José López
                  
                                 
jose.lopez.sanchez@hotmail.com
                			    
			 
			    
			    
			    
			    
			    
			     Resumen
¿Por qué somos explotados en el sistema capitalista? No podemos luchar contra el capitalismo si primero no somos conscientes de que somos explotados. Quien no siente las cadenas no busca cortarlas. El capitalismo es la cumbre evolutiva del esclavismo, del totalitarismo.
Palabras claves: capitalistas,explotación, pueblo, revolución.
¿Qué significa ser  explotado? Según el  diccionario de la Real Academia Española explotar es “utilizar en provecho  propio, por lo general de un modo abusivo, las cualidades o sentimientos de una  persona, de un suceso o de una circunstancia cualquiera”. En el sistema  capitalista cualquier trabajador de cualquier sector de la economía es  explotado, de una u otra forma, en mayor o menor medida, porque, entre otros  motivos: 1) trabaja más horas de las necesarias para su sustento (dedica unas  cuantas horas de su jornada laboral no para él mismo, sino que para producir  beneficios a los capitalistas para los que trabaja); 2) trabaja en condiciones  que perjudican su salud física y/o mental, el trabajo le consume (el simple  hecho de trabajar más de lo necesario, aun suponiendo el resto de condiciones  idóneas, lo cual ya es mucho suponer, ya es problemático pues el sobreesfuerzo,  tarde o pronto, pasa factura); 3) apenas tiene tiempo libre para disfrutar de  la vida pues trabaja demasiadas horas, pues vive para trabajar, en vez de al  revés. El poco tiempo libre del que dispone debe dedicarlo, mayormente, además  de a las labores propias del mantenimiento suyo y de su familia, cada vez más,  a medida que pasan los años, simplemente a descansar, a reponerse para volver  de nuevo a trabajar, pues el cansancio se va acumulando en el tiempo; 4) el  dinero que gana apenas le permite, la mayor parte de las veces, satisfacer sus  necesidades más básicas, cada vez menos, lo cual le obliga a estar endeudado  gran parte de su vida, lo cual le hace ser poseído por los bancos, además de  por los empresarios para los que trabaja.
Si  recordamos la definición del diccionario no podemos llamar más que explotación a las relaciones laborales  existentes en el capitalismo. Los  proletarios trabajan para los capitalistas, se someten a sus condiciones, las  cuales son siempre abusivas (pues, como mínimo, los trabajadores trabajan  demasiado), las cuales son, de nuevo, en los últimos tiempos, cada vez más  abusivas. Los capitalistas utilizan a los proletarios, ahora llamados  recursos humanos, de la manera más abusiva posible, y se deshacen de ellos  cuando ya no los necesitan o cuando ya no les producen suficiente plusvalía.  Dicho abuso disminuyó en cierta época, fue limitado, cuando los trabajadores se  unieron, cuando lucharon para amortiguar su explotación, pero en cuanto los  proletarios se acomodaron, en cuanto se volvieron a dividir, en cuanto  sucumbieron a la falsa conciencia de clase, en cuanto perdieron su conciencia  proletaria, el capital volvió a las andadas. La hoja de ruta del capitalismo,  su razón de ser, es aumentar a toda costa los beneficios de los dueños de las  empresas, de los dueños de la sociedad. No  hay capitalismo sin explotación. La explotación es el acaparamiento de la  riqueza, generada socialmente, por  unos pocos, es la privatización de  las ganancias al mismo tiempo que la socialización del esfuerzo y de las pérdidas (y esto lo estamos comprobando en toda su plenitud  en la presente crisis, que, como toda crisis, nos permite conocer el verdadero  rostro de las personas, así como del sistema). La explotación es la utilización abusiva del conjunto de los  trabajadores, es decir, de la mayoría, por parte de unos pocos en provecho propio. La economía capitalista  está al servicio de unos pocos, de los propietarios de los grandes medios de  producción y financiación, en vez de estarlo al servicio del conjunto de la ciudadanía.  La sociedad entera es explotada por dichos propietarios. La economía  capitalista se rige por el interés particular de ciertas minorías, en vez de  por el interés general, es decir, de la mayoría. En definitiva, el capitalismo  es un sistema donde la mayoría se somete a ciertas minorías. En esto el  capitalismo no es nada original, nada nuevo en el fondo, pero sí lo es en las formas en que se lleva a cabo dicho  sometimiento.
