Contribuciones a las Ciencias Sociales
Mayo 2010

CORTES Y CORTESANOS EN LA ÉPOCA DEL RENACIMIENTO
(LA CLASE OCIOSA Y SUS ACTIVIDADES)
 

 

Francisco Muñoz de Escalona
mescalafuen@telefonica.net

 

Aperitivo

La clase ociosa hunde sus raíces en los orígenes de nuestra especie, es decir, en la aurora de nuestro tiempo. Empezó con la primera división de actividades entre los dos sexos heredada de las especies precedentes. Sus rudimentos aun no han desaparecido del todo y aun hoy, después de unos dos millones o más, la humanidad sigue conservando los últimos vestigios de esa división. La segunda división de actividades, basada en la primera, es ya netamente humana, quiero decir, cultural. Me refiero a la que reservó las actividades ociosas a los varones y las negociosas a las mujeres. Mientras las primeras conferían privilegios, poder y honores las segundas impregnaban de oprobio, humillaciones y deshonor a quienes las desarrollaban. Con el paso del tiempo las tintas se han ido suavizando pero aun hoy se advierten claras supervivencias de las dos divisiones de actividades entre los sexos. Las guerras, la caza, los juegos y los deportes han sido actividades viriles hasta no hace mucho mientras que las tareas domésticas en general eran actividades femeninas. A lo largo de los siglos el negocio se ha ido generalizando entre los hombres como el ocio lo estaba entre los hombres hasta el punto de que podemos decir que hoy han desaparecido las actividades de ocio y sólo quedan las de negocio. Junto a estas últimas existen unas actividades novedosas, las que se realizan durante el tiempo libre que dejan los negocios en general, es decir, las mercantiles y las laborales. No obstante si nos fijamos aun quedan claras supervivencias de los tiempos pasados consistentes en la consideración negativa que aun nos merecen tanto el comercio como el trabajo físico en comparación con la alta consideración que aun tienen las actividades sin fines lucrativos o productivos.

La encarnación de la clase ociosa fue en el pasado la nobleza, el patriciado, mientras que la clase negociosa se encarnó en los plebeyos, en los siervos y en los obreros y campesinos. En definitiva, en el proletariado. Aquí me voy a limitar a hablar del patriciado, es decir, de la aristocracia, esa clase de familias poderosas y privilegiadas que detentaron el gobierno, los honores y la riqueza hasta las primeras décadas del siglo XIX. Marcel Proust, en el mundo que tan magistralmente recrea en su obra “A la busca del tiempo perdido”, analiza los últimos rescoldos de esa clase, es decir, cuando a fines del XIX y principios del XX se encontraba ya en plena descomposición. Sin embargo, durante la Edad Media y la Edad Moderna, pero sobre todo en los años del Renacimiento que transcurrieron entre el final de la primera y el principio de la segunda, fueron los años de esplendor de una clase, la nobleza, que se tenía a sí misma como un conjunto de familias modélicas, aparentemente despreocupadas de los intereses mercantiles y lucrativos propios de los plebeyos y servidores a cuya defensa y cuidado se creían destinados por Dios.

El Renacimiento vio formarse, crecer, poblarse y enriquecerse numerosas ciudades en el continente europeo. Las que más se desarrollaron fueron las sedes de la Corte de los príncipes gobernantes. Los nobles, que tiempos atrás se habían mantenido sujetos al medio rural donde tenían sus haciendas y sus palacios, decidieron trasladar su residencia a las ciudades, sobre todo a las que albergaban a las cortes. Entre los nobles y los reyes y príncipes las cortes se llenaron de lujosos palacios y de viviendas de diversa calidad destinadas a dar cobijo a las numerosas familias dedicadas al servicio de los nobles en todas las ramas de los negocios, sobre todo el comercio y la artesanía. La vida en la corte de las familias privilegiadas terminó suscitando un medio propicio a la opulencia, el lujo, las modas, las diversiones, los espectáculos, los bailes, los juegos y las actividades culturales de todo tipo (teatro, pintura, conciertos y exposiciones) con lo que quedó consolidada su preeminencia social y su fuerza para atraer la llegada de forasteros de todo tipo, desde maleantes y mendigos hasta profesionales y artistas de todo tipo ansiosos de triunfar y pícaros de muy variada calaña a los que los residentes pronto dieron en llamar paseantes en corte.
 



