CULTURA POLÍTICA Y PARTICIPACIÓN ELECTORAL EN ELECCIONES LOCALES DE LA CIUDAD DE TEPIC, NAYARIT

CULTURA POLÍTICA Y PARTICIPACIÓN ELECTORAL EN ELECCIONES LOCALES DE LA CIUDAD DE TEPIC, NAYARIT

Lucina Aguilar Orejel (CV)
Universidad Autónoma de Nayarit

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1.1 Enfoques de la cultura política

          La forma cómo históricamente se ha abordado el estudio de la cultura política es diversa; sin embargo existen dos enfoques conceptuales desde los que los análisis pueden ser englobados, estos son el interpretativo y el comparatista (Heras, 2002), los cuales conceptualizan la cultura política de manera diferente. Para el caso del enfoque interpretativo, también llamado sociológico interpretativo, Heras (2002) dice que “la idea central es que mediante la recuperación del bagaje de representaciones, símbolos e instituciones de una sociedad, es posible establecer las bases o raíces de la cultura política” (p. 182 y 182). Sin embargo esta forma de interpretar la cultura política no es suficiente para conocer las percepciones y actitudes reales y cotidianas de la sociedad hacia la política, para ello se requiere el estudio comparativo y el análisis de estadísticas de diversas variables a lo largo del tiempo, como el que se plantea desde el enfoque de la política comparada. Lo anterior quiere decir que para abordar el estudio de forma más comprensiva y clara, es necesario hacer un análisis donde estos dos enfoques se utilicen complementariamente en la medida que así lo indique el proyecto de investigación, de tal manera que se logre una visión que fusione la realidad concreta con la subjetiva.
          A continuación se explican las principales ideas que han surgido desde los dos enfoques.

1.1.1 El enfoque comparatista
          La sugerente idea de analizar la cultura política de grandes núcleos de la población utilizando técnicas cuantitativas (behavioural analysis) enraizó en buena parte de los centros de investigación sobre política de los años sesenta y setenta, llegando a formarse un gran programa de investigación en torno al tema, especialmente en los Estados Unidos (Heras, 2002).  Uno de los primeros estudios conocidos al respecto, que según Chilcote (1994) ha sido catalogado como una obra clásica y la más influyente en el tratamiento de la cultura política, es The civic culture de Almond y Verba (1963). Por su importancia a continuación se ahondará dicho estudio con la finalidad de comprender los orígenes de esta teoría así como para visualizar sus límites.

1.1.1.1 Breve reseña del estudio de Almond y Verba
          Almond y Verba desarrollaron una teoría sobre la cultura política en base a un análisis comparado de datos empíricos pertenecientes a cinco países, denominado The Civic Culture, término con el cual estos autores identificaron la cultura política apropiada para la consolidación de democracias estables y efectivas (Acosta, 2002). “La idea que guía  todo el estudio es buscar en qué medida la cultura cívica-política posibilita el desarrollo de la democracia en un país, pero sobre todo si tiende a procurar su estabilidad” (Heras, 2006:182).
          Para llevar a cabo la investigación utilizaron una muestra de 1,000 habitantes en cada uno de los países (Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Italia y México) con el objeto de aplicar un detallado cuestionario que intentaba abarcar: los conocimientos sobre el tema político, la identificación del individuo con su sistema político y la evaluación sobre éste (Heras, 2006)1 .
          Fue así como construyeron una matriz que vinculaba las orientaciones hacia la política, con los objetos políticos en sí mismos. Mediante este procedimiento identificaron tres grandes orientaciones: cognoscitivas, afectivas y evaluativas; así como dos objetos políticos hacia los cuales se dirigirían estas orientaciones: el sistema político y, su sujeto básico, el ciudadano. La forma en que estas tres dimensiones se combinan y el sentido en que ellas inciden sobre los objetos políticos permitió a estos autores caracterizar tres tipos puros de cultura política: parroquial, de súbdito o subordinada, y participativa o cívica, e incluyen su posible combinación (Acosta, 2002).
          Por otra parte, la existencia de esta matriz cultural podía ser identificada a través de métodos empíricos (encuestas, sondeos, entrevistas) e igualmente, evaluada a través de indicadores sobre los valores y concepciones compartidas por la población (Acosta, 2002). “El estudio además incluía la realización de una serie de entrevistas a fondo con algunos individuos seleccionados de la muestra, con los cuales pretendían construir lo que llamaban historias de vida, y utilizarlas para ilustrar y argumentar algunas de sus afirmaciones”. (García, 2006:138).

