Contribuciones a las Ciencias Sociales
Noviembre 2011

LA EDUCACIÓN PARA UNA SOCIEDAD RESILIENTE



José Alberto Martínez González (CV)
Escuela Universitaria de Turismo Iriarte, Universidad de La Laguna
info@joseamartinez.com



RESUMEN

La resiliencia constituye una competencia personal imprescindible afrontar con éxito las situaciones y experiencias dolorosas y problemáticas. Constituye una competencia porque integra procesos cognitivos, afectivos, relacionales y conductuales que hacen posible el desarrollo con éxito de actuaciones de prevención y de intervención ante las situaciones de riesgo y las consecuencias que éstos puedan tener. Aunque tradicionalmente la resiliencia se asociaba a características personales y a situaciones traumáticas concretas, especialmente las padecidas durante la infancia, nosotros proponemos una concepción más amplia y diferente de la resiliencia, por cuatro razones. En primer lugar la resiliencia constituye más una competencia que un conjunto de rasgos personales. Además, todas las personas pueden ser sujetos resilientes, no sólo los niños. Por otra parte, el abanico de problemas asociados a la resiliencia es mucho más amplio que las meras situaciones traumáticas. Por último, consideramos que el sistema educativo y las familias deben ser los responsables de la educación de la competencia en resiliencia. La resiliencia así concebida se convierte en una meta-competencia crítica y transversal en los tiempos actuales, que debe abordarse en todos los niveles de la Educación, desde la Educación infantil hasta la Universidad.

Palabras clave:

Resiliencia, Competencia en resiliencia, Estrategias de afrontamiento

The education for the resilience

The resilience is a personal competence to confront successfully the painful and problematic experiences and situations. It constitutes a competence because it integrates cognitive, affective, relational and behavioral processes that make possible the successfully development of actions to prevent and to correct the risk situations and also their consequences. The resilience was traditionally associated to personal characteristics and to traumatic specific situations in the infancy, but we propose a more wide and different conception that is based on four elements. First, the resilience is a competence, and it is much more than a set of personal features. In addition, all the persons can be resilience subjects, not only the children. In addition, the range of problems associated with the resilience is much wider than the traumatic situations. Finally, we think that the educational system and the families must response of the resilience competence development. Now the resilience turns into a critical and transverse goal-competence, which must be approached in all the Educational levels.

Keywords:

Resilience, Resilience competence, Copy



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Martínez González, J.A.: La educación para una sociedad resiliente, en Contribuciones a las Ciencias Sociales, octubre 2011, www.eumed.net/rev/cccss/14/

1.- LA RESILIENCIA COMO COMPETENCIA

La resiliencia constituye un nuevo paradigma científico dentro de las ciencias humanas, desde el cual pueden ser explicados complejos procesos personales y sociales que tienen que ver con la superación de experiencias problemáticas y dolorosas. El enfoque de la resiliencia permite dirigir la mirada hacia la posibilidad de identificar los recursos usados por individuos y comunidades para mejorar y crecer, sobre todo en circunstancias adversas (Gil, 2007).

Pero, ¿qué es la resiliencia? Desde un punto de vista etimológico resiliencia proviene del latín resilio  (Bernalte et al, 2009), que significa volver al estado original, volver atrás, volver de un salto, resaltar y rebotar, recuperar la forma original. Como el prefijo “re” se quiere indicar repetición o reanudación, de modo que se puede concluir que el sujeto o el objeto resiliente rebota hacia adelante después de haber vivido alguna situación o experiencia particularmente diferente.

El concepto resiliencia se utiliza en diversas disciplinas. En física, por ejemplo, el concepto resiliencia describe la cualidad de los materiales que resisten los impactos y recuperan su forma original cuando son forzados a deformarse. En el ámbito de la ingeniería la resiliencia se refiere a la cantidad de energía que puede absorber un material antes de que comience la deformación plástica, cuando  a un material  se  le  somete a una carga excesiva. Es también un término utilizado en tecnología: la resiliencia es la resistencia de un cuerpo a la rotura por un golpe (es decir, un cuerpo es menos frágil cuanto más resiliente es).

En psicología el término resiliencia se ha asociado incluso a la felicidad (Menezes de Lucena, 2006). En este sentido Cyrulnik (2001) plantea que el concepto representa la capacidad del ser humano para ser feliz a pesar de los traumas que debe soportar y superar. Por tanto, el constructo describe la capacidad de una persona o de un grupo de personas para seguir proyectándose en el futuro a pesar de las condiciones de vida adversas que pudieran atravesar. Podemos afirmar que constituye un concepto adaptado a las Ciencias Sociales para caracterizar a aquellas personas que, a pesar de nacer y vivir en situaciones de riesgo, se desarrollan de manera saludable, especialmente desde un punto de vista psicológico.

