Contribuciones a las Ciencias Sociales
Mayo 2012

HEROÍSMO, ATRACCIÓN Y COMPETENCIA

 

Maximiliano E. Korstanje (CV)
maxikorstanje@fibertel.com.ar
International Society for Philosophers, UK.

 

 

Resumen
La fascinación del poder político por el heroísmo y la épica se da por varias razones, una de ellas y tal vez la de mayor peso es la búsqueda de legitimidad. Ya los gobernantes no son caballeros que celebran sus propias guerras, no están en el campo de batalla liberando u oprimiendo reinos, sino que simplemente se dedican a ubicarse cerca de los deportistas. El proceso de etno-génesis de todo estado nación se ubica y moldea toda voluntad individual. En este sentido, el presente trabajo examina en profundidad la relación que existe entre la lucha agonal, y la popularidad política en el mundo moderno.

Palabras clave: política, legitimidad, competencia, heroismo.



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Korstanje, M.: "Heroísmo, atracción y competencia ", en Contribuciones a las Ciencias Sociales, Mayo 2012, www.eumed.net/rev/cccss/20/

En la vida moderna, los deportes han ocupado la atención del poder político. Estar cerca de aquellos quienes se han destacado en determinada disciplina, o tienen una habilidad extraordinaria, es una forma de ganar legitimidad. La atracción que actualmente despierta el deporte moderno, nos obligar a discutir filosóficamente los fundamentos del carisma, y también el vínculo entre el heroísmo y la competencia. Valoramos la marca, y la velocidad de la misma forma que la propiedad privada. Sin lugar a dudas, la crisis de valores de las sociedades capitalistas subsumidas en el hedonismo y el consumo conspicuo alientan prácticas asociadas a la expropiación.  Si observamos con detenimiento la evolución natural de los niños nos daremos cuenta, paulatinamente como opera la competencia en la mente humana. Por deducción, educamos a nuestros hijos para que se “porten bien”, “sean corteses”, “educados” pero paralelamente producimos mensajes contradictorios anclados en el “odio”, “la muerte”, y la violencia. Los dibujos animados, instrumento de entretenimiento cultural de gran aceptación como “Ben 10, Generator Rex, etc” enfatizan mensajes de conflicto y lucha donde “los buenos” deben matar a “los malos”. Uno de los problemas de este argumento, es precisamente determinar quien es bueno y quien no lo es. Nuestros hijos a cierta edad, ya están re-programados para hacer un uso verbal y práctico de la violencia, la cual huelga decir se encuentra presente en todos los grupos y estamentos que conforman a la sociedad.  Por regla lógica, si uno interpreta que conducirse como lo indican los padres es “algo bueno”, quienes desobedecen pueden ser llamados malos. Esta peligrosa forma de educar a los hijos infiere otro mensaje escondido cuando éstos llegan a adultez. Quien contradice mis deseos, es parte del mal. Ser “malo” implica poder ser “exterminado”. No obstante, si todos toman esta máxima al pie de la letra, las comunidades entrarían en una escalada de violencia que llevaría al “exterminio” colectivo. Como ya había explicado Hobbes, debe existir consenso temporal entre los hombres para evitar la guerra de “todos contra todos”. Los mecanismos simbólicos generan espacios donde esa violencia inherente se puede sublimar bajo condiciones de control. Las arenas deportivas permiten no solo sublimar y reorganizar los lazos de solidaridad de los participantes y/o espectadores generando discursos fuertes que apelan a la identidad, y por tanto al sentir nacional, sino que también modifican el sentido del heroísmo. Cuando decimos que una persona es héroe, podemos estar diciendo que su conducta ha ayudado a salvar vidas (caso de médicos o rescatistas en desastre naturales), o que por el uso de la fuerza ha generado un bien mayor a la sociedad (ejemplo, de los guerreros). La primera acepción se refiere a una lógica de preservación y altruismo, mientras la segunda implica romper una marca establecida. Los deportes modernos transforman el sentido del heroísmo acercándolo más a la segunda tipología. Por ese motivo, es común observar como bajo ciertas condiciones la violencia excede la arena del combate, o la conflagración e invade las tribunas las cuales se ven envueltas en verdaderas batallas campales. Después de todo, la competencia deportiva no es muy diferente a la lógica del show mediático “Gran Hermano”, si muchos participan pero uno sólo puede ser el ganador, la competencia implica el exterminio sistemático de la mayoría. Queda fuera de un torneo mundial, no clasificar, descender de categoría engendra una gran violencia interna, simplemente porque el perdedor, no tiene lugar en este mundo. Está simbólicamente condenado a morir. Por tal motivo, perder o ser derrotado implica “caer en el campo de batalla”, es decir “morir”. Paradójicamente, el ganador “vive por siempre en la memoria” hasta que es reemplazado por la necesidad de un nuevo ganador y debe por regla transformarse en perdedor o caer en el olvido.

