Contribuciones a las Ciencias Sociales
Octubre 2011

UNA INTELECCIÓN DIALÉCTICO - MATERIALISTA ACERCA DE LA ÉTICA Y LA MORAL



Ana Felicia Celeiro Carbonell (CV)
Profesora Auxiliar
Facultad de Humanidades
Universidad de Ciencias Pedagógicas “Frank País García”. Santiago de Cuba
acarbonell@ucp.sc.rimed.cu



RESUMEN DEL ARTÍCULO

En el presente artículo se realiza un análisis filosófico de la ética y la moral como fenómenos culturales; se parte de definir la especificidad de cada uno de estos fenómenos para examinar la multiplicidad de enfoques científicos que existen en la contemporaneidad en la comprensión de la moral como fenómeno social. Esto permite, desde posiciones científicas dialéctico-materialistas, abordar la estructura interna de la moral como fenómeno social, a partir de la dinámica compleja de la actividad moral, las relaciones morales y la conciencia moral y revelar el carácter regulador de la misma sobre la conducta de los hombres a partir de los componentes intrínsecos de la conciencia moral y sus mecanismos socio-psicológicos.

Palabras claves: Ética, moral, actividad moral, relaciones morales, conciencia moral



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Celeiro Carbonell, A.F.: Una intelección dialéctico-materialista acerca de la ética y la moral, en Contribuciones a las Ciencias Sociales, octubre 2011, www.eumed.net/rev/cccss/14/

Las demandas éticas contemporáneas están estrechamente ligadas al fenómeno de la cultura. Si la cultura abarca todas las esferas de la actividad humana, y la moral penetra toda la variedad de manifestaciones de dicha actividad, entonces queda por sentado, que la moral es un fenómeno cultural. Pudiera decirse que la moral es una dimensión de la cultura, una dimensión omnipresente y universal, que se caracteriza por el aspecto cualitativo de significación social.
La moral es una determinada propiedad de las relaciones sociales existentes, que tiene un reflejo más o menos exacto en la conciencia, en forma de patrones, reglas, normas, principios, entre otras. Puede entenderse como el aspecto cualitativo, de significación social, que ha cristalizado en el sistema de relaciones sociales históricamente formadas, como resultado de su actividad histórico-social.
Como resultado del desarrollo humano, los hombres, históricamente, han tratado de dar una explicación, una razón filosófica de esa significación social de dichas relaciones; o sea,  han pasado a justificar teóricamente la existencia de la moral, a expresarlas en forma de conceptos y juicios acerca de lo malo y de lo bueno, de lo justo y de lo injusto, como las formas más simples y a la vez más generales de la moral. En este nivel de reflexión se encuentra la Ética como elemento de la cultura, como parte orgánica del análisis filosófico del mundo.
Se hace necesario hacer referencia al aspecto semántico de los términos ética y moral. El término “ética” procede del vocablo griego antiguo ēthǒs, con el cual se designaba la estancia, la vivienda común, más tarde adquirió otros significados, como temperamento, hábito, carácter. Aristóteles, considerado el padre de la Ética, formó el adjetivo ēthicǒs  para designar un grupo de virtudes, creando así el término ēthǐca para designar una ciencia que estudia las virtudes éticas. Los romanos, por su parte, designaron con el término mos los mismos fenómenos y Cicerón, remitiéndose a Aristóteles, formó el adjetivo moralis y de este surge el término moralitas. Es así que en el siglo IV a.n.e. aparece la ēthǐca griega y la moralitas romana para designar lo mismo, coincidiendo ambos términos en su contenido etimológico.
Su uso se expandió por toda Europa y fue recibiendo en el proceso de desarrollo cultural distintas connotaciones; sin embargo, el término “ética” conserva su sentido inicial, el que le dio Aristóteles, o sea, es la ciencia y la moral es el fenómeno real, su objeto.
En el lenguaje cotidiano, ambos términos se utilizan indistintamente, como sinónimos, lo que se debe no sólo a la comunidad del origen de los términos, sino también a que la moral como fenómeno real lleva implícita determinada justificación conceptual, una fundamentación de sus normas y de sus principios; y por otro lado, la ética, a su vez, no se reduce a un análisis teórico imparcial, sino que recomienda y orienta, por lo que tiene un contenido normativo similar al de la conciencia social común; esto quiere decir que en determinados momentos se entrecruzan en su contenido.