1.1.1.2 Otras investigaciones que se relacionan con el enfoque comparatista de Almond y Verba
          El trabajo de Almond y Verba se articula con una serie de investigaciones empíricas que hacen análisis de las culturas políticas (Acosta, 2002), las siguientes son algunas de las más importantes:

  • Trust: The social virtues and the creation of prosperity (1995). En el que Francis Fukuyama hace alusión al aspecto confianza de la cultura de un país. Al respecto dice que la sociedad depende de la confianza, y la confianza está determinada por la cultura. En este sentido argumenta que la cultura influye significativamente en la conducta política y económica de los pueblos. (Quddus et al, 2000).
  • Underdevelopment is a state of mind. The Latin American Case (1985). En el cual Harrison Lawrence aduce que el menor desarrollo de algunos países es debido a su manera de pensar, asimismo que la cultura cívica tiende a ser más autocrática en los mismos. Lo cual significaría que el tipo de cultura política esta determinada por la forma de pensar de la sociedad lo que a su vez determina el desarrollo de los mismos. (García,1995).
  • Making democracy work. Civic traditions in modern Italy. En esta investigación Robert Putman (1993) argumenta que las tradiciones culturales conforman de forma sustantiva la conducta política y económica de los pueblos. En este sentido habla del capital social  definido en tres dimensiones: el grado de confianza entre los actores, las normas de comportamiento cívico practicadas y el nivel de asociatividad presente en una sociedad concreta; los anteriores elementos reflejan la riqueza y la fuerza del tejido social. A partir de ello explica las diferencias de desempeño institucional y desarrollo entre el norte y el sur de Italia. Aduce que la presencia en la región del norte de una consolidada comunidad cívica, fue el resultado de un proceso histórico donde las tradiciones asociativas fueron preservadas mediante el capital social (Acosta, 2002).
  • The silent revolution de Ronal Inglehart (1977), hace una distinción entre valores materialistas y posmaterialistas; asimismo, arguye que el desarrollo de las sociedades industriales erosiona los valores tradicionales e impulsa la homogenización cultural (The public opinion quarterly, 2001). Por otra parte Inglehart “hizo un programa de investigación en política comparada a partir de una reconsideración de los valores culturales como elemento para explicar las diferentes actitudes políticas” (Heras, 2002:185).

