esta nueva política era desde el punto de vista  ideológico más colorida y políticamente más libre. Además,  la producción artística fue de mejor calidad que  en la época de Rákosi. 
    Esta nueva  visión sobre la literatura y la vida cultural de modo general obtuvo mayor  validez después de la celebración del 9º Congreso. Como resultado de este  acontecimiento y después de amplios debates sobre filosofía, literatura,  historia, religión, etc, se decidió que se les daría apoyo a todos los socialistas y otros  humanistas creativos cuyas obras hablaran de las grandes  masas, que facilitaran los esfuerzos de la política,  aunque fueran ideológicamente contrarios, pero iban a excluir de la vida cultural todas las  manifestaciones que fueran políticamente  hostiles, antihumanista o que ofendieran  la moral  pública .
    Esta fue  la formulación oficial  de las tres T  y, era al mismo  tiempo, la culminación de la neutralización política  y consolidación de  la intelectualidad. Se establecieron  fronteras permanentes y  normativas con respecto a lo que sería tolerado o prohibido, pero  no era posible saber de antemano cuando alguna obra parecería bien a los ojos de  los líderes o aparecería como un error en la política editorial. 
    Tanto los escritores como los  funcionarios intentaron poner a prueba los límites, pero el único que realmente  sabía lo que sería permitido en un momento determinado era Aczél. En la  práctica, a menudo él decidía personalmente qué obras literarias se harían  públicas o no.  En otros casos las obras  se distribuían sólo en determinados círculos de intelectuales, siendo de este  modo publicaciones semi-oficiales, sin que llegara a ser algo habitual. 
    El sistema de las tres T fue  evolucionando de manera continua y con los años la línea entre las dos primeras  T (apoyo y tolerancia) se hizo cada vez más confusa, incluso la tercera categoría  (prohibición) disminuyó gradualmente en importancia. Lo que sí se mantuvo  inmutable como una especie de pacto entre los escritores y el gobierno fue el  no cuestionar la base ideológica del régimen, es decir, el sistema de partido  único y las relaciones de Hungría con la Unión Soviética, y  en compensación, podían expresar libremente su descontento o sus opiniones  personales.
    Con el fin de proceder a la clasificación “segunda T”  (tolerado), los libros tenían que cumplir con determinados requisitos. En primer lugar, no podía contener ni  siquiera de manera implícita ninguna crítica política del régimen. En segundo  lugar, no podía incentivar a sentimientos que pudieran crear una “atmósfera  negativa” dentro de la sociedad; y de este modo se contribuía a la política de  neutralidad. Se buscaba que  incluso, aquella  parte de la sociedad que no apoyaba al régimen lograra sentirse cómoda en estas  circunstancias. El objetivo era que la  sensación de confort redundara en una sensación de bienestar general.
    En cuanto a los trabajos que eran  prohibidos, éstos se determinaban sobre la base de dos elementos: si se  consideraba “alienado” y si “su actitud hacia la vida no era positiva”; pero  también en este caso las reglas podían variar. 
    En el caso de las publicaciones sistemáticas tampoco se estableció  por escrito prohibiciones abiertas, sin embargo, en la práctica la dirección de  la prensa se regía por principios generales y determinados procedimientos que  permitían decidir lo que sería publicado o no. Todas las noticias y las  informaciones debían ser filtradas, y éstas a su vez respondían a las  orientaciones ad hoc (de acuerdo con el momento); además, la publicación de las  noticias era una responsabilidad individual de los redactores principales. Se  establecieron temas tabú que estaban claramente estipulados: la crítica a la URSS y el campo socialista,  del CAME y el Pacto de Varsovia, la presencia de las tropas soviéticas y por  último, la cuestión del 56.  Para ello el  POSH estableció una  serie de principios  con respecto a la prensa. Primero se planteó que debía ser partidista y  defender en todo momento la dirección política del país. Debía ofrecer también  una visión clasista donde prevaleciera el papel rector del Partido, porque sólo  así se podría mostrar la posición partidista de este medio de comunicación y  evitar que prevalecieran otros puntos de vista contrarios al marxismo-  leninismo. Además, cualquier crítica que se hiciera al sistema debía tener un  carácter constructivo.
    Era prohibido publicar los secretos estatales, las  noticias que lastimaran los intereses de la nación, lo cual no estaba definido  exactamente. También se reconocía que la prensa tenía como tarea fundamental la  lucha contra las ideologías pequeño-burguesas, las concepciones  anti-científicas y contra toda idea que pudiera influir en la conciencia de las  masas. 
    La “censura” fue una parte esencial de  la política editorial, aunque no había  ninguna oficina que  tuviera esta función, pero los  principios rectores eran  comúnmente conocidos y los  editores debían cumplir con la promesa  de una especie de autocensura. En cambio,  el gobierno húngaro  ofrecía seguridad financiera a estos “trabajadores culturales”. Este sistema  de prestaciones apoyado por el Estado y controlado por organizaciones como la Unión de escritores y el Fondo  de Literatura, ofrecía seguridad a los escritores que seguían la  política del Partido. A aquellos que sobrepasaran los  límites, se les imponían medidas punitivas como la pérdida temporal de  beneficios. 
    A los escritores  y los investigadores les preocupaba la “censura”, pero sobre todo el principal  problema era la autocensura. Con el fin de conseguir llegar al público los  intelectuales, los artistas, etc, siempre estaban tentados a adaptar su obra,  podar o acotar un argumento anticipándose a las posibles objeciones oficiales.  En esta sociedad donde la cultura y las artes se tomaban muy en serio, los beneficios  profesionales y materiales de esos ajustes no eran nada desdeñables, pero el  respeto por uno mismo podía obligar a pagar un considerable precio moral. Por  eso la mayoría optaba por contar con los beneficios, cometiendo con frecuencia un infanticidio: matar a su propio hijo  intelectual por el insensato terror a la mente del censor .  De esta manera adoptaban una posición de complicidad parcial o apoyo al sistema  a cambio de las ventajas que se le ofrecían.
    De manera general tanto para los escritores como para el resto  de los  intelectuales la relación con el  régimen prácticamente dependía de las relaciones personales que tuvieran con  Aczél.  Aún  así los funcionarios del partido consideraban que esta era una política  bastante peligrosa, pues tenían miedo de que las relaciones subjetivas pudiesen  interferir  a la hora de juzgar según la  estética y los problemas ideológicos. 
    Algunas  celebridades, independientes del sistema político tuvieron cierto acercamiento,  tal fue el caso de Gyorgy Lukács y Zoltán Kodály .  También cooperaron los intelectuales que tenían puestos de dirección en  universidades, teatros y otras instituciones culturales. Muchos de ellos tenían  una posición importante gracias a Áczel. Algunos, incluso llegaron a establecer  una estrecha relación con él. Con ellos hablaba abiertamente de política y eran  considerados sus amigos íntimos; mientras que otros grupos de intelectuales  hacían todo lo posible por llegar al círculo de Áczel, pero éste no los  consideraba merecedores de ser parte de los grupos anteriores. A este grupo heterogéneo,  los utilizaba para determinados objetivos, y a cambio de su colaboración  los premiaba con cambios de apartamentos,  compra de carros u obtención de visas y pasaportes.
    Pero no todos  mostraron la misma actitud de colaboración. Evidencia de ello fueron algunos profesionales  de las Ciencias Sociales que llevaron a cabo la publicación de una revista  llamada Valóság (Realidad) que  criticaba los males del sistema en la llamada “semidisidencia”, incluso  llegaron a divulgar obras de científicos occidentales. Entre ellos se  encontraban escritores, historiadores y sociólogos de renombre. Aún así, se  permitió la publicación de esta revista. 
    Los que no se  insertaron al sistema, nunca llegaron al diálogo con Aczél, ni siquiera  entablaron conversaciones, ni relaciones con los que estaban fuera, es decir,  con aquellos que constituían la semilla de la oposición. Éstos que alzaban la  voz difundiendo sus obras en copias ilícitas impresas a ciclostil ,  se enfrentaban a la sombría perspectiva de ser prácticamente invisibles, de ver  cómo sus ideas y su arte quedaban relegados a una audiencia minúscula y  cerrada, publicando para los mismos 2 mil intelectuales de siempre.
    Vale destacar que  esos intelectuales decidieron renunciar a la oportunidad de emigrar o exiliarse  porque consideraban que era mejor ser perseguido e importante que libre, pero  irrelevante, entre ellos encontramos a Agnes Heller entre otros filósofos y  expertos que por su labor intelectual opuesta al sistema fueron limitados y  silenciados por el gobierno.