Se constata la existencia de tres corrientes de pensamiento y de investigación en el ámbito de la resiliencia, desde el punto de vista de la psicología y de la pedagogía: una de ellas es la corriente norteamericana, esencialmente conductista, pragmática y centrada en lo individual; por su parte, la corriente europea presenta un mayor contenido psicoanalítico y una perspectiva ética; y la corriente latinoamericana, de arraigo comunitario y especialmente enfocada en los aspectos sociales como una alternativa para dar respuesta a los problemas del contexto.

López (2007) y Silas (2008) definen la resiliencia como la capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la vida, para aprender de ellas, para superarlas e, inclusive, para transformarlas en oportunidades. También para ser transformado por aquellas. Se trata de un recurso asociado al optimismo y a la inteligencia emocional que va evolucionando según sea la etapa de desarrollo en el que se encuentra la persona, aunque de manera continuada.

Constituye una habilidad personal para superar adversidades o riesgos a través de un proceso dinámico en el que se emplean con libertad factores internos y externos al propio individuo. En este sentido señalan Rodrigo et al. (2009) que la resiliencia se define, desde la psico-patología evolutiva, como un proceso dinámico de carácter evolutivo que implica una adaptación del individuo que es sustancialmente mejor que la que cabría esperar dadas unas circunstancias adversas. Esta adaptación personal y social suele resultar de una buena capacidad para utilizar los recursos internos y externos que le van a permitir enfrentarse con éxito a la adversidad.

De una manera similar Vadebenito, Loizo y García (2009) y Velásquez y Montgomery (2009) definen la resiliencia como la capacidad humana de enfrentarse a los acontecimientos adversos, de sobreponerse y de ser fortalecido o transformado por las experiencias adversas que sufren. Se trata de un juego dinámico, un proceso en el que intervienen fortalezas y debilidades, amenazas y oportunidades, etc., y que se desarrolla durante toda la vida, debiendo ser analizado en cada caso en particular. Naturalmente, la resiliencia así concebida se va aproximando más al concepto de competencia y, por qué no decirlo, de meta-competencia.

Para Gauto (2010) la resiliencia incluye tres componentes esenciales:

Otros investigadores como Szarazgat y Glaz (2006) proponen definiciones que nos sugieren que la resiliencia constituye un concepto verdaderamente complejo y multidimensional, no ajeno a la controversia:

a) Conjunto de procesos sociales e intra-psíquicos que posibilitan tener una vida "sana" en un medio insano. Estos procesos se realizan a través del tiempo, mediante la combinación de los atributos del sujeto y el ambiente familiar, social y cultural.

b) Habilidad para hacer frente y resurgir de la adversidad, adaptarse, recuperarse y acceder a una vida significativa y productiva, saliendo fortalecido y siendo transformado por aquella, en cada situación específica y respetando las características personales.

c) Combinación de dos capacidades que son gestionadas en contextos de gran adversidad: la capacidad de proteger la propia integridad cuando se está bajo presión, y la capacidad de forjar un comportamiento vital positivo, pese a las circunstancias difíciles.

Para Borges y Silva (2010) la resiliencia está inevitablemente asociada a la esperanza, entendida ésta como variable psicológica dinámica y central en la vida, altamente personalizada y orientada al futuro. La esperanza confiere potencial al sujeto y está relacionada con la ayuda externa y el cuidado. También está ligada a la fe, un concepto central en todas las grandes religiones y culturas del mundo, y que a la vez forma parte de la propia esencia del ser humano.

Los investigadores han descubierto siete componentes abstractos y universales de la esperanza que están asociados a la resiliencia:

De Pedro y Muñoz (2005) afirman, como la mayoría de los investigadores, que la resiliencia constituye un conjunto de procesos sociales e intra-psíquicos (cognitivos, afectivos, conativos y sociales) que permiten tener una vida sana en contextos que se caracterizan por ser estresantes, problemáticos y desfavorables. Estos procesos tienen lugar a través del tiempo, en la interacción del sujeto con su ambiente familiar, social y cultural. Pero los investigadores insisten una interesante novedad: la resiliencia no puede ser concebida como un atributo del sujeto, pues constituye un proceso interactivo entre la persona y su medio.
El desarrollo óptimo de la resiliencia, por tanto, resulta de la interacción activa entre las capacidades de la persona y el medio físico y social (familia, centros educativos y comunidad), siempre teniendo en cuenta – insistimos - la fase evolutiva del sujeto. Esta acepción coincide, por tanto, con la definición de competencia, como veremos seguidamente, pues ésta sólo puede ser concebida a partir de los resultados obtenidos en el contexto.