1.1.1.3 Observaciones a las investigaciones del enfoque comparatista       
          Las citadas investigaciones tienen la fuerza de revivir el interés sobre la dimensión cultural y sus efectos sobre las estructuras que permiten el desarrollo y la estabilidad política. Respecto a los trabajos de Inglehart y sus seguidores sobre capital social, Morán (entrevistada por Burbano et al, 2002) dice que “han supuesto una de las contribuciones más importantes y más difundidas a la reflexión de la cultura política en las últimas décadas. Pero, a pesar de su aparente novedad, estos trabajos no rompen sustancialmente con la tradición clásica de los estudios de cultura política y, por lo tanto, comparten buena parte de sus limitaciones. Primero, y ante todo, porque no introducen ningún giro significativo en la concepción de la política y, por lo tanto, siguen descansando en una concepción acrítica del ideal de ‘sistemas valorativos’ que se corresponden con la vida democrática; y, además, porque tampoco llevan a cabo ninguna renovación profunda de los instrumentos metodológicos con los que trabajan”. 
          Por su parte Acosta (2002) hace una crítica importante y señala que las contribuciones de Fukuyama (1995), Harrison (1992), Huntington (1996), Putman (1993) e Inglehart (1977) “giraron en torno al análisis de diversos aspectos como: la relación entre valores y progreso, la ‘universalidad’ de los valores occidentales y el imperialismo cultural; geografía y cultura; la relación entre cultura e instituciones y el cambio cultural.  Por lo que se puede decir que una cierta cartografía cultural arropó con su lógica la mayoría de estas contribuciones y en su trazado se identificaron y ubicaron matrices culturales reticentes o favorables al progreso y la democracia política. (…) En este sentido otras investigaciones como la de Mariano Gorondona (2000: 44) ofrece veinte parámetros a través de los cuales se puede conformar una tipología cultural del desarrollo económico; es decir, un mapa cultural que identifica cuáles constelaciones societarias son más proclives que otras en avanzar rápidamente hacia la ruta del progreso. Asimismo Jeffrey Sachs (2000: 29) ubica geográficamente, en strictu sensus, las regiones que favorecen y ‘abrigan’ bienestar y estabilidad política: Europa Occidental, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelandia” (p. 138 y 139). 
          En cuanto a la obra específica de Almond y Verba, desde la perspectiva de su estudio, la cultura política de un individuo implica una amplia gama de impresiones subjetivas que terminan siendo la manera en que un individuo percibe los objetos políticos de su sociedad, sin que haya ningún parámetro para juzgar su certeza, justificación o legitimidad. De esta forma  Almond pasa por alto que la cultura se compone no sólo de lo que la gente piensa, sino también de lo que hace (García, 2006). Asimismo hay que agregar que la cultura también se compone por lo que la gente no dice pero hace y por lo que no entiende.
          El análisis cultural incluye tanto la identificación y conceptualización de los aspectos subjetivos como objetivos, por lo que una interpretación como la que hacen Almond y Verba que no contrasta las respuestas de las preguntas que hicieron con lo que la gente realmente hace en la realidad, muestra una imagen parcial de la cultura política para los cinco países.
          En ese sentido la crítica es muy fuerte debido a que pudieron haber confrontado sus resultados con diferentes registros y estudios sobre la conducta real y verificable de los individuos de esos países. Ello habría dado una imagen más amplia de su cultura, abriendo más el entendimiento del fenómeno (García, 2006). Por ello García (2006) pregunta “¿Porqué no cotejaron los resultados arrojados por el estudio acerca de la membrecía en organizaciones sociales con el índice de afiliación sindical o partidista en cada país, por ejemplo; o el grado de cognición política con la circulación de periódicos; o la disposición a influir en las autoridades políticas con el número de manifestaciones públicas, o bien; el grado de confianza interpersonal con los índices de criminalidad?” (p. 143).
          Además las respuestas de las distintas personas entrevistadas de los cinco países en cuestión se interpretaron como un problema de percepción individual que tenía que ver sólo con la situación de la cultura política, cuando muy probablemente influían en dichas percepciones las diferencias objetivas del desarrollo de las instituciones gubernamentales, de los aparatos de seguridad pública, por ejemplo, y del trato que éstas dispensan a los ciudadanos. En este sentido no parece advertirse que las percepciones subjetivas pueden ser producto de la diferencia entre las propias instituciones de los países y no del estado de la cultura política (García, 2006:153 y 154). Asimismo,  hay una serie de comportamientos en la escuela o el trabajo que no se desarrollan en la realidad de acuerdo a la opinión que el mismo individuo tiene de ellos.
