Contribuciones a las Ciencias Sociales
Septiembre 2011

LA RECONCENTRACIÓN DE WEYLER EN SAGUA LA GRANDE



Yoel Rivero Marín
yoel@emaildiario.zzn.com


RESUMEN

El periodo de la historia de Cuba conocido mundialmente como la Reconcentración de Weyler fue particularmente cruel en el territorio de Sagua la Grande, donde fue diezmada más de la mitad de la población de la jurisdicción. Muchos analistas aseguran que este método fue copiado por la Alemania fascista para sus campos de concentración. En esta investigación se hace un recorrido por este momento tan triste de nuestra historia nacional.

Palabras claves: Weyler, Reconcentración, Cuba, Sagua la Grande, campos de concentración.



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Rivero Marín, Y.: La Reconcentración de Weyler en Sagua la Grande, en Contribuciones a las Ciencias Sociales, septiembre 2011, www.eumed.net/rev/cccss/13/

La Reconcentración de Weyler, como se le conoce popularmente, ordenada por el entonces Capitán General de la Isla de Cuba Valeriano Weyler y Nicolau, constituye uno de los mayores crímenes en contra de la humanidad  comparable solamente con los campos de concentración empleados durante la Segunda Guerra Mundial por el régimen nazi-fascista alemán, sólo que este los utilizó casi medio siglo después, tal pareciera que fue una obra inspirada en el trabajo anterior de Don Valeriano Weyler. 
La villa de Sagua la Grande fue una de las más golpeadas por el criminal bando, dictado con el objetivo de detener el movimiento revolucionario independentista, al sofocar el apoyo de los campesinos criollos a las fuerzas insurrectas, los cuales eran reconcentrados en las ciudades controladas por las fuerzas españolas. El bando prohibía salir fuera del sistema defensivo de los poblados so pena de muerte por la violación de este si sólo se sospechaba que se era uno de los laborantes.
El nuevo Capitán General, Don Valeriano Weyler y Nicolau, Marqués de Tenerife,  decidió dictar el bando de reconcentración forzosa el 16 de febrero de 1896, a tan solo seis días de su toma de mandato, que en un principio se establecía para la jurisdicción del actual Sancti Spíritus y las provincias de Puerto Príncipe y Santiago de Cuba y que luego, el 21 de octubre de ese propio año, se decidió dictar uno para la provincia de Pinar del Río debido a los éxitos militares de Maceo en su campaña por esa región; más tarde se extendió paulatinamente a todo el país. El bando ordenaba:

La Reconcentración sorprende a la villa de Sagua la Grande en una situación política muy tensa con el partido conservador en poder de la alcaldía dirigido por el Sr. Emilio Noriega como alcalde, ampliamente opuesto a la causa independentista. La persecución de los revolucionarios en esta etapa de mandato fue feroz.
Durante el mandato del Partido Conservador fueron fusilados 14 independentistas en Sagua. La represión en contra del movimiento libertador durante esta etapa resultó despiadada en la ciudad del Undoso, el mando militar habilitó un área en el entonces cementerio de la villa a donde se llevaban los apresados condenados a muerte  para ser fusilados. Concluida la guerra se erigió una Tarja - Monumento en memoria de los caídos en ese lugar. (Dicha Tarja se encuentra actualmente en el Museo de la Ciudad).
Este escenario se veía agravado con toda una serie de males sociales ocasionados en su mayoría por la situación precaria de los reconcentrados. La sanidad, deteriorada en su máxima expresión, estaba matizada por una epidemia variolosa que infectaba toda la ciudad. El historiador Alcover señala que era rara la calle que no tuviera dos o tres casos y que la mayoría de las familias afectadas se esforzaban por esconder a los enfermos en lugar de declararlos, marcar las viviendas y tomar las medidas de cuarentena correspondientes; mas por esta situación la alcaldía nada hacía prácticamente, si a esto sumamos que por las calles vagaban como almas en pena miles de reconcentrados sin hogar, recursos, ni alimentos, se completa el cuadro dantesco que vivía Sagua.
En estos primeros tiempos de la Reconcentración visitó Sagua la Grande el General Inspector de Sanidad Don Césares Fernández Losada con el objetivo de “solicitar” al ayuntamiento la construcción de varios barracones para heridos y enfermos militares, a lo que Don Noriega contestó que no tenía fondos para ello pues en la atención a los reconcentrados se iba casi todo el presupuesto, a lo que en tono amenazante casi a gritos el Coronel Escribano, integrante de la comitiva, le dijo: “deje morir primero a todos los reconcentrados antes que a los soldados de su Majestad”. Tanta impresión causó la amenaza que se dice que a causa de ello enfermó de puro miedo en esos días el servil Noriega.
El hospital de sangre se estableció pocos días después en la Isabela de Sagua, en unos  de los almacenes, adecuados para estas funciones, de dos personalidades locales, la viuda de Oña y  la condesa Moré, tomando para este fin el dinero del ayuntamiento que además debió sostener a los más de 1500 heridos y enfermos recluidos en él. Para poder pagar la “petición” del General Inspector de Sanidad se hizo necesario además eliminar varios servicios públicos como el alumbrado de gas en las calles sagüeras.
Con la creación del hospital de sangre en la Isabela de Sagua se llenaba esta de luto y dolor al ver morir a tantos hombres jóvenes, aún cuando fueran soldados del enemigo dolía ver como llegaban las consecuencias de la sangrienta lucha hasta el pequeño poblado portuario, que ya sufría las consecuencias de la reconcentración al ser invadido por cientos de familias en busca de trabajo y refugio, muchas de las cuales se establecieron en los cayos cercanos y se dedicaron a hacer carbón. Nunca antes o después se vieron tan poblados estos pequeños espacios tan apartados y con condiciones de vida tan difíciles que solo la necesidad extrema podía llevar a vivir allí.
El alcalde Noriega fue duramente criticado durante su mandato por su incapacidad para mejorar la situación sanitaria de la villa, por haber suprimido la alcaldía del barrio de Malpáez establecida en 1882, que provocó la reconcentración de sus pobladores y la destrucción total de este con la aplicación de la Tea Incendiaria por los mambises, y por el estado de terror que reinaba en la ciudad debido a las persecuciones y los arrestos en la cárcel municipal, así como por los fusilamientos hasta el final de su mandato.
Entonces se impone la pregunta ¿Cómo sobrevivieron ante tal situación de abandono por parte de la alcaldía los reconcentrados en Sagua en este período de tiempo?
La respuesta es sencilla: Casi de puro milagro y por la caridad de muchos hijos de esta ciudad. A mediados de 1896 llegaron a la ciudad de Sagua la Grande  cientos de familias campesinas cargando con lo que podían de sus pertenencias y luego de haber vendido por precios ínfimos el resto de ellas (los que tuvieron la suerte de vender), asentándose donde consiguieran dentro del área del sistema defensivo español en la villa. En estos primeros momentos el dinero obtenido de las ventas les proporcionó algo para subsistir, mas al cabo de algunos meses en unos casos y unos días en otros la situación se tornó insostenible, y sin trabajo, ni dinero solo les quedaba la caridad, el pillaje y la prostitución como únicas vías de supervivencia.
