Contribuciones a las Ciencias Sociales
Febrero 2012

ESPADA, VARELA Y LUZ: UNA MIRADA DESDE LA ÓPTICA MARTIANA

Alexander Abreu Pupo (CV)
Zailín Pérez Zaldívar
eries@hvil.hlg.sld.cu

 

RESUMEN:

La polémica alrededor de la concepción y el pensamiento que tuvo José Martí alrededor de la religión es amplia y sigue generando debate entre historiadores, filósofos, ensayistas, sociólogos, teólogos y todo aquel estudioso de la obra martiana.
Desde nuestra posición asumimos, sométase o no a discusión, que pese a muchos intentos por negarlo, Martí fue ese gran hombre del siglo XIX cuya incomparable cultura viene acompañada de sólidas raíces que tuvieron base en el cristianismo. No es justo un análisis de este tema si no se parte del  pensamiento de que no podemos asumir posiciones ni en defensa ni en autentica critica de las ideas teológicas, sin comprender que el Martí que presentamos engloba en sí, todos los valores y bienes del alma que posee como cristiano, cristiano por fe, pero fiel crítico de la institución religiosa que  conoció en vida. Este es el Martí que presentamos, el que escribió que todo lo bueno y sano del catolicismo como religión fue opacado por una Iglesia marcada por el abuso de autoridad de sus jerarcas y el más cruel uso de sus palabras consejeras en función de sus intereses confundiéndolos con los mandatos sencillos de la fe.

PALABRAS CLAVES:
Martí, religión, catolicísimo, Espada, Varela.


 



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Abreu Pupo, A. y Pérez Zaldívar, Z.: "Espada, Varela y Luz: una mirada desde la óptica Martiana ", en Contribuciones a las Ciencias Sociales, Febrero 2012, www.eumed.net/rev/cccss/18/