Por  término medio (pues siempre hay excepciones), al abusar del trabajo, al  trabajar en condiciones nada idóneas (cada vez menos, una vez superado el  peligro “comunista” el capitalismo reemprendió su dinámica de empeorar las condiciones de vida de los proletarios, de  cuyo trabajo viven y se enriquecen los capitalistas, especialmente los grandes  capitalistas, los auténticos señores de la sociedad contemporánea), cada  trabajador poco a poco se va desmotivando. El trabajo le aliena, en vez de  realizarlo como persona. Todo trabajador va descubriendo con los años que su  esfuerzo no es recompensado. Al contrario, en cualquier momento todo el  esfuerzo realizado a lo largo de toda su vida laboral puede ser tirado  repentinamente por la borda, a veces por causas ajenas a su voluntad, a veces  por cometer él mismo un solo error, si se le ocurre hablar más de la cuenta, si  se le ocurre decir algo políticamente incorrecto, si se le ocurre incumplir  alguna de las normas no escritas del mundo laboral capitalista, si se le ocurre  mostrar cierta actitud rebelde (la sentencia de “muerte” de todo trabajador).  Los trabajadores, que pasan gran parte de su tiempo en el trabajo, cuyas vidas  giran en torno al trabajo, no tienen ni voz ni voto en sus puestos de trabajo. ¿Cómo  puede decirse en tales condiciones que los trabajadores somos libres? ¿Cómo  podemos ser libres siendo sometidos gran parte de nuestra vida a las dictaduras  más férreas habidas y por haber, dictaduras que no necesitan reprimirnos  explícitamente puesto que nosotros nos autorreprimimos?
Los  trabajadores sólo pueden tomar ciertas decisiones “técnicas” secundarias, en el  mejor de los casos. Pero las grandes decisiones estratégicas son tomadas muy  “arriba”. Los trabajadores, en cualquier puesto de la escala jerárquica de  cualquier empresa, deben simplemente obedecer, someterse a las dictaduras  imperantes en sus empresas. Bien es cierto que, a diferencia de las dictaduras  políticas, nadie es encarcelado o ejecutado en un paredón, pero sí que es  expulsado de la empresa si osa levantar la voz, si osa salirse del guión no  escrito. Y, como cualquier trabajador sabe perfectamente, ser despedido es un  trauma difícil de superar (cada vez más a medida que uno se hace mayor). No  tener trabajo es no poder ganarse el sustento. ¿Qué libertad es ésta donde uno  sólo puede ganarse el sustento si se somete a las dictaduras empresariales?  ¿Dónde está la democracia en la mayor parte de las empresas? ¿Cómo puede  llamarse un sistema así democrático cuando sus ciudadanos pasan la mayor parte  de su tiempo viviendo en dictaduras?   ¿Cómo puede autodenominarse una sociedad como democrática cuando su  centro de gravedad, la economía, funciona de forma totalitaria?