    Desde los sucesos del 56 muchos  escritores recurrieron a la opción del silencio como una vía de resistencia. Muchos  eran encarcelados o acallados por otros medios. Entre ellos se encontraban Tibor  Déry y otros como László Németh, Péter Veres, István Örkény, Zelk Zoltán. Solo  a algunos se les reconocía como escritores completamente apolíticos como Sándor  Weöres, Ottilik Géza, János Pilinszky o Miklós Szentkuthy, éstos ni siguiera se  sumaron a la protesta  llevada a cabo por  la Unión de  Escritores realizada el 3 de diciembre de 1957, donde se planteó que: “los escritores húngaros en todas las  circunstancias serviremos  al pueblo  húngaro, y no permitiremos que nuestras obras sean objeto de abuso por ningún  gobierno o partido. ”  Trataron de  boicotear la nueva política cultural del gobierno y optaron por no publicar.  Estos silenciosos escritores no aceptaron ni siguiera la publicación de poesía  neutral. Todos ellos eligieron como estrategia la política del silencio; aunque  vale destacar que un gran número de intelectuales fueron disuadidos por  Aczél.  Éste tenía la capacidad de  entender el lenguaje de los intelectuales y eso contribuyó en gran medida a lograr  el apoyo de éstos. Como resultado de su política pudo integrar a los escritores  rebeldes en la literatura oficial del régimen al darles un trato más flexible, aún  cuando por el gobierno los consideraba poco fiables. Logró  que estos escritores dejaran de asumir esta posición y con ello,  contribuir  de manera implícita a la  legitimidad del régimen.  
    Para ganarlos no  utilizó la coacción, de hecho, la mayoría de los intelectuales  fueron seducidos a través de las  relaciones personales. Aczél  utilizó una serie de trucos y dispositivos de  manipulación para llevarlos a acercarse al  régimen. Su método se puede resumir en dos términos:  la política de  favores y de la informalización,  éste último reflejado en contactos personales. 
    De cualquier modo el resultado de  su política fue la reanimación de la literatura, prueba de ello es que entre  1960 y 1985, el volumen de libros impresos y los títulos de los folletos se  duplicó alcanzando un total de 10.000, mientras que el volumen total aumentó de  53 libros por cada mil ciudadanos, tanto en 1955 y en 1960,  a 98 libros por cada mil ciudadanos en el año  1984. Para 1970 Hungría estaba al mismo nivel que Francia, Bélgica y Bulgaria.  Diez años más tarde fue el único país socialista en alcanzar  un nivel   superior de edición de libros, junto con la República Federal  de Alemania, Finlandia y los Países Bajos. Incluso más importante que las  medidas cuantitativas fue la posibilidad de leer a escritores extranjeros  desconocidos y prohibidos, cuyos libros para esa época estaban más disponibles  a precios razonables. 
    No obstante,  desde los sucesos de Checoslovaquia la política cultural de Aczél, había  comenzado a  mostrar  los síntomas de su fracaso. Una nueva  generación de escritores comenzó a emerger, en los  cuales, la aplicación de sus métodos no tuvo éxito. Éstos querían que su  relación con el régimen no dependiera de las relaciones personales que tuvieran  con Aczél, sino más bien que ésta se estableciera de manera institucional. Por  tanto, deseaban que su rango como artistas estuviera basado puramente en sus méritos artísticos. Tampoco querían el reconocimiento oficial a cambio de servir a los propósitos del régimen. De hecho, no tenían la intención de legitimar  el poder ni su consolidación.
El Estado en su afán de atraer a  la intelectualidad había permitido su inserción en las estructuras del poder  para que pusieran sus conocimientos en función de la legitimación del sistema. Durante este período  el partido trató de atraer conscientemente a las personas mejor preparadas para  colocar a profesionales jóvenes en puestos de la nomenclatura, en particular,  en el aparato del partido. De esta manera muchos intelectuales jóvenes  accedieron al gobierno. A medida que estos jóvenes comunistas sustituyeron a  los burócratas de la vieja guardia, cambió la idiosincrasia de dicho aparato.  Estos grupos de jóvenes, a diferencia de aquellos reclutados de la clase obrera  y campesina, no dependían exclusivamente de sus jefes políticos .  Para Sean Hanley, este aumento de las capas  de tecnócratas y administrativos   partidarios de la reforma del sistema, frente a la concepción marxista  clásica de la generación anterior, generó el conflicto Rojos vs Expertos, que  caracterizó todo el período hasta mediados de los ochenta cuando se  llevó a cabo la renovación del  aparato estatal .
    Estos cambios que se produjeron  en las relaciones de poder trajeron como resultado que Aczél ya no fuera  considerado como un estabilizador de éxito a finales de los 1970.  A medida que fue avanzando esta década los  intelectuales fueron en un número creciente dando la espalda al relativo compromiso  que habían manifestado los años anteriores. Los escritores querían tratar los  temas y puntos de vista que habían sido prohibidos. Esto condujo a una nueva  era que dio comienzo en los años ochenta donde los funcionarios del gobierno se  vieron obligados a adoptar medidas contra los que sobrepasaban los límites  establecidos, aún cuando, se flexibilizaron gradualmente los temas que se  consideraban tabú. 
    Para finales de la década del  setenta se hicieron más evidentes los síntomas de crisis. Las  reformas del Nuevo Mecanismo Económico se estancaron y como consecuencia de la  crisis petrolífera, Hungría sucumbió a la deuda externa para mantener un nivel de  vida aceptable en la población. Además, se produjo el derrumbamiento definitivo  de la ideología oficial y el sistema fue perdiendo la legitimidad que había  tenido en las décadas anteriores. Todas estas transformaciones incidieron  significativamente en la intelectualidad: en aquellos que constituían puntales  del sistema- dígase dirigentes, ideólogos o los que de un modo u otro  justificaban su existencia- pero también, en aquellos que manifestaban  oposición al mismo. A medida que la crisis se agudizaba, la intelectualidad  comprendió que el sistema era irreformable y por tanto, se hacía necesario un  cambio radical. 
2. Los intelectuales húngaros durante la década de los ochenta: aumento de la crítica al sistema socialista.
La década de los ochenta fue la heredera de graves problemas económicos,  políticos y sociales. A partir de 1973, se redujeron las tasas de crecimiento,  aumentó la deuda externa y la economía se hizo más vulnerable. La crisis  energética había provocado escasez de comida y productos manufacturados, y los  préstamos adquiridos por el Estado para paliar la crisis provocaron el aumento  de la inflación. El sistema se mostró  altamente ineficiente, pues no solo era incapaz de producir los bienes necesarios,  ni siguiera daba libertad de acción para encontrar el proveedor más barato ni  controlar la respuesta del consumidor ya que ambos venían dados por un plan.  Tampoco se podían hacer estimaciones de la elasticidad de la demanda producida  por el mercado. Los precios de los productos permanecían inertes, sin alterarse  por mucho o poco que se produjera determinada mercancía y sin tener una clara  relación con la productividad ni con los precios de otras mercancías .  El sistema de precios fijos imposibilitaba el cálculo de los costes reales  destinado a responder a las necesidades o a adaptarse a la reducción de los  recursos. Todo esto incidió negativamente pues provocaba mayor escasez de artículos  necesarios impidiendo satisfacer las exigencias materiales de todos los  individuos en su condición de consumidores. 
    Aunque se hicieron intentos para solucionar la crisis con una segunda  oleada de reformas, no se obtuvieron resultados satisfactorios. El 17 de abril  de 1984 en su sesión plenaria, el Comité Central determinó como objetivos  fundamentales de las nuevas reformas, eliminar la normativa económica  existente, la cual  ejercía un efecto limitado en el aumento de  los rendimientos. Se pretendía aumentar la competencia en el marco del mercado  regulado y modificar el sistema de precios y salarios; además de crear un  régimen de incentivos y fomentar la iniciativa individual y privada. Proponía  también perfeccionar las formas de dirección empresarial, creando dos nuevos  tipos de dirección . 
    Esta segunda oleada de reformas económicas se llevó a cabo en condiciones  no muy favorables para su éxito. Los recursos disponibles no eran suficientes  en un momento en que el valor de las exportaciones suponía el 50% de la renta  nacional y seguía creciendo el monto de la deuda externa. Por ello en el XIII  Congreso del POSH realizado en 1985 se señaló que para desarrollar la economía era necesario perfeccionar la economía  interna reduciendo los costos, aprovechando mejor las reservas, renovar  gradualmente las bases técnico materiales de la economía nacional y elevar el  bienestar del pueblo .  Aún así, estas ideas no fructificaron y se  evidenció la necesidad de hacer reajustes mucho más profundos que permitieran  un cambio en la estructura productiva, y para ello, se hacía necesaria la modernización  de la mayoría de las ramas de la economía. 
    Esto trajo como consecuencias que la población tuviera que asumir la  mayor parte de las cargas originadas por dicha transformación, pues apenas se  pudo asegurar las condiciones elementales, lo cual se evidenciaba en los bajos  índices de consumo.  Aún cuando el Partido  seguía planteando como objetivo elevar el bienestar del pueblo, el nuevo  programa del gobierno, planteaba la reducción en un 6% de la renta nacional  dedicada al consumo y  aumentar entre el 14 y el 15% los precios en 1988. Sin embargo, los salarios en  1987 fueron congelados,  aunque se  preveía un aumento del 3% en las ramas más importantes y rentables de la  economía.  