 Así, muchos teóricos que se vinculan directamente a esta materia en determinados momentos, e incluso, en ensayos publicados y reconocidos por su valor y aporte, han adoptado el criterio de usar los términos moral y ética como equivalentes para comunicar mejor a todos el punto de vista personal o para evitar la pedantería o la jerga especializada, (Fernández B., 2003). Tal es el caso de la “Ética para Amador” del español Fernando Savater, (Savater, F. 1993) y otro muy similar, pero en otro contexto sociocultural, el del peruano radicado en México, Fernando Tola de Habich, que lleva el título de “Ética para el bichorro”. (Tola de Habich, 1993).
Sin embargo, la mayoría de los teóricos coinciden en que en un lenguaje que tenga pretensiones científicas es inadmisible su uso indiferenciado ya que se encuentran en distintos niveles (Ética, 1989; Cortina A. Y Martínez. 1996).      
El tránsito de la moral a la ética implica un cambio de nivel reflexivo, el paso de una reflexión, que dirige la acción de modo inmediato, a una reflexión filosófica, que de forma mediata, puede orientar el obrar y, de hecho, debe hacerlo (Cortina A., 1994).
Desde este punto de vista, esa reflexión filosófica está llamada a justificar teóricamente la existencia de la moral, a dar argumentos de carácter filosófico, o sea, universalmente aceptados; su forma es conceptual y argumentativa, lo que significa que es desde el concepto que puede la filosofía cumplir su misión de aclarar y justificar racionalmente las pretensiones humanas a lo justo, a lo bueno, a lo verdadero. Pero concebida la filosofía, para que pueda realizar esta función como teoría-práctica y no como “mera contemplación”, sino como crítica y transformadora, una filosofía emancipadora y antidogmática que sirva de orientación para la acción humana, aunque no sea de forma inmediata. Es en este sentido que la filósofa española Adela Cortina plantea

 …Mientras los hombres nos conformemos con lo dado donde pudiéramos asumir  las riendas, sigue teniendo la filosofía la función crítica y liberadora... Colaborar en la tarea de mostrar a los hombres que vivir como libre es una posibilidad por la que cabe optar con pleno sentido, mientras que vivir como esclavo es también una opción pero inhumana, es la inveterada misión de la filosofía.

Así, la ética como ciencia filosófica está llamada a describir, explicar y enseñar la moral, con el fin de que los hombres, en el proceso cultural de su formación como personalidad, crezcan sabiendo de sí mismos, y por tanto, en libertad. Tal vez esta tarea no incida de forma inmediata en la vida cotidiana, pero sí ayudan a que se vayan esclareciendo y, a la larga, adueñándose de sí mismos.
Existen múltiples definiciones sobre la moral que pueden encontrarse en los textos especializados; este es un fenómeno que se ha observado desde el mismo surgimiento de la ética en la antigüedad. Aunque, en sentido general, en el pensamiento ético anterior al surgimiento del marxismo predominó como tendencia la “línea de Platón”, es necesario señalar que los representantes de la “línea de Demócrito” demistificaron la moral, negaron su fundamentación divina y la examinaron de un modo realista, tomando como punto de partida los hechos reales de la vida de los hombres; de esta forma confirman la fuente terrenal de las normas y de los ideales, y los vinculan con los intereses prácticos de las personas.
Con el surgimiento de la filosofía dialéctico-materialista, en la segunda mitad del siglo XIX, se da un nuevo método para el análisis de la moral, que consiste en la aplicación de la comprensión materialista de la historia para el análisis de todos los fenómenos y procesos sociales, esto permitió establecer científicamente la determinación social de la moral por todo el sistema de las relaciones sociales y, en última instancia, por el modo de producción de la vida material de los hombres.
La frase “en última instancia” es reiterada por Engels en su crítica a Dϋhring cuando plantea:
“...los hombres, sea consciente o inconscientemente derivan sus ideas morales, en última instancia, de las condiciones prácticas en que se basa su situación de clase: de las relaciones económicas en que producen e intercambian lo producido”; o sea, que la base económica determina la superestructura de una sociedad, y por tanto también la moral, sólo en última instancia; es así que podrá entenderse la existencia de acondicionamientos y también de rompimientos con una moral establecida de antemano (Díaz, C., 2002).
