UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

Alejandro Hernández Renner (CV)

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CAPÍTULO 4. TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO. CRECIMIENTO Y DESARROLLO

“¿Por qué preocuparse de las personas? Porque las personas son la fuente primaria y fundamental de toda riqueza” (E.F. Schumacher, Small is beautiful).

4.1. Conceptos básicos y breve revisión histórica

La primera cuestión que se plantea es, naturalmente, definir en qué consiste el desarrollo económico local. Lo definiré inicialmente utilizando elementos de dos autores de referencia para mí, de la siguiente manera: 
un proceso de crecimiento y cambio estructural (en una zona geográficamente determinada) que se produce como consecuencia de la transferencia de recursos de las actividades tradicionales a las modernas, de la utilización de economías externas y de la introducción de innovaciones, y que genera el aumento del bienestar de la población de una ciudad, una comarca o una región (Vázquez, 1999). Este proceso incluye dos tipos de cambio: un cambio económico, que afecta al bienestar material y físico de las personas entendido en sentido amplio, incluyendo el cambio que puede cuantificarse no solo en datos de ingreso nacional y personal, en medidas físicas del bienestar humano, sino también en aspectos del bienestar humano, medidos con menor precisión pero importantes, que se engloban en la actividad económica que no corresponde a los mercados, como el crecimiento del stock de conocimiento.  El otro cambio que incluye el proceso del desarrollo es el cambio institucional, que es el cambio estructural que las personas imponen en las interacciones humanas con la intención de producir ciertos resultados”. (North, 2005). El crecimiento se entiende, a la vez, como un proceso de acumulación de capital y de conocimiento. Pretende mejorar la eficiencia en la asignación de los recursos públicos y privados, fomentar la equidad en la distribución de la riqueza y el empleo, y satisfacer las necesidades presentes y futuras de la población con el uso adecuado de los recursos naturales y medioambientales  (Vázquez, 2005). 
A partir de esta definición inicial, ofreceré al final del capítulo otra de carácter más sintético y operativo, introduciendo algún nuevo elemento que aparecerá durante el análisis de diversas teorías, y que permitirá establecer los parámetros básicos de la  argumentación subsiguiente.
Economistas clásicos, tales como Adam Smith, David Ricardo, Thomas Malthus, y ya en el siglo XX personajes de la talla de Frank Ramsey, Allyn Young, Frank Knight y Joseph Schumpeter, establecieron los fundamentos de las teorías contemporáneas del crecimiento y del desarrollo económico: la noción del equilibrio dinámico, los rendimientos decrecientes y su relación con la acumulación con el capital humano y físico, la interrelación entre el ingreso per capita y el crecimiento poblacional, y los efectos del progreso tecnológico o la innovación (Barro y Sala-I-Martín, 1995).
De manera puramente enunciativa, se puede formular una relación de los autores que a lo largo de la historia realizaron aportaciones esenciales para construir las teorías vigentes acerca del desarrollo económico. En el período clásico, además de Smith, Ricardo y Malthus, se puede mencionar a Turgot, que formula originariamente la ley de rendimientos decrecientes, a Bentham, que acuña la noción de utilidad, y a Gossen, que elabora al final de este período la ley de la utilidad marginal decreciente.
La época marginalista se extiende más o menos desde 1830 hasta 1930, y se caracteriza por romper con la tradición anterior al centrar la teoría del valor en los conceptos de utilidad y de escasez, poniendo pues el énfasis en el lado de la demanda, y dando origen a la teoría de la utilidad marginal, un nuevo enfoque realizado (por separado) por Jevons, Menger y Walras en la década de 1870, y basado en la microeconomía estática (Perdices, 2004). Si para la economía clásica de Smith el desarrollo depende de la base productiva, para los marginalistas es el resultado de la suma de economías individuales y singulares. En especial, Walras es el creador del análisis del equilibrio general en microeconomía. Menger, por su parte, fue el fundador de la escuela austríaca, que dando especial importancia al subjetivismo, la información fragmentada (ya hemos visto anteriormente las citas de Hayek), y el proceso de aprendizaje, se desgaja como una rama autónoma del pensamiento económico dominante, y perdura con intensidad hasta nuestros días, a través del individualismo metodológico de Hayek. Adelanto ya que aplico en mi marco teórico muchas de las ideas de esta escuela, especialmente en lo que afectan a la teoría económica institucional. También es evidente en la etapa marginalista la importancia de las aportaciones de Pareto, tanto de su óptimo, como algunas menos conocidas a la economía del bienestar, materia en la que coincidió con el que fuera discípulo de Alfred Marshall, A. C. Pigou. Por su lado, Marx dio origen a la escuela de pensamiento económico socialista, que entra a finales del siglo XX, tras el colapso del bloque comunista europeo y de su modelo económico, en una cierta decadencia, y conecta en la actualidad con la problemática del desarrollo (o más bien del subdesarrollo) a través de las corrientes neomarxistas y estructuralistas.
Una mención aparte merece la obra de Von Thünen (1826, 1850), considerado como el más destacado de los economistas de su tiempo por Schumpeter, cuya influencia llega hasta Krugman y la geografía económica. Fue el más importante de los maestros de Marshall, que es a su vez uno de los elementos centrales de todo mi constructo. Además de su anticipación de conceptos como la renta económica, los rendimientos decrecientes y la teoría de los salarios basados en la productividad marginal, la aportación fundamental de Von Thünen es la teoría de la localización espacial de las industrias (Méndez, 2004).
Existe en los marginalistas una teoría implícita del desarrollo económico, que se concibe como un proceso con estas características:

  • gradual: por la influencia de la teoría darwinista de la evolución social, que inspiró especialmente a Marshall, quien hablaba de “biología económica” y de “crecimiento orgánico”;
  • continuo: la naturaleza económica y, más en particular, la innovación y difusión técnicas, carecían de fisuras;
  • armónico: beneficiaba a todos los perceptores importantes de renta; la economía de mercado generaba, por sí misma, tendencias en la dirección del pleno empleo y del aumento sostenido de los salarios reales; la participación absoluta de los terratenientes y capitalistas en la renta nacional tendía también al alza;
  • acumulativo: mediante las economías externas marshallianas en crecimiento se extendía, como una mancha de aceite, entre unos sectores y otros”(Bustelo, 1998, citado por Brunet y Böcker, 2007).

Con el cambio de siglo coincide el comienzo del período neoclásico. Alfred Marshall integra el modelo de equilibrio parcial de Jevons y el del equilibrio general de Walras, y su obra marca  para muchos el comienzo de la consideración de la economía como una disciplina académica profesional respetable, incluso la aceptación general del término “Economía”, en lugar del de “Economía política”, que es como se había definido generalmente hasta entonces. Dada la especial relevancia de este autor para mi construcción teórica, debo mencionar ahora algunos aspectos de su pensamiento que me parecen especialmente destacables.
Concibe Marshall el estudio de la economía como una ciencia del comportamiento humano, tal como hacemos hoy día, a diferencia de muchos de sus antepasados (...) En varios pasajes de sus principios, se refiere Marshall a la complejidad del sistema económico, en el que “cada fuerza económica cambia constantemente su acción bajo la influencia de otras fuerzas que actúan alrededor de ella”, y en el que los cambios de alguna variable no sólo afectan al conjunto de variables y factores próximos, sino que alteran el posible equilibrio del resto de variables, dependiendo la determinación del nuevo equilibrio en un mercado de multitud de movimientos y alteraciones en otros muchos mercados y variables, aparentemente alejados del mismo. (...) De ahí que su concepción de la economía, más que dinámica, era biológica (Méndez, 2004b) 
Aceptando la enorme complejidad del sistema económico y la diversidad de motivos para el comportamiento de las personas, por razones de método (pero sin olvidar que era un método y no un axioma), decidió reducir el número de variables y desarrollar sistemas para su medición. Marshall era muy consciente de nuestras limitaciones analíticas (sobre todo en su época, en que no existían herramientas para el tratamiento de la información como en nuestros días), y propuso abordar el problema de la complejidad, los límites humanos para el análisis y el efecto del tiempo sobre el valor desde el conocido supuesto de “ceteris paribus”, es decir: utilizando la metodología de imaginar que, cambiando una variable, las demás siguen igual, dentro de un marco de equilibrio parcial. Aparte de la importancia que tuvo su enfoque metodológico,  en este trabajo me apoyo en las teorías marshalianas referentes a los rendimientos crecientes, las externalidades, y los distritos industriales, así como en su visión de la organización industrial, que se corresponde con su pensamiento más institucionalista.     
La economía neoclásica está basada en la conducta de los agentes (empresas y consumidores), por lo que todo gravita sobre la utilidad de los consumidores y la dotación de recursos. Los mercados no serían una institución social construida, sino un mecanismo previo a todo lo creado, y por lo tanto la doctrina neoclásica interpreta el desarrollo en base a tres pilares: las transferencias masivas de capitales (en especial de origen privado), la exportación de materias primas, y el libre juego del mercado en el marco de la teoría de las ventajas competitivas, capaz de beneficiar a todos los participantes en el intercambio (Brunet y Böcker, 2007).
El otro autor de comienzos de siglo que tiene una aportación fundamental para mis esquemas teóricos es Joseph Schumpeter, que si bien se encuadra cómodamente en las corrientes neoclásicas imperantes, entiende que las respuestas comunes en esta escuela no son suficiente para explicar el crecimiento. Schumpeter defiende el rol fundamental de la innovación para el desenvolvimiento económico, así como del empresario como elemento innovador fundamental para las sociedades. Su aportación más destacada fue integrar la innovación como un elemento endógeno a los modelos económicos, y a los empresarios como liberadores de las energías innovadoras (los famosos vendavales de destrucción creativa) en el mercado (Beinhocker, 2007). Para Schumpeter el desarrollo o desenvolvimiento es un proceso de cambio espontáneo y discontinuo en los cauces de la corriente circular (en que consiste la economía); alteraciones del equilibrio, que desplazan siempre el estado de equilibrio existente con anterioridad. Es reseñable que Schumpeter (1944) entiende que la innovación surge dentro del propio sistema: son transformaciones que desplazan en tal forma su punto de equilibrio que no puede alcanzarse el nuevo desde el antiguo por alteraciones infinitesimales. Agreguemos sucesivamente todas las diligencias que queramos, y no formarán nunca un ferrocarril. Schumpeter cree que la innovación es disruptiva, y que consiste en combinar de manera diferente materiales y fuerzas, por lo que el desenvolvimiento se define por la puesta en práctica de nuevas combinaciones, o sea, por la innovación.
En el principio del S. XX hay que recordar también la figura fundamental de J.M. Keynes, que ante la situación de equilibrio con subempleo que vivía la economía formula un modelo que da origen a todo una línea de políticas económicas públicas que se realizarán a lo largo de los siguientes decenios: la intervención del Estado para elevar el nivel de los gastos de inversión: la emisión de deuda pública y el aumento del gasto público. El déficit deliberado (Galbraith, 1991).
Se puede considerar que existe un primer momento en la construcción de las teorías del desarrollo económico hasta el final de la primera guerra mundial, y una segunda etapa ya contemporánea, en la que nos encontramos, que comienza en los años 1950. Muchos autores piensan que el nacimiento de una subdisciplina denominada “economía del desarrollo” coincidió con el período de descolonización, y nació bajo la influencia del enfoque keinesiano que dominó el período de posguerra (Brunet y Böcker, 2007). Es en este momento, en los años 50, cuando se produce la fusión de la economía neoclásica con la teoría del crecimiento (Beinhocker, 2007). Aún así, es común aceptar que precursores de la teoría moderna del crecimiento económico fueron Ramsey en 1928, con su función de maximización de la utilidad en plazo infinito, y Harrod y Domar, que intentaron en los años 1940 integrar el pensamiento keynesiano con nuevos elementos de crecimiento económico inestable.
En general, los estudiosos coinciden en que el punto de inflexión fueron las aportaciones de Solow y Swan sobre la función de producción, y en especial los artículos de Solow de 1956 (“A contribution to the theory of economic growth”) y de 1957 (“Technical change and the Aggregate Production Function”). Si bien corresponde a Solow el mérito de la formulación de un modelo teórico estructurado y formal que incorpora de manera novedosa el desarrollo tecnológico como factor del crecimiento, existen algunos otros autores pioneros que ya en los años anteriores explicaban de otra forma los datos empíricos que empezaban a producirse en esa época acerca del producto interior y la renta nacional, por medio de conceptos tales como los rendimentos crecientes de escala, las inversiones en capital humano, la adjudicación de recursos a actividades de mayor productividad o el avance tecnológico: Schmookler, Fabricant, Kendrick, y muy en especial Abramovitz (Nelson, 2005). Este último autor defiende que una teoría satisfactoria del crecimiento debe explicarse tomando en cuenta no sólo los factores de producción y aquellos elementos que afectan directamente a su productividad (lo que él define como “determinantes inmediatos de la producción”), sino también hay que analizar las fuerzas que están detrás de los cambios en estos determinantes inmediatos. Para Abramovitz, la mejora tecnológica debe ser considerada responsable de una parte muy importante, si no de la mayor parte, de los aumentos de la producción, y esta mejora tecnológica es endógena. Defendió la importancia capital de la empresa en la productividal marginal del capital, y la necesidad de analizar con detenimiento aquellos factores culturales e institucionales que rodean y apoyan a las empresas, y que muchas veces están, en una visión convencional de las fronteras de la ciencia económica, clasificados como factores de tipo político, psicológico o sociológico (Abramovitz, 1952).       
A todos ellos se suman las aportaciones de Debreu sobre el equilibrio económico general en los años 50 y 60, y las de Arrow y Sheshinski en los 60, que incluyen en sus modelos los derramamientos de conocimiento basados en la naturaleza no-rival del conocimiento. El trabajo de Cass y Koopmans en 1965 devuelve el análisis de Ramsey de optimización del consumidor al modelo de crecimiento neoclásico, y supone la compleción de ese modelo (Barro y Sala-I-Martín, 1995).
Hasta los años 1960-1970 las interpretaciones dominantes del desarrollo regional eran los modelos neoclásicos (Borts, Stein, Siebert); los de causación acumulativa (Myrdal, que analiza los efectos retroceso en los países subdesarrollados, Hirshman, o Toner (1999)); los de polarización (Perroux, Boudeville); los de centro-periferia (Friedman) y de la teoría de la dependencia (Sunkel, Cardoso); los de corte radical/institucionalista (Santos, Malicia, Holland); y los de crecimiento regional, bien keynesianos como Thirwall, con base de exportación (Dunn), o multiplicador-acelerador (Sinclair), basados todos ellos en políticas de corte centralizado y compensador, con una importancia clave de la actuación del sector público, y con un enfoque del desarrollo sobre bases exógenas y de industrialización. El relativo fracaso de los modelos de desarrollo de los años 60 hace que se ponga mayor énfasis en el lado de la oferta y aparezca un gran interés por el desarrollo endógeno basado en el aprovechamiento del potencial regional. (Garrido, 2005).
De manera genérica, puede afirmarse que para las aproximaciones habituales y contemporáneas al desarrollo, las empresas y las actividades que éstas realizan son los agentes más importantes. El espacio territorial se convierte en un sistema compuesto de agentes con múltiples proyecciones, dotados de creatividad, con valores comunes y con una interacción que crea efectos de sinergia (Furió, 1996). La problemática del desarrollo conecta así con la de la localización, teoría de carácter microeconómico basada en la creencia de que, bajo el capitalismo, las empresas intentan encontrar una forma de vida o maximizar su utilidad. Esta teoría consta de varios campos de análisis: la teoría espacial de los precios, la del coste de transporte a la localización, la de la localización óptima de la empresa y la del equilibrio walrasiano general, que es una aplicación de la teoría del equilibrio general al terreno espacial (Bueno, 1990).     
En los años 1980 y 1990, se produce una crisis de los modelos tradicionales de la posguerra mundial, y junto a otras teorías neoclásicas modificadas (llamadas de convergencia condicional), aparecieron de manera muy relevante los modelos de crecimiento endógeno, agrupados generalmente bajo la denominación de Nueva Teoría del Crecimiento (en especial Romer (1986) y Lucas (1988)). Basadas en la obra de Arrow, Sheshinski y Uzawa, sus investigaciones constituyen un nuevo impulso a la teoría del crecimiento económico, motivado por la observación de los determinantes del crecimiento a largo plazo. Esta preocupación obligó a escapar del rígido marco de los modelos neoclásicos tradicionales, en los que el crecimiento a largo plazo per capita está vinculado al índice de desarrollo tecnológico exógeno. Estos nuevos modelos se basan en las ideas de rendimientos crecientes y derramamientos a través de la economía, y se ven ampliadas con posterioridad por Aghion y Howitt, y por Grossmann y Helpmann (Barro y Sala-I-Martín, 1995). Veremos los modelos de crecimiento endógeno con detenimiento un poco más adelante.
Además, se generan en los 80 y 90 otros modelos de crecimiento regional de naturaleza variada: de crecimiento difuso (Fua), de desarrollo espontáneo (Garoffi), de autodesarrollo (Stöhr), y de desconcentración de los procesos productivos (Hamilton). Se formaliza la praxis analizada empíricamente en los conceptos de “entornos innovadores” y “distritos industriales”. Y se pone mayor énfasis en el software del desarrollo y menos sobre el hardware, dando a la vez primacía a la eficiencia económica sobre la equidad, tendencias todas estas que se incorporan a las nuevas políticas regionales europeas. Actualmente, todas estas visiones están consolidadas, y se pone énfasis especial en la competitividad territorial, en el desarrollo endógeno, así como en la importancia de la empresa, y de los elementos intangibles, el conocimiento y la innovación, para el desarrollo regional y local. Aparte de la plena vigencia de la Nueva Teoría del Crecimiento, las aportaciones más recientes vienen de la mano de las teorías estratégicas: de la estrategia competitiva (Porter) y de los recursos (Wernerfeld); de la Nueva Geografía Económica (Krugman); de la teoría del capital social (Putnam, Beugelsdijk); de la clase creativa (Florida); de los milieux innovadores (Maillat); de la teoría económica evolutiva (Hodgson, Nelson, Dopfer) y las teorías económicas institucionales (North, Greif). La evolución actual de las teorías en esta materia responde a la importancia creciente de la competitividad territorial, a la necesidad de un cambio estructural local, y a la formalización de la observación empírica en modelos teóricos (Garrido, 2005). A todas estas teorías básicas prestamos inmediatamente a continuación atención espacial, y les sumaremos por su valor y su singularidad las de la visión social del desarrollo, con atención especial a la nueva economía del bienestar de Amartya Kumar Sen, y las del desarrollo sostenible.
Pero antes, merece la pena, aunque sea de manera enunciativa, mencionar otras concepciones originales, posiblemente minoritarias, pero no por ello menos interesantes, que se aproximan a la problemática del desarrollo desde otros puntos de vista. Así, existe la teoría del post-fordismo (Markusen, o Lipietz), basada en el modo de producción de especialización flexible. Hay autores que han analizado las implicaciones demográficas del desarrollo y las consecuencias del aumento de la población (otro importante factor exógeno en el modelo neoclásico de crecimiento) sobre la economía, y del desarrollo económico sobre la demografía (Connolly y Peretto, 2003). Están los puntos de vista de los autores estructuralistas (Furtado, Sunkel, Prebish), vinculados en mayor o menor medida con la CEPAL; la vertiente neomarxista, representada por Baran, Emmanuel, Gunder Frank u O'Connor; los trabajos de Mishan sobre los efectos de rebosamientos negativos; las teorías de los círculos viciosos de pobreza de Nurkse, y los enfoques deterministas de Mc Clelland y Bolke (Perdices, 2004).  Otros han abordado la cuestión del crecimiento bajo el prisma de la influencia de los valores, la religión y las redes que producen (Blum y Dudley, 2001);  este tema sí que lo trataremos algo más en detalle, especialmente al abordar la teoría del capital social. Otros autores escriben desde el punto de vista de las consecuencias de la intervención pública (Ikeda, 2004). Otros desde la óptica del capital humano (Teixeira y Fortuna, 2003). Relacionadas con esta última perspectiva debemos recordar las corrientes alternativas basadas en el desarrollo humano trascendente, alejado del homo economicus clásico, y conocidas como gandhian economics y buddhist economics, sobre las que veremos la original aportación de Shumacher. Finalmente, es importante reseñar aquellas corrientes de pensamiento académico serias, algunas veces de raíz neo-marxista, otras desde la crítica social, o desde la crítica feminista, todas ellas elaboradas desde una perspectiva política de izquierdas, y que podríamos agrupar bajo la denominación genérica, bastante convencional, de la alter-globalización, cuyo lema es bien conocido: “Otro mundo es posible” (García, 2007). Al lado de estas hay otros enfoques neoclásicos pero específicamente relativos a la globalización y sus consecuencias, que están teniendo mucha difusión popular, con autores como Stiglitz. En otra línea alternativa, muy contemporánea también, se encuentran autores de la economía ecologista como Passet, o la escuela regulacionista de Quebec, como Bélanger y Levesque (Gendron, 2003).    
Dado que una exposición exhaustiva de todas las teorías relacionadas con el desarrollo económico desborda claramente las posibilidades de este libro, me concentraré a continuación en aquellos grupos de teorías contemporáneas especialmente relevantes y generalmente aceptadas que pretenden explicar los mecanismos que hacen posible el desarrollo económico, a fin de detectar el papel que se otorga en las mismas a elementos como las instituciones, el conocimiento y la innovación, y a la influencia de estos factores en la actividad económica.