En mayo de 1897 la salud pública y la higiene en la villa se deterioraron tanto a causa de la  falta de  medicamentos y  alimentos, del azote de la viruela y  de  otras  enfermedades  infecciosas,  que  el  Comandante  Militar de la Plaza, Sr. Antonio Jaime y Ramírez, convocó a los principales ganaderos de la zona con el humanitario objetivo (En lo que quizás constituya el único gesto en favor de los reconcentrados que se le reconoce) de solicitarles contribución diaria de leche fresca para mitigar en algo la situación de los niños que vagaban por las calles, por ser estos los que más enfermaban y morían. Todos los participantes aceptaron contribuir y el Sr. Manuel Seigle se ofreció voluntariamente a distribuirla.
 El 11 de junio de 1897 comenzó la distribución de la leche que durante los primeros cuatro meses fue todo un éxito, logrando beneficiar a alrededor de 290 niños con regularidad, pero en noviembre con la llegada de los meses secos y la consiguiente disminución de la producción, la donación decayó tanto que no cubrió nunca más las cantidades prometidas.
El Hospital de Caridad “San José” fue una de las instituciones más golpeadas, tanto que permite asegurar que este nunca atravesó una peor situación. Las contribuciones para esta causa casi no existían, el ayuntamiento podía hacer muy poco, se observaban muchas irregularidades con los poquísimos medios existentes debido a una pésima administración, las condiciones higiénicas eran terribles, carente prácticamente de ropa de cama, medicinas, alimentos y personal calificado para la atención de los enfermos. Con solo entrar podían observarse los pisos renegridos de inmundicias, las camas unidas para albergar la mayor cantidad posible de pacientes, pues se recluían en él más enfermos que para los que originalmente se habían diseñado sus salas. La insalubridad, el hambre y la miseria  remitían a numerosos reconcentrados y pobladores convertidos en enfermos al hospital, sobre todo a los niños que constituyeron el grupo más vulnerable ante la situación existente.
El Dr. Abril Letamendi, un incansable luchador por mejorar la situación del hospital y sobre todo de los niños, describe en su artículo La situación del Hospital  lo que su nombre indica. En él solicita que la administración pública se haga cargo de la institución benéfica, expone que en la sala de niños se llegaron a recluir hasta 75 (el triple de su capacidad) y que con frecuencia se observaban tres o cuatro niños con ropas sucias y raídas durmiendo sobre un mismo catre que la inmundicia consumía y sin ropa de cama. Plantea  además que las enfermeras estaban carentes de la más elemental preparación profesional y sin posibilidades de mejorar en este sentido, pues con la miseria que se pagaba sólo la necesidad extrema podía llevar a alguien a trabajar allí, por lo que frecuentemente los medicamentos eran incorrectamente suministrados.
Los contratistas de medicamentos, alimentos y otros aseguramientos se negaron a continuar abasteciendo al hospital si no pagaba antes sus deudas, así que todo escaseaba y la leche que llegaba a la boca de los pacientes no podía ser más adulterada. Por todo lo anterior concluye nuestro bien recordado Dr. Abril que el Hospital de Caridad “San José”, lejos de una institución de salud, era un foco infeccioso para la ciudad. Se imponía un cambio en las políticas públicas o las consecuencias serían impredecibles.
En agosto de 1897 con el triunfo de los liberales en España se produce un cambio de política hacia las colonias con el objetivo de no perderlas. Declara estas como regiones autónomas de España, y sustituye al General Valeriano Weyler por el General Don Ramón Blanco y Arenas, Marqués de Peña Plata, se produce un cambio en la política dentro de la Isla, y para el 2 de diciembre de 1897 toma posesión de la alcaldía municipal el Sr. Carlos Alfert y Leiva en representación del partido autonomista en la Villa.
Carlos Alfert y Leiva heredaba 20 830 problemas  que era la cifra de habitantes en la jurisdicción sagüera según el censo de población realizado por disposición del Decreto Real del 25 de noviembre de 1897, de ellos 12 366 en la villa cabecera; recibe la alcaldía en un estado deplorable, las arcas casi vacías y  un déficit superior a su contenido, además de montones de deudas adquiridas con los proveedores y el pago de servicios, la salud pública deteriorada por la epidemia de viruela, la falta de medicamentos y de alimentos luego de la Reconcentración y miles de almas vagando por las calles sin sustento acrecentando la miseria de la villa. Ante todo esto dictó un bando donde se informaba al pueblo lo difícil del momento y los retos por delante, llamando a todos a la colaboración.
Una carta, fechada de noviembre de 1897, enviada por un sagüero a un amigo que había abandonado el país antes del estallido de la guerra, refleja desde la apreciación personal del autor el panorama horrible que se vivía en la villa producto de la reconcentración, en ella decía así:

No extrañarás, querido amigo, el tiempo transcurrido sin que te escribiese, si te detienes a pensar que causas más sagradas que el cumplimiento de una buena amistad tenían que embargar mi humilde persona.

¡Cuba! He aquí una palabra ante la que se ensancha mi alma y se abisma mi inteligencia, porque lo que estamos pasando aquí no es posible describirlo en una palabra, creo a nuestro idioma pobre para relatar las millares de escenas que a cada momento  se nos presentan.

Camillas por las calles constantemente y de variolosos, ora suicidas. Familias enteras por cordones, pidiendo limosna.

Cubanos que caen a tus pies para no levantarse jamás, rendidos por el hambre. El dueño del Hotel “Telégrafo” que, fusta en mano y a puntapiés, atropella a multitud de niños y muchachos que piden un pedazo de pan.

La viruela azota terriblemente, pudiendo decirte, sin temor a equivocarme, que pasan de trescientos atacados.

De otras enfermedades fallecen sesenta o setenta diarios, siendo aquí pequeña la mortandad, comparada con el resto de la Isla.

Los soldados y paisanos amenazan a las infelices muchachas, armas en mano, violándolas miserablemente.

En el seno familiar no se oye más que el descrédito de la autonomía y la burla de los autonomistas.

Esta es a pequeños rasgos, trazada, la floreciente y rica Sagua que dejaste”. 