La ética, desde una posición dialéctico materialista, parte de una tesis fundamental que expresa el condicionamiento histórico-social de la moral, lo que quiere decir que el contenido objetivo de la moral expresa el carácter de determinadas relaciones sociales: las relaciones de propiedad sobre los medios de producción, la interacción de los distintos grupos y clases sociales y las formas de distribución e intercambio de lo producido.
La concepción materialista de la historia, en general, explica la formación de las ideas a partir de la práctica material. Las relaciones de producción determinan, no sólo, el modo específico de creación de los bienes materiales y su distribución, sino, también un cierto aspecto de su actividad vital, de su determinado modo de vida. Tal y como es la actividad vital de los hombres, así son ellos mismos y por consiguiente así será su moral. Es en este sentido que tiene razón el filósofo cubano Pablo Guadarrama cuando dice que no era necesario que Marx y Engels empleasen la palabra cultura en lugar de un “determinado modo de vida” para percatarse de que están refiriéndose a una determinada cultura, (Guadarrama, P. 1990). Este es uno de los criterios que se asume para entender a la moral y su reflexión teórica –la ética- como fenómenos culturales.
Otra tesis de gran valor para  la ética marxista es el reconocimiento del carácter histórico-concreto de la moral y, vinculado a esto, su carácter clasista. Estas ideas  apuntan al hecho de que no existe una moral abstracta, dada al hombre de una vez y por todas, sino que ella es el resultado de determinadas condiciones histórico-concretas, que al cambiar, hace que cambien también las nociones e ideas engendradas por ella.
Por otro lado, la sociedad se ha desenvuelto entre antagonismos de clases, por lo que la moral ha sido siempre una moral de clases, (Engels, F. 1979), en la que la dominante impone, por diferentes vías y medios, su moral al resto de la sociedad, entrando así en conflicto los diferentes sistemas morales convivientes en una sociedad dada. Cabe señalar que esto no excluye la existencia de elementos coincidentes y rasgos comunes o semejantes que existen como componente humano universal de la moral.
Estas ideas tienen un valor teórico-metodológico para la comprensión de la moral y de  cualquier posición teórica  en un nivel filosófico reflexivo sobre la moral; tanto es así que, incluso, estudiosos de esta materia, que no se reconocen a sí mismos como marxistas, realizan estudios serios de este fenómeno asumiendo estas posiciones, aunque sea, en sus planteos más generales.
Por estas razones, entre el gran número de definiciones de la moral que se pueden encontrar, como se ha señalado, existe un  grupo de autores contemporáneos que coinciden en verla, en términos generales, como conjunto de principios, mandatos, reglas y preceptos de una colectividad determinada en una época dada, (Cortina, A. y Martínez, E. 1996).
Para otros, es una forma específica de conciencia social que refleja, en forma de sentimientos, concepciones, representaciones, normas, principios y valores, al ser social en una época histórica determinada. Esta interpretación fue la más difundida entre los filósofos marxistas soviéticos en las décadas de los 50 hasta los 80 del siglo pasado, aproximadamente; y ha respondido al análisis de la moral como forma de la conciencia social, desde el llamado Materialismo Histórico.
En la literatura ética marxista, en general, al definir la moral, además de señalar la determinación de la misma, se fue indicando su función social básica, la de regulación, y el objeto de la regulación, o sea, la conducta humana (López B. y Fernández R. 1995).
Necesariamente hay que señalar, que estas dificultades para establecer la especificidad de la moral, con el fin de  definirla conceptualmente, se debe, en parte, al hecho de que la moral como fenómeno social no se somete fácilmente al análisis científico, lo que dificulta su definición; ella posee la capacidad de penetrarlo todo, y a la vez, posee la característica de lo intangible, (Díaz C. 2002), no abarca contornos precisos, penetra tanto la conciencia como la conducta humana; no es posible definirla delineando una de las esferas o campos de su manifestación, sino, que se revela, ante todo, en el papel social que desempeña en la historia, el cual se manifiesta en su multifuncionalidad (Giner, S. y otros 1998).
Desde esta perspectiva, el reconocido ético A. Titarenko plantea que la dialéctica materialista, al tomar la práctica como fundamento básico de toda la actividad humana, permite comprender científicamente el papel socio histórico de los distintos métodos no científicos de asimilación del mundo, entre los que figura la moral. Por eso, para él la moral es un modo específico de asimilación práctico espiritual del mundo, es el método valorativo-imperativo de asimilar y aprehender la realidad, que regula la conducta de los hombres desde el punto de vista de la contraposición entre el bien y el mal y tiene como objetivo el perfeccionamiento creador de las relaciones sociales y de sí mismo, conforme a las leyes del bien, (Ética, 1989; López B. 2001).
