LOS COMPONENTES ÉTICO-POLÍTICOS EN LA IDEOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA: FORTALEZAS Y DEBILIDADES (SEGUNDA PARTE)

LOS COMPONENTES ÉTICO-POLÍTICOS EN LA IDEOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA: FORTALEZAS Y DEBILIDADES (SEGUNDA PARTE)

Raúl Quintana Suárez (CV)
Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona

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1,2.-Personalidades más representativas.

El levantamiento armado en la Demajagua, el 10 de octubre de 1868, liderado por Carlos Manuel de Céspedes y un grupo de relevantes patriotas, pertenecientes en su gran mayoría a la clase de los hacendados criollos del oriente del país, da inicio a la primera contienda independentista conocida como Guerra de los Diez Años (1868-1878). Diversos factores socio-políticos y económicos son determinantes en  ese hecho histórico dado que…”…durante décadas de sordos enfrentamientos y amargas frustraciones en las relaciones con España, contribuyeron a la maduración de una conciencia nacional patriótica entre los cubanos. Esto posibilitó que las contradicciones entre la colonia y su metrópoli se desplegasen hasta llegar a un desenlace que superan los principales obstáculos que dificultaban el desarrollo de la sociedad insular. Resultó entonces evidente que los opresivos mecanismos del poder colonial impedían solventar los graves problemas económicos y sociales que Cuba experimentaba en su compleja transición al capitalismo, a la vez que excluían toda posibilidad de una plena realización nacional. La salida radical, mediante la lucha armada, venía gestándose desde mucho antes entre las clases, estamentos y capas sociales no representados en el pacto de poder colonial”. (11)

1,2,1.-  Carlos Manuel de Céspedes

Disímiles condicionamientos socio-políticos, económicos e incluso culturales, propician la radicalización del pensamiento en ciertos sectores de los hacendados criollos, en el  oriente del país, que hacen suyo un ideario independentista  portador de una fundamentación teórica más definida, acorde a la mayor ilustración de sus personalidades más representativas, destinadas a liderarla en su primer momento, pero al que gradualmente se van insertando sectores más populares que le otorgan peculiar dinamismo y masividad.
Singular  protagonismo desempeña en esa etapa, Carlos Manuel de Céspedes, abogado bayamés, hombre de vasta cultura  e ideas liberales, evidentemente influenciado por los aires renovadores de la ilustración, que traspolado a nuestras  peculiaridades nacionales, es necesariamente portador, a la vez que de la inspiración independentista, de un fuerte sentimiento partidario de la abolición de la  nefasta esclavitud, lo que le otorga  su carácter  humanista. 
Como  certeramente valora Fidel Castro en su discurso en La Demajagua, antigua provincia de Oriente, el 10 de octubre de 1968:..“…es conocido históricamente que Céspedes conoció en este lugar de un telegrama cursado el 8 de ese mismo mes por el Gobernador General de Cuba dando instrucciones a las autoridades de la provincia de arrestar a Carlos Manuel de Céspedes. Y Carlos Manuel de Céspedes no les dio tiempo a las autoridades, no les permitió a aquellas tomar la iniciativa, e inmediatamente, adelantando la fecha, cursó las instrucciones correspondientes y el 10 de Octubre, en este mismo sitio, proclamó la  independencia de Cuba. Es que la historia de muchos movimientos revolucionarios terminó, en su inmensa mayoría, en la prisión o en el cadalso. Es incuestionable que Céspedes tuvo la clara idea de que aquel alzamiento no podía esperar demasiado ni podía arriesgarse a recorrer el largo trámite de una organización perfecta, de un ejército armado, de grandes cantidades de armas, para iniciar la lucha, porque en las condiciones de nuestro país en aquellos instantes resultaba sumamente difícil.  Y Céspedes tuvo la decisión. De ahí que Martí dijera que de Céspedes el ímpetu y de Agramonte la virtud, aunque hubo también mucho de ímpetu en Agramonte y mucho de virtud en Céspedes.  Y el propio Martí expresó en una ocasión, explicando la actitud de Céspedes, sus discrepancias sobre el aplazamiento del movimiento con otros revolucionarios, diciendo que aplazar era darles tal vez la oportunidad a las autoridades coloniales vigilantes para echárseles encima. Y los hechos históricos demostraron que aquella decisión era necesaria, que aquella resolución iba a prender precisamente la chispa de una heroica guerra que duró diez años; una guerra que se inició sin recursos de ninguna clase por un pueblo prácticamente desarmado, que desde entonces adoptó la clásica estrategia y el clásico método para abastecerse de armas, que era arrebatándoselas al enemigo”. (12)