La explotación en la  sociedad contemporánea, como en cualquier sociedad, se produce fundamentalmente  por la falta de libertad, es decir, por la desigualdad en las relaciones  sociales. La  “libertad” capitalista se olvida de la igualdad, cuando en la vida en sociedad  la una no puede existir sin la otra. En el capitalismo la esclavitud real se disfraza de libertad formal. La explotación surge cuando la  libertad se contrapone a la igualdad, hiriendo así de muerte a la primera. La  “libertad de mercado” es en esencia la libertad de explotar: todo el mundo es  libre de explotar a todo el mundo, aunque con ciertos límites (los cuales  varían en el tiempo dependiendo de quien lleve la iniciativa en la lucha de  clases). Y aquí es dónde reside la trampa ideológica del liberalismo, pues si  todo el mundo pudiera igualmente explotar en vez de ser explotado, si todo el mundo pudiera elegir estar de un lado o del otro, nadie sería explotado, pues  nadie desea serlo, es decir, no habría capitalismo. Así como en la jungla se  impone el animal más fuerte, en la “selva” con apariencias de civilización,  como así es fundamentalmente el capitalismo, el más fuerte es el que domina.  Donde hay dominio no hay libertad posible. Donde no hay igualdad en las  relaciones hay dominio, es decir, explotación. La “libertad” capitalista es la  libertad del fuerte de dominar, o sea, de explotar. La libertad del fuerte en  detrimento de la libertad del débil no es libertad, es libertinaje. El  capitalismo, por consiguiente, se sustenta en el libertinaje, en la  explotación, pero se dota de un disfraz de libertad. El liberalismo, la  supuesta ideología del capitalismo, es en realidad la sutil institucionalización  de la ley del más fuerte. El capitalismo dista mucho todavía de la auténtica civilización,  la cual sólo puede sustentarse en el binomio libertad-igualdad. La peculiaridad  del capitalismo reside en la manera de ejercer la coerción, en que camufla, como ningún otro sistema hasta ahora,  la falta de libertad. El capitalismo se diferencia de otros sistemas anteriores  en las formas, más que en el fondo. En dicho sistema sigue existiendo  la esclavitud, a pesar de ciertos logros sociales, a pesar de ciertas virtudes  (el capitalismo ha logrado crear más riqueza que ningún otro sistema hasta el  presente, aunque no ha sido capaz de distribuirla; el desarrollo científico y  tecnológico alcanzado con dicho sistema no tiene parangón en la historia, si  bien empieza a ser frenado por las contradicciones sociales profundas e  irresolubles, inherentes al propio capitalismo). Una esclavitud no tan agresiva  y descarada como antaño sino que mucho más disimulada, y por consiguiente mucho  más peligrosa, en este sentido, por cuanto es más difícil combatir contra lo  que casi no se ve. Los capitalistas tienen un papel radicalmente diferente al de los trabajadores en el modo productivo  de la sociedad capitalista. Los primeros poseen los grandes medios de  producción y dicha posesión les permite jugar con ventaja, tener la sartén por  el mango. En esa ventaja está la clave. No por casualidad los capitalistas son  los explotadores y los proletarios los explotados.
Vivir para trabajar, para  enriquecer a otros, en las condiciones que ellos nos imponen, es ser explotado. Dar mucho más que lo  recibido, esforzarse y no recoger (o recoger poco) los frutos de dicho  esfuerzo, puesto que mayormente los recogen otros, es ser explotado. No tener  control sobre las propias condiciones laborales conduce inevitablemente a la  explotación. Los proletarios pasamos gran parte de nuestra vida trabajando,  nuestra vida gira (demasiado) en torno al trabajo, y trabajamos en condiciones  que nos son impuestas, ajenas a nuestra voluntad. Es decir, los proletarios  somos poco libres, apenas tenemos control sobre nuestras propias vidas. No tener libertad es ser explotado. La  desigualdad en las relaciones sociales (fundamentalmente en las relaciones  laborales, pues la economía es la base de la sociedad), es la causa matriz de  la explotación. Ser explotado no es sólo trabajar en condiciones adversas, sino  que sobre todo trabajar, además de con otros, para otros (que, lógicamente,  dada su posición de dominio, harán que nuestras condiciones laborales, como  mínimo, no sean las idóneas, incluso que empeoren en cuanto se den las  circunstancias favorables para empeorar). Los frutos del esfuerzo común son primordialmente recogidos por  unos pocos, que se enriquecen a costa del trabajo ajeno. 