    Por otra parte, el gobierno planteaba la necesidad de mantener la política  del pleno empleo, pero al mismo tiempo se reconocía como un punto medular la poca  efectividad de dichos empleos y de la remuneración  material, según la capacidad y el  aporte de cada individuo a la sociedad. Se  generalizó en la sociedad un chiste que ilustra muy bien este fenómeno: “tú  haces como que trabajas y nosotros hacemos como que te pagamos”.  
    Como parte del perfeccionamiento de las reformas económicas también se le  dio un impulso considerable a las iniciativas privadas, que a partir de 1985 se  hicieron más extensivas, sobre todo en la esfera de los servicios, alcanzando  el 33% del Producto Interno Bruto (PIB). Aumentó el número de arrendamientos de  las propiedades estatales no rentables como cafeterías, restaurantes, bodegas,  carnicerías, así como también, se elevó el número de los negocios por cuenta  propia, creándose de esta manera una segunda economía. A determinados obreros  se les entregaban instalaciones de sus empresas, con el fin de realizar  producciones cuya ganancia les pertenecía. De esta forma los trabajadores  obtenían ingresos mayores o adicionales que les permitía afrontar el alza de  los precios, mientras otros vieron descender progresivamente sus niveles de  vida. Los salarios obtenidos en la segunda economía deterioraban el rendimiento  en la primera, lo cual minimizaba el efecto estimulante de los salarios  oficiales e indujeron a los participantes a  ahorrar esfuerzos en el trabajo normal .  La aceleración del enriquecimiento de los beneficiados irritaba a amplios  grupos sociales, en primer lugar, a aquellos que no tenían la posibilidad de  obtener los ingresos adicionales, entre ellos los intelectuales que vieron  descender su nivel de vida, produciéndose la inversión de la pirámide social. Esto  provocó una agudización de la crisis, pues los intelectuales comenzaron a  manifestar su inconformidad, pero esta vez de una manera mucho más abierta,  optando por estrategias económicas y políticas opuestas a las desarrolladas por  el Partido Comunista.
    Se une a ello otro fenómeno vinculado con la proliferación de los delitos  de índole económica que atentaban contra la propiedad social. Con el fin de garantizar  el cumplimiento de los objetivos fijados desde arriba, los directivos de las  fábricas hacían todo lo posible por ocultar a las autoridades las reservas de  material y mano de obra. Así el despilfarro y la escasez se reforzaban. Éste  sistema no solo fomentaba el estancamiento y la ineficacia, sino un ciclo  permanente de corrupción.  Aquellos que  tenían acceso a los bienes comunes se adueñaban indebidamente de ellos lo que  trajo consigo una mayor diferenciación dentro de la sociedad. 
    De manera general la economía húngara, lejos de mejorar, entró en un  período de crisis total. Ejemplo de ello son las palabras recogidas en el nuevo  programa gubernamental aprobado por el parlamento húngaro en octubre de 1987  donde se expone: “El desarrollo de la  economía nacional- junto a los resultados dignos de atención también a escala  internacional- se ve acompañado por tensiones y contradicciones que han ido aumentando  con el tiempo. Los resultados de los últimos años –a pesar del  perfeccionamiento- muestran que los objetivos económicos no se cumplieron, las  deudas en divisas  convertibles se incrementaron  notablemente, no existe armonía entre el rendimiento y los ingresos  empresariales, el consumo de la sociedad supera la producción y se produjo un  incremento del desequilibrio financiero interior.  Este proceso se debe a factores tanto  internos como externos. El desarrollo del mecanismo económico y del sistema de  gestión se llevó a cabo de manera ambigua y titubeante”   
    La anterior cita testifica la situación económica imperante en Hungría  para finales de la década de los ochenta. Para esta fecha la economía húngara  ya agonizaba por la creciente deuda externa de 18 000 millones de dólares. El  nivel de vida descendió considerablemente y la inflación creció entre un  18-20%. La estructura productiva envejeció al tiempo en que la capacidad  competitiva en el mercado exterior también decreció. 
    Se produjo además la violación del tabú existente sobre el pleno empleo,  pues muchas fábricas deficitarias se vieron obligadas a cerrar. Para 1988  existía ya en Hungría alrededor de un 2% de desempleo de la población activa,  es decir, unas 100 mil personas; incluso para aquellos que estaban trabajando  existía la frustración de un trabajo sin sentido y la sensación de padecer una  auténtica explotación. No solo decayó el avance social, sino que además,  disminuyó considerablemente la esperanza de vida. Este último indicador social  descendió de  67 años a 63 en solo ocho  años. 
    Las tensiones que  se produjeron por el descenso del nivel de vida generaron un descontento  general, y esto se hizo más evidente en la medida que finalizaban los años 80. En la mayoría de la población predominaba la  resignación y no el  realismo. La doble  moral se presentó como otro fenómeno del período. Frente al público mantenían  una actitud de apoyo total al sistema, cumplían con todas las decisiones del  partido para no tener discrepancias con el gobierno; sin embargo, otra posición  bien distinta se manifestaba en privado, en el círculo íntimo de parientes y  amigos, engendrándose así un medio moral contaminado. 
    Para 1988 el descontento era más  perceptible por la caída del nivel de vida y la pérdida de la capacidad  adquisitiva de la sociedad. En los últimos meses de ese mismo año la prensa se  hizo eco de ello. Esto favoreció a ciertos círculos de intelectuales y a las  fuerzas de oposición que ya comenzaban a fortalecerse.
    Prevalecía la idea de que la  calidad de vida se había hundido más a causa de la polución, la falta de  inversiones básicas palpable en alojamientos, hospitales y las escuelas, aún  cuando el Estado apoyaba la educación con grandes recursos económicos y  contribuía a la edición de libros, al desarrollo del deporte, el teatro y el  cine. La población no sufría de paro ni inseguridad, pero sí existía una  carencia importante de viviendas y de otras necesidades básicas. Los miembros  de las nuevas generaciones comparaban su situación, no con la del pasado de su  país, sino con la situación de sus contemporáneos de Europa Occidental. 
    Paralelamente a la crisis económica y social se manifestó un alto desarrollo  cultural en la población, que incrementó la capacidad de reflexionar y de ver  el mundo desde otras perspectivas; pero esta evolución del pensamiento de los  ciudadanos no se convirtió en un proceso de legitimación, sino de ruptura y de  desprecio por los valores básicos con los cuales en algún momento se sintieron  identificados. Esto fue posible, en parte, por la influencia cada vez mayor del  capitalismo occidental sobre la sociedad húngara. En un mundo donde el  desarrollo tecnológico alcanza grandes proporciones, los medios de comunicación  abarcan la esfera global y predomina la economía  trasnacional, se hizo imposible  aislar a la población de la información sobre  el mundo capitalista. En los años setenta y ochenta se ensancharon los vínculos  con los países occidentales y Hungría comenzó a integrarse a la economía mundial.  Además, a partir de la mitad de la década del ochenta, ya era legal pagar  televisión por cable y en otros casos, entraban cintas piratas, creándose en la  población la avidez por las películas norteamericanas y la música pop, sobre  todo en jóvenes con altos niveles de educación y con oportunidades cada vez  mayores de viajar. Estas nuevas posibilidades que se les otorgaban a los  individuos, les permitió comprender cómo era la vida en los países capitalistas  y cuán por debajo estaban en términos materiales y en libertad de elección. 
    La legitimación del sistema se basaba, fundamentalmente, en los resultados  del desarrollo económico y esto en los años 80 no se pudo mantener. Al no  corresponderse las expectativas con la realidad, se abonó el terreno para que  fructificaran las ideas más reaccionarias al Socialismo. Entre las capas de la población más jóvenes e  instruidas (estudiantes y trabajadores especializados) ya se ponía en  entredicho no solo el sistema de tipo soviético, sino también algunos de los  valores considerados esenciales del Socialismo. 
    La generación que se abrió paso en los años 80 tenía como característica  principal ser una generación sin perspectiva. Su niñez transcurrió en la etapa  del “socialismo de bienestar” que tenía como características: el crecimiento  económico, cierta distensión en la política y un nivel de vida cada vez más  alto; pero todas estas transformaciones dieron un vuelco en la manera cómo  percibían su realidad. Tanto para los  intelectuales de mayor edad, como para los que constituían parte de esa nueva  generación, se hacía necesario una transformación del sistema, incluso los  estratos ilustrados y técnicamente competentes, que eran los que mantenían la  economía en funcionamiento, eran conscientes de que sin cambios drásticos el  sistema se hundiría más tarde o más temprano.
