Revista: CCCSS Contribuciones a las Ciencias Sociales
ISSN: 1988-7833


NOTAS SOBRE PARTICIPACIÓN EN ARQUITECTURA: LA FIGURA PROFESIONAL

Autores e infomación del artículo

Oscar Preciado-Velásquez*

PPGAU / Universidade Federal do Espirito Santo Vitória - Brasil

Email: o.preciadovel@gmail.com


RESUMEN

El ejercicio de la arquitectura como profesión regulada en el transcurso del tiempo se ha desenvuelto bajo un esquema liberal y elitista. El espacio construido en Latinoamérica está enmarcado en diversos problemas de cohesión social, luego de servir de laboratorio de experimentos de neoliberalismo y dos décadas de discursos que utilizaron esta problemática como retail político, se encuentra inmerso en una crisis policromática sin precedentes, por lo que el ejercicio profesional debe responder a estas condiciones. El arquitecto en distintas etapas de la historia ha estado al servicio de la sociedad. De acuerdo al campo de acción y capacidad decisoria se definieron distintos roles y esquemas jerárquicos en los que se enmarca la profesión: un modelo más conservador –en grave peligro de extinción, un modelo intermedio, que interpreta en base a su formación académica y especializada los saberes comunales y en el otro vértice el arquitecto activista que corre el riesgo de perder autonomía en su práctica. Esta labor se encuadra a través de un ejercicio de constante heteronomía, generando múltiples vínculos con el espacio edificado. El arquitecto es un profesional que necesita reinventarse, cuestionarse y sobretodo volverse permeable frente a las demandas del complejo contexto social contemporáneo.

PALABRAS CLAVE

Arquitectura participativa - Diseño colaborativo - Rol profesional.

ABSTRACT
The exercise of architecture as a regulated profession in the course of time has proceeded under a liberal and elitist scheme. The  built space in Latin America is framed in various problems of social cohesion, after serving as a laboratory for neoliberalism experiments and two decades of discourses that used this problematic as a political retail, is immersed in an unprecedented polychromatic crisis, so the professional exercise must respond to these conditions. The architect in different stages of history has been at the service of society. According to the field of action and decisory capacity, different roles and hierarchical schemes were defined in which the profession is framed: a more conservative model -in serious danger of extinction, an intermediate model, which interprets based on its academic and specialized training the communal knowledge and in the other vertex, the activist architect who runs the risk of losing autonomy in its practice. This work is framed through an exercise of constant heteronomy, generating multiple links with the built space. Architects are professionals who needs to reinvent themselves, question their procedures and, above all, become permeables in front of the demands of the complex contemporary social context.

KEYWORDS
Participative architecture, collaborative design, professional role.

Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Oscar Preciado-Velásquez (2019): “Notas sobre participación en arquitectura: la figura profesional”, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, (julio 2019). En línea:
https://www.eumed.net/rev/cccss/2019/07/participacion-arquitectura.html

//hdl.handle.net/20.500.11763/cccss1907participacion-arquitectura

INTRODUCCIÓN

El espacio construido en el contexto latinoamericano se enmarca dentro de un panorama de diversos problemas de cohesión social, por lo que el ejercicio profesional necesariamente debe responder a estas condiciones preexistentes y sus respuestas deben ir enfocadas hacia la búsqueda de una conciencia social de la praxis (Palma, 2013). Vilanova – Artigas (1984) señala la importancia de resolver la dicotomía resolutiva interior-exterior de los edificios modernos, y la importancia de la formación de profesionales que respondan a la premura de generar las transformaciones sociales necesarias utilizando a la arquitectura como instrumento clave de esta mudanza. De esta manera surge una nueva figura: el arquitecto como gestor social.
La necesidad de enfocar la producción arquitectónica hacia el contexto social fue objeto de estudio desde comienzos de mitad del siglo XX. El trabajo realizado en Suecia en 1948 por el arquitecto inglés Ralph Erskine, en la ciudad de Gästrique-Hammarby, a 160 km de Estocolmo supone una de las primeras experiencias de trabajo participativo con las comunidades, involucrando múltiples reuniones con los habitantes originarios del sitio, esquimales, sureños y colonos. Este proyecto fue punta de lanza para muchas otras obras de su autoría que involucraban esta visión holística de producir arquitectura (De Molina, 2011).
Más recientemente, y de manera exponencial ha ganado interés en muchos países emergentes el abordaje sistemático para la resolución de problemas del hábitat mediante experiencias de arquitectura participativa. Grupos de arquitectura, individuos y teóricos de la materia se han cuestionado el enfoque tradicional, liberal y unidireccional para la resolución de proyectos: arquitectos insurgentes. Diversos colectivos de arquitectura han trabajado junto a los usuarios finales definiendo así, un nuevo paradigma en el ejercicio de la profesión. (Nishat et al., 2011; Rosa, 2011; Rosa y Weiland, 2013; Lacol, 2018).
En el presente texto será revisada la concepción actual del arquitecto en función a su campo de acción, desde su forma liberal hasta la figura de activista y agente social, en segunda instancia se estudiará la dinámica relacional en la concepción de la práctica profesional, desde un esquema autónomo, a la necesidad de la concepción transversal de la profesión, ambas distinciones, enmarcadas en Latinoamérica, escenario de amplia complejidad. En tercer lugar se evaluarán los riesgos que implican la adopción de esquemas de trabajo participativo como respuesta sine-qua-non a cada condición planteada.