Etimológicamente, el término héroe deriva de héroes quien ha alcanzado la madurez, pero paradójicamente ninguno de los personajes heroicos llega a una edad avanzada, sino que mueren jóvenes y trágicamente (antes de tiempo). En cierta forma, esta paradoja explica el fascinante mundo del arquetipo heroico como construcción simbólica derivada. En este sentido, el profesor Bauzá nos explica: “de entre los diferentes rasgos que caracterizan al héroe existe uno muy significativo que se erige como común denominador de esta figura en todos los tiempos: el de ser un transgresor, pero para alcanzar esa categoría heroica esta transgresión debe apuntar hacia lo ético. En efecto, por la transgresión el héroe se eleva por encima del establishment histórico-político que pretende coaccionarlo, y lo que es más importante, mediante su acción intenta también apartarse del determinismo fatalista y convertirse en artífice de su propio destino”. (Bauzá, 2007: 162)

Semántica y morfológicamente, la figura heroica originariamente adquiere un origen divino que a la vez la vincula con los dioses, sin embargo su naturaleza humana y parte mortal lo obliga a emprender un largo viaje plagado de peligros en busca de la inmortalidad la cual puede llegar de diferentes maneras; simplemente por codicia o por un error son castigados dando origen de esa forma al héroe trágico. En algunos casos es recibida por gracia divina en base a la propia castidad y moralidad, en otros por mérito propio mediante la demostración de destreza en el campo de batalla; como sea el caso, las sociedades construyen a sus héroes para auto-proclamarse por encima de otros hombres o para perpetuar un régimen político determinado (Bauzá, 2007).   En consecuencia, a la figura de héroe trágico explica Kierkegaard a diferencia del “padre de la Fe” parte de una naturaleza egoísta por el cual sacrifica su más preciado bien ante la posibilidad de adquirir una ciudad o más fama, seguramente más que en busca del bien común por ambición propia. En palabras del propio Kierkegaard “la fe es esa paradoja según la cual el Individuo está por encima de lo General y siempre de tal manera que, cosa importante, el movimiento se repite y como consecuencia el Individuo, luego de haber estado en lo general se aísla en lo sucesivo como Individuo por encima de lo general” (Kierkegaard, 2003).

Lo general regla por medio de la moral a lo individual, en nuestra vida hay cosas que nos son permitidas y otras que no. Si amar al prójimo es un lema máximo, amar el hijo es el más sublime de los lemas. Si Abraham hubiera asesinado (o sólo pensarlo) y se hubiera abandonado a lo individual como fue el caso de la leyenda griega del rey Agamenón, hubiera sufrido terriblemente y su acto hubiere sido considerado un sacrificio. Ésta es, precisamente, la figura del “héroe trágico”, personaje que se diferencia notablemente del “caballero de la Fe”. Como sea el caso, lo cierto es que como acertadamente señalara M. Weber el héroe basa su legitimidad y dominación sobre el carisma; entendida ésta última como aquella fuerza la cual ““descansa en la entrega extraordinaria a la santidad, heroísmo, o ejemplaridad de una persona y a las ordenaciones por ella creada o reservadas (llamada)” (Weber, 1976: 172).  En este sentido, creemos que el “deportista moderno” encarna el papel o rol del héroe mitológico con arreglo a una lógica o tipo de liderazgo carismático, un sentimiento de representación comunitaria o nacional, un intrépido personaje que encara los obstáculos y los supera, y un ejemplar del consumo conspicuo-ostentoso con miras al logro de valores “abstractos” basados en el orgullo, la estirpe, o la honorabilidad (Veblen, 1974) (Weber, 2004).