La resiliencia, que es dinámica, puede variar en el tiempo y con las circunstancias. Es el resultado de un proceso de desequilibrio y equilibrio entre factores protectores, factores de riesgo y la propia personalidad del ser humano. No es un estado definido y estable, sino un camino de crecimiento. Ha de construirse siendo inventada por cada uno en función de sí mismo y de su contexto. Es un proceso complejo en el que intervienen la voluntad y, desde luego, la inteligencia emocional y otros procesos cognitivos y conativos, al margen de los determinismos propuestos por los genetistas y siempre con dosis de creatividad y libertad.

Vera, Carbelo y Vecina (2006) son de la misma opinión: la resiliencia, entendida como la competencia para mantener un funcionamiento adaptativo de las funciones físicas y psicológicas en situaciones críticas, nunca es una característica absoluta ni se adquiere de una vez para siempre. Es el resultado de un proceso dinámico y evolutivo que varía según las circunstancias adversas, el contexto y la etapa de la vida en la que se encuentra el sujeto. Y puede expresarse de muy diferentes maneras en diferentes culturas. Por tanto, la resiliencia constituye una competencia que se desarrolla como proceso por la interacción entre el individuo y su entorno.

Insistimos en que hablar de resiliencia sólo en términos de características individuales constituye un error fundamental. Es más, la resiliencia constituye una competencia de orden superior, y mucho más, una genuina meta-competencia que posee dos componentes básicos: la resistencia frente a la destrucción y la capacidad de forjar un comportamiento vital positivo, pese a las circunstancias difíciles. El concepto incluye, además, la posibilidad de una persona o sistema social para afrontar adecuadamente las dificultades de una forma socialmente aceptable.

La resiliencia como competencia se construye poco a poco en el tiempo, como un proceso y un camino que se cuenta como el relato de una vida. Como hemos mencionado, la resiliencia no es única, ni se adquiere de una vez para siempre, es una competencia que, como todas las demás, resulta de un proceso dinámico evolutivo. Esto implica mirar de otra manera la realidad, percibir de otro modo, desde lo que se construye, lo cual nos obliga a dejar la práctica habitual de fijarnos exclusivamente en las deficiencias y las carencias, hecho éste que nos impide ver las cualidades y los puntos fuertes de cada sujeto.

Aceptar que la resiliencia constituye una competencia implica aceptar las propuestas de investigadores que, como Martínez (2011), definen las competencias como algo más que saberes, pues están integradas en la personalidad, en el propio ser. En este sentido podemos  afirmar que el desarrollo de competencias y el desarrollo de la personalidad son interdependientes. El hecho de que la competencia se integre en el ser y en la personalidad refuerza la extendida idea de que el término competencia sea amplio y difícil de definir y de evaluar, además de ser multimedia y multidisciplinar.

Es amplio porque la competencia, como es el caso de la resiliencia, incluye aspectos vinculados al ser (valores, actitudes, etc.), no sólo al saber o al saber hacer. Es difícil de definir porque, entre otras cosas, incluye elementos internos y externos al sujeto, como también hemos mencionado anteriormente. Y es difícil de evaluar precisamente por todas esas características, lo que hace “farragoso” encontrar o emplear medidas de la competencia que sean objetivas, válidas y fiables.

Estamos de acuerdo con González y Wagenaar (2005), que conciben la competencia desde un punto de vista sistémico, como el buen desempeño en contextos diversos y auténticos, basado aquel en la integración y la activación de conocimientos, normas, procedimientos, destrezas, actitudes y valores. Este es el caso de la competencia de resiliencia, y su visión sistémica incluye, irremediablemente, los términos de input y output: los input se refieren a los conocimientos, habilidades y actitudes, entre otros elementos, mientras que el output estaría representado por el dominio competencial demostrado en un contexto problemático determinado.