Ese lúcido ideario se expresa con toda nitidez en el conocido como  Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, redactado por éste y que dirigido a sus compatriotas y a todas las naciones,  valora como…”…al levantarnos armados contra la opresión del tiránico gobierno español, siguiendo la costumbre establecida en todos los países civilizados, manifestamos al mundo las causas que nos han obligado a dar este paso, que en demanda de mayores bienes, siempre produce trastornos inevitables, y los principios que queremos cimentar sobre las ruinas de lo presente para felicidad del porvenir. Nadie ignora que España gobierna la isla de Cuba con un brazo de hierro ensangrentado; no solo no la deja seguridad en sus propiedades, arrogándose la facultad de imponerla tributos y contribuciones a su antojo, sino que teniéndola privada de toda libertad política, civil y religiosa, sus desgraciados hijos se ven expulsados de su suelo a remotos climas o ejecutados sin forma de proceso, por comisiones militares establecidas en plena paz, con mengua del poder civil. La tiene privada del derecho de reunión como no sea bajo la presidencia de un jefe militar; no puede pedir el remedio a sus males, sin que se la trate como rebelde, y no se le concede otro recurso que callar y obedecer […] La plaga infinita de empleados hambrientos que de España nos inunda, nos devora el producto de nuestros bienes y de nuestro trabajo; al amparo de la despótica autoridad que el gobierno español pone en sus manos y priva a nuestros mejores compatriotas de los empleos públicos, que requiere un buen gobierno, el arte de conocer cómo se dirigen los destinos de una nación; porque auxiliada del sistema restrictivo de enseñanza que adopta, desea España que seamos tan ignorantes que no conozcamos nuestros sagrados derechos, y que si los conocemos no podamos reclamar su observancia en ningún terreno. Amada y considerada esta isla por todas las naciones que la rodean, que ninguna es enemiga suya, no necesita de un ejército ni de una marina, que agotan con sus enormes gastos hasta las fuentes de la riqueza, pública y privada; y que sin embargo España nos impone en nuestro territorio una fuerza armada que no lleva otro objeto que hacernos doblar el cuello al yugo férreo que nos degrada”
Para agregar como…”…nuestros valiosos productos, mirados con ojeriza por las repúblicas de los pueblos mercantiles extranjeros que provoca el sistema aduanero de España para coartarles su comercio, si bien se venden a grandes precios con los puertos de otras naciones, aquí, para el infeliz productor, no alcanzan siquiera para cubrir sus gastos: de modo que sin la feracidad de nuestros terrenos, pereceríamos en la miseria”.
En su criterio…”…la isla de Cuba no puede prosperar, porque la inmigración blanca, única que en la actualidad nos conviene, se ve alejada de nuestras playas por las innumerables trabas con que se la enreda y la prevención y la ojeriza con que se la mira. Así pues, los cubanos no pueden hablar, no pueden escribir, no pueden siquiera pensar y recibir con agasajo a los huéspedes que sus hermanos de otros puntos les envía. Innumerables han sido las veces que España ha ofrecido respetarle sus derechos; pero hasta ahora no ha visto el cumplimiento de su palabra, a menos que por tal no se tenga la mofa de asomarle un vestigio de representación, para disimular el impuesto único en el nombre y tan crecido que arruina nuestras propiedades al abrigo de todas las demás cargas que le acompañan”.