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Muñoz de Escalona, F.: Cortes y cortesanos en la época del Renacimiento (La clase ociosa y sus actividades), en Contribuciones a las Ciencias Sociales, mayo 2010, www.eumed.net/rev/cccss/08/fme.htm 


La corte como modelo de vida ociosa

El fenómeno del desarrollo de las ciudades sede de la corte proliferó en Europa durante los siglos XV al XVIII durante los cuales brillaron con un esplendor hasta entonces no conocido. Como dice Jonathan Dewald (La nobleza europea 1400 – 1800. Pre-textos, Valencia 2004, p. 179) “las relaciones entre el rey y la nobleza se cincelaron principalmente en una de las instituciones más importantes del periodo: la corte real. Ésta era el conjunto de sirvientes, proveedores, funcionarios principales y nobles favoritos que vivían alrededor del rey. La corte proporcionaba al monarca los placeres de la compañía y servicios prácticos (…) Los reyes solicitaban el consejo de aquellos con los que se sentían cómodos, de sus amigos, de sus amantes y consejeros espirituales así como de sus funcionarios”

Tanta relevancia llegó a adquirir el modelo de vida en las cortes reales que pronto se abrieron centros dedicados a preparar adecuadamente a todos aquellos que aspiraran a medrar en ellas. Primero surgieron en Italia pero enseguida proliferaron por todo el continente y también en las islas británicas. Incluso se llegó a preparar lo que sin duda se concibió como un manual sobre las condiciones que tenían que cumplir los aspirantes. Me refiero a El cortesano, obra de Baldassare Castiglione (1478 – 1529) La obra la escribió su autor en el pequeño pero brillante ducado de Urbino el año 1508 pero no se publicó hasta 1528, un año antes de su muerte, hecho que tuvo lugar en la ciudad castellana de Toledo y muy poco antes de tomar posesión del cargo de obispo de la cercana ciudad de Ávila. La obra llegó a difundirse espectacularmente por toda Europa antes de ser publicada gracias a las copias que circularon de ella por numerosas ciudades. En España fue traducida en una fecha tan temprana como 1534 por Juan Boscán Almogávar (o Joan Boscà i Almogàver) (1492 - 1542), poeta y traductor que, aunque catalán, compuso toda su obra exclusivamente en lengua castellana.

Nada mejor para exponer el modelo de vida de la clase ociosas en las cortes reales de Europa que resumir las condiciones que tenían que reunir los caballeros y las damas que se decidieran a residir en ellas.

Condición indispensable de cortesano es que sea de buen linaje y, puesto que su principal y más propio oficio debe ser el de las armas, también es razón que sea hábil y ejercitado en todo aquello que en un buen hombre de guerra se requiere, por lo que debe ser diestro en tosa suerte de armas a pie y a caballo, y un perfecto conocedor de la esgrima, no obstante lo cual ha de excusar los desafíos cuanto pudiere hasta que le fuerce la obligación de su honra. Además de ser un buen jinete, debe el cortesano ejercitarse en la caza y en la montería, y no le dañará saber nadar y ser hábil en el salto, en la carrera y en el tiro de barra, siendo también un buen ejercicio para un hombre de su condición el juego de la pelota, en el cual se conoce claramente la disposición y soltura de su cuerpo.

También debe quien tanto vale huir de toda afectación y encubrir su arte con un elegante descuido y como dando a entender que realiza sus ejercicios sin fatiga y casi sin haberlo pensado.

Debe el perfecto cortesano hablar y escribir con corrección pues es necesario enseñarle ambas cosas porque sin ellas quizá todas las otras valdrían harto poco. Ser entendido en letras es el principal aderezo del cortesano. Se aconseja que no sólo sepa escribir en prosa sino también versificar ingeniosamente. De igual manera ha de entender el arte de la música, cantar bien por el libro y ser diestro en tañer diversos instrumentos. Asimismo debe saber dibujar y conocer el arte de la pintura, de la que no se piensa que sea un arte mecánico y no conveniente a un caballero (1); y lo cree porque toda la fábrica de este mundo podemos decir que no es otra cosa que una milagrosa y gran pintura por las manos de la natura y de Dios compuesta, la cual quien fuere para contrahacerla merecería ser alabado de todo el mundo.