CATEGORIZANDO EL EJERCICIO PROFESIONAL

La arquitectura no debe servirse a sí misma sino a la sociedad. Esta premisa que parece ser lugar común para el escenario contradictorio en el que se encuentra Latinoamérica en la actualidad, se vuelve necesaria para definir el foco del accionar de la práctica en los años subsiguientes, y es meritorio la consolidación de un nuevo esquema frente a la desgastada visión individualista y anacrónica de la praxis actual. Nuestra región, que luego de haber servido de laboratorio de experimentos de neoliberalismo y casi dos décadas de discursos con énfasis en lo social, está inmersa en una crisis policromática sin precedentes. Ao analisar os valores macroeconômicos da América Latina, ao longo destes 10 anos, podemos observar o rápido crescimento do PIB na região, com o Chile, o Uruguai e o Brasil à frente deste desenvolvimento (WORLD BANK, 2017), mas em contraste, um exponencial crescimento da pobreza e da desigualdade (CEPAL, 2014). El resultado parece ser el punto de partida y es ahí donde surge la necesidad de cuestionarse hacia donde estamos enfocando el accionar de la práctica.
Es, en este contexto de complejidades donde están servidas las condiciones para comenzar un nuevo accionar en la práctica arquitectónica que involucre de manera expedita lo urbano con lo social y lo político, es decir, que se involucre con la condición humana. Este cambio de consciencia debe comenzar desde la formación académica, concientizando a los nuevos profesionales sobre la importancia de involucrarse con el contexto social de su entorno. Con la premisa clara que en nuestros contextos de desigualdad, no existe “buena arquitectura” que no involucre respuestas para la colectividad. En este sentido, Kapp y Guerra (2014) señalan:
“(...) la buena arquitectura es la que enfrenta de forma inventiva las necesidades espirituales y materiales de una colectividad en una determinada época. Ella es ingenio y compromiso. La agenda y los buenos ejemplos están ahí, pero la escala de nuestras deficiencias es enorme. ¿Y la responsabilidad? Bueno, esta es colectiva”. (Kapp y Guerra, 2014, traducción nuestra)
De esta manera podemos afirmar que no existe “buena arquitectura” que no esté sustentada en lo social. Ahora bien, frente a esta nueva definición en la que se determina una cuota de responsabilidad compartida entre el arquitecto y el colectivo, es necesario denotar el rol que juegan diversos sectores en la concreción de este ideal de arquitectura compartida, que llevan a la formación de una nueva relación multidireccional entre arquitecto, comunidad y colectividad. Esta categorización del papel que asume el arquitecto en su ejercicio profesional ha sido estudiada por diferentes autores, en función a la dinámica relacional establecida: el nivel de vinculación entre el arquitecto y el usuario y los niveles de influencia asumidos por la figura profesional en el ejercicio de su práctica cotidiana.
Lawson (2005) establece en este sentido, tres roles fundamentales en los que pueden enmarcarse los diseñadores frente a su papel en la sociedad. En primer lugar señala el rol conservador, enfocado meramente en la relación entre los arquitectos y las instituciones profesionales. Esta visión en particular está a merced de diversos problemas, y supone la existencia de un profesional subordinado y en peligro de obsolescencia. En segunda instancia, y en radical oposición a la primera descripción –aunque bajo el riesgo de desprofesionalización- está el profesional revolucionario que se asocia directamente con grupos de usuarios. El arquitecto abandona todas sus posiciones de privilegio y poder y se convierte en “activista y portavoz”, con un alto sentido de responsabilidad social. En tercera instancia, y en un punto intermedio entre estas dos visiones dicotómicas está la concepción del profesional calificado, que involucra a los usuarios en sus procesos de diseño, mediante esquemas de trabajo más abiertos y consultivos.