En  el capitalismo el trabajo es social (cada vez más) pero sus frutos no son disfrutados socialmente porque los medios de producción no son sociales. Ésta es la principal contradicción del capitalismo, la madre de todas  las contradicciones, de la cual emanan el resto: Trabajo social vs. Medios de producción privados.  Teniendo en cuenta esta contradicción no es muy difícil comprender por qué el  desempleo se vuelve un mal crónico: porque beneficia a quienes poseen dichos  medios de producción. Lo lógico sería repartir el trabajo, reducir  drásticamente la jornada laboral, prohibir las horas extraordinarias, adelantar  la edad de jubilación, todo ello sin reducción de salarios. Lo lógico si  tuviésemos un sistema económico al servicio de la sociedad, es decir, de la  mayoría. Pero la lógica del  capitalismo es distinta, ella sirve a unos pocos, y no por casualidad a quienes  poseen los medios de producción, a quienes acaparan las “máquinas” generadoras  de riqueza. Tampoco es muy difícil comprender que estando los grandes medios  generadores de riqueza acaparados por unos pocos (los cuales son cada vez menos  en términos relativos), las desigualdades sociales, tarde o pronto, aumenten,  tiendan inexorablemente a dispararse. La dinámica capitalista conduce inevitablemente a la acumulación del capital en cada vez  menos manos, por tanto al aumento de las desigualdades sociales. A no ser que  esa dinámica natural del capitalismo, esa tendencia inevitable, sea  contrarrestada, a no ser que los explotados obliguen a los explotadores a ceder  algo, a no explotar tanto.
Indudablemente  hay muchas formas y grados de explotación. El sistema capitalista es el esclavismo  más sofisticado “inventado” hasta la fecha. En él el trabajador es  aparentemente libre, pero en verdad que no lo es, por lo menos no tanto como  aparenta serlo. En dicho sistema las cadenas están más camufladas. En este  hecho, en el disfraz de libertad de que se provee este moderno esclavismo,  radica el mayor peligro. Quien no siente las cadenas, no intenta liberarse de  ellas. El capitalismo ha logrado hacer dichas cadenas más invisibles que en  ningún otro sistema. Es un esclavismo mucho más sutil que cualquier otro, por  tanto mucho más eficaz. Indudablemente, ahora no nos azotan con el látigo,  ahora no pertenecemos formalmente a nuestros amos, ni falta que hace. A pesar  de todo, sin duda, algo hemos avanzado con respecto a épocas anteriores (si  bien la historia no es lineal, tan pronto se producen avances como retrocesos,  en la actualidad estamos de nuevo retrocediendo). Sin embargo, todavía estamos  lejos de una sociedad emancipada, de una sociedad verdaderamente libre. El  problema es que ahora es más difícil, aunque no imposible, reconocer nuestro  estado de esclavitud. Por consiguiente, ahora tendemos a aceptarlo más que  antaño. Aquí radica el verdadero peligro. Éste es el gran triunfo del  capitalismo: ha logrado esclavizar a gran parte de la humanidad casi sin que  ella se percate, con su complicidad, incluso con su participación.
Muchas  cosas dichas en este artículo les pueden parecer muy obvias a muchos lectores,  los cuales forman parte de la vanguardia proletaria, pues este artículo se  publica en medios de la prensa alternativa (siendo consciente su autor de que  no tiene ninguna posibilidad de ser publicado en los medios más difundidos),  pero basta con salir de nuestros círculos más concienciados, más  revolucionarios, para ver cómo la gran mayoría de nuestros compañeros  trabajadores sucumben ante las  falacias del capitalismo, como aquellas que proclaman que capitalismo  es democracia, que se sustenta en la libertad, que es el mejor de los sistemas  posibles, que no hay alternativas. Quienes estamos más concienciados debemos  hacer todo lo posible por concienciar también a quienes todavía no lo están, o  a quienes lo están insuficientemente, con toda humildad, pero con contundencia  e insistencia también. Debemos romper el monopolio ideológico burgués, aunque  sea mediante el boca a boca, tradicional y digital.