La resiliencia, en tanto que competencia, incluye algo más que “saberes”, sean los que fueran. Se trata de una configuración psicológica y social, un conjunto que sintetiza, entre otras cosas, conocimientos, rasgos, destrezas, conductas, valores y actitudes que ha de ser capaz de movilizar una persona, de forma integrada, para actuar eficazmente ante las demandas de un contexto desfavorecedor (Medina y García (2005). Por tanto, como configuración psicológica, las competencias han de apoyarse en el desarrollo de las capacidades y en otras competencias cognitivas, socio-afectivas y físicas del sujeto, capacitándolo para desenvolverse adecuadamente en diversos contextos.

Como es sabido, Florentino (2008) ha investigado la manera sorprendente en que muchos niños maltratados o que han vivido en situaciones de alto riesgo han tenido la capacidad de sobreponerse y mantener su salud y bienestar psicológico. El autor representa a los investigadores que relacionan la resiliencia con acontecimientos problemáticos más o menos puntuales. También ha constatado cómo muchos pueblos pudieron resistir frente a la destrucción y salir fortalecidos construyendo programas y proyectos superadores.

Nosotros creemos que, aunque muchos investigadores conciben la resiliencia como una competencia que permite afrontar con acierto situaciones estresantes y dolorosas específicas, dicha competencia no se refiere sólo a determinadas experiencias puntuales, sino también a la propia experiencia de vivir, que conlleva en todo caso situaciones dolorosas  problemáticas de diferente grado e intensidad. La resiliencia así concebida constituye una competencia que define al sujeto, por formar parte de su ser, de su personalidad y de su manera de vivir.

Naturalmente, este planteamiento integral de la competencia de resiliencia le otorga un carácter vital y crítico a la misma, algo que en cualquier caso ya se podía apreciar en las definiciones del constructo que hemos ofrecido. Dicho de otro modo, la resiliencia constituye algo excepcional, y es en este sentido en el que la Educación, en todos los niveles, constituye el contexto natural para el aprendizaje y el desarrollo de la resiliencia, como de hecho sucede con todas las competencias.

2.- ENSEÑANZA Y APRENDIZAJE DE LA COMPETENCIA DE RESILIENCIA

¿Cómo se aprende la meta-competencia de resiliencia? Una vez que hemos expuesto el concepto y la importancia de la resiliencia, podemos afirmar que se aprende como el resto de las competencias: durante el desarrollo del sujeto. Y dicho aprendizaje conlleva, necesariamente, integrar aspectos cognitivos, afectivos y conductuales (es decir, aspectos del saber, del saber hacer y del saber ser/estar), mediante procesos de modelado y condicionamiento. Además, se ha de tener siempre presente que la competencia conlleva, por definición, resultados de éxito en el contexto. Sólo es competente, en términos de resiliencia, quien verdaderamente consigue serlo.

Es cierto que determinadas competencias (como puede ser el caso de ciertas competencias profesionales específicas) se aprenden sobre todo a partir de la adolescencia, o incluso algunos años más tarde. Pero aún en este caso dicho aprendizaje es gradual y se produce de manera similar a como sucede en el aprendizaje temprano de otras competencias. Además, determinadas competencias básicas – las competencias académicas por ejemplo -  deberán ser aprendidas necesariamente y de manera temprana por constituir el sustrato de las competencias profesionales mencionadas.

Como sucede en cualquier proceso de aprendizaje, incluso más aún en el caso de la resiliencia, las figuras o agentes significativos son esenciales para aprender a desarrollar la resiliencia: padres, profesores, los iguales, etc. La razón tiene que ver con el hecho de que la competencia es compleja, crítica y se desarrolla desde el momento del nacimiento, prácticamente. Por tanto, la promoción de la resiliencia es una responsabilidad compartida por los profesionales y los padres, que son quienes están frecuentemente en contacto con el sujeto, desde la infancia y hasta la  adolescencia principalmente. Naturalmente, el propio sujeto debe tener también un papel activo y responsable en todo el proceso.

Si la competencia en resiliencia es tan importante, que lo es, nosotros proponemos un enfoque preventivo, familiar e “institucional” (pues es responsabilidad de todo el sistema educativo), alternativo al tradicional y centrado en el riesgo. El enfoque actual del desarrollo de la competencia de resiliencia debe estar basado, desde los hogares y desde los centros educativos, en el respeto y la aceptación incondicional del otro (lo que no implica que se acepte cualquier  comportamiento), y también en una consideración activa el derecho al afecto de todo ser humano.