ESPADA, VARELA Y LUZ: UNA MIRADA DESDE LA ÓPTICA   MARTIANA
Si algo ha generado debate, confusión y no pocos aciertos y desaciertos ha sido la polémica alrededor de la concepción y el pensamiento que tuvo José Martí alrededor de la religión. Por mucho tiempo se interpretó desde un dogmático y nada fructífero debate entre el materialismo y el idealismo, que al decir del propio Martí, “Las dos unidades son la verdad: cada una aislada es sólo una parte de la verdad, que cae cuando no se ayuda de la otra”.1
Si se analiza con objetividad y se contextualiza a cada uno de los posicionados, encontramos que detrás lo que se ha escondido es más una defensa política que justifique de que lado estaría el Apóstol, elemento que nada tiene que ver con la exageración de una u otra unidad 2, como lo definió el Maestro desde la filosofía.
Lo cierto, y nada discutible, aunque queden trasnochados empeñados en negarlo, es que Martí fue un hombre de cultura cuyas raíces más sólidas tuvieron base en el cristianismo, quizás por ello fue tan ecuménico en su decir y hacer, o como él mismo señalaba “Yo no afirmaría la relación constante y armónica del espíritu y el cuerpo, si yo mismo no fuese su confirmación”.3
La literatura escrita por autores que históricamente han desdeñado el proyecto revolucionario cubano presenta un Martí cuyo ideario y mística nada tiene que ver con lo que en Cuba ocurre desde 1959, ellos prefieren decir que Martí ha sido traicionado.
En cambio, y aquí está el otro extremo, los marxistas más conservadores dibujan al Maestro como un contrario del pensamiento religioso, un crítico total de cualquier idea teológica, en fin, que no definen entre crítica institucional y fe cristiana, que no necesariamente tiene que estar afiliada a algún partidismo militante dentro de una Iglesia o secta determinada.
Una lectura de la obra martiana nos hace encontrarnos con serias y agudas tesis sobre el papel que ha jugado la idea de Dios en el hombre, los valores más excelsos expuestos en la Santa Biblia, el mérito de los cristianos que junto a Cristo trasladaron por los siglos la conciencia de que Dios está en nosotros y este solo es, ante todo, la idea del bien y el progreso, dos conceptos que son la representación fundamental de la existencia y las afirmaciones esenciales de la vida.4
Por motivos que no tienen razón de exposición para los fines de esta ponencia, debemos decir que los historiadores cubanos, en su mayoría,  han centrado el debate martiano sobre su religiosidad en conjunción con las polémicas políticas, algo positivo pero a la vez fatídico porque nos han dejado fuera de sus reflexiones un conjunto de ideas y conceptos morales, teológicos que desafortunadamente no se han aprovechado en bien de la cultura cubana y principalmente de su tradición ética.  
Lo anterior encuentra fundamento, principalmente, cuando estudiamos los textos de Martí sobre los Estados Unidos, allí se enseña el problema del cisma católico de la década de 1880, donde la atención la acapara el Padre McGlynn, “aquel sacerdote de vida pura (…) que en el goce de consolar males ajenos halló modo feliz de no sentir los propios; (…) que antes que ceder de su derecho de hombre a pensar por sí en los peligros y remedios de la patria, ha consentido que el Papa fulmine sobre él la excomunión mayor (…)”.5
Y es que Martí llama la atención de que se puede ser hombre y ser católico, porque ser católico no necesariamente da alma de lacayo, y más aún, cuando, al decir del maestro, “ya tenemos curas buenos que nos expliquen la verdadera teología” 6.
Hagamos un paréntesis, ¿es que para Martí ha existido una falsa teología? Sin dudas, el maestro escribe pensando en que ha existido una Iglesia, cuyo error, en muchas ocasiones, se encuentra en la lucha que ha desarrollado contra sus mejores hijos y “(…) que lo degradante en el catolicismo es el abuso que hacen de su autoridad los jerarcas de la Iglesia, y la confusión en que mezclan a sabiendas los consejos maliciosos de sus intereses y los mandatos sencillos de la fe. (…).”7
Si seguimos veremos que son infinitos los análisis de Martí sobre el denominado problema religioso, pero nuestro objetivo es trasmitir un ideario martiano completo y no parcializado, dibujar a un Martí, que entendió la teología de otra manera, a como entendió que “¡No tiene terrores, para el que conoce a Dios, el abuso que hacen de él los que lo desfiguran!”8 , porque “(…) ¡Se entiende que se pueda ser católico sincero, y ciudadano celoso y leal de una república (…)”. 9
La observancia de este tipo de crítica martiana hacia la institucionalidad religiosa ha hecho que muchos historiadores y políticos encuentren solo negritud en “(…) una Iglesia que ha venido a ser desdichadamente el instrumento más eficaz de los detentadores del linaje humano (…)”10. Sin embargo, Martí, hombre de eclecticismo vareliano, fue capaz de equilibrar sus juicios al respecto comprendiendo que el “(…) el catolicismo no tiene en sí propio poder degradante, como pudiera creerse en vista de tanto como degrada y esclaviza (…)”11, su grave problema radicó, según el Apóstol,  en que “(…)La vanidad y la pompa continuaron la obra iniciada por la fe; desdeñando a la gente humilde, a quien debía su establecimiento y abundancia, (…) para presentarse ante los ricos alarmados como el único poder que con su sutil influjo en los espíritu podía refrenar la marcha temible de los pobres manteniéndoles viva la fe en un mundo cercano en que ha de saciarse su sed de justicia, para que así no sientan tan ardientemente el deseo de saciarla en esta vida.”12
Una lectura integral de sus anotaciones nos hace encontrarnos con figuras emblemáticas del credo católico a quienes exalta como modelos de “(…) hombres ardientes en quienes, con todos los tormentos del horno, se purifica la especie humana. (…) hombres dispuestos para guiar sin interés, para padecer por los demás, para consumirse iluminando!- (…)”. 13
Dominador de la cultura universal, pero sobre todo de la cubana, de la que es hoy su máximo exponente, no le fueron ajenas las figuras terrenales y a la vez entregadas a su fe y práctica católica como lo fueron el obispo Espada y los que él llamó, con toda honra, los Padres Varela y Luz.