Al respecto, siguiendo la clasificación de Rose y Propp,  Bermejo Barrera explica existe un lineamiento diferente entre cuento y mito. Al caracterizarse sobre la vida de seres divinos, el mito enfoca su radio de acción por narrar historias de culto; caso contrario es el del cuento que orienta a personajes históricos o imaginarios de personajes. Finaliza Bermejo barrera admitiendo la dificultad en la separación del mito propiamente dicho, experimentado, vivido y narrado (escrito o no) por cada generación. El punto central radica en comprender al mito y a su discurso subyacente (el cuento) como dos elementos que no sólo coexisten en el grupo humano sino que interactúan. Por ese motivo, todo mito es por sí mismo discursivo, y cada héroe se encuentra inserto en un relato y un discurso que le da vida, de diferentes maneras y en diferentes momentos.  No es central en la discusión que entiende cada corriente de la antropología por mito y cual es su dinámica, sino más bien cuales son el tejido discursivo antro-sociológico que cada sociedad teje alrededor de sus héroes. 

Por ese motivo, tomamos la definición del profesor Eliade por la cual compremos por mito a “toda historia narrada siempre en un tiempo atemporal mejor o deseable al actual donde por designio divino “los hombres”  interactuaban en igualdad de condiciones con seres super-naturales” (Eliade, 2006). En estos relatos, los seres divinos otorgaron a los hombres su conocimiento y éstos lo aplicaron dando origen a diversos avances técnico-productivos (como el fuego legado del titán Prometeo). Como afirma el historiador M Eliade, todo mito no sólo es ciclo tema por el cual no interesa tanto su ubicación cronológica sino que además viene del pasado (inmemorial) para modificar en forma discursiva y recursiva las prácticas del presente. Sin embargo, ¿cuál es la función de la guerra en la competencia agonal deportiva y la figura heroica?.

El economista estadounidense de origen noruego, T. Veblen en su desarrollo sobre “la clase ociosa” menciona a los deportistas y militares como individuos basados en un criterio de segmentación estamental honorífico el cual divide a los hombre por motivos abstractos tales como meritos, triunfos, orgullo, prestigio y estatus entre otros (Veblen, 1974). Dentro de esta clasificación, podríamos llegar a suponer que la casta de los héroes como la de los guerreros y deportistas pertenece a una clase destinada a la emulación pecuniaria por medio de la hazaña y el prestigio. Sin embargo, los héroes a diferencia de los ociosos comprenden una característica especial, son mitad divinos y mitad humanos. Quien mejor ha documentado y estudiado el rol del Héroe en la filología clásica es Hugo F. Bauzá (2007) de quien nos ocuparemos a continuación. En la actualidad los mitos deportivos encanados en la figura de aquellos exponentes que trascienden su fama a nivel mundial producto de ciertas habilidades extra-ordinarias se encuentran a la orden del día. Los así llamados héroes se establecen como un grupo elegido por voluntad divina (gracia) sobre el resto de los mortales, sus nombres, hazañas, y sentimientos brillarán por siempre en el bronce de la fama y la gloria. En este contexto, se ubica el excelente libro titulado El mito del Héroe, morfología y semántica de la figura heroica, bajo la autoría del profesor Hugo Francisco Bauzá yreimpreso nuevamente en 2007 por Fondo de Cultura Económica.
 
En el trabajo de referencia, H. F Bauzá inicia la discusión estableciendo ciertos caracteres hipotéticos universales que cumplen la mayoría de los héroes de las diferentes mitologías y civilizaciones. Su objetivo, ampliamente, se encuentra en reconstruir semánticamente el discurso histórico y simbólico en torno al mito del héroe. De esta forma, y citando las conclusiones de Lord Raglan y V Propp, Bauzá traza un esquema que nos ayuda a comprender al héroe: en primer lugar, el héroe nace de una madre (virgen o no) y padre pertenecientes a la realeza en concepciones casi inusuales (como el caso de Cristo) o total desconocimiento de su propio origen (Edipo); en segundo lugar, de niño es arrebatado de los brazos de sus padres producto de alguna profecía o abandonado al lecho de un río y rescatado por una familia de origen humilde, una vez crecido el héroe asume su origen noble regresando del destierro a reclamar su reino; enemistado con los dioses diversos obstáculos son puestos en su camino y con los cuales éste deberá lidiar y derrotar.