Se debe vivir la afectividad de manera integrada con el desarrollo de la competencia de la persona para adoptar estilos de vida resilientes, aquellos que le permitan resistir la adversidad y salir fortalecido de ella. Éstas constituyen actuaciones fundamentales para emprender la prevención y convertir el cariño y la afectividad en reconstituyentes terapéuticos de experiencias presentes y futuras. Es por tanto necesario integrar este concepto en la educación.

Se debe gestionar con acierto el aprendizaje de la competencia de resiliencia, como sucede con el resto de competencias, lo cual implica trabajar no sólo sobre los factores de riesgo, los que pueden poner en peligro a los sujetos, sino también sobre las formas de pensar, de sentir, de actuar y de relacionarse de los individuos para afrontar las dificultades, poniendo en juego su voluntad, sus aptitudes, sus rasgos, sus hábitos, etc. Con ello se pretende hacer de ellos personas competentes, también en el ámbito de la resiliencia (Vinaccia, Quiceno y Moreno, 2007).
   
Como afirma Florentino (2008), la mayor parte de los investigadores consideran que la Educación para la resiliencia no constituye un producto, sino un proceso dinámico entre factores protectores y factores de riesgo. Un proceso que puede y debe ser construido, desarrollado y promovido desde las fortalezas del ser humano, desarrollando las potencialidades de cada cual. Por tanto, la educación para la resiliencia implica, básicamente, estimular a las personas en los centros educativos y también en las familias, para que desarrollen dicha competencia y pongan en juego sus capacidades y recursos. El fin último es promover la salud y la calidad de vida. Todo ello, a ser posible, en función de las circunstancias y de las características de la etapa de desarrollo del sujeto.

La Educación basada en la resiliencia tiene que estar fundamentada en tres grandes grupos de elementos esenciales (Florentino, 2008; Huyeres, 2009):

a) Competencias del propio sujeto

Empatía, sociabilidad y capacidad para llevarse bien con los semejantes: no se puede desarrollar la competencia de resiliencia sin contar con los demás. En realidad poco se puede hacer en la vida sin contar con los otros, que sirven de modelo, de apoyo o de sujetos a los que ayudar, amar y con los que convivir.

Autonomía, libertad, autosuficiencia e independencia: aunque el apego seguro sea necesario para el desarrollo del sujeto, sólo la persona des-apegada puede auto-regularse y crecer.

Creatividad: la creatividad permite al sujeto encontrar y diseñar nuevas alternativas, fluir y cambiar.

Confianza en los demás y en uno mismo: para poder asumir riesgos controlados, hacerse cargo de sí y para contar con el apoyo adecuado.

Asertividad y optimismo: el optimismo está vinculado a la esperanza que moviliza y da serenidad, la asertividad a la competencia que permite dirigir el comportamiento y los procesos de toma de decisiones hacia un buen fin.

Auto-conocimiento e introspección: competencia emocional que permite adquirir conciencia de uno mismo para poder desarrollar con acierto procesos de regulación. Al fin y al cabo, no se puede cambiar ni regular lo que no se conoce.

Sentido del humor: para tomar distancia de los acontecimientos y de uno mismo, desarrollando otros puntos de vista emocionalmente positivos, sin dejar de estar en la realidad. El sentido del humor no está reñido con un desempeño riguroso y responsable.

Pensamiento crítico: competencia especialmente cognitiva que hace posible plantear cambios y nuevas alternativas, a partir de procesos de reflexión y replanteamiento.

Proyecto de vida: competencia para diseñar y plantear a medio y largo plazo un programa vital estimulante, realista y entusiasta sobre el que basar las acciones actuales. Con ello se consigue que el sujeto no sea el mero resultado del devenir de los acontecimientos.

Iniciativa: competencia que permite actuar por voluntad propia cuando sea conveniente, sin depender de los dictados de los demás o de que los otros inicien los procesos.

Capacidad de aprendizaje: meta-competencia para mejorar y cambiar los propios esquemas en función de la propia experiencia y la de los demás. Al fin y al cabo, esta competencia es la que nos distingue de casi la totalidad del resto de especies.

Autoestima: una valoración positiva de uno mismo independientemente de los acontecimientos externos y de los resultados obtenidos, lo cual permite defender los propios derechos, negarse a realizar acciones impuestas por otros y generar en uno mismo emociones positivas.

Ética y responsabilidad: capacidad para asumir el código ético y los valores socialmente aceptados en el contexto de la propia experiencia, defendiéndolos al mismo tiempo que se desarrolla el propio proceso de individuación.