    Durante este período también se evidenciaron cambios en la composición de  los órganos políticos. Frente a la necesidad de reemplazar a la mayoría de los  dirigentes por razones de edad avanzada, un grupo significativo de dirigentes  jóvenes accedieron al poder. Éstos no  habían compartido la experiencia que había unido al comunismo y el patriotismo  en ese país. Para ellos el principio legitimador del sistema era poco más que  retórica oficial o anécdotas de ancianos. Posiblemente los más jóvenes ni siguiera  eran comunistas al viejo estilo, sino hombres y mujeres que habían hecho  carrera en países que estaban bajo el dominio comunista .  Un grupo numeroso de integrantes de las capas medias cultas y capacitadas  técnicamente, profesores universitarios y la intelligetsia técnica alcanzaron  puestos de dirección del país. 
    Así se fue creando una elite dentro del Partido extraordinariamente  aburguesada que no tenía una lealtad exclusiva con el comunismo. Fueron éstos  los que frente a la crisis, intentaron cambiar el sistema emprendiendo transformaciones  económicas y políticas. Todos ellos retomaron las reformas lanzadas por el  gobierno de Mijail Gorbachov: la perestroika  y la glasnost .  Se pretendía eliminar la política centralizada dando mayor libertad de gestión  a las empresas en el sentido de reanimar la economía, poner en marcha  elecciones más o menos libres y dar cierto grado de reconocimiento a la  oposición; lo cual bajo las banderas del pluralismo político aceleró el  surgimiento de múltiples organizaciones políticas orientadas contra el Socialismo.  Además, con la incorporación de estos grupos reformistas se fortaleció la  ideología socialdemócrata en la dirección del partido.
    En 1988 se celebró la Conferencia Nacional del POSH, que planteó el  cambio radical de los cuadros en la dirección del partido. Así figuras  reformistas como Rezso Nyers, Imre Pózsgay y Miklós Nemeth obtuvieron la  dirección del Buró Político. En esta ocasión se produjo la remoción de la Secretaría General  de Kádar y su sustitución por Károly Grósz, representante del grupo reformista.
    Para esta fecha en sectores determinados de la dirección y en la  intelectualidad vinculada a ésta, se afianzó la idea de que el modelo de  socialismo implantado se había agotado y que se hacía necesario sustituirlo por  otro, sobre la base de una  economía de  mercado socialista que permitiera la incorporación total del país a la economía  mundial.  Muchos de esos sectores  reformistas estaban vinculados a las estructuras empresariales y de mercado del  país, por eso se empeñaron en intensificar los cambios y desmontar ese sistema  económico. 
    La mayoría de estos reformados reformistas como los llamaría Eric Hosbawn   procedían en buena medida de los universitarios, que habían sido los más  beneficiados con la Glasnost  y que se vieron empujados hacia un extremismo apocalíptico: no se podía hacer  nada hasta que el viejo sistema y todo cuanto se relacionaba con él fuera  totalmente destruido. 
    Se reflejó un cambio en la ideología oficial, sobre todo porque estos  nuevos dirigentes, según plantean algunos especialistas, no estaban  verdaderamente comprometidos con el sistema. Manifestaban en privado su no creencia  en la doctrina oficial,  pero les era  imposible abandonarla públicamente dado que era la única legitimidad fundamental  para mantener el continuado monopolio del poder. De hecho el nuevo líder Károly  Grósz expresó que Hungría había terminado teniendo un sistema monopartidista  sólo por “mala suerte”   
    De manera general se inició una era de cuestionamiento total, reflejo de  la apertura a la libertad de prensa y de expresión. Se creyó necesaria la  revalorización de los sucesos de 1956 por parte de prestigiosos historiadores  como Ivan Berend, el entonces presidente de la Academia de Ciencias, que  llegaron al acuerdo de calificar lo sucedido en 1956 como Revolución  Correctiva. Este tópico había sido un tema fundamental de debate desde  principios de esta década dentro de la intelectualidad. Para los dirigentes del  partido, Hungría había llegado  hasta ese  punto a pesar de la revolución, mientras que los intelectuales de la oposición que  ya comenzaban a  cobrar auge, consideraban  que los gobernantes húngaros ejercían su autoridad de un modo relativamente  controlado, cauto y tolerante gracias a la   revolución.  
    Ya para finales de los ochenta se asumía una posición generalizada de  apoyo a esos sucesos. Esto reflejaba el predominio de las ideas reformistas; ya  no se le consideraba un proceso contrarrevolucionario, sino un proceso  correctivo frente a los errores cometidos por el gobierno comunista.  Planteaban que el sistema socialista debía  ser reformado cada cierto tiempo para ir limando sus asperezas. 
    Este fue el final de la legitimación del sistema socialista en Hungría pues,  a partir de ese momento un gran número de los jóvenes e intelectuales  comenzaron a crear sus propios foros y alianzas, cuya composición era  extremadamente heterogénea y muchos se manifestaron abiertamente antisocialistas. 
2.2. Comportamientos críticos de la intelectualidad  durante la década de los ochenta.  
    Si la intelectualidad de la década de los sesenta y parte  de los setenta se había caracterizado por su misión de mejorar y perfeccionar  el socialismo, la generación de intelectuales que se abrió paso en la década de  los ochenta rompe con ese compromiso. Las transformaciones que se produjeron  durante estos años influyeron significativamente en el comportamiento de la  sociedad de manera general, pero especialmente en los intelectuales.  De cierta manera se sintieron afectados por  esos cambios, pero en ellos también incidieron otros acontecimientos que se  produjeron a nivel internacional. La crisis económica, la guerra de Afganistán  y el auge de los movimientos por la paz, que se sucedían a nivel global y que daban  un matiz diferente a su concepción del Socialismo, unido a los graves problemas  internos, crearon las condiciones para que la intelectualidad asumiera  posiciones cada vez más críticas al sistema. 
    Este cambio de posiciones respecto al Socialismo se  produjo de manera paulatina en la medida en que empeoraban las condiciones del  país. Aunque desde los años 1980-1981 comenzó a generarse cierta inconformidad  en el país, no fue hasta finales de los años ochenta que se pudo hablar en  Hungría de un descontento general frente al sistema. Según Victoria Semsey entre junio de 1987 y 1988, en los  periódicos aún no se encontraban indicios de descontento general. Los diarios,  practicando la tradición de los años cuarenta, escribían casi lo mismo, pero si  se leía entre líneas, se descubría reflexiones sobre anomalías sociales y  económicas. Entre los líderes del partido comunista y una capa altamente  calificada profesionalmente aparece esa nueva ola reformista. Se trataba de un  descontento de algunas capas sociales o más bien de una parte de éstas como los  intelectuales y la juventud . 
    Sin embargo, ese descontento presente en los  intelectuales no se pudo minimizar con la política de neutralización aplicada  por el gobierno en los años anteriores. La neutralización política ya no era suficiente, ni tampoco los métodos de Aczél  para calmar a la intelectualidad rebelde. Su política perdió significado y  función, lo cual tuvo como consecuencia que fuera sustituido a mediados de la  década de 1980 por Imre Pozsgay.   
    A diferencia de  Aczél que se propuso integrar a los intelectuales al sistema y elaborar una  concepción orientadora, Pozsgay permitió que se crearan puntos de vistas  diferentes e independientes de la línea orientada. De hecho, se le relaciona  como el hombre del cambio por haber propiciado las Mesas Redondas con la oposición.  Éste no exhortaba al patriotismo como su antecesor, sino al nacionalismo. A  pesar de que pertenecía a la nomenclatura, no era partidario de la dictadura  humanista, concepto que había sido enarbolado durante el gobierno de Kádar,  sino más bien deseaba la reforma el sistema. Con su política contribuyó a la  creación de una sociedad más plural y más difícil de controlar. 
    En la medida en que fue avanzando la década de los  ochenta los intelectuales asumieron posiciones cada vez más críticas al  Socialismo y a la política aplicada por el partido. Adoptaron diferentes  comportamientos, sin llegar a ser un pluralismo político abierto, que se  evidenció después en la década de los noventa,  pero que tuvo sus gérmenes aquí. 
    Las críticas comenzaron de una manera no tan frontal, de  hecho, el intelectual Timothy Garton plantea que en los primeros años de esta  década la sociedad húngara se encontraba en una  especie de laberinto, donde no se sabía a ciencia cierta el camino correcto y  predominaba una completa inseguridad. Esta misma situación se extendía al  ámbito cultural donde la mayoría de los escritores, estudiosos e  intelectuales de manera general, asumían una  posición ambigua frente a los graves problemas existentes. Sus críticas a las autoridades eran oblicuas, implícitas, eclípticas y  metafóricas. Era la versión  intelectual de una actitud que prevalecía en la sociedad en general: el evitar  el sistema en lugar de enfrentarse con él, la de encontrar escapatorias y  huecos en lugar de plantear exigencias al Estado; la premisa de esta actitud  era una vez más la permanencia y inmutabilidad esencial del sistema . 