Las  desigualdades sociales existentes en el sistema capitalista no pueden  justificarse en base sólo al obvio  hecho de que no todos tenemos las mismas capacidades o necesidades. Esta última  desigualdad natural no se corresponde con aquellas desigualdades sociales, las  cuales son artificiales. Nadie tiene miles de veces la capacidad (o necesidad)  de otras personas, sin embargo, hay personas que acumulan una riqueza como la  de muchos millones de personas. Esto sólo puede comprenderse si se comprende  que el juego social está viciado, que sus reglas no son justas, que posibilitan  que algunos hagan trampas. La trampa de  la sociedad actual consiste en que unos tengan más opciones que otros, en la  gran desigualdad de oportunidades existente. Ésta es verdaderamente la raíz  de fondo del problema de nuestra sociedad capitalista. La tan proclamada  libertad del capitalismo es falsa, está acaparada de manera desigual, es en  verdad libertinaje. Unos son mucho más libres que otros, tienen muchas más  opciones que otros. Uno es más libre cuantas más opciones tenga. Unos someten a  otros, es decir, explotan a otros, porque poseen los medios de producción,  porque los acaparan. El trabajador es “libre” de vender su fuerza de trabajo o  no, pero si no lo hace no puede sobrevivir. ¿Qué libertad es esa que nos da una sola opción a elegir? El trabajador  es “libre” de convertirse en capitalista, pero si no tiene dinero no puede  hacerlo. ¿Qué libertad es esa que nos imposibilita elegir? ¿Qué libertad es esa que está hipotecada a las condiciones iniciales de  nuestra existencia, las cuales no dependen de nosotros? ¿Qué libertad es esa  que es “poseída” por la suerte? El trabajador puede elegir dónde ser explotado,  pero no puede huir de la explotación. Puede minimizarla, puede acotarla, pero  no eliminarla. Al menos así les ocurre a muchos trabajadores, a cada vez más  trabajadores, a la inmensa mayoría. Incluso ya el ser explotado se convierte en  un bien, en un lujo. Ahora mismo el poder trabajar, aunque sea por un sueldo  mísero, aunque sea sin tener casi tiempo libre, es a lo máximo a que pueden  aspirar muchos y muchos trabajadores, empezando por los jóvenes, a los cuales  se les roba su futuro. ¡Bienvenida sea la explotación! Proclaman los  desempleados, ese ejército de reserva del capitalismo, como así los llamaba  Marx.
La explotación en la  sociedad se da cuando algunos individuos juegan con ventaja respecto a otros, cuando en la carrera de la vida unos  salen de posiciones mucho más ventajosas que otros. En la sociedad capitalista  la ventaja proviene del hecho fortuito de que se posea dinero al nacer, de que  se nazca en tal o cual familia, en tal o cual clase social, en tal o cual país,  incluso con tal o cual capacidad. Muy “civilizado” este sistema donde el  individuo casi sólo puede prosperar cuando nace en un sitio que ya es próspero.  Muy “civilizado” este sistema donde el individuo depende casi por completo de  la suerte, de haber nacido aquí o allí, o, así o asá. Muy “civilizado” este  sistema que se sustenta en unas relaciones desiguales entre los individuos que  lo componen, una sociedad basada en la guerra de todos contra todos, en el  dominio de unas clases sobre otras. ¿Cómo va a haber paz social en tal tipo de  sociedad? Nos dicen que los conflictos entre los humanos son inevitables, que  son una cosa “natural”, y, sin embargo, tenemos un sistema sustentado en  relaciones tramposas, donde unos dominan a otros. Tenemos una sociedad que no  combate la posibilidad de conflictos, sino que la fomenta. ¿No influirá la  manera en que nos organizamos en el estado permanente de guerra en que está  sumida la sociedad humana? Si, precisamente, los seres humanos no somos  perfectos, si tenemos nuestras miserias, ¿no es imperativo organizarnos de tal  manera que dichas miserias puedan minimizarse, en vez de avivarse?, ¿no es  imprescindible para ello construir una sociedad en base a unas reglas donde  todos los individuos puedan relacionarse entre sí de la manera más igualitaria  posible? Las respuestas son obvias.