Finalmente, por posesión, efecto de la magia o ataque de ira, el personaje heroico comete un crimen que debe expiar con su propia vida o con el destierro. Su muerte generalmente se da en una corta edad, su cuerpo es redimido por el fuego o el agua y se mantiene fuera del alcance de los hombre ya que se supone entra al cielo en cuerpo y alma. Dentro de esta categoría, Bauzá enumera y narra brevemente los relatos en cuanto a los clásicos Edipo, Gilgamesh, Cristo, Heracles, Sigfried, Prometeo, Aquiles etc. Las clasificaciones heroicas pueden tomar diferentes ribetes, sagrados, profanos, históricos, epónimos o simples mortales  (Farnell, 1921). A lo largo del tiempo, los mitos han sido fragmentados o adaptados a las necesidades de los pueblos que los crean o los reciben, en dichas alteraciones existe indudablemente un uso ideológico llevado a cabo con el fin de legitimar determinada acción política. El carácter destructivo o civilizador que la propia sociedad le otorga al personaje, sigue parámetros propios que se relacionan con prácticas específicas; por ejemplo, legitimando expansiones territoriales o conquistas deportivas. Los viajes, expediciones y travesías están en estos relatos a la orden del día; ellas no sólo se pueden llevar a cabo por todos los confines de la tierra conocida sino también en la Infra-mundo o mundo trascendental donde habitan los espíritus, dioses o ancestros.

El arquetipo heroico asume mayor grandeza cuando más extrañas, inhóspitas, duras y lejanas son las tierras visitadas; así el retorno refuerza su origen divino-humano. En este sentido, el autor escribe “pensamos que las narraciones heracleas conforman un mito precisamente porque los relatos en torno a este personaje singular trascienden los límites de su figura, se proyectan en una dimensión universal – en tanto que el héroe en sus viajes recorre la totalidad del mundo entonces conocido, incluso el de ultratumba-, y adquieren de ese modo marcado carácter simbólico (p.41). Por lo general, en sus viajes atraviesan diversos obstáculos enfrentando a seres sobre-naturales que vencen con facilidad, en ocasiones estos seres son enviados por algún dios celoso o por la misma soberbia del personaje. Luego tras un proceso final de apoteosis la figura heroica se transforma en un mediador entre el mundo de los dioses y los hombres; su vida biografía y personalidad no sólo son recitadas una y otra vez de generación en generación sino imitadas y manipuladas por las diferentes estructuras. 

En el siglo XVII un abad llamado Giambattista Vico (1964) propuso estudiar a las naciones mediante una concepción historiográfica-cíclica compuestas por tres etapas: en una primera fase las naciones se vinculaban con la era de los dioses, luego de los héroes y finalmente la de los seres humanos. Asimismo, el pensamiento humano se descompone de un factor racional y otro irracional. Siguiendo el lineamiento levistraussiano (claro ésta mucho tiempo antes) Vico sostiene que el mito no es un producto demoniaco, como pensaban la mayoría de los pensadores escolásticos, sino resultado de la imaginación humana. En definitiva, el mito es la conformación simbólica entre el orden cultural y natural, tesis ampliamente defendida mucho tiempo después por Claude Levi Strauss (2003). Utilizando este marco teórico como punto de partida, Bauzá explica que en los mitos se plantean interrogantes que no sólo obedecen a preguntas filosóficas sobre los orígenes del mundo sino que además indagan sobre la naturaleza humana inserta en ese mundo. Luego de una erudita revisión de literatura en la materia, el profesor Bauzá analiza la función del héroe en el deporte moderno cuya imagen es creada y amplificada por los diferentes medios masivos de comunicación.