          Para comprender la cultura política es, pues, necesario no solo conocer la parte subjetiva sino también la parte objetiva de la realidad. Debido a esta situación, el análisis de los registros y estadísticas es conveniente interpretarlos desde la historia, por ello la explicación meticulosa del investigador es útil para el entendimiento de los hallazgos.
          En cuanto a las críticas más agudas, son desprendidas a partir de la década de los años sesenta y hasta mediados de los ochenta. En esta época se desarrolla una intensa polémica en contra del concepto de ’cultura política’ y, en especial, contra las escuelas de análisis de estudios como ’La Cultura Cívica’ de Almond y Verba y de otros tempranos intentos de entender el rol de ideas y valores en la conformación de la conducta política de los sujetos en las naciones modernas (Bustamante, 2003).
          Sociólogos y antropólogos fueron los que consideraron este estudio parte de un modelo occidental de orientación norteamericana capitalista y democrático-liberal e insistían en reubicar el estudio de la cultura política dentro del amplio campo de los valores, significados e instituciones de la cultura general (Heras, 2002:182). Se produjo así, por parte de ellos, la atención en torno al sujeto, en lo inmaterial, en lo valórico propio del enfoque interpretativo. Desde dicho enfoque, “la cultura política no es diferente a la cultura general, no se tiene una y no la otra, no hay pueblos que tengan cultura política sin tener cultura” (Heras, 2002:184)
          Para la sociología interpretativa, la cultura política no tiene sentido conceptual tal y como está definida en el esquema comparatista. De ahí que las críticas más contundentes a la obra de Almond y sus sucesores provengan de la sociología interpretativa. La más aguda de éstas es la que considera que la teoría de Almond niega el papel de las élites dominantes en la difusión de los mitos democráticos, argumentando que la cultura cívica y otros estudios de civismo sirven para describir los valores dominantes y, por lo tanto, la teoría finalmente no llega a explicar la estabilidad de los sistemas sociales, Welch, 1993, citado por Heras (2002). En otras palabras se desconoce todo valor explicativo a la obra de Almond y Verba, e incluso se cuestiona severamente el trabajo de los llamados ‘teóricos empíricos’”  (Heras, 2002:184).
          Por otra parte, los contenidos de la cultura política refieren un conjunto de valores y normas que articulan la comprensión de la gente sobre la política y su actitud frente a ella, y están enraizados en tradiciones, ritos, mitos y pactos que norman la relación entre ciudadanos y gobierno, lo cual no se puede investigar sólo con encuestas, ya que estas tienen que ver con aquello que las personas no verbalizan ni explicitan por considerarlas algo normal y natural, con la esfera de lo no consciente que configura también las representaciones simbólicas que hacen inteligible la realidad social. Por lo que es necesario además un trabajo profundo para entender la compleja gama de significados y símbolos que están detrás de las palabras y de las prácticas con que se define y se practica la política (González et al, 2004:89). “Por ello las encuestas fallan terriblemente cuando esta subjetividad social se pone en práctica; en cuanto al aspecto de comportamiento electoral: la gente vota por quien se le ocurre en el momento mismo de cruzar la boleta; la gente anula su voto; vota por un partido, por otro y por otro; pierde el interés electoral y se abstiene por muchísimas razones; se burla de los procesos electorales y hace uso utilitario de los mismos: recibe su paga por entregar su credencial de elector; recoge la despensa o la torta que cínicamente le ofrecen por su voto y luego va a apoyar otro partido, se desaparece el día de la elección o va y anula su voto. Se trata de jugar, juguemos; se trata de simular, simulemos” (Regalado, 2009).
          Finalmente, hay que hablar del método del enfoque comparativo el cual ha sido ampliamente criticado por el uso del método de encuestas para conocer la realidad, pero a pesar de la extensa crítica del mencionado objeto técnico-metodológico, las encuestas han superado la fase elemental de recopilación de datos gruesos y superficiales y, ayudada por la inferencia científica aplicada a la investigación cualitativa, es posible avanzar notablemente en el terreno de datos finos de grandes poblaciones y proporcionar evidencias de mayor validez a la tarea comparativa; ya que ahora se cuenta, por un lado, con un desarrollo significativo de la técnica y validez de las encuestas de opinión; y, por otro, con un avance conceptual importante en materia de política comparada (Heras, 2002:185 y 190).

