Contribuciones a las Ciencias Sociales
Abril 2012

POLÍTICA CULTURAL CUBANA EN LA DÉCADA DE 1960 EN CUBA

Ana María Barrial Martínez (CV)
anabarrial@uci.cu
Universidad de las Ciencias Informáticas
Angélica María Barrial Martínez
Universidad de Pinar del Río

 

Resumen
El primero de enero de 1959 triunfó en Cuba una Revolución social que propició un cambio cultural debido al abandono de los patrones liberales, republicanos y representativos y la adopción de un sistema socialista. A partir de entonces, el objetivo de la intelectualidad cubana era la creación de una nueva cultura, una cultura autóctona.
Una parte de la intelectualidad republicana emigró a donde pudo; la otra, permaneció en la isla. El poder de la cultura quedó repartido entre intelectuales, políticos comunistas, nuevos líderes culturales y una formidable generación de escritores vanguardistas. Esto permitió una década de intensa creatividad en la literatura, el cine y la plástica cubana, lo cual se amparó en la frase de dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada, dejando bien claro la política cultural que iba a seguir la Revolución para lograr una hegemonía cultural.
Este período constituyó un avance hacia una renovación cultural vinculando lo político con lo artístico. En esta etapa se dieron fuertes polémicas por lo que la década del 60 ha sido clasificada, al mismo tiempo, gloriosa y vil, de eclosión y florecimiento, y de agudísima lucha ideológica.
Las palabras a los intelectuales, de Fidel, y El socialismo y el hombre en Cuba, del Che, son los dos documentos esenciales para entender la política estética de la Revolución.

Palabras clave: revolución social, política cultural, política estética, polémicas culturales.




Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Barrial Martínez, A. y Barrial Martínez, A.: "Política cultural cubana en la década de 1960 en Cuba ", en Contribuciones a las Ciencias Sociales, Abril 2012, www.eumed.net/rev/cccss/20/