Al respecto, Bauzá explica “un hecho sugestivo respecto del mito del héroe en los tiempos modernos es que éste exalta preferentemente a figuras de la canción y el deporte. Las circunstancias que determinan el porqué de esos gustos son variadas y en ellas los mass-media desempeñan un rol importante. Merced a los medios masivos de comunicación –que difunden por doquier las artes y las destrezas de estos ídolos de la modernidad- éstos alcanzan proyección universal” (p. 163). Los espectadores buscan las imágenes modernas, como formas anestésicas exacerbando los triunfos y las derrotas como propias, y proyectando las frustraciones de lo que cada uno de nosotros hubiera querido ser. El imaginario popular entremezcla de esta manera, ídolos con héroes y crea sus leyendas acorde al tiempo en que se encuentran insertos. En condición de una figura extraordinaria, el deportista entra en competencia articulando mecanismos simbólico-rituales de referencia y status; su fin es la conquista de la cima, lo elevado el lugar lejano al que la mayoría de los “mortales” no han podido llegar. Generalmente, advierte Bauzá, existen comportamientos (patológicos) de fanatismo en cuanto al héroe –culto desmesurado- producto de la despersonalización, la fragmentación social, el aislamiento, y la masificación que diariamente sufre el hombre moderno; así los rituales deportivos se transforman en espacios públicos de descarga donde los hombres ponen en juego sus frustraciones, necesidades y miedos. Por tanto, la excesiva carga emocional puesta sobre esta clase de personajes hace a los hombres susceptibles de ser manipulados cuando el poder político crea, mantiene o difunde sus imágenes.

Esta idea, fue ya trabajada por C. Léveque (1984) a propósito de los juegos en la Antigüedad; como entonces, retoma Bauzá en la actualidad, fútbol, boxeo, rugby y otras disciplinas deportivas corren el peligro (al ser multitudinarias) de ser manipuladas ideológicamente. En esta circunstancia, los héroes deportivos (como exponentes de otras características como cantantes, actores o intelectuales) involuntariamente se prestan a legitimar órdenes políticos sin ninguna resistencia aparente.  En efecto, sugiere G. Dumézil “militar o deportiva, escénica y a veces hasta intelectual, realizada en provecho o bajo los colores de la colectividad, crea, aun en nuestro tiempo, un héroe nacional; cumplida fuera del cuadro, produce cuando menos un campeón, una vedette, un laureado cuya vida se torna de la noche a la mañana gloriosa y a veces lujosa. La hazaña es como un concurso ganado, que asegura promoción” (Dumézil, 1990:135). Los héroes representan un legado, el cual siempre se remite a los padres fundadores de la comunidad. Ellos vinculan un ethos habitable en un mundo peligroso insertando toda una serie de costumbres y herramientas a las que Jacob Tauber llamó culto. Cada comunidad proyecta sus propias frustraciones en sus dioses, en tanto que cada una también construye formas diferentes para esas deidades. Siguiendo este argumento, se puede afirmar que existe en los eventos deportivos y comerciales modernos cierto misticismo donde se vinculan los intereses de la comunidad (Taubes, 2007).  Los valores fundantes de cada sociedad se plasman a la hora de organizar un evento ya sea deportivo, comercial o alegórico.