Entonces,  ¿qué ocurre? Ocurre que quienes son dueños de la economía, lo son también de la  política, de la ideología. Controlan la información y la opinión de tal manera  que controlan la manera de pensar y de actuar de la gente (hasta cierto punto,  por supuesto, pero en sumo grado, en demasiado grado). Ocurre que su dominio,  material e inmaterial, junto con una sabia política de ceder un mínimo,  especialmente cuando el orden establecido corre peligro (entre otras cosas, muy  resumidamente, y de manera un poco simplificada, pero no mucho), impide que la  sociedad pueda organizarse de otra manera, impide la revolución social, que no  es más que la reorganización de la sociedad, que no es más que el  establecimiento de unas nuevas reglas de funcionamiento. Ocurre así que lo  lógico no es lo normal. Ocurre así que el sentido común se vuelve el menos  común de los sentidos. Ocurre así que la sociedad se vuelve del revés. El  individuo está al servicio de la economía, en vez de al revés. Los medios se  transforman en fines y viceversa. El dinero se convierte así en el verdadero  dueño de la sociedad. Ocurre que la sociedad humana no pivota alrededor del ser  humano, sino alrededor del vil metal. Ocurre que la sociedad humana se  deshumaniza cada vez más. Etc., etc., etc.
La  acumulación de dinero por parte de unos pocos, la cual conlleva su dominio  político e ideológico, es decir, su dominio de la sociedad entera, proviene del  hecho de que ellos posean los medios de producción. La propiedad privada de los  medios de producción, formal o real, teórica y sobre todo práctica, es el  origen del mal, de la sociedad basada en la explotación. Expropiar a la  gran burguesía, a los expropiadores, es un “pequeño” paso, un primer paso  primordial, pero no es el único necesario. La propiedad de dichos medios debe  ser, además de formal, real. En los regímenes basados en la dictadura del  proletariado fue esencialmente formal, fue “sólo” formal. Esto supuso, en este  sentido, un paso adelante respecto del capitalismo, donde dicha posesión no es  ni siquiera formal, pero supuso un paso claramente insuficiente. En la URSS se  sustituyó una minoría dominante por otra. Incluso la democracia retrocedió en  vez de avanzar. La manera de que los medios de producción sean realmente sociales es mediante la  democracia, política y económica. Cuando los trabajadores son quienes los  gestionan (no sólo en cuanto a las decisiones técnicas, secundarias, sino que  también, sobre todo, en cuanto a las decisiones más importantes), junto con el  Estado, controlado verdaderamente por el pueblo, entonces es cuando realmente  es posible superar la sociedad explotadora, es cuando realmente se ponen los  cimientos de una nueva sociedad no clasista, de una sociedad más armónica, más  pacífica, más estable, más lógica, más ética,... Sólo es posible cambiar la  esencia de la sociedad si se cambia radicalmente su modo de producción, lo cual  no significa que sólo pueda empezarse por cambiar éste. Mientras el proletariado no tenga el poder político no será posible iniciar la  transformación del modo de producción.
Sólo  es posible gestionar en conjunto,  construir el futuro en conjunto,  cuando se aplica la democracia a todos los niveles. Sólo es posible empezar a  transformar el modo de producción cuando se empieza a gestionarlo. Lo primero  de todo es que la sociedad tome el control político, y lo segundo, lo antes  posible, el control económico. En paralelo debe tomar también el control  ideológico. Pero que la sociedad tome el control ideológico, al contrario de lo  que significa cuando así lo hace cualquier minoría, supone en verdad  posibilitar la libre circulación de las ideas, su enfrentamiento igualitario.  La toma del control ideológico, la democratización de las ideas, equivale a  posibilitar el método científico para las ciencias sociales, para comprender y  transformar la propia sociedad humana. No es posible comprender la sociedad, ni  cambiarla (a mejor, conscientemente), sin dicho método. La ciencia de esta  manera no sólo le sirve al ser humano para combatir las inclemencias del clima,  para comer mejor, para desplazarse más rápido, o para entretenerse, sino que le  sirve, ¡por fin!, para vivir más dignamente, para liberarse, para poder ser más  feliz. Una vez tomado el control de la sociedad por el conjunto de ella misma,  para lo cual primero habrá que despojar del mismo a las élites que actualmente  lo ostentan, será posible administrarla de acuerdo con el interés general, para  ir gradualmente transformándola. La clave está pues en la toma del control por  parte del conjunto de la sociedad,  por parte de las clases populares, de la mayoría. Esta toma del control  equivale a la conquista de la democracia.