Hace más de 50 años triunfó en Cuba una Revolución social que transformó, a la vez, la cultura de la isla y las relaciones culturales del mundo occidental con esa pequeña nación latinoamericana. El cambio cultural fue impulsado por el abandono de los patrones liberales, republicanos y –aunque no democráticos- representativos que regían la vida económica y política de Cuba desde mediados del siglo XIX, y la adopción de un sistema socialista. A partir de entonces, Cuba, un país caribeño, que era percibido como la peor versión de la dependencia y el subdesarrollo comenzó a reproducirse simbólicamente como modelo de igualdad y progreso en Occidente. La intelectualidad cubana jugó un papel decisivo en esta sustitución cultural pues el objetivo era la creación, por parte de los intelectuales y artistas, de una nueva cultura, una cultura autóctona que rompiera con todo lo que hasta ese momento se estaba haciendo en Cuba.
En la literatura y las artes, el cambio produjo la espontánea celebración de la mayoría de los creadores cubanos de todas las ideologías y generaciones. Entre 1959 y 1961, sin embargo, aquel consenso comenzó a quebrarse como resultado de la radicalización comunista y nacionalista de un proyecto inicialmente democrático y moderado. Una mitad de la gran intelectualidad republicana (Jorge Mañach,  Gastón Baquero, Lydia Cabrera, Leví Marrero…) emigró a donde pudo; la otra (Fernando Ortiz, Ramiro Guerra, José Lezama Lima, Virgilio Piñera…) permaneció en la isla, pero ya sin el liderazgo cívico que durante años había ejercido. El poder de la cultura quedó entonces repartido entre intelectuales  y políticos comunistas como Carlos Rafael Rodríguez, Alejo Carpentier, Juan Marinello o Nicolás Guillén, nuevos líderes culturales como Haydée Santamaría, Armando Hart o Carlos Franqui y una formidable generación  de escritores vanguardistas a la que pertenecían Guillermo Cabrera Infante, Heberto Padilla, Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat, Edmundo Desnoes, Ambrosio Fornet y Roberto Fernández Retamar.
Este poder institucional y políticamente distribuido de la cultura, que permitió una década de intensa creatividad y pluralismo en la literatura, la música, el cine y la plástica cubanas y que amparó en la ambigua discrecionalidad de la máxima fidelista de "dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada", facilitó la emergencia de instituciones tan renovadoras como el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) o la Casa de las Américas y de publicaciones tan vivas y polémicas como Lunes de Revolución y El Caimán Barbudo.
Con el triunfo revolucionario el primero de enero de 1959 a los intelectuales y artistas cubanos que habían permanecido en el país se les va a ir dando un espacio en las letras y el arte cubano, ya no iban a ser marginados pues se encontraban incluidos dentro de los cambios estructurales de la Revolución. Esta dejaba abiertas las posibilidades para que la mayoría de los sectores del país se sintiera incluida en el hecho revolucionario.
El grupo más joven de los intelectuales y artistas se reunió en torno al diario Revolución que reflejaba la política del país mientras que su magazín Lunes de Revolución no proyectaba ningún tema político, pues escribía sobre temas culturales lo cual desató una polémica entre los dirigentes revolucionarios.
Lo que le puso la tapa al pomo al inicio de la Revolución fue la realización de   PM una película realizada por Sabá Cabrera Infante a la cual le fue prohibida por el ICAIC su proyección pues se encontró que expresaba tendencias ajenas y contrarias a la Revolución; todo esto desató la interrogante por parte de los intelectuales y artistas cubanos  de los paradigmas estéticos que debían seguir, y si se iba o no  a permitir una verdadera libertad de expresión.
Polémicas como estas se dieron a lo largo de toda la década por lo que se puede decir que el período de 1960 del siglo XX en Cuba ha sido calificado, al mismo tiempo, de glorioso y vil, de eclosión y florecimiento, y de agudísima lucha ideológica.