Esfuerzo y voluntad: para llevar a cabo las decisiones tomadas, con insistencia.

Estrategias de afrontamiento: que permiten adoptar procesos cognitivos, afectivos y conativos de gran contenido adaptativo ante los problemas y la adversidad. Se incluyen las actuaciones encaminadas a dar otro sentido y significado a las experiencias y al entorno, buscar grupos de apoyo, etc.

Conexión saludable con al menos una figura de apego seguro que sea significativa.

Competencias de inteligencia emocional: además del auto-conocimiento y la regulación, es necesario desarrollar la empatía, la comunicación, las habilidades sociales, etc.

Integración: un adecuado desarrollo del proceso de desarrollo correspondiente a cada etapa.

b) Recursos sociales

El sistema educativo en general (incluyendo la familia y la educación no formal) debe favorecer la presencia, en el desarrollo del proceso de aprendizaje de la competencia de resiliencia, de los siguientes factores:

Al menos un vínculo estable: apego seguro y saludable de al menos una persona significativa, de la familia, un profesor, amigos, vecinos, la comunidad escolar, etc.

Apoyo social durante todo el proceso de desarrollo, favoreciendo la autonomía y el des-apego.

Ambiente educativo regido por normas claramente establecidas y con relaciones afectivas positivas.

Un modelo socio-educativo que estimule un aprendizaje constructivo, significativo, autónomo, basado en la experiencia y en la realidad.

La exigencia de responsabilidades, especialmente las socio-educativas, acordes a la edad cronológica y la madurez de los sujetos.

Oportunidades de desarrollo de destrezas y competencias cognitivas, afectivas y conductuales, sean o no educativas. Se incluyen las competencias asociadas a la inteligencia emocional y la auto-regulación, entre otras competencias y meta-competencias.

Reconocimiento y atención a los éxitos y habilidades.

Sistema de valores que incluya la autonomía, la confianza, el esfuerzo, la asertividad, el optimismo, el sentido del humor, la iniciativa, la libertad, la igualdad, la cooperación, la diversidad.
c) Recursos físicos

Se considera necesaria, para el aprendizaje y el desarrollo de la resiliencia, la disponibilidad de materiales educativos, infraestructuras, equipamientos de centros y viviendas, etc.

Infraestructuras suficientes, adecuadas a los procesos y preventivas.

Analizándolo desde otro punto de vista podemos afirmar que:

a) El sujeto resiliente debe tener:

Personas en quienes confiar y que le quieren incondicionalmente.
Personas que le pongan límites para que aprenda a evitar y a respetar los peligros o problemas.
Personas que le muestren, por medio de su conducta, la manera correcta de proceder.
Personas que le estimulen a desenvolverse solo.
Personas que le ayuden cuando sea necesario.

b) El sujeto resiliente debe ser:

Una persona por la que otros sientan aprecio y cariño.
Una persona feliz capaz de amar y demostrar afecto.
Una persona respetuosa de si misma y del prójimo.
Una persona dispuesta a responsabilizarse de sí misma, a hacerse cargo de sí.
Una persona segura de que todo saldrá bien.
Una persona capaz de reconocer y actuar cuando existan problemas.

c) El sujeto resiliente debe poder:

Hablar sobre las cosas que le preocupen o inquieten.
Buscar la manera de solucionar sus problemas.
Controlarse y auto-regularse.
Buscar el momento apropiado para hablar con alguien o para actuar.
Encontrar a alguien que le ayude cuando lo necesite.
Equivocarse sin perder el afecto de los demás.
Sentir afecto y expresarlo.
Ayudar a otros.

Lagos y Ossa (2010) también conciben la resiliencia como una meta-competencia para hacer frente a la adversidad, de una manera tanto preventiva como correctiva, y como un conjunto de procesos sociales e intra-psíquicos que hacen posible tener una vida sana viviendo en un medio problemático. Para ellos la resiliencia se aprende mediante la adquisición y el desarrollo de recursos internos y de otras competencias(que integran actitudes, valores, sentimientos, hábitos, etc.) que se impregnan en el temperamentodesde los primeros años, a partir de lasinteracciones precoces. Y esta es una labor propia de la Educación, a desarrollar con la colaboración responsable y autónoma del propio sujeto.