Como se infiere, en esta concepción, que es asumida en este trabajo, el centro del análisis lo constituye la relación de lo ideal y de lo material, concretado en el principio de la dialéctica de lo objetivo y de lo subjetivo en la moral. Al respecto, Lenin señaló que no sólo lo material se convierte en lo ideal reflejándose en él, sino también lo ideal se encarna  en lo material. En este sentido, la moral opera como aspecto de la actividad objetiva del hombre en la cual se objetivizan los fines, las orientaciones y las normas morales; en actos y acciones reales, “materiales”. Estas ideas constituyen un postulado básico de la dialéctica materialista para la comprensión de la moral como fenómeno social.
Mientras la moral fue considerada sólo como forma de la conciencia social, no se podían revelar los mecanismos de conexión de ella con la práctica social, por lo que se dificultaba la comprensión de la tesis de Marx acerca de la esencia social de la moral como uno de los modos de la producción espiritual, (Marx, C. 1965).
En la interpretación de la moral como un tipo específico de producción espiritual, puede inferirse que la misma posee una estructura interna conformada por subestructuras que actúan no paralelamente, sino en una compleja dinámica de interacción  y expresada en una unidad de las normas de conducta (como elemento esencial de la conciencia moral),  de los actos de conducta (como célula de la actividad moral) y de las relaciones morales; por cuanto lo uno es una forma de existencia de lo otro, la actividad moral, las relaciones morales y la conciencia moral conforman tres subsistemas estructurales mutuamente condicionados.
La actividad moral y las relaciones morales constituyen el aspecto de la moral objetivado en la conducta y en las relaciones sociales de los hombres. El aspecto subjetivo lo constituye la conciencia moral.
Se puede entender por actividad moral la particularidad cualitativa que distingue a los actos humanos por la implicación que tienen para el individuo o para una colectividad, dicha particularidad está expresada en el motivo y en el resultado de la acción para otros hombres. La célula básica de la actividad moral lo constituye el acto de conducta moral, ya que en él se expresa la actitud valorativa hacia otras personas, en él se encarnan los objetivos morales, las orientaciones y los valores. También están presentes la motivación, como aquello que impulsa la conducta moral, el resultado, que es la acción moral concretada, y la valoración, que es el proceso evaluativo de la motivación y el resultado. Así, todo acto del hombre, en el que se manifiesta una determinada actitud moral, adquiere objetivamente significado de valor positivo o negativo, o incluso de su combinación contradictoria, (Ética, 1989; Ulloa, H. y Chacón, N. 1988).
Esta comprensión se sustenta en el principio ético de la unidad de la conducta y de la conciencia, que a su vez tiene como fundamento las concepciones psicológicas del enfoque histórico cultural de la Escuela de L.S. Vigotsky, particularmente la concepción desarrollada por sus continuadores en torno a la teoría de la actividad (Leontiev, A. N., 1982, Rubinstein, S. L., 1979).
Las relaciones morales son un aspecto de las relaciones sociales, una determinada calidad de dichas relaciones que se expresa en el hecho de implicar una afectación favorable o desfavorable con respecto a un individuo o a un colectivo, o sea, que las relaciones sociales adquieren un contenido moral en la medida en que el vínculo establecido por el sujeto tiene implicaciones para otros sujetos (González, R. y Mitjáns, A. 1999).
Si la moral existe como actitud objetivada (hacia otras personas), la actitud moral puede ser considerada como actitud del sujeto de acción hacia el objeto sólo condicionalmente, por cuanto es más bien una relación sujeto-sujeto, aunque medie un objeto material con el fin de satisfacer el interés de otro hombre; por lo tanto, las relaciones morales son relaciones de significación social entre los hombres, estos nexos morales son canales del trato moral, de la regulación de la conducta y de la comunicación de la experiencia moral, de tal suerte que las relaciones morales establecidas en la sociedad, operan como una “red” estable de significados valorativos que se encuentran en una determinada subordinación e interacción. Por estas razones, al cambiar las condiciones sociales y económicas, como factor determinante en última instancia, cambia el orden de los valores y su jerarquía, que se han fijado en la cultura espiritual de la sociedad y en las relaciones morales establecidas.