En el documento se enfatiza como…”… nosotros creemos que todos los hombres somos iguales, amamos la tolerancia, el orden y la justicia en todas las materias; respetamos las vidas y las propiedades de todos los ciudadanos pacíficos, aunque sean los mismos españoles, residentes en este territorio; admiramos el sufragio universal que asegura la soberanía del pueblo; deseamos la emancipación, gradual y bajo indemnización, de la esclavitud, el libre cambio con las naciones amigas que usen la reciprocidad, la representación nacional para decretar las leyes e impuestos, y en general, demandamos la religiosa observancia de los derechos imprescriptibles del hombre, constituyéndonos en nación independiente, porque así cumple a la grandeza de nuestros futuros destinos, y porque estamos seguros de que bajo el cetro de España nunca gozaremos del franco ejercicio de nuestros derechos”. (13) 
En ningún otro documento se  revelan con más diafanidad los principios éticos y políticos que llevaron a los cubanos a la manigua, con derroche de valor, enfrentados a una desigual batalla contra un ejército numeroso, bien apertrechado militarmente y poseedor de una poderosa logística. Solo avalados en sus más profundas convicciones, un  raigal patriotismo y desprendimiento personal, ofrecieron al mundo un  incontrastable ejemplo de las potenciales virtudes de un pueblo, siempre rebelde ante la tiranía.
Las ideas abolicionistas en Céspedes, expresan su plena convicción personal acerca de la infamia que esta representaba, que muestra al decretar unilateralmente la liberación de sus esclavos, desde el primer día del inicio de la insurrección armada, y que no obstante, por circunstancias coyunturales, le obligan a expresar como…”…deseamos la emancipación gradual y bajo indemnización de la esclavitud”. (14)
Evidentemente este mantiene la esperanza, no descabellada en aquel momento, de intentar ganarse el apoyo de los influyentes hacendados criollos del occidente del país, de mentalidad más conservadora y con muy fuertes vínculos con los comerciantes y autoridades peninsulares. Es por ello que el  27 de diciembre de 1868 éste firma el llamado Decreto sobre la Esclavitud donde se expresa…“…la Revolución de Cuba al proclamar la independencia de la patria, ha proclamado con ella todas las libertades y mal podría aceptar la grande inconsecuencia de limitar aquellos a una sola parte de la población del país. Cuba libre es incompatible con Cuba esclavista; y la abolición de las instituciones españolas debe comprender y comprende por necesidad y por razón de la más alta justicia la de la esclavitud como la más inicua de todas...” Para a continuación ofrecer conciliadoramente  las siguientes alternativas:
“a) Los dueños de esclavos que  presentan a los mismos ante los jefes militares podrán recibir una futura indemnización. b) Se respetará la propiedad sobre sus esclavos a los cubanos leales y a los extranjeros neutrales. c) Serán declarados libres los esclavos de los enemigos de la revolución sin derecho a indemnización. d) Los propietarios que faciliten a sus esclavos para la revolución sin darles la libertad,  conservarán su propiedad. e) Serán declarados libres  los agrupados en los palenques  que se presenten a las autoridades con derecho a permanecer en los mimos o en territorio mambí en condición de hombres libres. f) Los prófugos aislados (cimarrones) que se capturen o lo hagan  voluntariamente sin autorización de sus propietarios  no se aceptarán sin consentimiento de estos”. (15)
Coincidentemente, el  26 de febrero de 1869, la Asamblea de Representantes del Centro (Camagüey), presidida por Salvador Cisneros Betancourt e Ignacio Agramonte, decreta la total abolición. Debemos considerar que en  ese territorio, eminentemente ganadero, el número de esclavos es significativamente menor que en el Departamento Occidental e incluso  el  Oriental. (16)
Ya en la Constitución de Guáimaro, promulgada el 10 de abril de 1969, aunque no se formula explícitamente la abolición, declara en su artículo 24 como…”… todos los habitantes de la República son enteramente libres”. (17).
En definitiva el 25 de diciembre de 1870, bajo la presidencia de Céspedes se promulga su antológico decreto abolicionista que enfatiza como …”…el timbre  más  glorioso de nuestra Revolución a los ojos del mundo entero ha sido la emancipación de los esclavos, que no encontrándose en plena capacidad durante los primeros tiempos de su libertad para ejercer ciertas funciones, a causa de la ignorancia en que el despotismo español los mantenía, habían sido dedicados casi exclusivamente al servicio doméstico y al de la agricultura por medio de consignaciones forzosas; el transcurso de dos años ante el espectáculo de nuestras libertades es suficiente para considerarlos ya regenerados y franquearles toda la independencia, a que con sujeción a las leyes, tienen indisputable derecho…”. (18)
Prontamente Céspedes se percata de la constante  hostilidad del gobierno estadounidense hacia los revolucionarios cubanos como se evidencia en el acoso por las autoridades de esa nación a las expediciones que se organizan por la emigración, con la ocupación de los alijos de armas y la detención de los expedicionarios.