En ellos encontró lo mejor de las virtudes humanas, sus retratos sobre ellos, no son tan extensos, sobre todo en los casos de Espada y Varela, no así en Don Pepe, al parecer del que más leyó, que bien entendido es como leer a los dos primeros, sin embargo, al escribir sobre ellos nos deja un retrato exacto de cómo debía ser el hombre en cualquier tiempo, un hombre que debía aprender bien y con decoro su fe católica para no ser burlado por los falsos ministros.
El obispo Espada, con su informe Diezmos reservados, de 1806, se convirtió en el enemigo más enconado de la oligarquía azucarera criolla, su ideario era contrario al proyecto de la plantación esclavista y abogaba por convertir la Isla en un territorio de pequeños y medianos propietarios agrarios; por su parte, Varela, discípulo elegido y privilegiado de Espada, que sin abandonar su credo católico, negó la enseñanza tomista de la filosofía, y encaminó su discurso cultural por un camino cartesiano y empirista, no tengo dudas, este equilibrio que logró entre razón y fe, fue lo que lo llevó al independentismo.
A José de la Luz por como lo escribe, lo menciona y analiza, parece ser que fue de los tres, como dijimos antes, al que más leyó o información tuvo. Esto, en alguna medida lo justifica, el que muchos de los hombres que Martí conoció fueron alumnos directos de Luz. Además, la “pedagogía patriótica y humanista- y la concepción filosófica y religiosa de José de la Luz y Caballero- le llegan a Martí mediadas por la prédica y la enseñanza redentora de Mendive. Este le enseñó además no la rebeldía piadosa del primero, sino aquella airada ante la opresión y la injusticia (…).”14
Del obispo Espada, solo hace referencia en el Tomo V. No es una referencia directa, siempre la mención es producto del análisis que hace de otra persona, en este caso de Antonio Bachiller y Morales, alumno del Colegio- Seminario San Carlos, el cual dirigió este ilustre prelado vasco.
Hoy ni lo hemos enseñado, en las aulas universitarias no solo no se recuerda, contradictoriamente hablamos o decimos algo sobre Martí, sin embargo, este mismo Martí dijo que aquel obispo lo llevábamos todos los cubanos en el corazón,  porque “nos quiso bien, en los tiempos que entre los españoles no era deshonra amar la libertad, ni mirar por sus hijos (…) A Espada, el vizcaíno, se lo arrebataban a la puerta del camposanto los jóvenes cubanos, (…) De aquellos cubanos ardientes y españoles buenos, aprendió Bachiller sus leyes y sus cánones, y el afán, secundado por su naturaleza activa y generosa, de emplear lo que sabía en servicio de la patria y comunicarlo desinteresadamente.”15
Quizás, todavía, no es tarde para dejar a un lado tanta modernidad material para pensar como Martí “ iPero han de volver, sin duda, los tiempos de Espada!”16 El mismo Espada que en su tiempo,  todos sus discípulos, le admiraron su frase de que “Dios no quiere otra cosa sino que se observe constantemente el orden” 17, orden, que bien entendido desde el mensaje martiano es voluntad, razón y conciencia, las tres formas esenciales en que Dios se nos revela.18
Al Padre Varela, le dedicará un espacio en su pensamiento y escritura. Por extraña coincidencia histórica y por un misticismo martiano que me acompaña, me ha llamado la atención que Varela falleció el 25 de febrero de 1853, como capricho del Dios bueno al cual ofreció su alma y ministerio católico, era como si hubiera estado esperando que tuviera una seguridad suprema que el niño que había nacido el 28 de enero de 1853, en La Habana, continuaría su legado.
Este mismo niño, convertido, en julio de 1892, en el Maestro, en el guía espiritual del pueblo al que convocaba a una lucha armada, que sirviera de equilibrio al mundo, se encuentra en La Florida; está haciendo un recorrido para unir almas al proyecto revolucionario que ha ido consolidando a pasos agigantados.
Desde Ocala, en ese Estado, le escribe a Gonzalo de Quesada, informándole que “El lugar, sereno y frondoso, recuerda a Cuba: de aquí iremos a Jacksonville, y de allí a ver la tumba del Padre Varela”. 19
Esta visita fue reseñada en el periódico Patria, por alguien cuyo nombre desconocemos, pero lo importante, lo perdurable, es que se comentó que Martí habló frente a la tumba y daba la impresión que Varela estaba vivo.
Hondo dolor el del maestro al ver que allí se encontraban “(…)  en la capilla a medio caerse los restos de aquel patriota entero, que cuando vio incompatible el gobierno de España con el carácter y las necesidades criollas, dijo sin miedo lo que vio, y vino a morir cerca de Cuba, tan cerca de Cuba como pudo, sin alocarse o presurarse, ni confundir el justo respeto a un pueblo de instituciones libres con la necesidad injustificable de agregarse al pueblo extraño y distinto que no posee sino lo mismo que con nuestro esfuerzo y nuestra calidad probada podemos llegar a poseer: los restos del Padre Varela” 20. No se encontró mejor homenaje a Varela que fundar en la ciudad de San Agustín en aquellos días el club patriótico “Padre Varela”.
No se localizan muchas más anotaciones sobre Varela, todo queda en simples alusiones. Cuando está hablando de alguien, a quien cree merecer elogios, entonces dice, “como Varela”. Demás está acotar que aunque no haga muchas referencias al primer independentista consciente de Cuba, solo la mención de su nombre se asocia a lo mejor del hombre, al cura que nada tiene de relación con el descrito en su texto Hombre del Campo.
En los apuntes que hace de Varela, va quedando la imagen de un verdadero siervo de Dios, pero sobre todo del hombre, que ha entendido que para servir a Cristo se necesita pureza moral, desprendimiento, entereza, y como el mismo Martí señalara “Pero la razón primera está en la sencillez de su predicación, (…) en la pura severidad de su moral” 21 (…) porque “(…) La moral es la base para una buena religión (…)”.22
Con respecto a Luz, en sus obras se encuentran 32 referencias directas o indirectas, distribuidas en 7 de sus 27 tomos. Es digno de apreciar que aunque no lo conoció le haya revelado en enero de 1892 a Ángel Peláez, que “Por dos hombres temblé y lloré al saber de su muerte, sin conocerlos, sin conocer un ápice de su vida: por Don José de la Luz y por Lincoln”. 23
