CUESTIONES

Francisco Javier Contreras H.

DON NADIE II

A Cristo le asusta ir a algunas oficinas de gobierno y palacios episcopales. Quisiera no tener que ir, pero a veces no le queda de otra. Y ahí va, con su mirada baja, temerosa, como de pajarito asustado; como de cordero que tiene que ir de visita al matadero.

Aunque es el rey y el dueño de todo, cuando va a esas dependencias, sabe que no es nada y no es nadie. Llega a solicitar un servicio que en rigor le pertenece y aunque es el Señor, solicita como si fuera limosnero y pide lo que en derecho puede exigir y quien está ahí para servirle, se hace como que no lo ve, como que está mirando para otro lado y espera con disimulo hasta que aquel solicitante le pide el favor de su trámite, como si suplicara una limosna.

Se voltearon los papeles, el que está para servir a su señor, se hace pato hasta que su patrón le suplica el servicio; y lo que era su oportunidad de demostrarle al Rey de Reyes que era un leal súbdito, sólo sirvió para enseñar el cobre y mostrar que no es digno de confianza.

Qué poca mamá, de aquel que no quiere servir, que no disfruta ser útil; si la única razón de estar en este mundo es aprender a hacer precisamente eso. Es como haber ido a la universidad y no haber aprendido la carrera que fue a estudiar. ¿Para qué sirve una persona así? Sólo para dos cosas: para nada y para nada.

El punto es que habemos muchos burros por el mundo incrustados en las oficinas de gobierno, sea el civil o el eclesiástico, que si nos dijeran que viene el Gobernador o el Sr. Obispo de visita, hasta le pondríamos flores a su paso, para demostrarle todo el júbilo que nos invade de poder atenderlos; pero muy acorde con nuestra hipocresía, si el que viene es un ciudadano no influyente y gris, le tomamos la medida, y entonces sale nuestro yo malo, nos invade la soberbia y nos damos el lujo de ignorarlo hasta en tanto nos suplique y su ruego llene nuestro vacío corazón.

El asunto es que estamos hasta la calzada cuando actuamos así. Dejando la generosidad y el espíritu de servicio a un lado; viendo el asunto con puro interés egoísta y calculador; sería más negocio ser solícitos en atender a aquel humilde ciudadano, porque ese es Cristo, y este gran Señor vale más que la investidura del obispo y el gobernador juntos.

Qué jodidos estamos cuando somos incapaces de ver la mirada suplicante y temerosa de alguien que va a las oficinas de gobierno civil y eclesiástico, sin correr a su encuentro a infundirle confianza, a decirle que aquí si nos da gusto verle, que no se preocupe, que le atenderemos bien, que es un privilegio poder servirle; que es nuestra oportunidad de mostrarle al gran Señor que se esconde detrás de su humildad, que nosotros sí somos dignos de su confianza, que puede contar con nosotros, que podemos ser de su equipo: Era nuestra oportunidad de sacar boleto.

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