    No obstante, desde esta época se dan atisbos de  inconformidad con la política aplicada por el gobierno. Ejemplo de ello fue la  intervención de uno de los escritores más respetados de Hungría, István Eorsi,  en el Congreso de la Asociación de  Escritores realizado en 1981, donde hizo un llamamiento a la censura.  Planteó que los intelectuales reclamaban un departamento cuya denominación,  clara y oficial, fuera la de la censura, que especificara sus poderes y  proporcionara las definiciones legales de sus límites, pero que también se  crearan tribunales que procesaran a aquellos ciudadanos que infringieran  los parámetros establecidos. Expuso también que en el régimen  kadarista las  reglas de censura no eran  claras, lo que conducía a arbitrarias críticas editoriales o a otras variantes como la autocensura. Por ello consideraba  necesario el establecimiento de  parámetros que estableciera las reglas del  juego.  En este sentido los  intelectuales se encontraban en una encrucijada, pues en la mayoría de los  casos no sabían a ciencia cierta que sería  aceptado o no, pues esa decisión quedaba en manos que cualquier miembro del  Comité Central o del ministerio de cultura, los cuales eran responsables  políticos junto a los editores de periódicos, los correctores editoriales, los  productores televisivos y de manera general, todos los escritores.  No existía una sola censura, sino muchas:  colectiva e individual, política y social, antes y después de la publicación;  antes, después y durante el acto de escribir. Lo único que quedaba claro era la  imposibilidad de criticar o cuestionar la presencia soviética en Europa del  Este, la política exterior soviética y los estados socialistas vecinos dado que  seguían los preceptos soviéticos. 
    Aún así, algunos escritores tuvieron la osadía violar  estos preceptos. Tal es el caso del autor de un informe publicado que analizaba  cómo el partido comunista amañó las elecciones de 1947 que legitimaron formalmente  su poder, e incluso, abordó el impacto psicológico de los acontecimientos de 1956  en obras de ficción y de teatro.  
    Durante estos años también se permitió la publicación de  un nuevo libro de texto sobre lengua y literatura húngara, que incluía un  capítulo de la Biblia,  y que se aprobó oficialmente para las escuelas, pero luego fue ferozmente  atacado en la prensa oficial. Este tipo de situaciones eran muy frecuentes en  este período, en algunos casos, libros que habían pasado todos los meandros de la  precensura podían ser retirados del mercado de pronto después de haber estado a  la venta bastantes días. Esto ocurrió precisamente con un libro sobre la  biografía de Bela Kun escrita por un profesor del Instituto de la Historia del Partido a  raíz de una queja de la embajada soviética. 
    Lo cierto es que los censores no disponían de objetivos  para decidir los límites, sólo tomaban como patrón el eslogan: aceptar las  realidades. Esto se traducía en intuir lo que sería aceptable para sus  superiores. Los escritores húngaros se convirtieron en expertos en adivinar lo  que los editores tolerarían, también los líderes políticos se hacían expertos  en adivinar cuánto el gobierno soviético aceptaría. Por eso los intelectuales  exigían una declaración oficial de censura que estableciera los límites  permitidos.
    No obstante, hubo otras manifestaciones de inconformidad  con el régimen mucho más evidentes como fue el intento de creación de  una red organizada secretamente en el camping de  Monor. Los participantes fueron cuidadosamente escogidos para representar  las diferentes tradiciones y grupos de la  oposición intelectual. Su principal objetivo era crear un frente popular y  debatir sobre las causas que generaban la pobreza, el alcoholismo, el retiro de  las subvenciones de paro, entre otros males. Sin embargo, lo que emergió de  allí no fue un frente popular, ni tampoco crearon un programa para la  transformación del país. El encuentro no sobrepasó los límites de la crítica.
    Los ejemplos anteriores ejemplifican cómo la intelectualidad  se fue manifestando contra las deficiencias del sistema. Sin embargo, al  determinar su comportamiento durante este período se distinguen dos grandes  grupos de oposición intelectual: la  cultural y la política .  En el primer caso se manifestó a través de una subcultura, específicamente en  la música a través de géneros como el rock, el punk y la música alternativa,  que se utilizaron como vías para manifestar su inconformidad. Sus canciones no  eran aceptadas por la cultura oficial, por tanto, no eran permitidas en la  radio y sus conciertos eran controlados por la policía. La  influencia de estos grupos se fue extendiendo a través de  redes personales en las universidades, que se evidenció en el abandono de las organizaciones oficiales por parte de los jóvenes  de la capital.  
    En el ámbito de la literatura y el teatro, también se  reflejó la crítica a través de la aparición de una Revista titulada Mozgó Világ ( Mundo en Movimiento) y la  creación de una especie de agrupación llamada El círculo que agrupaba a los  escritores jóvenes. 
    Se creó también un grupo vanguardista integrado por el  Club de jóvenes artistas que realizaban una fuerte crítica al sistema a través  de los documentales de los nuevos realizadores. Estos creadores del arte  cinematográfico consideraban que con la puesta en escena de estos documentales  se podría demostrar las contradicciones existentes entre los principios y la  realidad, y a través de ello hacer patente la necesidad de reformar el sistema.
    Esta forma de  crítica, aunque no directa, permitía la ampliación de los espacios y  las ramas de la comunicación social, en contraste con los  canales más cerrados  que ofrecía la política. Los discursos  culturales tenían la posibilidad de  llegar a miles de jóvenes, y así este patrón cultural se convirtió en una forma de oposición.
    Se suman a este proceso otros grupos como los clubes de  psicoanálisis, las sectas orientales que comenzaron a aparecer durante este  período, el movimiento yoga y grupos de diferentes religiones. El rasgo común  de todos ellos era el rechazo a la ideología, la valoración de la individualidad,  el idealismo; aún  cuando  Kádar  había contribuido de cierta manera a la  privatización de la vida de familiar. Se manifestaba un rechazo al principio  social de elevación de lo colectivo frente a la individualidad que se  propugnaba en el Socialismo. Contra las relaciones unilaterales de  colectividad, el espíritu de ayuda mutua, de responsabilidad colectiva que  sustentaban el reconocimiento de una gran patria socialista; se priorizaban los  intereses individuales. 
    En cuanto a la oposición  política esta se caracterizó por ser portadora de principios que diferían  de la ideología oficial. Para expresar sus opiniones utilizaron los espacios  que les ofrecía la cultura, la literatura y la filosofía; por eso, en ocasiones,  se podía confundir con los grupos anteriores, sin embargo éstos tenían  objetivos claramente definidos. Con su labor intelectual contribuían al  fortalecimiento del miedo y la incertidumbre por el futuro en el resto de la  sociedad, lo cual tuvo como impacto inmediato la creación  nuevos movimientos políticos.  
    Para la década de los ochenta era necesario crear un  nuevo compromiso social, pero no existía para ello las condiciones políticas  como se ha explicado con anterioridad. Estos grupos recién creados se aglutinaron  para conformar la llamada oposición política e intentaron alcanzar derechos  democráticos. Esto les fue posible gracias a las libertades políticas ofrecidas  por el gobierno  reformista que fue cediendo espacio a estas fuerzas de la oposición hasta  lograr institucionalizarse, y a partir de aquí participar en el proceso de  derrumbe del socialismo. Desde finales de 1988 se permitió la formación de  grupos de oposición  y  la organización de manifestaciones abiertas. 
    Para extender sus ideas crearon movimientos, círculos y  clubes de discusión entre los estudiantes universitarios, a partir de los  cuales se fue extendiendo la ideología reformista. De este modo fueron creando  espacios de discusión sobre los problemas fundamentales  del país. El centro de discusión era la crisis de identidad de la joven  intelectualidad. Consideraban que era necesario crear un socialismo  democrático, recobrar los valores nacionales y negar el modelo importado por la URSS.
    La primera manifestación de estos comportamientos  críticos fueron los grupos pacifistas  y  ecológicos identificados como single  issue, que concentraban sus demandas en la paz, pero al desaparecer tal  demanda, dejaban de existir como organización. Éstos se crearon paralelamente a  los movimientos pacifistas, gays, feministas y ecologistas que cobraban auge en  occidente durante este período.  En el  caso de Hungría se crearon en estos años movimientos de preservación de las  tradiciones, de corte naturalista, pero no gays ni feministas. 
    Estos grupos estaban integrados fundamentalmente por  jóvenes preocupados por la cuestión de la paz y la ecología. Su fortalecimiento  estuvo dado porque tenían como objetivo central la lucha por problemas y  cuestiones generales que interesaban a toda la sociedad, aunque trataron de no  parecer movimientos políticos. No obstante, se culpaba al Estado por ser el  principal responsable de la contaminación y que la sociedad entera  se afectaba con ello; por tanto, todos debían  estar interesados en esta problemática. Era un asunto implícitamente político:  la razón por la que resultaba tan difícil proteger el medio ambiente era porque  nadie tenía interés en tomar las medidas preventivas. Concluían que el sistema  económico socialista era intrínsecamente perjudicial para el medio ambiente. Ejemplo  de ello eran los grupos defensores del cuidado del Medio Ambiente y la Paz, los cuales se  consideraban apolíticos. Dentro de ellos se encontraban dos grupos importantes:  Diálogo (82-83) y posteriormente el Círculo del Danubio (85-86). Ambos eran movimientos  abiertos, muy flexibles que asumían una posición antiideológica. Estos  movimientos ecológicos fueron los más duraderos y es interesante resaltar que  utilizaban para sus actividades métodos tradicionales del movimiento obrero, tales  como demostraciones abiertas en las calles.