A cualquier lector de la obra martiana le llama sobremanera su estilo metafórico, simbólico, aforístico, las causas de él haberse apropiado de esta forma de escribir y decir encuentran una parte de su fundamento  en la propia carta a Ángel Peláez cuando le confiesa “Vea que aforístico me he vuelto desde que Vd. Me regaló el libro de Don José de la Luz.”.24  
A un mes de haber estado en el Cayo y Tampa, de haber proclamado y aprobado las Bases y Estatutos Secretos del PRC, el 17 de febrero de 1892, reunido ante multitud patriótica en Harmand Hall, New York, pronunció lo que conocemos como La Oración de Tampa y Cayo Hueso; allí rememoró los días que había pasado en los sitios floridanos mencionados, y con grato placer hace alusión que en la academia de Bellas Artes del Cayo, el artista Joaquín Barroso encontraba motivo de inspiración para su pintura en los retratos de Luz; pero todo no queda en el mundo del arte, le llamó la atención sobremanera que “iYo no vi casa ni tribuna, en el Cayo ni en Tampa, sin el retrato de José de la Luz y Caballero (. . .) !”.25
Entre los adjetivos que acuñó y con los que definió a Don Pepe de la Luz, se pueden mencionar: inefable, padre amoroso del alma cubana, hombre santo, sabio, sembrador de hombres, noble anciano, buscador de la verdad, silencioso fundador, piadoso, triste y profundo, sabio humilde y doloroso, hombre augusto.
A ojos y entendimientos del lector o investigador de la literatura martiana no asoma un término, frase o palabra de reproche, negación o censura sobre la vida de Luz. Para Martí fue “El, el padre; él, el silencioso fundador; él, que a solas ardía y centelleaba, y se sofocó el corazón con mano heroica, para dar tiempo a que se le criase de él la juventud con quien se habría de ganar la libertad que sólo brillaría sobre sus huesos; él, que antepuso la obra real a la ostentosa,- y a la gloria de su persona, culpable para hombre que se ve mayor empleo,-prefirió ponerse calladamente, sin que le sospechasen el mérito ojos nimios, de cimiento de la gloria patria”. 26
El maestro Cintio Vitier acertó, como en todo lo que escribió sobre Martí, que entre el maestro fundador del colegio Carraguao y el Apóstol, hubo una continuidad en los principios éticos. En el artículo Cartas inéditas de José de la Luz, se reafirman a través del carácter laudatorio del texto, las cualidades y valores del caracterizado. Dignidad y decoro se trasmutan con la utilidad social, valores privilegiados en el mirar severo del Héroe de Dos Ríos.
Mucho se ha escrito desde el siglo XIX sobre la biografía como género literario, sus partes y aspectos componentes, en Martí no hay un biógrafo en el sentido estricto y profesional, pero sí encontramos un retratista que a decir de algunos autores “por una parte, elude la expresión directa y mecánica de las cualidades de la imagen con que trabaja, y por otra, sugiere una tácita identificación con el retratado”. 27
En cada una de las semblanzas que hace de Luz, no da directamente sus características, pero se infiere su labor fundacional. Martí se centra en el tema del martirio al que se sacrificó el padre fundacional; en su silencio estuvo su sacrificio, y como si hiciera un retrato inconsciente dé él mismo señala sobre Luz que “(…) nada quiso ser para serlo todo, pues fue maestro y convirtió en una sola generación un pueblo educado para la esclavitud, en un pueblo de héroes, trabajadores y hombres libres. Pudo ser abogado, con respetuosa y rica clientela, y su patria fue su única cliente. Pudo lucir en las academias sin esfuerzo su ciencia copiosa, y sólo mostró lo que sabía de la verdad, cuando era indispensable defenderla. Pudo escribir en obras--para su patria al menos-inmortales, lo que, ayudando la soberanía de su entendimiento con la piedad de su corazón, aprendió en los libros y en la naturaleza, sobre la música de lo creado y el sentido del mundo, y no escribió en los libros, que recompensan, sino en las almas, que suelen olvidar. Supo cuanto se sabía de su época, pero no para enseñar que lo sabía, sino para transmitirlo. Sembró hombres.” 28
En los retratos que legó sobre el discípulo de Varela y el maestro de Mendive, se evidencia lo que Cintio advirtió como las tres maneras de asumir el decoro por parte del Apóstol. Dice Vitier: “ Su noción de decoro (decorum) abarca tres contenidos: el primero es interno: se refiere al honor y al pundonor, a la pureza, a la honestidad que se recata, a la honra personal; el segundo es externo: se refiere al modo como el hombre se trasluce  en circunspección, gravedad y pulcritud moral que incita al respeto ajeno; el tercero vendría a consistir en un cuidado artístico de poner en relación los dos órdenes, el interno y el externo, de modo que se correspondan. Decencia y ornato, honor y hermosura. El decoro no es sólo un concepto moral, sino también la forma de una dignidad que se transparenta y de una hermosura que es correspondencia exacta de contenido y forma y que, por serlo, merece respeto de todos los hombres”.29
Por ser Luz la imagen más perfecta que encuentra Martí sobre el decoro, es lo que lo llevó a sentenciarlo como el sembrador de hombres y “Amo la vida porque me fue permitido conocerlo”30 . Sin dudas, coincidimos con el filosofo Joaquín Santana quien afirma que la idea de justicia, la importancia y significado del factor moral, así como elementos centrales de la cosmovisión filosófica y religiosa, perneada de un cristianismo laico y natural, muestran en Martí la huella de Luz. 31 
A los tres hombres de fe y práctica católica a los cuales hemos dedicado una mirada sintética desde la óptica martiana, les encaja perfectamente aquello que anotó en sus cuadernos de apuntes número 1 (1871- 1874), que se encuentra en el tomo 21 de sus Obras Completas, allí anotó “Cristiano, pura y simplemente cristiano.- Observancia rígida de la moral, - mejoramiento mío, ansía por el mejoramiento de todos, vida por el bien, mi sangre por la sangre de los demás; - he aquí la única religión, igual en todos los climas, igual en todas las sociedades, igual e innata en todos los corazones” 32(…) “Y quien a tantos da, mucho tiene”. 33