Por su parte, la perfecta dama, como amable réplica que es del cortesano, ha de ser bella porque la hermosura es mucho más necesaria en la dama que en el caballero; que ciertamente la mujer que no es hermosa no podemos decir que no le falte una gran cosa. No debe la dama, aunque las haya que se dedican a ellos, entregarse a ejercicios tan violentos como la esgrima, la caza, la equitación y el juego de pelota (2), sino a otros más propios de su delicada naturaleza tales como el danzar, tañer instrumentos y cantar. Pues de todas las cosas que puede entender el hombre puede también entenderlas la mujer y donde puede penetrar el conocimiento de él podrá penetrar el de ella (3).

Faltaría una referencia a la actividad amorosa del cortesano. Castiglione apunta en este aspecto que en lo único en lo que debe pensar el cortesano es en transformarse, si posible fuera, en la amada, y esto ha de tener por su mayor y su más perfecta bienaventuranza porque así lo hacen los que verdaderamente aman. El modelo, como se ve, respondía al amor ideal del caballero medieval, el que se conoce como amor platónico, pero ni que decir tiene que una cosa era el modelo y otra la realidad. Como se sabe, en la Edad Media, en el Renacimiento y en cualquier época los amores pasionales, los engaños amorosos, los raptos y los duelos motivados por la rivalidad entre caballeros por los favores de las damas eran frecuentes no sólo en las cortes reales sino en las ciudades y también, por qué no, en las zonas rurales.

La frecuente pero evitable confusión entre ocio y tiempo libre

Lo primero que debo resaltar en el modelo expuesto relativo a las actividades de la clase privilegiada en las ciudades donde residían los reyes y la nobleza, es decir, en las cortes reales y por extensión e imitación en las demás ciudades de los siglos pasados es que dicha clase no se dedicaba al ocio en el sentido de no hacer nada, que es como en la actualidad se interpreta el ocio. Una vez desaparecida el modelo de vida que en la antigüedad llevaban los reyes y la nobleza todos los hombres y mujeres son productores, es decir, todos pertenecen a la clase negociosa, en otras palabras, todos, absolutamente todos realizamos actividades remuneradas porque son útiles y obviamente lucrativas. Por esta razón, desde hace casi un siglo tan sólo existen actividades realizadas durante el tiempo que nos dejan libre nuestras actividades profesionales, mercantiles, industriales, comerciales, docentes, investigadoras y deportivas no amateur. Entre las actividades enumeradas por Castiglione en El cortesano no he hallado las que consisten en realizar viajes, pero es obvio que los viajes en los siglos pasados eran realizados fundamentalmente por las clases ociosas, es decir, por los reyes y por la nobleza. Los viajes que hacían las demás clases sociales estaban incluidos entre sus actividades negociosas y además eran muy poco frecuentes a causa de sus altos costes. Los turisperitos han caído sistemáticamente en el error de considerar el llamado Grand Tour, los grandes y largos viajes que hacían los jóvenes de la nobleza como parte de su proceso educativo, como el antecedente del turismo moderno. No se han percatado todavía de que esos viajes tenían dos características fundamentales. En primer lugar, eran actividades que se consideraban dentro de sus obligaciones de clases privilegiadas y, en segundo lugar, eran viajes de claro carácter formativo. Es decir, nada que ver con la visión que ellos aplican a la consideración del turismo como actividad de recreo y diversión de quienes son sin duda clases trabajadoras de mayor o menor nivel de renta y de formación. Con un poco de sosiego y de tranquila reflexión sobre la observación de la realidad social que se ha venido implantando durante los últimos cien años los turisperitos se darían cuenta de que una cosa es el ocio y otra el tiempo libre. Lo mismo que una cosa son las vacaciones y otra el consumo de turismo.

NOTAS

1. Nótese el rechazo a toda sombra de trabajo físico, indigno hasta tal punto al caballero que su mera práctica implicada la fulminante pérdida de su alta condición y excelsa naturaleza.

2. Nótese igualmente en las condiciones exigibles a las damas la supervivencia de la división de actividades por sexos a la que antes me he referido

3. No cabe duda de que la frase refleja ya una notable suavización de la división sexual de actividades.

 


Editor:
Juan Carlos M. Coll (CV)
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