Por otra parte, la conciencia moral es entendida, en el sentido estrecho de la moral, como forma de la conciencia social. Se expresa en forma de sentimientos morales, estados de ánimos, conceptos morales, juicios valorativos, normas, principios, valores e ideales.
Es indispensable señalar que hasta ahora se ha hecho referencia a la moral en un plano social, pero resulta que ella no sólo implica lo colectivo, sino también lo individual, lo personal. Los individuos, al nacer,  se insertan en un medio social que ya posee normas, valores, principios y conceptos morales establecidos y aceptados socialmente, y él, como sujeto, tiene que asimilarlos, por lo que tienen que pasar por su voluntad. Es acertada la idea de que no existe ningún mecanismo externo que logre por sí mismo que el individuo sea moral, si esta no es interiorizada por su conciencia, (Díaz, C., 2002). Esto no es otra cosa que la expresión de la relación individuo-sociedad, en el aspecto referido a la relación entre la necesidad histórica y la libertad del hombre, como capacidad para elegir una determinada conducta moral (López, B., 2001).
El análisis de la dinámica de la moral lleva aparejado revelar el carácter funcional de la misma. Es evidente, que, en su esencia más profunda, la moral se manifiesta como un fenómeno regulador de la sociedad, tanto en las relaciones del individuo con ella como totalidad como en las relaciones del individuo con otro o con otros individuos, o sea, en las interpersonales.
Es cierto que la función de regulación no es privativa de la moral, existen múltiples formas de regulación social, pero dos de ellas pueden servir para apreciar la esencia de cualquier sistema socio-político: la regulación jurídica y la regulación moral, las cuales se interpenetran y se entrecruzan, pero que cada una de ellas posee sus especificidades.
La regulación moral tiene un alto grado de universalidad, el que se explica por la propia especificidad de la moral de penetrarlo todo, no existe una esfera de la actividad humana ni de las relaciones sociales que no esté sometida a la influencia de la moral, de lo que se infiere que la esfera de actuación de la regulación moral es de máxima amplitud y generalidad. Otro rasgo que manifiesta es su carácter extra institucional, ya que sólo se ampara por la opinión pública, como cuerpo sancionador y censurador.
Sin embargo, su especificidad, lo que la distingue esencialmente de cualquier forma de regulación, es su contenido valorativo-imperativo, su carácter de mandato, o sea, en ella la valoración y el mandato se funden en una especie de imperativo.
Sería una posición reduccionista concebir sólo la regulación dentro de las múltiples funciones que cumple la moral, los criterios al respecto son variados, aunque la mayoría de los autores reconocen la función reguladora como la fundamental, este es el criterio  que definitivamente se asume en este trabajo.
Desde este punto de vista, en la moral, el medio fundamental para aprehender o para asimilar el mundo es la exigencia moral, entendida como un denominador común a las normas, principios, cualidades, conceptos e ideales; o sea, la exigencia moral es un medio de reglamentar la actividad humana, de regularla.
Ella cobra forma real, se vuelve realizable, solamente cuando es aceptada por el individuo, cuando él la aprueba y se transforma en deseo subjetivo suyo. La concreción de la exigencia moral expresa la dialéctica de lo objetivo y de lo subjetivo, de lo material y de lo ideal en la actividad humana, pero no se reduce a ella. Se trata no de una colectividad, sino del individuo, de la persona aislada, la cual asume toda la responsabilidad; y por muy significativa que sea socialmente la exigencia moral, su cumplimiento o no, depende directamente de individuos aislados, de personalidades que obran independientemente (Guseinov, A., 1990).
Esto no significa un voluntarismo deliberado, por cuanto la exigencia moral a la vez que prescribe la soberanía de la personalidad en la toma de decisiones, al mismo tiempo confiere una determinada orientación  de valor a los impulsos de su conducta. Las reglas morales, o exigencias que la personalidad se impone a sí misma, presentan como particularidad, que en ellas se expresa no el interés y el punto de vista de un hombre aislado dado, sino, el interés y el punto de vista del hombre en general. De esta forma, la exigencia moral coloca a la personalidad actuante a la par de los restantes en condiciones de igualdad de todos ante las exigencias morales.