1.1.2 El enfoque interpretativo
          “La corriente del interaccionismo simbólico, y su vertiente de la fenomenología en particular, proporciona algunas ideas consistentes para lo que se puede llamar una teoría interpretativa de la cultura política. Max Weber, pero sobre todo Clifford Geertz, constituyen la mayor influencia en el interpretivismo político-cultural”, Welch, 1993, citado por Heras (2002:186).
          Desde este enfoque la comparación no se puede dar, debido al nivel de detalle y profundidad al cual se llega; sin embargo, comparar no es el objetivo, ya que de lo que realmente se trata es de pensar la cultura política como parte de los significados y códigos culturales propios de una colectividad. Asimismo “los significados intersubjetivos (de una sociedad) deben distinguirse de las actitudes comunes (de esa sociedad), que son las que la técnica de las encuestas es capaz de exponer” (…) así “entre más detallado y complejo sea el acercamiento a la cultura política, menos comparable puede ser”, Welch (1993) citado por Heras (2002:184 y 187). De esta forma es claro que la mirada conceptual es diferente a la del enfoque comparatista.
          En cuanto a los instrumentos de análisis básicos, la sociología interpretativa, como campo de investigación para la cultura política, presenta dos: el sentido y el significado de la acción social; dando especial importancia a los conceptos de: sentido, significado, código, acervo e interpretación. Por lo tanto, el centro de la mencionada teoría es que detrás de las acciones de los hombres subyacen ciertos sentidos, de tal forma que las acciones de los individuos no son casuales. En el terreno de lo político ello significa que las acciones políticas no se sitúan en el nivel superficial, sino que tienen un determinado sentido anterior que se va adquiriendo a partir de los usos y costumbres de la comunidad; ese sentido acumulado crea significaciones entre los miembros de la comunidad que a su vez se reproducen y forman códigos intersubjetivos (Heras, 2002:186-188)
          Siguiendo este orden de ideas, “el origen de las prácticas políticas de los individuos no se sitúa en el sentido inmediato anterior de la acción social, ya que el sentido se sedimenta paulatinamente y puede objetivarse o no en acción política. De ahí que todo individuo, aún sin darse cuenta, tenga un acervo cultural de lo político, que conforma una determinada cultura política” (la herencia cultural) (Heras, 2002:188).
          La fuerza de dicho acervo permite la reproducción del orden político, por lo que son las acciones individuales de los seres humanos, en su acto cotidiano, el mecanismo de preservación de dicho orden y, al mismo tiempo, la acción individual es la que puede cambiarlo porque en cada acción individual se negocia el orden vigente. Por ello la cultura política no está dada para siempre, una parte la reproducen los hombres y otra se negocia y cambia. (Heras, 2002:188)
          Si se quiere ir más a fondo se puede acudir a la memoria, la percepción e imaginación de los individuos, es decir, a su conciencia social, para saber cómo han construido dicha tradición de sentidos, aquí referida al tema de lo político. La tarea siguiente sería decodificar esas percepciones intersubjetivas, lo cual llega a ser complejo. Sin embargo, es de este entramado intersubjetivo de donde provienen las prácticas políticas de determinada comunidad o grupo social (Heras, 2002:188).
          La acción política, en consecuencia, no empieza con la consideración del hombre como miembro de una comunidad política, recién ahí ya se han formado la mayor parte de los códigos intersubjetivos con los que se actúa en la vida política. De manera que la investigación sobre el origen de la cultura política consiste en averiguar la estructura histórica específica de los depósitos de sentidos y cuáles han sido las relaciones dominantes, para ir descodificando los códigos intersubjetivos relevantes de la sociedad bajo estudio (Heras, 2002:188).
          A pesar de lo sugerente que resulta este enfoque, plantea una tarea difícil, ya que hacer el estudio de una población grande demandaría un nivel de análisis profundo para el cual se necesitarían muchos recursos de tiempo y dinero, ya que se ocuparían desarrollar conceptos y comprensión de los significados y acciones no sólo de grupos muy pequeños sino también de individuos.
          Por otra parte, en lo que hay que poner atención es que no sólo se enfoca en los significados sino también en las estructuras que relacionan a los individuos en torno a un orden público.
          Finalmente hay que decir que este enfoque es una alternativa de análisis para el estudio de la cultura política y, aun más, un elemento indispensable para el mismo.