Mientras  no se ataque a la madre de todas las causas de la pobreza o de las escandalosas  desigualdades, seguiremos en esencia igual. Atacar a dicha madre de todas las  causas equivale a atacar al núcleo del capitalismo. En la vida en sociedad una  libertad sin igualdad (de oportunidades, de derechos), es una libertad vacía de  contenido, es una libertad formal pero no real, que se queda en papel mojado. Luchar por la igualdad, formal y real, es  luchar contra el capitalismo. Luchar por la igualdad en la política  equivale a luchar por la democracia, en contra de la oligocracia, la forma  política del capitalismo, la manera que tiene la oligarquía de gobernar, de  controlar al Estado y a toda la sociedad engañando al pueblo, creándole la  falsa ilusión de que él gobierna. La democracia económica, es decir, la igualdad  de oportunidades económica, supone el fin del sistema económico capitalista, de  la dictadura económica. ¿Es posible (viable a medio/largo plazo) una democracia política conviviendo con la dictadura económica, o viceversa? ¿Es  posible gestionar lo que no se posee?  Obviamente, una sociedad realmente  democrática será aquella en la cual tanto en la política como en la economía se  lleve a la práctica el elemental principio de igualdad. Obviamente, la  posesión social de los principales  medios de producción (la cual no tiene nada que ver con la legítima propiedad  privada de los bienes personales, de los frutos del trabajo de cada uno) es  condición sine qua non para poder tener una economía democrática, una condición  necesaria pero insuficiente.
Y  quien dice democracia económica, dice socialismo (a no confundir con el trágico esperpento que existió en los países del mal  llamado “socialismo real”). El socialismo no puede prosperar sin su ingrediente  fundamental: la democracia, la libertad, en su sentido más amplio y profundo.  Así como el capitalismo democrático es un contrasentido, el socialismo  autoritario también lo es, o, dicho de otra manera, el socialismo democrático  es una redundancia, pues el socialismo no puede ser realmente socialismo sin  democracia. El socialismo sólo puede  construirse con la participación activa y libre del pueblo. No es posible la  democracia económica si no se ve acompañada de la democracia política. Las  experiencias históricas nos han hablado con contundencia. ¡Aprendamos de ellas!  Sólo podremos saber si el socialismo, en general cualquier sistema alternativo  al capitalismo, puede funcionar, si primero nos proveemos de la infraestructura  necesaria para construirlo, si primero conseguimos el contexto político  adecuado para experimentar libremente en la práctica distintas maneras de  organizarnos económicamente, si nos dotamos del vehículo adecuado para el viaje  de la transformación radical de la sociedad. Dicha infraestructura, dicho  vehículo, no puede ser otra, otro, que la democracia real.