La disputa con Lunes de Revolución expresó un doble plano: estético y político. Desde el punto de vista estético,simbolizó la lucha entre tradiciones culturales diferentes: por un lado los seguidores de la vanguardia norteamericana en su reacción con el espíritu burgués ya caduco y por la otra los seguidores de la cultura europea. Desde lo político expresaba un grupo de poder independiente. Lunes fue el órgano oficial de la indefinición propia de la Revolución, hasta 1961.
Palabras a los intelectuales  fue la respuesta de Fidel Castro para dejar bien claro la política cultural que iba a seguir la Revolución con el objetivo de lograr una hegemonía cultural. Este discurso se llevó a cabo en el salón de actos de la Biblioteca Nacional "José Martí". El Gobierno Revolucionario estuvo representado por Fidel Castro, por el presidente Dorticós, por Armando Hart como Ministro de Educación en aquellos momentos y por otras personalidades como Carlos Rafael Rodríguez. En esos días de reuniones se discutieron ideas, criterios, problemas que culminaron con el ya mencionado discurso, el cual fue la primera formulación de la política cultural en aquella época así como una definición de la posición que iba a asumir el Gobierno Revolucionario en cuanto a las problemáticas existentes en la literatura y el arte. Estas reuniones devinieron como teatro de operaciones de una batalla por el control de la cultura, pero sobre todo por el control del rumbo revolucionario y la calidad del socialismo que habría de construirse en la Isla.
En Palabras a los intelectuales Fidel esboza que quiere no sólo satisfacer las necesidades materiales sino también culturales, que hay que esforzarse en todas las manifestaciones para poder ser comprendidos por el pueblo y plantea que la Revolución quiere que los artistas pongan el máximo esfuerzo a favor de la población. Quiere que pongan el máximo interés y de esfuerzo en la obra revolucionaria y opina que es una aspiración justa de la Revolución. Traza que cada persona va a poder escribir lo que quiera de la forma que lo prefiera, no hay imposiciones de estilos específicos, tendencias y contenidos mientras su obra esté dentro de los cánones de la Revolución, lo que constituyen indicaciones generales que reafirman el derecho del hombre a expresarse pero a la vez pone al descubierto el derecho a la crítica y a la vigilancia de lo producido en un pueblo que está haciendo una Revolución. Se reconocen los cambios operados en el ámbito cultural y que los escritores y artistas no se pueden omitir pues ya era parte del pasado, que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades y que se quiere el desarrollo cada día mejor del espíritu creador de la intelectualidad cubana. En este discurso también se pone de manifiesto las transformaciones culturales llevadas a cabo hasta el momento como por ejemplo la reintegración de la Orquesta Sinfónica Nacional, así como también el Ballet de Cuba, reconocido por otros países en las giras realizadas, y el conjunto de Danza Moderna.
La década del sesenta constituía un avance hacia una renovación cultural donde el objetivo era la vinculación de lo político con lo artístico. En esta etapa se van a crear un gran número de instituciones como la inauguración de nuevas escuelas, museos y otros centros destinados a la difusión de la cultura. En 1961 se produce en el país la Campaña de Alfabetización, se dicta la Ley de Nacionalización de la Enseñanza, se da una apertura de las facultades obreras campesinas y la imprenta empieza a publicar obras clásicas de la literatura universal, se crearon escuelas de ballet y diversos periódicos. Entre otros proyectos estaba la creación de la Academia de Artes y se fundó el Consejo Nacional de Cultura como un organismo autóctono. Con la fundación de diferentes instituciones se veía que todo era posible en Cuba, menos la oposición de los intelectuales a la Revolución. A pesar de esto Cuba estaba inmersa en una gran indefinición ideológica como lo expresa Julio César Guanche, pues ya se había vencido en el Ataque a Playa Girón, se rompen las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos y Fidel Castro proclama el carácter socialista de la Revolución Cubana, además de que ya habíamos empezado un intercambio comercial y económico con la antigua Unión Soviética.