El nuevo alcalde  enseguida se puso a trabajar en las cuestiones más apremiantes pero la tarea no se le hacía fácil. Cuando conseguía un albergue para los reconcentrados con un mínimo de condiciones, en poco tiempo tenía que desalojarlo por algún motivo, así estuvieron en los almacenes de Máximo Gómez, Luis Mesa, Línea y Enrique J. Varona propiedad de los Betharte, pero luego fue necesario  ocuparlos con mercancías y se trasladaron para los almacenes de Amézaga al otro lado del río, mas allí también hubo que mudarlos porque decidieron alojar en él al batallón Zaragoza.
El problema de la alimentación de estas pobres gentes se tenía que resolver o morirían en masa, entonces a alguien se le ocurrió la idea de utilizar cocinas económicas (experiencia que ya se ponía en práctica en otros lugares del país, pero que en esta villa tuvo sus peculiaridades). En Sagua comenzaron a funcionar el 19 de diciembre de 1897 y tuvieron la particularidad de improvisarse las calderas con las pailas carronas de los ingenios, estas gigantes tenían capacidad para 1 000 raciones por vez. En ellas se preparaba una mezcolanza con arroz, verduras, huesos, algún pedazo de carne y viandas (si había). Estas cocinas se establecieron por distritos con una lista de beneficiados para evitar que alguien pudiera recoger ración en varios puntos de distribución dejando a alguno de los necesitados sin su porción de alimentos. Una junta de señoritas se encargaba de organizar el asunto de las cocinas económicas, incluso de recoger las donaciones y para ello hacían muchas cosas desde organizar bailes benéficos, ir casa por casa, hasta incluso parar a los transeúntes. Luego la solución se transformó en problema porque los reconcentrados de los pueblos vecinos al enterarse de que en Sagua se repartían alimentos se trasladaban a nuestra villa para beneficiarse de la ayuda, engrosando así las listas de desamparados, lo que sin dudas empeoraba la situación.
Ante tanta miseria y  enfermedades, eran los niños los que más pagaban con sus vidas su natural falta de resistencia ante tantas penurias. Frente a esta situación, por iniciativa del Dr. Alberto S. Olivera quien reunió al gremio de médicos de la ciudad donde todos estuvieron de acuerdo, se creó y abrió sus puertas el dispensario de niños pobres en un local cedido gratuitamente por la señora Ana Bonet, viuda de Tomasino. Allí no sólo se  ofrecían servicios médicos, también se repartía leche y otros alimentos. A decir del propio Dr. Olivera, muchas veces curaba más la sopa que las propias medicinas.
 El dispensario se sostuvo con los esfuerzos de los médicos, la junta de señoras y en un principio por los donativos del cónsul norteamericano Mister Backer, pero cuando estalló la guerra entre EUA y España y se decretó el bloqueo naval a la Isla, se hizo imposible su importante contribución, lo cual puso en difíciles condiciones la subsistencia del dispensario que comenzó a encontrarse muchas veces sin medicinas ni alimentos que ofrecer. Pero los médicos no claudicaron en su empeño y lo mantuvieron abierto mientras fue necesario.
El 7 de enero de 1898, el nuevo Capitán General de la Isla, el General Blanco, llegó a Sagua, lo que aprovechó Francisco P. Machado en su calidad de Teniente Alcalde para hacer un informe de la situación de la jurisdicción y de las medidas tomadas. El Marqués de Peña-Plata dejó un donativo  de  $ 100.00  para el  dispensario de niños pobres y  autorizó un crédito de $ 500.00  para la construcción de un lazareto, además de ordenar la excarcelación de tres presos políticos por mediación del alcalde.
El alcalde Alfert no ocupó este cargo por mucho tiempo, a los 55 días, el 26 de enero de 1898 renunció a su puesto, y dejó en él a su teniente alcalde, el Sr. Don Francisco de Paula Machado. Alfert entendió pronto que el autonomismo anunciado por España era una farsa, que en realidad los cubanos no gobernarían nunca su isla por esta vía, que por mucho que se esforzara se le hacía prácticamente imposible realizar su labor gubernamental por la falta de recursos en la jurisdicción, desgastada por la Reconcentración y la incesante represión de los órganos militares españoles, así que renunció a su cargo y poco tiempo después fue detenido y llevado a prisión en La Habana.
El nuevo alcalde no recibió el ayuntamiento de la jurisdicción en mejores condiciones que su predecesor, pero al igual que este puso todo su empeño en mejorar la situación de la región, sobre todo para los reconcentrados y los más necesitados, sin dudas los sectores de la sociedad más afectados por la guerra, la intensa crisis económica y el ambiente de persecución y terror creado por los órganos militares españoles.
La nueva administración pronto comprendió que la tarea más apremiante era detener la epidemia de viruela que extendía su manto de muerte por toda la ciudad y sus contornos, sin distinción de raza o posición social, así que  decidió construir un lazareto bautizado con el nombre de San Francisco, donde para el 30 de agosto de 1898 se habían recluido 634 casos de los que fallecieron 212 lamentablemente. Esta medida por sí no bastaba para exterminar la epidemia, por lo que se realizó una intensa campaña de vacunación masiva, casi forzosa para los temerosos y los incrédulos. Durante su mandato, P. Machado, logró la vacunación  de alrededor de 14 500 personas.
El alcalde Machado, como una de sus primeras medidas y por orientación del gobernador civil de la provincia, disolvió la junta de patronos y puso el hospital bajo la tutela de la alcaldía. Enseguida hizo una selección del personal para trabajar en la institución y sacó a todos aquellos que no cumplían con sus deberes, se rascaron los pisos de madera para eliminar la suciedad, y dejó al señor Alejandro Santos al frente de la administración del hospital, tarea que cumplió con devoción el mencionado señor. De esta forma las cosas mejoraron en la medida de las posibilidades en aspectos subjetivos y de organización porque los abastecimientos siguieron siendo pésimos.