García Ramírez (2012) define a su vez, basado en un exhaustivo estudio historiográfico comparativo de roles a través de distintas épocas, tres figuras que pueden definir al arquitecto de hoy: el arquitecto-dirigente, un enfoque autonómico replicado a lo largo del siglo XX, el arquitecto sub-alterno, donde las operaciones y esquemas de trabajo son decididas por el usuario final, en este caso el cliente o institución y en contrapartida el arquitecto-intérprete, una especie de gestor social, donde se establece, una relación de trabajo cooperativizada, –más democrática y participativa entre arquitecto, comunidad e instituciones públicas o privadas.

Saldarriaga-Roa (1996) hace un recopilatorio extensivo de cada una de las figuras sociales del arquitecto en la etapa contemporánea, definiendo así varios lugares en la escala profesional con distintos campos de acción y capacidad decisoria diferente (Figura 1). En base a estos distintos grados de valoración define grados de influencia que un profesional puede tener en base al contexto donde esté involucrado su ejercicio profesional: la figura importante o gran maestro, el profesional comercialmente exitoso, el jefe de una gran empresa, el jefe o director de una oficina pública, el profesional independiente, el empleado y el desempleado; así mismo, manifiesta dos tipos de figuras: el profesional reconocido, aquel que figura en publicaciones y medios de promoción y el profesional anónimo que pese a no estar vinculado a un espacio de divulgación, ejerce por sí mismo un nivel de influencia directa con diversos interlocutores, clientes, y distintos portavoces que lo reconocen como profesional especializado. (Saldarriaga-Roa, 1996).

EJERCICIOS DE AUTONOMÍA Y HETERONOMÍA EN CONTEXTOS DE ANOMÍA

¿Cuál es el enfoque que debe tener el ejercicio profesional? La concepción de la práctica profesional dentro de un esquema más individualista y autónomo, o por el contrario más abierto y transdisciplinar es hoy en día motivo de amplio debate. Alberto Sadarriaga Roa (1996) manifiesta en su texto Aprender Arquitectura: manual de supervivencia:

“La autonomía aboga por una independencia de conocimientos y de actitudes hacia el entorno. La heteronomía por el contrario, genera responsabilidades adicionales y se compromete con causas no arquitectónicas”. (Sadarriaga-Roa, 1996).