    Junto a estas ideas se fueron fortaleciendo también los  movimientos de defensa de la vida, del pasado nacional y las tradiciones del  liberalismo. Estas  organizaciones también  fueron ganando espacio frente al debilitamiento de la influencia de algunos  ideólogos marxistas como: Gyorgy Lukács o la escuela de Francfort (escuela que  se proponía renovar el marxismo). Privilegiaban   la  defensa de la tradición  húngara y las ideas neoliberales. 
    Aunque todos estos movimientos constituían de una forma u  otras manifestaciones de oposición,  aún  no se proclamaban movimientos antisistémicos y antisocialistas. Sin embargo, otros  grupos fueron ocupando posiciones mucho más reaccionarias al constituirse desde  mediados de los ochenta en una oposición política más consolidada. Se trataba de  un grupo de intelectuales que se definían como oposición democrática, la cual se  circunscribía fundamentalmente a Budapest. Su consigna era: "Saber,  atreverse y hacer".  
    Desde la década del setenta había estado creciendo esta  oposición intelectual alrededor de las publicaciones Samizdat, pero ya para  1985 lanzaron al mercado unos veinte libros y las revistas alcanzaban unos diez  mil lectores. Sus principales temas de debate eran los problemas sociales y  políticos dentro de Hungría: la pobreza, la desigualdad,  el alcoholismo y los acontecimientos de los  otros países del bloque soviético. Los que publicaban en estas revistas no  podían hacerlo de manera oficial y eran apartados de sus empleos. Incluso en  las condiciones de Hungría, con una economía sumergida de manera considerable,  se les hacía muy difícil sobrevivir. Éstos consideraban que el principal papel de la oposición debía ser dar forma a la opinión pública y  ejercer presión a través de ella. Ello explica el tratamiento que se les  daba por parte de las autoridades, y que en ocasiones, tuvieran dificultades  para seguir en sus apartamentos propiedad del Estado y en la educación de sus  hijos .  En algunos casos los editores de los periódicos oficiales presionaban a la  censura para que publicara artículos de la oposición, utilizando como argumento  que el autor de igual manera lo publicaría en Samizdat. Éstos realizaban  severas críticas al régimen y generalmente eran publicadas de manera extraoficial.  Su propuestas tuvieron tal impacto que incluso la intelectualidad  oficial asumió el debate de problemáticas  sociales que  la oposición había  develado. 
    Según Agnes Heller esos perseverantes editores de los escritos clandestinos  (samizdat) que se difundieron en la sombra, pero ampliamente, ejercieron una  influencia considerable en el pensamiento contemporáneo. Muchos miembros del  Partido, y especialmente los intelectuales dentro de él, fueron  significativamente influidos por los samizdats, y de alguna manera esto debe  haber funcionado como una preparación mental y psicológica para aceptar la  derrota del propio movimiento. Cuando llegó el momento de la verdad, antes y  después del Congreso del Partido en 1989, los reformistas tenían la referencia  de estos escritos, y llevándolo del pensamiento a la práctica, se destituyeron  a sí mismos . 
    Estos  intelectuales incentivaron la formación de  movimientos  de corte nacionalistas, lo que se convirtió posteriormente en una oposición política general, cuyos objetivos  eran mejorar los derechos  civiles, crear una política  basada en una economía de mercado  y el pluralismo político. La intelectualidad se convirtió en la vanguardia del movimiento alternativo, y finalmente, se fueron conformando los  emergentes partidos políticos.
2.3. Posiciones asumidas por los intelectuales durante el colapso del Socialismo. Aspiraciones e intereses de los diferentes grupos de la intelectualidad.
Para finales de los ochenta ya estaban creadas las condiciones para el cambio político y económico. Entre estos grupos de intelectuales que constituían la oposición predominó como una característica esencial un profundo interés en eliminar el sistema socialista. La mayoría de la población húngara mantuvo una actitud pasiva frente al proceso de derrumbe del Socialismo. Por eso se plantea que en este proceso no se activaron las amplias capas de la sociedad, y no fueron éstas, quienes produjeron a sus líderes y formaron los partidos, como pasó en otros países del Este de Europa, sino que fueron los diferentes grupos intelectuales quienes se activaron y organizaron desde arriba hacia abajo el proceso político con el objetivo de poner fin al Socialismo.
Estos grupos de  intelectualidades se fueron aglutinando en diferentes organizaciones políticas que  se formaron en la semilegalidad. Existía entre ellos una total heterogeneidad en cuanto a  sus propuestas. Para todos ellos el Socialismo debía ser sustituido, sin  embargo, no todos asumieron las mismas posiciones, y por tanto, sus  alternativas al sistema variaban en dependencia de sus intereses. 
    Uno de estos  grupos eran los pragmáticos, en el  medio de los cuales se proyectaban diversidad   de tendencias. Éstos se caracterizaron por tratar de estar al mismo  tiempo dentro y fuera del sistema. De esta forma mantenían la distancia del  estado-partido, así como de la oposición democrática. Esperaban por su  comportamiento constructivo al sistema, una autonomía. En los años anteriores  el gobierno no los aceptaba, pero ante la crisis existente, se vio obligado a  su reconocimiento. Su programa era moderado, querían reformas, pero con  respecto al modelo de la reproducción, querían mantener su estructura básica.  Subrayaban la necesidad del diálogo, la tolerancia y fomentar una conciencia  cívica, manteniendo una relación de socio con el poder. Se concentraron  fundamentalmente en la crítica  al  sistema burocrático. Deseaban crear una  sociedad civil apolítica y más que nada, fortalecer la clase media. 
    Otro grupo lo  constituían los que defendían la alternativa “tercera vía”, que se dividían en: populistas y socialistas liberales.   Estos últimos trataban de unir los valores de libertad e igualdad,  democracia política y los valores básicos del socialismo.  Para ellos la esencia del sistema socialista  no era la socialización sino la  cooperación.  Consideraban que se debía  llevar a cabo la socialización de los valores y las propiedades, pero no la  estatización y la redistribución sobre la base de una economía planificada.  Éstos asumieron una posición menos radical, pues  consideraban que el Socialismo era reformable,  aunque se necesitaba para ello  reformas  profundas. Los populistas por su  parte se destacaban por su defensa de las virtudes populares de la vida del  campesino húngaro.  Los escritores  populistas habían sido favorecidos por la oficialidad, conformando posteriormente  un partido intelectual. Su gran tema político era el futuro de las minorías  húngaras en Yugoslavia, Eslovenia y en la Transilvania rumana. 
    Un último grupo  lo constituían los demócratas liberales,  los cuales eran partidarios de la economía de mercado.  Sus propuestas iban encaminadas a romper  todos los principios fundamentales en los que  se sustentaba el sistema socialista. Eran defensores del neoliberalismo y de la  economía de mercado. Aceptaban las ideas de la Perestroika y la Glasnost, al mismo tiempo  que tomaban como referencia los ejemplos de Chile y Corea del Sur (países que  alcanzaron un gran desarrollo mediante la política neoliberal). Entre ellos  había divergencias en cuanto al modo en que se debían realizar los cambios.  Unos consideraban que primero se debía hacer una gran reforma económica,  mientras que otros  razonaban que se  debían crear con anterioridad las condiciones para la libertad política y tomar  como modelo la  democracia liberal al  estilo occidental. Su interés principal estuvo orientado hacia la creación de  una economía mixta que se sustentara no sólo, en la economía de mercado, sino  que diera total prioridad a la propiedad privada. 
    Todos ellos  pedían cambios en el sistema a partir  de  sus intereses y expectativas, pero no fue hasta finales de los años ochenta,  con la apertura política, que estos grupos se fueron aglutinando en diferentes  partidos legalmente inscritos. Entre estas organizaciones se encontraban el  Foro Democrático Húngaro (FDH), cuyo programa constituía una crítica abierta al  régimen comunista, la Alianza  de Demócratas Libres (ALD), la   Alianza de los Jóvenes Demócratas (AJD), así como el Partido  Socialista Húngaro (PSH), surgido en 1989 como resultado de la escisión del  Partido Obrero Socialista Húngaro y con una ideológica socialdemócrata.