Antes de proclamarse el carácter socialista en abril de 1961 y en respuesta a la escala agresiva de los Estados Unidos hacia Cuba se habían nacionalizado los grandes sectores de la economía: la tierra, la refinación del petróleo, el azúcar, la electricidad, los teléfonos, la vivienda, el cemento, la banca, el comercio exterior.
En agosto de 1961 tiene lugar el Primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas de Cuba que culminó con la creación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) cuyo presidente era Nicolás Guillén, donde iban a estar integrados los escritores, los artistas plásticos y los músicos, donde las obras de todos los artistas estarían al servicio de esta nueva sociedad, donde se destacarían la amplitud estética como las más diversas formas de expresión a través del arte y también impulsaba un importante premio literario contrapartida nacional del que la Casa de las Américas consagraba a los autores del continente.
En 1962 surge la revista cultural de la UNEAC llamada La Gaceta, la cual sustituye a Lunes de Revolución.
En este año comienza la polémica de las generaciones: entre la generación que estaba ocupando el poder y la que está tratando de ocupar su sitio, por lo que se produce así la lucha y sucesión de las generaciones, lo cual no tuvo gran repercusión para el futuro revolucionario.
En todo proceso existe la unidad y la lucha de contrarios; aquellas luchas trajeron estos resultados, desagradables algunos, luminosos otros, pero enriquecedores y,  sobre todo, demostrativos de estos cambios a partir de enero de 1959. En cuanto a políticas culturales resultan muy instructivas las discusiones sobre cine por ser un arte de impacto social inmediato. Cuando pasamos revista al listado de qué películas son las mejores no caben dudas que la selección es de primera línea: Kurosawa, Buñuel, Wajda y varios de los más grandes maestros de la cinematografía mundial. Se puede decir, que aún no se conocía lo mejor del cine soviético y, pongo por caso, La balada del soldado, Cuando vuelan las cigüeñas y Cielo despejado, por sólo mencionar tres.
El ICAIC desarrollaba la cinematografía y con su trabajo editorial propiciaba debates sobre problemas culturales y estéticos. Al frente de éste se encontraba Alfredo Guevara que iba a proyectar las películas de los cineastas antes mencionados, lo cual provocó una nueva discrepancia entre  Alfredo Guevara y Blas Roca (1963) a través de la columna “Aclaraciones” del periódico Hoy, donde cada cual defendía su tesis. El primero planteaba que las películas que se querían proyectar no perjudicaban la conciencia y la forma de pensar del hombre revolucionario al proyectar los cambios ocurridos en el mundo y ciertas realidades que iban a enriquecer la mente del pueblo vinculando el arte del pasado y del presente. El segundo planteaba que las películas que querían exhibir debían tener insertadas temáticas que dieran nuevos bríos para el trabajo que manifestaran la igualdad del hombre, la solidaridad, la valentía, el compañerismo y la defensa de la patria, es decir, todo lo acontecido en Cuba como un reflejo de la tarea creadora, transformadora de la Revolución.
En abril de 1963 la Gaceta de Cuba pone a la luz pública preguntas urgentes elaboradas por Julio  García Espinosa y cuatro meses después aparecerían las “Conclusiones de un debate entre cineastas cubanos” donde se van a discutir aspectos fundamentales de la estética y sus vínculos con la política cultural, llevada a cabo por el ICAIC. Guevara resumió el debate afirmando que la Dirección de la Revista del Cine Cubano, que no comparte en su conjunto la fundamentación teórica del documento y que establece reservas respecto a algunas afirmaciones, suscribe en cambio sus conclusiones y declara su absoluto acuerdo con la intención moral de los que suscriben. Aquí dejaba a salvo Guevara la honestidad y buena intención de quienes lo suscribieron, casi la totalidad de nuestros realizadores cinematográficos.
En esta etapa el cine cubano sufrió el impacto revolucionario, lo recibe y lo refleja a través de las luchas revolucionarias como “La primera carga al machete” de Manuel Octavio Gómez, “Historia de la Revolución Cubana” de Tomás Gutiérrez Alea, refleja el choque de la mujer en la revolución a través de “Lucía” de Humberto Solás así como también se destacó Sahara Gómez la cual inaugura el discurso femenino con “Ellos tienen la palabra” en 1969. El cine cubano se apropia de la realidad cotidiana donde se va a tratar de reordenar códigos estéticos.
Todo lo expuesto anteriormente alcanzó una definición más precisa cuando apareció en 1965 El socialismo y el hombre en Cuba del comandante Ernesto Che Guevara, un documento por el cual se formularon algunos de los principios básicos de la Revolución Socialista en Cuba en el plano estético, donde el Che plantea que el hombre trata de encontrar la libertad a través del arte, pero esta libertad es falsa. Aquí el Che es completamente consciente de que la libertad que se quiere alcanzar rompiendo los viejos cánones que no es tal libertad, sino una fuga de la realidad que no puede ser la expresión de la conciencia socialista y por eso muchos artistas revolucionarios o que se creían revolucionarios caían en el pecado idealista de utilizar la misma vía de escape del arte burgués. Que a partir de enero del 1959 se pretendió utilizar los mismos elementos que se habían utilizado antes para denunciar la enajenación, como expresión revolucionaria, cosa que no era posible, pero por otra parte señalaba el peligro de caer en una interpretación  errada de lo que se ha llamado el “realismo socialista”. Se reafirma el derecho a la libertad de expresión que había planteado Fidel Castro en su discurso orientado en un sentido más específico de la política cultural.