Es aquel sentido de consciencia ética y de auto responsabilidad colectiva lo que está en discusión, ahora el objeto de estudio no es más la edificación, sino la relación con el entorno inmediato y el usuario final. La visión heteronómica de la profesión amplía su campo de acción y su vínculo con el espacio construido es multidireccional: es inmediato y además tiene implicaciones a futuro. 
En base a la tentativa de buscar un marco referencial para la producción arquitectónica y su inserción en la división social del trabajo, Zerlotini da Silva (2010) formaliza un estudio exhaustivo sobre la diferenciación del oficio arquitectónico en contextos precapitalistas –o más primitivos y posteriores a la formación del capitalismo.  En términos generales, establece que la división social del trabajo en el marco del capitalismo conlleva a una hiper-diferenciación, especialización y subdivisión del trabajo. La producción arquitectónica anterior al modo capitalista de producción se basa en un esquema diferenciado de oficios, pero con una clara concepción autonómica y menos vinculante a la existencia de un profesional de corte ilustrada “[…] a não divisão do trabalho no interior da produção e, principalmente, o fato do membro da comunidade ser, ao mesmo tempo, o idealizador da forma, o construtor, o usuário e o mantenedor da construção.” (Zerlotini Da Silva, 2010).
Posterior a la instauración del modo capitalista de producción, se fueron definiendo grandes divergencias entre la producción autónoma ligada al artesanato, vinculada a la figura de un maestro que dominaba los saberes de la construcción, cuya representación estuvo presente desde la edad media y la del profesional integral ligado a las ciencias, bellas artes y el dominio espacial y cuya producción, dentro de la división social del trabajo, se enmarca bajo un esquema de separación y diferenciación de actividades y distintos roles, una concepción de base heteronómica: “[…] o arquiteto enquanto a pessoa que concebe o desenho é destituído do conhecimento da prática. Ao contrário dos mestres-artesãos da Idade Média, o arquiteto não mais possui domínio sobre o seu objeto de concepção.” (Zerlotini Da Silva, 2010).
La sociedad capitalista occidental contemporánea está inmersa en un marco de modernización y diversificación de los medios de producción y acumulación del capital. Pese a la existencia de un número importante de ciudadanos en graves dificultades, es decir, que quedan exentos de esta corriente de renovación, la evolución natural del capitalismo en las sociedades más desarrolladas termina incluyendo a las grandes mayorías de los territorios urbanos. Caso contrario se evidencia en sociedades denominadas por Ascher (2004) como "sociedades en procesos de disolución", situación que se manifiesta por el decorrer de dos vertientes: la hiperglobalización, o por el contrario, porque han quedado fuera de este fenómeno y experimentan verdaderas calamidades como el hambre, guerras, epidemias, ausencia de control.
Latinoamérica no escapa a este fenómeno contradictorio y la práctica profesional reciente está enmarcada en contextos de anomía colectiva, donde cada uno de los actores se manifiesta a través de un constante soliloquio, en el que cada uno de sus protagonistas: el colectivo, el profesional y la instituciones ejercen funciones de forma independiente, generando múltiples escenarios de complejidad en cada caso (Barberena, 2011).  Esta situación puede comprobarse a través de la interacción que ejerce el individuo dentro del espacio público, donde -dada la carencia de políticas públicas eficientes para el uso correcto de estos espacios de uso colectivo- se revela un grave estado de deterioro del equipamiento urbano, producto de estas segmentaciones descritas con antelación. Bajo esta situación, surge la necesidad imperiosa de la aplicación de normativas vigentes que regulen el uso adecuado de estos espacios, así como su revitalización, para que los ciudadanos no se vean en la necesidad de evadir sus responsabilidades cívicas frente al mantenimiento de un bien común de uso colectivo (Barberena, 2011). En este sentido, la práctica profesional desempeñada por los arquitectos en nuestro contexto debe involucrar a la colectividad en su ejercicio resolutorio, creando esquemas cooperativos de trabajo, donde se considere a las comunidades como pieza clave del proceso de diseño.

DESDICIENDO LA PARTICIPACIÓN
A lo largo del tiempo, el proceso participativo en la arquitectura ha tenido una serie de detractores y críticas generalizadas. Por una parte, hay un sector reaccionario y anacrónico con un temor generalizado de perder su cuota de poder en la sociedad, por otra parte se utiliza en muchos casos el adefesio de la participación como un eufemismo para un esquema jerárquico. Lacol (2018) manifiesta la necesidad de ser cuidadoso ante cualquier intento de generar un proceso autoproclamado como participativo y que al final de cuentas quede reducido a un proceso consultivo. “[…] hoy en día la participación más completa se encuentra en las iniciativas ciudadanas que vienen de abajo… en ellos desaparece la barrera entre creador y usuario del espacio […]”, generándose una alternancia necesaria entre cualquiera de las dos posiciones, mediante estructuras abiertas, desarrolladas sobre la base de la horizontalidad y las decisiones por consenso. De la misma forma, se torna necesario que las instituciones abran sus espacios, liberen sus recursos y herramientas para que sean cedidos a sus protagonistas (Lacol, 2018).

En la actualidad se ha banalizado y vuelto instrumento de mercado términos tan trillados como la sustentabilidad del proyecto y la participación y se debe tener cautela cuando el término se vuelve en la mayoría de los casos un instrumento de apaciguamiento de las bases comunitarias, más que un verdadero proceso de transformación (Miessen, 2010 apud. Blundell-Jones, 2006).

Se debe manejar con cautela los experimentos de participación y ver en todos los casos el trasfondo de los hechos; detrás de cada intención con una fachada altruista puede estar prevista una condición de retail político, de talante populista para alcanzar posición al estrellato. Muchos de los experimentos participativos de épocas recientes no logran trascender escenarios distópicos que caracterizan a nuestro contexto: relaciones de poder desiguales, la prevalencia del poder patriarcal, esquemas cerrados en el intercambio de la información y la ausencia de esquemas transparentes en la utilización de los recursos (Lacol, 2018).