    La primera de  estas agrupaciones políticas surgió en la semilegalidad en septiembre de 1987 y  se convirtió en una “organización paraguas” que   integraba a las corrientes intelectuales reformistas del partido único y  a elementos críticos de origen rural, nacionalista y populista. Contenía tres  tendencias: la democristiana, la nacional populista y la liberal-nacional.  Pretendían formar en Hungría una sociedad civil, establecer el pluralismo  político y la división clásica del poder en legislativo, ejecutivo y  judicial. La esencia de su propuesta era: no  debe existir un monopolio del poder sin control. En la esfera económica, eran  partidarios de la economía mixta y la propiedad privada. Su principal líder era  József Antall, defensor de la economía de mercado social, un término acuñado  por el alemán Ludwing Erhard, quien postulaba que la economía de mercado sólo  podía ser exitosa si se mantenía en equilibrio con la esfera social. En este sentido,   planteaban en su programa económico la  introducción “paulatina y responsable” de la economía de mercado, que incluía  una lenta y limitada privatización de las fuerzas productivas y que redujera,  en período de 5 años, el área de propiedad estatal de un 90% como estaba en ese  momento a un 30%. En el área de la propiedad privada abogaba por el desarrollo  de las empresas medianas y pequeñas, así como fomentar el capital nacional. En  política exterior favorecía la retirada gradual de la Organización del  Tratado de Varsovia y del CAME, el ingreso en la Comunidad Económica  Europea (CEE) y la firme protección de las minorías húngaras en los países  limítrofes.
    En el caso de la Alianza de Demócratas  Libres se le consideraba la expresión organizada de la llamada disidencia en el  interior del régimen, aglutinaba la oposición budapestina.  Se constituyó en noviembre de 1988 en la  ilegalidad a partir del grupo de intelectuales que desde mediados de los años  70 exigía cambios radicales en Hungría y hacía fuertes críticas al sistema a  través de las publicaciones clandestinas como Samizdat. En su seno se  encontraban figuras importantes de las Ciencias Sociales, la Economía y la Filosofía húngaras, que  daban al partido una imagen intelectual muy superior a la del resto de las  agrupaciones. A diferencia del Foro Democrático Húngaro, propugnaba un  acelerado desmontaje del sistema y una rápida adhesión a la CEE, combinada con una  inmediata retirada de la   Organización del Tratado de Varsovia. Era una organización de  oposición  radical que tenía como  objetivo extirpar todo vestigio del sistema. Proponía la instauración del  sistema político multipartidista y el modelo de economía de mercado. No era una  organización homogénea, pues en su interior actuaban, al menos, cinco tendencias  diferentes, formando un amplio espectro que iba desde posiciones neoliberales  radicales hasta posiciones supuestamente neomarxistas influenciadas por las  ideas del filósofo Gyorgy Lukács. Entre sus principales líderes se destacan el  filósofo János Kis, de 46 años de edad y el historiador Ivan Petoe, de 44 años,  ambos de una larga trayectoria disidente y editores de publicaciones  clandestinas. Se identificaban con los partidos liberales eurooccidentales,  tales como el Partido Liberal de la   RFA, además de estar vinculada a la Internacional Liberal.
    La Alianza de Jóvenes  Demócratas  agrupaba a los  jóvenes liberales, estudiantes universitarios y nuevos profesionales. Tenía  como límite de edad treinta y cinco años y actuaba a menudo conjuntamente con la ADL, pero era una organización  independiente de ésta. Aglutinaba  en su  seno varias tendencias: liberales, socialdemócratas, radicales y  democristianos, entre otros. Plantean también la implantación del  multipartidismo, la economía de mercado, pero con un fuerte sistema de  protección social. 
    Para los  intelectuales que conformaban estas  agrupaciones políticas la aspiración máxima  debía ser una economía de mercado que les ofreciera libertad de elección.  Muchos consideraban que debían seguir el modelo sueco de desarrollo, con  mayores posibilidades económicas, pero también con políticas sociales  efectivas. 
    Querían obtener  un Estado democrático que les permitiera ver alternando en el poder a varios  partidos, donde existiese completa libertad para ejercer la crítica al partido  que estuviese en el poder. Así se establecía un mayor control sobre las elites  dirigentes. Esto era posible solo si existía el pluralismo político, completamente  opuesto al monopartidismo que ofrecía el Socialismo. Sus aspiraciones constituían  una verdadera ironía, pues pretendían invertir el programa marxista y tratar de  sustituir el Estado Socialista por una sociedad burguesa, pero la primacía de  lo burgués se antojaba absolutamente preferible a la “insoportable experiencia  histórica -que había tenido el país- de tiranía sobre el ciudadano”. El  Socialismo en su criterio negaba todos los principios y derechos individuales  de la democracia. El espacio que les ofrecía era demasiado pequeño para el  pluralismo y la actividad autónoma. Aspiraban al reconocimiento de todas las  libertades básicas que brinda la democracia liberal: libertad individual,  libertad de prensa, opinión y reunión. 
    El concepto de  Sociedad civil era interpretado como  la  primavera de las sociedades que aspiraban a ser civiles, donde debían existir  formas de asociación nacional, auténticas y democráticas,  y por encima de todo, que no fueran  manipuladas por el partido o Estado- Partido.  Aunque no quedaba muy clara la definición de  sociedad civil,  poco a poco se fue  profundizando en este concepto. No obstante, prevalecía el criterio de designar  como Sociedad civil dos cosas diferentes: todo el abanico  de agrupaciones, actividades y vínculos  sociales independientes del Estado, como por ejemplo Samizdat; y otra forma más  generalizada y politizada, que la identifica con los productos de la estrategia  de autoorganización social, generalmente adoptada por las oposiciones  democráticas. Para ellos la reconstrucción de la sociedad civil era al mismo  tiempo un fin en sí misma y el medio para el cambio incluido, en algunos casos,  un cambio en la naturaleza del estado.
Se consideraba  que la sociedad civil había quedado destruida totalmente por el estalinismo y  por el gobierno de János Kádar , pero que había  sido reconstruida lenta y discretamente. Por ello se planteaba que en estos  últimos años se produjo  una combustión  más o menos espontánea de los clubes de debates, las asociaciones y los lobbys  de diferentes grupos sociales e intelectuales, cuya mayoría de miembros  discutían, en tanto ciudadanos preocupados, no sólo sus intereses o los de sus  grupos, sino por el estado de la nación. Ejemplo de eso fue la convocatoria  para la manifestación de la   Plaza de los Héroes que fue firmada por doce de esos grupos,  y dos de ellos que conformaban alianzas: el Foro Democrático Húngaro para los  populistas y nacionalistas y la   Red de Iniciativas Libres para el resto.
    En casi todas  estas organizaciones predominaba la idea de que no existía la democracia  socialista, sino sólo democracia sobre la base del multipartidismo o el  parlamentarismo; y que la legalidad era sólo garantizada por el Estado del  Derecho, o sea, la independencia constitucional afianzada del poder judicial.
    El año 1989 fue  el más intenso desde el punto de vista de los partidos, su choque más  fuerte con el sistema legal y la formación  oficial del multipartidismo. El antiguo POSH   no sólo tuvo que hacer frente a la fuerte oposición, sino que además  desde su propio seno se fue fortaleciendo un ala reformadora que se aglutinó en  el recién creado PSH.  Estos  sectores reformistas y socialdemócratas del  antiguo POSH, la mayoría incorporados durante la década del ochenta, no  mantuvieron el menor compromiso con el sistema, incluso  varios de sus miembros fueron los que  dirigieron el proceso de transición. De igual manera planteaban que  el sistema, en términos económicos, debía ser  completamente pulverizado mediante la privatización total y la introducción de  un mercado libre al ciento por ciento. Proponían planes radicales para llevar a  cabo estos cambios en cuestión de semanas o meses. No tenían conocimiento sobre  el libre mercado o de economías capitalistas, por eso tuvieron que recurrir a  las sugerencias de economistas y expertos financieros estadounidenses o  británicos. Todos coincidieron en el planteamiento de que la economía basada en  la planificación era inferior a las que se basaban en la propiedad privada, y  que el viejo sistema, incluso en su variante modificada debía desaparecer . 
    Esa nueva  generación de dirigentes no intentó frenar el proceso, sino más bien, lo  aceleró retrasando cambios necesarios o aplicando métodos desacertados que  permitieron un avance más rápido del colapso. En la mayoría de los casos  mantuvieron una posición de inactividad. Ya no creían en el sistema, aunque eran  los que gobernaban y decían profesar la ideología marxista- leninista. En ningún lugar, tampoco en Hungría,  hubo grupo alguno de comunistas radicales que  se preparase para morir en el búnker por su fe, ni siquiera por el historial  nada desdeñable de cuarenta años de gobierno comunista . 
    El POSH debido a  sus reiteradas crisis de gestión económica y la falta de renovación en su  ideario perdió los créditos en el nuevo escenario político y en esta situación  emergió la oposición, que sin contar con programas políticos concretos de  renovación económica, arremetieron contra el sistema con un discurso  anticomunista y nacionalista. Sus programas se caracterizaron por ser  imprecisos, pues se preocuparon más por crearse una imagen con la utilización  excesiva de atributos nacionales y un discurso anticomunista, que en las  propuestas concretas.
