CUESTIONES

Francisco Javier Contreras H.

LOS DOS MUNDOS CATÓLICOS

Dicen, los que dicen que saben, que hubo un tiempo en que había una organización católica llamada Tribunal del Santo Oficio, popularmente conocida como “Santa Inquisición”, que tenía entre sus gracias torturar y matar a quien no coincidiera con sus puntos de vista de cómo se debería de amar a los hermanos en Cristo. Todo ello, dicen, está documentado en un montón de libros, así de grandote, y podemos leerlos hasta que nos cansemos y los hagamos a un lado.

Y dicen también los grandes sabios, que hubo una vez un personaje angelical, que anduvo por este mundo matraca, enseñando que se podía vivir el Evangelio de Nuestro Señor Jesús, con humildad, amor y aceptación a los demás y siendo un ejemplo personal de cómo ser un buen creyente. Este buen tipo, nunca deseó cargos de jerarquía ni gobierno, nunca peleó por imponer sus ideas y se limitó a dar ejemplo de amor al prójimo. Hoy lo conocemos como San Francisco de Asís, o el Hermano Francisco, o el pobrecillo de Asís, etc.

Y dicen pues los grandes sabios de luengas barbas, que ambas aseveraciones son tan ciertas, como que tú te llamas Pedro y yo me llamo Juan. Y alguien dirá: ¿cómo es posible compaginar en un sólo grupo de personas que dicen seguir a Jesús, dos actitudes tan diferentes que son decididamente incompatibles? ¿Cómo decir que son parte del mismo grupo, el que utiliza como pretexto a Dios para poder torturar y matar impunemente a quien no quiera someterse a sus “santos” caprichos y aquel que sólo ama y bendice a Dios por las florecillas que encuentra en su camino?

Y otro igual de sabio nos contestará que esta dualidad caracteriza a la especie humana. Estos dos mundos aparentemente antagónicos son las dos caras de una misma moneda: así como existe la una, ten la certeza tangible de que existe también la otra. Y no puedes separarlas.

Pero, ¡ojo!, te lo repito: existen las dos y no puedes separarlas.

La persona que no toma en cuenta esta realidad, casi siempre termina amargada, o extraviada hasta las cachas.

Hay personas que cuando miran hacia el mundo católico, sólo ven un universo formado por la “Santa” Inquisición, y entonces se angustian al ver la tergiversación que se ha dado de las enseñanzas de aquel que murió en la cruz para hablarnos de cómo amar a nuestros hermanos. Hay otros que sólo ven el mundo seráfico de tantos santos y mártires que a lo largo de la historia han dado ejemplo de que en un mundo caótico como en el que vivimos, sí se pueda lograr la perfección.

Pero al no separar ambos mundos, los primeros se amargan y sueñan con destruir a una organización a la que sólo ven como mafia de poderosos que juegan con las ilusiones de la gente buena, que los han llevado hasta hacerse morir para defender el poder político de una organización demasiado humana; y los segundos, al negarse a ver los errores que se han cometido y desear ver sólo el lado bueno de la situación, se niegan a reconocer a los que abusan del poder político acumulado ante las almas buenas, se tapan los ojos con indignación y dicen que sólo existe el mundo bueno y que lo que pasa es que hay “hombres malos” que atacan a su “sacrosanta” institución.

Y aquí ya llegamos a la realidad. Hay cuando menos dos grandes grupos humanos dentro de la organización católica, que tienen en común el que sólo quieren ver una cara de la moneda y que niegan la otra. Los unos ven a la institución, como una mafia de abusadores que se aprovechan de la necesidad de Dios que tiene el pueblo al que pastorean; y los otros, dicen que no es cierto, que es una institución “Santa” y que los que le señalan defectos, es por mal intencionados, y porque patas de cabra tiene la cola metida en el asunto.

Quizá la realidad sea que “cada quien habla de la feria según como le ha ido en ella”; y hasta ahí las dos posiciones son entendibles pero no sostenibles. No podemos seguir viviendo en este mundo bajo la premisa de que sólo hay buenos y malos; y de que yo y los que piensan como yo, andamos bien, y los que piensen diferentes son unos necios que se niegan por malicia a ver las cosas tan evidentemente buenas como yo las veo. No podemos afirmar sin más que no hubo inquisición, o que no se han cometido errores humanos en la aplicación del poder que aún imperceptiblemente se tiene, si se forma parte de una agrupación humana numerosa; pero tampoco podemos simplemente satanizar y decir que todo está mal y que debería desaparecer o sería deseable que desapareciera una institución humana que, alguna virtud ha de tener intrínseca, pues sigue viva después de dos mil años.

Tenemos que ver las cosas con madurez, es decir, dejar a un lado las pasiones de rencores que nos han enseñado y que a veces no nos consta que hayan sido así las cosas; pues ellas nos impiden ser imparciales. Necesitamos intentar ver el asunto desde un poco lejos, quitarnos las pasiones que nos hacen ponernos de una parte antes de conocer con certeza como fueron las cosas. Ejemplo: Si mi abuelito se peleó con el tuyo y en la familia se sigue recordando todavía ese pleito, yo puedo continuar con él y seguir diciendo el cuento que heredé de que mi abuelito era el bueno y que el tuyo fue un jijo de la jijurria. Pero también puedo distanciarme un poco y dejar las pasiones a un lado. Puedo intentar dejar de considerar que una de las partes era mi abuelito y tratar de analizar las cosas con calma, ver el asunto como si no me incumbiera e intentar ver la cuestión como si fuera la primera vez que yo oyera sobre ella. Posiblemente después de buscar datos y analizar con calma, termine pensando que mi grupo de opinión siempre tuvo razón y termine pensando mal de la contraparte; pero ahora la opinión es mía y tengo una razón para tenerla: ya no estoy donde otro me puso sino donde yo creo que debo estar. Pero también es posible que me dé cuenta de que las cosas nunca fueron como me las enseñaron, y entonces yo tendré la opción de rectificar si es que me interesa hacerlo.

El punto es que la gente y las instituciones no se pueden catalogar como buenas o malas. Todos nosotros tenemos cosas buenas y malas; actitudes prudentes e insensatas, y pretender echar a alguien en el costal de los malos porque hizo algo que no me gustó es, en el mejor de los casos, una terrible injusticia; pero también catalogar a alguien como “de los buenos” porque lo vi haciendo algo que me llenó el ojo, es en el mejor de los casos una tontería, pues me predispone a confiar en él para la próxima propuesta que me haga, y quizá yo mismo me esté echando un pial.

Históricamente las personas forman partidos sociales o grupos de opinión y con eso viven y se relacionan entre sí. A esas tendencias de pensamiento algunos las llaman ideología y otros prejuicios, pero para el caso es lo mismo. Ello tiene desde luego su lado bueno porque cohesiona a los grupos humanos, pero también su lado malo, porque las personas dejan de pensar por sí mismos y empiezan a utilizar los valores de su grupo como medida para juzgar las cosas y luego eso se lo heredan a sus hijos y al rato tenemos sociedades que no evolucionan porque les enseñaron que mientras piensen como sus mayores lo harán bien y que el que lo haga diferente será un renegado. Grupos humanos que piensan así, viven cómodos, pero no evolucionan: se condenan a sí mismos a ser por siempre “sociedades niñas”

Tenemos que aprender a pensar por nosotros mismos y enseñar a nuestros hijos a tener su propia opinión, a invitarnos y a invitarles a que fundamentemos nuestros argumentos, que estemos consientes de que la conclusión que saquemos siempre sea hija de datos firmemente considerados y que toda verdad es valedera provisionalmente, en tanto evolucionamos y obtenemos nuevos datos que nos harán reconsiderar nuestros pareceres. No es malo tener ayer un punto de vista y hoy otro, pues “es de sabios cambiar de opinión” siempre y cuando ello sea producto de nuevas reflexiones, de nuevos datos conocidos. Entonces veremos todo un poco más “como es” y no como nos enseñaron a pensar que debería ser y hasta en el tema de la religión que profesemos, dejaremos de formar parte de un partido social y empezaremos a ver las cosas por nosotros mismos, a tomar nuestras decisiones personales, empezar a ser adultos.

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