Siendo un fenómeno subjetivo, la voluntad es la que, por su contenido, dicta las leyes, y en este sentido, trasciende los marcos de la personalidad, ya que se apoya en los intereses más generales, universales. En ella, subyacen normas y nociones de valor que, por sí solas son consideradas las mejores. La conciencia moral trata de presentar modelos de la actividad humana desde una posición crítica con respecto a las costumbres vigentes. Así, la igualdad moral de todos, la orientación hacia los intereses generales y la apelación a los mejores modelos de conducta constituyen tres momentos que se fusionan en la naturaleza objetiva y  en el significado general de las exigencias morales (Guseinov, A., 1981).
Visto así, la exigencia moral representa una unidad de elementos contradictorios: por un lado, presupone el carácter voluntario, consciente, de responsabilidad individual y autonomía en las decisiones que se toman, y por otro, orienta hacia los intereses generales, hacia actos altruistas, de significación para todos, que afirma el valor de la personalidad.
La regulación moral tiene como tarea orientar las acciones de los hombres hacia la necesidad histórica, por tanto, su particularidad, comparada con otros tipos de regulación, radica en que ella está vinculada con el ideal, con miras al futuro, ahí radica su misión social.
En la compleja dinámica del funcionamiento de la moral, la conciencia moral, como uno de los elementos  de su estructura, está vinculada estrechamente con la regulación de la conducta de los hombres; en ella, se reflejan las exigencias morales de la sociedad y está condicionada por el sistema de relaciones morales establecidos en la sociedad, el cual tiene su reflejo en el funcionamiento y en una determinada estructura de la misma.
Puede decirse que cada época histórica genera una determinada estructura de la conciencia moral; no obstante, existen rasgos generales que la distinguen de otras formas de la conciencia social, estas son las características abstractas más amplias de la moral, sus mecanismos socio-psicológicos. Extraer esa estructura común para los hombres de distintas épocas y sociedades constituye un serio problema metodológico al cual se enfrenta la ciencia, pero es indispensable resolverlo para poder interpretar la moral como fenómeno que posee su integridad y continuidad.
De esta forma, en la literatura contemporánea, se manejan distintos criterios en torno a los elementos que la conforman. Para la mayoría de los autores, como consenso general, las normas, los principios y los conceptos son elementos esenciales de la conciencia moral (López B. 2001; Cortina A. y Martínez E. 1996 y otros). Otros consideran que las normas y los principios, tomados incluso en su integridad y totalidad, sólo permiten un “corte” estático de la estructura de la conciencia moral, plantean que es necesario, para ver el movimiento y el accionar de la misma, analizar y comprender algunos de los mecanismos funcionales, señalando entre ellos la orientación a los valores, la motivación moral, la valoración y la autovaloración, y además la conciencia y el deber en calidad de mecanismos psico-morales del autocontrol del individuo (Ética, 1989; González  R. y Mitjáns A.,1999 y otros).
Interesa caracterizar sucintamente estos elementos, atendiendo a los criterios asumidos en este trabajo.
Por norma moral se entiende una de las formas más simples de la exigencia moral, que actúa en dos sentidos: como elemento de las relaciones morales y como forma de la conciencia moral, en este último caso se expresa en forma de reglas. Además puede ser entendida, como una disposición estable de los valores morales principales que se plasman en la conciencia social y, con ciertas variaciones, en la conciencia individual.
Uno de sus rasgos principales es su carácter imperativo, su forma de mandato ya sea prohibitivo o compulsivo. También se caracteriza por estar jerarquizada lo que se manifiesta particularmente en las situaciones de conflicto donde hay que realizar una elección moral y se produce una subordinación de una norma a otra. Por otro lado, presenta un carácter local y más estrecho  ya que regula un aspecto concreto del comportamiento humano.
Las normas y los principios morales guardan una estrecha relación dada su afinidad de sentido, pero se distinguen precisamente en el grado de generalidad; o sea, los principios constituyen las exigencias morales más generales. Mientras las normas se relacionan con un aspecto concreto del comportamiento de los hombres, los principios tienen que ver con la línea de conducta del hombre, le ofrecen al mismo una orientación general para la acción y constituyen la base para normas más sencillas de comportamiento.
Como rasgos esenciales de los principios cabe señalar su grado de generalidad, su incondicionalidad (a diferencia de la jerarquización que se produce con las normas morales), ya que actúan como máximas universales con carácter de cierta obligatoriedad (Diccionario de Ética, 1975).