Y como la resiliencia nunca es absoluta, total ni se consigue para siempre, pues constituye una competencia que resulta de un proceso dinámico en el que intervienen el sujeto y el contexto (como hemos mencionado y como de hecho sucede con todas las demás competencias), el aprendizaje de la resiliencia exige que la Educación fomente la adopción de cambios en uno mismo. Entre esos cambios se encuentran el aumento de la confianza en las propias capacidades para afrontar cualquier adversidad que pueda ocurrir en el futuro, así como el desarrollo de la autonomía, del esfuerzo, etc.

Además de los cambios personales también es necesario que la Educación favorezca cambios en las relaciones interpersonales. Las razones son diversas:

Y, por último, también son necesarios cambios en la espiritualidad y en la filosofía de vida del propio sujeto, de los principios y valores en definitiva, siempre en el caso de que los que se posean no se caractericen, precisamente, por ser resilientes. No obstante, todo hay que decirlo, las propias experiencias tienden a sacudir de forma radical las concepciones e ideas sobre las que se construye la forma de ver el mundo, favoreciendo en muchos casos cambios en la escala de valores. Naturalmente, esto no siempre es así, y por eso es necesario el desarrollo de procesos de enseñanza y aprendizaje intencionales, bien a través de la educación formal en los centros, bien en las familias y en otros contextos.

Investigadores como López (2010) también proponen la necesidad de que el sistema educativo favorezca el desarrollo de la resiliencia como alternativa educativa y como una vía de desarrollo socio-personal, dentro de un enfoque sistémico integrado. Teniendo en cuenta que los centros y las familias constituyen sistemas abiertos y en constante transformación, en el que los agentes que lo componen mantienen relaciones de interdependencia,  no cabe duda de que un cambio en un elemento del sistema o en las interacciones pueden producir un cambio en todos las demás ámbitos, y en el sistema globalmente considerado. De este modo es posible atender a las pautas o secuencias interactivas que activan los procesos de resiliencia.

Ahora bien, ¿qué podrían hacer los centros educativos y los profesores (y por analogía los padres y las familias) para fomentar el aprendizaje de competencias de resiliencia? Creemos que las que siguen pueden constituir propuestas de interés:

Los centros educativos (incluidas las familias) constituyen los contextos apropiados para la socialización de las personas, y es en dichos contextos donde ellos manifiestan con más claridad sus dificultades en la realización de las tareas y en el aprendizaje de las competencias propias de las etapas evolutivas en las que se encuentran. Es por eso que la contribución del sistema educativo al desarrollo de la resiliencia es decisiva e imprescindible. Por su parte, los profesionales asumen un rol importante en el ámbito de la prevención, la detección y la intervención ante la resiliencia, especialmente cuando alguno de los estudiantes está sufriendo algún riesgo o se están vulnerando sus derechos.

Los profesores tienen, tal y como se recoge en la legislación educativa, un compromiso con el bienestar de los estudiantes y con su proceso de desarrollo, en tanto que aprendices y personas. Ello les obliga a adoptar una postura activa en aquellos casos en los que los estudiantes estén siendo víctimas de situaciones de desprotección, o cuando no están siendo satisfechas de forma adecuada sus necesidades básicas, debiendo notificar estas situaciones para poner en marcha las actuaciones de protección oportunas. Por tanto, su rol incluye velar por la seguridad y garantizar el mejor proceso de enseñanza y aprendizaje, el mejor proceso de desarrollo también, dentro de su ámbito de competencias, naturalmente.

Por su parte, como afirman De Pedro y Muñoz (2005), los estudiantes deberían involucrarse activamente en el proceso de aprendizaje aprovechando al máximo el ejercicio de la voluntad y la libertad. También deben desarrollar un sentido de su propia competencia al tiempo que se sienten personas valoradas y respetadas. Y han de reconocerse a si mismos como personas participantes activas, autónomas y responsables que se esfuerzan en superarse y en superar los obstáculos, al mismo tiempo que contribuyen en la construcción de la realidad social, cooperando con los demás. Por último, los estudiantes deben valorar a los profesores como personas poderosamente significativas en su historia de vida y en la sociedad en general.

3.- LA CASITA COMO METÁFORA DE LA CONSTRUCCIÓN DE LA RESILIENCIA

La conocida metáfora divulgada por Vanistendael (2009, 2011) sintetiza de manera adecuada todos los elementos básicos para edificar la resiliencia. La metáfora de la casita, que puede apreciarse en el gráfico 1 que sigue, puede ser útil para descubrir puntos fuertes y débiles de una persona (bien sea niños, adolescente o adulto; o bien se trate de un familia o una comunidad) y del entorno en el que el sujeto vive. Creemos que un esquema similar al propuesto debiera estar visible y ser adoptado por los centros y las familias.