Por algún motivo, los regímenes políticos se han visto estrechamente ligados a la organización de grandes eventos y triunfos deportivos a lo largo de la historia. Desde Tiberio Nerón y Vespasiano durante las dinastías Claudia y Flavias respectivamente, hasta los gobiernos militares locales de Latinoamérica, pasando por las más atroces dictaduras como el infame Tercer Reich alemán y la organización de los juegos Olímpicos de Munich. En la presente sección, nos proponemos demostrar como carisma, etno-génesis, hegemonía y arquetipo confluyen y formalizan una relación entre el poder político y el ocio y/o el tiempo libre. De alguna u otra manera, los sistemas político-administrativos parecen tener una fuerte tendencia a la organización de eventos que exacerben el entretenimiento de las masas y refuercen la identidad social. Por tanto, el ocio puede ser definido como una ideología (Munné, 1999). El tipo de legitimidad carismática se caracteriza por la falta de un aparto burocrático de tipo legal o racional, como así también una ausencia de carreras por el asenso y una jurisdicción definida. El vínculo entre el jefe y sus subordinados se fundamenta exclusivamente en atributos y/o habilidades “extraordinarias” percibidos sobre un individuo o grupo específico (Weber, 1992:170). En este sentido, los espectáculos públicos como campeonatos mundiales de Fútbol, carrera de caballos, peleas de gladiadores han funcionado a lo largo de la historia como elementos que contribuyeron de alguna u otra manera a la legitimidad carismática del gobernante y de los movimientos nacionalistas. La sacralidad y la construcción de los “símbolos nacionales” han sido elementos que cautivaron históricamente a varios académicos; algunos como Durkheim decían haber encontrado una relación directa entre los símbolos patrios y el culto al “fuego sagrado” en la roma “arcaica”. (Durkheim, 1992) (Coulanges, 2005). Para otros como Deutsch la construcción de las naciones comenzaba con un intercambio comunicacional-asociacionista y de interacción previo (Deutsch, 2007). Dicho en otras palabras, existen diversos mecanismos los cuales se ponen en juego a la hora de formar un Estado-Nación, tales como monetarios, de acumulación, migraciones masivas, de educación legal-formal, una sistematización castrense, ampliación de los canales de comunicación, expansión de etiquetas de comportamiento y el establecimiento de códigos estatutarios universales, conformando verdaderos sistemas de “ideas” las cuales generan una identidad común y que el autor llama “nacionalismos” (Wolf, 2004:7) (Bailey, 1968).

En los eventos públicos y en los procesos nacionalistas que tornan alrededor de su organización, suele darse una coexistencia entre dos dinámicas opuestas: la innovación y el tradicionalismo. En otras palabras, la búsqueda frenética del triunfo se esfuerza por demostrar una supuesta “superioridad nacional” sobre el resto del mundo; si bien éste hecho habla de una necesidad de futuro, contradictoriamente también evoca la gloria de un pasado ideológico mejor y ejemplar. Con respecto a la ideología, podemos decir que ésta tiene una fase positiva en cuanto que coadyuva la cohesión del grupo, pero en su aspecto negativo nos distorsiona la realidad, nos embriaga con el dulce sabor de lo deseable; nos encierra y distorsiona nuestro estar en el mundo. Por lo pronto, al carisma, la formación nacional, se agrega otro elemento que no debe dejar de ser analizado, la hegemonía (ideología) como mecanismo de organización socio-político. (Riccoeur, 2000)

Centrado en la vida social de un pueblo llamado Winston Parva, Elías se cuestiona cuales son los medios por los cuales un grupo se cree superior a otro y cómo fundamenta y sostiene esa creencia (Elías, 1998:83). Según el caso que presenta el autor, existen en el pueblo dos grupos antagónicos que se marginan mutuamente. Ambos no tenían características distintivas evidentes de no ser por aquellas creadas por el grupo dominante e internalizadas en el dominado por medio de verdaderos procesos ideológicos de hegemonía. El privilegio de pertenecer exige un sacrificio y un premio. (Elias, 1998). En este mismo sentido, los eventos funcionan como procesos controlados y codificados en donde el azar señala la voluntad de un ser superior sobre las cuestiones profanas del mundo de los mortales. Las historias míticas pueden hacer referencia (en la mayoría de los casos lo hacen) a seres supernaturales, dotados de cuantiosos y esplendidos poderes y facultades, entes sabios, o fuerzas extra-mundanas que apuntan a un pasado siempre mejor al actual. Estos personajes, surgen en contextos de turbulencia e inestabilidad política; en un mundo caótico y desordenado el cual debe ser expiado y depurado. (Eliade, 1968) (Berger, 1971). Obviamente, que como han escrito tanto Malinowski como “el célebre” Claude Lévi-Strauss, el mito cumple una función ordenadora, expresando, codificando y exaltando las creencias del propio grupo. Ese relato, que nos parecería algo entretenido para pasar el rato, adquiere una fuerza activa cuya tendencia radica en explicar el mundo y sus contradicciones simbólicas. (Malinoswski, 1998 (Lévi-Strauss, 2003) (Mauss, 2006).