En relación con los conceptos de la conciencia moral es necesario acotar, como ya se ha dicho, que la moral es una forma específica y peculiar de reflejar la realidad, de aprehenderla y asimilarla por el hombre, y esa especificidad la hace diferir de otras formas de reflejo y de aprehensión, particularmente del conocimiento científico, precisamente porque el reflejo se expresa en formas de conceptos valorativos-normativos, o sea, no sólo se da información de la realidad, sino también su importancia para el sujeto.
En el conocimiento científico, los conceptos expresan la esencia de los objetos, el reflejo es lo más pleno y adecuado posible al objeto, es el propio objeto el que “impone” el reflejo y actúa como eslabón fundamental en la relación objetivo-subjetiva. El conocimiento moral, sin embargo, es un conocimiento específicamente humano en el sentido en que el mundo se capta desde la óptica de los intereses del hombre, es ante todo el conocimiento del hombre de sí mismo,  de su esencia humana, de su lugar y misión, del sentido de su vida y de las regularidades de su actividad social. Quiere esto decir que no es la propia realidad la que le impone al hombre su sentido moral, sino que el hombre al conocer las regularidades de su vida en la sociedad, le confiere a ese mundo una determinada dimensión moral.
Significa esto que, en la moral, desempeña un papel peculiar el autoconocimiento y la autovaloración, así como los sentimientos morales que se relacionan con ellos. Así,  en la moral, el reflejo de la realidad se expresa al nivel de la conciencia moral en forma de conceptos cuyo rasgo característico es su aspecto valorativo, y sólo al nivel de la Ética, como nivel teórico-reflexivo de la moral, la conciencia moral, con sus componentes, adquiere el rango de conocimiento científico.
Con respecto a la orientación a los valores, como otro de los elementos que conforman la estructura interna de la conciencia moral, cabe señalar que es entendida, en la concepción dialéctico-materialista como la capacidad de la conciencia moral de encauzar los actos de los hombres a la consecución de un determinado valor moral, o sea, puede ser entendida como una tendencia valorativa-imperativa de carácter general que asegura la regulación de la conducta; ella está llamada a asegurar la unidad imperativa de toda la estructura de la conciencia moral y la conducta del hombre.
La orientación de la conciencia a los valores se manifiesta no sólo en algunos actos y motivos aislados, sino en toda la línea de conducta de la personalidad; expresa así la tendencia normativa de dicha conducta. Puede ocurrir incluso, que los motivos no coincidan con la orientación valorativa, en este caso la conducta, como cadena de actos, concordará, por lo general, con la orientación y no con los motivos (Ética, 1989).
La orientación valorativa se manifiesta tanto en los actos que son resultado de una decisión premeditada como en los llamados actos de “arrebato”, y hasta en los sentimientos y voluntad de la personalidad. Significa esto que al penetrar toda la psiquis humana, ella permite al hombre hasta de forma intuitiva e instantáneamente elegir la línea de conducta correcta.
Mientras mejor definida esté la orientación valorativa del individuo, más elevada será su integridad moral y más fácil será realizar los actos de elección moral, incluso en situaciones de conflicto.
En relación con la motivación, se maneja el criterio, en la literatura marxista leninista, de que los actos humanos tienen que ser motivados, entendiendo el motivo como el impulso moral consciente, y la motivación como un sistema de motivos interrelacionados y subordinados, atendiendo a determinada preferencia de valores y objetivos en la realización de la elección moral del individuo (Ética, 1989).
La motivación moral, aunque es esencialmente individual, contiene un aspecto social, ya que su contenido expresa un determinado tipo de concepción del mundo, en este sentido es portadora de un contenido cognoscitivo. También se desempeña como “justificador”, o sea, que los hombres, a través de ella, justifican sus actos, particularmente en las situaciones de conflicto.
Al permitirle al hombre ejercer una regulación consciente sobre su conducta, le da la posibilidad de ejercer un autocontrol racional de su conciencia moral, y en este sentido incide en la autoeducación y en el proceso de conocimiento del mundo interior de la personalidad, el autoconocimiento.
Por otro lado, la valoración, como mecanismo de regulación de la conciencia moral, permite al hombre conocer el mundo moral de otras personas; por medio de ella se establece la correspondencia o no del acto con las normas de la moral social. Mientras que las normas prescriben determinadas reglas de conducta, independientemente de las circunstancias concretas que existan y de las posibilidades de opción, las valoraciones, sin embargo, relacionan directamente el imperativo de la norma con las circunstancias dadas y con el motivo de la conducta.