Cuando  todas las ideas tengan las mismas opciones de ser desarrolladas, conocidas,  comprendidas, cuestionadas y probadas, casi seguro que la humanidad logrará dar  con las soluciones adecuadas para resolver los grandes problemas crónicos de su  sociedad, por lo menos existirá realmente dicha posibilidad. Un científico no  puede realmente experimentar si no tiene cierto contexto que se lo permita. El  método científico se basa fundamentalmente en contrastar libremente entre sí todas las teorías y éstas con la práctica. Si  aplicamos este método para comprender y transformar la sociedad humana,  entonces se nos abren las puertas de un mundo mejor. Esto no es posible en las  condiciones actuales donde las ideas anticapitalistas son sistemáticamente  censuradas por los grandes medios de comunicación controlados, directa o  indirectamente, por el capital. Deberemos, entre otras cosas, imperativamente,  democratizar todo lo posible la prensa. Por otro lado, un científico sabe  perfectamente que rara vez un experimento sale bien a la primera. Que los  recientes intentos históricos de superar el capitalismo hayan fracasado no  significa que no podamos o debamos seguir intentándolo. ¡Pero deberemos  aprender de los errores cometidos! Y sólo podremos superar nuestros errores si  practicamos el librepensamiento, si por lo menos lo intentamos fervientemente,  si nos desprendemos de prejuicios, si nos atrevemos a cuestionar lo  aparentemente incuestionable, si nos atrevemos a estudiar aquellas ideologías  demonizadas por el actual sistema, pero de manera crítica, si nos liberamos  también de los estúpidos sectarismos, de esa manía de empaquetar las ideas,  como si la verdad estuviera recluida y aislada en tal o cual lugar. La verdad  no es poseída por completo por nadie, está distribuida, aunque no  uniformemente, deberemos buscarla aquí y allá, deberemos explorar más allá de  nuestros círculos habituales. Esto quiere decir que tan equivocado está quien  desdeña, por ejemplo, al marxismo, o al anarquismo, como quien hace lo propio  con las ideas de la Ilustración. La ciencia, pero no la “fría” ciencia que sólo  se preocupa de estudiar el universo objeto de su estudio (en este caso la  sociedad humana) desde la distancia de quien contempla pero no se involucra,  sino la ciencia “cálida” que se preocupa también, sobre todo, de la transformación práctica del universo  estudiado, en la cual el científico comprende, no como fin en sí mismo, sino como medio para intentar cambiar la realidad  estudiada; dicha ciencia, como decía, es la herramienta intelectual que nos  permitirá construir una nueva sociedad. Una ciencia en la que todos los  ciudadanos seremos científicos, en la que todos podremos participar en la  construcción de una sociedad alternativa. La sociedad humana, a diferencia del  Cosmos en el que vivimos, la hacen los humanos, aunque no de una manera  completamente libre y consciente. El destino de la sociedad humana está sobre  todo en manos de los humanos. Al menos potencialmente. Lo estará realmente  cuando la humanidad en conjunto se  provea de la herramienta necesaria para ello: la democracia. Quien dice democracia dice método científico aplicado a  la sociedad humana. El método científico se sustenta en la libertad y en la igualdad,  en la libertad de experimentar, en el enfrentamiento igualitario de unas teorías  con otras, de todas ellas con la práctica, la juez suprema de toda teoría.
El  capitalismo y su falsa libertad impiden siquiera el intentar superarlo, y no  por casualidad, pues quienes esclavizan a la mayoría, como siempre ha ocurrido a  lo largo de la historia, no desean cambiar el sistema gracias al cual ellos  viven mucho mejor que los demás, a costa de los demás. Los trabajadores, de  toda índole, practicando la  necesaria unidad proletaria, somos quienes deberemos liberarnos de  nuestras cadenas, para lo cual, lo primero, lo más esencial, pero no lo único,  no lo último, es ser conscientes de las cadenas que nos aprisionan, es  moverlas. Cuando la mayoría seamos  conscientes de que somos explotados, y de que podemos dejar de serlo  (desarrollando la democracia), es cuando será realmente posible superar el  capitalismo, el esclavismo más sofisticado e inteligente, es decir, el más  perfecto (aunque, por fortuna, no completamente perfecto, pues la perfección  absoluta no existe) desarrollado hasta el presente, la cumbre evolutiva del  totalitarismo. La concienciación es el primer paso, un paso elemental, crítico,  para la emancipación. Nuestra primera labor, la más inmediata, la más  prioritaria, debe ser concienciarnos y concienciar. La concienciación debe  expandirse por la sociedad como la gota de aceite en el agua.