En un espectáculo de competencia deportiva o cualquier otro evento, existen dos elementos que son claves: el interés de conformar una personalidad que conjugue destreza física y/o algún otro atributo que lo señale como extra-ordinario; y la necesidad por parte del poder político de que ese héroe mítico pertenezca a la propia comunidad. Consecuentemente, las hazañas contribuyen directamente a la formación de héroe mítico (arquetipo) como ideal y personaje carismático. Sin embargo, estos personajes no pueden tomar forma sin la complicidad de estructuras espaciales y temporales específicas. Es precisamente, a ello que dirige sus fuerzas el poder político y donde encuentra cierta aceptación a través de la orquestación del consumo conspicuo y el prestigio  (Veblen, 1974)

En primera instancia, el carisma como forma de distinción social, b) el nacionalismo, como mecanismo de conformación identitaria, c) la hegemonía, proceso por el cual se internaliza y se vive la supuesta “superioridad” del ganador, y por último d) la formación del arquetipo, como fundante de un orden atemporal extraordinario. La competencia despierta fuerzas hasta entonces dormidas, las cuales pueden sublimarse por medio del arte o el deporte. Los vencedores, encarnan (como los héroes) no solo la protección de los dioses, sino un blindaje simbólico frente a otros pueblos. Quienes han llegado a la cima de la competencia encarnan los valores más altos de la sociedad. A la vez, representan características de extraordinariedad que se transfiere a todos aquellos que forman parte de la sociedad triunfadora. Por ese motivo, el deporte se ha transformado en una herramienta eficiente de crear supremacía “simbólica” frente al resto de los países participantes. Este hecho esconde un peligro ya que bajo determinadas circunstancia, los eventos deportivos se transforman en toxinas alienantes para los espectadores.

Referencias
Bailey, Samuel. (1968). Movimiento obrero, Nacionalismo y Política en la Argentina. Buenos Aires: Editorial Hyspamerica.

Bauzá, Hugo. Francisco. (2007). El Mito del Héroe: morfología y semántica de la figura heroica. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

Berger, Peter. (1971). El Dosel Sagrado. Buenos Aires, Amorrortu.

Coulanges, Fustel De (2005). La Ciudad Antigua.Madrid: Editorial Edaf.

Deutsch, Karl. (2007). Política y Gobierno. Madrid: Fondo de Cultura Económica.

Dumézil, Georges. (1990) El destino del Guerrero. Bogotá, Ediciones silgo XXI.

Durkheim, Emile. (1992) Formas Elementales de la Vida Religiosa. Madrid, Editorial Akal.

Durkheim, Emile (2004). El Suicidio. Buenos Aires, Editorial Gorla.

Eliade, Mircea. (1968). Mito y Realidad. Madrid: Guadarrama.

Elias, Norbert. (1998). La civilización de los padres y otros ensayos. Bogotá: Editorial Norma.

Farnell, Leo. (1921). Greek Hero Cult and Ideas of Inmortality. Cambridge, Oxford University Press.

Hobbes, T. (1998). Leviatán o la materia, forma y poder de una República Eclesiástica y Civil. México, Fondo de Cultura Económica.

Lévi-Strauss, Claude. (2003). El Pensamiento Salvaje. México: Fondo de Cultura Económica.

Malinowski, Bronislaw. (1998). Estudios de Psicología Primitiva. Buenos Aires: Editorial Altaya.

Mauss, Marcel. (2006). Manual de Etnografía. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Munné, Frederic. (1999). Psicosociología del Tiempo Libre.  México: Editorial Trillas.

Riccoeur, Paul. (2000). Del Texto a la acción: ensayos de hermenéutica II. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Taubes, Jacob. (2007). Del Culto a la Cultura: Elementos para una crítica de la razón histórica. Buenos Aires, Katz Editores

Veblen, Thorstein. (1974). La Clase Ociosa. México: Fondo de Cultura Económica.

Weber, Max. (1996). Economía y Sociedad: esbozo de sociología comprensiva. México: Fondo de Cultura Económica.

Wolf, Eric. (2004). Figurar el poder: ideologías de dominación y crisis. México: CIESAS, Introducción traducida por Katia Rheault. Material disponible en http://memoria.com.mx/node/358.