De aquí se desprende que, la valoración incluye determinado conocimiento de las circunstancias y a la vez un determinado imperativo, por lo que tiene una especie de función cognoscitiva y también prescriptiva. Por esto, la valoración encierra, además de una descripción de las condiciones o circunstancias y de los actos, las reacciones emotivo-volitivas y los mandatos normativos.
La autovaloración o valoración de sí mismo, es una forma de valoración del hombre del sentido y de significado moral de sus motivos y de sus propios actos. Esta capacidad se forma en el proceso de educación y en la acumulación de vivencias personales y sociales, pero, como regla, casi nunca es exacta, tiende a estar sobredimensionada o subdimensionada, lo que dificulta el proceso de inserción del individuo en la sociedad. Cuando la autovaloración es más o menos exacta, ella opera como elemento de autoeducación (Diccionario de Ética 1975).
Estrechamente vinculados a la autovaloración se encuentran los llamados mecanismos psicológico-morales de autocontrol de la personalidad, ellos son la conciencia y el deber, que junto al honor y a la dignidad le permiten al sujeto, como personalidad, realizar la elección moral y comprender su responsabilidad ante sí mismo y ante la sociedad.
La conciencia es considerada una especie de vehículo de la moral social en la vida psíquica del individuo por cuanto induce al hombre a ser consecuente en su proceder moral. Constituye la médula espinal de la responsabilidad moral y de la autovaloración, en ella se produce una fusión de lo racional y de las vivencias sentimentales, opera en forma de sentimientos (satisfacción, insatisfacción, remordimientos), estos son afines al sentimiento de la vergüenza, del pudor y de la culpa ante los demás y ante sí mismo cuando se ha cometido algún error o falta (Ética, 1989, Kon, I. 1975).
En la conciencia se expresa un determinado contenido social de la moral, no es menos cierto que su mecanismo psico-fisiológico es más o menos el mismo en distintas personas que se encuentran en un mismo nivel de desarrollo socio-histórico, pero su contenido socio-clasista no es el mismo, el sentido moral que expresan las emociones y los sentimientos puede ser diferente. Esta es una de las expresiones más evidentes de la relación de lo humano-universal y de lo clasista en la moral.
El deber expresa de forma concentrada las exigencias que la moral presenta al individuo en forma de obligación racionalmente comprendida y de responsabilidad por su conducta ante la sociedad y ante sí mismo. Es una especie de elevada obligación moral, donde el individuo, en su interior, realiza una subordinación voluntaria de su actuar a los fines de lograr y preservar determinados valores.
Como regla general, a diferencia de la conciencia, el deber está motivado de alguna manera y expresa de una forma directa la correlación entre los intereses propios como individuo y los intereses colectivos o sociales, de alguna forma en él se expresa la actitud del hombre hacia el interés social.
No se trata de una comprensión dogmática, ni de una asunción irreflexiva y acrítica de la voluntad ajena (social o colectiva) en la cual él puede enmascararse para eludir la responsabilidad por sus actos en nombre de un deber formal, sino, que, como mecanismo racional del autoconocimiento y de la autoconciencia, está estrechamente ligado a los impulsos volitivos, a la conciencia, y, en general, a todas las vivencias y orientaciones del individuo.
En las distintas esferas de la actividad del hombre el deber incluye distintos contenidos en dependencia de dichas esferas y la responsabilidad moral que ellas le imponen (por ejemplo, ante la sociedad, la familia, el trabajo). En tales circunstancias, surge la necesidad de coordinar los distintos tipos de deberes con la finalidad de evitar los conflictos entre ellos. Por lo general, la estructura de la conciencia moral está adaptada para resolver los conflictos de algún modo. La propia estructura, consolidada en la conciencia moral, de jerarquización (subordinación) de las normas y de los motivos, garantiza la prioridad de un tipo de deber frente a otro cuando su cumplimiento entra en contradicción.
En su función de control de la conciencia moral, estos mecanismos velan por el cumplimiento de las normas, de los principios, de las prohibiciones y de las prescripciones asumidas por la personalidad. Ellos constituyen importantes cualidades y aptitudes morales que se han formado en el proceso del desarrollo histórico-social. Precisamente el grado de desarrollo de dichos mecanismos da testimonio de la riqueza moral y de la cultura espiritual del hombre, de su cultura moral (Ética, 1989).

BIBLIOGRAFÍA

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