En consecuencia éste valora en su manifiesto «Al pueblo de Cuba» fechado el 7 de febrero de 1870   como…”…al lanzarse Cuba a la arena de la lucha, al romper con brazo denodado la túnica de la monarquía que aprisionaba sus miembros, pensó únicamente en Dios, en los hombres libres de todos los pueblos y en sus propias fuerzas. Jamás pensó que el extranjero le enviase soldados ni buques de guerra para conquistar su nacionalidad…”. (19)
Criterio que reitera en carta  escrita a fines de julio de 1970, dirigida a  José Manuel Mestre, representante diplomático de la República en Armas en los Estados Unidos en la cual le expresa que…”  …por lo que respecta a los Estados Unidos tal vez esté equivocado, pero en mi concepto su gobierno a lo que aspira es a apoderarse de Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación y entretanto que no salga del dominio de España, siquiera sea para constituirse en poder independiente; éste es el secreto de su política y mucho me temo que cuanto haga o proponga, sea para entretenernos y que no acudamos en busca de otros amigos más eficaces o desinteresados”. (20)
El presidente Céspedes opta en definitiva, ante tales hechos, por ordenar la retirada de la representación diplomática de la República en Armas  en Estados Unidos, a cargo entonces del licenciado Ramón Céspedes Barreiro. En carta dirigida al mismo el 30 de noviembre de 1872, éste le  comunica el fundamento de dicha  decisión dado que…”… no es posible que por más tiempo soportásemos el desprecio con que nos trata el gobierno de los Estados Unidos, desprecio que iba en aumento mientras más sufrido nos mostrábamos nosotros. Bastante tiempo hemos hecho el papel del pordiosero a quien se niega repetidamente la limosna y en cuyos hocicos por último se cierra con insolencia la puerta”. (21)
Resulta ilustrativo el contenido de la carta enviada por Céspedes al senador norteamericano C. Summer el 10 de agosto de 1871, donde se muestran otras facetas interesantes de su ideario ético-político donde  éste valora  como…“…la Revolución de Cuba, este levantamiento de una pequeña colonia europea en América contra su despótica, y relativamente poderosa metrópoli, no ha sido juzgada con exactitud y precisión por todos los que a ella han dedicado su atención en esa Republica. Algunos publicistas y hombres de Estado no han apreciado su verdadero carácter y genuina significación, a causa sin duda de falta de datos auténticos y de origen puro en que basar un análisis concienzudo, que les pusiera de manifiesto la índole, condiciones y tendencias de esta prolongada lucha…”.