 

BIBLIOGRAFÍA

  1. Álvarez, Luís: Martí biógrafo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005
  1. Martí Pérez, José: Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.

 

  1. Santana Castillo, Joaquín: Utopía, identidad e integración en el pensamiento latinoamericano y cubano. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008.
  1. Sotolongo, Carmen y Susana Carreras: Valoración Martiana sobre el papel de la Iglesia Católica en Estados Unidos, en Revista Islas, No 75.

 

  1. Toledo Sande, Luís: Ideología y práctica en José Martí. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1982.
  1. Vitier, Cintio: Ese sol del mundo moral, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003.

 

Vitier, Medardo: Las ideas en Cuba. La Filosofía en Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, s/f.

1 José Martí: Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, T. XIX, Pág. 361

2 Ibídem.

3 Ibídem, Pág. 362

4 Ibídem, T. XXI, Pág. 38

 

5 Ibídem, T. XI, Pág. 241

6 Ibídem, Pág. 243

7Ibídem, Pág. 139

8 Ibídem, Pág. 250

9 Ibídem, Pág. 139

10 Ibídem.

11 Ibídem.

12 Ibídem, Pág, 142 y 143

13 Ibídem, Pág, 145

14 Santana Castillo, Joaquín: Utopía, Identidad e integración en el pensamiento latinoamericano y cubano. Editorial de ciencias Sociales, La Habana, 2008, Pág. 83

15 José Martí: Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, T. V, Pág. 145- 146

16 Ibídem, Pág. 146

17 Ibídem, Pág. 152

18 Ibídem, T. XXI, Pág. 18

19 Ibídem, T. II, Pág. 69

20 Ibídem, Pág. 96

21 Ibídem, T. XIX, Pág. 391

22 Ibídem, Pág. 392

23 Ibídem, T. I, Pág. 297

24 Ibídem

25 Ibídem, T. IV, Pág. 303

26 Ibídem, T. V, Pág. 271

27 Luís Álvarez: Martí biógrafo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005, Pág. 193.

28 José Martí: Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, T. V, Pág. 249

29 Cintio Vitier: Ese Sol del mundo moral, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003, Pág. 55

30 José Martí: Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, T. V, Pág. 250

31 Santana Castillo, Joaquín: Utopía, Identidad e integración en el pensamiento latinoamericano y cubano. Editorial de ciencias Sociales, La Habana, 2008. Pág. 83

32 José Martí: Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, T. XXI, Pág. 18

33 Ibídem, Pág. 18