Las Palabras a los intelectuales, de Fidel, y El socialismo y el hombre en Cuba, del Che, son los dos documentos esenciales para entender cuál es la política estética de nuestra Revolución.
Sobre la novela en esta época es un mano a mano entre José Antonio Portuondo y Ambrosio Fornet. Discusión, sumamente difícil de resolver, debido al alto grado de atrincheramiento de ambos contendientes. De un lado Portuondo clama para que nuestros escritores vean los contornos novelescos del proceso revolucionario y a no estar pendientes del último tartamudeo de Alain Robbe Grillet. Para Portuondo, nuestro baluarte es Soler Puig y su más significativo ejemplo Bertillón 166 gracias, en primer lugar, a su carácter testimonial y su fiel reflejo de la sociedad durante el gobierno de Fulgencio Batista. Para demostrar la miopía de los escritores capitalinos esgrimía la pureza del provinciano. Del otro lado, Fornet considera que los escritores – y aun los que no lo sueñan- serán los escritores novelescos de la Revolución, pero no todos pueden o saben cómo llenarlos. Para el crítico, justamente, lo nefasto es el provincianismo. ¿Estaba confundido Fornet  cuando expresaba que la decadencia es un signo ideológico y no un criterio de apreciación estética? ¿Tenía razón Portuondo cuando alegaba que Fornet había perdido la vía principal y que una nueva expresión artística no puede derivarse de la que refleja la alienación del mundo capitalista?
Es el momento de El Caimán Barbudo y la presencia de los jóvenes, que escriben, según ellos, no de la Revolución o para la Revolución, sino  desde la Revolución, lo que les da el derecho de la crítica más que el de la alabanza o el desconocimiento. Jesús Díaz, en 1966 y por mucho tiempo, era la representación de lo nuevo, lo revolucionario, la iconoclasia en carne y hueso, pero una iconoclasia revolucionaria. Poseía un gran arsenal teórico de lecturas estéticas y filosóficas y estaba a favor de las expresiones de la cultura popular. Pero cuando se lee detenidamente su trabajo,  se observa una arrogancia, una prepotencia,  justo cuando combate todo lo que se ha hecho en el arte y la literatura en Cuba. Con él se pone de moda el conflicto generacional. Él va más allá del narcisismo habanero y de provincianismo populista santiaguero. Su cultura es una cultura militante, pero y ¿cuál es la cultura militante? ¿y qué cultura no es militante? Nada, que los extremos se topan.
Resultan muy valiosos sus análisis sobre el papel del arte en el capitalismo y su aguda crítica a los fenómenos, sobre todo en la lucha actual en contra de la banalización y la guapería solariega, cultura de masas y el populismo pero queda una duda, ¿ Paradiso, finalmente será o no literatura revolucionaria? Afloran en estas polémicas, sobre todo, la raíz política y la lucha de criterios en los que  se invoca a la Revolución como tabla salvadora.
Estas disputas no sólo tienen valor histórico y testimonial, sino que son interrogantes vivas, cuentas pendientes. De cómo demos vida a la polémica o a la cultura del diálogo, iremos hacia una intelectualidad revolucionaria en Cuba, como dice Retamar, o mejor, hacia el socialismo y el hombre en Cuba.
 En 1967 se lleva a cabo el Seminario Preparatorio del Congreso Cultural de La Habana donde se discutieron problemas estéticos en forma general específica de las diferentes manifestaciones artísticas.
El Congreso  Cultural se llevó a cabo en La Habana en 1968 donde vinieron figuras destacadas de toda Europa de las cuales la intelectualidad cubana se nutrió desde el punto de vista estético.
La década estaba terminando en 1968. En el plano interno todos los esfuerzos se concentraban en el empeño por acelerar el crecimiento económico, mediante el desarrollo de la producción azucarera, proyectada hacia la voluntad de alcanzar diez millones de toneladas en 1970. Todas las ramas de la economía se volcaron hacia esa dirección pero la meta no pudo ser alcanzada en una coyuntura de privilegiar el campo socialista. El conflicto surgido al otorgamiento de los premios de la UNEAC a Fuera de juego de Heberto Padilla y Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat, anunciaba confrontaciones que quebrantaron los vínculos con un sector de la izquierda intelectual y apresuraron los cambios en la aplicación de la política cultural consagrados por el congreso de 1971.
La política cultural cubana en la década de 1960 en Cuba trajo consigo grandes discrepancias que incidieron en el quehacer de intelectuales y artistas cubanos.

Bibliografía

  1. Castro, Fidel. Palabras a los intelectuales. Edición del Consejo Nacional de Cultura.
  2. Guanche, Julio César. El camino de las definiciones. Los intelectuales y la política en Cuba, 1959- 1961. En Revista Temas Nro. 45 enero- marzo 2006.
  3. Guevara, Ernesto. El socialismo y el hombre en Cuba. En Revolución, Letras, Arte. Letras Cubanas.
  4. La memoria y el olvido. Cultura y Sociedad. Nro.1 enero de 2007, en sitio web Cuba a la mano.
  5. Pogolotti, Graziela. Polémicas Culturales de los 60. La Habana, Letras Cubanas, 2006.
  6. Portuondo, José Antonio. Itinerario estético de la Revolución Cubana. En Letras. Cultura en cuba. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1992.
  7. Rojas, Rafael. Cuba: 45 años de cultura y Revolución. En www. clarin.com.