1.2 Definiciones de cultura política y el concepto de cultura política para la investigación en curso
          Una de las definiciones pioneras es la de Almond y Verba (1963), quienes definieron la cultura política como “el patrón particular de orientaciones hacia la acción política en que se encuentra cimentado cada sistema político. Las orientaciones a las que se refiere son de tres tipos: cognitivas (conocimientos y creencias sobre el sistema político), afectivas (sentimientos de apego, compromiso y rechazo respecto al sistema  político) y valorativas (opiniones y criterios de evaluación sobre el sistema político)” (Almond y Verba, 1963:180).
          Posteriormente, surgieron múltiples definiciones, las siguientes son algunas de ellas:

  • El politólogo italiano Sani (1981) refiere a la cultura política de la siguiente manera “el conjunto de conocimientos relativo a las instituciones, a la práctica política, a las fuerzas políticas que operan en un determinado contexto; de actitudes, como la indiferencia, el cinismo, la rigidez, el dogmatismo, o,  por el contrario, el sentido de confianza de adhesión, la tolerancia hacia las fuerzas políticas indistintas de la propia; de normas, como el derecho y el deber de los ciudadanos de la mayoría, la inclusión o exclusión del recurso a formas violentas de acción; de lenguajes, símbolos y consignas” (Sani, 1981:185).  Este concepto resulta pertinente ya que considera tanto el conocimiento y las actitudes como las normas, el lenguaje y los símbolos; pero le falta considerar el aspecto conductual histórico.
  • Monsiváis (1988), experto en la cultura popular, la define como “la compresión generalizada de la política en una sociedad o el proceso formativo de las nociones elementales de gobierno o de obtención del poder y de participación ciudadana en la vida pública” (Monsiváis, 1988:185). Dicho concepto resulta restringido a lo que la gente comprende y no hace mención a lo que la gente hace en realidad.
  • Braud (1992) dice que “puede hablarse de cultura política para referirse al conjunto de conocimientos, creencias, valores y actitudes que permiten a los individuos dar sentido a la experiencia rutinaria de sus relaciones con el poder que los gobierna, así como también con los grupos que le sirven como referencias identitarias”.
  • Por su parte AiCamp (1996) dice que una noción amplia de cultura política ha de ser entendida como el “microcosmos de la cultura en general que se enfoca específicamente en los valores y actitudes que tienen que ver con la conducta y visión políticas de los individuos” (p. 25).

          Los conceptos de Braud y AiCamp son parte de la corriente interpretativa y el contenido resulta de carácter subjetivo, no considerando lo objetivo de la cultura política.

  • Según Forte y Silva (2007) la siguiente definición de cultura política, permite pensar lo político como producto cultural y no como algo ajeno a la sociedad: “[...] el conjunto de representaciones colectivas e individuales o de los diseños mentales de los grupos e individuos, que inducen a la expresión de actitudes, comportamientos, normas, valores, y creencias específicas, relativas a la comprensión del fenómeno político en los diferentes momentos y lugares históricos” (p. 235). 
  • En opinión de Gutiérrez, 1996, citado por González (2004), se va a entender como “la forma en que el sistema político es internalizado subjetivamente por los individuos mediante una serie de informaciones, valores y vínculos afectivos, así como el tipo de actitudes y comportamientos en que tal percepción se expresa empíricamente” (p. 83). 
  • Mascott (1997) refiere “las creencias, actitudes, evaluaciones, sentimientos, predisposiciones o prácticas —o ausencia de acciones, de acuerdo al caso-— por medio de los cuales los individuos o grupos ordenan, interpretan y se relacionan con el poder político y sus instituciones" (p. 83).
  • Varela, citado por Trejo (2006), lo conceptualiza como “el conjunto de signos y símbolos compartidos (transmiten conocimientos e información, portan valoraciones, suscitan sentimientos y emociones, expresan ilusiones y utopías) que afectan y dan significado a las estructuras de poder” (p. 238). 

          Los conceptos de Ricardo Forte y Natalia Silva (2006), Gutierrez (1996), Mascott (1997) y Varela son amplios e incluyen todos los aspectos necesarios para la comprensión de la cultura política.
          Respecto a cómo será entendida la cultura política en este trabajo se tiene el siguiente concepto formado a partir del análisis de los anteriormente vistos:
          La cultura política se conceptualizará como el conjunto de orientaciones cognitivas (conocimientos y creencias sobre el sistema político, sobre las instituciones, la práctica política, las fuerzas políticas), afectivas (sentimientos de apego, compromiso y rechazo respecto al sistema  político) y valorativas (opiniones y criterios de evaluación sobre el sistema político), que permiten a los individuos interpretar, relacionarse y eventualmente confrontarse con el poder político que los gobierna y sus instituciones. Así como el tipo de actitudes (como la indiferencia, el cinismo, la rigidez, el dogmatismo, o,  por el contrario, el sentido de confianza de adhesión, la tolerancia hacia las fuerzas políticas indistintas de la propia) y comportamientos reales en que tales percepciones se expresan empíricamente y afectan las estructuras de poder.

1 Actualmente Latinobarómetro utiliza una muestra de 1,000 ó 1,200 habitantes para 18 países de América Latina (Latinobarómetro, 2008), pero con la particularidad de que los estudios están pensados en la cultura política latinoamericana.