Respecto al estado de guerra existente en Cuba reitera como…“…este existe entre la colonia y su metrópoli desde e1 día 10 de  octubre de 1868 en que estalló la actual revolución, después de cerca de 4 siglos de despotismo colonial español, summum de la opresión humana y de numerosas y desgraciadas tentativas y conspiraciones en sentido separatista. Habíanse colmado la medida del sufrimiento do los cubanos, que consideraron ya agotados los recursos legales y pacíficos para reclamar sus derechos, de que los despojaba el despotismo mas fecundo en idear y establecer arbitrios de opresión que se conoce en la historia moderna […]. Hay 4 puntos en que interesa al honor de nuestra Republica desvanecer hasta el más mínimo asomo de duda que pudiera abrigarse sobre ellos. Y son: la existencia del estado de guerra entre Cuba y España, el sistema bárbaro de llevarla a cabo por el Ejército español, la constitución política de Cuba y su organización en los diversos ramos de la administración pública y la abolición de la esclavitud por el gobierno republicano….” (22)
Las contradicciones conceptuales referidas a las formas más idóneas  en la conducción de  la guerra, surgidas entre Céspedes, partidario de una dirección más centralizada e  Ignacio Agramonte, inclinado a  la prevalencia de las instituciones civilistas, no significa en ningún momento, ni el menosprecio del primero a la institucionalidad, ni del segundo, a la comprensión de la necesaria unidad en el seno del gobierno de la Republica en Armas. Algo similar ocurriría en la última contienda entre Martí y Maceo. Y en ambos casos, ambas personalidades tendrían  sólidos argumentos que sirvieran de apoyo a sus posiciones. Desafortunadamente, tras la caída en combate del prócer camagüeyano, los excesos de falso civilismo de la mayoría de los asambleístas y de condenables ambiciones de mando de no pocos jefes militares, conllevaron a la injusta destitución del Padre de la Patria, como Presidente de la República en Armas, de funestas consecuencias en los años posteriores.  (23)
En la última carta a su esposa Ana de Quesada apenas unos meses antes de  su muerte en desigual  combate con tropas españolas, que invaden su refugio de San Lorenzo, en la Sierra Maestra, éste le expresa que…”….al contestar tus últimas cartas, te ofrecí escribirte con más extensión y para cumplirlo empiezo hoy que es un día fausto para nosotros los verdaderos cubanos, pues siempre indica aquella fecha memorable del 10 de octubre de 1868. Así podré comprender muchos particulares que es preciso omitir, cuando se escribe a la carrera; pero no esperes todas las interesantes  ni los detalles de otras muchas; pues deseoso de no contribuir a nada que baldone o perjudique  en estas circunstancias al Gobierno de nuestra Patria y creído de que así puede resultar, si mis cartas caen en poder de los españoles,  aunque no tuviera en cuenta a mis enemigos personales, seré muy parco en todo aquello  que se relaciona con lo que me ha pasado con esos enemigos y sus medidas de gobierno anterior, ya que en lo exterior  allá estarán siempre mejor enterados y sabrán si de trata o no de conseguir la libertad e independencia de Cuba […]. Comprendo muy bien que las razones alegadas para mi deposición hayan parecido insustanciales; pero haz de añadir que todo es un tejido de calumnias o de hechos tergiversados […]. El deseo de la Cámara de inmiscuirse en los negocios que no son de su competencia y convertir al Presidente de la República en un Mayordomo de cada Diputado…y por último la ambición de algunos jefes militares que no estaban contentos con su territorio ni sus atribuciones y sabían que yo consideraba su supremacía perjudicial a la salud de la República. Si yo hubiera podido transigir con estas aspiraciones, todavía ocuparía la Presidencia; pero mi conciencia me lo prohibía….”(24)
Su grandeza de espíritu y ejemplar patriotismo le son reconocidos por el Apóstol, en su escrito Céspedes y Agramonte, donde éste  valora como…“…el extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el pedante, o el ambicioso; el buen cubano no. De Céspedes el ímpetu y de Agramonte la virtud. El uno es como el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona. De Céspedes el arrebato, y de Agramonte la purificación. El uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerza como de la luz, el otro vence. Vendrá la historia, con sus pasiones y justicias; y cuando haya  mordido y recortado a su sabor, aún quedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la epopeya. Las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes. Otros hagan, y en otra ocasión, la cuenta de los yerros, que nunca será tanta como la de las grandezas…” (25)
Criterio que el Maestro reitera el  10 de octubre de 1888 en el diario El Avisador Cubano, que se publica en Nueva York, al expresar como…“…es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a un tigre su último cachorro.” (26)
Ese hombre que deja la bienandanza de la fortuna y el sosiego  familiar para iniciar la primera contienda independentista y que  al final de su vida acata su injusta destitución con entereza y ejemplar disciplina, es el mismo que en mayo de 1870, apenas iniciada la contienda, rechaza indignado la propuesta del entonces Capitán General, Caballero de Rodas, que le ofrece la vida de su hijo Oscar, prisionero del enemigo, a cambio de un arreglo personal, cuyas bases se discutirían posteriormente. A la misma da como respuesta que Oscar no es su  único hijo, pues también lo son  todos los cubanos que han ofrendado su vida por la Revolución.