Muchos de las experiencias de activistas comunitarios durante los años sesenta y setenta, resolvieron obviar a los expertos de su papel de autoridad como profesionales formados en la academia y redujeron esta figura a la de simples facilitadores técnicos y ante esta situación, las comunidades presentarían grandes dificultades durante la etapa de la concepción y desarrollo de espacios con estándares de habitabilidad, con el inminente riesgo de que estos esbozos no sean interpretados de la forma correcta por el arquitecto ante su condición de personaje subordinado y tan necesario en la primera etapa del proyecto (Blundell-Jones, 2006), en tal sentido, es de suma importancia el establecimiento de una relación más autónoma y de “generar formas de colectividad desde la individualidad”, sin renunciar a la experiencia y conocimientos como profesionales formados, siendo conscientes de ese talento individual, sin prescindir de la especialización para llegar a resultados más inclusivos y de validada factibilidad (Massad, 2016).

CONCLUSIONES

La figura del arquitecto a lo largo de las distintas etapas de la historia es del profesional ligado al servicio de la sociedad y sobre todo a los deseos de la población que desea ser civilizada (Shah Mbe, 2012). Con el transcurrir del tiempo se fueron definiendo esquemas de jerarquía e influencia en función al campo de acción y capacidad decisoria del profesional. En este sentido, se definieron múltiples figuras, desde la cúspide profesional –en base a una visión mercantilista de la profesión, hasta la figura desnecesaria del arquitecto desempleado, que en cualquiera de los casos es un profesional que ejerce un grado de influencia en el contexto de su accionar, desde una condición más anónima o por el contrario, de amplio reconocimiento, en función a los medios de divulgación y el ámbito profesional en el que esté enmarcado su trabajo.

Paralelamente, se definieron de manera conjunta distintos roles en los que se enmarca la profesión: un modelo más conservador –y en grave peligro de extinción, por la poca habilidad de asumir los macroprocesos que enmarcan a nuestra sociedad en la actualidad; un profesional revolucionario y activista que trabaja de la mano de los hacedores de ciudad, mediante el aprovechamiento de los saberes cotidianos, aunque con el riesgo de perder autonomía en su ejercicio profesional y quedar a merced de planteamientos carentes de validez espacial y habitabilidad; y el profesional autónomo, que inicia su labor mediante un esquema de responsabilidades compartidas, interpretando a las comunidades de usuarios a través de múltiples experiencias de trabajo participativo, sin perder su figurar de profesional formado y especializado en la concepción del ambiente construido.

La arquitectura se vuelve necesariamente una profesión que encuadra su labor a través de un ejercicio de constante heteronomía en su planteamiento, ampliando su campo de acción y generando vínculos adicionales, de carácter sociocultural, económico y político con el espacio edificado. La práctica profesional en nuestro contexto, anómico por excelencia, debe permanecer al margen de estas circunstancias, adaptando las propuestas a diversos escenarios de complejidad e integrando a los verdaderos protagonistas del ambiente construido, a la concepción, desarrollo y ejecución de los proyectos.

Debe mantenerse una atmosfera de cautela frente a la presunción del abordaje de proyectos arquitectónicos con un esquema activo de participación ciudadana, analizando el trasfondo de cada fachada altruista, frente a las aspiraciones de marketing político como trampolín al estrellato de sus autores, que en el devenir de la práctica no logran deconstruir escenarios de autoritarismo, poder patriarcal y la ausencia de transparencia en la ejecución y utilización de los recursos.

El arquitecto es un profesional que necesita reinventarse, cuestionarse sus resultados y sobretodo volverse permeable frente a las múltiples demandas del complejo contexto social contemporáneo.

AGRADECIMIENTOS

Agradezco a todas las personas que hicieron posible esta investigación, en particular a la agencia CAPES por la concesión de la beca de estudios otorgada para financiar la experiencia en Brasil y al equipo docente del programa de Maestría en Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Federal do Espirito Santo por la experiencia fructífera de aprendizaje.

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*Arquitecto (2012). Estudiante del programa de Maestría en Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Federal do Espirito Santo en Vitória – Brasil.

Recibido: 20/05/2019 Aceptado: 30/07/2019 Publicado: Julio de 2019

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