    Entre los meses de  marzo y junio de 1989 se produjo la  organización del proceso de la   Mesa Redonda opositora, y a partir de este momento comienza  el debilitamiento del Partido-Estado, unido también al fortalecimiento de las  ideas reformadoras, cuyos portadores estaban dispuestos a negociar con la  oposición. El 22 de marzo de 1989 quedó constituida la Mesa Redonda donde  sus miembros tomaron como ejemplo el modelo polaco, quienes  desde febrero ya celebraban negociaciones con  el Partido Comunista. 
    Las negociaciones de Mesa  Redonda comenzaron el 13 de junio y se  extendieron hasta el 18 de septiembre de 1989. En la primera reunión se  conformaron 66 comisiones de expertos que llegaron a acuerdos  políticos y económicos, aunque dieron  primacía a los primeros.  En estas  comisiones se redactó  la nueva  Constitución y los derechos del presidente de la República; además, se  creó  el tribunal Supremo Constitucional  y se redactaron  las leyes para el  funcionamiento el multipartidismo, incluyendo también, las que crearían las  condiciones para las elecciones. Se suma a ello la modificación del código  penal y las leyes que estipulaban la libertad de expresión y creación de  garantías para una transición pacífica. Una de las más importantes fue la  declaración de la República  de Hungría, según la cual la nación iba a tener un sistema político de  República parlamentaria. 
    En las comisiones económicas se  propuso la democracia y el autogobierno en los centros de producción. Esta  comisión prácticamente no logró ningún resultado porque la oposición al conocer  la situación real del país no quiso asumir responsabilidades para  quedar exenta de culpa para el futuro. El hecho de que la oposición se negara a  tratar en Mesa Redonda los problemas sociales y económicos, limitándose al  proceso de transición política, contribuyó aún más a hacer verosímil esta  imagen del proceso como el de un grupo de letrados budapestinos repartiéndose ”el  pastel del Estado’’. Historiadores, economistas, periodistas, abogados,  literatos, sociólogos, politólogos y artistas constituían el grueso de los  miembros de la Mesa   Redonda. Si a ello añadimos el total desconocimiento entre la  población húngara  de esas personas y los  partidos que representaban, así como la nula participación popular en el  proceso no es de extrañar  que las  negociaciones para la transición fueran percibidas generalmente como poco más  que un asunto de intelectuales . 
    La mayoría de los participantes  pertenecían a la clase media de profesionales e intelectuales de Budapest,  situados casi todos en posiciones cercanas a las universidades y los institutos  de investigación. Esto fue aprovechado por los grupos antirreformistas para  presentar las conversaciones, y por extensión, el proceso de cambio, como un  capricho de un grupo de intelectuales, sin ninguna relación con los problemas  reales del país, acusación que caló profundamente en la conciencia popular,  deslegitimando así los inicios del proceso entre algunas capas sociales. De ahí  que la clase obrera y la movilización  popular han sido las ausencias más llamativas en este proceso, ni siguiera el  ejército ni las iglesias influyeron en el proceso . 
    Sólo los intelectuales constituían una fuerza moral contra el sistema. La  gente quería ser dirigido por los nuevos líderes de “confianza” que hubieran estado fuera de las estructuras del  poder oficial. Esto les dio una oportunidad  histórica a algunos filósofos, abogados,  historiadores, escritores y sociólogos de hablar en nombre  de la gente y  ser portavoces de la democracia. Tan pronto como  la posibilidad de elecciones libres se  materializó, la oposición democrática salió de su papel de críticos de  los regímenes y  pasó a formar parte del nuevo régimen democrático.  
    El proceso de transición fue pactado entre las elites reformistas del  anterior partido y los dirigentes de los nuevos grupos políticos, todos  ellos pertenecientes a la clase media  profesional y técnica. Algunos historiadores consideran que este elemento  otorgó estabilidad al proceso, pues la transición se produjo  de manera pacífica y rápida.
Conclusiones
Desde la instauración del Socialismo en Hungría, la  intelectualidad se caracterizó por su apoyo al sistema contribuyendo al sostén  ideológico del mismo. Desde la década del cincuenta se fue creando una nueva  intelectualidad técnica y cultural que mostró total lealtad al régimen. Sin embargo, en la medida en que se fueron evidenciando las debilidades del  sistema, éstos fueron asumiendo posiciones cada vez más reformistas y se interesaron en modificar el modelo económico, político y social que  les había sido impuesto por la   URSS. 
    Con ese objetivo aprovecharon los marcos de liberalidad ofrecidos por el  gobierno soviético y promovieron procesos reformadores como los de 1956 y  posteriormente en 1968, que culminaron con la total frustración de sus  intereses. Sobre todo el aplastamiento de la Primavera de Praga de  Checoslovaquia destruyó las esperanzas de reforma política, económica y de regeneración  cultural dentro del sistema. En ambos casos quedó demostrado que no estaban  interesados en eliminar el Socialismo, sino más bien en reformarlo, pero se les  negó esa posibilidad. Desde ese momento se creó una  diferenciación más marcada entre los intelectuales que apoyaban el régimen y  los que mostraban indiferencia, creándose así los gérmenes de la oposición. 
    A partir de estos acontecimientos una gran parte de la intelectualidad se  separó de las estructuras políticas oficiales, tratando de crear su propio  espacio social e intelectual. Asumieron como mecanismo de protesta el silencio,  una actitud pasiva que fue utilizada por un número significativo de escritores húngaros.   
    Esta posición fue abandonada después  de 1957 –esencialmente- por la seductora política cultural aplicada por Aczél,  el cual logró de insertar a la mayor parte de la intelectualidad, utilizando  entre otros medios, el ofrecimiento de privilegios individuales y cierta  liberación de la vida cultural. Con ello logró no solo integrar a este grupo  social, sino también mantener un relativo compromiso con el sistema durante el  gobierno de Kádar. Durante la década de los setenta se produjo la inserción de la intelectualidad en el Partido y la  burocracia estatal, que saliéndose de sus caminos tradicionales y de  manera  consciente, trató de atraer a las  personas mejor preparadas para colocar a profesionales jóvenes en puestos de la  nomenclatura, en particular en el aparato del Estado. Se produjo de esta manera  una intelectualización de la burocracia con su consiguiente impacto devastador  sobre el orden burocrático, formándose de este modo una nueva elite emergente  que se reclutó entre los intelectuales. 
    No obstante, la intelectualidad más radical que emergió desde la década  del 70 de la fusión de las  generaciones de la revolución de  1956 y de la  reforma económica 1968 comenzó la crítica a los males del sistema, utilizando  espacios informales e ilegales. Estos grupos de intelectuales existían  como redes sueltas de amigos  en la capital hasta convertirse  posteriormente en la oposición oficial. 
    En la década de los ochenta, cuando la crisis estructural del sistema se  hizo evidente,  la intelectualidad  comprendió que había llegado el momento para un cambio radical en todas las  esferas de la sociedad húngara. Se vieron afectados por las transformaciones  económicas y sociales que tuvieron lugar durante estos años, viendo descender  progresivamente su nivel de vida. Esto trajo como consecuencia el aumento de la  crítica al sistema a partir de comportamientos diferentes que se manifestaron  tanto desde el ámbito cultural a través de la música, los documentales, obras  literarias, etc; pero también mediante posiciones políticas abiertamente opuestas  al Socialismo. Todo esto se produjo al mismo tiempo que comenzaban a prevalecer  las ideas de una minoría ilustrada del Partido Comunista interesada en el  cambio, lo cual contribuyó a crear las condiciones para el desmontaje del  sistema socialista. 
    Sin embargo, no fue hasta 1988 que pudieron conformar los diferentes  partidos legales como resultado de las reformas políticas llevadas a cabo por  la dirección reformista. Los intelectuales se convirtieron en los nuevos  políticos y los que no asumieron esta función, jugaron un papel importante en  la prensa política y en las esferas sociales, pero todos ellos se mostraron  interesados en el cambio de sistema. Las posiciones asumidas dependían del  vínculo que tuvieran con el poder, la ideología y los intereses que defendieran,  resaltando como principales objetivos la eliminación del sistema socialista   para implantar una economía de mercado y  establecer una "verdadera democracia". No buscaron alternativas  originales, sino que retomaron las sugerencias de intelectuales occidentales  basadas en el modelo capitalista neoliberal predominante en Europa durante este  período. 
    Fueron ellos los que se activaron y organizaron el proceso conciliatorio,  orientado de arriba hacia abajo, con el objetivo de detener la influencia de  otros sectores de la sociedad. Bill Lomax interpreta esta actitud como una  muestra de elitismo y de miedo no disimulado al posible alcance de las masas . 
    Se convirtieron para el resto de la sociedad en la única fuerza política  capaz de emprender el tránsito hacia el capitalismo, lo cual posibilitó que un  gran número de intelectuales accedieran al poder en 1990. Por eso algunos autores  califican este proceso como una revolución de los intelectuales porque  fueron ellos los diseñadores de la política de desmontaje del sistema  socialista y la promulgación de las nuevas leyes que llevaron a una agudización  extensiva de la crisis. 
Bibliografía
Fuentes bibliográficas:Fuentes publicistas:
Fuentes no publicadas:
Fuentes digitales: