UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

Alejandro Hernández Renner (CV)

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4.8. LA VISIÓN SOCIAL DEL DESARROLLO: LA NUEVA ECONOMÍA DEL BIENESTAR Y LA NUEVA ECONOMÍA DE LA FELICIDAD (HAPPYNOMICS)

“¿Hasta dónde llegaría la riqueza en ayudarles a conseguir lo que quieren?”
(Brihadaranyaka Upanishad, citado por A.K. Sen, 1999)
El análisis de las teorías anteriores aporta la mayor parte de los elementos necesarios para nuestra construcción teórica, en cuanto a la importancia del conocimiento, la innovación y las instituciones para el crecimiento económico. Sin embargo, parece insuficiente para ver claro cómo el retorno privado de una inversión individual en conocimiento puede igualarse con retornos sociales (Maré, 2003). Es decir, en qué forma, de acuerdo con la definición de desarrollo local de la que he partido, se genera el aumento del bienestar de la población de una ciudad, una comarca o una región. Como ya nos decía Pigou (1946) el bienestar económico no puede ser utilizado como barómetro o índice del bienestar social. De alguna manera, intento completar una concepción del desarrollo económico que supere y enriquezca ampliamente la noción de puro crecimiento económico, y sitúe a las personas en el centro mismo del proceso. Por ello quiero añadir a lo antedicho, entre otras, la perspectiva de Sen, que parece ofrecer una visión integradora de desarrollo económico dentro de los objetivos más generales del ser humano.
Hemos visto con anterioridad la distinción entre capital humano, estructural y relacional. Sen aborda el papel del conocimiento en el desarrollo económico desde una perspectiva más amplia que la de la mayoría de los economistas, recordándonos el papel de la ciencia económica como ciencia social; o, como dice Polanyi (1947), que Aristóteles tenía razón: el hombre es un ser social, no un ser económico. La conexión aristotélica aparece clara en Sen, aunque él mismo tardó un poco en reconocerla. Ocurre, por ejemplo, refiriéndose al término griego dunamin (Sen, 2008), usado por Aristóteles para discutir un aspecto del bien humano, que a veces se traduce como “potencialidad”, y puede entenderse como “capacidad de existir o de hacer”, noción a partir de la cual aparece otra conexión contemporánea con la teoría de recursos y capacidades (Nussbaum, 1988).
Sen es un economista ecléctico que bebe en las fuentes tanto de Marx como de Adam Smith para la elaboración de su aproximación a las capacidades (1984, 1985, 1987), definidas como las combinaciones alternativas de lo que una persona puede hacer o ser, de los funcionamientos (o partes del estado de una persona, lo que consigue hacer para dirigir su vida) que puede alcanzar (Sen, 2008). Cuando evoca a Smith, coincide en que considerar a los seres humanos únicamente desde el punto de vista de su utilidad es menospreciar la naturaleza humana: parece imposible que la aprobación de la virtud sea un sentimiento de la misma especie que la aprobación de un edificio cómodo o bien construido, o que no tengamos otra razón para elogiar a un hombre distinta de la que usamos para alabar un armario (Smith, 1776). Pese a la utilidad del concepto de capital humano como recurso productivo, es importante considerar a los seres humanos desde una perspectiva más amplia que la del capital humano (y superar la analogía con el “armario”). Estoy con ellos cuando piensan que debemos ir más allá del concepto de capital humano, luego de reconocer su pertinencia y su alcance. La ampliación necesaria es aditiva y acumulativa, más que alternativa a la perspectiva del capital humano. (Sen, 1999).   
Por ello distingue entre la acumulación de capital humano y la expansión de la capacidad humana. El primero es un concepto que se concentra en el carácter de agentes (agency) de los seres humanos, que por medio de sus habilidades, conocimiento y esfuerzos, aumentan las posibilidades de producción. Sen reconoce claramente que a través de la educación, el aprendizaje y la formación, las personas pueden ser mucho más productivas, y esto contribuye mucho al proceso de expansión económica (Sen, 1999).  La noción de capacidad humana, en cambio, se centra en la posibilidad de las personas (en el sentido de “libertad sustancial”) para llevar el tipo de vida que consideran valiosa, e incrementar sus posibilidades reales de elección. Propugna de esta manera un regreso a la visión integral del desarrollo económico y social que es uno de los fundamentos de sus teorías. Su visión del desarrollo económico y del papel que juega en el mismo el conocimiento humano es, en consecuencia, muy fecunda: desarrollo, como la expansión de la capacidad humana para llevar una vida más libre y más digna (Sen, 1997).
Esta definición de la capacidad humana, que en su perspectiva más amplia engloba la concepción de capital humano, se define en parte por lo que no es: no es utilidad personal, no es opulencia absoluta o relativa, difiere de la evaluación de las libertades negativas, de las comparaciones de los medios de libertad y de la comparación de la tenencia de recursos. La capacidad de una persona refleja combinaciones alternativas de los funcionamientos que ésta pueda lograr, entre los que puede elegir una colección. Los funcionamientos representan, al contrario que la idea del nivel de utilidad, partes del estado de un persona: en particular, las cosas que logra hacer o ser al vivir (Sen, 1998).
La diferencia esencial entre el enfoque “capital humano” y el de “capacidad humana” se referiría finalmente a la diferencia entre medios y fines. Reconocer la importancia del capital humano en el crecimiento económico no nos dice nada acerca de por qué buscamos el crecimiento económico. Pero si el foco está puesto en la expansión de la capacidad humana para vivir el tipo de vida que las personas consideran valiosa, entonces el rol del crecimiento económico en la expansión de tal capacidad se debe integrar en una concepción más fundamental del proceso de desarrollo como la expansión de la capacidad humana de tener vidas más valiosas y más libres (Sen, 1999). Está concepción, por cierto, casa bien con la que se recoge en la definición de Vázquez Barquero adoptada desde el principio de este capítulo, de alcanzar mayor bienestar.       
La mayor importancia de la visión de Sen para una adecuada visión del desarrollo local consiste, a mi entender, en su aportación de que el grado de desarrollo, riqueza o pobreza, puede (y posiblemente, debe) observarse en variadas dimensiones, desde una óptica de relatividad. La pobreza es una noción absoluta en el ámbito de las capacidades, pero muchas veces adquiere una forma relativa en el ámbito de las commodities o de las características de estos bienes básicos. En una comunidad pobre, los recursos, bienes o commodities que se necesitan para participar en las actividades normales de la comunidad pueden ser muy pocos, por lo que el efecto de su posesión es poco intenso. En una comunidad rica, los requerimientos nutricionales y otros de tipo físico ya se han cubierto por lo general, y las necesidades que es necesario cubrir (no existiendo diferencia alguna en el ámbito de las capacidades) para asegurar la plena participación de la persona en la vida comunitaria, serán mucho más exigentes en el ámbito de los bienes y de los recursos. La carencia de bienes, en este caso de una comunidad rica, no es más que un vacío relativo en el ámbito de las cosas, pero tiene un efecto de carencia absoluta en el ámbito de las capacidades (Sen, 1995).
Sin obviar las evidentes diferencias objetivas y matemáticas de desarrollo entre naciones o regiones, Sen nos ayuda a relativizar y enriquecer la noción de desarrollo, dotándole de una perspectiva antropocéntrica, e identificando los objetivos del desarrollo económico con la consecución del bien individual y social. Esta distinción entre el crecimiento económico como meta o fin, el crecimiento como medio para alcanzar el desarrollo, es, para mi parecer, crucial, y nos ayuda a situar convenientemente los actores, las herramientas y los procesos que conducen al desarrollo, dentro de un marco teórico y dentro de un marco de valores muy determinado por esta forma de pensar. Coincido con la opinión de Sen, y de una larga tradición que él cita, en intentar escapar de la “pequeña cajita” en que nos encierra la concepción de una explicación del desarrollo como un mero crecimiento del PIB per capita. Esta tradición arranca, como se ha dicho, con Aristóteles en su Etica Nicomaquea (la riqueza no es evidentemente el bien que buscamos, dado que es meramente útil y adquiere su sentido para conseguir otra cosa), y sigue con William Petty, Adam Smith, Karl Marx, John Stuart Mill, Hayek, Peter Bauer, W.A.Lewis, o recientemente la OECD, como veremos en breve. Y, si bien, bajo ciertas condiciones, un incremento de la producción y de los ingresos aumenta la gama de elección para los hombres (sobre todo en lo que se refiere a la adquisición de bienes), la amplitud de la capacidad de elección sustantiva sobre cosas valiosas depende también de muchos otros factores (Sen, 1999). Creo que esto es también coherente con la perspectiva aportada por Marshall, del que reproduzco de nuevo una cita usada en el encabezamiento de capitulo 1: La economía política o economía es (...) por un lado un estudio de la riqueza; y por el otro lado, aún más importante, una parte del estudio del hombre (Marshall, 1920).
Las ideas de Sen se resumen a la postre en la noción del “desarrollo como libertad” (Sen, 1999). Sen se sitúa en el campo de los que perciben el desarrollo como un proceso esencialmente amistoso, frente a las escuelas de pensamiento que lo entienden como un proceso duro, dialéctico, rígido y disciplinado. La expansión de la libertad se contempla a la vez como el fin primario y como el medio principal del desarrollo, en lo que Sen (1999) denomina el “rol constitutivo” y el “rol instrumental” de la libertad en el desarrollo. El primero se refiere a la importancia de la libertad sustantiva para enriquecer la vida humana. Las libertades sustantivas incluyen capacidades elementales como poder evitar privaciones como el hambre, la malnutrición, la morbosidad o la muerte prematura, pero también las libertades asociadas a la alfabetización, la participación política, o la libertad de expresión. Desde este punto de vista, desarrollo es la expansión de las libertades humanas. La libertad general de las personas de vivir en la forma en que deseen vivir está determinada por un serie de libertades “instrumentales” que condicionan este libertad general: libertades políticas, facilidades económicas, oportunidades sociales, garantías de transparencia y seguridad protectora. Por lo tanto, las capacidades individuales dependen, entre otras cosas, de los acuerdos y convenciones políticos, sociales y económicos. En este punto, Sen adopta una perspectiva institucional, y afirma que cuando se diseñan los acuerdos institucionales apropiados hay que prestar atención a los roles instrumentales de los distintos tipos de libertad, y ello va bastante más allá de la importancia fundacional de la libertad general de los individuos (Sen, 1999).      
Del pensamiento de A.K. Sen me propongo, como conclusión, adoptar el siguiente elemento: “Ampliar las libertades y capacidades de las personas para hacer y elegir”. Este será un componente esencial de mi definición de desarrollo, dado que permite incorporar la idea de equidad dentro del concepto de desarrollo económico, y formará parte del marco teórico general.
No debemos olvidar la especial relevancia que tiene, para que podamos hablar de verdadero desarrollo, la noción de la equidad en la distribución de la riqueza. Wilkinson y Pickett (2009) han demostrado recientemente que las sociedades más igualitarias suelen crecer más y mejor. Analizando la relación entre la equidad en los ingresos y una serie de indicadores de salud, bienestar, comportamientos sociales y desempeño económico, han podido concluir tras un análisis entre diferentes países, estados de los EE.UU y en diversas épocas, que la desigualdad en la distribución de la riqueza está relacionada con un crecimiento y desarrollo peores en promedio. A esta mismas conclusiones llega también la OECD (2011), afirmando que la desigualdad en oportunidades impacta inevitablemente al desempeño económico en su conjunto; la OECD constata un notable aumento de la desigualdad en la renta disponible entre 1985 y 2008, utilizando como técnica de medición el coeficiente Gini. Estas evidencias nos deben llevar a incorporar en la definición de desarrollo el componente de equidad asociado a la generación de mayores libertades y capacidades.
Una rama muy pujante en tiempos recientes del pensamiento económico con tintes sociales, es la línea de los que imaginan una economía que va “más allá del P.I.B.”, y que sin pretender eliminar este indicador, proponer utilizar además otros parámetros relevantes para medir el desarrollo de una comunidad. Se trata de analizar el desarrollo desde la perspectiva de la felicidad humana, lo que podríamos llamar “Happynomics”, en una tradición de pensamiento de que, con diversos antecedentes, arranca ya en los Ss.  XVIII y XIX con figuras como preocupadas por los aspectos morales y cualitativos de la economía como Joseph Priestley, Jeremy Bentham, el propio Adam Smith, o John Ruskin, con su obra “Unto this last” (1862). La Constitución Española de 1812 establecía en su Art. 13 que el objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bien estar de los individuos que la componen. La Declaración de Independencia de los EE.UU. de América, de 1776, reconoce entre los derechos inalienables de la persona humana los de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Los economistas Carol Graham (2011), Bruno S. Frey (2008), Richard Easterlin (2001) y Richard Layard (2005) ha analizado meticulosamente los elementos que constituyen una de las mayores paradojas de nuestros tiempos: mientras que las sociedades occidentales se han hecho más ricas, las personas que las componen no se han hecho más felices. Este último autor alerta acerca de la tendencia creciente de versiones exageradas y simplificadas de “la supervivencia del más apto” de Darwin y de “la mano invisible” de Smith, que han producido una reducción de la confianza social, en especial en los países de tradición anglosajona, lo que coincide con los países en los que más han aumentado las desigualdades según el informe antes citado de la OECD. Layard insta a reforzar la educación moral y a buscar la realización del concepto de bien común. En la misma línea encontramos a otros estudiosos como Juliet B. Schor (2010), que agrupa bajo la noción de “plenitud” reflexiones y referencias a prácticas que nos lleven ser realmente ricos en formas que tienen que ver poco con dinero y consumo.  Se trata de puntos de vista que conectan en muchas ocasiones con los economistas de tipo decrecentista y de economía estacionaria, que veremos en el epígrafe siguiente.
La OECD lanzó, con ocasión del 50 aniversario de su fundación en 2010, el programa llamado “Better Life Iniciative”. El objetivo es promover mejores políticas para una vida mejor. Uno de los pilares de esta iniciativa es el “Índice para una vida mejor” (o Better Life Index),  un índice agregado e interactivo de indicadores de bienestar en 34 países miembros de la OECD, que busca implicar a los ciudadanos en el debate sobre el progreso social. Está basado en la idea de que hay más cosas en la vida que los fríos números del P.I.B. y de las estadísticas (1 ). Permite comparar el bienestar en diversos países, en torno a 11 áreas temáticas (desde la vivienda, hasta la salud o el medio ambiente), que la organización ha identificado como esenciales, tanto referidas a condiciones materiales de existencia, como a calidad de vida en general. Una característica peculiar es que estos indicadores pueden ser ponderados, para permitir a los usuarios del índice adaptarlo en función de sus propias consideraciones.
Otra de las organizaciones que aglutinan estas nuevas tendencias en materia económica, la New Economics Foundation, (NEF), creó en 2006 el Happy Planet Index, un estudio del bienestar humano y el impacto ambiental (con lo que combina también elementos de desarrollo sostenible) comparando el desempeño de cada país en ayudar a sus ciudadanos a lograr una vida larga y feliz (NEF, 2009) La NEF representa una de las líneas más consolidadas de un paradigma distinto de la mayoría de la doctrina (alineada básicamente sobre ideas neo-clásicas), e integran elementos propios de las teorías del desarrollo sostenible con las de la nueva economía de la felicidad. Se fundamentan en la singularísima obra de E.F. Schumacher (1973), uno de los pioneros de los movimentos ecologistas actuales y padre de lo que se ha dado en llamar “buddhist economics”. Schumacher concibió la economía como una ciencia que debe construirse como si las personas tuvieran importancia: rechazaba la identificación automática de “grande” y de “crecimiento” con “bueno”; consideraba que los recursos naturales deben ser concebidos como capital, y por lo tanto no como ingreso; y que la mera transferencia de tecnología no resulta en desarrollo. Propuso una adecuación de la producción a los recursos disponibles y renovables, una prioridad de los deseos y necesidades humanas más allá de las cosas, y el desarrollo de “tecnologías intermedias”, o tecnologías a escala humana que hagan posible lo anterior, y además preserven el empleo dignificante por encima de la producción en masa. Para Schumacher, en definitiva, lo pequeño es hermoso, y constituye sobre estas ideas la base de un tipo distinto de economía, lo que la NEF llama “nueva economía” o “new economics”, y que intentaría superar la brecha existente, a juicio de esta organización, entre el dinero y la vida, mediante la organización de nuevas instituciones sociales, administrativas y económicas, construidas sobre una clara visión de lo que las personas realmente consideramos riqueza. Volveremos brevemente sobre los argumentos de la NEF en el epígrafe siguiente.
Finalmente, otra cuestión que tiene relación directa con la visión social del desarrollo, y que seguramente merece tenerse en cuenta para tener una concepción completa y contemporánea del desarrollo económico, es la de las responsabilidades éticas y las expectativas sociales que despierta el comportamiento de las empresas, y que constituyen el control social de los negocios (Swanson, 1999). La responsabilidad social de la empresa, entendida como la interacción de la organización con su entorno en cumplimiento de las mencionadas responsabilidades y expectativas, es una cuestión de importancia creciente, también relacionada con la noción de sostenibilidad, que merece ocupar una plaza en un análisis avanzado del desarrollo local. Una de las principales aportaciones de la doctrina de la Responsabilidad Social Corporativa es la noción de los  “Stakeholders”, palabra de difícil traducción al castellano. En el contexto organizacional, "stakeholder" es la persona u organización involucrada en un proyecto o que los resultados de un proyecto le afectarían directamente; por contra, “shareholder” es el accionista, el dueño del proyecto o empresa. En este caso, "stakeholder" se puede traducir como "interesado", “implicado" o "partícipe" (2 ); yo prefiero la traducción “grupos de interés”. 
La noción de los grupos de interés es de especial relevancia para el modelo de desarrollo local innovador que yo propongo, no solamente porque en el caso de las instituciones comunitarias (IC) estos grupos son amplios y numerosos (se podría pensar que la comunidad entera para la que trabaja la IC es un enorme grupo de interés afectado por cada proyecto), sino también porque merecería la pena abordar una reflexión de hasta qué punto la naturaleza de accionista y de grupo de interés no se confunden hasta cierto punto en ciertas organizaciones como las fundaciones (Hernández Renner, 2010), y esta confusión puede ser un elemento esencial de la distancia que las aleja de las organizaciones estrictamente privadas, como se verá en el capítulo 5.
En todo caso, la llamada teoría de los grupos de interés o “stakeholder theory”, desarrollada por autores como Allen, Freeman o Mitchell, está muy relacionada con la responsabilidad social corporativa, hasta el punto de que sus teóricos definen el comportamiento de la corporación como adecuado o inadecuado de acuerdo con el comportamiento que tengan frente a sus grupos de interés (Driver y Thompson, 2002, cit. por Campbell, 2007).

En su evolución más reciente (y aunque sus autores consideran que su modelo va más allá de la noción de la RSC, creo que entra claramente en su ámbito), podemos entender que la dimensión social de la actividad económica lleva a la creación de “Valor Compartido” o “shared value”, (un concepto muy similar al de Blended Value de Jed Emerson (3 )), por medio de una re-concepción del punto de intersección entre el desempeño social y el corporativo (Porter y Kramer, 2011). Para estos dos autores, la creación de valor económico debe conducirse en una forma que también genere valor para la sociedad abordando sus retos y su necesidades. Las empresas deben conectar su éxito con el progreso social, por medio de una mucho mayor sensibilidad hacia las necesidades de la colectividad, mayor comprensión de las verdaderas bases de la productividad de la empresa, y la capacidad de colaborar a través de las fronteras de los sectores lucrativo/no lucrativo. Por su parte, las administraciones públicas deben aprender a regular en una forma que promueva en Valor Compartido, más que trabajar en contra del mismo.   

1       www.oecdbetterlifeindex.org

2      http://forum.wordreference.com/showthread.php?t=7725

3      http://www.blendedvalue.org/