Como es sabido, en el esquema de la casa cada habitación o piso representa un campo de posible prevención y/o intervención. En primer lugar se encuentra el suelo (cimientos) sobre el que está construida la casa. El nivel de los cimientos representa, en términos generales, la satisfacción de las necesidades básicas, tales como la alimentación y los cuidados elementales de salud. En un sentido más amplio podrían incluirse en este nivel las necesidades sociales y todos aquellos elementos y procesos que, como en el caso de las infraestructuras e instalaciones familiares y educativas, permiten garantizar un mínimo de bienestar individual y colectivo, de supervivencia si se prefiere, para que los sistemas y la resiliencia sean operativos.

El subsuelo representa la aceptación incondicional del niño por al menos una persona significativa de su entorno. Recordemos que el afecto y el amor auténtico conllevan aceptar sin condiciones a una persona, independientemente de su apariencia, salud o comportamiento. Naturalmente, la aceptación, que constituye un proceso de doble dirección, conlleva adoptar nuevas actitudes ante la realidad, ante las competencias (incluida la competencia de resiliencia, claro está) y ante el proceso de desarrollo, cuyas fases deben tenerse en cuenta y respetarse.

En la primera planta encontramos una capacidad fundamental: encontrar un sentido a la vida, adoptar nuevos significados al hecho y a la experiencia de vivir. Este nivel se refiere a los proyectos concretos que debe diseñar y llevar a cabo cada persona (crecer, ser generoso con otros, responsabilizarse de tareas y cuidados, etc.). El descubrimiento de sentido y la adopción de nuevos significados no es una actividad individual, puede ser activado por los adultos favoreciendo el diálogo con los demás seres vivos y con el entorno material.

En la segunda planta se encuentran tres habitaciones: la autoestima, las competencias, el humor y otras estrategias de adaptación. Al igual que en una casa, las habitaciones están comunicadas entre sí: la autoestima, considerada como un factor esencial de la resiliencia, está en estrecha relación con la aceptación del otro, el humor es esencial para afrontar nuevos retos y experiencias, y así todo. Las aptitudes y las competencias no se refieren sólo a las cognitivas, sino también a las relacionales, profesionales y de supervivencia, gracias a las cuales se pueden expresar sentimientos y emociones. En el desván está la apertura a otras experiencias, al contexto.

La analogía de la casita puede ser utilizada tanto en las familias como en los centros educativos, como una forma de recordar y de tener presente los aspectos fundamentales del desarrollo de la competencia de resiliencia.

3- CONCLUSIONES

El enfoque original y tradicional de la resiliencia se caracteriza por:

Nosotros proponemos una concepción y una gestión de la resiliencia que difiere del anterior enfoque estático. En primer lugar, hemos concebido a la resiliencia como una competencia de orden superior, una meta-competencia que favorece el desarrollo y la adaptación integral del sujeto, desde su nacimiento hasta que es adulto. Como todas las competencias, integran aspectos cognitivos, afectivos, relacionales y conductuales, formando parte del ser y de la personalidad. Además, para ser competentes como sujetos resilientes, las personas deben ser resilientes con éxito: no es suficiente con “saber serlo”, hay que demostrarlo (a uno mismo en primer lugar, naturalmente).

En segundo lugar, el propio sujeto constituye un actor responsable, activo y autónomo que con su consciencia y voluntad aprende a desarrollar la competencia de resiliencia, por más que después determinados procesos se automaticen. Estamos convencidos de que el sistema educativo en general también es responsable del desarrollo de la competencia de resiliencia, en todos los niveles y etapas, junto a las familias.

Por último, frente a un enfoque exclusivamente correctivo y puntual, proponemos una concepción de la competencia de resiliencia eminentemente preventiva, no sólo correctiva, que aborde todas las experiencias del sujeto, especialmente las dolorosas y desagradables, al mismo tiempo que el sujeto vive, crece y se desarrolla a nivel cotidiano. Al fin y al cabo, vivir constituye un proceso, no un cúmulo de acontecimientos aislados.

“Una infelicidad no es nunca maravillosa. Es un fango helado, un lodo negro, una escarcha de dolor que nos obliga a hacer una elección: someternos o esperarlo. La resiliencia define el resorte de aquellos que, luego de recibir el golpe, pudieron superarlo.”

Cyrulnik, 2003

BIBLIOGRAFÍA

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