Francisco P. Machado comprendió muy pronto que el ayuntamiento no podía solucionar los problemas de la jurisdicción e incluso sobrevivir gracias sólo a la caridad, la buena voluntad y la limosna. Se hacía preciso crear fondos para los servicios públicos. La alcaldía decidió tomar medidas importantes que le granjearon un buen número de enemigos poderosos, pero a la vez un número mayor de beneficiados: 1) la creación de un impuesto sobre los consumos. 2) La suspensión de todas las garantías individuales a los miembros del ejército español que desde el comienzo de la guerra cargaban todos los gastos privados al ayuntamiento, poniendo fin así  a tan fragante saqueo de las arcas municipales, aunque muchos se opusieron a una u otra medida, al final ambas quedaron establecidas.
Otra vía para la obtención de fondos la obtuvo Machado de la expedición de documentos legales para salir del país, luego de ser dado ese poder por el Teniente Gobernador de la provincia de Las Villas, teniendo en cuenta que uno de los principales puntos de emigración durante esta dura etapa fue el floreciente puerto de Isabela de Sagua, se puede tener una idea de la importancia de las ganancias obtenidas de esta manera.
El cónsul norteamericano, Mr. Backer, colaboró con dinero, víveres y medicamentos muchas veces adquiridos por él mismo en un acto humanitario para beneficiar a los más desfavorecidos por el momento histórico, aunque también cumpliendo con la política de su gobierno de acercamiento al pueblo cubano en la búsqueda de aceptación de la gestión de este para sus planes futuros. También en esta época, el 6 de marzo de 1898, llegó a Sagua Miss. Clara Barton representando a la Cruz Roja Norteamericana como delegada. Muchos fueron sus aportes para aliviar la situación, mas no por mucho tiempo.
Con el estallido de la guerra cubano – hispano – norteamericana el 22 de abril de 1898 se decretó el bloqueo naval a la Isla, por lo que ambos ciudadanos de los Estados Unidos de América se vieron imposibilitados de continuar prestando ayuda a tan noble causa. El gobierno norteamericano  buscaba desgastar lo más posible  ambos bandos en contienda con la medida del bloqueo naval que impedía la entrada de suministros a las autoridades coloniales en la Isla pero también a la población civil y a los revolucionarios de los poblados.
El bloqueo impuesto vino a endurecer aun más la situación existente al imposibilitar la entrada de mercancías del exterior y la venta de nuestros productos en el extranjero, por lo que cada día disminuían más las donaciones a los proyectos benéficos y los ingresos devenidos de los impuestos, además de provocar el alza de los precios de los productos de primera necesidad que de hecho ya escaseaban desde el inicio de la guerra.
Se imponía resolver el problema de la producción de alimentos para la subsistencia de los habitantes de la villa, por lo que se crearon las colonias agrícolas, además de prohibir la alteración de los precios de los productos alimenticios por elementos oportunistas, sustituyéndose por los establecidos en la lonja de víveres de La Habana. Para el establecimiento de las colonias agrícolas se realizó una colecta que llegó a $ 1 893.74, con una gran contribución de la Compañía de Ferrocarriles de Sagua, además de la redacción de un bando donde se establecía la siembra forzosa de todas las tierras ociosas dentro de los límites del sistema defensivo con viandas de ciclo corto, vegetales y forraje. Una vez cosechado el tabaco sembrado en  los límites, estos terrenos serían utilizados también. Se prohibió la venta del bejuco de boniato como forraje por la necesidad de utilizarlo como semilla.
La colonia agrícola se estableció al suroeste de la villa en la zona ganadera conocida por La Rubia, con un área de 10 caballerías, para la cual varios vecinos pudientes prestaron yuntas de bueyes, carretas, arados, arreos y otros útiles de labranza, además de lo adquirido con el dinero recolectado y un pequeño presupuesto asignado por el ayuntamiento. Luego surgió la idea de utilizar a los adolescentes reconcentrados como fuerza de trabajo, de esta manera se les garantizaban albergue y comida e incluso un maestro para su educación. Con ello se solucionaban dos problemas: el de los jóvenes divagando por la villa sin posibilidades de sustento, educación, tentados por la necesidad a los más bajos instintos y la mano de obra suficiente para la explotación de la tierra.
El comercio de la carne se tornó en un gran problema de sanidad debido a que algunos ganaderos sacrificaban ganado fuera del rastro para venderla a sobreprecio, pero lo más cruel era que las autoridades militares se dedicaron a matar el ganado confiscado a las familias mambisas (sin distinción de ganado de trabajo o vacas lecheras) y luego vendían su carne al precio de los más desalmados comerciantes, así que la alcaldía prohibió tales procedimientos apoyándose en argumentos legales.
Una terrible experiencia sufrida sirvió al alcalde Machado de inspiración para la creación de los asilos para huérfanos: resulta que corría el mes de marzo y encontrándose en su despacho revisando cuentas por pagar, ingeniándoselas cómo repartir los pocos recursos disponibles en medio de tantas demandas, cuando una joven de aspecto dulce, simpático, pelo rubio, ojos azules y tristes, suciamente vestida, en chancletas, con el rostro bañado en lágrimas se presentó ante él con otra niña en la mano y le dijo:

Su congoja era tan tierna, su relato tan conmovedor, que le produjo una profunda emoción. Volvió el rostro hacia el otro lado hondamente conmovido...
Reponiéndose al cabo de un momento en un esfuerzo supremo, ya más sereno le preguntó:

Y cobrando espíritu, mirándolo con amarga tristeza, con súplica indefinible:

Comenzó a llorar de nuevo con tal aflicción que él, profundamente afectado, volvió su rostro otra vez y lágrimas ardientes brotaron de sus ojos sin poder contenerlas, ante la inmensidad de aquella desgracia.

Reflexionó un instante el alcalde. ¿Dónde recogería a estas infelices? Era imposible dejarlas a la frialdad del mundo, a merced de su candorosa debilidad, porque al fin y al cabo por muy buena que ella fuera, vencería siempre, el hambre y la imperiosa necesidad de vivir.

Le hubo de explicar entonces que en el hospital la cuidarían; que el hablaría con el médico para que tuviera especial cuidado de ella y demás, convenciéndola finalmente con sus palabras.

Mandó a llamar a Moynelo,  jefe del depósito municipal, y al llegar le dijo:

Moynelo se alejó con ellas llorando y Machado quedó con el corazón roto y una fuerte emoción por la impotencia de no poder hacer nada más, de saber que en las calles de la villa cientos de Juanas Fariñas vagaban y él no podía hacer prácticamente nada. Algo tenía que ocurrírsele, de alguna forma se tenía que aliviar esa situación. Dos meses después, el primer asilo para niñas huérfanas era inaugurado y la joven Juana figuraba como la primera asilada.
El cese oficial de la reconcentración se decretó el 30 de marzo de 1898 por el nuevo Capitán General, Ramón Blanco, con un nuevo bando que derogaba el anterior, pero ¿a dónde irían los reconcentrados en plena contienda bélica? con el terror de la guerra en su máxima expresión. Sus propiedades habían sido devastadas ya fuera por los contraguerrilleros en sus actos vandálicos y asesinos o por los mambises con su acertada política de la tea incendiaria, Así que se vieron precisados a mantenerse en las poblaciones donde habían sido reconcentrados como si tal bando no existiera.
La Reconcentración y la violencia dejaban entonces un mal que había que solucionar o al menos aliviar: Los huérfanos desamparados. El alcalde Machado tuvo una gran iniciativa en la que fue apoyado por las damas del consejo de caridad y el resto del ayuntamiento en la creación de los asilos para huérfanos. Primero surgió el asilo para niñas huérfanas, por la vulnerabilidad natural a dedicarse a la prostitución para sobrevivir, con 16 niñas asiladas, al que se le dominó Asilo del Ángel Custodio, luego se hubo de abrir otra casa pues la cifra llegó a 205 asiladas, donde señoras y señoritas de sociedad formaron parte de la directiva de los mismos y se encargaban de la educación y atención de las jovencitas, además de garantizarles servicios médicos. Poco después como complemento de la colonia agrícola abre sus puertas el asilo para varones con el nombre de San Francisco que llegó a albergar hasta 84 niños y donde se les garantizó educación primaria y conocimientos básicos teórico – prácticos sobre cultivos cubanos buscando prepararlos para un oficio en el futuro.
Las desgracias en los tiempos difíciles tienden a multiplicarse como por arte de magia y en plena etapa de bloqueo, una inundación, que no afectó considerablemente la ciudad cabecera, causó estragos en el Barrio de Sitiecito obligando a evacuar sus moradores para el Central Santa Teresa. El alcalde Machado se presentó enseguida para apreciar los daños y ayudar en lo posible, con  las arcas municipales  vacías solo  pudo  disponer  de  $ 100.00 que se emplearon en la compra de víveres fundamentalmente, una vez más el Dr. Bustillo estuvo presente donde se le necesitaba. Este filántropo sagüero viajaba diariamente para brindar servicios médicos a los evacuados y necesitados mientras duró la evacuación.
La esperada paz llegó el 2 de agosto de 1898 con la solicitud de España al gobierno de los Estados Unidos del cese de las hostilidades luego de la derrota en la batalla naval de Santiago de Cuba, terminando así: las persecuciones, el terror, la guerra, la Reconcentración, y como todo lo bueno llega al mismo tiempo, la viruela después de años de azote, cesó también ¿Todo lo bueno? ¡Todo lo bueno, no! Tantos sacrificios, tantas penas, tantas vicisitudes, tanta sangre derramada y nos era arrebatada la victoria, sucedía lo que tanto había temido Martí: El gobierno de los Estados Unidos de América ponía sus manos sobre Cuba y se preparaba para extenderse sobre el resto de América con una política marcadamente imperialista. El primero de enero de 1899 se retiraban de la Villa de Sagua la Grande las últimas tropas españolas cediendo su lugar a las tropas norteamericanas de ocupación, cumpliendo así con lo pactado por ambas potencias en el Tratado de París.

BIBLIOGRAFÍA: